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ES SOLO UN CUENTO NADA MÁS

-Compadre José, no se quiere quedar aquí hasta que amanezca- le dijo la señora
Petrona, dueña de la única caseta que estaba abierta a esas altas horas de la noche en el
pueblo– mire que es muy tarde compadre y la niña tiene sueño, además, andar a estas
horas por ese camino hasta allá es muy peligroso, mire que la guerrilla puede estar por
esos lares…– Pero don José, hombre viejo y testarudo no prestaba atención a las
suplicas de su comadre, pues ya estaba determinado a llegar a su casa; la cual se
ubicaba en un caserío a 27 km del pueblo – usted perdonara comadre, pero mi mujer me
está esperando allá y debe de estar muy preocupada, no ha sabido nada desde que tuve
que llevar a la niña al hospital de la capital hace tres días, y ya no quiero preocuparla
más…– Y así cansado del viaje de vuelta de la ciudad, con esa terquedad que lo
caracterizaba, deseando solo regresar a su casa, tomo su ruana y sombrero, encintó su
machete y cargó a su mula con su pequeño equipaje; a su lomo se montó él y su pequeña
niña somnolienta, agradeció a su comadre por el caldo con arepa y café que les había
servido, le pidió prestada una lámpara de queroseno y de nuevo ignorando las palabras
de ella sobre su descabellado viaje, se echó una bendición, se despidió y marchó a ese
oscuro, lúgubre y silencioso camino de trocha.

La luna se asomaba de cuanto en cuanto entre las nubes. La noche estaba calurosa. Don
José sabiendo que ya estaba muy lejos del pueblo como para dar marcha atrás, calculaba
que en más o menos una hora llegaría a su casa; sin embargo, estaba nervioso, muy
nervioso y su pequeña niña adormilada junto a él ya empezaba a notarlo. Ecos de sonidos
agudos pero suaves, similares a silbidos pausados, estaban sonando de un tiempo para
acá; ella, en su completa inocencia, preguntaba a su padre sobre el origen de aquello y él
con voz casi quebradiza contestaba– hija son borrachos, no les prestes atención- ella no
entendía el porqué de la respuesta pero miraba con extrañeza a su padre, pues estaba
frío y temblaba pese al calor; murmuraba oraciones. Don José quiso apresurar la marcha
de la mula, la cual estaba muy inquieta mirando de lado a lado del camino débilmente
alumbrado por la lámpara, cuando empezó a notar una extraña y débil niebla que
comenzaba a cubrir la poca visibilidad que aún quedaba. – ¡UCHA, UCHA… ARRE
BENDITA MULA, POR JESÚS Y LA VIRGEN SANTISIMA NO TE PARES AQUÍ! – gritaba
al ver que su animal se negaba a continuar el camino y empezaba a temblar. Ante esta
situación, no le quedó otra que pedir a su hija que se aferrara bien del equino para él
bajarse y empezar a tirar con todas sus fuerzas del bozal. Trató de avanzar, así fuera a
pie, con ese animal; pero sus esfuerzos no fueron fructíferos. Ya desesperado e
intranquilo por esos lúgubres silbidos provenientes de ningún lugar, decidió bajar a la niña
de la mula, tomarla de la mano y con la lámpara en su otra mano, decidió avanzar por sus
propios medios abandonando a aquella mula cobarde con su pequeño equipaje a su
suerte.

A los pocos metros, en ascenso de lo que parecía ser senderos serpenteantes en las
laderas de una gran colina, la pequeña observó, pese a la poca luz, que su padre
empezaba a murmurar cosas distintas de oraciones, a la vez que escuchaba cada silbido;
palabras como “cállense” o frases como “no era mi culpa” intercalados con gimoteos y
sollozos empezaron a ser frecuentes en él. De repente, los silbidos empezaron a sonar
con más fuerza y frecuencia, el suelo comenzó a temblar y la niña se asustaba más–
¡papi, papi, que es lo que pasa!- gritaba la niña – ¡Tranquila hijita mía, tranquila!- dijo don
José con lágrimas en los ojos y de inmediato soltó la lámpara que se perdió en un abismo
de oscuridad, alzó a su pequeña entre sus brazos y se dispuso a correr, pero el equilibrio
se le escapa y, más de una vez, al suelo fue a parar. El temblor y los silbidos se hicieron
más intensos al punto que, pequeñas piedras y rocas, se desprendían de la parte superior
de la ladera. Don José, poseído por el miedo, tuvo que arrodillarse y abrazar a su hija
mientras pronunciaba con voz fuerte las oraciones a todos los santos, a la vez que gritaba
palabras como: “PERDONEMEN”, “NO FUE MI CULPA”, “CALLESEN TODOS”. La niña
tenía mucho miedo, cerró sus ojitos y deseó que todo se acabara.

Entonces, todo cesó. Silbidos y temblores, todo se calmó. La niña abrió sus ojitos y las
vio: Luces, muchas luces a lo lejos, entre las tinieblas, arriba y abajo del barranco, en
todos lados, palpitantes y de formas irregulares; pero apagadas pues no eran capaces de
cortar la ominosa oscuridad que reinaba -¿Papito son ángeles?- preguntaba. De pronto,
a lo lejos se escuchó un eco sordo de un bramido ¿Tal vez era de la mula? Don José se
encontraba mudo, mas no dejaba de temblar, de llorar, tenía sus ojos como platos y
observaba a todos lados, frío y sudoroso aferrándose a su hija con todas sus fuerzas; su
expresión era irreconocible, pues ya no quedaba nada del viejo testarudo y terco que
había sido toda su vida, ahora tenía pánico, un pánico indescriptible.

Las luces parpadeantes que estaban arriba, se empezaron a acercar como deslizándose
a través de un velo negro, pero a una cierta distancia se detuvieron y de la oscuridad de
los abismos apareció una inmensa masa de luz con forma de tentáculo que se arqueaba
en el cielo; algunas partes desaparecían entre las nubes negras, y una punta iba
descendiendo lentamente hasta justo por encima de la cabeza de don José.

Aquel hombre lo contemplaba como hipnotizado. Segado ante tal suceso sus lágrimas se
secaron, su pánico se fue, una enorme sonrisa se pintó en sus labios y de repente soltó a
la niña, se puso de pie con los brazos abiertos como esperando recibir aquello que bajaba
del cielo, ignorando completamente a su hija, quien con temor se aferraba a sus piernas-
¡JULIA. ESTOY AQUÍ!- grito don José, mientras la punta de la masa tentacular, a pocos
metros de su cabeza, se abría como flor y de su oscuro interior brotaban miles de
pequeños apéndices que rodearon todo su cuerpo, retirando bruscamente a la pequeña.
Ya sujetado don José, fue elevado por esos apéndices devuelta a la gran masa de donde
habían salido. -¡Papi, papi no te vayas!- gritaba llorando la niña. Al escuchar esto, su
padre bajo su cabeza para observarla una última vez, pero su expresión la atemorizó,
pues tenía una horrible mueca de sonrisa y sus globos oculares estaban totalmente
blancos - espérame… aquí… ya volveré.- Susurró con una voz horrible a la vez que
entraba al gran agujero de la flor. Una vez adentro, se cerró en punta y el tentáculo se
retiró devolviéndose a la inmensa oscuridad del abismo donde había salido…

Mucho se dijo en el pueblo y los caseríos cercanos sobre la desaparición de don José a
quien nunca más se volvió a ver, historias tales como que fue secuestrado por la guerrilla,
que abandono a su familia para fugarse con alguna fufurufa, que había enloquecido y
desapareció, en fin, toda suerte cuentos. Pero esta, es la versión de mi madre quien era
aquella niña que encontraron al día siguiente en la mitad del camino de una gran ladera,
acostada en el suelo abrazando un sombrero, completamente sola. Quién sabe cuál sea
la verdad sobre la desaparición de don José, mi abuelo, si la historia increíble que jura mi
madre fue verdad, o alguna otra, ya que mucho se ha dicho sobre cosas misteriosas en
esa trocha, no me atrevería a verificar las historias, pero de verdad espero que sea solo
un cuento y nada más.

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