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EL “CONDIMENTO” SECRETO DE LA RECETA DE LA EDUCACIÓN

Dice un conocido refrán que a nadie le amarga un dulce, lo que no acaba de explicar
el dicho es que el exceso de dulces empalaga. Con los hijos suele ocurrir. Un
cuento* (y un vídeo de regalo).
Había una vez un joven alto y bien parecido, criado en un hogar acomodado, cuya
familia siempre había procurado porque al muchacho no le faltase de nada. Su
madre, conocedora de su buen apetito, le compraba y preparaba las comidas más
exquisitas, con la intención de complacer en todo lo posible a su hijo. A pesar de
ello, pocas veces el joven encontraba la comida a su gusto, pues siempre había
algo que acababa por contrariarlo.
Una noche el joven acudió a comer a un restaurante cercano, quería comprobar si
allí tenían algo que en verdad le gustara. Pidió varios de los platos de la carta,
incluyendo la especialidad de la casa, pero ninguno le agradó. Visiblemente
indignado pidió explicaciones al cocinero, acusándole de no tener ni idea de cocinar.
En ese momento, viendo el alboroto que se estaba produciendo en el restaurante,
el propietario del local trató de calmar al exigente cliente diciéndole: - Tranquilo. Si
quieres comer realmente bien yo te ayudaré. Sólo te pido que vuelvas mañana al
mediodía y, cuando termine mi trabajo, le pediré a mi madre que cocine para ti. Mi
madre es una fantástica cocinera y prepara una salsa especial. Te aseguro que
nunca comerás con tanto agrado como en nuestra casa.
El joven que siempre estaba dispuesto a probar nuevas comidas se calmó y aceptó
la invitación ansioso de probar aquellos manjares. Al día siguiente a la hora
acordada el muchacho se presentó en el lugar en busca de su anfitrión. Al llegar,
observó sorprendido como el restaurante estaba repleto de clientes y como los
pocos camareros del local se afanaban por servir las numerosas comandas. El joven
observó como el propietario se debatía entre la barra y la cocina intentando poner
un poco de orden en aquella algarabía.
El chico se le acercó y le dijo: - “Ayer quedamos en que pasaría a buscarte a esta
hora. Tenemos que ir a comer a casa de tu madre”.
– Es cierto- dijo el agobiado propietario – pero precisamente hoy se celebraba una
convención aquí cerca y toda esta gente ha acudido a comer sin avisar. Como ves
estamos hasta arriba de trabajo.
No dispuesto a renunciar a las primeras de cambio a su invitación, el joven insistió
al dueño del local para que cumpliera su palabra. Tras respirar un momento, el
dueño le propuso al muchacho: - Mira, vamos a hacer una cosa. Yo no puedo
abandonar todo esto ahora e irme contigo, además precisamente hoy voy muy flojo
de camareros, así que si te parece hacemos lo siguiente. Tú te pones el mandil y
me ayudas sirviendo las mesas y, cuando acabemos vamos a casa de mi madre
que tendrá preparada la comida prometida.
Aunque a regañadientes el muchacho finalmente aceptó. Se colocó el uniforme y
siguiendo las indicaciones del propietario fue sirviendo los platos y bebidas en las
mesas. El trabajo se dilató durante más de dos horas, pues eran muchos los
comensales a los que había que atender. Finalmente el local estaba vacío y el
trabajo acabado.
- Bien, es momento de ir a tu casa - dijo el muchacho secándose el sudor.
- ¡Qué poco conoces el trabajo de un restaurante!- comentó el dueño. Aún tenemos
que dejar el local recogido y las mesas preparadas. De lo contrario no podría abrir
mi negocio esta noche.
A regañadientes, el joven volvió al trabajo ayudando al personal a recoger y preparar
de nuevo el establecimiento. Todo con tal de acabar cuanto antes y poder probar la
fantástica comida prometida.
Al poco tiempo el local estaba nuevamente en orden y los dos pudieron finalmente
ir a disfrutar de su comida. Cuando llegaron a la casa encontraron una mesa
elegantemente dispuesta y un par de platos recién hechos esperándoles. Los dos
se sentaron y comenzaron a comer. El dueño del restaurante observaba a su
invitado esperando su opinión.
-Quiero felicitar personalmente a la cocinera- dijo al cabo de unos minutos- Nunca
he probado nada tan delicioso como esto. Sin duda tenías toda la razón al afirmar
que tu madre era la mejor cocinera del mundo y que preparaba una salsa especial.

El anfitrión comenzó entonces a reír y le contestó: “La famosa salsa que has
probado hoy es la misma que te serví ayer en el restaurante, lo que ocurre es que
tú nunca te habías sentado a la mesa tan cansado y con tantas ganas de comer
como hoy.”

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