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ÍNDICE:
Pretextos
El unibe®so
Reconocimiento de deudas
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PRETEXTOS
Los labios sirven para comer, hablar y besar. Los besos son roces, toques,
opresiones… pero ¿qué son realmente los besos?, ¿por qué besamos?, ¿para
qué besamos?, ¿por qué hay tantas maneras de besar?, ¿todos los besos son
iguales?, ¿por qué nos gusta tanto besar?, ¿quién sabe besar mejor?, ¿sólo
besamos los seres humanos?, ¿por qué hay tantas diferencias entre personas y
culturas?, y, sobre todo, ¿a dónde van los besos que damos y que no damos?
Quizá sea que somos los animales más pelados del planeta y los labios son lo
más pelado que tenemos. O que besar es como regresar a la ternura del pecho
maternal amamantándonos. O que para reconocer a alguien le olfateamos
aproximándole el morro… o tal vez la culpa sea del arte y el cine. Sea como
fuere, lo cierto es que nadie duda que buena parte de nuestra felicidad
depende de la cantidad de besos que nos dan o damos. Que en materia de
sensualidad nada hay más gozoso que los besos. Que la puerta de la
sexualidad suele ser ese minúsculo “centímetro cúbico” de piel especializada.
Casi todos los días, casi todas las personas besamos. Pero casi nunca
pensamos en sus motivos, maneras y consecuencias. Pasa comprenderlo
deberemos indagar en el origen de la conducta, rebuscar en los entresijos de la
historia, escudriñar en la fisiología, analizar los condicionantes sociales,
etológicos o antropológicos, estudiar sus las peculiaridades culturales o
geográficas, investigar sus riesgos y beneficios, preguntar a los artistas y a sus
obras, o pedir la opinión de personas anónimas. Cualquier cosa antes que
trivializar sobre una conducta tan peculiar e interesante. El beso es universal,
intemporal, ubicuo y variopinto. No cabe tomarlo a la ligera.
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cuando hablamos de sexo: resulta difícil ponerse en el justo punto de seriedad.
Desde luego no me gustaría que esta disertación sobre el beso se entendiese
en ese tono de “rigor mortis”. Esta peculiar conducta humana merece atención
y respeto, pero no demasiada gravedad. No se trata de analizarlo con la
frialdad marmórea de las estadísticas, pero tampoco con la ligereza
insustancial de ciertos manuales de “bricolage” del beso. Así pues, con esas
intenciones y predisposiciones me aventuraré en este inconmensurable
campo-mar-montaña-cielo de los besos. ¿Se viene conmigo?
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1. EN EL PRINCIPIO FUE…
Eso creo, aunque no lo diga la Biblia. Los labios supieron besar antes que
hablar. De hecho todos sabemos besar sin que nadie nos enseñe. Es más, no se
si serviría para algo hacer un “master” de besos. Más práctica y menos teoría
es lo que se necesita en materia de besos.
Así pues buscaremos en las palabras, y dado que donde hay más palabras es
en los libros, empezaré por agradecer a las personas que han escrito los
mejores libros sobre besos. Sobre todo debo apresurarme a reconocer la deuda
que voy a contraer con Adrianne Blue (On Kissing) y con el grupo dirigido
por Mª Ángeles Rabadán (Besos). Vaya para todos ellos mi gratitud y un
montón de besos en compensación por los “atracos” que les voy a perpetrar.
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todo, lo visible y lo invisible, lo perceptible y lo imaginable, lo sensible y lo
besable.
Se ha dicho muchas veces: las cosas sólo existen si se las nombra. Hay quien
opina que la palabra es el origen de todas las cosas, desde el principio de los
tiempos, cuando el sonido no era más que viento desatado, agua torrencial, grito
instintivo o bramido de agonía, el verbo, según San Juan, fue el principio de
todas las cosas:
Para que las cosas existieran bastó con que Dios las nominase. Dios uso la
palabra como instrumento para crear. Bastó con que el ser supremo supiera
"decirlas" para que las cosas se hicieran, y después procedió a ordenarlas
usando más palabras. Según esta tradición la palabra fue un gran invento, o
mejor, “el gran inventor”.
Y otro tanto hizo Yahvé, quien viendo la soledad del hombre, le regaló a la
mujer, y las mujeres son las que mejor saben hablar, las que "encantan" los
males poniéndolos en la lengua y echándolos fuera por los labios. Llámese Eva
o Lilith, apenas eso importa, pues ambas eran diestras en el uso del verbo y del
beso. El pecado original, no seamos ingenuos, no fue el mordisco de la
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manzana, fue el uso del verbo, ¿o fue quizá fuera el dominio del beso? Qué más
da si al cabo ambos vienen de los maternales y amantísimos labios.
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vocablos cuando la fuerza del verbo o del nombre se deduce por su
interpretación. Aristóteles la llamó sumbolon (sýmbolon)… Pues tan pronto
como adivinas de dónde procede el nombre, entiendes cuál es su fuerza. En
efecto, es más fácil la averiguación de cualquier cosa en cuanto conoces la
etimología.
En segundo lugar nos interesa la palabra “beso”, del latín “basium”, según el
Diccionario, cuyos significados son: 1. Acción y efecto de besar. 2. Ademán
simbólico de besar. 3. Golpe violento que mutuamente se dan dos personas en
la cara o en la cabeza, o el que se dan las cosas cuando se tropiezan unas
con otras. El Diccionario también habla de diferentes tipos simbólicos de
besos como el “de Judas” (1. beso u otra manifestación de afecto que encubre
traición), o el “de paz” (1. El que se da en muestra de cariño y amistad).
De nuevo el Maria Moliner, resulta más explícito, y añade que el beso es “la
acción y efecto de besar una vez”, y lo relaciona con otras palabras como,
acolada, buz y ósculo.
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formalizaciónes, tales como “osculum” (boca, boquita, beso), “osculatio”
(beso), “osculor” (besar, amar apasionadamente). Todos ellos contienen el
prefijo “os”, término referido a la cara, al rostro, a la máscara y a la expresión
que se hace en presencia de todos y también a apertura, orificio o
desembocadura. De ahí también deriva “oscilum”, que es la mascarilla del
dios Baco, personaje divino muy dado a los besos y al buen vino.
Se trata, como vemos de un curioso término, que emparenta con otros muy
significativos, como “ostendo”, de donde viene ostentar, y también “ostium”,
puerta o entrada. La historia de de las palabras una vez más se muestra llena
de insinuaciones y potencialidades. Como resistirse a tantas sugerencias. El
ósculo es la puerta del amor. El beso tiene funciones de portero emocional.
Para saber eso no hace falta escribir libros. Todos los enamorados lo saben.
Pero sigamos. Tenemos otra curiosa palabra: “buz”, que según la Real
Academia, es una voz onomatopéyica, que significa beso de reconocimiento y
reverencia, y también “labio de la boca”. Hacer a alguien el “buz” es ofrecerle
una demostración de obsequio, rendimiento o lisonja, pero también, según el
Maria Moliner, de buz viene “buzcorona” que se refiera a una burla que se
hacía dando a besar la mano y descargando un golpe en la mejilla o la cabeza
del que la iba a besar. También «abuzarse», o echarse de bruces para beber,
o, quizá besar el suelo. Caerse de bruces, echarse de bruces, dar labio en tierra
son también términos afines, y tampoco anda muy lejos de ello “buzonear”,
que es echar cartas, acaso llenas de besos, por un orificio que siempre espera
algo más que papeles.
Nos quedaba aun otra palabra por diseccionar, “acolada”, que viene del
francés «accoler» (juntar) y que, junto con su derivación “colada”, se refieren
al abrazo que, acompañado de un espaldarazo, se daba al neófito después de
ser armado caballero, y en la masonería, significa el beso ritual que se da
entre los miembros.
Y ya que estamos en Francia, cuna señera de los besos, hemos de saber que en
Francés beso y besar se dicen “baiser”, palabra, como se aprecia muy parecida
al español besar, salvo que si reunimos las palabras “besar” y “francés”
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aparece una nueva expresión cuyo significado nos lleva a cierto tipo de beso
descrito como el más sensual, del cual ya hablaremos.
Más siguiendo con los idiomas europeos, en este caso anglosajones, veremos
que en ingles beso es “kiss”, y besar es “to kiss”. Y en alemán beso es “kuss”,
y besar “küssen”. En ambos casos la raíz es la misma, un término de origen
indoeuropeo, con presencia en el griego antiguo y en muchas otras lenguas
anglosajonas modernas. Todo indica que las etimológias indoeuropeas de las
palabras beso y sexo tienen mucho en común. Según Albert Hagens “…el
significado original de la palabra amor de los arios se atribuía a
representaciones olfativas...", pues sólo a través del olor se conseguía la más
íntima relación entre hombre y mujer.
El lenguaje nos lleva ahora de viaje hasta Persia, donde los besos y la
sensualidad sensorial tenían una reconocida importancia. Pues bien, en persa
"bujah" significa olor, amor y anhelo, y esa palabra deriva de la raíz "ghrâ"
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significa "besar" y también "olfatear". Por eso cuando los persas dicen me
llega el olor de alguien a la nariz, es como decir que anhelan a esa persona,
pues, según su opinión, sólo a través del olor se consigue la más íntima
relación entre hombre y mujer.
Para llegar a Persia hemos pasado por tierras judías y como sabemos, el
pueblo judío es rico en siglos, palabras y también en besos. La palabra hebrea
"hishtachaweh" tiene el mismo significado que proskueno, y es muy posible
que esa sea también el referente de otra palabra semejante en lengua árabe
que describe la conducta de postración y adoración a Allah, que se pronuncia
junto con el gesto ritual de tocarse con los dedos en los labios como señal de
respeto.
Labios: he ahí la otra palabra clave. Los besos vienen de los labios, y los
labios son la puerta de otros besos en los que la boca cobra protagonismo.
Labio es una palabra también de procedencia latina (labium, labea) que
significa borde o reborde de las cosas, puerta de los besos y las palabras. De
labio viene “labia”, verbosidad persuasiva y gracia en el hablar, pero también
“labioso/a”, que es equivalente a persona aduladora, que usa de la lisonja, el
engaño y la mentira.
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más o menos prolongada de la cabeza de algunos animales, en la que están la
boca y las narices, y también se usa para referirse a la boca de ser humano que
tiene los labios muy abultados. Hocicar es familiarmente besar, pero en
general se asocia a sus versiones más desagradables, como lo confirma el
hecho de que entre sus significados esté el verse obligado a soportar algo
desagradable o molesto, y también el de gesto que denota enojo o desagrado.
Así ocurre con las expresiones “estar con hocico”, “darse de hocicos”, “meter
el hocico”, “salir a los hocicos”, etc. Son formas de aplicar los labios a tareas
menos nobles que los besos.
Morrear también se dice “magrear”, palabro que usamos para referirnos a esa
manera de besar con impulso tosco y apasionado, acto que suele acompañarse
de la acción sobar, o manosear lascivamente una persona a otra, y también se
usa para referirse al comer la parte más gustosa y magra de los alimentos.
Como los labios. Magrear sería algo así como comerse a besos a alguien,
algo más que besarle con fruición, literalmente devorar al otro por el beso.
Hay que ver que lejos pueden llevarnos las palabras y los besos. Empezamos
por mamar y acabamos devorándonos.
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2. MECÁNICA DEL BESO.
Dicen los expertos que para dar un beso hay que mover hasta 36 músculos. Y
también que cada beso apasionado consume 12 calorías. ¿Lo sabia? Seguro
que no y ni siquiera se percatará de ello cuando bese. Besar es una conducta
social compleja, pero una vez aprendida responde a mecanismos automáticos
neurológicos que no precisan del control consciente, es algo así como
masticar, deglutir o respirar. Lo hacemos sin necesidad de pensarlo.
Pese a todos esos datos, lo que saben los científicos sobre el beso no es
demasiado. De hecho es realmente sorprendente que a una conducta tan
frecuente y agradable como es el besar, los anatomistas y fisiólogos le hayan
dedicado muy poca, casi ninguna atención. Por ejemplo, en los libros de
medicina apenas se pueden encontrar más que breves referencias a la
“enfermedad del beso”, también llamada “fiebre de los enamorados”, pero
nada o casi nada se dedica a los mecanismos íntimos de la acción y efecto de
de besar. Grave negligencia, pues aunque todo el mundo sabe lo que es besar,
y si se lo propone podría hacerlo sin ninguna instrucción, difícilmente se le
podría recomendar ningún libro para aprender a hacerlo de acuerdo con las
bases fisiológicas y anatómicas adecuadas.
Sin duda, todos sabemos, sin necesidad de instrucción, que los besos son más
que tacto y mecánica, y que los labios son más que piel y músculos. De hecho
se componen de un complicado entramado de fibras musculares y elásticas, de
nervios y vasos sanguíneos que les confieren una elevada movilidad y
sensibilidad. Lo fundamental de los labios, no es su tamaño, textura o color, la
clave está justamente en su sofisticada movilidad y sensibilidad. Pensemos
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que, junto con la lengua, son los músculos de nuestro organismo que menos
tiempo pasan quietos; no paramos de hablar, deglutir, comer, gesticular,
besar. Alguien ha dicho que si los labios fuesen penes estaríamos en continua
erección.
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manos, que más sentimos y movemos, y por eso son las zonas del cuerpo que
precisan de una mayor parte de cerebro para su control. Además, en los labios
hay glándulas sebáceas, tanto en el exterior como en el interior, en las que se
producen y liberan feromonas, esas misteriosas sustancias que aun sin que
seamos conscientes de ellas, las “olfateamos” y nos atraen o nos repelen
sexualmente.
En segundo lugar para besar está la lengua, acaso el más persistente y vital de
todos los órganos sensoriales y motores, siempre dispuesta a la acción cuando
se la precisa. En tercer lugar esta la nariz, otra frontera natural entre el fluido
exterior y la intimidad. Dicen que el olfato es el sistema sensorial más
directamente conectado con el cerebro emocional, por donde apenas sin
enterarnos penetran en nosotros los estímulos sexuales más “básicos”, así
como los más memorables. Las narices con sus olores, los labios con sus
sensibles roces, la lengua con sus infinitos movimientos y sabores, los besos y
sus memorias, todos esos órganos y sistemas son partes esenciales del beso y
también de la afectividad humana. Curiosamente todo ello está situado en una
zona bien pequeña del cuerpo, pero posiblemente la más importante, la cara,
que es como nuestra ventana al mundo. La cara es esa máscara que nos
convierte en protagonistas de la película de nuestra vida, que nos hace
personas “individuales”.
Pero, como diría Jack el Destripador, vayamos por partes, empezando por lo
más simple y acabando por lo más complejo. Volvamos a los labios, y a su
famoso músculo el “orbicular de los labios”. Es una especie de motor muy
curioso, que se sitúa alrededor de la boca, justo debajo de la piel de los labios,
abarcando desde su origen debajo del tabique nasal hasta su finalización en la
comisura de los labios. Se fija en la propia piel y en la mucosa interna de los
labios y es muy flexible, potente y adaptable. Conviene saber que es el único
músculo de toda la cara que sirve para proyectar los labios en actitud de besar,
aunque también sirve para otras cosas más sofisticadas, como soplar, silbar o
articular sonidos. Todos los demás músculos de la cara - y hay docenas -
sirven para retraer los labios, y por lo tanto se usan para hacer otras cosas,
como reír, masticar, sorber hacer gestos etc. pero no son esenciales para besar.
Ahora bien, todo beso es algo más que un simple movimiento, es una
conducta. La simple contracción del músculo orbicular da lugar a un modo de
besar muy elemental, muy primario, nada sofisticado ni “cinematográfico”,
“un piquito”, algo que hacen hasta los peces. Para esos inocentes besos
labiales se usa sólo el músculo orbicular, pero a veces ese simple movimiento
se relaciona con otros mecanismos más sofisticados, y entonces estaríamos
ante otros besos, como los “de tornillo”, por poner un ejemplo bien
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ilustrativo. Para estos hay que utilizar los labios, la lengua, los músculos del
cuello, las manos, etc. Las cosas se complican.
Para besar, además de los labios, usamos la lengua. Esta es simplemente una
gran masa de músculos sin huesos, por eso es tan móvil, flexible, dúctil,
maleable y sensible, y sus complejos movimientos se controlan a través de las
órdenes que trasporta el “nervio hipogloso”, o “XII par craneal”. La lengua
además de un órgano motor es un órgano sensorial, y las sensaciones que
percibe son de varios tipos, unas esencialmente táctiles, las cuales se recogen
por el “nervio facial”, y otras gustativas, las que son recogidas por las
llamadas papilas gustativas y trasladadas al cerebro en parte por el “nervio
facial” y también por el llamado “nervio glosofaringeo” o “IX par craneal”.
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Claro que cuando todo eso acontece en el transcurso de un beso, casi nunca
nos enteramos de casi nada, y menos mal, pues si necesitásemos estar
informados de todo ello y tuviésemos que manejarlo todo voluntariamente, no
nos bastaría con una carrera y dos master en besos para hacerlo con un
mínimo de pulcritud. Besar es una cosa espontánea y agradable, y no
conviene complicarla en exceso. Pensemos que cualquier interferencia, un
simple ruido, ciertos olores o sabores, un chicle… suele acabar con la magia
del beso. Si exceptuamos la saliva, o las feromonas, todos los demás
convidados al beso son poco o nada deseables, ya sea carmín, tabaco, alcohol,
chicles, alimentos, dientes o, por que no decirlo, la terrible halitosis. Casi
todo, casi siempre, son molestias para el ejercicio placentero del beso.
Déjeme que le relate un par de curiosidades sobre ello. En primer lugar una
anécdota, que relata en su libro la periodista Adriane Blue, sobre el carmín y
los besos. Al parecer la conocida casa Max Factor tuvo que diseñar una
máquina de besos para probar la duración y resistencia de sus pintalabios,
pues las probadoras contratadas acababan realmente agotadas del fatigoso
trabajo de besar profesionalmente. Por cierto que la costumbre de pintarse los
labios es muy vieja. Se sabe que la reina Puabi de la antigua ciudad de Ur,
hace más de cuatro mil quinientos años ya usaba pintalabios, y hay un papiro
egipcio de 1150 a.J.C., con una escena de un burdel de la ciudad de Tebas en
el que una joven semidesnuda se aplica color en los labios ante u espejo,
mientras que el cliente sostiene como puede una potente erección. Los labios
son el mejor anuncio de los “labia” vaginales. Pero de eso ya hablaremos.
Otro hecho curioso es la relación entre el olfato y los besos, cuestión ésta que
ha sido examinada en profundidad por Victor Johnston, profesor de
biopsicología de la Universidad de México, y según dicen uno de los mayores
expertos del mundo en los mecanismos de percepción de la belleza. Señala el
autor que durante los besos se produce una intensa transmisión de feromonas
secretadas por las glándulas sebáceas de la piel facial. Cuando besamos la
nariz entra en contacto con estas sustancias tan interesantes como poco
conocidas, que tanto influyen en el comportamiento sexual de los seres
humanos. Aun no conocemos bien cuales son estas sustancias, ni como
actúan, pero los expertos coinciden en que durante los besos el contacto
facial, los roces de la barba y bigote con la nariz, etc. actúan como elementos
estimulantes de la secreción y transmisión de feromonas. ¿Quién iba a pensar
que los besos con bigote podrían resultar tan placenteros?
Así pues, queda claro que eso que nos parecía tan sencillo, contraer un simple
músculo, proyectar los labios hacia delante, pegarlos a algo o a alguien, y
disfrutar… resulta ser un laberinto de mecanismos complejos, en el que están
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implicados varios nervios, diversos músculos y diferentes órganos y
funciones sensoriales y motoras.
Baste saber que los besos practicados con suficiente intensidad, tanto como
preparación a la cópula como durante ésta, producen aumentos de las
pulsaciones, de la presión sanguínea y de la respiración. Por ejemplo, el
número de pulsaciones, que normalmente es de 70 a 80 por minuto, se eleva a
90 ó 100 durante los besos que se dan al inicio de la actividad sexual, aumenta
hasta 130 durante la meseta, y pueden llegar hasta 150 en el orgasmo. La
presión sanguínea, que puede estar entre 90 y 120 en reposo, se eleva a 200 en
un beso profundo, y puede llegar a 250 en el clímax sexual. Con el beso la
respiración se hace más profunda y más rápida, entrecortada, y al acercarse el
momento del orgasmo se convierte en un jadeo, a menudo acompañado de
gemidos u otras expresiones sonoras. Al final del acto sexual, el rostro suele
estar contraído, la boca abierta, las ventanas de la nariz dilatadas, etc. Si se
pudiera contemplar a si mismo en ese momento es como si fuese un atleta en
pleno esfuerzo. Por eso a veces se prohíbe el coito a los que padecen alguna
patología cardiaca grave, y en esos casos los besos y las caricias serían más
recomendables y no tienen por que resultar “eróticamente” insatisfactorios.
Pero sigamos, pues aun nos quedan muchas cosas por explicar sobre la
mecánica del beso. Ya hemos dicho que cuando besamos, además de los
labios, la lengua, la mandíbula y la cara, estamos usando más de treinta
músculos y un sinfín de mecanismos sensoriales, vegetativos y hormonales.
Por ejemplo, usamos el cuello, los hombros, la espalda, las manos, el olfato,
la circulación sanguínea, el corazón, las glándulas endocrinas y… en realidad
usamos todo el cuerpo. Esa forma de contemplar la mecánica del beso es más
compleja, pero también más ajustada a la realidad. Pensemos que la estructura
de los órganos (anatomía) y su funcionamiento (fisiología), están relacionados
con el uso que hacemos de ellos, hasta el punto de que decimos que “la
función hace al órgano”.
Veamos, antes de que sepamos besar, la contracción del músculo de los labios
sirve para chupar, mamar, succionar o ayudar a sujetar los alimentos. Una vez
atrapados con los labios, los trasladamos al llamado vestíbulo de la boca, que
es la zona situada entre los labios y los dientes, y de ahí hacia atrás, hacia la
cavidad bucal propiamente dicha, para proceder a masticarlos, ensalivarlos y
deglutirlos. Así pues, en un sentido anatómico y funcional estricto, la
conducta de besar sería algo “no natural”, más bien artificial, adquirida por
sofisticación de la conducta innata de succionar o chupar, que es exclusiva y
peculiar de los mamíferos. No sabemos si otros animales “no mamíferos”
besan, pero en principio no parece que lo que hacen los pájaros, los peces o
reptiles sea besar, aunque a veces juntan los picos o los morros. Por lo tanto
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podríamos decir que besar viene de mamar. Ahora bien, puesto que tenemos
constancia de que todos los primates, y más concretamente los pertenecientes
al género homo, llevamos millones de años usando los labios para besar, tal
vez esa función ya forme parte de las funciones anatómicas y fisiológicas de
los labios y la boca. Besar es como un instinto, pero un “instinto abierto”,
que partiendo de unos movimientos simples e innatos, se va complicando por
adición de sucesivas capas de cultura y carmín.
Pero ¿que pasaría si a un niño nunca, nadie le diera besos?, ¿sabría besar? Ese
experimento, pese a ser una autentica atrocidad, ya se ha hecho
“científicamente” – por decirlo con suavidad - y el resultado fue una
verdadera catástrofe. Simplemente, ninguno de los niños sobrevivió para
contarlo. Ya lo he dicho, los besos son cosa seria, no conviene dejarlos en
manos de los investigadores, usted bese y acepte ser besado más y mejor,
pues beso que no se da, beso que se pierde.
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los neuroanatomistas y neurofisiólogos denominada tradicionalmente
“homúnculo”. Es algo así como si en el cerebro hubiese un hombrecillo
deforme que representa la imagen que el cerebro tiene del cuerpo que
controla. En ese homúnculo, los tamaños proporcionales a las diferentes
partes del cuerpo son distintas de las reales. Concretamente tiene la cara, la
boca, los labios y las manos enormes, y el tronco, las piernas, los pies, etc.
muy pequeños. Eso se debe a que para controlar las manos o la lengua se
necesitan muchas neuronas que para otras partes, y por otra parte la cantidad
de sensaciones que llegan al cerebro desde ellas es mucho mayor que desde
otras partes del cuerpo.
Pero, ¿qué es lo que ocurre con las sensaciones que recibimos en los labios?,
¿dónde van y como se procesan esas sensaciones? Veamos, lo esencial es que
los nervios facial y trigémino recogen esas sensaciones y las transportan al
cerebro. Concretamente esas señales llegan a unos núcleos situados en el
tronco del encéfalo, desde donde son trasladadas a otro núcleo que está en el
centro del cerebro llamado “tálamo” (que curiosamente significa “cama de
matrimonio”). Este es como un filtro sensorial que selecciona y filtra lo
realmente importante entre los millones de señales que recibimos en cada
momento, ignorando lo superfluo. Podemos especular que cuando estamos
dando o recibiendo un “beso erótico” el tálamo se centrará en los aspectos
“sexuales” del contacto, en el olor, la suavidad, la ternura, la entrega, la
belleza… de la otra persona, mientras que si, por ejemplo, se trata de un beso
de saludo, se ocupará justamente de no dejar pasar los aspectos sexuales de la
persona besada, no sea que nos confundamos y nos demos un “morreo” con
quien no debamos. ¿Se entiende, verdad? Pues sigamos. Una vez que ha
filtrado las sensaciones, el tálamo envía señales a otras partes del cerebro,
esencialmente a la corteza gris, concretamente a una zona situada en la parte
lateral y superior del cerebro (parietal), y también al llamado “sistema
límbico”, que es algo así como un “mini-cerebro emocional” que todos
tenemos en el centro de nuestro cerebro.
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emocionales. La palabra “límbico” significa frontera, y la usó por primera vez
a finales del el siglo XIX un neurólogo llamado Broca, quien observó que esa
parte del cerebro estaba conectada directamente con el nervio olfatorio, por lo
que inicialmente a ese conjunto se le denominó “rinencéfalo” (de “rinos”,
nariz, y encéfalo, cerebro). Se trata de una compleja formación neuronal que
está situada en el centro geométrico del cerebro, algo así como el “cogollo” o
el corazón del cerebro. Lo forman varias estructuras de nombres tan extraños
como hipotálamo, hipocampo, amígdala, septum pelúcidum, cuerpos
mamilares, etc. Todas ellas, para explicarlo de forma sencilla, son las que
controlan las respuestas emocionales y la memoria emocional. Es algo así
como un cerebro afectivo, en contraposición a la corteza cerebral (la materia
gris) que sería el cerebro racional. El sistema límbico se conecta con muchas
otras estructuras cerebrales, por ejemplo con las zonas motoras que controlan
la expresión facial. Cuando nuestra cara refleja alegría o miedo, placer o
cariño, es este sistema el que está enviando señales a las zonas motoras del
cerebro y este a su vez a los músculos de la cara para que expresen dichas
sensaciones. De ahí que la “expresión emocional” resulte tan difícil de
controlar racionalmente, salvo que seamos grandes actores, y que sea tan
peculiar y personal de cada uno de nosotros, y eso incluye como sentimos,
hablamos o besamos. Algo así como “dime como eres y te diré como besas”,
¿o sería al contrario?
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mecanismos vegetativos como la respiración, el ritmo cardíaco, la tensión
arterial, el tono muscular, la salivación o la secreción hormonal. De ahí que
un beso apasionado nos acelere el pulso, nos corte la respiración, nos relaje la
musculatura o nos ponga a cien la adrenalina. De ahí que besar o ser besados
sea tan placentero, ó, en ocasiones, tan desagradable. De ahí que los besos y
los versos estén tan íntimamente unidos. De ahí, en definitiva, que de los
besos al cine no haya más que un breve guión.
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percepción del dolor, etc. En fin el cerebro en pleno parece estar preparado y
dispuesto a intervenir cuando damos o recibimos besos. El cóctel
neurohormonal resultante de un beso profundo y excitante es de tal
complejidad e intensidad que se comprende que su dicha experiencia pueda
resultar tan turbadora, placentera y cautivadora como el propio acto sexual.
Así pues, ya sabe, si anda mal de ánimos aplíquese como autoterapia una
sesión de besos al día. Ya me dirá que tal le sienta.
Obviamente los mecanismos cerebrales y hormonales son tan complejos que
no podemos pretender explicarlos en cuatro párrafos. Tampoco es ese el fin
de este libro. Pero si he pretendido al menos que su exposición, siquiera
superficial, nos permita reflexionar sobre lo complejo que es manejar con esa
natural destreza nuestra lengua o nuestros labios, y percibir tantas cosas a
través de esos pocos centímetros de piel especializada. También debemos
reflexionar sobre las maravillosas tareas que nuestro cerebro realiza sin
necesidad de que nos percatemos. Es capaz de integrar en sus complicados
mecanismos los aspectos instintivos, sexuales, sociales y culturales de
cualquier conducta, incluyendo los besos. Para la especie humana los labios,
la boca, las narices son muy importantes, y en consonancia tienen una parte
muy grande del cerebro ocupándose de ellos. No en vano por los labios entra
y se va la vida. Por ellos las canciones de cuna y las mentiras, la mordedura
sangrienta y la más tierna de las caricias.
Besar es, ya lo dije, mucho más que tocar con los labios. Besar es algo más
que un instinto básico, es un comportamiento natural, pero muy cultivado, que
integra la genética con el aprendizaje, la crianza con la erótica, la biología con
la cinematografía. Parafraseando el famoso “todo está en los libros”,
podríamos asegurar sin exageración que “todo esta en los labios”.
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3. ELLOS TAMBIÉN BESAN.
Pero si aplicamos al asunto menos poesía y más lupa veremos que tenemos
ante nosotros los dos modelos esenciales de lo que podríamos considerar los
orígenes del beso: el erótico-olfatorio, y el nutricional-bucal. Puede que ese
“picoteo” sea el primer vestigio filogenético del beso, aunque sin duda se trata
de una afirmación que puede resultar controvertida. Se sabe que si a un pájaro
le extirpamos esas glándulas sebáceas su pareja le abandona, así pues esos
besos eran simple química, aunque ¿los nuestros qué son, cine o bioquímica?
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El hombre es un animal racional que actúa tantas veces de modo contrario a la
racionalidad que da miedo pensarlo. El primate que llevamos dentro sale
violentamente y nos apea del trono de reyes de la naturaleza. La observación
de las semejanzas y discordancias entre las conductas animales y humanas, y
cómo estas se fundan o evolucionan a partir de ciertos comportamientos
animales, es una interminable fuente de interrogantes y conocimientos, que
trasciende desde la zoología a la antropología y se proyecta en áreas tan
humanas como la psicología, la sexología, la sociología, la política o la
economía, y, por qué no, también en esta pretendida “teoría unificada del
beso” que pretendo desarrollar. De todo ello se ocupa esa joven ciencia que es
la etología. Pero ¿que pueden enseñarnos los animales sobre los besos?
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Muchos animales juntan sus labios. Los periquitos se besan según mis hijos,
también parece que lo hacen ciertos peces que salen en sobremesa de “La2”.
Chita besa a Tarzán insistentemente, y hasta Karpi, el perrito de mi amigo
Javier, me recibe siempre con un beso cariñoso. Ahora bien, la inmensa
mayoría de los expertos e inexpertos que hemos consultado, piensa que eso no
son besos. Los seres humanos somos la única especie animal que ejecuta e
interpreta el beso más allá de una mera cuestión fisiológica, aseguran, aunque,
como veremos, los chimpancés o los bonobos también usan el beso como un
elemento comunicativo.
Hay quien asegura que el beso surgió cuando los pájaros trataban de alimentar
a sus crías “pico a pico”. Otra teoría sugiere que el beso es un residuo de la
conducta primitiva de mamar, porque al besar se recuerda la seguridad y
satisfacción que se obtenía al ser alimentado por la madre. Otros dicen que se
trata de un vestigio de la comprobación olfatoria que los animales usan para
reconocer a otros animales. Según el profesor, Zamorano, psicólogo e
investigador del “Center for Marine Mammals Research”, el abrazo y el beso,
tal y como lo entendemos en este libro, no son conductas exclusivamente
humanas, sino que se dan en especies animales como los chimpancés. Para
ellos el beso puede considerarse como una prolongación del dar de comer
ritualizado con los labios, la lengua, etc. Una prolongación, pero son sólo el
rito meramente alimentario.
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De este modo, Eibl-Eibesfeldt explora multitud de gestos asociados a una
amplia gama de emociones (ira, vergüenza, miedo, alegría), y también actos
motores explícitos como sonrisas, pataleos, rechazos, etc. Además comprueba
y ratifica sus hallazgos mediante la comparación de “etogramas” de diversas
especies genéticamente próximas, y mediante el estudio de patrones similares
entre seres humanos de diversas zonas culturales (waikas, kungs, inuits,
hotentotes, occidentales, etc.). De esa forma llega a la conclusión de que hay
muchas similitudes “pre-programadas” en los gestos que expresan emociones
(timidez, rechazo, miedo…), en los saludos (con las cejas, con la mano…), y
también en los abrazos y besos. Para él éstos ya están presentes en los
chimpancés y gorilas, así como lo están las muecas bucales que significan
amenaza. También observa que los comportamientos violentos siguen
patrones comunes en diversas especies próximas. Así describe que cuando
estalla una batalla entre chimpancés y otros monos cercanos, a menudo
acaban reconciliándose con abrazos, besos y caricias. En definitiva se trataría
de pautas comunes, innatas, preprogramadas, y con un correlato equiparable
en los seres humanos.
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Puede especularse, al socaire de tales observaciones, que hace milenios,
cuando aun no existía el lenguaje hablado, los protohumanos (o los homínidos
antecesores) se comunicaran más “no verbalmente”, es decir mediante signos
y señales, que verbalmente. El elemento más comunicador después de la
palabra, no es el silencio, como dicen algunos, es el gesto. Los seres humanos
nos comunicamos tanto o más no verbalmente que verbalmente, aunque
muchas veces no seamos conscientes de ello. Pero no somos los únicos que lo
hacemos, también lo hacen los animales. Los etólogos han estudiado y
comparado los sistemas de comunicación de los humanos y algunos primates
y han evidenciado que nos parecemos bastante a los simios en muchos de
nuestros gestos comunicativos. Uno de los ejemplos más curiosos de similitud
entre hombres y primates es el saludo. Todos los animales salvajes se saludan
entres si y los simios lo hacen de una manera muy parecida a los hombres.
Jane Goodall, la famosa escritora y etóloga, que convivió con los chimpancés
en la selva, describió magníficamente como se abrazan y se besan. El saludo
es habitual entre los chimpancés, y casi siempre cumple el propósito de
reafirmar la posición del uno con respecto del otro, y es mucho más expresivo
cuando los implicados son buenos amigos. En uno de sus textos nos cuenta
cómo Goliat - uno de sus chimpancés - solía rodear con sus brazos a David –
otro conocido suyo - al tiempo que cada uno ponía sus labios en el rostro o
cuello del otro, mientras que un saludo entre el mismo Goliat y Mr. Worzle –
otro chimpancé extraño – se limitaba a algún contacto ocasional. También
comprobó que cuando un chimpancé se ausenta largo tiempo de la manada, al
volver a ésta es recibido con grandes muestras de alegría por los demás, la
cual expresan a través de los besos y abrazos que le dedican en tropel. Es bien
conocido que cuando los chimpancés en libertad se encuentran después de un
largo periodo de tiempo se saludan con la boca, mediante una ostentosa
profusión labial, al tiempo que emiten sonidos, y cuando se aproximan pegan
su boca abierta al otro y aprietan firmemente. Según Gordal, esto lo hacen
como una manifestación de euforia, pero también cuando están muy excitados
por la comida.
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con una especie de canuto que elabora a partir de una rama y que introduce en
el los hormigueros para succionar las termitas. A partir de esas y otras
observaciones, concluye que las posturas y gestos mediante los cuales se
comunican los chimpancés, tales como besos, abrazos, cogerse de la mano,
golpearse unos a otros la espalda, pavonearse, darse puñetazos, tirarse del
pelo, hacerse cosquillas, etc., no sólo son muy parecidos a los nuestros, sino
que los utilizan en los mismos contextos y con significados semejantes. Es
decir que besan y saben besar, otra cosa es que sepan que saben besar.
Nos saluda desde la selva un primate muy antiguo, nos manda besos, que se
parecen mucho a los nuestros. No sabemos de quien los han heredado ellos,
no sabemos hasta que peldaño de la escala filogenética hemos de remontarnos
para encontrar el primer beso. Tal vez todos los animales labiados lo hagan,
tal vez todos los mamíferos, puede que también las aves, pero casi seguro que
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no lo hacen los reptiles, ni los peces, ni aun menos los invertebrados, ni los
protozoos, aunque vistos al microscopio algunos seres unicelulares parecen
ser todo boca y fundirse en besos literalmente devoradores.
Lo lógico sería empezar a buscar en las especies que necesitan alimentar a sus
crías, no antes. Los peces no lo hacen, ni tampoco los reptiles. Las aves y los
mamíferos si lo hacen. Los félidos, desde los gatos a los leones, lo hacen.
También los cánidos salvajes lo hacen en ocasiones. Los perros domésticos no
tanto, no lo necesitan. Pero en todos ellos, se aprecia una continuidad entre
conductas alimenticias y contactos labiales. Las crías mamíferas primero
maman, luego estimulan a sus ancestros para que les den de comer algo más
sólido, luego juegan a juntar labios, a olisquearse, a morderse, y al final
acaban copulando y engendrando cachorritos. Estos nacen débiles y
necesitados de cuidados, y sus amantísimas madres no dudan en prestárselos.
Se trata de un todo continuo entre la crianza y la gastronomía, entre la
nutrición y la sexología. Comerse a besos a alguien, ya sea bebé o madre, no
es sólo una expresión emocional, es una evidencia etológica.
Cuentan que la etóloga Dian Fossey era una gran amante de sus gorilas, hasta
el punto de preferirlos a los seres humanos de aquellas tierras, incluyendo los
cazadores blancos armados con rifles y pistolas, como ella misma. Dicen que
fue la primera mujer besada por un gorila salvaje. Le costó meses
aproximarse a ellos, ser tolerada y aceptada, antes de que se entrecruzaran
caricias y besos de afecto y saludo. ¿Quién sabe si incluso eróticos? Pero un
día la famosa Fossey marcho a contar al mundo sus idilios y tardó en regresar
mucho tiempo. Cuando volvió, algunos gorilas habían muerto, otros
envejecido, y otros crecido, y tuvo que ser de nuevo paciente y prudente con
esas madres de ciento y pico kilos dispuestas a lo que fuese por defender a sus
criaturas. Pero, eureka, un buen día volvió a toparse con la una familia
conocida, y poco a poco fueron prestando atención a sus sonidos y gruñidos
“gorilescos” de salutación, y así la fueron reconociendo, al principio con
cierta displicente lejanía, luego se aproximaron a ella y la olfatearon, y de
repente, un par de enormes madres gorilas “la abrazaron” tiernamente, y
vinieron las demás hembras, y sus hijos gorilitas, y se pusieron a tocarla
suavemente con los labios, a mordisquearla, a… besarla, y ella, embargada
por la emoción, se puso a llorar (la cursiva es mía). Es una pasada leer su
famoso libro, lleno de emociones y ternuras, también de tragedias y sangre:
“como los besos”.
Los gorilas besan y copulan como fieras. Rápido, potente, por la espalda y sin
demasiadas carantoñas. Son unos verdaderos animales, tiernos pero muy
brutos. Y no son los únicos, pues de hecho, hasta no hace demasiado tiempo
los machos humanos presumían de ser rápidos y seguros eyaculando, sin darle
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demasiadas oportunidades al sensible y tímido clítoris femenino. ¿Pero por
que digo esto?, pues por que una de las cosas más interesantes que hemos
mejorado los homínidos sapiens sobre las bestias homo es el coito frontal, y
eso, según algunos etólogos, se debe al beso, una adquisición que como
conducta formalmente compleja se remonta a ciertos tipos de primates muy
avanzados, como los bonobos.
Los bonobos no hablan, pero al parecer son muy listos. Son unos chimpancés
maravillosos que parecen humanos en muchas cosas, por ejemplo, en que
practican la cópula frontal y se besan eróticamente. Esta es, según los
expertos, la cuestión clave. Concretamente la antropóloga americana Helen
Fisher relaciona esta conducta con cosas tan complejas como el amor de la
pareja o el embarazo fuera de las épocas de celo, que a la postre son los
responsables de la expansión demográfica de la humanidad. Los bonobos se
parecen mucho a lo que podría haber sido nuestra madre Eva. Otros dicen que
fue Lucy, la famosa austalopiteca africana, que podría haber practicado el
sexo frontal, y posiblemente descubriría el erotismo del beso, y se haría adicta
a practicarlo. Todo pudo empezar con el beso nutricio usado con sus crías,
luego el macho pudo haberlo usado por imitación, y luego los dos lo habrían
practicado con afectividad y asiduidad, hasta hacerse abusadores del beso.
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erótica, con labios, lengua y boca. Los chimpancés comunes simplemente
juntan sus bocas abiertas, pero no las lenguas. Las observaciones de Jane
Goodal y Frans de Waal son claras al respecto. Ellos opinan que los bonobos
son los primeros seres, evolutivamente hablando, que pudieron practicar el
sexo frontal, el beso erótico y que disfrutaron del placer sexual por el simple
hecho de practicarlo, no necesariamente para reproducirse, y que tanto en
libertad como en cautividad los bonobos son verdaderos adictos sexuales.
Según Blue, en desafortunada extralimitación, serían los inventores del
Kamasurtra y, en cierto modo, los primeros habitantes del Paraíso, y por lo
tanto, los primeros pecadores. Según estos expertos, la relación entre esa
desaforada sexualidad y su elevada inteligencia no es casual. El beso y el sexo
son utilizados por muchos animales, pero sólo por ciertos primates - algunos
chimpancés y los bonobos - como conductas de relación divorciadas de la
reproducción. Usan el beso como forma de apaciguamiento, para reducir la
tensión, para celebrar la caza o para sentirse seguros. Esos son elementos
claramente comunitarios, sociales, los primeros vestigios etológicos y
filogenéticos de la cultura. ¿Cómo sino se puede interpretar que los bonobos
se exciten sexualmente, hasta el punto de alcanzar una erección ostensible con
el estímulo de la comida? Según parece, cuando comen o van a hacerlo se
excitan sexualmente, y, ya se sabe, después de una buena comida, viene una
buena siesta, y… lo que se tercie. Podría decirse que el lazo entre comida y
sexo viene de los pájaros, pasa por los chimpancés y acaba en el “macho
ibérico”.
Bromas aparte, lo que es evidente es que los más inteligentes de los monos,
actuales, y tal vez los más listos de los paleoprimates, son los primeros que
desarrollaron algo así como una cultura del sexo, y siempre con el beso como
protagonista. El beso es señal, lanzadera, nexo, origen y fin en si mismo. Es
bastante más que plausible que los bonobos, o sus semejantes
paleontológicos, los que enseñasen a otros homínidos de piel más clara y
andar erguido, las maravillas del beso. O tal vez estos ni siquiera lo
necesitaron, pues el beso es tan potente que no necesita ayudas para abrirse
camino. Del beso al sexo, y de este al amor, y a la inteligencia, y a la cultura,
y conste que esto no es una exageración.
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cierto momento evolutivo y ciertas especies muy desarrolladas, se practica el
coito frontal. Según Blue, esa costumbre está relacionada con el beso, y a la
postre contribuye a que la sexualidad femenina mejore, pues el cara a cara
permite mejorar la intimidad, la ternura, la comprensión, la seguridad y la
intensidad del roce genital que las hembras precisan para lograr el orgasmo.
Todo empezó, según ella con un beso; del beso al coito frontal, de este a la
necesidad de tumbarse, de estar mullidos y de necesitar cama y casa, todo es
un continuo interminable. Del beso a la comodidad, a la construcción de
viviendas, a la búsqueda de la intimidad para besarse y copular… y de ello a
la especulación urbanística, a la hipoteca y a la aburrida vida hogareña llena
de besos y besitos, no hay más que un largo proceso de hominización. En fin,
hay que ver que complicado puede resultar besarse. Si aun eres joven y no has
besado a nadie, antes de hacerlo piénsalo, no sea que luego tengas que
arrepentirte. Es broma, pero tengo un amigo que asegura que el que nos guste
besar a las mujeres, y el hecho de que estas necesiten orinar sentadas, tienen
la culpa de todos los males de la humanidad, incluyendo la especulación
urbanística.
Puede que todo eso no sea más que otra forma de especulación, y no conviene
olvidar que la cuestión clave era, por si no lo recuerda, si los animales
irracionales se besan, si es así, por qué lo hacen, y si los humanos lo hemos
heredado evolutivamente de ellos. En nuestra opinión el meollo de la cuestión
radica en el desarrollo del cerebro emocional. Todos los animales que tienen
un desarrollo suficiente del cerebro como para disponer de ciertas estructuras
que hemos llamado “cerebro límbico” manifiestan emociones y afectos, los
cuales se traducen en la relación entre ellos mediante conductas de cuidado,
protección, nutrición, saludo, contacto, besos, sexo, etc.
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punto de vista de la herencia filogenética en el cerebro pueden distinguirse
tres partes: 1ª el paleoencéfalo, constituido esencialmente por el tronco
cerebral, herencia del cerebro reptiliano y fuente de la agresividad y de las
pulsiones primarias; 2ª el mesocéfalo, constituido por el sistema límbico, que
sería una herencia de los primeros mamíferos y la sede de los fenómenos
afectivos y de la memoria; y 3ª el neocéfalo, formado por la corteza cerebral,
que es la más específica de los mamíferos superiores y primates, y que se verá
coronada por el “neocortex” (corteza prefrontal) en el homo sapiens y que es
donde se procesan las operaciones lógicas y los conceptos abstractos.
Dicho más sencillamente, el sistema límbico, esa zona del cerebro con la que
nos emocionamos, nos enamoramos, nos apasionamos, o nos enfadamos, la
compartimos con las vacas. Por eso las vacas cuidan tan tiernamente a sus
terneros, de modo no muy diferente a como una madre cuida a su bebé. Que
éstas además de emocionarse con la maternidad, tengan capacidad para
reflexionar sobre ello y preocuparse de aprender a hacerlo, es otra cuestión.
Pero las vacas también lo sienten y prueba de ello es que están dispuestas a
cualquier cosa por proteger a sus terneritos, de modo semejante a lo que una
madre sería capaz de hacer por proteger a su tierna criatura. Esto es una
evidencia, nos guste o no.
Es decir, podemos asegurar que esos besos tan tiernos, cariñosos, gratificantes
y estimulantes que damos a nuestros niños, en el fondo los hemos heredado
de las vacas. Todos nosotros sabemos que si tenemos hijos no es para que nos
quieran, sino para que se dejen querer. No para que nos besen, sino para que
se dejen besar. Por cierto, ¿cuándo se siente más un beso, cuando se da o
cuando se recibe? No lo se, eso allá cada cual, pero lo que usted y yo si
sabemos es que “sabemos que es besar” y las vacas no. Nosotros podemos
decirlo con palabras y ellas no, tenemos lenguaje articulado y semántico, y
ellas no, al menos no lo parece.
Pues bien, para acabar este apartado, déjeme que le cuente un cuento
evolutivo sobre la relación entre el beso, el lenguaje y la cultura:
“Existió una vez un sitio muy hermoso llamado Paraíso, donde vivían unos
descendientes de los bonobos, un tal Adan y una tal Lillith, amigos de una tal
Eva, que como tenían mucho tiempo libre, se entretenían haciéndose
carantoñas y así, como quien no quiere la cosa aprendieron a besarse, y
enseguida se percataron de lo divertido que era y poco a poco lo fueron
perfeccionando, hasta llegar a practicarlo con pasión y locura. Y un beso les
llevó a otro beso, y de ese a la cópula, que como estaban besándose lo
hicieron cara a cara. Al principio les daba un poco de precaución, como que
sintieran vergüenza, pero luego se pasaron en pleno al coito frontal, y así
fueron besándose, y copulando, y cada vez con más intimidad, lo que les
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facilitaba el verse las caras y reconocerse y “enamorarse”. Así fue como poco
a poco se fueran haciendo íntimos y de hacerlo con cualquiera pasaron a la
pareja estable y practicante de sexualidad privada. En estas estaban cuando
Dios se enteró de tales coyundas y viendo el peligro de pecado que suponían,
les expulsó del Paraíso. Y luego vinieron el pudor, y los vestidos, y buscarse
la cueva para evitar la intemperie… y de ahí a la choza, y al pisito, y las
cortinas y las cenas familiares, todo fue uno, total un millón de años. Pero al
tiempo que eso sucedía, ocurrió otra cosa muy interesante. Como sabemos
ellos usaban la boca no sólo para comer y besar, sino también para emitir
sonidos guturales. Así fue como un buen día aquellos dos primeros
australopitecos enamorados hasta las cachas y adictos a besarse y copular, se
dijeron algo, una tontería, un ruidito de nada, pero les hizo gracia y lo
repitieron y aprendieron a reconocerlo y a usarlo para llamarse entre ellos.
Ella, un suponer, pudo emitir un sonido gutural de expresión de placer, y él le
pudo responder con un requiebro tierno, y, ya se sabe, que si no me entiendes,
que si lo único que quieres es sexo… acababan de inventar las primeras
palabras, y una vez inventadas, los monos se convirtieron en humanos. Y,
colorín colorado…
Después de las palabras viene la historia. Todo lo que hay después del
inventado el lenguaje es cultura. La palabra es el gran invento y el gran
inventor. Uno no sabe bien que fue antes, si los dioses o las palabras, o si son
la misma cosa. De hecho ni siquiera la Biblia lo aclara. Lo cierto que por
pasarse de “listos”, a ambos padres primerizos los expulsaron del paraíso, y
luego vinieron las preocupaciones, y los pecados y la voz de la conciencia,
que no es otra cosa que eso que llamamos “mente humana”
35
de ser más maleables. El beso es algo más que un acto, es la gran metáfora, y
si no que se lo digan a los poetas.
Ya sabemos mucho más de los besos, pero seguimos sin saber si mis
periquitos se besan. Ellos tampoco lo saben, ni falta que les hace. Parecen tan
felices en su prisión-jaula, que no quieren salir de ella pese a que les abramos
la puerta. Tal vez el complejo mundo “hipertecnológico” que les rodea no les
guste. Pero eso ya es harina de otro costal, concretamente del costal de la
antropología.
36
4. EL GRAN BESADOR.
En relación con el tema que nos ocupa, la antropología nos permitirá saber si
los seres humanos de diferentes épocas, culturas, países y pueblos ostentan
diferentes maneras de besarse, así como los usos, significados o simbolismos
que aplican a sus besos. Eso en teoría, pues luego, en la práctica, la atención
prestada por la antropología al beso es tan limitada como la de casi todas las
demás ciencias. Por ejemplo, es ingente el número de publicaciones, libros,
documentos gráficos, etc. que los antropólogos han dedicado al vestido, la
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danza, o los rituales sexuales, pero es muy limitada la dedicada concretamente
al beso. Aun así no nos desanimaremos y entraremos en materia.
Los dos puntales claves desde el punto de vista antropológico, son: En primer
lugar, podemos decir que el ser humano es el animal más besador de todos,
casi podríamos asegurar que el ser humano es (con perdón por el latinajo) una
especie de “homo osculator”. En segundo lugar, las dos configuraciones
significativas básicas del beso son su función de conducta comunicativa
(señal, saludo, rito…), y su uso como parte del repertorio emocional
(afectividad, sexualidad, sentimiento). Veamos todo ello con algún
detenimiento.
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anatomía sino en sus modos de expresión y formas de relacionarse. Poco a
poco el libro se fue convirtiendo en una trilogía que es como la Biblia de la
eto-antropo-socio-logía. En ella el autor se ocupa poco de los besos de forma
explícita, pero los tiene bien presentes cuando analiza los comportamientos
sexuales de los humanos modernos. Sugiere, con razón, que no es posible
considerar de la misma manera el beso de salutación que los besos sexuales.
El primero ha alcanzado tal grado de ritualización que puede considerarse un
universal, en su acepción más típica (besos recíprocos en la mejilla), pero
nada tiene que ver con el beso en la boca, o sexual, y desde luego nada dice
del que lo practica, sino de la cultura o sociedad a la que pertenece.
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púramente biológicos: "Se trata de saber si además de las normas de origen
cultural, probadas y justificadas, hay otras innatas y fijadas biológicamente
en nosotros". En virtud de su planteamiento, en la base de las normas y
comportamientos más universales, comunes a la mayoría de las culturas, se
pueden encontrar disposiciones filogenéticamente preprogramadas. Desde el
amor al odio, o desde las inclinaciones filantrópicas y bienhechoras a las
agresivas y violentas, todas en el fondo sería parte del acervo preprogramado
que la evolución ha ido acumulando en historia natural (etológica) de los
primates y animales superiores. El amor - dice – sería fruto de un desarrollo
conductual más reciente que el odio, puesto que sería una adquisición de las
especies que tienen que velar por el cuidado y manutención de la progenie.
Los ritos conciliatorios y de intensificación de vínculos, las conductas
confortadoras (alimentación boca a boca, despiojamiento, etc.) provendrían
del cuidado parental de la prole, y no tanto de la necesidad de formación de
coaliciones defensivas frente a las agresiones. Solamente los animales que
cuidan de su progenie han desarrollado conductas vinculadoras capaces de
superar la agresión. Como dice textualmente "Todos los gestos de
confortación en el repertorio que tienen los chimpancés para saludar (beso,
palpación, asimiento, abrazo y espulgamiento) se derivan del contacto entre
madre e hijo".
Es evidente que los labios son una de las mejores adquisiciones evolutivas,
Desde para chupar o mamar, hasta para emitir chasquidos o silbidos, o
ganarse el sustento o la protección, todo lo que pasa por ellos acaban
convirtiéndose en cultura. Desde los nutrientes a las palabras, pasando por los
múltiples modos de besar, los labios tienen tantas utilidades que podríamos
considerarlos como verdaderos instrumentos multiusos. Además son muy
útiles para el sexo, según explica acertadamente Desmond Morris. Volviendo
a su texto encontramos: “…el mono desnudo se encuentra en una situación
confusa. Así, mientras que las ceremonias y rituales de cortejo, que
constituyen la fase preliminar de formación de la pareja, pueden
desarrollarse en público, cuando se pasa a una fase precopulativa se necesita
la intimidad, aislándose sobre todo de otros miembros de la especie. En esa
fase precopulativa los contactos entre los cuerpos aumentan en intensidad y
duración. Las posiciones de costado dan paso a contactos cara a cara. Las
señales visuales y vocales pierden gradualmente importancia y se hacen más
frecuentes las señales táctiles. Estas comprenden pequeños movimientos y
variadas presiones de todas las partes del cuerpo, pero particularmente de
los dedos, manos, labios y lengua. La pareja se despoja total o parcialmente
de la ropa y el estímulo táctil de piel a piel es aumentado en una zona lo
mayor posible. Durante esta fase, los contactos boca a boca alcanzan su
mayor frecuencia y duración, y la presión ejercida por los labios varia desde
una suavidad extrema a una extrema violencia. Durante las respuestas de
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alta intensidad, los labios se separan y la lengua se introduce en la boca del
compañero. Los movimientos activos de la lengua sirven para estimular la
piel sensible del interior de la boca. Los labios y la lengua se aplican también
a otras muchas zonas del cuerpo del compañero, especialmente a los lóbulos
de las orejas, el cuello y los órganos genitales. El macho presta atención
particular a los senos y los pezones de la hembra, y el contacto de los labios y
la lengua se convierten en más complicados lametones y chupetones. Una vez
establecido el contacto, los órganos genitales del compañero pueden ser
también objeto de acciones de esta clase. Además del beso y de las acciones
de lamer y de chupar, la boca se aplica también a diversas regiones del
cuerpo del compañero en una acción de morder, de intensidad variable. En
general, esto se limita a suaves mordiscos de la piel, o a débiles pellizcos,
pero a veces puede convertirse en violentas e incluso dolorosas
mordeduras…”.
Más adelante, cuando describe gráficamente el comportamiento de la pareja
en la cópula, señala que hay una tendencia a reducir los contactos orales y
manuales, o, al menos, su sutileza y complejidad a medida que avanza la
actividad sexual. Resumiendo, podríamos decir que las conductas de
aproximación sexual, como son los besos, pueden proseguir durante la mayor
parte de la cópula, pero siempre de forma atenuada. La fase copulativa es
seria, intensa y breve en los humanos. No da para muchos juegos ni
distracciones. En la mayoría de los casos el macho llega a la eyaculación en
pocos minutos, en lo que nos parecemos bastante a los monos. Las hembras
primates, como los chimpancés, no suelen llegar a la culminación sexual, al
orgasmo. Pero la hembra humana es una excepción. Si el macho sigue
copulando durante largo rato la hembra alcanza la consumación orgásmica,
parecida a la del macho, y fisiológicamente idéntica, salvo la única y natural
excepción de la evacuación de esperma. Por eso para la hembra humana es tan
importante la fase precopulativa, y en ella los besos son uno de los
estimulantes más importantes.
Este es, según Morris, uno de los aspectos más interesante y diferenciales de
la conducta sexual humana. El macho puede provocar el orgasmo de la
hembra intensificando y prolongando los estímulos precopulativos, como los
besos y caricias, de modo que ella se encuentre ya fuertemente excitada antes
de la penetración. Cuando ambos han experimentado el orgasmo, sigue un
periodo de agotamiento, relajación, descanso y, con frecuencia, sueño.
Algunas mujeres sienten en ese momento más ganas de besar, de aproximarse
tiernamente al macho, pero eso no le ocurre a éstos, que prefieren descansar,
distanciarse y, digámoslo gráficamente, “fumarse un cigarrito”.
Uno de los aspectos más interesantes que analiza Desmond Morris, es la
relación entre la vida social y los comportamientos sexuales del ser humano.
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Los monos copulan en público, los bonobos, tal vez tengan más intimidad de
pareja, pero siguen haciéndolo en público. Los seres humanos requieren
intimidad para copular, salvo raras excepciones como los “cínicos” en Grecia
y los hippies en los años 60. Sin embargo, las conductas estimuladoras
sexuales, como besos, caricias, etc. que suponen los primeros pasos para la
formación de la pareja, pueden desarrollarse en público, diríamos que son
“sexo sociable”. Pero cuando se pasa a la fase precopulativa, cuando los besos
aumentan en erotización, y las caricias se aventuran en zonas íntimas, se
prefiere la intimidad, y, por supuesto, las sucesivas fases requieren
aislamiento absoluto, salvo orgiásticas excepciones.
En relación con esto, otro aspecto interesante de los besos es que para los
seres humanos - pero no para los primates - sirven como señales públicas de
emparejamiento, de tal manera que anuncian o simbolizan el establecimiento
de vínculos de pareja, e impiden que ésta se vea asaltada por otros
pretendientes que la pondrían en peligro.
El beso es una cópula públicamente tolerable, que actúa como estimulador al
tiempo que como inhibidor sexual. De ese modo sirve a la vez para un fin
sexual primario, y para fines sexuales vicarios, tales como evitar el incesto, la
infidelidad, los escándalos públicos, etc. En este sentido, el arte y el cine, con
sus apasionados besos, han constituido una trama de cohesión social
inestimable. Los besos ficticios han enseñado mucho a muchas parejas del
mundo y han culturizado una relación sexual socialmente tolerable.
Sobre este particular también encontramos argumentos en los textos de D.
Morris. Dice: “Hay que reprimir el contacto físico con extraños en nuestras
atareadas y populosas comunidades. [...] El contacto con parientes y amigos
íntimos está más permitido. Sus papeles sociales han quedado claramente
definidos como no sexuales, y existe menos peligro. Pero incluso así, las
cortesías de salutación se han estilizado sobremanera. El apretón de manos
se ha convertido en norma rígidamente establecida. El beso de salutación ha
tomado su propia forma ritual (besos recíprocos en la mejilla) que nada tiene
que ver con el beso sexual en la boca.”
Por último recordaremos el análisis que Morris hace de una curiosa conducta
humana, los cuidados que prestamos a los miembros enfermos, tanto con
dolencias más leves, que, según él, más que enfermedades son “sobre-
simulaciones” para alcanzar y mantener el cariño de los demás, como a los
que sufren enfermedades más graves. En todos los casos, las expresiones
cariñosas y tiernas que concitan esas circunstancias son una verdadera
oportunidad de sentirse bien, tanto o más para el que las da que para el que
las recibe. ¿Quién no ha utilizado a ese bebé enfermito para comérselo a besos
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hasta tragarse literalmente sus gérmenes? ¿Quién le negaría los besos a una
amada por el simple hecho de saberla con gripe?
Pero nuestro amigo Desmond no sólo ha escrito “El Mono Desnudo”, también
escribió uno titulado “Observando bebes” (Babywatching, 1991), en el que
analiza y expone el conocido reflejo de succión de los bebés, conducta innata
mediante la cual al ser tocados en los labios, o en las proximidades de la boca,
automáticamente disponen los labios para succionar, y si tienen algo “a pedir
de boca”, como por ejemplo un pecho, se agarran a él fuertemente, lo
succionan, hacen ventosa y no hay quien los separe. Ese comportamiento es
universal y sirve para sobrevivir cuando somos bebés, pero cuando somos
adultos aun nos quedan vestigios del mismo. Pruebe sino con su pareja, roce
tiernamente su mejilla, o mejor la comisura de sus labios y a ver que pasa…
Pruebe, pruebe.
Pero ya hemos pasado demasiado tiempo con el señor Morris, ¿no le parece?,
y aunque a sus 80 años, con varios nietos, y centenares de artículos, libros y
viajes a sus espaldas, sería un placer discutir con él de estas cosas, creo que
nos contentamos con haberle copiado párrafos enteros, lo explica tan bien,
que para qué estropearlos. Y además, si usted ya leyó su libro más famoso le
resultará agradable recordarlo, y si no lo ha leído le estimularán a hacerlo.
¿Pero es que no hay más antropólogos?, me dirá. Pues si, en efecto, hay
muchos y excelentes, aunque conviene que sepa que las alusiones explícitas al
beso son escasas en toda antropología moderna. Aun así, es preciso reconocer
que no podemos cerrar el capítulo sin antes recurrir a la “madre” de la
antropología cultural, a Margaret Mead, una de las personalidades más
sensibles hacia el estudio de las costumbres sexuales de muchas culturas.
Nació en Philadelphia en 1901, y se doctoró en antropología en la
Universidad de Columbia, donde fue discípula de Ruth Benedict, otros de los
“popes”de esta ciencia. En 1925 realizó su primer viaje a Samoa, para
estudiar la conducta sexual de las adolescentes. Esta experiencia la plasmó en
su libro "Coming of Age in Samoa", que enseguida se convirtió en un best
seller. En esta obra mostró como las expresiones y gesticulaciones
emocionales del individuo son condicionadas por la cultura. Más tarde, viajó
a Nueva Guinea y sus observaciones sirvieron para demostrar que los roles
emocionales o sexuales de género difieren de una sociedad a otra. Cuando
estaban por allí, Mead y su esposo encontraron a Gregory Bateson. Juntos
estudiaron a los tchambuli, los dobu, los mondugumor y otros extraños
pueblos, y de las intensas discusiones con él surgió no sólo “Sexo y
temperamento”, una de sus obras más importantes, sino tal grado de
intimidad que Margaret acabó separándose de Reo y casándose con Gregory,
y fueron felices y tuvieron nietitos. Precisamente uno de los consejos que ella
43
solía ofrecer en público es su madurez era: “Si no puedes estar en contacto
con un niño todos los días, pide uno prestado” (para besarlo, supongo yo). Al
final de su vida escribía y abogaba por el uso de la poesía para la educación
de los niños. Valga como testimonio la última estrofa, del su último poema,
que dedicó a la hija que le dio nietos:
Y es que, según dicen, viajar es muy bueno para conseguir amigos y amores,
y conocer y entender otras culturas, y esto es muy importante para el progreso
de la humanidad, ya que con frecuencia adoptamos costumbres, ritos,
valores… de forma inamovible y excluyente, sin que ni siquiera nos
planteemos que puedan hacerse de otra forma. Por ejemplo, en materia sexual,
la viajera Mead demostró en su libro “Sex and Temperament in Three
Primitive Societies” que el comportamiento de ambos sexos varia entre unas y
otras sociedades, especialmente en lo concerniente a la expresión gestual que
acompaña a los aspectos emocionales y sexuales de la relación. Así, por
ejemplo, en una tribu india tanto los hombres como las mujeres tenían un
carácter sexualmente agresivo, en otra los dos sexos eran dulces y maternales
en sus expresiones públicas de afecto, y en una tercera eran los hombres
quienes se arreglaban, acicalaban y comportaban tiernamente, mientras que
las mujeres eran enérgicas, practicas y no se preocupaban nada de su imagen.
44
puede dejar marcas. Es más, en algunas tribus se sabe si una persona ha tenido
éxito sexual por las cicatrices que ostenta en su cuerpo.
Algo parecido ocurría con una tribu llamada “kung” del desierto de Kalahari,
en la que al parecer no se expresaba el amor con gestos públicos como los
besos, lo cual no significaba en absoluto que no sintieran amor y
enamoramiento. Eso asegura Shostak en su descripción sobre la vida de las
mujeres de esa tribu que se hizo famosa en los años 80.
También se decía que los japonenses no se besan nunca, pero eso no es más
que otra observación superficial. Contribuyó a esta idea la obra de un autor
inglés llamado Lafcadio Hearn, que se casó con una japonesa y fue profesor
de la Universidad Imperial de Tokio entre 1896 y 1903, y que publicó la
primera descripción occidental sobre la cultura japonesa (Glimpses of
Unifamiliar Japan). Dice textualmente: “Los besos y los abrazos son
45
simplemente desconocidos en Japón, si exceptuamos el hecho de que las
madres japonesas, como las madres de todo el mundo, abrazan y besan a sus
hijos… Después de la primera infancia (besar) se considera totalmente
inmodesto”.
Es sabido que las expresiones públicas de afecto en Japón son muy corteses y
ritualizadas, pero en privado… como todos, la pasión no tiene fronteras. El
cine japonés clásico lo ha mostrado sobradamente, o es que no recordamos la
en su día escandalosa película “El imperio de los sentidos” (1976), que
describe una relación erótica llena de besos y sexo que, en consonancia con el
dramatismo de las pasiones orientales, no acaba sino con la muerte de los
amantes.
46
de caricias y besos, y de esa manera les dan alimento al tiempo que placer. Es
más, según parece, es costumbre común en ellos besar o chupar el pene de los
hijos “mayorcitos” para calmarlos cuando se sientan de “mal humor”. Vamos
cuando se ponen guerreros y no hay quien los calle. Ingenioso truco, que al
parecer no era desconocido por esas severas “institutrices” occidentales
decimonónicas, a decir de Eibl-Eibesfeldt. Según su opinión, este tipo de
comportamientos no debe considerarse como algo sexualmente perverso, sino
como un signo del cuidado que los padres – y las madres – dedican a sus
criaturitas, una conducta que realmente es “asexuada”, una forma de
vinculación familiar más que una búsqueda del placer sexual, el que, sin duda,
los hijos y sus padres habrían de sentir y disfrutar durante esas prácticas, sin
sentirse incómodos por ello. De las institutrices nada se ha vuelto a saber.
Curiosidades aparte, como dijimos dos de los lugares más comunes en las
investigaciones de los antropólogos han sido buscar culturas con formas de
besarse “especiales”, o culturas, tribus, sociedades “sin besos”. Respecto de
las primeras, realmente podríamos decir que lo que practican ciertas culturas
son “equivalentes” de los besos, formas mecánicamente diferentes, pero
sexual o semánticamente semejantes. Respecto de las segundas, podemos
decir que no se han encontrado “culturas sin besos”. Según la experta Blue,
solamente en ciertos pueblos africanos – que no cita – el beso resulta
desagradable, hasta el punto de que han desarrollado maniobras de extinción
de los mismos. Pero en realidad sería más adecuado interpretarlas no tanto
como un rechazo al beso, cuanto como maneras de represión de la sexualidad
femenina. Cómo interpretar sino la mutilación del clítoris, la infibulación, o la
inserción de anillos ostentosos y molestos en los labios de las mujeres de
ciertas tribus africanas. Aun así, hasta en esas “brutales” tribus o culturas se
practica el sexo precoital mediante frotación, succión, mordisquitos, soplos o
47
palmaditas en la cara. Y a saber que harán en privado, cuando se quiten los
anillos.
En todo caso, lo que la antropología nos ha dejado bien claro con respecto al
beso es que no es patrimonio de ninguna época o pueblo, puesto que tanto
como manifestación sexuada como asexual existe en prácticamente todas las
culturas. Según diversas fuentes revisadas por Helen Fisher, las
manifestaciones públicas de amor romántico existen en el 80 % de las 168
culturas que han sido estudiadas por los antropólogos, y en más del 90 % de
ellas se practica el beso erótico en privado y en público; y en el resto, que no
lo hacen en público, es más que probable que también lo hagan en privado.
Por lo tanto cerremos la cuestión: no hay culturas sin besos, ni besos sin
cultura. Y es que, como ya hemos señalado, la cultura tiene mucho que
agradecerle a los besos.
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Más puede que estemos yendo demasiado lejos, y no es el caso. Este no es un
libro de anatomía, ni de fisiología, ni de etología, ni de antropología, ni de
sociología, aunque, como los besos, de todas esas fuentes ha de beber algo.
Así pues, para acabar este capítulo, permítame que le ofrezca una especie de
resumen “eto-antropológico” del beso, en un tono más próximo al folclore
que a la universidad.
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disfrazarlo, el beso siempre resurge y regresa a la animalidad, a la
instintividad, y remueve las entrañas carnales de los besadores, y desata a las
feromonas incontrolables, y enciente los labios henchidos de sangre, y acelera
los palpitos desaforadamente, y… cómo serán los besos que llegan a producir
“ceguera transitoria”, como cierta dama - madura pero aun bella - me cuenta
que le sucede cuando besa a ese alguien que sólo ella sabe quien es, y que no
necesita ser nombrado, ni visto, para ser sentido y resentido…
50
5. BESOS CON HISTORIA.
El que escribe esto vive en Burgos, en un valle próximo a una colina donde
algunos seres humanos, hace cientos de miles de años, se dejaron los huesos
perdidos en las cuevas de un monte. Y no es metáfora.
Hace muchos, muchos años, de eso… pero el dato concreto no nos importa.
La cuestión que nos preocupa es si aquellos protohumanos sabían besar y se
besaban. Obviamente no sabemos nada de ello, pero es muy plausible que la
conducta simple y natural de “tocar-con-los-labios” se produjese antes incluso
de que como seres pertenecientes al género “homo” adquirieran -en sentido
estricto- “comportamiento” consciente y reflexivo (autoconsciente).
Posteriormente, el desarrollo del comportamiento de “besar” se iría
configurando paulatinamente de forma paralela al desvelamiento de la
capacidad de comunicación simbólica. La hipótesis de la “explosión del
simbolismo”, como causa y consecuencia de la inteligencia social, de la
cultura y el arte, es muy sugestiva. De Altamira a ARCO no habría mucha
diferencia: ambos son resultados de la capacidad humana de expresarse y
comunicarse mediante símbolos.
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evolutiva y por los pueblos aculturizados. Por lo tanto, podemos aceptar que
también existiría en los primeros seres del género “homo”, y podría
generalizarse como acto simbólico en los “homos sapiens”. La relación entre
beso, lenguaje y cultura ha sido defendida por la antropología compleja que
antes examinamos, por lo tanto, la propuesta que hago podría enunciarse en
los siguientes términos: “El beso es un gesto fundacional de la historia
humana”.
52
adormecido, pero cuando despertaba lo hacia con fuerza irresistible. El
hombre se hallaba irreflexiva y animalmente sometido a él y cualquier medio
de alcanzar su objetivo era bueno. Su “amor” era sólo ansia de aparearse y
nada más. No existía originariamente en el hombre ese aspecto del amor que
ahora llamamos emocional o espiritual. Eso sólo pudo desarrollarse después
de largo tiempo de convivencia y, posiblemente, se debió a la relación
materno-filial. El modelo original sería el del amor de la madre a sus hijos y
de estos a sus madres. En el lactante se habría despertado el amor por su
madre al poseerla oralmente, a través de la relación nutricia. La genitalidad
sería muy posterior, un complicado ensamblaje, compuesto de numerosas
tendencias y aprendizajes sucesivos, que proporcionarían placer y se
satisfarían globalmente.
Sea como fuere, ya fuese por la boca, ya por la nariz, algún día sucedió que
los labios de una madre “Antecesora”, mientras su lactante mamaba, rozaron
tiernamente la mejilla, la frente, los labios, la boca de su retoño. Y ya no sólo
fue el gesto de olfatearle para sentirle y reconocerle, ya fue para tocarle y
sentirle vivo, cálido, tierno, y hacerlo con la parte más sensible de su cuerpo:
los labios. ¿Cuándo ocurrió el primer beso maternal?, ¿cuándo se transmutó
en sexual, o en beso de salutación o despedida?, y, sobre todo, ¿cuándo se
dieron el primer beso de amor una hembra y un macho Antecesores? Los
investigadores de Atapuerca no lo saben, pero tampoco es necesario. Basta
con que hayan aceptado la pregunta. Para encontrar la respuesta tendríamos
que remontarnos hasta las primeras mujeres “cromagnones”, cuando aún no
se había descubierto el fuego y no sabían usar las herramientas. Las madres
no serían muy hábiles en el uso de las manos para preparar los alimentos,
entonces estas hembras tendrían que mascar la comida destinada a sus hijos.
Cuando la “papilla” estuviera en su punto, lo pasarían de sus bocas a las de
sus pequeños. Quizá aprendieron de las aves, que regurgitaban los alimentos
53
para dárselo a los polluelos. Ningún sentido pasional o de cariño,
simplemente un sentido práctico y vital. Luego vendría todo lo demás.
Así pues, y por concluir esta ya farragosa hipótesis, diríamos que los
diferentes tipos de besos pueden ser entendidos como comportamientos
sensoriales, sentimentales, sexuales y comunicativos, productos de la
evolución y desarrollo cerebral del ser humano, y contribuyen al desarrollo
social de la humanidad que partiendo de la proto-historia fundan la historia.
BESOS BÍBLICOS
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27 Y Jacob se acercó, y le besó; y olió Isaac el olor de sus vestidos, y le
bendijo, diciendo: Mira, el olor de mi hijo, como el olor del campo que
Jehová ha bendecido;…
He ahí el segundo y el tercero de los besos. Dos besos bien distintos, de amor
y de salutación, bien descritos y diferenciados desde el principio de las
palabras. Dos semióticas del beso en el libro más simbólico de todos.
55
Exodo 4: 27 Yavé dijo a Arón: Ve al desierto, al encuentro de Moisés.
Partió Arón, y encontrándose con su hermano en el monte de Dios, le
besó”.
Por primera vez un dios usa el beso para significarse. Por cierto, ¿los dioses
también besan? Se lo preguntaremos a los griegos más adelante.
Recordaremos aun otro beso curioso, el beso alado, el beso de mariposa que
dicen los niños. Es en el libro de Job (31,27): “Y les mandé con la mano el
beso de mi boca”.
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42 y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál
de ellos le amará más?
43 Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más.
Y él le dijo: Rectamente has juzgado.
44 Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu
casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies
con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos.
45 No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar
mis pies.
46 No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume
mis pies.
47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados,
porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.
48 Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados.
49 Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a
decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados?
50 Entonces Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz.
Otro beso interesante, muy significativo en relación con el mensaje del Nuevo
Testamento, es el que expresa la redención y absolución de la culpa, es el que
se dan el padre y el hijo pródigo al regreso de éste:
Lucas 15, 18-20: “Iré a mi padre y le diré: Padre he pecado contra el
cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame
como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se vino a su padre.
Cuando aun estaba lejos, viole el padre y, compadecido, corrió a él y
se arrojó a su cuello y le cubrió de besos.”
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Desde ese beso en adelante, sin salirnos de los Evangelios, encontraremos
besos para todos los gustos. Besos poéticos, simbólicos, míticos, misteriosos,
todos ellos llenos de significados, incluyendo el beso de Judas, el de la
traición, el más famoso de los besos de la historia. Una lectura transversal de
los Evangelistas nos muestra que todos relatan este beso de modo bastante
coincidente. Tomaremos el relato de Lucas por ser tal vez el más descriptivo:
Luc. 22: 45 Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos,
los halló durmiendo a causa de la tristeza;
46 y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis
en tentación.
47 Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba
Judas, uno de los doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús
para besarle.
48 Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del
Hombre?
Este beso es tan peculiar que engendrará un modelo que perdurará para
siempre, aunque dicho simbolismo no fuese nuevo en la Biblia. En realidad
no hace sino retomar la tradición que ya se anunciaba en Proverbios (27:6):
“Los reproches de un amigo demuestran su lealtad, los besos de un enemigo
son engañosos.”
Tradición anticipada también por Joab antes de asesinar a su rival Amasa con
su espada, según consta en Sam. 20, 9-10: “Entonces Joab dijo a Amasa: ¿Te
va bien, hermano mío? Y tomó Joab con la diestra la barba de Amasa, para
besarlo. Y Amasa no se cuidó de la daga que estaba en la mano de Joab; y
éste le hirió con ella en la quinta costilla, y derramó sus entrañas por tierra,
y cayó muerto sin darle un segundo golpe.
Ahora bien, ¿quiere eso decir que el beso como símbolo de traición o engaño
podría considerarse la más antigua de las semánticas universales del besar?
Probablemente no, aunque si entronca en cierto modo con la función
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predominante de los besos bíblicos, la social, mucho más que la amatoria. De
hecho, si nos fijamos descubriremos que la mayoría de los besos bíblicos son
de bienvenida, de despedida, de expresión de respeto, de reconocimiento de
autoridad, etc. Veamos, a modo de ejemplo, lo que el faraón le dice a José,
para conferirle la autoridad sobre las masas, esa que tan hábilmente sabrá
luego utilizar a favor de su pueblo judío: “Todo mi pueblo se someterá a tus
órdenes” “Que todo mi pueblo te bese en la Boca”.
Ese beso es símbolo de respeto y poder. Por cierto, José debería considerarse
como el primer psicoanalista de la historia, y no Freud - quien como veremos
también se preocupó ampliamente del tema de los besos - ya que aquel supo
interpretar tan hábilmente los sueños del faraón, que consiguió cambiar su
propio destino, el del pueblo judío y el de la humanidad.
Resulta curiosa esta circunstancia. El beso antes de ser descrito como símbolo
amatorio o sexual, es usado como sistema para comunicar socialmente algo.
Y resulta curioso porque si la hipótesis que sostenemos es que el beso surge
de la complicación de las conductas de olfacción o succión, lo lógico sería
esperar que su primer uso histórico fuese el “amatorio”, el sexual, más que el
ritual, y al parecer no es así, como tendremos ocasión de comentar.
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dispar, bien podríamos asegurar sin temor a equivocarnos, que hace más de
3000 años los seres humanos ya besaban con amor, con candor, con pasión,
con ternura, con emoción, con odio, con traición… lo dejaban escrito con
belleza admirable. Es evidente que no lo hacían sólo como los animales, y en
todo caso no sólo por aproximar los labios a otros labios u otras partes de
cuerpo de otra persona.
60
del resentimiento y el odio, a la unión religiosa (que viene de “re-ligare”) y a
la caridad (que significa “comida en común”). Según Infiesta, esta manera de
besar no fue en realidad más que la incorporación al cristianismo de la
simbología helenística y romana, pródiga en besos.
Otro de los padres de la Iglesia más interesantes en relación con los besos fue
San Justino, mártir en el año 165, y el que podríamos considerar como primer
analista y apologista de Cristo. Menciona en sus escritos sobre los Cristianos,
a los que antes de vincularse ya había observado y estudiado en profundidad,
el frecuente uso que hacen del gesto simbólico de besarse: “Los cristianos se
daban un beso para que su martirio se llevase a cabo con el beso de paz”.
San Hipólito, otro mártir, a comienzos del siglo III menciona que los
sacerdotes al comienzo de la eucaristía deben recibir un beso de los miembros
de la asamblea, pero eso sólo lo pueden hacer los que previamente hayan sido
bautizados, confirmados y besados por el sacerdote. Este “beso de paz” se
daba “boca a boca”, como símbolo de transmisión del soplo divino.
Para San Agustín (354-430), gran “besador” antes que santo, el beso es cosa
seria que no debe menospreciarse. Es lo más importante “que hacen los
labios después de las palabras”, es la forma más sincera de ofrecer la paz a
los demás miembros de la Iglesia. Cuando estos se besan lo hacen no sólo sus
labios sino sus corazones: “Al igual que vuestros labios se acercan a los de
vuestro hermano, que vuestros corazones no se aparten de sus corazones”.
Sin embargo para San Agustín no es todo candor y claridad, pues recela del
beso y de cualquier comportamiento sexual cuando hace pender sobre ellos la
espada del pecado original, herencia de nuestros primeros padres, que se
transmite a la descendencia eternamente y sin necesidad de testamento, tal y
como ocurre con los besos.
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Tanto peligro y tanto pecado, acabó reflejándose en el sentimiento de culpa
umbilical que todos los cristianos arrostraron durante siglos de oscuridad e
ignorancia. Del pecado, a la culpa y de esta a la expiación a través del
ascetismo, la mortificación o de conductas excéntricas, desde el movimiento
eremitas a los flagelantes, pasando por los peregrinos, judíos errantes o
besadores de leprosos.
En efecto, se dice que el rey Luis IX, hijo de Blanca de Castilla, lavaba y
besaba los pies roñosos y llenos de yagas de los mendigos a los que invitada a
su mesa diariamente, a modo de renovación de la costumbre cristiana. San
Juan el Hospitalario, según cuenta Jacobo de la Vorágine en “La leyenda
dorada”, nació maldito y destinado a ser militar y santo, según profetizaron un
ermitaño y un gitano que le vieron nacer. Con los años se hizo cazador
sangriento y militar famoso. Como cazador y soldado mataba
desaforadamente, hasta el punto de una excitación pasional que solo lograban
calmar los besos de su madre. Como militar de alcurnia acabo casándose con
la hija de un rey, siendo adulado y besado por las multitudes. Un buen día
regresa a casa de noche y encuentra a su mujer en la cama con otro, y los
mata, pero pronto descubre que en realidad eran sus padres que habían venido
a visitarlos sin avisar. Desquiciado por la culpa huye y se convierte en un
barquero que arriesga su vida transportando viajeros en un río sin cobrar nada.
Un buen día lleva a un horrible leproso al que ofrece comida y cobijo. El
leproso está moribundo, tiembla de frió y le pide que le abrace y le caliente, y
Julián no duda en hacerlo, y “…se echó encima boca contra boca, pecho
contra pecho. Entonces el leproso le abrazó fuertemente”… y en tal trance los
dos mueren y los ángeles se los llevan al cielo.
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encerrado en un beso. Los siglos XII y XIII fueron pródigos en tales
manifestaciones, también en matar brujas sin ninguna consideración.
Hubo una época, ya bien avanzada la era cristiana, en la que aparecieron entre
los católicos otros besos menos “carnales”, más espirituales, los “besos
místicos”. Se trataba de besos que simbolizaban la unión de lo espiritual con
lo material. San Juan y Santa Teresa los relatan con toda la vehemencia
amatoria, poética y “mística” que les fue posible, y era mucha. La unión entre
el alma y Dios no es, sin embargo, un rasgo específicamente cristiano, sino
una vuelta a Platón, al Banquete, a su teoría de la unión de las dos mitades
incompletas, la que protagonizan los amantes en su búsqueda de la
perfección. Claro que el beso de los amantes místicos era – según dicen - el
abrazo, la fusión carnal con el Espíritu Santo, con el consiguiente éxtasis que
eso les producía. San Juan de la Cruz habla de que es “…la fusión del amor
humano con el divino, la criatura con lo creador”. También habla de raptos,
de éxtasis, de relámpagos, en fin, de algo tan excitante que resulta casi
inefable, a no ser en que se use ese lenguaje tan poético, tan - digamos -
metafórico. Puede que sea algo muy similar a lo que les sucede a los
adolescentes inflamados por el deseo y el placer de contemplar a sus amantes.
Se quedan mudos de arrobo, alexitímicos, y en esas condiciones más vale un
beso que mil palabras.
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quien menciona los besos rituales y sus indicaciones precisas, recogidas
minuciosamente en la liturgia romana. Así ocurre con el beso que el ministro
debe dar en la mano derecha al celebrante cada vez que se intercambian algo,
o el beso que se da a los objetos sagrados en cuaresma, o los besos en el anillo
de los obispos, etc., etc.
Entre ellos están los besos que da o recibe el Papa, los cuales tienen ciertas
peculiaridades destacable. Por ejemplo, los besos de las tres adoraciones que
siguen a su elección, al comienzo de la misa pontificia, y en las capillas
papales. Se trata de besos que se le deberían dar en el pié, y que se remontan
al primer modo de expresión de respeto hacia los soberanos, que ya tuvimos
ocasión de analizar. Esta costumbre de origen oriental, fue impuesta en
occidente por los emperadores, introducida en la Iglesia por el Papa San
Cayetano en el año 283, y generalizada posteriormente por el Papa Gregorio
VII, el famoso Hildebrando, como señal del profundo respeto que la
cristiandad entera le debía testimoniar al Sumo Pontífice. A éste sólo le
podían besar en la mano los reyes y los obispos, y lo consideró un gesto tan
importante que lo incluyó explícitamente en los textos de las reformas
impulsadas por recogidas en el Dictatus Papae del año 1075. Concretamente
en la “Norma 9” dice: “Que todos los príncipes hayan de besar los pies
solamente del Papa”.
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También se mostró pródigo el Papa Juan Pablo en el beso a los enfermos, lo
que nos retrotrae hasta el beso a los leprosos de San Buenaventura, San
Francisco y San Juan el Hospitalario, y en último extremo hasta el mismísimo
Cristo en su relación con los débiles, enfermos, necesitados o excluidos.
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trata siempre de poder expresar la dicha inmensa de existir cuándo
sentimos que esa existencia nos besa.”
Un servidor no tiene nada que decir, allá cada cual con sus interpretaciones,
pero que Jesús y María Magdalena se besaron apasionadamente no parece una
hipótesis ni descabellada, ni escandalizadora, ni pecaminosa, por mucho que
se tiren de los cabellos algunos de los sectarios que gobiernan la Iglesia
actual.
En fin el beso y el besar son, incluso en el seno de la religión, cosa seria. Beso
y lenguaje, beso y poesía, beso y liturgia, besos y vínculos, besos unidos con
otros besos, besos desde el origen y para siempre. Desde los simples besos
táctiles, a los besos sagrados bendecidos por los dioses, los besos amatorios y
sexuales, besos para unirse y separarse, para manifestar las miserias y
necesidades humanas, besos de vínculo familiar, besos para perpetuar los
rituales y liturgias sociales, besos para… todo. Los besos sirven para tantas
cosas y desde hace mucho tiempo que… Pero de eso también hablaremos más
adelante. Ahora permítame que regrese a otro de los orígenes de la historia, o
mejor a la cuna de la historia de occidente, a Grecia.
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En el Canto XXIV cuenta la visita que hace Príamo a la tienda en que moraba
Aquileo, después de que hubiese matado a su hijo Héctor, para rogarle que le
entregase el cadáver:
“ El gran Príamo entró sin ser visto, y acercándose a Aquileo, abrazóle
las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían
dado muerte a tantos hijos suyos”.
“Diciendo así, besó a su hijo y dejó que las lágrimas, que hasta
entonces había detenido, le cayeran por las mejillas en tierra. Mas
Telémaco, como aún no estaba convencido de que aquél fuese su
padre, respondióle nuevamente con estas palabras:…”
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Y aun en el Canto XVII aun hay más besos familiares:
“Salió de su estancia la discreta Penélope, que parecía Artemis o la
áurea Afrodita; y, muy llorosa echó los brazos sobre el hijo amado
besóle la cabeza y los lindos ojos, y dijo, sollozando, estas aladas
palabras:
Hay quien dice que estos besos, y no los bíblicos, son realmente los primeros
“descritos” por la humanidad. Tanto monta… si en el principio de todos los
besos se encuentran los amorosos labios y detrás de ellos los ansiosos seres
humanos, cuyas grandezas y miserias tan magníficamente fueron retratadas
por los literatos y dramaturgos griegos. Podríamos buscar besos en Sófocles o
en Eurípides, en Aristófanes o en Menandro, en Aristóteles o en Platón. En
unos el lado trágico, en otros el cómico, el lírico, el filosófico, pero no
hallaríamos mejores que esos épicos besos que honran la memoria del pueblo
aqueo, el que encendió la luz de la cultura, el crisol de la sabiduría y el
germen de la convivencia.
Pero una cosa son los dioses y los mitos, y otra el pueblo llano con sus usos y
costumbres. Entre las gentes más populares de la historia de los besos griegos
podríamos situar a la poesía de Safo, sin duda la mejor fuente a consultar en
lo tocante a los orígenes de la poesía amorosa. Ella fue y es la mejor, la más
grande, la inmortal, la que supo llenar su vida de amantes y de besos, la que
llegó a morir por ellos, aunque, desgraciadamente, ninguno de ellos nos haya
llegado por escrito.
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la belleza del ser amado, que eleva a los amantes a una categoría superior,
casi divina. Una referencia curiosa a la conducta del filósofo, la encontramos
en el Simposio de Jenofonte, quien describe un divertido concurso de belleza,
habituales entre los griegos, entre Sócrates, ya viejo y gordo, y Critóbulo, un
apuesto joven. Sócrates sostiene que él merece el triunfo porque sus labios
son más hermosos que los de su contrincante, ya que por ser más gruesos
permiten besar mejor. Sin embargo, cuando Sócrates se enteró de que
Critóbulo había besado a un joven de gran belleza se quedó consternado, no
por el sexo del amante, sino porque al hacerlo había corrido el riesgo de
enamorarse y peder la libertad, y convertirse en esclavo de la pasión. El beso,
según Sócrates, es “…como un hombre que diera un salto mortal dentro de un
círculo de cuchillos; como uno que saltara a una hoguera”. De nuevo
podemos convenir que las palabras, y no los besos, son lo mejor que nos
dejaron los labios de los griegos antiguos.
Por esa misma época andaban por las calles una secta llamada los “cínicos”
(palabra que viene del “kinos”, perro), liderada por Diógenes, que eran una
especie de hippies antiguos con ideas y comportamientos muy parecidos los
de los sesenta. Presumían, entre otras cosas, de no tener recato ni pudor
alguno y de una total libertad sexual, hasta el punto de practicar el coito en
público, por lo que bien podemos imaginar Crates e Hiparquía, la más famosa
pareja de cínicos, mostrando ostentosamente sus besos y su sexualidad por las
calles. Es una verdadera pena, pero según parece nada ha quedado escrito de
todo ello.
Sin embargo, y pese a esas extravagantes conductas, los besos en Grecia eran
de carácter esencialmente cortés y no tanto amatorio. Existían dos formas
tradicionales de denominar al beso: el Filema, que es el que lleva consigo
connotaciones de comunicación, de ofrenda de paz y bendicion, y el Katafileo
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es el beso ferviente, perverso o sexual. No obstante, según parece no fue hasta
después de las conquistas de Alejandro el Grande (356-323 a. C.) cuando se
extendió la forma amatoria de besar, y eso sucedió por la incorporación de las
costumbres orientales, más concretamente, Persas. Este era al parecer un
pueblo muy dado a besar de diferentes formas y maneras, como se desprende
de los diversos hallazgos que nos remiten a sus costumbres. Hay vestigios de
ello tanto en el análisis de las etimologías indoeuropeas de las palabras
referidas al besar, como en los relatos de la Biblia y la historia del pueblo
judío, y en los textos griegos. Todos de alguna manera bebieron en los labios
persas.
Siguiendo las rutas orientales del beso ya nos hemos topado varias veces con
las culturas babilónicas. En esa zona geohistórica, miles de años antes de que
Cristo repartiera sus besos y de que los recibiera de esa diosa que luego los
cristianos llamarán Virgen, ya había otras diosas más voluptuosas e inclinadas
a los placeres del beso. Dicen que la diosa Ishtar poseía unos labios dulces,
sensuales y generosos, con los que repartía miel y vida. Un himno babilónico
datado en unos 1500 años antes de Cristo decía: “En los labios es ella dulce;
la vida está en su boca”. Las diosas y los labios sirven para engendrar la vida.
Ellos ya lo presintieron, tal vez el clima, la sensualidad de sus valles fértiles,
el gusto oriental por la belleza ajardinada, más allá del este del Edén… en fin.
Podríamos haber buscado besos en las culturas aun más al este de Persia, y a
buen seguro que hubiéramos hallado muchas cosas, pero el viaje hubiera
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resultado tal vez excesivamente prolongado para los fines de este estudio. Si
acaso permítame una breve excursión a la China y a la India antiguas.
Así, por ejemplo, en la vieja China, aun más allá de esos 3000 años de
horizonte histórico en el que nos movemos, es posible encontrar ya
manifestaciones predecesoras y peculiares del beso y el besar. Sabemos, y a
menudo olvidamos los occidentales, que 3500 años antes de la llamada
“revolución sexual”, existió en China una civilización caracterizada por una
actitud respetuosa y sofisticada hacia el sexo. Para los antiguos chinos hacer
el amor era un verdadero arte, y sus libros de alcoba son sexualmente
explícitos y prácticos, al tiempo que poéticos. Es habitual pensar que la
transparencia y la divulgación sexual ha sido una invención occidental, pero
eso solamente es un fenómeno aparecido en nuestro siglo XX. Sin embargo,
los libros taoístas ya exhibían una actitud notablemente liberada hacia la
mayoría de las formas de actividad sexual. En cuanto al beso, aunque era
apreciado como una parte muy importante del acto amoroso, era desaprobado
en público.
El más antiguo tratado sexual conocido fue escrito por Huang Ti, el
emperador amarillo, unos 2500 años a. C., en forma de preguntas y repuestas.
Tomo este fragmento de un texto sobre sexualidad en la china taoísta, para
ilustrar la cuestión:
“Cuando el emperador amarillo preguntaba a su diosa e instructora,
la dama sabía como podía inducirse el ánimo adecuado para hacer el
amor, ella le aconsejaba seguir los humores y tiempos naturales de la
mujer. En el caso de un compañero nuevo o inexperto, el maestro Tung
Hsuan aconsejaba ternura, consideración y una exploración contenida
acompañadas de suaves caricias, palabras tranquilizadoras y besos
tiernos... Después de estos abrazos iniciales se llega a las caricias más
intimas, la mujer acariciando el “tronco de jade”… y el hombre
haciendo que su tronco de jade rondase la puerta de cinabrio, mientras
besaba a la mujer y miraba la hondonada dorada… y si fuese
necesario, el debía besar y lamer la perla del escalón de jade para
asegurarse de que las esencias Yin estaban claramente estimuladas
antes de las nubes y la lluvia.”
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materia. Algo parecido fue lo que sucedió durante el período más duro y
dogmático del maoísmo, pues en sus últimos años de existencia se llego a
prohibir por parte de las autoridades populares el beso en público, ya que lo
consideraban una vergonzosa importación de la perversa cultura occidental.
Cosas curiosas que tiene la política.
Tal vez por eso nos ha resultado especialmente curiosa una noticia
recientemente publicada por algunos medios de prensa hindúes sobre la
conducta escandalosa de dos adolescentes, que empezó siendo simplemente
un juego sexual y acabó ante los jueces. Todo sucedió cuando un colegial de
Delhi de 16 años utilizó la cámara de su teléfono para grabar a su novia
practicándole sexo oral, apenas pudo haber imaginado que su conducta no
sólo iba a llevarle a ser arrestado y juzgado, sino también a provocar un
intenso debate nacional e internacional sobre la educación sexual de los
jóvenes. La cadena de acontecimientos sacudió a la tradicional India, la tierra
que trajo al mundo el Kama-Sutra, pero donde en la actualidad las parejas ni
siquiera se pueden besar en público sin llamar la atención.
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totalidad. Toda la concepción india del amor que contiene se deriva de la
sofisticación del deseo sensual, de la atracción física, que no se degrada nunca
a un nivel obsceno, sino que se mantiene en una actitud de respeto y seriedad,
casi a modo de tratado con intenciones casi científicas y, desde luego,
educativas, creado para enseñar a los hombres y a las mujeres el
comportamiento que deben tener ante el deseo sexual, y para alcanzar una
vida amorosa realmente placentera. Comienza destacando el valor de la vida
mundana y el tipo de mujer adecuada para la unión sexual. Los siguientes
capítulos se dedican al arte de la unión sexual, con consejos explícitos sobre
cómo abrazar, besar, acariciar y morder a la pareja, los sonidos a emitir y una
amplia selección de posiciones para el coito. Concretamente nos introduce a
toda una retahíla de diferentes formas de besar, hasta treinta tipos de besos,
muchos tan sugerentes como la llamada “lucha de las lenguas”: “Si uno de los
amantes toca los dientes, la lengua y el paladar del otro son su lengua se le
llama...”. Etc.
Según el libro, para obtener y dar placer, se pueden besar muchos sitios
diferentes del cuerpo, como la frente, los ojos, las mejillas, la garganta, el
pecho, los senos, los labios, el interior de la boca, las ingles, los brazos, el
ombligo… Y, para complicarlo aun más, se puede besar con cuatro
intensidades y de cuatro formas diferentes. Los besos pueden ser moderados,
contraídos, apretados y suaves, y los diferentes tipos de besos son más o
menos apropiados para diferentes partes del cuerpo.
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queremos agotar para no impedirle el disfrute de su lectura. Lo encontrará en
todos los rastrillos del mundo por cuatro chavos, y en internet más barato aun,
“gratis”.
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Hecha esta primera digresión, y para analizar el interesante tema del beso en
Roma, recurriremos esencialmente a tres fuentes autorizadas: Ovidio,
Petronio, y, como siempre, al San Google de Internet. Y para profundizar en
la cuestión trataremos de saber cómo sentían los romanos el amor, cómo lo
expresaban, cómo se declaraban, cómo sufrían los desengaños amorosos... en
fin, como besaban.
Sabemos que el amor era para el pueblo romano, o al menos para las clases
patricias, una cuestión esencial. No en vano, Venus, la diosa del placer y del
amor, era la madre de Eneas, fundador del linaje romano, y los gemelos
Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad de Roma, fueron fruto del amor
entre el dios Marte y la mujer Rea Silvia.
Igualmente, el autor considera que para conservar el amor, las palabras y los
besos son esenciales, tanto como lo son la amistad (comunicación y
complicidad) y las caricias. Por otra parte, y con respecto a la conducta
homosexual, tan normalizada en roma, el poeta describe nítidamente cómo los
ciudadanos romanos, para sentirse hombres reales, no debían ser penetrados,
ni practicar felaciones, jamás besar y no mostrar afeminamiento exagerado.
Dice textualmente: "Odia los acoplamientos que no dan placer a ambos…”
Es decir, sexología moderna, pura y dura y sin necesidad de comentarios.
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No es de extrañar que durante siglos sus escritos fueran fuente de instrucción
para esos caballeros medievales y renacentistas de buena cuna pero muy
brutos, quienes a buen seguro se escandalizarían leyendo sobre los besos y la
sexualidad homo y heterosexual practicada por lo romanos sin demasiados
miramientos. Puede que fuese en el “Ars Amandi” donde aprendieran que la
mujer puede ser besada aun sin su consentimiento: “Besa, si puedes: si opone
resistencia, y no te devuelve tus besos, déjala que los reciba, que Vergüenza,
atrevido son sólo palabras, ella lucha para ser sometida a la fuerza”. Sin
comentarios.
El “Arte de amar” es una gran obra, aunque bien es verdad que seguramente
Ovidio tomó algunas ideas y frases prestadas a Lucrecio (95-55 a de C.), pues
ya antes que él hablaba con total seriedad del beso profundo: “Ellos agarran,
aprietan, sus húmedas lenguas rápidamente mueven, como si uno quisieran
forzar su paso hasta el corazón del otro”. Puede que Ovidio también tomase
algunas ideas de Catulo (84-54 a d C.), quien ensalzaba el placer sensual, el
enamoramiento y el beso como cauce para el sexo sin trabas. El sexo era una
buena distracción en la Roma de César, sin ningún parentesco con el pecado,
aunque no siempre inocente, como lo demuestra que varios autores, como
Marcial o el mismo Catulo, elogiaran los “besos robados” como los más
satisfactorios y placenteros: “No me gustan los besos si no los he robado a
pesar de su resistencia”, dice Marcial, un romano del siglo I, autor de los
famosos “Epigramas”.
Pero centrándonos en los tipos besos, sabemos que la antigua Roma era una
sociedad no sólo besucona, sino rica en las formas y los ritos del besar. De
ello ha escrito inteligentemente Aurora López, profesora de Latín de la
Universidad de Granada, que nos ilustra sobre el significado de tres palabras
usadas en latín para referirse a los besos: osculum, basium y savium. A partir
del análisis de sus significados podemos entender no sólo cómo besaban los
romanos, sino los ritos, costumbres o gestos que ellos practicaban y muchos
de los cuales nos han legado.
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homosexual el basium, y connotaciones peculiarmente sexuales el osculum.
En los banquetes romanos, esencialmente masculinos por cierto, se desarrolló
el arte de los besos y el de recitar poemas, los cuales son exaltados por
Petronio en el siguiente texto poético:
“El placer que se tiene al copular es breve y feo.
Luego del amor hecho rápido nos sentimos a disgusto. No nos
lancemos en él sin pensar, como el ganado en celo
O se apagarán la llama y el deseo. Pero tal como lo hacemos, en
una fiesta sin fin, Tú y yo quedemos echados a darnos de besos.
Placer sin esfuerzo y placer sin vergüenza. Goce pasado,
presente y a venir que jamás disminuye y siempre recomienza”.
Pero aun hay más, pues los significados y ritos del besar en Roma eran al
parecer múltiples, de acuerdo con las investigaciones llevadas a cabo por un
grupo de filólogos de las Universidades de las Illes Balears y de Barcelona,
encabezado por M. Antònia Fornés sobre la gestualidad en la antigua Roma.
Así, por ejemplo, los besos en las manos, en el rostro, en el pecho o en las
rodillas, se generalizaron durante los primeros siglos del imperio romano en el
contexto de las relaciones familiares y sociales. En la antigua Roma el beso
representaba una unión legal que sellaba contratos. En el derecho romano
también existía “el beso de la paz”, que era el que se daba como perdón en los
casos de conflictos por injurias o daños.
El derecho al beso (ius osculi) con relación a la mujer, estaba reservado a los
miembros masculinos de la familia (cognatio), mientras que las mujeres
podían besar a sus parientes en la boca. El beso con que hasta el día de hoy
termina cualquier ceremonia nupcial, era la manera usual de sellar los
contratos en la Roma Antigua, y los primeros cristianos romanos incorporaron
esta tradición en el ritual del matrimonio, asumiendo que cuando la pareja se
besaba una parte de sus almas se unía a través del intercambio de aire. Por lo
mismo, el beso al final de la ceremonia matrimonial sigue representando el
compromiso sacramental que da inicio a la nueva relación de la pareja.
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si lo que queremos significar es el beso mismo a una persona, como si lo que
queremos expresar es nuestra satisfacción ante algo que nos ha gustado en
especial. Por ejemplo, cuando después de haber probado una comida nos
parece magnífica, realizamos el gesto de la adoratio.
Otro dato más sobre usos sociales de los besos, igualmente de origen romano,
lo ha destacado la doctora Fornés a propósito de las imágenes difundidas con
motivo de la guerra de Irak por las televisiones de todo el mundo. Se refería al
comportamiento de pueblo iraquí acercándose a Sadam Hussein para besarlo
en el pecho. Esto es precisamente lo que hacía el pueblo de Roma con sus
nobles y emperadores.
También estaba muy extendido el gesto de “besar cogiendo por las orejas”,
que los romanos solían usar para besar a sus hijos. Esta manera de saludar se
llamaba ‘beso de la jarra’, y sólo un día, el día 21 de abril, fiesta en honor de
Pales, la diosa de los rebaños, los hijos podían saludar a así a sus padres. Este
gesto también se encuentra en los textos cómicos romanos, para expresar
burla de alguna persona.
Este tema ha sido siempre de naturaleza difícil, y por eso apenas ha alcanzado
cierta notoriedad en algunos estudios, como el de José Mª Ustrell en el libro
citado sobre los besos en la odontología; también ha sido tratado
tangencialmente en diversos textos históricos, y de modo ocasional el
complejo texto de A. Blue. Señalan y coinciden todos en que el beso como
expresión de amor público no fue frecuente hasta finales de la Edad Media,
pero que en el ámbito del catolicismo se mantuvo su utilización en el contexto
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litúrgico, costumbre que como vimos anteriormente se remonta a la era
protocritistiana. De modo semejante a muchas otras cosas, los códigos de
saludo y relación social en la Edad Media se mantuvieron también en los
viejos patrones. Las relaciones emocionales no eran muy bien vistas, y se
corrían no pocos riesgos al manifestarlas, ya fuesen por los imaginarios
“dragones”, ya por el fuego purificador, era fácil que las pasiones amorosas
de las recatadas damas y sus enamoradizos caballeros, acabasen convertidas
en cenizas.
Claro que en el seno de la Santa Misa era otra cosa, y el viejo y muy cristiano
beso de la “Pax” se mantuvo contra viento y marea. Era un verdadero
“osculum oris”, labio a labio, que no siempre fue bien entendido, y en no
pocas ocasiones pudo ser pretexto para el disfrute libidinal encubierto. Se
comprende que a finales de la Edad Media casi hubiese desaparecido,
sustituido por un abrazo y beso al aire, nada “comprometedor”, o reservado
para las jerarquías eclesiales y feudales.
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pax con otro beso, el llamado “osculum interveniens” y eso santificaba la
unión, hasta el punto de ser rito obligado para la confirmación del
matrimonio. Si después de ello sucedía cualquier desgracia, sus almas ya eran
una sola. La fusión de las almas por el beso es una vieja idea, que ya
encontramos en Platón (“Tenia el alma en mis labios cuando besaba a
Agatón”, dice el ateniense) y que persistirá a lo largo del tiempo, hasta el
romanticismo de Shelley (“El alma encuentra el alma en los labios del
amante”).
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cuello y luego golpeaban los hombros con la espada. Una vez armado
caballero podía participar en actos sociales de su rango, entre otros las justas o
torneos, en los cuales el vencedor tenía derecho a dar un beso a la dama que le
presentaba el premio. Aunque, cuidado, pues según la tradición medieval, el
caballero que besaba a una dama estaba obligado a casarse con ella. Mientras
que si una dama besaba a un caballero que no fuese su esposo era condenada
por adúltera. Los besos medievales eran, como se puede apreciar, más bien
escasos, pero algunos muy emocionantes.
También cuentan diversos autores que Margarita de Escocia, esposa del rey
de Francia Luis XI, besó en la boca al escritor francés Alain Chartier (1385-
1435), padre de la elocuencia francesa, mientras dormía en un banco. Ante la
sorpresa que causó su acción, alegó que no había besado al hombre sino la
boca de donde habían salido tan bellas palabras y tan ilustrados parlamentos.
En fin, ya sabemos que besos y palabras…
Estos son sólo algunos momentos curiosos del besar medieval, pero lo cierto
es que resulta verdaderamente desesperante buscar besos en la producción
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escrita que nos legó la Edad Media. Es sabido que en esta época cualquier
conducta o texto con connotaciones sexuales públicas fuera de lo común
corría el riesgo de acabar en la hoguera. La brujería era perseguida, entre otras
cosas, por su pretendida tendencia a los excesos sexuales y sus gustos
perversos en esta materia. Los primeros documentos que narran la presencia y
costumbres de las brujas son los de Nider de 1137, y se asegura en ellos que a
ellas les gustaba cohabitar con el diablo, personaje peligroso por excelencia,
cuya primera descripción detallada se remonta al año 447 en el Concilio de
Toledo. Se le describió como una figura oscura y monstruosa que olía a
azufre, con cuernos, patas y orejas de asno, peludo y con garras, y dotado de
un gran falo. En los juicios de brujas se decía que éstas eran iniciadas en los
ritos diabólicos mediante el beso. Al parecer tenían la desagradable manía de
besar el trasero y el falo del demonio. Muchas de ellas aseguraban en sus
confesiones que lo sentían como algo frío y duro. Un gran falo, frío y duro…
podría contentar a muchas de ellas, sobre todo si fuese de madera… ¿verdad?
Pero eso no viene al caso. Lo que si nos interesa recordar es que el Papa
Gregorio IX, en una carta dirigida al rey Enrique de Alemania en 1232,
acusaba a los habitantes de cierta región bárbara de hacer pactos con el
Maligno, en los cuales se contemplaba toda suerte de rituales sexuales, con
zoofilia, incesto y homosexualidad incluidos, los cuales se debían condenar
severamente. Acusaba concretamente a los habitantes de una ciudad llamada
Stedinger de formar una sociedad secreta en la que el neófito para ingresar
debía realizar un ritual consistente en besar el trasero de una rana o sapo, tras
lo cual aparecía de repente un hombre de ojos negros y muy flaco – ¡ojo,
recuerde para más adelante esta escena! - que desde ese momento se
encargaba de ordenar el ceremonial. En un segundo acto, el neófito besaba el
trasero de un “gran gato negro”con la cola erguida que caminaba invertido y
hacia atrás, y después se apagaban las luces y se celebraba una gran orgía sin
ninguna consideración al sexo de los participantes ni a los lugares usados para
depositar los besos u otras carnalidades. En fin, no es de extrañar que tras
conocer tales perversiones, el Santo Oficio considerara necesario y razonable
recurrir al fuego purificador.
Esa “sana” costumbre duró hasta bien entrado el siglo XV, ya en la antesala
del Renacimiento, y de hecho puede considerarse que la sapiencia acumulada
por los inquisidores fue la que alumbró la gran obra escrita en 1486 contra la
brujería por dos dominicos, que fue aprobada por el papa Inocencio VIII,
titulada “Maleus Maleficarum” (“Martillo de las brujas”). En ese texto se
explica que el origen de toda brujería es el exceso carnal, que es
especialmente insaciable en las mujeres, y que como éstas, seducidas por el
diablo, tuviesen miedo de ser penetradas por el falo de tamaño monstruoso del
maligno, acaso no tendrían más remedio que ceder a sus besos con lengua
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resbaladiza, siendo estos la puerta por las que de rondón se colaría el maligno
enemigo en ellas, y luego… todo lo demás. A la hoguera y listo, aquí paz y
allá gloria. Y lo peor, por mucho que nos escandalice, es que el librito de
marras fue manual de uso obligatorio por la Inquisición durante más de dos
siglos, hasta ya bien avanzada la revolución científica y artística renacentista.
En ese ambiente era comprensible que cualquiera que se sintiera tentado por
la carne y el beso se ocultase y silenciase sus abominaciones, aunque el clero
tenía perdón de los pecados y comunión garantizada por si acaso, a tal punto
de que entre ellos es donde se solían observar los mayores excesos, siempre –
claro está - caritativamente justificados. Las historias libidinosos entre curas y
monjas no son un lugar común, son, valga el giro, “el lugar más común” para
el encuentro carnal, y era lógico, la familiaridad y las penurias serían un buen
caldo de cultivo para la caridad sexual. Y si no había “hermanas” pues otros
“hermanos”, y si no había hermanos pues otras hermanas legas, que al cabo la
carne no distingue cuando se trata de satisfacer las necesidades más
elementales.
Como muestra valga el botón que nos dejó escrito Alcuin, un inglés del siglo
VIII, que siendo amigo y consejero espiritual del mismísimo Carlomagno,
llegó a ser arzobispo de Tours, en el que cuenta sus relaciones con un obispo,
a mayor gloria del prohibidísimo amor homoerótico: “Pienso en tu amor y
amistad con tan dulce recuerdo, reverendo obispo, que anhelo ese precioso
tiempo en que podré tocar el cuello de tu dulzura con el dedo de mis deseos
(…) cómo me hundiría en tus brazos (…) cómo cubriría, con labios
fuertemente apretados, no solamente tus ojos, orejas y boca, sino…”. Puede
que de esa manera al menos no corriera el riesgo de “liarse”, sin querer, con
una bruja. Y así durante siglos, los hombres y mujeres del clero se entregaron
mutuamente su “amiticiae”, como por ejemplo hacía una monja alemana del
siglo XII, que escribía a amante femenina: “Cuando recuerdo los besos que
me diste… deseo morir por que no puedo verte”.
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amor que de los libros, y nos besábamos y aprendíamos”. El tío acabó
pillándolos, a ella la envió a un convento y a él, lo castró, sin más
miramientos. Ella llegó a priora, y el puede que a santo, pues ella, siendo ya
mayor, le escribía encendidas cartas de amor en las que justificaba
sobradamente sus pecados, “…incluso durante la misa… las visiones lascivas
de esos placeres se apoderan de tal manera de mi pobre alma… y la pasión y
la experiencia de los placeres que fueron tan deliciosos intensifica los
tormentos de la carne y los anhelos del deseo”. Al infierno por un beso, pero
que me quiten lo bailado.
En esa misma coyuntura andaban metidos frailes y legos. Los unos al borde
de la concupiscencia, los otros al del adulterio. Los dos extremadamente
excitados, pero contenidos, al menos aparentemente. Al menos eso debió
pensar hacia 1185 un tal Andreas Capellanus, un capellán autor de un libro
titulado “El arte del amor cortesano”. Para él, el arte del amor puro llega hasta
el beso y el abrazo, todo lo más a la caricia del cuerpo desnudo del amante,
pero no más, pues eso ya no sería amar puramente. Proponía que los amantes
se amasen tiernamente con sus besos y abrazos, pero que parasen justo antes
de la consumación, lo cual tendría que ser una especie de exquisita tortura. Se
trataba de un juego amoroso reservado a las clases pudientes, un amor
aristocrático y cristiano, que evitaba el embarazo y el adulterio, al tiempo que
unificaba las almas, y prevenía que la expulsión frecuente de los líquidos
seminales produjese la temida “sequedad de las meninges”, contra la que tan
terriblemente se pronunciaban los “físicos” desde los tiempos del mismísimo
Aristóteles. Capelanus llegó a establecer reglas o normas para ese juego de
amor cortes. Se trataba de realizar una progresiva aproximación corporal, con
los siguientes pasos: tener (sostener), ambrasar (abrazar), baizar (besar) y
manejar (mimar y acariciar), y ahí quietos… nada de penetración. La
excitación y la renuncia final tendrían que ser emociones tan extremas, que a
saber cuantos jugadores sería capaces de respetar las reglas. Seguro que muy
pocos, aunque estadísticas no quedan. Los rigores y los miedos mentales es lo
que tienen, que acaban produciendo auténticas barbaridades en los que los
padecen.
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romances medievales. Estos contaban y cantaban bellas historias de amor
entre damiselas en apuros y caballeros valientes que las salvaban y luego
besaban, y nada más. Así fue como se gestaron algunas de las grandes
epopeyas medievales, como la de Chretien de Troyes sobre Ginebra y
Lancelot, dos amantes inmemoriales, unidos como ningunos otros por los
besos amorosos, pero dolorosos. El era el mejor amigo del Rey Arturo, ella su
prometida y luego esposa. Ambos le “pusieron los cuernos” a base de besos,
el acabó en el destierro, ella en un convento, como sucedía casi siempre que
una dama transgredía las normas. Pero sus besos inspiraron a otros muchos
caballeros y damas medievales, como a Tristan e Isolda, a Dante y Beatriz, a
Bocaccio y su Decamerón, y será venero que perdurará hasta el mismísimo
Rodín y su famosa escultura “El beso”.
En efecto, ese modelo de beso está presente en varias obras épicas como “La
boda del el caballero Gawain y la dama Ragnell”, o “Gawain y el caballero
verde”. En ellas el beso entre el caballero y la dama, o entre aquél y un
dragón que se convierte en dama, es el entronque de la historia. Volveremos
sobre ello cuando contemos cuentos de bellas durmientes que despiertan con
un beso, pero ahora debemos dejar claro que tales argucias y cuentos sólo
eran una buena forma de escapar de la terrible verdad, la persecución de todo
lo erótico, sensual y sexual en la edad más mediocre de todas.
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ternura. Se lo ponían fácil a los “vigilantes” de la moral católica: pecadores, y
además judíos, así es que al exilio o a la hoguera con ellos.
Al menos, en ese lugar los colocó el escritor italiano Dante Alighieri (1265 -
1321), el preclaro autor de “La Divina Comedia”, en cuya segunda parte es
guiado por su amada Beatriz, con quien no sabemos que besos le unirían.
Juntos de la mano, en el quinto infierno encuentran a Paolo y Francesca, dos
jóvenes que cometieron el pecado de besarse en un jardín después de leer la
historia de amor de un caballero andante y una reina. La historia de estos
jóvenes, escueta en “La Divina Comedia”, fue ampliada en el siglo XIV por el
escritor italiano Bocaccio (1313-1375), otro gran experto en materia de besos
que plasmó en su magnífico “Decamerón”, sabemos que Paolo era el segundo
hijo de Malatesta de Verrucchio, señor de una ciudad italiana, que andaba
buscando esposa para su primogénito y poco agraciado hijo Giovanni. El
heredero viajó por algunas ciudades y regresó a contar a su padre que deseaba
casarse con Francesca, la hija de Guido da Polenta, señor de Ravena. Como
Malatesta temía que por el aspecto desgarbado de Giovanni, Francesca
rechazara la propuesta, envió a su otro hijo Paolo hasta Ravena para pedir la
mano de la joven. Paolo, que estaba casado, y Francesca sintieron enseguida
una gran y mutua atracción, pero ella no tuvo más remedio que cumplir su
compromiso, y casarse con Giovanni a pesar de su desagradable aspecto. A
los nueve meses ella tuvo una hija, y Paolo, desesperado, se encerró en una
fortaleza con su esposa legal para olvidar a Francesca, pero la ausencia de ésta
sólo sirvió para alimentar sus ansias y su amor por la bella dama, así es que ni
corto ni perezoso volvió a casa de su padre, donde “desafortunadamente” una
mañana soleada encontró a Francesca en el jardín, y se alegraron tanto que se
pusieron a leer la historia de los amores entre el caballero Lanzarote y la reina
Ginebra, y seducidos por la belleza y el erotismo del texto, en el que
Lanzarote besa a Ginebra, Paolo hace otro tanto con Francesca. En ese crítico
momento – casualidad o infortunio - aparece por allí Giovanni, los coge
“infraganti”, y sin más miramiento los despacha a espada a los dos, y, claro,
como no tuvieron tiempo de arrepentirse, pues al infierno directamente… etc.
Como siempre, más fuego para apagar el fuego de los besos.
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Y ya que hemos citado a Boccaccio, cómo dejar pasar el “El Decamerón”, sin
indagar los besos que contiene. Es su obra más bella y la más importante
literariamente, no en vano le dedicó más de cinco años. Se trata de una
colección de cien relatos ingeniosos que a lo largo de diez jornadas se cuentan
un grupo de amigos, siete mujeres y tres hombres, que para escapar de la
peste se han refugiado en una villa de las afueras de Florencia. El Decamerón
puede considerarse una obra plenamente renacentista, ya que se ocupa de
aspectos meramente humanos sin utilizar como marco el ambiente moral o
religioso, lo que rompe con la tradición literaria de la Edad Media. El libro
está lleno de escenas eróticas y sexuales, y, por supuesto, de besos. Veamos,
resumidamente uno de los ejemplos más curiosos y divertidos, tomado del
“Cuento cuarto, de la Décima jornada”:
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Vencido, pues, por este apetito, le puso la mano en el seno y teniéndola
allí durante algún espacio, le pareció sentir que en alguna parte le
latía el corazón; y, después de que hubo alejado de sí todo temor,
buscando con más atención, encontró que con seguridad no estaba
muerta, aunque poca y débil juzgase su vida; por lo que, lo más
suavemente que pudo, ayudado por su servidor, la sacó del monumento
y poniéndola delante en el caballo, secretamente la llevó a su casa de
Bolonia…”
La literatura, siempre tan espléndida, nos salva una vez más de la penuria de
fuentes autorizadas en esa época en materia de besos y erotismo. Y bien que
se lo agradecemos a los pocos autores que se arriesgaban a coger la pluma y
escribir, como nuestro muy admirado Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, quien se
atrevió a publicar el mejor libro de enseñanzas eróticas de su época: “El
Libro del Buen Amor”. El autor describe en diversos capítulos, numerosos
lances de seducción, encuentros sexuales y galantes, y da consejos para
seducir y ganarse los favores sexuales de una dama. Y lo más interesante es
que habla en primera persona, como si él fuese el protagonista de los relatos,
aunque ya desde el comienzo se apremie a explicar que lo hace así sólo con
intenciones “didácticas” y ejemplarizantes, y no por experiencia propia.
Cierto o no, es bien sabido que los clérigos siempre fueron proclives a
dejarse llevar por lo que, según el Arcipreste dice Aristóteles, que todos los
seres vivos, y aun más el hombre, se mueven por el instinto sexual. Sea
como fuere, Juan Ruiz nos dejó una auténtica joya, un libro de relatos
eróticos la mar de divertidos, atrevidos y excitantes. Si no lo ha leído, aun no
es tarde para empezar, y por si acaso, para que vaya abriendo boca, aquí le
copio algunos párrafos del propio Arcipreste, eso si adaptados al castellano
moderno, para facilitarle la lectura:
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leer y meditar el mal que hacen —o que tienen intención de hacer—
los obstinados en sus malas artes, y viendo descubiertas públicamente
las muchas y engañosas artimañas que usan para pecar y engañar a
las mujeres, avisarán la memoria y no despreciarán su propia fama
[...] No obstante, como es cosa humana el pecar, si algunos quisieran
- no se lo aconsejo - servirse del loco amor, aquí hallarán algunas
maneras para ello [...]».
BESOS RENACIENTES
1
Besos: Visión multidisciplinar de la función de la boca. Dirigido por Mª Ángeles Rabadán para el Ilustre
Consejo General de Colegios de Odontólogos y Estomatólogos de España. 2004.
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Eso al menos se desprende de lo que decía en 1466 Leo von Rozmital, un
noble de Bohemia que solía visitar Inglaterra, y que, según cuenta, pudo
observar que los huéspedes que llegaban a las posadas eran recibidos por la
anfitriona y su familia con cariñosos gestos: “…salían fuera para recibirles; y
se espera que los huéspedes besen a todos. Esto entre los ingleses es lo mismo
que estrecharse la mano en otras naciones”.
Algunos años después, el mismísimo Erasmo de Rótterdam habla de los
gestos de la gente de Inglaterra y de su afición a besarse, y escribe a su amigo
Fausto Andrelini y le invita a ir a ese país, pues allí las mujeres son hermosas
y fáciles de besar: “Tienen aquí una costumbre que nunca puede ser
suficientemente alabada. Siempre que llegas a un lugar todos los presentes te
reciben con un beso; cuando te marchas, te dicen adiós con un beso; que
ellos se van, los besas a todos. Si te encuentras con alguien, abundancia de
besos; en resumen, te muevas por donde te muevas, no hay más que besos”.
Final de una época, comienzo de otra, y como tantas veces ha ocurrido las
costumbres y ritos se van relajando para reconvertirse luego. Con las prendas
de vestir pasa también. De los tristes aditamentos medievales se pasará a
vestidos sumamente escotados, la atracción que eso significa supondría un
estímulo para aproximarse tocar y besar. Y tal cosa sucedía realmente, a decir
de los historiadores. Hasta tal punto que muchos podrían aprovechar la
circunstancia para – literalmente – meter mano en el escote de las señoras,
con lo cual no es extraño que se confundieran las cosas y se acabase con el
buen gusto. Tal vez por eso en la segunda mitad de ese siglo se fueron
agotando tantos besos y se pasó a una respetuosa reverencia como forma de
saludo social en lugar del beso. O tal vez fuese por el miedo a la peste de
1665, o quizá por la influencia italiana, más sofisticada y floreciente, o tal vez
por culpa de las penurias impuestas por las guerras de religión, lo cierto es
que la gente dejó de besarse efusivamente, aunque también de postrarse hasta
dar cabeza en suelo para honrar a alguien, por ejemplo a una autoridad o a una
dama a la que quisiera galantear.
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siglo XVI había todo un ritual de bienvenida para los visitantes, que incluía
reunirse la familia y salir a recibirlos a la puerta, tomar su espada, sacar vino
y copas, servirle y beber y todo ello bien adornado con abrazos y besos. Sin
embargo en el XVII los polacos ya no eran tan efusivos, según relata A. Blue
que cita aun francés que visitó Polonia en esa época y escribió: “Dos personas
del mismo nivel social se abrazan y besan en los hombros; los subordinados
deben besar las rodillas, pantorrillas o pies de sus superiores…”.
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y en éstas, y en éstas, si no me mordiesse,
mi boca en su lengua gela recalcasse...
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ciertos alquimistas y sus mujeres y dice textualmente: “Había muchas
mujeres tras estos besándoles las ropas, que en besar algunas son peores que
Judas, porque él besó, aunque con ánimo traidor, la cara del Justo Hijo de
Dios y Dios verdadero, y ellas besan los vestidos de otros tan malos como
Judas. Atribúyolo, más que a devoción, en algunas, a golosina en el besar.
Otras iban cogiéndoles de las capas para reliquias, y algunas cortan tanto
que da sospecha que lo hacen más por verlos en cueros o desnudos que por fe
que tengan con sus obras”. Entro otras muchas cosas sus sátiras no se paran
en los amores tiernos y bobalicones, sino que llegan incluyen a los besos
oscuros, al punto de comparar los placeres del cagar con los del beso: "Que no
habría en el mundo gusto como el cagar si tuviera besos." Pero para qué
abundar si es evidente que por los finales del “cuatrocientos” la alegría festiva
del besar se extendía desde la calle al teatro, desde las alcobas a los libros.
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teocracia social estricta, en la cual no se cabían los bailes, ni la ropa lujosa, ni
las joyas, ni ninguna licencia festiva. Hasta el amor legítimo debía estar
austeramente regulado. Los compromisos y noviazgos deberían ser limitados,
las bodas sobrias y sin festejos, el matrimonio destinado a para producir niños
y aplacar los impulsos sexuales. Triste, pero cierto.
Así, beso a beso - que diría Machado - llegamos a las puertas de la llamada
Edad Contemporánea, en la que los modos corteses se expresarán con otras
“maneras”. Pronto surge el Romanticismo y las relaciones se llenan de
“rumores de besos”. Los escritores y artistas proclaman el triunfo del amor, y
podemos pensar que si los besos cobran tanto protagonismo en sus textos,
será por que también lo hacen en sus vidas amorosas y sexuales. Besos como
los de Gustavo A. Bécquer (1836-1870). Déjeme que le recuerde sólo un par
de ellos:
“Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso..., yo no sé
que te diera por un beso”.
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Oigo flotando en olas de armonías
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?
¿Dime...? ¡Silencio! ¡Es el amor que pasa!
En Francia Rodin (1840-1917) funde en bronce dos besos que quedarán para
siempre como símbolos: "El Beso" y “La eterna primavera”. Esta segunda
escultura es un prodigio de movimiento, ternura y lirismo al besar. La primera, sin
embargo, fue concebida para la gran Puerta del Infierno que nunca llegaría a
completar. Representa el beso de Paolo y Francesca en el instante en que son
sorprendidos y condenados al infierno. Volveremos a su taller más tarde, pero de
momento nos quedaremos en Francia, donde el poeta Alfred de Musset (1810-
1857), a quien Georges Sand había abandonado, sufre dolorosamente por sus
besos: ¿Sabes qué significa esperar un beso cinco meses, día tras día, hora
tras hora, sentir como la vida te abandona…? Y siguiendo esta corriente
romántica, Paul Bernard (1886-1947) afectado por la cursilería, llega a
asegurar que “El primer beso, sabedlo, no se da con la boca, sino con los
ojos".
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Siguiendo el guión trazado por José María Ustrell en su capítulo sobre los
“Orígenes del Beso”, examinaremos ahora cómo se besa en la actualidad.
Entre los aspectos que destaca al respecto señala que tras la Segunda Guerra
Mundial aparecieron los movimientos pacifistas, que con su política de "haz
el amor y no la guerra" hicieron que el beso cobrara un gran protagonismo.
En mayo del 68, el beso se convirtió en símbolo de rebeldía y libertad, y las
fotografías de los diarios se llenaron de manifestaciones públicas de amor. La
superación de la guerra fue un estímulo abierto para el amor. El informe de
Alfred Kinsey de 1948, sobre la sexualidad del “macho humano” fue otro de
esos acicates inestimables. En él se señala que muy pocos americanos casados
antes de la primera Guerra Mundial habían practicado el beso profundo con
lengua incluida. Sin embargo, como tantas otras veces había ocurrido, cuando
sus datos fueron contemplados desde otra óptica, se vio que más del 75 % de
los hombres de cierto nivel cultural si lo habían practicado y practicaban,
mientras que si se trataba de clases menos cultivadas lo hacían sólo en el 40
% de los casos. Tal vez la menor formación actuara como elemento inhibidor,
ya fuese al hacerlo o al decirlo, pues muchos lo consideraban poco higiénico o
tal vez poco admisible.
Sin embargo en los años 60, pese a la liberación sexual, aun era pronto para
que la moral social se relajase lo suficiente como para hacer pública y
transparente la sexualidad humana. Tal ver por ello el beso de Rodín o la
fotografía de Doisneau tuvieron tanto éxito: eran algo prohibido. El beso
seguía siendo cosa seria, íntima y ignorada. De hecho, informes posteriores a
los 60, sobre la conducta sexual humana, apenas incluyen nada sobre los
besos y el besar. Helen S. Kaplan, en sus textos de terapia sexual ampliamente
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difundidos en los años 70, se olvida de los besos y ni siquiera menciona a los
labios como elemento fisiológico a tener en cuenta. Y Master y Jonson,
verdaderos reyes de la sexualidad durante las últimas décadas, no le dedican
prácticamente ninguna atención en sus múltiples textos, de hecho en su
tratado-resumen sobre “La sexualidad humana” ni siquiera se menciona el
besar como práctica sexual. En España, en el informe sobre “Los españoles y
la sexualidad”, tal vez el más difundido en los años 90, su autor Malo de
Molina sólo utiliza una vez la palabra “beso” y de pasada, y en sus encuestas
no hay ninguna pregunta sobre ellos. Puede que aun planease sobre nosotros
la sombra de la dictadura, en la que un beso en público podía ser motivo de
escándalo y te podía costar una noche de calabozo, o al menos una multa.
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modelos: los besos en la mejilla, que significan amistad, y en la boca son
signos del amor. Persiste, no obstante, una forma elegante de, saludo, el
besamanos. Este es el más discreto de los besos de sumisión. En Francia esta
expresión se acompaña de una frase obligada: "mes homages, madame". Un
tal Reboux – citado por Ustrell - explica con gracia como debe hacerse esta
forma de saludo:
"Unos depositan un beso ventosa, algunos levantan el brazo de la
mujer a su altura, otros mojan la mano e incluso hay quien picotea.
Para besar la mano lo correcto es, con las piernas rectas y los pies
juntos, inclinarse levemente hacia la mano, elevándola un poco a partir
del gesto que hará la mujer, y hacer un simple rozamiento con los
labios. La regla general es que se besa la mano de las señoras casadas
o de las solteras de cierta edad. Si la dama lleva guantes no es
procedente realizar este tipo de cumplido y, de cualquier forma, para
conocer qué tipo de saludo prefiere la mujer, será preciso prestar
atención a la forma en que tiende la mano. A los mandatarios
eclesiásticos, aunque no sea una obligación, se les hará un ademán de
besar el anillo".
El siglo XX nos trajo nuevos besos que nos ha hecho soñar a muchos. Son los
besos del cine, de los que más tarde hablaremos. Es el “beso francés” que ha
dominado el mundo de la moda del beso, el beso “de tornillo” dicho más a lo
claro. Pero ese beso ya no es de nadie, es universal, el cine, la fotografía, las
diferentes artes y medios de comunicación lo han impuesto, pese a los
obstáculos que el Sida ha supuesto para las relaciones sexuales.
En el futuro seguirá habiendo besos, eso seguro, aunque tal vez ocurra que la
comunicación por internet, o la telefonía con imágenes, haga que cambien las
cosas. Tal vez se impongan los besos virtuales, aunque sea una opción muy
poco emocionante. Y ¿qué esperar para el nuevo milenio?, ¿tal vez los besos
intergalácticos? En Star Trek, el Sr. Spock ya hace años que besaba a mujeres
de otras civilizaciones planetarias, pero dicen los expertos que lo hacía como
un autómata, sin sentimiento, y eso no nos gusta ¿verdad? Se me ocurre que
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un buen slogan para el futuro sería: “Besos sin fronteras y para todos en el
siglo XXI”.
Pero eso ya excede las intenciones de este capítulo y nos traslada a otros
aspectos que abordaremos más adelante. Por ejemplo, cómo son los diferentes
tipos de besos a lo largo y ancho del mundo, o los distintos modos de besar
según las culturas, las personas, las situaciones, etc. Es decir, se trata de
indagar acerca de los usos, sentidos y significados de los besos. Un erudito en
esta “geografía plurisémica de los besos” diría que trataremos de la
“semántica y semiología” de los besos. Tanto da.
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6.- EL PLANETA DE LOS BESOS.
Según los expertos, este beso facial de salutación tan extendido en el mundo
entero proviene de Francia. Se trata del artículo de exportación europeo que
más éxito ha tenido. Si se pudieran cobrar royalties la UE superaría en
comercio exterior a la “cocacolizada” Norteámerica y al supercomputarizado
Japón. Los historiadores dicen que se originó como una costumbre rural en
Francia, donde los campesinos para saludarse se sujetaban de los hombros y
se besaban sonoramente en ambas mejillas. Esa costumbre pasó luego a las
ciudades donde fue discretamente “urbanizada”, y para hacerse menos
“pueblerina” fue perdiendo sonoridad, alegrándose de su carga física, pero
también perdiendo “autenticidad”. Lo intenso se fue convirtiendo en “light”,
como las comidas caseras. Eso me recuerda la forma de besar de una de mis
cuñadas de un pueblo de la vieja Castilla. Sus besos son un verdadero
empujón facial y craneal, has de estar prevenido si no quieres perder el
equilibrio, y, por su puesto suenan a beso de verdad. Por el contrario una de
mis más queridas enfermeras cuando te saluda con dos supuestos besos los
lanza tan de lejos y con la cara tan girada que has de tener cuidado en no
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dárselo en el cogote. Cada cual tiene sus rasgos gestuales, su peculiaridad
besadora, su personalidad labial, es evidente.
Hay otra curiosa anécdota que hizo que un beso se convirtiera en noticia de
informativa y diera la vuelta al mundo. Sucedió con motivo de la visita de
Isabel II de Inglaterra a Estados Unidos. Una persona desconocida de un
barrio popular de Washington DC se aproximó cordial y efusivamente a la
reina, la abrazó y la besó, y ella y su séquito se sintieron sumamente turbados,
amén de alarmados. A la reina no se la puede besar, y menos en público, a lo
sumo reverenciarla inclinándose educada y comedidamente ante ella. Aun
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quedan viejos vestigios rituales en esta anciana Europa, que, pese a ser
meramente simbólicos, en cierto modo se traducen en los usos públicos. Tal
vez por ello en dos de las sociedades europeas más rígidas y menos
“emocionales”, como son Alemania y el Reino Unido, casi nadie se besa en
público para saludarse, y a lo sumo se dan uno y no más. Algo similar ocurre
en Polonia, donde la manera tradicional de saludar un hombre a una mujer es
besándole la mano con un gesto recatado y antiguo, nada de besos en la cara
ni en los labios.
Los que no se quedan rezagados en materia de besos son los americanos, que
en general son bastante besucones. Los norteamericanos suelen dar un único
beso y lo hacen de forma discreta, pero sin embargo usan frecuentemente
besos bilabiales breves para el saludo entre mujeres amigas o entre madres e
hijos, pero no entre hombres. Según una curiosa encuesta - los americanos las
hacen para casi todo - una chica estadounidense besa a un promedio de 79
hombres antes de contraer matrimonio. También han observado que en esto
hay diferencias entre sexos. Un estudio realizado en jóvenes escolares de 12 a
13 años, de un nivel equivalente a nuestra EGB, encontró que el 55 % de los
chicos habían besado a una chica, mientras que sólo el 24 % de las chicas
habían besado a un chico. Cuando preguntaron sobre “besos con lengua”
encontraron que la frecuencia de uso descendía hasta el 27 % de los chicos y
el 15 % de las chicas. A nosotros los viejos liberales europeos nos parece
bastante para una edad tan tierna, ¿no cree?
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sociales son explícitos pero tácitos, hay poco escrito y menos aun establecido
como de obligado cumplimiento. Si es la mujer la que se adelanta y besa
afectuosamente puede ser considerado como signo de algo más que saludo, si
es el hombre también pero menos. Si cualquiera de los dos el inicio de un
gesto de dar la mano responde con un beso el otro se sentirá turbado; si
sucede al contrario se sentirá cortado, un gesto de besar es respondido con una
apretón de manos, se sentirá tratado con frialdad o rechazado. Tal vez lo
mejor sería alargar la mano y si se perciben indicios de iniciar un beso
aproximar la cara y ofrecer un beso aséptico, tan insustancial como
protocolario.
Este viaje a través del planeta de los besos nos enseña que incluso en
sociedades en las que el beso no era una forma tradicional de saludo, el estilo
europeo se ha impuesto. Ya es una práctica generalizada en el subcontinente
hindú, y poco a poco se va introduciendo en la compleja China y en el
ritualizado Japón. Sin embargo, a decir de algunos antropólogos, aun quedan
algunas culturas aisladas o muy localistas, como las sociedades somalíes,
cewa, lepcha y sirionao, en las que el beso de saludo es desconocido, y para
los tongas sudafricanos todo tipo de contacto bucal con otro es repulsivo.
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En África hay tantos pueblos, culturas y países que no es posible hacer
ninguna generalización sobre el beso. Hay lenguas tribales, por ejemplo en
Ghana, que ni siquiera tienen la palabra beso. En países africanos bien
avanzados en muchas áreas, como por ejemplo Sudáfrica, aun se pueden
visitar aldeas donde los aborígenes conservan viejas costumbres relacionales,
como si el hombre europeo jamás hubiera pisado sus tierras. Así es posible
encontrar formas idiomáticas simples que están basadas en el uso de los
sonidos que emiten los chasquidos de la lengua en el interior de la boca, que
usan los labios o el paladar para emitir sonidos expresivos y gestuales, o que
utilizan los diferentes sonidos de los besos para comunicarse. No las hemos
oído, es obvio, pero según parece ellos se entienden en ese rico lenguaje de
los besos, y sin necesidad de representarlos con ningún sistema alfabético.
Resulta curioso contrastar las grandes diferencias que hay en los ritos de
salutación entre culturas y países de uno y otro lado del mediterráneo: tan
cercanos y tan distintos. En ambas culturas se dan besos o se dan la mano para
saludarse, sin embargo se diferencian en el uso, en la formalidad, en la
distribución y, sobre todo, en el significado. La clave está en el lenguaje no
verbal, que entre los árabes suele ser más notorio, más ostentoso, más sonoro.
También entre los propios árabes hay diferencias según el sexo y edad de los
“intervinientes” en el beso. Por ejemplo en España, un hombre y una mujer se
suelen saludar con dos besos si existe una mínima relación de amistad o
conocimiento. Sin embargo en los países árabes los besos se utilizan
generalmente para las relaciones entre personas del mismo sexo, pero no entre
los contrarios. Que un joven bese a un anciano árabe en la mano es
interpretado como signo de respeto, pero no besará jamás de esa manera a una
mujer, ni siquiera de su propia familia.
En Palestina los huéspedes que llegan a los hogares esperan ser besados al
entrar a la casa, lo cual es una especie de ritual reparador de cuando Cristo
fue invitado por un fariseo a su casa y este no le besó ("No me diste beso…"
(Luc. 7:45). Los hombres palestinos se saludan francamente al encontrarse,
para ello ponen su mano derecha sobre el hombro izquierdo del amigo y le
besan la mejilla derecha, después hacen lo contrario, ponen la mano izquierda
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sobre su hombro derecho y le besan en la mejilla izquierda. Mientras que en
España los hombres nunca o casi nunca nos besamos en la cara, allí puede
verse constantemente esos besos que equivalen a nuestro sincero apretón de
manos entre amigos o en los encuentros sociales.
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José Manuel. El beso entre los árabes es un gesto muy apreciado que
indica compañerismo, afinidad. Inmediatamente después, como por
encantamiento, las manos agresivas hasta entonces, se tornan
complacientes. José Manuel está protegido y quienes le agredían,
ahora le empujan con respeto hacia los coches aparcados. Y en ese
momento de perplejidad, propia y ajena, se introduce, lo introducen en
un taxi, que intenta salir de allí en dirección a Bagdad. Hay un
tremendo lío de tráfico.…”
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7.- EL IDIOMA DE LOS BESOS
En fin, resulta sorprendente que sobre una cosa tan simple como un beso se
puedan hacer tantas divagaciones y conjeturas, o establecer tantos patrones de
usos y significados. No tendríamos suficiente con mil y una categorías de
análisis para abarcar todas las posibles formas y significados del besar. Pese a
ello en este capítulo abordaremos de forma entrelazada dos de los aspectos
más “significativos” del tema. El primero es el de los significados de los
diferentes modos y maneras de besar, y el segundo como son esos en
diferentes épocas, zonas o culturas.
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señalamiento. Así ocurre, por ejemplo, con el beso ritual de la mafia siciliana,
que delata y marca al besado anticipándole la tragedia.
Y es que un beso se puede dar por y para muchas cosas, y no sólo con los
labios. Se besa, simbólicamente, con los dedos, con los ojos, con el corazón,
con el soplo… Hay besos de saludo, de amor, de ternura, de costumbre, de
compromiso, de veneración, de respeto, de reconocimiento, de transferencia,
de traición, de pertenencia, de familiaridad, de desamor, de consolación, de
juego, de sexo, de perversión… en fin múltiples y variados significados de los
besos. Pensemos que se trata de un elemento no verbal de comunicación, con
muchas posibles formalizaciones dependiendo de quien, como, cuando y
donde se den o se reciban. Cualquiera con un mínimo interés taxonomista
podría elaborar una extensa clasificación del besar, que iría desde lo muy
simple y anecdótico, hasta lo más complejo y trascendente.
Dicho de oto modo, los gestos son elementos comunicativos naturales que
pueden ser considerados como “mediadores” entre la intimidad individual y la
cultura social. Son los primeros elementos comunicativos, tal vez también los
primeros actos simbólicos. La suma de gestos compone una gestualidad que
es típica de cada persona, que la identifica aun más que sus facciones o
palabras. Reconocemos a una persona desde lejos por como anda, como se
mueve o como gesticula al hablar. Cada persona tiene su propio sistema de
señales y también existen códigos gestuales típicos de una cultura o grupo
social. Siempre me llamó la atención que los comentaristas de televisión sean
capaces de reconocer tan rápidamente a los futbolistas en un campo tan
enorme y desde tan lejos. Y que decir de esa rara habilidad de ciertos
comentaristas de reconocer a los ciclistas en una carrera, si van todos
“disfrazados” y todos dan pedales de la misma manera. Pues no, aunque lo
parezca, no los dan igual. Lo mismo ocurre con los besos. Aunque todos
hagamos lo mismo, cada uno lo hace a su manera, y en cada grupo hay
códigos típicos asociados a los besos. Pensemos en lo que ocurre cuando
besamos por primera vez a una persona. Hasta que no lo haces no tienes ni
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idea de cómo va a salir la cosa, si habrá o no equilibrio entre los labios de
ambos, si nos acoplaremos al ritmo de besar, si los labios y la lengua… etc.
Por otra parte en el beso hay elementos instintivos reflejos que también tienen
valor semántico no verbal. Por ejemplo, al besar un 97% de las mujeres
cierran los ojos, mientras que sólo lo hacen el 30% de los hombres.
Aparentemente esto significa que la mujer siente más profundamente la
emoción unida al beso, y eso a su vez es un elemento de comunicación sexual
de la mujer amada que estimula al hombre. Incluso hay quien dice que esa
gestualidad instintiva o innata, tiene que ver con la configuración psicofísica
del temperamento. Según Ramer, en general quienes besan con los ojos
abiertos son más prácticos y realistas, y también sería un indicador de alta
fidelidad y de tendencia a la monogamia. En fin, tal vez sea demasiado decir,
pues, que nos conste nadie ha investigado seriamente la relación entre la
personalidad y la conducta de besar. Es evidente que hay diferencias entre
cuanto y como besan las personas, y que posiblemente los más románticos
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prefieran cerrar los ojos al besar, pero aparte de lo sugestivo de la hipótesis no
hay manera de comprobarlo.
Lo que parece evidente es que con frecuencia los besos han sido objeto de
toda suerte de digresiones que a poco alcanzan si no se apoyan en estudios
serios al respecto. Resulta llamativo que a una conducta tan peculiarmente
humana, tan gratificante y económica, se le haya prestado tan poca atención.
Ni siquiera la sexología le ha dedicado el interés que merece en tanto en
cuanto que conducta sexual. Lo veremos cuando abordemos la psicología y
sexología de los besos.
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En el Gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, él se debate entre el peligro de besar a
Daisy o “pasar de ella” pues “Sabia que cuando besara a esa chica y
“casaran” para siempre sus indecibles visiones con su aliento perecedero, su
mente nunca más volvería a retozar… Así que esperó… Entonces la besó. Al
toque de sus labios, ella se abrió para él como una flor y la encarnación fue
completa”.
Hay besos de amor para dar la vida y también para pasar de la vida a la
muerte. El Fausto de Marlowe vende su alma al diablo no sin antes pedirle a
la “Dulce Helena, hazme inmortal con un beso”. Goethe hace que Werther y
Charlotte se besen fatalmente después de leer al bardo Ossian. Y Jacopo y
Teresa, del italiano Foscolo, se besan apasionadamente después de recitar a
Petraraca y Safo y de ese modo transitan dulce y eróticamente al último
suspiro: “Y nuestros besos y nuestros alientos se mezclaron y mi alma se
transfundió a tu pecho”. Morir con el beso de tu mejor amante en los labios
es una gran idea literaria que viene de lejos. Los romances medievales ya lo
proclamanban, Dante se hartó de padecerlo, Shélley lo cantó hasta la
saciedad: “…y nuestros labios con otra elocuencia que no eran palabras,
eclipsaron el alma entre ellos”; y en “La filosofía del amor” hace que todas
las cosas se besen, “ved las montañas besar al alto cielo”, si bien nuestro
sensible Gustavo Adolfo Bécquer lo hacía mucho mejor, ¿recuerda?...
“Besa el aura que gime blandamente
las leves ondas que jugando riza
el sol besa a la nube de occidente
y de púrpura y oro la matiza.
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar a otra llama se desliza.
y hasta el sauce inclinándose a su peso
al río que lo besa, vuelve un beso”.
Tal vez con un beso de buenas noches. Ese tierno, salutífero, salvador,
protector, que las madres de todos los mundos ofrecen a todas sus criaturas
para que les acompañe en el transito diario entre la vida-luz y la muerte-
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oscuridad; o, el beso otro beso en espejo del despertar, para darles la
bienvenida de nuevo a la vida. La diosa Nut es la reina egipcia de la noche, la
que extiende sus alas protectoras sobre los niños que duermen y despiertan.
La gran protectora azul, como los besos. La que acompaña a los niños en el
viaje a lo desconocido, en el regreso del abismo, en el que han contado con la
compañía simbólica de la madre. Eso es lo que les garantiza el beso sedante,
hipnótico, ataráxico. Ese beso, el de irse a dormir, es el mejor ejemplo del lo
que un beso puede llegar a significar. A los niños no les gusta acostarse
porque se enfrentan a la soledad y a lo desconocido. El beso materno en ese
preciso momento, les ayuda a vencer los miedos de la oscuridad, los
inquietantes ruidos de la noche, las desconcertantes imágenes de los sueños,
las angosturas de las pesadillas. Nadie lo ha descrito mejor que Marcel Proust
en “En busca del tiempo perdido”. Tenía siete años y una mamá que subía a
besarle todas las noches, “Mi único consuelo cuando subía al piso de arriba
para dormir era que mi mamá vendría y me besaría cuando estuviera en la
cama”. “…a veces cuando, después de besarme, abría la puerta para
marcharse yo anhelaba llamarla, para decirle: bésame una vez más”. Más
cuando había invitados la mamá no subía y el pobre niño las pasaba estrechas
(angustiosas), pues tenía que contentarse con el beso en el comedor y con
llevárselo “simbólicamente” puesto hasta el dormitorio, y entonces el niño
preparaba a conciencia ese beso “… que iba a ser tan breve y furtivo…
escogería el lugar exacto de su mejilla donde lo estamparía, y me prepararía
para poder… consagrar la totalidad… de la sensación de su mejilla contra
mis labios”. Siendo ya mayor, al final de la vida de su madre, los papeles se
invertirán, será él el que cada noche despida con un beso a su madre viuda y
delicada de salud. En media habrán quedado muchas relaciones amorosas
complejas y a veces tormentosas, con frecuencia marcadas por esa relación
“prousiana” con el beso materno, o con su carencia.
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Esa extraña carencia simbólica de besos a menudo se encuentra en las
representaciones pictóricas de la Virgen y el Niño Jesús. Nunca se están
besando, pero con frecuencia sus miradas son tan elocuentes que podría
decirse lo que viene a continuación, el beso maternal que por razones
difíciles de comprender la Iglesia se ha empeñado en ocultar. Dicen algunos
analistas que la razón está en que el origen real de la escena se sitúa en el
mito de Venus, la diosa del amor, y Cupido, su hijo, el dios del amor. Esta
pareja, sin embargo ha sido representada a menudo en actitudes
inequívocamente sexuales. Por ejemplo en el cuadro de Bronzino, “Venus,
Cupido, la Locura y el Tiempo”, la madre y el hijo adolescente están unidos
en un expresivo beso con lengua incluida. Eso prácticamente nunca ocurre en
las representaciones de la Virgen y el Niño, salvo en el cuadro de Quentis
Metsys, pintor flamenco (1465-1530) que en el cuadro titulado, “La Virgen
con el Niño”, los representa besándose. Pero esa es una rareza pues ni en las
famosas vírgenes de Giotto, ni en las diversas representaciones de la escena
hechas por Murillo, ni en las múltiples de Rafael aparecen ninguna imagen
explícita de besos en la “sagrada” pareja. En los cuadros de Rafael, no
obstante, es evidente una relación muy intensa entre ambos, muy
obsesivamente sensual pero al tiempo muy controlada. Dicen los expertos que
Rafael padeció carencia de besos, pues su madre murió siendo él un niño, y
que por eso pintó tantas maternidades. ¿Quién sabe?
Tal vez por eso los niños juegan a besarse. Los juegos y los besos serían otro
de esos campos semánticos en los que podríamos adentrarnos y no acabar.
Déjeme sólo recordarle que el beso forma parte de muchos juegos
tradicionales, ya sea como penalidad ya como recompensa. La tradición del
beso a la muchacha más bella y deseada cuando se encuentra debajo del
muérdago, los juegos de prendas o danzas, los del corro, y muchos otros
tienen los besos como protagonistas. Muchas chicas han recibido, y muchos
hemos dado de esa manera nuestro primer beso. Que manera tan sutil y sabia
de aprender y de enseñar a hacernos personas sociales y adultas jugando; con
besos, ¿cabe mejor premio?, ¿alguien imagina mejor castigo? Recuerdo
vagamente haber leído no se donde, que había una tribu en no se que isla de
no se qué zona del Pacífico, en la que el castigo para los niños o adolescentes
que eran pillados cometiendo un acto sexual “inapropiado”, era obligarles a
repetirlo. ¿Que bueno verdad?, o que malo, según se mire.
Dicen que el primer beso es tan difícil como el último, aun que,
personalmente, creo que éste siempre será el peor. El primero es símbolo de
amor y deseo. Desde pequeños soñamos con ese primer beso, y cuando lo
repetimos queremos que todos vuelvan a ser el primero. Nace de la atracción,
del deseo que nos inflama, nos quema, nos estremece y nos hacer perder el
sentido. ¿Serán las endorfinas? Es una suma perfecta entre dos personas, y no
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puede darse o recibirse de cualquiera. Esa química no admite sucedáneos,
solo ocurre cuando ocurre y es científicamente impredecible, aunque también
es incontrolable por la voluntad. Que temblemos al besar por primera vez a
una persona no quiere decir necesariamente que sea el amor de nuestra vida.
Si así fuese sería perfecto, una “prueba del algodón” sin posible error, y no
esa lotería que es el “amor-pareja”.
Sin embargo no siempre tiene que ser tan aparatoso, con frecuencia el primer
beso es un simple rito de paso, bastante más circunstancial y no tan
significativo. Diríamos que es un beso de “graduación” que te da el boleto
para pasar a la adolescencia o la juventud. Las típicas fiestas de graduación,
de fin de curso etc. siempre han sido un buen pretexto para el primer beso o,
en casos afortunados, para el primer “…”. El cine lo ha idealizado tanto que
resulta casi repelente. Pero, gracias a las musas aun nos queda el recurso a la
literatura, al inmortal Shakespeare por ejemplo, que en Romeo y Julieta reune
beso y pecado, descubrimiento y muerte. La escena del beso dice así:
R.- ¿Acaso no tienen labios los santos y peregrinos?
J.- Si, peregrino, labios para las plegarias.
114
R.- Entonces no te muevas, mientras recojo el efecto de mis plegarias.
Así de mis labios, por medio de los tuyos es purgado el pecado.
J.- Entonces mis labios tienen el pecado que han tomado.
R.- ¿Pecado de mis labios? ¡Oh, dulce ofensa! Devuélveme otra vez el
pecado.
Así fue el primer beso, y el segundo y luego hubo muchos más entre esos dos
adolescentes de tan sólo trece años que tan amarga e injustamente acabaron
pagando sus pecados. Es lo que tienen los besos, mucho peligro. Y si no que
se lo digan a Drácula y sus víctimas vampirizadas.
Y es que los besos también sirven para morir, y no precisamente de amor. Eso
sucede cuando son los abogados del diablo quien los dan, los judas, los
vampiros, los caníbales o los mafiosos. Es el eterno reverso tenebroso del
beso. Para acotar la historia de esa manera de besar, podríamos comenzarla
hace unos dos mil y pico años en los labios de Judas, y acabarla en con Oscar
Wilde en “la balada de la cárcel de Reading”: “…los hombres matan aquello
que aman /… algunos lo hacen con una mirada amarga / otros con un halago
/ el cobarde lo hace con un beso…”. Es bien sabido que a consecuencia de
algunos de esos besos “prohibidos”, homosexuales, Wilde acabo en la cárcel.
Unos besos dan vida y unen las almas, otros roban la vida y el alma. Ese es el
nexo que A. Blue encuentra entre los besos “a lo judas” y los besos “a lo
vampiro”. Más tarde buscaremos besos en los cuentos y leyendas, en las
historias tenebrosas, pero déjeme ahora que volvamos un momento al beso de
traición por excelencia.
115
Osiris, Attis y Adonis. Al igual que ocurre en estos ritos místicos, las
celebraciones triunfales de estas divinidades siempre acaban con su muerte
simbólica, lo que las eleva a los cielos. Igualmente, la traición y muerte de
Jesús es lo que le convirtió de simple predicador vagabundo en un dios
universal. Visto así, la cuestión es ¿quién traicionó a quién, Judas a Jesús o
viceversa? No vale la pena responder, entre otras cosas por no molestar a la
tradición, pero que conste que la historia de Judas y el beso no está clara ni
siquiera en los escritos de los apóstoles, hay muchas diferentas entre ellos, y
parece que se fue incorporando a medida que el cristianismo crecía y se
consolidaba como una verdadera religión. El rito del sacrificio y la
“canibalización” simbólica del “dios” es un gran recurso. Beso y decoración
sin riesgo ninguno. El cuerpo de Cristo es devorado una y otra vez, con sumo
cuidado, con el máximo respeto, sin apenas hacerle daño, sin masticar la
sagrada forma. Todo encaja a la perfección. Del beso a la eternidad. Por eso a
los cristianos les gusta tanto repetir la escena, por un lado se sienten culpables
de matar y devorar a su “cristo”, y por otra lo ingieren para ser perdonados y
salvados. Claro que para que esa escena tuviera tanta fuerza que persistiera a
lo largo de los milenios, se necesitaba que la primera fuese muy “fuerte”.
Nada de un besito, un beso de muerte, nada de un mordisquito, un sacrificio
con ingestión en toda regla. Qué mejor gesto podría cumplir con las
expectativas que un beso mortal. Según Lucas, hasta Jesús lo dijo: “Judas,
¿traicionas al hijo del hombre con un beso? Había que traicionarlo, matarlo y
comérselo, y para empezar a hacerlo lo primero son los labios. Él mismo ya lo
sabía, lo dejó dicho y ordenado. Se necesitaba un actor secundario, un chivo
expiatorio, y Judas representó a la perfección su papel. A la postre, y de
acuerdo con el mismísimo San Agustín, Judas le hizo un gran favor al
cristianismo. Y según Borges, “Un hombre al que el Redentor ha distinguido
de tal manera merece por nuestra parte las mejores interpretaciones…”. Un
Oscar para el mejor actor secundario, para el protagonista del beso más
famoso de toda la historia.
116
derivado de un beso, el beso primordial. Eso, que puede parecer una
recargada metáfora, lo sostienen incluso algunos antropólogos. Vienen a
equiparar ese fenómeno con la evolución natural, denominándolo “pseudo-
evolución”, es decir una especie de evolución cultural, que en definitiva se
incorporaría al desarrollo de las especies en forma de comportamientos
ritualizados y transmisibles a través de los llamados “memes”, los “genes
culturales”. Ya lo he sostenido varias veces y me reitero. Besos y cultura
tienen mucho en común.
117
jovial como no debería realizarse y como si hacerlo: "…unos depositan un
beso ventosa, algunos levantan el brazo de la mujer a su altura, otros mojan
la mano e incluso hay quien picotea. Para besar la mano lo más correcto es,
con las piernas rectas y los pies juntos, inclinarse levemente hacia la mano,
elevándola un poco a partir del gesto que hará la mujer, y hacer un simple
rozamiento con los labios. La regla general es que se besa la mano de las
señoras casadas o de las solteras de edad. Si la dama lleva guantes no es
procedente realizar este tipo de cumplido y, de cualquier forma, para conocer
qué tipo de saludo prefiere la mujer, será preciso prestar atención a la forma
en que tiende la mano…”. Menos formal queda si al hacerlo se adelanta un
pie y se dobla ligeramente la rodilla. Eso nos permite, que aunque ya hayamos
iniciado el movimiento de inclinación, estar a tiempo de cambiarlo sobre la
mancha por otro saludo o beso más afectuoso en caso necesario. Al parecer el
presidente francés Giscard d’Estaing era un experto en esta materia, y lo
prodigaba en los encuentros diplomáticos con las mujeres más bellas e
importantes del mundo.
118
8.- MANERAS DE BESAR
Esta descripción, junto con otras de índole semejante para cada uno de los
signo del zodiaco se pueden encontrar en algunas páginas peculiares de
internet. Si la traigo a colación la especie es sólo para ilustrar esa insustancial
manera de tratar con los besos que tienen muchos, tan habitual como
inadecuada. Besar es cosa seria, y es realmente fatigoso tener que leer y
desechar una infinidad de artículos banales y reiterativos dedicados al beso.
Incluso hay libros empeñados en catalogar todas las formas posibles e
imposibles de besar. Suelen estar llenos de recomendaciones sobre donde,
cuando, a quién y cómo besar más y mejor. La mayoría son demasiado obvias
y reiterativas, cuando no estúpidas. Por ejemplo, no se por que extraña razón
alguien ha denominado “besos del payaso” a los que se dan a una mujer que
está menstruando. Me parece una solemne tontería, y si yo fuese mujer me
sentiría cuando menos molesta.
Insisto, la mayoría de los autores que se han ocupado del beso y el besar lo
han hecho desde el punto de vista de las mil y una formas y maneras de
besarse. Las descripciones de los tipos de besos son en general bastante
curiosas, aunque meramente anecdóticas. Cualquiera puede ir a internet y
encontrar varios catálogos de besos, o puede consultar algunos de los libros
citados y encontrará otros tantos. De ellos tomaré alguna nota, aunque lo que
nos interesa es simplemente conocer el cómo, dónde y cuanto se juntan unos
labios con otros, o se tocan con ellos otras zonas de otros cuerpos, y si es
posible las causas y consecuencias de ello.
119
Todo empezó con el Kamasutra, el libro de los libros del sexo y también de
los besos. No sabemos como besaría su autor, Mallanaga Vatsyayana allá por
los albores del siglo II, pero lo que si sabemos es que nos legó la “Biblia del
erotismo”, incluyendo un verdadero tratado erótico del besar, expuesto en más
de treinta tipos diferentes de besos. En el extremo de la historia nos topamos
con otros ejemplos no tan respetables, como el que asegura que es el “wordl-
famous kissing coach”, algo así como el mejor entrenador de besos del
mundo, un tal William Cane, autor de “The book of kisses”, “The Art of
Kissing Book of Question and answers" y "The Art of Kissing", en los que
describe numerosos tipos de besos y como ejecutarlos, y en el último nos
regala el “descubrimiento” de “five new kisses” que ofrece a sus atentos
pupilos del mundo mundial. Y también el libro de Tomima Edmark titulado
“365 Ways to Kiss Your Love” de 1998. El libro contiene capítulos sobre el
origen del beso, reglas para besar, una relación de besos famosos, opiniones
de expertos, un esquema fácil de seguir para principiantes, clases de besos,
entrevistas y algunas consideraciones históricas y sociológicas sobre el beso.
En fin, todo un tratado “de simplezas inútiles”, como ha escrito algún crítico,
para acabar con las improvisaciones y negligencias al besar. Pero ¿realmente
era necesario? Entre tan alarmantes extremos hay algunos otros aficionados
de menos enjundia, como Hugh Morris, empeñados en caer en una de las
manías más extendida entre los seres humanos, la de coleccionar y ordenar
cualquier tipo de cosas, como besos, por ejemplo.
Así pues, y para hincarle el diente - ¡ejem! – a tan obsesivo asunto, bien
podríamos iniciar la indagación por analizar “cómo se debe besar” según los
“expertos”; luego hablaremos de dónde se puede y se debe besar con
propiedad, y finalmente desplegaré ante usted el tan esperado “catálogo de
besos”.
120
labios, quizas mordisquitos, juega con tus labios en sus labios. Si la
situacion se pone mas intima, puedes introducir tu lengua, despacito en
su boca, y acariciar su boca por dentro, buscando su lengua. Tambien
puedes recorrer con tu lengua sus labios. El momento y tu instinto te
diran lo que has de hacer en cada momento. Ademas, la forma de besar
de tu chica tambien te puede orientar. Piensa que esto es cosa de dos,
¿de acuerdo? Suerte.
Una respuesta al más puro estilo.net “sin acentos” por supuesto, y tan obvia
como el que nadie ha necesitado demasiada instrucción para empezar a besar.
Al menos eso opinamos todos, pues en esto, como aseguraba Descartes que
ocurre con el sentido común, todos consideramos que disponemos de
suficiente habilidad como que poco o nada necesitamos aprender. Ahora bien,
como no hay bachiller en “osculogía”, ni existe ningún master en besos, al
menos por ahora, ninguno sabemos si sabemos besar. Aceptemos que en esto
más que “homo sapiens” somos simplemente “homo habilis”.
Tomima Edmark asegura que "En esta era de sexo al primer encuentro, el
problema del beso es que la mayoría de la gente lo ve como un
precalentamiento, y no le dedica la atención y el cuidado que se merece"…
"No saben lo que se pierden. Porque los que han vivido la experiencia hasta
sus últimas consecuencias comprenden que puede ser un fin en sí mismo".
Tomima propone cinco premisas para ese beso estremecedor: 1. Seleccione a
la persona adecuada (por aquello de la comunión física y mental). 2. Elija un
lugar propicio ("privado mejor que público; silencioso mejor que ruidoso").
3. Escoja el momento oportuno ("sin más distracción que el latir de los
corazones"). 4. Vaya despacio y empiece con suavidad. "Establezca contacto
visual con su pareja porque los ojos le proporcionarán valiosísima
información acerca de cómo se siente. Si los ojos no se encuentran, es aviso
de retirada. 5. Inclínese hasta que sus labios y los de su pareja se toquen
levemente. Luego, déjese llevar, siempre teniendo en cuenta las sensaciones
del otro. Después de todo, el arte de besar es algo que debe saborearse, no
aprenderse". Sin comentarios.
121
que a la natural intuición siempre se le podrían sumar las habilidades del
entrenamiento. Hay quien ha llegado a proponer un test para detectar al “gran
besador”. Consiste en intentar hacer un nudo con el tallo de una cereza sólo
con la lengua, sin tocarlo con las manos, si lo logras es que sabes besar muy
bien. Inténtalo.
122
Otros asuntos contemplados por Cane se refieren a cosas tan curiosas como
cómo besar por teléfono, cómo hacerlo en una primera cita, qué pasa con el
beso de reconciliación tras una riña, cómo besar en el cine, en el coche, en las
fiestas, cómo practicar algunos juegos con besos, cómo usar los besos en
sociedad y en los negocios, cómo prevenir las enfermedades de los besos, o
cómo influye el uso de drogas en los besos. Según parece el 80 % de la gente
asegura que besar o ser besados bajo los efectos del alcohol no es
precisamente lo mejor ni más gratificante. Algunos aseguran que hacerlo bajo
los efectos de la marihuana enardece los resultados. De la coca, anfetaminas y
otras drogas modernas no se dice nada. Del tabaco y los besos, chistes aparte,
mejor no hablar, solo cabe recordar lo que dijo Arturo Toscanini: “Besé a mi
primera mujer y fumé mi primer cigarrillo el mismo día. Desde entonces
nunca he tenido tiempo para el tabaco”.
Que sepamos no se han hecho encuestas sobre cuantos besos da o recibe una
persona a lo largo de su vida, aunque se ha llegado a sugerir que una persona
usa tanta o cuanta cantidad de tiempo a lo largo de su vida en besar. Como
nada de eso ha sido medido con seriedad, he decidido hacer mi propia
encuesta, una especie de modesta contabilidad personal, entrevistando a una
docena de personas, de diferentes edades y ambos sexos, cuyo resultado es el
siguiente: Se puede estimar que una persona adulta, con una vida familiar
corriente y moliente, y alguna que otra aventurilla amorosa, sale a una media
por día de un par de besos eróticos, media docena de salutación y otra media
docena de cariño familiar, lo que hace unos 5000 a 7000 besos al año y viene
a suponer, para una longevidad media de unos 80 años, unos 400.000 a
500.000 besos en toda la vida. Y eso sin contar los cientos o miles que
nuestras madres y padres nos plantan sin pedirnos permiso mientras aun
“babeamos”, o los millares que compartimos con nuestros novi@s cuando
nos enamoramos. En total puede que pasemos del millón de besos en toda una
vida y eso casi sin enterarnos. Para su uso personal le propongo simplemente
que en los próximos días, apunte los besos que da o recibe, simplemente
cuente y usted mism@ verá cuantos le salen.
123
Lo que si se han hecho han sido encuestas sobre muchos otras aspectos del
besar. Por ejemplo, el beso más largo, el respecto de lo cual hay varias
opiniones. Según el famoso Libro Guiness, el récord mundial del beso más
largo fue establecido por Louisa Almedovar y Rich Langley de New Jersey
(EEUU), el 5 de diciembre de 2001, con un tiempo de 30 horas, 59 minutos y
24 segundos. Durante el año 2005, las farmacias suecas patrocinan una
tentativa de récord mundial sobre el beso más largo, en el marco de una
campaña de información sobre la higiene dental. El resultado fue un absoluto
fracaso, pues según parece los catarros invernales lo impidieron. Aun así, el
lunes 14 de febrero del 2005, día de San Valentín, los jóvenes Maude
Chamard y Sebastien Gravel, de Québec, llegaron a permanecer nada menos
que 31 horas, 11 minutos y 50 segundos labio contra labio, batiendo el
anterior record, por lo que fueron premiados con un viaje y 2500 dólares
canadienses. La ganadora comentó: "Tuvimos un duro entrenamiento previo;
en un principio nos era difícil pasar más de 5 minutos besándonos, siempre
terminábamos despegándonos por una u otra razón…". Claro que realmente
los besos más largos de la historia no han sido de labios contra labios, sino de
labios contra coches. En efecto la Radio Rock & POP realizó en Apumanque,
México, un concurso cuyo premio era un automóvil Ford Fiesta, al que tenían
que besar el máximo tiempo posible. El ganador fue un tal José Enrique
Aliaga Gaete, de 22 años, que estuvo un total de 54 horas besando el auto y
sin dormir.
También hay estadísticas sobre cuales son los besos más apreciados, que han
revelado que el 97% de las mujeres prefieren ser besadas en la zona del
cuello, la que perciben como más intensamente erótica. También les gusta ser
besados en esa zona al 90 % de los hombres, pero no lo perciben con tanta
intensidad erótica como las mujeres. En México hicieron no hace mucho una
encuesta a 10.928 personas sobre qué tipos de besos les gustaban más, y los
preferidos fueron el beso nominal 22 %, el beso palpitante 14 %, el beso de
lenguas 12 % y el combate de lenguas el 10 %, y el coito bucal 8 %... Se
publicó en la página oficial de Terra-México, por si acaso le interesa saber
más.
Otros datos curiosos son los siguientes. El mayor número de besos en una
película lo dio John Barrymore en "Don Juan" rodada en 1927: “en total 191”.
El beso más largo del cine es disputado por varios. Según algunos es el
protagonizado por Jane Wyman y Regis Toomey en "Ahora estás en el
ejército” de duró 3 minutos y 5 segundos. Por su parte dicen que el más
rápido besando fue un tal Jeffrey Henzler que beso a 3225 mujeres en 8 horas
(una cada 8.93 segundos). En fin, como diría Ortega - el torero - “hay gente
pa to”.
124
Pero independientemente de las estadísticas, que sin duda es accesorio, lo más
importante es que el beso es una especie de termómetro erotico-sexual de la
relación de pareja, de tal manera que si dejas de tener ganas de besarl@, es
que algo va mal. Es lógico que a medida que avanzan los años de casados la
necesidad de mantener el contacto labial se vaya desvaneciendo lentamente,
pero si se percibe una clara disminución del deseo de besar, o del placer
obtenido al hacerlo, es notorio que el deseo sexual habrá disminuido en igual
proporción, y si éste desciende el sexo también lo hará, tanto en cantidad
como en calidad.
Los besos en el curso del coito pueden ser muy placenteros o no, dependiendo
de la cantidad de deseo y amor que se compartan. Es una ocasión única para
ponerlos en práctica, aunque no conviene olvidar que los besos, las caricias y
los arrumacos pueden ser un fin sexual en sí mismos. Los besos son una
variante sexual concreta, ya que en determinadas personas y condiciones
permiten alcanzar el orgasmo sin necesidad de otro contacto físico. Otra
cuestión son los besos posteriores al acto sexual, que en general son tan
importantes como los preliminares para las mujeres, pero muy poco para los
hombres. Pura fisiología, dicen los expertos, aunque nadie, que sepamos, ha
encontrado la razón biológica de tales diferencias.
En todo caso, y al respecto de los besos en la pareja, hay quien se permite dar
consejos tales como el siguiente, bajado una vez más de una de esas curiosas
páginas que penden de la red: “Besen a su pareja en cada oportunidad que
tengan. Si tienen deseos de besarse en un lugar público, háganlo.
Concéntrense en los besos y caricias sin pensar en lo que sigue. Inventen un
código de comunicación a través de los besos. No necesitan tener relaciones
sexuales para sentir placer; hay caricias y besos que pueden producir
sensaciones inimaginables. Siempre que den un beso, háganlo con ternura,
cariño, respeto, pero sobre todo con amor”. Ustedes mismos.
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En segundo lugar de importancia estarían todos los lugares cercanos a los
orificios del cuerpo, como las orejas, la vulva femenina, el glande y las zonas
perianales. El roce de los labios en los lóbulos de las orejas despierta, en la
mayoría de los casos, una sensación de cosquilleo que relaja todo el cuerpo, y
estimula el deseo sexual. De los demás orificios no diremos nada, por si hay
niños. Algo parecido ocurre con el cuello. Esta zona es una de las más
erógenas y utilizadas en el curso del contacto sexual. Menos importantes a
efectos de sensibilidad son la frente y sienes, los párpados y cejas, y las
manos y dedos, las nalgas y los muslos. En concreto sabemos que las yemas
de los dedos tienen tantas terminaciones nerviosas como los labios, pero por
alguna extraña razón no es lo mismo.
Mención aparte merecen los pechos, pezones y genitales, todas ellas zonas
erógenas por excelencia, bien dispuestas a recibir la caricia de los labios. De
hecho la felación encabeza la lista de preferencias sexuales entre los hombres
y el cunnilingus es uno de los medios más eficaces para conseguir el orgasmo
femenino. Como ya hemos señalado en más de una ocasión, lo más
importante en materia de besos siempre está alrededor de orificios. ¿Por qué
será?
Y por último, demos paso al catálogo prometido, aunque sólo sea para ser
respetuosos con el primer mandamiento de los besos, que dice “lo importante
es practicar mucho”. Claro que si lo hace siempre igual puede acabar cayendo
en la monotonía, y no hay nada peor para los besos y la sensualidad, por lo
que conviene cambiar y para eso tenemos múltiples tipos de besos. A
continuación se los iré mostrando como si de una colección se tratara, y para
que no resulte aburrido, los expondré tal y como los he ido recogiendo de las
diversas fuentes, sin ningún sesudo criterio “taxonómico”. Si acaso podríamos
separar los besos en los labios y en la boca, de los del resto del cuerpo.
Hay muchos tipos de besos labiales y bucales, de los cuales los más
conocidos son los siguientes:
El beso de presión: Se trata "solo" de tocar los labios de la pareja con los
propios labios, estando los de ella o él cerrados. Se puede besar el labio
superior o el inferior, mientras se mira a los ojos y se hace sólo una pequeña
presión. Dos denominaciones diferentes de este beso son “el beso nominal” y
el “beso de pico”, muy utilizado como saludo cariñoso en Norteamérica y en
Brasil, donde es usado como un saludo común entre amigos sin ningún tipo
de connotación sexual. El beso palpitante es otra modalidad, del anterior en la
que mientras ella es besada toca el labio de él con su labio inferior. Puede
126
hacerse con “tocamiento”, que es cuando ella toca el labio de su pareja con su
lengua, cierra sus ojos y entrelaza las manos con las de él.
El beso más conocido es el “francés”, descrito como el beso más sensual. Para
ello hay que acercarse a la pareja e iniciar el beso suavemente, luego separar
los labios y empezar a jugar con la lengua introduciéndola en su boca. Si su
pareja no responde haciendo lo mismo, es pertinente solicitárselo
amablemente, pidiéndole que saque la lengua para que toque la suya y
reiniciar el "juego" de lenguas juntos (¡…!).
También hay algunos besos bucales bastante peculiares, como por ejemplo,
ese en el que mientras besa en los labios se le susurran cosas dulces a la
pareja. Alguien dotado de una “portentosa” originalidad lo ha llamado “beso
hablador”. El “beso invasivo” dicen que es uno que es tan profundo que se
apodera de las amígdalas del otro hasta dejarlo casi sin respiración, y cuando
el besador decide descansar, muerde apasionadamente los labios de su pareja.
También se le denomina “beso de cazador” cuando el que lo da es desbordado
por la pasión y muerde los labios del otro, un beso bastante salvaje. Luego
estaría el “beso afrodisíaco”, en el que se mastica un producto afrodisíaco
127
tropical entre los dos utilizando los labios, la lengua y los dientes. Dicen que
es especialmente apto para épocas veraniegas, y que las frutas más
recomendables con son las fresas y el kiwi. Un cubito de hielo resbaladizo y
frío también es muy adecuado para este tipo de beso. Finalmente estaría el
beso con “piercing”, que es cuando uno o ambos tienen uno de esos aparatitos
puestos en la lengua. Dicen que es agradable y sensual.
Los besos en otras partes son también diversos pero casi todos más aburridos,
si exceptuamos los besos de “dos rombos” que renuncio a describir, por si hay
menores al acecho. Veamos, lo más habitual es el “beso en los ojos”, que sólo
se debe practicar cuando la pareja se sienta relajada y en estado receptivo.
Cuando cierre los ojos, bélsel@ suavemente, un ojo primero y el otro
después, vuelva a menudo a los labios y bésel@ más y en más sitios para
mantener la excitación. El beso en el cuello es de los más deseados por la
mujer, según la encuesta de las diferentes modalidades del beso.
EL BESO NASAL.
128
entre los amantes estaba a principios del siglo pasado más extendido que el
beso en la boca actual. Lo más importante del beso con la nariz no es, ni
mucho menos, el frotarse las narices, sino el olfatearse mutuamente, por eso
se habla de un beso olfativo. No hace mucho fue utilizado en la Conferencia
de la Commenwealth en Nueva Zelanda. Fue el maorí Edger Hugh Kaukaru
quien saludó al estilo maorí al presidente de Suráfrica Nelson Mandela.
129
sabor lo complementan. Ahora bien entre labio y labio andan las feromonas,
que como sabemos llegan al cerebro a través de la nariz, luego tampoco
estarían tan alejados el beso nasal y el bucal.
130
El abrazo, el beso, el apretón de manos, son formas de saludo y despedida que
hacen posible el reconocimiento olfativo. La "impresión olfativa" suele estar
infravalorada, pues no solemos percatarnos de ello habitualmente, aunque
puede llegar a ser lo que decida si queremos acercarnos o no a una persona. El
olor corporal natural cada vez tiene menos papel en las interrelaciones
humanas. Esta disminución es paralela al aumento del consumo de fragancias,
mediante las cuales las personas se esfuerzan por oler bien. No sólo para
gustar a los demás, sino para gustarse a sí mismas. Los olores humanos
naturales ya no están en primer término, sino que sobresalen las fragancias
artificiales que despiden los productos que usamos para el cuidado del cuerpo
y los perfumes. De momento esto nos parece lo mejor, dada la insana
tendencia a no lavarse que tenían muchos de nuestros antepasados, aunque tal
vez algún día habrá sesudos expertos que nos digan que estábamos en un error
y que lo mejor hubiera sido oler natural, o utilizar perfumes que hubieran
reproducido nuestro olor natural, cargado de potentes y atractivas feromonas.
De momento, que sepamos, no disponemos de perfumes con feromonas,
aunque los anuncios de ciertos desodorantes no duden en sugerirlo, más o
menos explícitamente, relacionándolo con la capacidad de atraer a personas
del sexo opuesto.
131
Bromas aparte, son tantos los tipos, tantas las formas y tan plurales las
geografías de los besos que renuncio a internar coleccionarlos. Si acaso baste
con decir que son una de nuestras conductas más universales, plurales,
potentes y evocadoras. Dicen los franceses que los buenos amantes pueden
vivir sólo de “besos y agua fresca”. ¿Será cierto?
132
9. DIME COMO BESAS, Y TE DIRÉ COMO ERES.
Seguro que conoces a uno o una de esos que llamamos “triperos”, esas
personas que en la mesa se comportan como voraces glotones que se lo
comen todo sin pensar en los demás. También hay quien los llama
“tumbaollas”, o “tragaldabas”, pues parece que acumulasen hambre de siglos
y que nunca se verán saciados por grande que sea la marmita. La próxima vez
que compartas con él o ella mesa y mantel puedes decirle, a ser posible con
dulzura y una sonrisa en los labios para no molestar más que lo justo, que
padece un “trastorno de personalidad” producido por una “carencia infantil de
besos”. Seguro que se quedará como mínimo sorprendid@, y el resto de los
comensales querrán saber más, lo cual te dará la oportunidad de lucirte dando
las interesantes explicaciones que vas a leer a continuación.
Erich Fromm, en “El arte de amar” escribió: “No es más rico el que tiene
mucho, sino el que da mucho”. Se refería al amor, por supuesto, y añade:
“…la capacidad de amar como acto de dar depende del desarrollo
caracterológico de la personalidad”. Más adelante asegura que el acto de
amor busca conocer el “secreto” de la persona amada, y para ello aspira a la
“penetración” activa de la otra persona, la fusión gracias a la cual es posible el
conocimiento “del otro y de mi mismo”. Esa querencia empieza en el amor
maternal y acaba en el amor adulto. El amor materno hace crecer al niño, le
enseña a vivir y a amar la vida. Pero no todas las madres son tan buenas
maestras. Empleando una bella metáfora, asegura que si bien todas las madres
pueden dar leche, no todas pueden dar miel. Para dar leche basta con tener
hormonas y pechos, pero para dar miel una madre tiene que además que saber
amar, y para eso tiene que ser “una persona feliz”, y saber comunicarlo.
Fromm sugiere que de ello depende una buena parte de la capacidad de amar
que tenemos cuando somos adultos, y que si nos fijásemos bien, podríamos
llegar a reconocer a las personas que de pequeños recibieron leche y los que
recibieron “leche y miel”. ¿Que bonito, verdad?
Es sabido que Fromm además de ser muy sabio escribía muy bien, y en este
caso hemos de reconocer que su metáfora es tan dulce como afortunada,
aunque, sin embargo, nunca llegó a relacionarla con los besos. Hemos de
reconocer que ahí le faltó un punto. De hecho no habla ni una sola vez de la
función de los besos en el “Arte de amar”. Otro gran olvido. Pero si
procuramos leer entre líneas percibiremos esos tiernos y cálidos besos con los
que la madre “leche-miel” alimenta a su niño hambriento de cariño. No hay
ningún gesto de amor más alimenticio que los besos. Tal vez podríamos hacer
una estadística que demostrase que dependiendo del número de besos que
recibimos durante la infancia, así será la cantidad de besos que podremos dar
133
cuando seamos adultos. Una especie de cuenta de ahorro en la que primero te
ingresan besos y luego tú los vas sacando poco a poco.
Pero la cuestión que nos ocupa ahora es analizar si hay alguna relación entre
los besos y la personalidad, entre como besas y como eres, entre el
temperamento y el carácter de las personas y sus manifestaciones “beso-
labiales”. Puede que a muchos les parezca que se trata de un asunto
insustancial e irrelevante, pero según el padre del psicoanálisis, el famoso
Doctor Freud, hay mucha relación entre ambas cosas y no es banal. En
resumen viene a decir que el beso es una consecuencia del destete maternal.
Para llegar a eso, que a estas alturas puede parecernos algo muy obvio, el
camino que tuvo que recorrer fue largo y complejo. Trataremos de buscarlo y
seguirlo a través de sus escritos, pues no en vano Freud fue sin duda una de
las personas que más y mejor analizó la relación entre el beso y la forma de
ser y actuar de las personas.
134
quemada es sustituido por un olor a humo de tabaco. Freud insiste en que
haga un esfuerzo de memoria: “…auxiliándola por medio de la presión de
mis manos sobre su frente”, cuenta la siguiente escena: «Ahora estamos
sentados todos en derredor de la mesa: los señores, la institutriz francesa, la
gouvernante, las niñas y yo. Pero esto pasa todos los días.» «…hay, además,
un convidado: el jefe de contabilidad, un señor ya viejo, que quiere a las
niñas como si fueran de su familia. Pero este señor viene muchas veces a
almorzar y su presencia no significa ahora, por tanto, nada especial... Nos
levantamos de la mesa, las niñas se despiden y suben luego conmigo al
segundo piso, como todos los días… Al despedirse las niñas, el jefe de
contabilidad quiere besarlas. Pero el padre le grita con violencia: ¡No bese
usted a las niñas! Tan inesperada salida de tono me impresionó
profundamente, y como los señores estaban fumando, se me quedó fijado el
olor a humo de tabaco que en la habitación reinaba.» Meses antes había
sucedido que una señora amiga de la casa, había besado a ambas niñas en la
boca, al dar por terminada su visita. El padre, que se hallaba presente, dominó
su disgusto y no dijo nada a la señora; pero cuando ésta se marchó hizo
víctima de su cólera a la desdichada institutriz, advirtiéndole que si alguien
volvía a besar a las niñas en la boca, la consideraría responsable de una grave
infracción de sus deberes. Freud aduce que el trauma psíquico inicial
corresponde a aquella escena en la que el padre la reprendió por haber dejado
que besaran a las niñas. Pero los síntomas surgieron más tarde, cuando el jefe
de contabilidad quiso besar a las niñas, lo que es interpretado por ella como
un rechazo y una crítica personal por su inclinación hacia el padre. Vemos en
este caso el uso del beso como elemento simbólico de un trauma psíquico que
late en el subconsciente de esa mujer y que le produce síntomas molestos. La
cuestión sexual se intuye al fondo como una sombra amenazadora. El beso es
un asunto fuertemente cargado de sugerencias emotivas y sexuales, que de
alguna manera habita en la trastienda emocional de las personas como Miss
Lucy o del padre de las niñas. ¿Qué hubiera ocurrido si ambos se hubieran
relajado y entregado sus besos más sexuales? ¿Hubiera sido necesaria la
intervención del doctor Freud?
Más tarde, en “Tres ensayos sobre una teoría sexual” Freud estudia algunas
de las manifestaciones más sugestivas de la sexualidad infantil, concretamente
el «chupeteo» del pulgar, el cual interpreta de la siguiente manera: “La
succión productora de placer está ligada con un total embargo de la atención
y conduce a conciliar el sueño o a una reacción motora de la naturaleza del
orgasmo… Con frecuencia se combina… con el frotamiento de determinadas
partes del cuerpo de gran sensibilidad: el pecho o los genitales exteriores.
Muchos niños pasan así de la succión a la masturbación”. Admite Freud que
antes que él un pediatra húngaro llamado Lindner había sugerido la naturaleza
sexual de este acto, una especie de «maña» sexual del niño. “La investigación
135
psicoanalítica - insiste Freud - nos da derecho a considerar el «chupeteo»
como una manifestación sexual y a estudiar en ella precisamente los
caracteres esenciales de la actividad sexual infantil… Se ve claramente que el
acto de la succión es determinado en la niñez por la busca de un placer ya
experimentado y recordado… la succión del pecho de la madre... los labios
del niño se conducen como una zona erógena, siendo, sin duda, la excitación
producida por la cálida corriente de la leche la causa de la primera
sensación de placer… Viendo a un niño que ha saciado su apetito y que se
retira del pecho de la madre con las mejillas enrojecidas y una
bienaventurada sonrisa, para caer en seguida en un profundo sueño, hemos
de reconocer en este cuadro el modelo y la expresión de la satisfacción
sexual que el sujeto conocerá más tarde… que le hará buscar posteriormente
las zonas correspondientes de otras personas; esto es, los labios. (Pudiera
atribuirse al niño la frase siguiente: «Lástima que no pueda besar mis
propios labios.»)… No todos los niños realizan este acto de la succión… tales
niños llegan a ser, en su edad adulta, inclinados a besos perversos, a la
bebida y al exceso en el fumar…”. ¿No le parece interesante?
En una nota posterior Freud refiere que un tal doctor Galant había publicado
en 1919 un trabajo titulado “Das Lutscherli” («El chupete»), en el que recogía
las confesiones de una muchacha que no había abandonado este instrumento
infantil, y describe la satisfacción que le producía como totalmente análoga a
una satisfacción sexual y, en particular, a la que emana de los besos de la
persona amada: «No todos los besos dan el placer que da el chupete. Es
imposible describir el placer que se siente en todo el cuerpo mientras se
chupa. Parece que se sale de este mundo, se siente una totalmente feliz y
satisfecha y no se desea nada más. Es una sensación maravillosa. Es algo
inefable. No se siente ningún dolor, ninguna pena, y le parece a una
transportarse a otro mundo.» Sin comentarios.
En otro conocido texto, “El caso del hombre de los lobos”, Freud describe los
sufrimientos de un obsesivo que “Antes de dormirse… daba la vuelta a la
alcoba con una silla, en la que se subía para besar devotamente todas las
estampas religiosas que colgaban de las paredes” El análisis permitió
descubrir que todo se debía a una homosexualidad latente, y la cura
psicoanalítica consiguió la liberación de la libido del afectado y su aplicación
a tareas más productivas que “besar santos”. He aquí otra manifestación
conductual de la relación entre el modo de ser de una persona y un elemento
fuertemente simbólico como es el beso de respeto de lo sagrado. En realidad
es algo de lo que ya hemos hablado, los diferentes significados y usos de los
besos, pero gracias a las observaciones de Freud queda más claro que hay una
íntima relación entre los modos de ser de las personas y la utilización real o
simbólica de los besos.
136
En otro texto suyo, quizá el más conocido de todos, “La interpretación de los
sueños”, Freud cuenta que algunos ataques histéricos de ciertas pacientes se
inician con ademanes muy sensuales de besar y estrechar a alguien en sus
brazos. Durante esos ataques es como si se produjese una anulación de las
restricciones que imponen los buenos modales sociales, y la persona actúa de
modo “inconsciente”, espontánea, instintiva, liberada de restricciones, y lo
que le salen son besos… Qué curioso, Freud vendría a sugerir que los besos
habitan en el inconsciente emocional y sexual de las personas desde su más
tierna infancia, y tal vez por eso nadie necesita que le enseñen a besar cuando
el despertar de la pubertad se lo exige.
Esa teoría quedaría también más o menos reflejada en su escrito sobre “Un
recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”, en el que relata e interpreta una
fantasía que el propio Leonardo relata, y nos recuerda que el beso es un acto
muy potente y significativo, tanto que llega a penetrar en la mente de los
niños para configurar, de alguna manera, sus modos posteriores de ser y
comportarse. Dice Leonardo: «…e molte volte mi percuoterse con tal coda
dentro alle labbra», lo que sugiere que tuvo que haber una alta intensidad de
relaciones eróticas entre la madre y el hijo genial. No es difícil deducir de
estas palabras - sugiere Freud - un contacto estrecho entre madre e hijo a
través de ciertas actividades relacionadas con la zona bucal, que queda
diáfanamente reflejado en la siguiente explicación: “Mi madre puso en mi
boca infinidad de apasionados besos”. La fantasía se halla, pues, compuesta
de dos recuerdos: el de ser amamantado por la madre y el de ser besado por
ella.”
137
salió corriendo a la calle por la puerta interior”. En los textos de Freud son
frecuentes las escenas de besos robados de los que ya hemos hablado, escenas
que él convierte en “escenarios psicoanalíticos” en los que, de forma más o
menos directa, la conducta de besar es interpretada como un elemento
“dinámico” muy importante para entender el funcionamiento de la mente de
las personas y la configuración de su personalidad. Por lo tanto, al socaire de
sus teorías, creo que ya no le parecerá tan descabellada mi provocadora
proposición inicial de “dime como besas y te diré como eres”. Pero veamos si
es posible explicar estas complejas relaciones de una forma sencilla y
asequible para todos.
Conviene dejar claro de entrada que las aportaciones de Freud son una de las
“invenciones” más importantes que se han aportado al conocimiento de los
seres humanos a lo largo de toda la historia. Sus ideas revolucionaron no sólo
la interpretación de los sueños, la sexualidad, el estudio de la personalidad,
sino incluso la comprensión de las causas y consecuencias de los sencillos
besos. A través de todo ello compuso una obra grandiosa con la que aportó un
modelo explicativo de la configuración y el funcionamiento de la mente
humana, así como de las razones ocultas de muchas conductas que tantos
sufrimientos o placeres nos producen. De sus teorías y enseñanzas se derivó
un enorme cambio en la concepción de las relaciones humanas, la sociedad, la
cultura y el arte, y sino que se lo pregunten a Dalí o a Woody Allen, por sólo
poner un par de ejemplos bien conocidos.
Pero vayamos por partes. Es sabido que Freud nos legó una teoría o modelo
muy valioso para entender el funcionamiento de la mente humana, pero para
llegar a ello partió del estudio e interpretación de la sexualidad infantil,
proponiendo - de una forma provocadora para su época - que muchos de los
comportamientos que la madre emplea para atender a su hijo (acunar, besar,
acariciar…) son actos sexuales. Se trata de conductas pertenecientes
inicialmente sólo a la relación madre-hijo pero que posteriormente se
manifestarán en muchas otras cosas, sobre todo en los vínculos y relaciones
que se establecen entre las personas adultas. En ese contexto, los besos
materno-filiales serían una conducta emocional de primer orden, que influye
fuertemente en la configuración de la forma de ser del niño y eso se reflejará
en sus modos de ser y actuar más tarde, cuando sea adulto. Más o menos eso
vendría a proponer Freud.
138
del pecho de la madre. Ese cálido encuentro se convertirá, según Freud, en el
prototipo de toda relación amorosa posterior. El succionar el biberón o el
chupete, y más tarde el dedo, es muy agradable. Esos rudimentos
conductuales expresan un impulso de búsqueda del “pezón perdido” que en el
futuro se convertirá en el acto de besar. En “Tres ensayos sobre una teoría
sexual” dice textualmente: “Es también fácil adivinar en qué ocasión halla
por primera vez el niño este placer, hacia el cual, una vez hallado, tiende
siempre de nuevo. La primera actividad del niño y la de más importancia
vital para él, la succión del pecho de la madre (o de sus subrogados), le ha
hecho conocer, apenas nacido, este placer. Diríase que los labios del niño se
han conducido como una zona erógena, siendo, sin duda, la excitación
producida por la cálida corriente de la leche la causa de la primera
sensación de placer. En un principio la satisfacción de la zona erógena
aparece asociada con la del hambre. La actividad sexual se apoya
primeramente en una de las funciones puestas al servicio de la conservación
de la vida, pero luego se hace independiente de ella.”
Podríamos decir, sin necesidad de exagerar, que un recién nacido es todo boca
y casi solo boca, y que la madre lo sabe instintivamente, y por eso sabe cómo
darle la leche y el amor que su criatura necesita. Madre e hijo son una “pareja
lactante” absortos en una historia de amor en la que “el niño es un juguete
erótico”. Pero la madre no debe temer que esa relación pueda resultar
inapropiada, pues “Solamente está cumpliendo con su labor al enseñar a
amar al bebe”.
Poco a poco vamos entendiendo por que Freud llega a sugerir que el beso
surge como una consecuencia inevitable del destete. Primero nos colocan sin
enterarnos en el vientre de nuestras madres, en el interior de su cómoda y
caliente barriguita. Luego ella misma nos arroja a la fría intemperie del
mundo, pero no nos abandona, ahí está ella, nuestra solícita mamá tratando de
protegernos, de mantenernos cálidos y seguros, abrazándonos, estrechándonos
contra sus ubérrimos pechos, dándonos la leche calentita y los besos más
tiernos. Luego, un mal día y sin aviso, nos quita el pecho y la leche y nos
castiga con una insufrible abstinencia, que nos obliga a pasarnos el resto de la
vida tratando de reencontrarlos. Es como si nos dieran un regalo estupendo y
después nos lo quitasen. Primero nos hacen adictos a la droga más
maravillosa, y luego nos la quitan sin consideración ninguna. Por eso nos
gusta tanto besar y que nos besen, porque eso es lo único a que podemos
aspirar de toda aquella maravillosa droga que tuvimos en nuestra más tierna
infancia, una droga llamada amor.
Según Freud esa época de la vida que denomina “fase oral”, dura desde los
ocho a los dieciocho meses, más o menos, y lo que sucede en ella es
139
determinante de cómo seremos y nos comportaremos el resto de nuestra vida.
Si hemos recibido suficiente “leche y miel” - recuperando el afortunado
concepto de From - pasaremos felizmente a las siguientes fases de nuestro
desarrollo psíquico y sexual. Pero si nos las han escatimado, pasaremos el
resto de la vida ansiándolas y buscándolas. A esa manera “necesitada”
(carencial) de ser es a lo que Freud llama “personalidad oral”, que vendría a
ser como una especie de dependencia no resuelta del amor “oral” maternal,
que deberíamos haber recibido y no nos dieron. Por eso las “personalidades
orales” son muy absorbentes, dependientes, verborreicas y necesitadas de
estimación. También pueden ser agresivas o sádicas, pues la fase oral del
desarrollo está centrada en el uso de la boca, y en ella están los labios pero
también los dientes, esos que, según Miguel Hernández, “…frontera de los
besos serán mañana / cuando en la dentadura lleves un arma…”, y por eso
algunos individuos “orales” pueden ser habladores y “besucones”, pero otros
son grandes “masticadores”, tragaldabas, devoradores, codiciosos, como
aquel amigo comensal del que hablamos, y en otras ocasiones pueden ser
“mordedores” agresivos, es decir “caníbales”, como al parecer le ocurría al
famoso psiquiatra protagonista de “El silencio de los corderos”, el doctor
Hannibal Lecter.
Pero no debe parecer que estas cosas les ocurren sólo a los hombres, de hecho
en las mujeres también existe ese “conflicto” en la relación entre el amor
materno, paterno y filial. El discípulo más aventajado de Freud, Carl Jung, lo
denominó “complejo de Electra”, tomando como modelo la trágica historia de
de la famosa griega, que para vengar la muerte de su padre Agamenón, mato a
los culpables, que no eran otros que su propia madre y su amante. El modelo,
trasladado a una familia normal, sería algo así como una niña que aprende con
el tiempo que papá pertenece a mamá y poco a poco renuncia a sus
sentimientos románticos hacia el padre y los dirige a otra figura masculina, el
hombre con quien aspira a casarse algún día. Según esa teoría, las mujeres
ansiosas de amor, compulsivas y promiscuas, eternamente insatisfechas e
infelices, serían como una especie de “doña-juanas”, que también padecerían
140
carencia de besos maternos y caricias paternas. En fin, hay que ver a donde
nos pueden llevar los besos, y uno sin enterarse.
Pero todas esas teorías, con ser más o menos bellas y certeras, no se pueden
someter a demostración científica como si se tratase de una ecuación
matemática. Pero lo que si sabemos es que, teorías aparte, la falta de una
adecuada relación amorosa materno-filial tiene importantes consecuencias
para el desarrollo intelectual, emocional y físico del niño. Eso ha sido
evidenciado repetidamente por los más sesudos investigadores del desarrollo
de la mente infantil de los tiempos modernos.
141
Bowlby propuso que los seres humanos presentan una tendencia innata a
buscar vínculos de apego con otros seres. Dichos vínculos no solo son una
fuente de satisfacción personal, sino que constituyen la base de la
supervivencia individual y de la especie. Si bien es cierto que la alimentación
y el sexo cumplen una función importante en el establecimiento del vínculo,
la relación de apego tiene una dinámica y una función propia muy importante.
Existe una tendencia primaria por parte de los individuos a establecer fuertes
lazos emocionales con determinadas personas, y esa tendencia es un
componente básico de la naturaleza humana. En la infancia los lazos
emocionales se establecen con los padres en busca de protección y apoyo, y
luego prosiguen a lo largo del desarrollo, siendo completados por nuevos
lazos o vínculos con otras personas de acuerdo con las necesidades propias de
cada periodo evolutivo, adolescencia, adultez, etc. La teoría del apego explica
la relación que hay entre las fases tempranas del desarrollo emocional y el
carácter de las personas adultas. Hoy sabemos, gracias a las investigaciones
de estos autores, que en buena parte las relaciones emocionales y sexuales que
establecemos los adultos dependen de la cantidad de caricias, besos y mimos
que recibimos de nuestros cuidadores cuando éramos niños. Esta etapa de la
relación, basada en contactos físicos y psíquicos emocionalmente potentes, es
la más importante en el establecimiento de los vínculos de apego necesarios
para el desarrollo de la personalidad. En síntesis, y arrimando el ascua a
nuestra sardina, podríamos decir que la falta de besos en la infancia dificulta
el establecimiento de los vínculos emocionales que serán el modelo que más
tarde utilizaremos para establecer relaciones interpersonales adultas, maduras
y satisfactorias.
142
tienen mayor autonomía, iniciativa, seguridad, etc. De nuevo queda bien claro
que los besos serán muchas cosas pero ninguna de ellas es trivial.
En evidente que durante el primer año de vida un niño es casi sólo boca, y sus
intereses se centran en los alimentos y en los placeres y exigencias de la zona
oral, como chupar, morder, besar, lamer, explorar los objetos con la boca, etc.
Es como si los bebés hubiesen nacido preparados para besar. Sus bocas son el
nexo más importante entre ellos y entre el mundo exterior, y el comienzo del
interior, por eso examinan cualquier cosa antes con las boca que con las
manos o la vista. La propensión a tocar con los labios es tal, que algunos
gemelos se besan antes de nacer, como al parecer hacían dos siamesas nacidas
en Manchester (Reino Unido), que "vinieron al mundo de frente, con las
cabezas ladeadas y besándose claramente", según explicó su madre a la
prensa. Anécdotas aparte, lo cierto es que se han realizado investigaciones
curiosas sobre cuando aparecen en el niño por primera vez gestos o conductas
que pudieran considerarse como besos “rudimentarios”. Un neuropsicólogo
de París, llamado I. Casati publicó en 1987 un estudio titulado “The
beginnings of the kiss in infants during the first year”. Señala que ya desde el
primer año pueden ser reconocidas ciertas formas de formas incipientes del
beso. Muy pronto el niño desarrolla ciertas actividades bucales como
respuesta a los besos recibidos. Progresivamente estas conductas reflejas van
aumentando en complejidad. La atracción del bebé por la boca del adulto
aparece alrededor del año, y pronto se trasformará en unos primeros contactos
"boca a boca" que sin ser todavía "besos" son una especie de “equivalencia”,
que se combina con la mirada fija y los abrazos como medios de intercambiar
emociones y sensaciones.
Por esa época, un psiquiatra infantil español residente en Suiza, el Dr. José de
Ajuriaguerra, llegó a ser una de las personas más expertas del mundo en los
problemas emocionales de los niños. A lo largo de una vida entera de trabajo
desarrollo una amplia investigación sobre muchas cosas, entre otras sobre la
relación entre las experiencias tempranas de contacto cutáneo del niño y el
desarrollo de su personalidad. Así estableció la gran importancia del papel de
la piel en la relación entre el infante y la madre incluso desde antes de nacer,
pero sobre todo en la época de recién nacido y los primeros años de vida.
Examinó la importancia de los abrazos, los besos, los cosquilleos, etc. y
mostró que el funcionamiento afectivo de las personas se inicia ya en las
experiencias compartidas “piel-a-piel” durante el desarrollo infantil, y en la
vida adulta se refleja en cosas tan concretas como el poder sentirse seguros en
los contactos “cuerpo-a-cuerpo”, o “beso-a-beso” (la cursiva es mía). Dicho
de otra manera: el sentimiento de seguridad adquirido durante el desarrollo de
la sexualidad infantil, te permite sentirte seguro en los contactos sexuales
adultos. O traducido a nuestros intereses, si te dieron besos que te hicieron
143
sentirte seguro y bien cuando eras niño, obtendrás seguridad y placer al darlos
o recibirlos cuando seas mayor.
Ajuriaguera no fue el único que pensaba así, pues de hecho esta línea
argumental podría continuarse hasta la saciedad, mostrando por acumulación
de evidencias, que los besos, las caricias y los contactos emocionales cutáneos
entran por la piel de los niños y llegan hasta su cerebro, su corazón y su
personalidad. Podríamos defender algo así como “dime como te han besado y
te diré como eres”, o mejor déjame ver cómo eres y te diré como y cuanto te
besaron de niño. Incluso hay quien dice que observando como besamos es
posible llegar a saber si fuimos alimentados con “pecho” o con biberón.
También se ha sugerido que así como los bebés necesitan cierta cantidad de
besos, también cuando somos adolescentes o adultos necesitaremos tantas o
cuantas cantidades de besos, y si no damos o recibimos los que cada uno
necesita, se convierten en otras conductas peores, como fumar, beber o hablar.
Y es que los labios son muy importantes, y sus producciones más importantes
son los besos. Los labios siempre están prestos a moverse, a chupar, a
succionar, a probar, a besar. Los niños se llevan todo a la boca, así van
aprendiendo poco a poco qué cosas le resultan agradables y nutritivas, y
cuales desagradables o peligrosas. Tocar con los labios es lo más cálido y
próximo que podemos hacer con otra persona, sea madre o amante. Besar es,
como se ve, un instinto temprano. Ya lo probaron Adán y Eva, lo suyo no fue
144
manzana, fue beso, que conste, aunque no lo diga la Biblia. El instinto de
besarse es temprano y potente, siempre está abierto y dispuesto a
desarrollarse, a experimentar con una u otras cosas o personas. Es un “instinto
abierto” dicen los naturalistas, pues parte de unas pautas más o menos fijadas,
que siempre se van completando con el aprendizaje. Los seres vivos son más
inteligentes cuantos más instintos abiertos tienen, cuanto más libres son de
ampliarse, desarrollarse y completarse con la “cultura práctica”. Los besos
son exactamente así. No entienden de razas, de tiempos, ni de fronteras, solo
de impulsos que es preciso obedecer poniéndolos en práctica. Cuanto más
veces repitas el ejercicio, mejor sabrás hacerlo. Y eso es bueno para obtener
placer y para muchas más cosas, incluso para mejorar la inteligencia y la
personalidad de los seres que los practican. En la actualidad está de moda el
concepto de inteligencia emocional. No creo que nadie lo haya dicho
explícitamente, pero si pudiéramos investigarlo, seguro que encontraríamos
una fuerte relación entre la nutrición con besos durante la infancia y el
cociente de inteligencia emocional de la edad adulta.
Ahora bien, los seres humanos podemos querer a muchas personas, pero
“madre no hay más que una”, lo saben hasta esos duros legionarios que se
tatuaban sus brazos esa famosa frase “Amor de madre”. Ellos ya sabían lo que
los “sabios” como Bowlby y su escuela demostraron más tarde, que todos los
seres humanos tenemos una tendencia natural a establecer vínculos fuertes
con otras personas emocionalmente significativas, primero la madre y luego
otras, pero especialmente con una que siempre será especial. A esa tendencia
natural se le denominó “monotropía”, y quizá por eso mismo los seres
humanos somos, como también sugiere la experta Blue, esencialmente
“monobesantes”, monotrópicos en besos y en amor. Por eso podemos
“sexuar”, practicar coitos, con muchas personas, pero no podemos
enamorarnos y besar de verdad más que a una sola en cada momento. Es
verdad que podemos cambiarlas, pero en todo caso seríamos “monobesantes
sucesivos”. Y es que los besos nunca mienten, todo el mundo lo sabe por
experiencia propia, las prostitutas más versadas lo aseguran, y hasta el cine lo
pone de manifiesto en la famosa película “Pretty Woman”, en la que cuando
Julia Roberts acepta besar en la boca a Richard Gere sabe que se ha
enamorado de él perdidamente y para siempre.
Pues bien, llegados a este punto, aceptemos que ya somos mayores, que ya
tenemos un modo de ser, una personalidad, y que eso influye en como nos
comportamos, relacionamos, enamoramos, besamos o copulamos. Ahora la
cuestión concreta que nos ocupa es si el hacerlo de una u otra manera tiene
que ver con nuestra manera de ser, con nuestra personalidad. Es decir,
¿podemos asegurar aquello de “dime como besas y te diré como eres”?, ¿o
sería mejor “dime como eres y te diré cómo besas”?.
145
Para ello es bueno que volvamos atrás, a la observación de la conducta
gestual, al estudio de ese lenguaje no verbal que son los besos. Por ejemplo, el
citado Ulrich Ramer, autor de origen brasileño y formación germánica,
sugiere ciertas cosas muy interesantes sobre la relación entre el modo de besar
y el modo de ser, rasgos que podrían servir como una especie de test para el
diagnóstico de la personalidad a través de los besos. Por ejemplo, dice que el
disponer los labios redondeados y cerrados al besar simboliza un bloqueo
interior. Asegura que al igual que los ojos como son una ventana del alma, la
boca es una puerta. Si esa puerta se cierra constantemente al mundo exterior,
significa que esa persona rechaza una parte de su ego. Ese miedo de la
intimidad expresado por los labios cerrados radica posiblemente en la infancia
e indica un cierto temor de ser abandonado, o una incapacidad de entregarse
sin pedir nada a cambio. También asegura que cuando una persona empieza a
besar con una serie de besos breves, cerrada la boca, y continúa con besos
más largos y persistentes, es que es extremamente apasionada y sensual.
Insiste en que a una persona con esas características le llevará tiempo
decidirse a besar, pero una vez decidida se entregará a ello con toda su alma y
disfrutará profundamente, penetrando con sus besos en la mente y no sólo en
el cuerpo de su pareja. Ahí que ver qué teorías. No se si las habrá
comprobado, pero sugestivas son un rato.
También asegura que los que se besan a la manera francesa, es decir con la
lengua, quieren construir una ligadura fuerte e íntima. Esta es, según el citado
autor, la mejor manera de besar, porque combina el intercambio de elementos
psicosensoriales y fluidos químicos, con la “actualización de los vínculos
emocionales e instintivos almacenados en la memoria infantil”. Los que
besan así quieren compartirlo todo con su pareja, y según parece ostentan
rasgos de generosidad en su modo de ser.
Otro dato curioso: Según parece, usar los dientes cuando se besa, ya sea
mordiscando amablemente o bien mordiendo decididamente, se relaciona con
la nutrición y el amor primario. Esa fórmula es decididamente erótica, se
expresa en numerosos dichos populares, y en frases hechas: “te comería a
besos”. Incluso la mitología está llena de vampiros que besan con lujuria y a
mandíbula, y no son sólo masculinos. Por eso las víctimas de los vampiros se
entregan casi sin resistir, e incluso parecen disfrutar del placer de ser
vampirizadas. Besos vampiros, he ahí otra interesante categoría que quizá
exploraremos.
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sinceros en la entrega, se cree que son personas que recibieron mucho cariño
maternal durante su época de lactancia. Igualmente se cree que los amantes
que al besar atraen a su pareja hacia su pecho, sujetándola por el cuello, como
hace el atractivo galán de cine o el héroe de novela, son en el fondo muy
inseguros. Cuando un hombre al besar sujeta - o se sujeta - fuertemente a su
compañera, simboliza temor de mostrarse débil e intenta parecer dominante,
al tiempo que interior e inconscientemente tiene miedo de no lograr esa
dominación que aparentemente pretende.
A la postre parece que el enunciado “dime cómo besas y te diré como eres”
no es tan descabellado, aunque siga siendo un capítulo pendiente de la
psicología humana, que todavía nadie se ha atrevido a abordar con seriedad.
Según la persona posiblemente más experta en esta materia, la “recitada”
Adrianne Blue, la manera de besar que ostenta un adulto se podría relacionar
con como fue su crianza. Llega a sugerir que viendo como besa se podría
llegar a saber si fue criado con pecho o con biberón. Se podría conocer por
qué unas personas besan más y mejor que otras, o por qué a unas les resulta
más gratificante y placentero que a otras, o cómo algunas personas alcanzan
puntuaciones más elevadas en un hipotético índice de “besabilidad”, o cómo
convertirte en una persona atractiva, o, por el contrario, repelente de besos…
En definitiva, y por concluir, los besos y las cosas del carácter tienen mucho
en común. El modo de ser se manifiesta por lo que hace nuestra boca: hablar,
comer, besar… Somos como nos han besado, diría Freud. Y besamos como
somos, diría un conductista. Hay muchos tipos de besos: de madre, de amor,
de saludo y hasta besos de Judas. Y cada uno de nosotros los ejecuta a su
manera. Cada uno de esos besos muestra en cierta manera cómo es el que lo
realiza, y sino que se lo digan a ciertos curiosos ladrones egipcios que
abundaban en el siglo XVII y que se les llamaba precisamente los
“besadores”, pues eran expertos en robarle la cartera al que se dejaba saludar
con un beso. En fin, una vez más los besos nos sorprenden con su inesperada
versatilidad. Así pues, como diría un psicólogo argentino: “besa y sé tu
mismo”.
147
10. LA SONRISA HORIZONTAL.
De la relación entre los besos y el sexo hay tanto que decir que casi sería
mejor callar. Pero, por otra parte, puede que no haya nada que decir, pues no
son asuntos independientes, sino una misma cosa. Sea como fuere no parece
posible desatender tan interesante relación. Podríamos dedicarle al tema un
“sexudo” tratado, mas como éste no es un libro de sexología, trataré sólo de
los asuntos que atañen a los labios superiores y dejaré los de los otros labios
para mejor uso y disfrute de cada cual. Así pues me limitaré a explorar en los
hechos fundamentales de la sexología científica que abarca la última parte del
siglo XIX y el XX, indagando en sus consideraciones sobre la conducta de
besar, en tanto que práctica sexual. Al respecto déjeme que siquiera de pasada
mencione algunos de los grandes prohombres a los que debemos casi todo en
materia sexual, que también trataron con los besos, como Carl Westphal
(1833-90), Krafft-Ebing (1840-1902), Havelock Ellis (1859-1939), Albert
Moll (1862-1939), Magnus Hirschfeld (1868-1935), Iwan Bloch (1872-1922)
y, por supuesto, Sigmund Freud (1856-1939), entre otros.
Uno de los pioneros de la relación entre beso y sexualidad fue Iwan Bloch, un
médico berlinés especialista en enfermedades venéreas que publicó un
interesante tratado sobre “La vida sexual contemporánea”, editado en España
en los años veinte con prologo de Gregorio Marañón. El respetado autor
proponía que en los seres humanos se da una complicación del instinto sexual
que no tienen las especies inferiores, que consiste en una íntima unión de los
placeres de los sentidos con él placer sexual. A modo de ilustración de la idea
refiere una curiosa alocución dirigida por Buda a sus monjes en la que se
describe el papel sexual de los diferentes sentidos: «No conozco, discípulos
míos, ni siquiera una forma que cautive tanto el corazón del hombre cómo la
forma de la mujer. No conozco, discípulos míos, ninguna voz que cautive
tanto el corazón del hombre como la voz de la mujer. No conozco, discípulos
míos, olor alguno que cautive tanto el corazón del hombre como el olor de la
mujer. No conozco, discípulos míos, sabor alguno que cautive tanto el
corazón del hombre como el sabor de la mujer…”. No sabemos que maestros
148
pudo tener Buda, pero es evidente que conocía que el instinto sexual al
convertirse en eso que llamamos “amor” concitó una preponderancia de los
placeres sensuales sobre la mera copulación. Eso fue lo que convirtió el sexo
en sexualidad, pero no perdió lo que tuvo de acoplamiento corporal, por eso el
modelo sensorial más activo en la vida sexual sigue siendo el “con-tacto” y
sólo después de él se sitúan los sentidos llamados superiores, la vista y el
oído. Pensemos que el sentido del tacto es el más desarrollado en cuando a
extensión (toda la piel) y por lo tanto es el más accesible y excitable. La gran
sensibilidad de las terminaciones nerviosas de la piel y su extraordinario
número explica la riqueza de las sensaciones táctiles, y entre ellas algunas tan
sensuales como las cosquillas, las caricias o los besos. Unos conocidos
fisiólogos descubrieron que en la piel hay miles de receptores sensibles, que
denominaron con sus propios nombres “corpúsculos de Vater y Pacini, y aun
más sensibles son los llamados “corpúsculos Krause” que se encuentran en el
glande, el pene, el clítoris, los labios vaginales y los labios de la boca. Así
pues se puede considerar que la piel es el mayor órgano sexual del cuerpo.
Por eso los clásicos consideraban al sexo como la expresión superior del
tacto, sobre todo cuando la que interviene es la sutil piel de los labios, que
convierte cualquier grosero chupetazo en exquisito beso.
149
contra el peligro de verse arrollado por la sensualidad de su instinto y de
sucumbir a ella cuando, por ejemplo, se halla con individuos sospechosos de
una enfermedad secreta”. Que bello, pero que lejano nos parece hoy, cuando
todos desearíamos caer en las tentaciones de la carne y echarle la culpa a esos
lugares tan excitables y «erotogénicos», esos en los que se juntan las mucosas
con la piel, sobre todo los labios, todos los labios. ¿Por qué será que todos
ellos se encuentran alrededor de las aberturas del cuerpo?
Tal vez eso era lo que preocupaba en 1904 al italiano Gualino, cuando publicó
un artículo titulado “Il riflesso sessualle nell'eccitamento alla labbra”, en que
aseguraba haber provocado por medio de excitaciones mecánicas en los labios
ideas eróticas, excitación y congestiones de los órganos genitales, lo que le
llevó a considerar a los labios como zonas “erotogénicas” primarias. Muy
interesantes fueron asimismo las observaciones del profesor Petermann y del
doctor Nacke sobre la génesis del beso labial, publicadas ese mismo año en el
Archivo de Antropología criminal, en las que defendían la naturaleza
erotogénica de los labios y de sus contactos. Es comprensible que todos ellos,
según sugiere Bloch, creyeran que la mujer que concede un beso a un hombre
“…le dará todo lo demás y que la mujer verdaderamente fina y espiritual
considera que un beso tiene tanto valor y debe ser tan apreciado como el
último favor”. ¿Qué decir sobre la fuerza de los impulsos sexuales?
Será bueno también recordar que Albert Moll ya había postulado que los dos
instintos principales que participan en el impulso sexual son el de
Detumescenztrieb ("impulso de detumescencia") y Contrectationtrieb
("impulso a tocar, acariciar, o besar el objeto sexual"). Sugería que en los
organismos superiores que se reproducen mediante conjugación, el instinto de
detumescencia ya no es suficiente para garantizar la reproducción, por lo que
tuvo que ser suplementado por el instinto de “contrectación”, al que hoy
llamaríamos atracción-amor. Mucho antes que Freud, Moll aseguraba que
ambos impulsos surgen antes de la pubertad, con lo que quería "destruir" la
creencia "de que la pubertad física es la condición necesaria para la iniciación
sexual. Por el contrario, el comportamiento sexual puede desarrollarse mucho
antes que la pubertad física".
Estábamos en los albores del siglo XX y la cuestión del origen del beso
empezaba a ser sometida a investigaciones científicas. Eso trataba de hacer el
sexólogo Havellock Ellis en 1906, cuando realizó estudios muy interesantes
acerca de los orígenes del besar, probando que el beso amoroso es un
derivado del primitivo maternal y de la succión del niño en el pecho materno.
Tanto el sentido del tacto como el del olfato desempeñan un papel en este
“beso primitivo, al que el hombre añadió el lamer y el morder. Este primitivo
sadismo fisiológico es característico del «beso-mordisco»; bien claro lo dijo
150
Kleist: «Küsse reimen sich auf Bisse» (“besos riman con mordiscos”). Es una
herencia de los animales que en el acto del ayuntamiento sexual se muerden
en el cuello. Autores más antiguos, ya habían deducido de este violento
fenómeno de acompañamiento del beso una profunda relación con el afán de
la alimentación. El beso que se realiza con y en la boca, que es el principio del
tubo alimenticio, es expresión de que el amante quisiera apoderarse por
completo del amado “comiéndoselo a besos”. Por eso, según Mohnike, la
furia de los besos salvajes y apasionados puede conducir al arrebato de la
antropofagia, como cuenta Metzger que sucedió en un caso en el que un
joven, en la noche de bodas, no sólo mordió a la su recién estrenada mujer,
sino que comenzó a devorarla. Aunque en este caso se trataba indudablemente
de un demente, se observa a menudo esta manifestación de sentimientos
sádicos en el beso, aunque en formas más suaves, lo que se puede considerar
como normal.
Como hemos visto los besos son actos primitivamente erotogénicos, pero
mucho antes de que fueran apreciados como tales, en muchos pueblos
primitivos se tuvo que extender alguna forma de contacto olfativo presexual,
gesto que luego se generalizó y uso en forma de «beso olfatorio”. Aspirar el
olor del ser deseado es sumamente excitante. Según Javier Ortega, en “la
vuelta al mundo en 80 polvos”, es posible que las mujeres reconozcan, sin ser
conscientes de ello, a sus mejores amantes gracias al sentido del olfato. Las
feromonas son esas misteriosas hormonas que nos tiran de las narices y nos
arrastran por la cabeza hasta donde con frecuencia no desearíamos ir.
151
En efecto, un estudio publicado recientemente por dos investigadores de la
Universidad de San Francisco (McCoy y Pitino, 2002) ha evidenciado la gran
influencia que pueden tener las feromonas sobre la conducta de las mujeres.
Para llevarlo a cabo a un grupo de mujeres les aplicaron un perfume con
feromonas extraídas de secreciones de otras mujeres fértiles y sexualmente
activas, y a otras les pusieron perfumes con sustancias placebo, sin que ni
ellas ni los investigadores supieran qué tipo de perfume le tocaba a cada una.
Pues bien, las que recibieron perfumes con feromonas incrementaron la
frecuencia de contactos sexuales, se acostaron con más parejas, tuvieron más
citas formales, y practicaron o recibieron más caricias y besos que las otras.
En conjunto el aumento de relaciones socio-sexuales sobre la tasa inicial fue
del 74% en el grupo con feromonas y sólo del 23% en el grupo con placebo.
¿Curioso verdad? Eso si, lo que no cuentan en su estudio es dónde se puede
adquirir ese perfume.
152
fondo hasta ellos saben que los apasionados besos que protagonizaron cuando
fueron adolescentes eran algo más que genes y hormonas.
Ocurre que el beso no necesita ser la puerta del sexo, pues en si mismo está
cargado de erotismo y sexualidad. Cuando besamos no tocamos unos labios,
sino que estamos convirtiendo esos labios en una persona objeto de nuestra
sexualidad. Los labios sólo son la puerta, el anuncio, la atracción, pero detrás
de ellos está la persona que desde el momento que puede ser besada es
reconocida como tal, de igual a igual. No podemos besar a alguien que sólo es
un objeto de carne y hueso, hemos de personificarla para que la relación acabe
153
siendo verdaderamente satisfactoria. Un beso nunca es cosa de uno, siempre
es de dos. El beso se da y se recibe sin separación posible. Hay incluso un
dicho de origen gitano que dice que “un beso no vale para nada hasta que no
se divide en dos”. Por eso no se pueden comprar, como se puede hacer con
cualquier otra maniobra sexual.
Havelok Ellis, hace un siglo, fue el primero que llamó la atención que de que
la conducta sexual oral era muy frecuente entre los humanos, mucho más de
lo que se pensaba. Sexualmente hablando no había nada que objetar al sexo
oral, pero el escándalo público que acompañó a esas confirmaciones
“científicas” se llegó a traducir en que en Norteamérica se considerase tal
comportamiento como un delito federal, y en algunos estados siga estando
prohibido. Si debemos o no considerar la felatio y el cunnilingus como
“equivalentes del beso”, o son conductas totalmente independientes, es algo
tangencial. Al fin y al cabo sabemos que sexualmente están íntimamente
unidas, y esto es una evidencia que no necesita de ninguna confirmación.
154
estudio patológico, como si se tratase de una conducta morbosa. Van de
Velde, un pionero de la sexología de finales del XIX, llego a asegurar que el
orgasmo por cunnilingus o por felatio era patológico, aunque tal actividad era
perfectamente permisible en el juego amoroso, pero – eso sí - sólo dentro del
matrimonio. Sobre estas conductas se han vertido tantas críticas,
prohibiciones, tabúes… que es lógico que a algunas personas les de miedo
practicarlas. Sin embargo, otras veces han sido objeto de inspiración poética,
y algunas escritoras feministas y lesbianas han defendido que el cunnilingus
es incluso un derecho femenino, como ocurre con la francesa Luce Irigay,
para la que las mujeres tienen la suerte de tener en la vagina unos labios que
pueden estar constantemente en disposición de “autobeso”, sin que nadie se lo
pueda impedir ni criticar. Los y las poetas lo han dicho muchas veces con
versos más o menos explícitos, y el cine otro tanto, por no hablar de los y las
novelistas, y sino vean el “mal ejemplo” que nos dejó escrito esa española
rompedora de fronteras que fue Anaïs Nin, en su conocido “Delta de Venus”:
“De repente ella se abrió el kimono, le cogió la cabeza entre las manos,
colocándola sobre su sexo para que su boca lo sintiera. El pelo púbico le tocó
los labios y enloqueció”.
Dicen que hay mujeres que llegan al orgasmo con simples besos, otras que se
desmayan con el sexo oral. Hay hombres que pierden la cordura por una
“buena mamada”, alguno hay que ha llegado a perder el cargo más poderoso
del mundo, tal es la fuerza del sexo oral, tal es la indómita extensión de los
besos.
155
La piel, los labios, los otros labios, el pene, los demás orificios y todos los
sentidos del cuerpo son instrumentos potencialmente sexuales. Si nos
limitarnos al coito como actividad sexual, tendremos mucho que perder.
Incluso ahora que disponemos de fármacos milagrosos para los problemas de
erección, pues seguimos sin tener recursos similares para las mujeres
anorgásmicas, ni ninguna solución eficaz para la pérdida del deseo. El sexo,
como cualquier otra conducta humana, depende en buen parte de la
costumbre. Cuando no se usa, se atrofia; cuando no se practica se olvida.
Obligarse a un compromiso con el “calendario” es una de las mejores
soluciones; practicar frecuente y concienzudamente besos sexuales es otra
magnífica alternativa cuando las cenizas de los años se van depositando sobre
los labios del tiempo. Y conste que esto es más que poesía.
Todos sabemos que las variables que intervienen en la sexualidad humana son
muchas. Van desde las expresiones verbales al sexo oral, desde el sexo anal al
beso más tierno, desde la fisiología a la sociología, desde el matrimonio a la
homosexualidad. Todo puede contribuir a la satisfacción o al sufrimiento,
todo puede ser bueno o malo según se haga y se sienta. El afecto, el amor, el
cariño, siempre permanece al fondo como un halo azul, como una pátina
tornasolada que embellece la relación. Ya lo dijo el divino Shakespeare, el
beso es el "sello del amor." Los besos son a la sexualidad, como el brillo a la
plata: el mejor indicador de que sus propietarios la cuidan, limpian y dan
esplendor. Cuidemos pues de ellos como si de una joya se tratara.
156
11. LOS PELIGROS DEL BESO.
Sin embargo, los celtas, que sin duda eran más brutos, creían que el beso era
mágico y tenía poderes curativos. La utilización del beso como si fuese una
“tirita” sanadora es una vieja costumbre. Quien no recuerda esa típica escena:
niño que se cae, heridota en la rodilla, mamá protectora que viene y le da un
besito en la zona dolorida, que le recita la letania “sana sanita, culito de rana,
si no sana hoy sanará mañana”, y ya está, curado. Puede que fuese sugestión,
pero hay quien asegura que un buen beso tiene tanta potencia analgésica como
una dosis de morfina. También hay quien dice haber descubierto muchos
otros efectos beneficiosos del besar, como que cada beso profundo consume
150 calorías, y baja no se cuantos puntos el colesterol, y permite recuperar la
estabilidad emocional, y el equilibrio psicofísico, y limpia la dentadura, y se
tienen menos infecciones y caries, y hay incluso quien asegura que los que
cada mañana se despiertan con un beso viven mas tiempo. Lo más seguro es
que ni tanto ni tan calvo, pero todos creemos y sabemos que besar es bueno
para la satisfacción emocional, para la salud mental, y para la estabilidad de la
pareja. Esas son cosas que no precisan demostración científica.
157
(esténica) y las de excitamiento deficiente (asténico). Demasiada estimulación
convertía una dolencia asténica en una esténica. Por ejemplo, el contacto
mutuo entre amantes y el besarse con demasiada frecuencia, confería una
peligrosa impetuosidad a sus nervios. Esta condición nerviosa podría ser
aliviada por las relaciones sexuales completas, pero el alivio provisional
también podría dar lugar a la liberación de demasiada energía turbulenta; y si
se llevaba a exceso, ésta también causaba dificultades. El asunto podría
quedarse en simple anécdota libresca, si no fuera por más de un siglo después
(1936) el norteamericano John Morris aseguraba que los besos de pasión
consumen la energía vital: “Te quedarás sin respiración. Gemirás y te
desmayarás porque la sangre huirá de tu cabeza y correrá desbocada por
todas las venas de tu cuerpo. Entonces serás incapaz de pensar o razonar".
Así pues, podemos concluir que el primer y mayor peligro de los besos es que
hace adictos. Ya lo dice Joaquín Sabina: "Lo bueno de los años es que curan
heridas, lo malo de los besos es que crean adicción...”. Pero no estoy seguro
de que ese peligro sea muy grave, aunque si conociésemos en profundidad la
historia íntima de las parejas humanas tal vez podríamos sacar “estadísticas”
que nos enseñasen cuanto es lo qué los seres humanos de todas los tiempos
han ganado o perdido por culpa de los besos. ¿Cuántas parejas rotas, cuantos
divorcios, cuantos han perdido casa, hacienda, fama o poder por culpa de los
malditos besos? ¿O cuantos y cuantas lo han ganado? A saber. Los amantes y
158
poetas de todos los tiempos los han contado muchas veces con sus rimas y
emociones. Los modernos científicos lo afirman con la rotundidad de la
bioquímica. Durante la pubertad, en el borde de los labios y en el interior de
la boca, se forman y liberan sustancias químicas que se transmiten cuando dos
personas se tocan, estimulando e intensificando el deseo sexual. Cuanto más
se besa tanto más sustancias se producen, lo que despierta el deseo de besar
más y refuerza la atracción del partenaire. Sencillo, ¿verdad?
Está claro, todo placer conlleva su dolor. Todo pecado su penitencia. Todo
placer, tiene sus peligros. Y puede que el mayor no sea el de esas vulgares
infecciones que reseñan los viejos libros de medicina: “El beso, membranas
mucosas contra membranas mucosas, supone un gran riesgo para la salud",
decía el médico francés Joseph Pourcel en los años 50. Se puede contraer la
gripe, el catarro, el herpes labial, la meningitis, el sida o la enfermedad del
beso por el simple contacto bucolabial. Incluso se ha descrito la “alergia a los
besos”. Todo ello lo aseguran los detractores del beso. ¡Cuidado, peligro!,
debería poner en la boca de los amantes apasionados, pues no todo es dulce
saliva, y a través del beso y el sexo oral se pueden contraer un sinfín de
enfermedades contagiosas.
159
de Kaposi”, que es un tumor cancerigeno que se manifiesta en forma de
ampollas en la piel y en la boca, o en las cavidades internas del abdomen y el
pecho. En este caso se trata de algo realmente preocupante, pues quien más lo
padece son los enfermos con SIDA.
Una curiosa circunstancia de esta enfermedad es que los seres humanos son
los únicos animales atacados por este virus, y que para su transmisión se
requiere un estrecho contacto personal, sobre todo a través de la saliva, en la
que se el virus se puede mantener vivo durante varias horas. Lógicamente en
condiciones de falta de higiene la infección se trasmite mejor, y por eso son
frecuentes los contagios entre adolescentes o en instituciones cerradas, si bien
no siempre es posible saber quien la transmitió a quién, pues el período de
incubación puede ser de hasta 50 días. Y para complicar aun más las cosas,
hemos e decir que además del virus de Epstein-Barr, hay muchos otros
organismos microscópicos que pueden producir “fiebres” semejantes, como el
citomegalovirus, los virus de la hepatitis, el toxoplasma y los vulgares
estreptocos de las amigdalitis. El tratamiento debe ser sintomático, mucho
reposo, dietas livianas, algún que otro analgésico y aguantarse… y por
supuesto, no besar a nadie durante algún tiempo, en justa penitencia por haber
pecado, digo besado.
Pero que conste que todo ello es raro. El beso como agente patógeno es poco
eficaz. Ninguna superpotencia lo preconizaría como arma contra el enemigo.
Al menos eso asegura un tal doctor Alburquerque Sacristán, médico
madrileño al que no tengo el placer de conocer, que dice: "…es arriesgado
besar en la boca a alguien que haya enfermado de meningitis. Pero se sabe
que el 20% de la población es portadora del germen causante del mal, y que
muchas de esas personas besarán a otras sin transmitirla… Con el herpes
labial, ocurre algo parecido, alguien con un herpes labial activo puede
transmitirlo, pero la mayoría se expone al virus en la infancia, y es inmune.
Tampoco puede hablarse de riesgo serio de contraer la fiebre glandular
160
(enfermedad del beso). De hecho, besarse no supone mayor peligro que estar
cerca de alguien que estornuda, ya que las gotitas expulsadas, al inhalarse,
transmiten más eficazmente la enfermedad que la saliva, que se traga. En
cuanto al sida, se sabe que, aunque se ha detectado el virus en la saliva, las
cantidades no son suficientes para transmitirlo, y de hecho no se conocen
casos de este tipo de transmisión". ¡Menos mal que la epidemiología moderna
y sensata pone las cosas en su sitio!: “Si fuera tan malo, los seres vivos que se
besan, y son muchos, habrían desaparecido. Eso no ha ocurrido porque la
mayoría de las bacterias de la boca y la garganta son inofensivas e incluso
beneficiosas, y es esencial para que nuestra defensas inmunológicas se
preparen y refuercen el que intercambiemos bacterias y otras cosas…”
Claro que además de las infecciones, hay quien ha advertido que hay ciertas
relaciones peligrosas entre los besos y las enfermedades cardiovasculares. Eso
aseguran unos investigadores americanos que han encontrado que los besos
intensos pueden acortar la vida. Dicen que por cada beso intenso perdemos
“tres minutos” de vida, lo cual no es poco, y sino haga sus cálculos. Menos
mal que también hay quien dice que los besos bajan el colesterol, la tensión
arterial, fortalecen el corazón, disminuyen los accidentes, etc. con lo que la
cosa quedaría compensada. Eso dicen otros investigadores alemanes que han
analizado las consecuencias del beso matutino, ése simple y tontorrón que se
dan los cónyuges al despedirse cuando se van a trabajar. Dicen tan sesudos
expertos que los hombres que besan a sus esposas por la mañana pierden
menos días de trabajo por enfermedad, tienen menos accidentes de tráfico,
ganan entre un 20% y un 30% más y viven unos ¡cinco años más! Uno de
ellos, un tal Arthur Sazbo, psicólogo por más señas, asegura que todo ello se
debe a que "Los que salen de casa dando un beso empiezan el día con una
actitud más positiva". Puede que si, pero lo que resulta más difícil de explicar
es por que se han puesto a investigarlo. Está claro: “hay gente pa to”.
161
12.- MAMÁ CUÉNTAME UN BESO.
“Érase una vez…”: Un cuento, una canción y un beso. Cada noche eso era lo
que me pedía el gusanito de mi hijo antes de irse a dormir. Yo al principio le
contaba los cuentos de siempre, pero enseguida se los aprendió de memoria y
hubo que hacer cambios sobre la marcha: “Todos empiezan y acaban igual”,
decía, y no le faltaba razón. Casi todos tenían como protagonistas a princesas,
príncipes, animales y besos. Hablaremos ahora de esos besos. De cuentos con
besos y de besos de “cuento”. De esos fantásticos que las amantísimas mamás
relatan a sus criaturitas antes de mandarles a dormir con un beso de “hada
buena”.
Los cuentos son de hecho la vía regia que enlaza el origen infantil de los
besos, con los de la épica, la literatura o las artes escénicas. Para algunos,
como Bruno Bettelheim, además de ser una fuente inagotable de placeres y
conocimientos, los cuentos sirven para distraer, enseñar, tranquilizar, e
incluso para conocer los secretos de la mente de las personas y la psicología
de los pueblos. Los niños nos crecemos en y con los cuentos. Y los besos que
contienen los cuentos son mágicos, transformadores, milagrosos, nutritivos y
estimulantes.
162
sobre todo más optimistas. Los mitos casi siempre acaban mal, los cuentos
casi siempre acaban bien. Y casi siempre con una escena en la que los abrazos
o los besos tienen una gran importancia. Muchos cuentos empiezan en el
campo y acaban en la alcoba. De ahí que algunos psicoanalistas, como Bruno
Bettelheim, hayan defendido que los cuentos son historias sexuales, y que
para entenderlos, para explicar por que todas las culturas tienen cuentos, y por
qué tienen tanta importancia para la conformación de personalidad de los
niños, hay que entender los significados ocultos en ellos.
Pero no hace falta ser ningún experto para entender que los cuentos de hadas
de toda la vida son muy “simbólicos”, y por eso tienen tan gran vitalidad,
ubicuidad y perduración. Por eso cuando los niños los escuchan de los labios
amorosos hacen tanta mella en sus mentes. Se les quedan grabadas las
escenas, los lances, los peligros, los finales felices y los besos geniales. Los
buenos deseos y las malas acciones de los personajes les sirven para
configurar sus esquemas de valores. La valentía y los miedos de sus
protagonistas les ayudan resolver sus temores o temeridades. Por eso los
cuentos nunca aburren a los niños, ni a los mayores, y aunque se los contemos
muchas veces les y nos seguirán resultando emocionantes. Porque conectan
“eléctricamente” con las mentes en proceso de formación, porque nos cuentan
cosas que de alguna manera ya estaban en esas locas cabecitas que tenemos
los niños de todas las edades.
Pues bien, una vez hecho este ya largo preámbulo, entremos en materia. La
primera cuestión es hasta donde se remonta el origen de los cuentos. La
respuesta no es que sea difícil, es sencillamente imposible. Posiblemente
desde las negras noches de las cavernas habrán existido los relatos orales
contados al amor de los primeros fuegos, luego se irían convirtiendo en
leyendas propias de cada clan, las cuales por simple exageración acabarían
siendo grandes mitos o gestas épicas fundacionales de naciones y culturas. Sin
embargo algunos de esos relatos acabarían siendo pequeñas, mágicas y
domésticas historias, para contar a los niños: los cuentos. Todas las culturas
contienen cuentos, todos los pueblos tienen sus propias versiones de los
mismos cuentos.
163
La segunda cuestión es cuando se inició esa misteriosa relación entre cuentos
y besos. Tampoco hay posible respuesta, pero tuvo que ser sin duda cuando
los avances históricos ya permitían formalizar el concepto “beso” como un
elemento clave en las relaciones humanas, es decir al menos después de las
leyendas pudiesen ser convertidas en historias y transmitidas a través de los
lenguajes. Se necesitaban las palabras para contar y los labios para besar al
mismo tiempo.
Otro aspecto importante es que los cuentos siempre cuentan algo dramático,
algo que hace referencias a las angustias existenciales, y lo hacen de forma
esquemática, simple, didáctica, y moral. No son ambiguos, son directos. Lo
que es bueno y lo que es malo quedan claros, bien definidos; también la
angustia y la felicidad, y por supuesto las causas de las cosas y sus
consecuencias. Por eso son tan formativos y conformativos de la persona.
Al respecto conviene recordar que casi todos los cuentos que contienen besos
pertenecen a dos grandes grupos o sagas, los de princesas dormidas, o los de
animales trasformados en príncipes. Y todos ellos cuentan además con otro
elemento esencial: la estética, la belleza. Son arte sencillo y directo, pero muy
valioso, muy logrado. Por eso casi todos los grandes “cuentistas” se han
atribuido la propiedad y la originalidad de sus relatos, aunque es sabido que
casi todos los cuentos escritos proceden de otros cuentos anteriores o de
relatos contados y trasmitidos boca oreja desde no se sabe cuando…
164
ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con
aquel beso, de pronto la muchacha se despertó y abrió los ojos… Al ver
frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado!... En aquel
momento todo el castillo despertó…. Al cabo de unos días, el castillo,
hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y
de alegres risas con motivo de la boda.
Algo que todos sabemos es que casi todos los cuentos empiezan con un
“Érase una vez…” emocionante, que anuncia que algo sorprendente, o malo,
o peligroso ha pasado o va a pasar, y acaban con el “…fueron felices y
comieron perdices”, es decir con una “convivencia”, o lo que es lo mismo,
compartiendo cosas con la boca. En efecto, en casi todos los cuentos hay
banquetes, besos y “tálamos de bodas”. Es decir, reúnen los tres placeres
bucales por excelencia, hablar, comer y besar. Por eso son tan simbólicos y
tan eficaces.
Pero ¿qué quiere decir todo eso? Según los psicoanalistas en el fondo todo es
simplemente sexo, el despertar de la sexualidad infantil y la consumación de
los ritos sexuales de paso, pero revestido de fantasías. Unas veces se trata de
inocentes princesas que son despertadas al sexo por el príncipe de sus sueños.
Según algunos ese beso no es más que una penetración o una violación
encubierta. La bella durmiente no sería más que una damisela “histérica” que
necesita ser desvirgada para que se cumpla el rito de paso a la adultez. La rana
que resulta ser príncipe simbolizaría el pene y sus ansias de “introducirse” en
la lúbrica cueva del sexo. Los psicoanalistas, ya se sabe, siempre
“obsesionados” con el sexo. Puede que tengan razón, pero a veces cuesta
creerlo.
165
Lo que es evidente, sin necesidad de recurrir a “complicadas” interpretaciones
psicodinámicas es que en todos los cuentos de hadas hay elementos que
representan los deseos más o menos “instintivos” que todos tenemos, y las
prevenciones, frenos, o temores que a todos nos asaltan. También hay
enfrentamientos entre las buenas intenciones y los perversos pecados, entre
las madrastras castradoras y los padrecitos protectores, entre las fantasías
humanas universales – sexo, poder, felicidad - y sus sublimaciones más o
menos explícitas – chicas, chicos, ligues, cama, comida, belleza... y besos.
En definitiva los cuentos son geniales y maravillosos, y por eso tienen tanto
que ver con los besos. Lo podríamos expresar con mucha mayor extensión y
profundidad, pero no por eso lo diríamos mejor. Las cosas del instinto y del
placer es lo que tienen, que cuanto más simples e inocentes parecen, más
morbo producen. Así ocurre con los tres placeres esenciales que se concitan
en los cuentos, los tres placeres labiales. El ingenio de la trama de los cuentos
consigue reunir nutrición, relación y reproducción. Nada más y nada menos.
En definitiva, todo lo que es y se necesita para que exista y perdure la vida. Y
no hay más: ligar, comer y copular. Por eso cuentos y besos riman tanto. Pero,
por favor, no se lo cuente a nadie, y menos a sus niños. Limítese a contarles
los cuentos de siempre. ¿Que ya se los saben?, no importa, introduzca tantas
variaciones como se le ocurra, no cambiará nada mientras siga habiendo
princesas, príncipes, hadas y besos. De hecho, hay muchas variaciones entre
los mismos cuentos contados por los hermanos Grimm, o por el padre de la
Sirenita, el centenario Ándersen, o por el francés Perraul. Los unos han
copiado a los otros y han cambiado algunas cosas para que no se note
demasiado. Y estos han plagiado a su vez a otros anteriores, y estos los
escucharon de alguna dama sabia y vieja, y esta se lo copió a la mismísima
“hada madrina”…
Queda claro, ¿verdad? Aun así, si quiere saber más del asunto, lea el
magnífico, aunque farragoso capítulo, que la expertísima Blue le dedica al
tema en su citado libro. Aunque, si lo que quiere de verdad es divertirse,
166
déjese de cuentistas foráneos y busque los libros del mayor cuentacuentos de
la historia, el famoso “Calleja”, Don Saturnino (1.855-1.915), a la sazón
natural de Quintanadueñas, pueblo cercano a Burgos, que fue escritor y editor
de cientos de libros de enseñanza primaria, de lecturas infantiles y de cuentos.
Dicen que muchos los copiaba, que se limitaba a cambiar los nombres de los
protagonistas, y que sus hijos siguieron haciéndolo, es decir lo mismo que
hicieron siempre los reconocidos cuentistas europeos, pero con mucha más
gracia. Su único error fue nacer en la profunda y poco imaginativa tierra
castellana, tan poco dada a las fantasías, pese a estar cargada de historias.
Curiosamente, y como buen castellano que era, Calleja también editó libros
de historias religiosas y leyendas épicas, pues no en vano los cuentos le
guiaron hasta ellas. Es evidente que los cuentos siempre nos remiten a la
historia legendaria y a los mitos, y ambos están llenos de besos.
En efecto, ya hemos tuvimos ocasión de analizar los besos de los libros más
“míticos” y legendarios de la historia humana, los textos homéricos y
bíblicos. Pero hay otras muchas mitologías en las que los besos también
tienen su protagonismo, como por ejemplo las referidas a las “walkírias”, esas
famosas deidades rubias de la mitología escandinava, que eran una especie de
“secretarias” mensajeras de Odín, y que además tenían como misión servir
cerveza e hidromiel a los héroes muertos en combate, a quienes los besaban
efusivamente para conducir sus almas al Walhalla, el cielo destinado a
quienes morían heroicamente en las batallas. Al paraíso vikingo se llegaba
también con un beso, y dado por una atractiva valquiria nada menos. ¿Es
preciso insistir? Pues sí, lo es, aunque sólo sea para contar leyendas con
besos.
En todas las “edad medias” de todas las culturas, abundan las leyendas de
lances y amoríos caballerescos, que desde la tradición oral pasaron a las
literaturas épicas. En muchas de ellas hay besos. Eso sucede, por ejemplo, en
varias que corresponden al “ciclo artúrico”. Ya vimos los devaneos de
Lancelot y Ginebra, que tan malas consecuencias trajo para ellos y otros en el
futuro. El galo Chrétien de Troyes contó los besos de la famosa pareja en sus
libros de caballerías, con una ternura impropia de los tiempos: “Su
pasatiempo es tan agradable y dulce, mientras se besan y se acarician, que en
verdad les sobreviene una dicha tan maravillosa como nunca se había visto o
conocido”.
En la Inglaterra medieval también abundaban las épicas con besos. Así ocurre
en “Sir Gawain y el Caballero Verde”, el poema del ciclo artúrico más
destacado de la literatura inglesa de la Edad Media. Consta de 101 estrofas de
desigual longitud y un total de 2530 versos, en los que se relata una compleja
167
trama de aventuras y desventuras de Gawain, un caballero de la corte de
Arturo, que ha de enfrentarse a un gigante y misterioso Caballero Verde, y a
las argucias de una bella dama, que a la sazón se acabará descubriendo que es
la esposa del tal Caballero Verde. El caso en que entre lances caballerescos, y
rituales de honor, la dama seduce a Gawain, quien por no despreciarla se
entrega a ella y a sus dulces besos. Pero como al final todo se sabe, el señor
del castillo acaba enterándose del asuntillo entre Gawain y su esposa y
queriendo matarle, pero como son buenos caballeros, y Gawain demuestra sus
buenos sentimientos y haber sido víctima de los hechizos de una mala mujer,
el señor del castillo le perdona, y Gawain vuelve con gloria a la corte de
Camelot. Se trata de un poema épico con una enorme riqueza dramática y
simbólica. El protagonista es puesto a prueba al obligársele a tomar decisiones
de índole moral en las que entran en conflicto deberes contradictorios: cómo
respetar el honor del anfitrión sin desairar a la dama que solicita su atención.
En definitiva lo de siempre, las “malas mujeres” que son las culpables de todo
desde lo de Adán y Eva. O es que acaso hemos olvidado lo que le sucedió a
Salomón con sus esposas y concubinas, o a Sansón con Dalila, a David con
Betsabé, y a todas las brujas medievales con sus meticulosos inquisidores.
168
encierro en un círculo de fuego maldito por un príncipe azul, pero por culpa
de los devaneos amorosos de éste, acaban ambos entregándose a la muerte a
apasionada de los imposibles besos. Algo parecido sucede con Romeo y
Julieta, cuya historia no necesito contarle; o con Ginebra y Lancelot, y Paolo
y Francesca, cuyas vidas y muertes nos son ya tan familiares.
Ya lo hemos dicho, los besos de los cuentos eran más divertidos y mágicos,
los de las leyendas y épicas medievales mucho más llenos de sexo, drama,
traición y muerte. Es claro, se podrá pensar lo que se quiera, pero los besos
nunca son inocentes, y sus usos y abusos siempre son plurales, potentes y
peligrosos.
Pero no crean que esto sólo sucedía en la vieja Europa, también en España
teníamos leyendas y épicas medievales sumamente bellas, también había
castillos, caballeros, damas, dragones y besos. Nuestro Amadis de Gaula, que
de haber existido tuvo que vivir hacia finales del siglo XIII, era un auténtico
hacha besando. Se trata del único exponente español realmente original del
género de literatura artúrica, y según dicen los expertos, incluyendo a
Cervantes, la mejor novela de caballería de todos los tiempos. Amadís era el
prototipo del perfecto caballero. Fruto de los amores secretos entre el rey
Perión de Gaula y la infanta Elisena, fue arrojado al mar en un recipiente de
madera. Recogido y criado por don Gandales de Escocia, se enamorará de
Oriana, hija del rey Lisuarte, y de sus relaciones secretas nacerá Esplandián.
A lo largo del relato, los lances de fortuna e infortunio se suceden como
corresponde a una vida marcada por el fatigoso destino de caballero. Fiel a
ello recorrerá el mundo en busca de enemigos y los encontrará, como un tal
Galaor, que al cabo su desconocido hermano, o el pérfido Endriago contra los
que luchará denodadamente, pero siempre pensando en volver a con su amada
Oriana. Amor y aventuras mezcladas en una trama épica inolvidable. Una
novela llenas de honores, amores y besos, capaz de levantar pasiones en el
mismísimo Don Quijote, quien influido y confundido por ella se lanzaría al
mundo y acabaría locamente enamorado de Dulcinea.
169
confundido con el de vasallaje en la escena principal de la obra, en la jura del
rey ante Rodrigo, y es en ese momento cuando entre ellos se cruzan agrios
reproches:
“…- Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca hubo rey traidor
ni un papa excomulgado.
Jura entonces el buen rey,
que en tal nunca se había hallado;
después, habla contra el Cid,
malamente y enojado:
- Muy mal me conjuras, Cid;
Cid, muy mal me has conjurado;
mas si hoy me tomas la jura,
después besarás mi mano.
- Por besar mano de rey
no me tengo por honrado;
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.
- Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no vengas más a ellas
desde este día en un año.
Pláceme - dijo el buen Cid-,
pláceme - dijo - de grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado
Tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.
Ya se partía el buen Cid
sin al rey besar la mano,
con trescientos caballeros,
todos eran hijosdalgo;
…”
Y así fue como marcho el Cid al destierro, ¿o tal vez fuera buscando
aventuras al este de las frías e inhóspitas estepas burgalesas? Sea como fuere
lo cierto es que se marcho hacia las orillas valencianas del Mediterráneo
templado y florido, lleno de bellas mujeres, de besos y de sol. De eso nada se
dice en el viejo poema, que conste, pero sí que lo dice, y bien claro, la famosa
canción:
“Valencia, es la tierra de las flores, de la luz y del amor.
Valencia, tus mujeres todas tienen de las rosas el color.
170
Valencia, al sentir como perfuma de tus huertas el azahar,
quisiera, en la tierra valenciana, mis amores encontrar.
…
Amores, en Valencia son floridos como ramos de azahar.
Quereres, en Valencia sus mujeres con el alma suelen dar.
Pasiones, en la tierra valenciana, si te das de corazón,
sus hembras ponen alma y ponen vida en sus besos de pasión.
No se sabe, insisto, si el Cid ya se olía lo del turismo, pero a buen seguro que
algo tuvo que influir el buen clima y la buena vida del Mediterráneo en el
hecho de que tras un largo destierro, volviese a Burgos pero en seguida se
volviese a marchar a Valencia, donde acabarían sus días. Puede que también
influyera el verse obligado a elegir entre las apasionadas valencianas y la
austeridad de Doña Jimena, la que ni siquiera el día de su despedida le dedica
los lógicos y esperables besos de amor y pasión. Si acaso algunos honrosos
besos de castellana seria y adusta: “El Cid a doña Jimena la iba a abrazar /
doña Jimena al Cid la mano le va a besar”.
Le ruego que tome esta interpretación con cierta ironía y un grano de sal
gorda, pues al fin y al cabo las intenciones y mensajes ocultos en los viejos
“romances” son tan sutiles y misteriosos como el roce de los besos.
En definitiva, queda claro que el beso se hace arte, y que el “arte de besar”
donde mejor podemos verlo plasmado es en esos múltiples besos convertidos
en literatura, dibujo, canción, estatua o cine. Todo ello lo abordaremos a
continuación.
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13.- EL ARTE DE BESAR
Imagina que recibes una carta con un beso de carmín rojo sellando las solapas
del sobre y sin remitente. Qué intriga. ¿De quien será ese beso? ¿Qué
significa?... Abres la carta y reconoces la letra de esa bella y adorable mujer a
la que tanto amas. La respondes con un epigrama: “Por el silencio de la letra
supe que era tu risa / por el dulce beso supe que eran tus labios los que
escribían”. Con sus labios y tu poemilla acabáis de componer una breve obra
de arte. Deberás guardarla para siempre cerca de tu corazón, cuidarla y
conservarla para siempre, como si de una joya se tratara.
De hecho ese beso es un poco poesía, pintura y música al tiempo. Dice tantas
cosas sin necesidad de palabras, que por muchas páginas que tuviera la carta,
por muy experta que fuese su autora en el arte epistolar, jamás lograría
hacerlo mejor. Ese beso es arte literario. La literatura está llena besos, la
poesía otro tanto, las artes escénica, la pintura y la escultura, la fotografía o el
cine, aun más. Besos y arte son casi la misma cosa. ¿O no?
Eso opinaron casi siempre casi todos los literatos y poetas, como Shakespeare
quien se confiesa sensible a su embrujo: “Un millar de besos me compra el
corazón...”; o Coleridge, quien llamaba al beso de amor el "néctar que
respiraba.", o Anatole France (1844-1954) para el que: "La mujer es
embellecida por el beso que ponéis sobre su boca". Pues, "…al fin y al cabo,
¿qué es, señora, un beso?", se preguntaba el ingenioso Cyrano de Bergerac,
mientras enredado en las sombras cortejaba Roxane, su linda prima, amada
por su bello amigo, que seducida por los dulces galanteos y requiebros del
narizotas acaba enamorándose de él, y él de ella, lógicamente. Ese genial
personaje de Edmond Rostand, basado en un personaje real de finales del
XIX, ha sido posiblemente el que mejor ha sabido besar sin jamás besar a
nadie. Sólo con sus bellas palabras en verso:
Un beso, después de todo, ¿qué puede ser?
un juramento que nos acerca más que antes;
una promesa más precisa; el sellar unas
confesiones que antes casi ni se susurraban
una letra de color de rosa en el alfabeto del amor.
172
Consuelo Velásquez fue la compositora, nada más y nada menos, que de la
canción “Bésame mucho”, posiblemente la mejor de todas las que hablan de
besos, un bolero traducido y cantado en casi todos los idiomas, por los
mejores interpretes, y presente en las listas de éxitos durante más de 60 años,
todos podemos repetir una parte de su letra. Como no podía ser menos, la
canción se entonó varias veces en el homenaje de cuerpo presente que se le
rindió en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México. En fin, qué decir
de ella, que era una mujer genial, música y compositora precoz, excelsa
poetisa, y además una amantísima madre plena de besos que entregaba con
ternura a sus hijos, a uno de los cuales le dedicó otra famosísima canción,
“Cachito”. Lo más curioso es que “Bésame mucho” la escribió a los 20 años,
cuando, según ella misma decía “…todavía no daba un beso, todo era
producto de la imaginación”. ¿Acaso son otra cosa los besos?
173
besos que nos sirven pa’ pedir perdón
besos robados, besos calcados
a esos locos besos de televisión
Besos que adornan los parques con tantos romances de amor
besos alegres, sinceros, intensos y sin condición, ouh
pero no te inquietes, mi vida, que como tus besos no hay dos
porque el mejor beso es, cariño, cuando nos besamos tu y yo
Y nos damos:
besos con calma, besos con el alma
besos de añorar estar besándonos
besos con los ojos, besos color rojo,
besos de una noche de pasión
Besos afines, besos febriles
besos debutantes del amor
besos flirteantes, besos de amantes
y otros que se cuelan con sabor a ron…
Otro catálogo de besos y van, no se cuantos. Aunque mejor que este ninguno.
Mas no sólo canciones, también hay muchos discos que incluyen besos en el
título. Incluso hay discos que son antologías o recopilatorios de canciones de
besos. Uno de los más conocidos es el Víctor Manuel titulado “A donde irán
los besos”, que empieza con la famosa canción de ese título, que habla entre
otras cosas de los besos en el cine, y acaba con otra titulada “Cuéntame algún
cuento”. Excelente, sin duda, aunque personalmente, y puestos a hablar bien
de besos y amores, le recomiendo a Luis Eduardo Aute. En sus creaciones se
reúnen poesía, música, dibujo, y por supuesto besos. Baste recordar algunos
de sus títulos: “No la boca, sino el beso”, “Con un beso por fusil”, “Besos y
balas”, etc., y cómo olvidar la portada de su disco “Grandes Exitos” de 1995,
protagonizada por la mejor escultura que Rodín dedicó al beso, titulada “La
eterna primavera”. Nadie mejor que Aute para contarlo, cantarlo y pintarlo.
174
Dicho lo cual, es lógico que espere que le recite varios poemas sobre besos, o
que al menos le sugiera los mejores que han sido escritos, pero me temo que
se va a quedar con las ganas. Mejor dicho, le concito a que sea usted mism@
quien busque y compare. Puede recurrir a las fuentes bibliográficas que le
sugiero al final, o buscar en internét, o en esas antologías de poemas de amor,
o “las mejores poesías de la lengua castellana”, etc. Encontrará miles, y sobre
diversos temas, que a groso modo podíamos clasificare en unas pocas
categorías. La primera podríamos titularla “aritmética de besos”, que empieza
con el afortunado encuentro de Catulo (“Bésame ahora mil veces y cien más y
después…), trasciende hasta Shapespeare y Ben Johnson, - el poeta del XVI,
no el atleta del XX – quien ansioso y desmesurado pide a su amada “Besa y
apunta ricas sumas en mis labios /…/ hasta que iguales en tu cuenta / toda la
hierba que crece en…”. Esa tradición estuvo muy extendida en los poetas
renacentistas, también entre los románticos, y se continuará en la interminable
imitación de tantos cientos o miles de poetas y versificadores que lo han sido,
son y serán.
175
copulando, garabateadas en una de las paredes de la Cueva de los Casares,
situada a pocos kilómetros del pueblo Riba de Saelices, en Guadalajara. Esta
cueva fue habitada durante miles de años, desde el Paleolítico Medio hasta la
Edad Media, y sus habitantes representaron figuras humanas con ostentosos
atributos sexuales, así como escenas de caza, realizadas grabando figuras
sobre las paredes utilizando para ello una punta de sílex.
Y es que en arte no hay límites, hay quien dice que tampoco hay respeto. Arte
y comercio es todo uno. Todo se vende en el gran supermercado del mundo.
Tanto se subastan cuadros, como la intimidad de un beso. El cuadro titulado
“El beso” de Gustav Klimt es posiblemente uno de los más famosos y
reproducidos en la actualidad. La Galería Austríaca de Pintura de Viena no lo
vende, pero no tendría precio. Es tan admirado que ha llegado a reproducirse
en un conjunto de ropa interior femenina de la exquisita marca Lise Charmel.
Se trata de una pieza exclusiva y cara, que sólo se puede adquirir por solicitud
expresa, y es que al parecer este conjunto ha hecho furor, al menos eso me
dijo la amable telefonista de la marca que me atendió, y me aseguró que
recibía miles de llamadas… ¿Hay acaso algo más sensual que la ropa interior
femenina? Si a ese sutil arte de la aguja y la seda le unimos un bello motivo
176
pictórico, y además va de besos ¿qué más se le puede pedir? Puro arte. Si no
lo cree le sugiero que visite la marca y lo comprobará.
177
pagada por un suizo anónimo fuera nada menos que ¡155.000 euros! Una
buena jubilación por un simple beso con un chico, del que, según dijo ella
misma, sólo fue amante ocho o nueve meses. Lógico, ese beso sólo lo pueden
dar los apasionados amantes, y eso dura poco.
178
inclinado sobre ella, como cubriéndola con su cuerpo y con un beso que es
preludio de algo más.
Pero el gran beso de Rodín, que fue primero un mármol, luego un bronce, y
más tarde de todo, fue inicialmente pensado por el autor como parte de la gran
Puerta del Infierno que nunca llegara a completar. Es también un beso
preludio, en ese caso de la muerte de Paolo y Francesca antes de ser enviados
al infierno por haber cometido la infidelidad de amarse y besarse ante las
narices del esposo de ella. Lo cierto es que esa famosísima escultura, exhibida
por primera vez en París en el Salón de 1898, que ha sido luego reproducida
multitud de veces, en diferentes tamaños y materiales, y de la cual se pone en
duda incluso hasta qué punto la realizó el propio Rodín, pasa por ser el
emblema del beso. Ya ve usted, un beso de muerte resulta ser el beso más
famoso de la historia del arte. Tal vez el beso más frió, el último beso, por eso
le va tan bien el mármol.
Se dice que todos esos besos en el fondo repiten la misma escena original del
beso de los amantes pecadores pero inocentes. Esa escena ha sido
representada muchas veces, y no sólo en escultura o pintura, también sobre las
tablas de los teatros. El beso-pasión, el beso adultero que precede a la muerte
de los amantes, es uno de los trasuntos escénicos más representados a lo largo
y ancho de la historia del teatro, y con esa idea por delante nos vamos a meter
entre bambalinas.
179
Los besos en el teatro podríamos considerarlos como una continuación de los
besos literarios y una anticipación de los besos en el cine. Ya hablamos
sucintamente de ello al revisar el teatro renacentista español, pero para hacer
justicia al tema, deberíamos empezar por la tragedia griega, seguir por la
comedia romana, ascender hasta el Siglo de Oro Español, pasar por
Shakespeare y Zorrilla, y acabar en Ionesco o Beckett, y eso, obviamente
requiere conocimientos, espacios y tiempos de los que no disponemos. Y aun
disponiendo de ellos todavía dejaríamos fuera dos escenarios de obligada
visita, los de la ópera y el ballet, en los cuales hay besos tan trágicos y
trascendentes como los wagnerianos de Tristan e Isolda, de Sigfrido y
Brunilda, o los de los célebres cuentos tan bellamente musicalizados por
Tchaikovsky y bailados por Nijinski.
Las relaciones entre besos y artes escénicas son complejas. Víctor M. Burell
lo ha plasmado de forma magistral en su capítulo sobre “El beso en las artes
escénicas” de la obra dirigida por M. A. Rabadán. Para tratar de sintetizar sus
ideas, podríamos decir que, primero, todos los tipos o formalizaciones del
besar han sido objeto de escenificación; segundo, que en general, y en
comparación con la frescura las artes plásticas, ha predominado la elipsis, la
ocultación o la expresión “metafórica” más que la explícita; y tercero, que en
esto, como en muchas otras cosas, la costumbres han cambiado mucho,
pasando de ser algo sojuzgado por las diferentes censuras a un hecho tan
normalizado como carente de “morbosidad”. Esto último se ha reflejado en
otra circunstancia bastante general, el que casi siempre la ejecución de los
besos expuestos por los autores en los textos dramáticos haya quedado, en
última instancia, sometida a la decisión de los directores de escena y actores,
y ello a su vez condicionado por las morales, costumbres o prohibiciones de
cada época o lugar.
Dicho lo cual, no deberíamos abandonar esta página sin relatar algunos de los
hechos o anécdotas más relevantes sobre los besos en el drama. Por dónde
empezar, acaso por Sófocles y sus tragedias edípicas, o por Eurípides, el más
trágico de los trágicos, o por Aristófanes, el primer cómico “serio”, o por
Plauto y Terencio, los dos puntales romanos de las artes dramáticas. Pues no,
no podemos, ni debemos, pues aun disponiendo de sus textos, no podríamos
saber nada de sus escenografías, y para eso no nos vale el festival de Mérida.
Debemos empezar por Shakespeare, en cuyas obras quedan bien patentes los
cuatro tipos fundamentales de besos de amor, y también tenemos noticias de
sus representaciones. Así ocurre con, Romeo y Julieta que descubren la
pasión de besarse por primera vez; con Otello y Desdemona, que acaban
muriendo “asfixiados” en su último beso; con Tatiana y Oberón que “en una
noche de verano” descubren la magia de besarse en un bosque encantado.
180
En España también tenemos genios del teatro clásico, como Calderón, para
quien los besos son “pura ilusión”; y Lope de Vega, quien le dedicó una
buena parte de sus comedias a los asuntos amorosos, conteniendo besos más o
menos explícitos, pero sobre todo supo poner en textos poéticos besos
apasionados para al decirlos sublimarlos, evitarlos o censurarlos. Ejemplos
mil: “Aquí la rosa de la boca estuvo / marchita ya con tan helados besos”;
“…bese la ingrata mano del poderoso injusto”; “Besos de paz os di para
ofenderos”. Lope nos habla con frecuencia de sus amores y pone a Dios por
testigo, por si acaso, para evitar que se malentendiesen sus textos, tal era la
condición de los tiempos.
Pero sin duda la que más nos encandila es la retahíla de elogios que la
Celestina vierte sobre los besos de los amantes en la “tragicomedia” que ella
protagoniza y que tantas veces ha sido llevada a escenarios diversos. Esos
besos que al cabo darán al traste con la vida de Calixto y Melibea, esos besos
que siempre son los mismos y que tantas ruinas y vidas han costado a esta
ingenua y “sexuda” humanidad.
Pero los tiempos teatrales cambian y así llega la época del libertinaje teatral
dieciochesco, y en ella destaca Beaumarchais con sus explícitos besos de
amor, de conquista, de seducción, que pone en las bocas de sus personajes
más célebres, como Fígaro, cuyos besos ambientados en España siempre han
sido los mejores para expresar la relación entre amor, celos, y odio; y
Almaviva, el conde que quiere aprovechar sus “privilegios” feudales sobre
Suzanne, la amada de Fígaro, pretendiendo sus besos para robarle la honra.
Claro que puestos a hablar de besos y honra en España, nadie como el
Burlador y Don Juan, esos pródigos amadores cuyos besos aun suenan por las
callejuelas, tabernas y conventos de Sevilla. En los eternos “Tenorios” que
cada Noviembre se representan en la España trágica, los besos son poco
patentes, pero sus efectos son demoledores. Posiblemente más por lo que
implican de carencia emocional que por lo que tienen de riesgo pasional.
Dicen que Don Juan era un pobre hombre, que padecía carencia de besos
maternos, y por ello estaba obligado a buscarlos en sus amoríos apresurados y
fugaces. ¿Quién puede saberlo?, si ¡ay Don Juan, Don Juan, quien pudiera
poseer en exclusiva tus besos!
181
el malvivir que una mujer que se siente inútil, fracasada, inservible por
creerse estéril, pero que en el fondo está llena de vida. Acaso hay algo más
trágico.
Pues sí, dicen que el más trágico de todos los de la escena operística fue el
beso que Salomé tratara de robarle a Juan Bautista. Ese beso que tan
bellamente relató Oscar Wilde, para que Richard Strauss le pusiera música y
Hugo Hofmannsthal lo llevara a escena. Si me lo permite reproduciré a
continuación algunos de esos dramáticos párrafos:
- Salome: Es tu boca la que me enamora, Yokaánan. Tu boca es como
una cinta escarlata sobre una torre de marfil. Es como una granada
abierta con un cuchillo de plata. (…) No hay nada en el mundo tan rojo
como tu boca… déjame que la bese, Yokaánan.
- Yokaánan: Jamás, hija de Babilonia. ¡Hija de Sodoma, jamás!.
- Salomé: Besaré tu boca, Yokaánan. Besaré tu boca.
Y vaya si la besó, pero con la cabeza puesta sobre una bandeja de plata. Ese
“no beso” le costó la vida al Bautista. Ella insiste:
- Salomé: ¡Ah! No quisiste dejarme besar tu boca, Yokaánan. Pues
bien: ahora la besaré. La morderé con mis dientes como se muerde una
fruta madura. Te lo dije, ¿no es cierto? Te lo dije…// Había un sabor
acre en tus labios. ¿Era el sabor de la sangre?... Quizá era el del amor.
Dicen que el amor tiene un sabor acre…”
Sin palabras nos deja esta escena, y sin besos. Los besos que no damos… ya
lo dice la canción, tienen sus riesgos, tal vez tanto como los que si damos. La
escenografía ha usado esos besos para representar los riesgos de la vida
intensa, del amor y las pasiones, de los anhelos y ansiedades. Las canciones
clásicas o modernas también lo han hecho. Todos los autores de dramas
musicales de todos los tiempos han convocado los besos a sus historias de
amor. Varias obras lo incluyen incluso en el propio título: La leyenda del
beso, de Soutullo y Vert cuenta un beso de amor, pasión y muerte; El beso del
Hada, de Stravinski, cuenta el beso de la vida con el que el Hada de los
Hielos protege al príncipe, etc. El ballet que une música, escena y baile
también concita besos. Las diferentes versiones de La Bella Durmiente” dan
fe de ello, y culminan con la más famosa de todas, la de Tchaikovsky, en la
que el beso alcanza categoría de “milagro” musical.
Pero según señala el experto Burell, la pieza de ballet que mejor trata al beso
como protagonista es la titulada “Ensayo para un beso” de la coreógrafa
Patricia Ruz para la compañía El Tinglao. No he tenido la suerte de verla,
pero según parece a los espectadores de les se ponía la carne de gallina con
ciertas escenas de besos muy explícitas, en las que se trascendía desde el
deseo al dominio del beso, y se llegaba a la culminación en una encendida
182
escena de dos hombres desnudos besándose profundamente. Podríamos decir,
a menos simbólicamente, que con ella se acabó la censura, el miedo a besarse
en los escenarios. En este punto el libreto dice: “Del beso innato al prohibido,
nunca un beso será en vano”. Lo subrayo por si aun alguien no lo tenía claro.
Cae el telón, la farsa acaba, pero sigue la vida. Es claro, los besos nunca son
simples, y menos aburridos, y si lo son es que no merecen el nombre de
besos. Habría que buscarles otro. ¿Cómo puede ser igual ese estúpido beso
farsante que nos damos al cumplir con el rigor de las costumbres sociales, que
esos besazos dolorosos, sangrientos, que Paul Verhoeven obliga a “cometer” a
Michael Douglas y Sharon Stone en “Instinto Básico”. Con lo cual, como
puede comprender, acabamos de sacar una entrada para:…
183
14. LA FILA DE LOS MANCOS.
El cine ha hecho más por los besos que ningún otro arte, rito, culto o
costumbre. Pero sus relaciones no siempre han sido muy felices. Desde el
principio el cine apostó por representar la pasión amorosa con besos, de tal
manera que muchas personas contemplaron y aprendieron a besar viendo los
besos en el cine, sentados en la famosa “fila de los mancos”, que, por cierto,
nadie me ha sabido decir quien le puso ese nombre ni por qué, aunque todo el
mundo sabe a que se refiere. Incluso hay una página de internet con ese
nombre, para los aficionados a cine, y supongo que a los besos.
Desde ella hemos contemplado besos de todos los tipos, formatos, duraciones,
intensidades, intenciones y significados. Besos milagrosos, como los de
Cristo, o mágicos, como los de “La bella y la Bestia” y “El hombre elefante”,
o románticos, como el de Greta Garbo y Robert Taylor en “Margarita
Gaultier”, o perversos, como los de “garganta profunda”. La “gran pantalla”
es tan grande que ha dado alojamiento tanto a los besos más castos,
conservadores y aparentemente pacatos, al estilo Doris Day en “Pijama para
dos”, como a los más provocadores y surrealistas de Buñuel en “La edad de
oro”. El cine americano, el francés, el español, y hasta el indio… todos han
aportado sus propios besos. El catálogo es interminable. El de “Casablanca”,
en París, con los bombardeos nazis como ruido de fondo, cuando Ilsa le dice a
Ríck “Bésame, como si esta fuera la última vez…” es uno de mis preferidos.
¿Y el suyo cual es?
Pues bien, esa sencilla pregunta domina casi todo el panorama bibliográfico
sobre besos y cine. Gallup se lo preguntó en 1992 a mucha gente en una
184
famosa encuesta que reveló que los besos más sexys no son los de la
filmografía actual, demasiado explícitos, sino los de la edad clásica del cine,
cuando la censura obligaba a mostrar menos y sugerir más. Según dicha
encuesta, el beso más sexy es el de Clark Gable y Vivian Leigh en “Lo que el
viento se llevó”, seguido por el de Burt Lancaster y Deborah Kerr en “De aquí
a la eternidad”, en tercer lugar está mi preferido, entre Bogart y Bergman en
“Casablanca”, y el cuarto el protagonizado por Cary Grant y Grace Kelly en
“Atrapa a un ladrón”. La experta A. Blue dedica al tema un capítulo entero de
su libro, en el que intenta contar y desmenuzar esos besos. Pero yo creo que al
hacerlo simplemente los desvirtúa, nada mejor que volver a verlos en su
versión original, ¿no está de acuerdo? Son películas muy fáciles de encontrar.
Otra de las tentaciones constantes en las que han incurrido los analistas de los
besos cinematográficos es la de hacer “estadísticas”. Por ejemplo, según
varias fuentes consultadas el actor Regys Toomey y Jane Wyman
protagonizaron el beso más largo en pantalla, que duró 185 segundos en la
pelicula “You are in the army now.” Y el más besucón de los actores al
parecer fue John Barrymore, en “Don Juan”, que dio 191 besos a lo largo de
la película. Nada, si se comparan con la extraordinaria “prodigalidad” labial
de un tal Jeffrey Henzler, que beso a 3225 mujeres en 8 horas (¡una cada 8.93
segundos!). Pero el record de duración de los besos del cine de todos los
tiempos lo ostenta la película de Andy Warhol “Kiss” de 1963. Todo el
largometraje consiste en contemplar como la protagonista, Naomi Levin besa
a Rufus Collins, Gerard Malanga y Ed Saunders. Es un verdadero tostón, pero
es que el arte moderno es así, y el tal Warhol no era precisamente un tipo muy
divertido. Esas son las cosas que tienen los americanos, que como no saben
contarlas, las “cuentan”.
Ahora bien, filmarlos lo han hecho como nadie. Sobre todo en las épocas
“adolescentes” del cine, especialmente las décadas doradas de los 40 a los 60,
en las que el beso con frecuencia constituía la culminación feliz de una trama
melodramática. El beso intenso y pleno, aun si dejarse ver del todo, se
interpretaba como la culminación de la trama, tras el cual sólo quedaba el
"The End". Desde luego no eran como los besos tan exageradamente realistas,
tan salivares, que podemos ver ahora, en los que no ya los labios, ni la lengua
sino hasta la garganta fálica, como diría Blue, puede verse en primerísimo
plano. No digo que fueran mejores ni peores, pero eran un poco más
misteriosos, con cierto halo de secreto, y ya se sabe que en cuestiones íntimas,
como diría Tarantino, “no es necesario que nos den tantos detalles”.
185
derecha! ¡Que no se vea la lengua! ¡Cerrad los ojos! ¡Abridlos!" La señora
Greta Garbo también aseguraba que era realmente difícil interpretar bien la
escena del beso ante la cámara. Cuentan que en la citada “The Kiss”, la
protagonista le pidió al director, antes de grabar una de las tomas: "Tenga a
bien concedernos unos momentos para fumar un cigarrillo y hablar un poco...
¿Cómo quiere usted que rodemos semejante escena sin conocernos?" Ese fue
un mal comienzo del beso en el cine, según dice el citado Ustrell, y de hecho
ese beso famoso fue registrado medio de lado y la película era muda, pese a lo
cual provocó que el editor de un conocido periódico americano escribiera: "El
espectáculo de posar largamente los labios de uno en los del otro es difícil de
aguantar. Cosas de este estilo exigen la inmediata intervención de la policía".
Y de hecho muy poco tiempo tardó en parecer en “escena” la censura moral
de los grupos religiosos o de los medios de opinión, pese a lo cual la película
continuó exhibiéndose con gran éxito hasta que se rompieron todos los rollos.
186
tenía que estar sentado o de pié, pero nunca ambos acostados. Los directores y
actores tuvieron que ingeniárselas para besarse sin “ser vistos”, curiosa
circunstancia, el arte más “voyeurista” de todos tratando de ocultar lo más
“ardiente”. Dicen que la Garbo - otra vez ella - era una auténtica maestra de
esta fingida ocultación, lo cual puede que en el fondo fuese una gran ventaja
para el “erotismo”.
187
que en USA. Las escenas con besos de verdad no llegaron a tolerarse hasta
casi el final de la dictadura. Los censores actuaban metiendo la tijera e el
celuloide sin contemplación. Eran personas encargadas de recortar
“literalmente” las escenas comprometidas y pecaminosas. Y por si no fuera
suficiente, los censores estatales se dejaban “ayudar” por las autoridades
religiosas, aun más estrictas si cabe con los contenidos eróticos del cine.
Y así llegamos hasta los años sesenta, cuando por el mundo las cosas
empezaban a relajarse, en España aun no sabíamos nada de labios ardientes y
besos “devoradores”. Menos mal que al final nos llegó “Cinema Paradiso”,
nada menos que en 1988, con su memorable montaje, en el que inteligente y
graciosamente se reúnen los trozos de películas que el cura del lugar había
mandado censurar. Gracias a ella pudimos regresar y ver algunas de las
mejores escenas de besos de todos los tiempos del cine.
Aun con todo, y pese a los notables avances de la cordura, el código Hays
seguía vigente, y como muestra valga saber que las consecuencias las pagaron
los besos entre Natalie Word y Warren Beaty en “Esplendor en la hierba”, de
1961, ya que no nos dejaron ver las escenas más excitantes, con la admirada
Natalie desnuda. A pesar de ello la película hizo furor e historia: se trataba del
primer beso francés en Hollywood.
Y es que en el cine cabe todo. Incluso el “no beso”, pues se dice que ha
habido divas maniáticas del antibeso, como ocurre en la actualidad con la
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bellísima actriz india Aishwarya Rai, protagonista de muchas películas del
floreciente cine indio, que asegura que nunca ha dado ni recibido un beso en
pantalla, aunque sabemos que recientemente se ha marchado a Hollywood
para curarse de esa extraña y absurda enfermedad. Aunque en realidad no ha
sido muy original, pues no es la primera que hace tal cosa. Dicen que la gran
Mae West y la chino-americana Anna May Wong tampoco aceptaban besar
de verdad a sus partenaires en escena. En el primer caso aseguran los expertos
que era tal su ardor al besar, que ningún galán lo hubiera resistido sin perder
la compostura. ¿Quién sabe? En el segundo caso la explicación es más
“racista”. En la película “Camino al deshonor” (1929) que Anna May Wong
protagonizaba, había una escena con beso incluido, pero se acabó
suprimiendo con la excusa de que el “sexo” interracial era provocador y
podría ofender al público.
Ese sigue siendo precisamente uno de los pocos puntos negros que le quedan
por resolver al cine. Los besos entre chica blanca y chico negro o viceversa,
son escasísimos y mal vistos. Según parece el primer beso interracial del cine
americano fue el de la película ¿Qué ocurrió en el túnel? (What Happened in
the Tunnel?) de 1903, de Edison, en la que una señora blanca y su sirvienta
negra van en un tren que entra en un túnel. Aprovechando la oscuridad un
hombre blanco que viaja a su lado intenta robar un beso a la mujer blanca,
pero por error besa a la negra. Cuando se percata del ello el hombre se limpia
con un pañuelo y las dos mujeres se ríen de él. Es una escena aparentemente
cómica, pero en el fondo a muchos no nos hace ninguna gracia.
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mientras el primero deja caer champán desde su boca a la del segundo. Sus
besos, interraciales y homosexuales, pretendieron romper dos tabúes a un
tiempo, pero que sepamos se trataba de una película realizada por una
compañía independiente, con un presupuesto muy pequeño y que resultó
bastante difícil de recuperar, según refiere A. Blue.
Sea como fuere, lo cierto es que en la actualidad las cámaras y el beso son
íntimos amigos. Se acercan tanto a las bocas besantes que más que mostrarlas
las diseccionan. Y no es metáfora. De hecho las sofisticadas técnicas del cine
se han utilizado para filmar la anatomía íntima de los besos, para ver cómo se
mueven los labios, cómo se estiran las fibras elásticas, cómo se contraen los
músculos orbiculares, o cómo se pliegan la piel y mucosas de los labios,
mientras se realizan los besos. Este interesante estudio ha sido llevado a cabo
por una curiosa investigadora, Annabelle Dytham, y por su director, el
cirujano plástico Gus McGrouther del University College de Londres,
partiendo de la disección de labios de cadáveres y del posterior estudio en
vivo de labios besando. El fin último, como puede comprenderse, no es hacer
cine, sino mejorar los conocimientos de la cirugía plástica, estética y
reparadora de los labios, algo muy de moda entre las gentes de la pantalla y
cada vez más copiado por la generalidad de las mujeres. Las cámaras al fin
desvelarán todos los secretos de los labios, y puede que al hacerlo se lleven
por delante la magia de los besos. Una desgracia.
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EL UNIBE®SO.
(A modo de conclusión)
“En el principio fue el beso”. He aquí en buen lema, que de por si bastaría
para justificar el tema del libro que está a punto de acabar de leer.
Los seres humanos nos movemos por gestos e impulsos, nos conducimos por
señales y símbolos, nos arropamos con consignas y lemas. Bajo esas capas
nos encontramos seguros, hasta que algo viene a romper el cascarón y ya no
sabemos si es huevo o gallina, si es consigna o contraseña, si es señal o
espejismo, si es lema o dilema. Un buen día allá en las fronteras del Edén eso
fue lo que ocurrió, alguien se percató de algo y el resto del tiempo se lo pasó
conjeturando, tratando de acumular datos para alcanzar seguridades: ¿lloverá
o no lloverá?, ¿comeré o no?, ¿será niño o niña?, ¿saldré de esta o me caeré
con todo el equipo?, ¿me quiere o no me quiere?, ¿será pronto o estará al caer
el santiamén? Desde entonces hasta ahora ya solo ha habido dudas y
conjeturas y a eso le llamamos ciencia y sabiduría. ¡Seremos soberbios!.
Este libro también esta lleno de datos e inseguridades sobre los besos. No en
vano estos son lema y dilema al tiempo. Todos los que nos lo hemos
planteado hemos hecho las mismas preguntas: ¿Por qué?, ¿para qué?, ¿desde
cuando?, ¿cómo?... Nosotros, usted y yo, también hemos pasado por ello, y
“por ello” hemos tenido que pasar por tantos lugares, tiempos, modos,
maneras, materias, ritos, expresiones, significados, libros, bibliotecas…
buscando besos.
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que además de “besadores” somos habladores. Puede que lo suyo no sea beso,
pero es gesto labiado. Poco importa que lo sepan o no, pues en definitiva ese
gesto “tosco” ya es significativo, comunicativo, una especie de idioma
animal. Uno de los más primerizos y más fáciles de aprender, pero también
uno de los más útiles para la supervivencia.
Sobre las ramas de los árboles del pleistoceno ya anidaban pájaros que
cuidaban de sus polluelos. Los alimentaban pico a pico. Bajo la sombra de los
mismos árboles se cobijaba una raposa a la espera de que cayera alguno, para
devorarlo y llevárselo a sus zorrillos hambrientos. Lo ingeriría y después lo
regurgitaría al ser estimulada hasta la nausea por el boca a boca de sus
cachorros. Ese boca a boca es un rudimento alimenticio del beso. El otro
origen evolutivo del beso lo encontramos también cerca del pico y el morro,
en el hocico nasal, que adelanta y proyecta hacia la exploración el sentido del
olfato, el más primitivo y protector de todos los sentidos. Oler sirve para
reconocer a otro, para aceptarlo y para “sexuar” con él. Las feromonas son
sustancias tan misteriosas como potentes. Los perfumes humanos son
feromonas artificiales que tienen efectos sorprendentes e insospechables. El
olfato es un sentido y un instinto esencial para la supervivencia. Oler,
reconocer, alimentar, cuidar, he ahí unos cuantos argumentos para explicar el
origen de los besos y su importancia en la configuración de las relaciones
humanas.
Una anécdota: Acaban de aterrizar en este mundo dos niñas preciosas, Paula y
Natalia, que apenas tienen una semana de vida. Su madre las trae a casa y
disfrutamos de su candor de cachorrillas. Las colmamos de besos, mientras
ellas duermen plácidamente, hasta que su madre les roza suavemente en los
labios con sus pezones, y sus boquitas se proyectan automáticamente,
dispuestas para la leche de las ubres de su madre. Da gusto contemplar como
maman y duermen. Cuando crezcan dejarán de mamar, pasarán adormecidas
los años oscuros del destete, hasta que algún día, cuando “adolezcan”, venga
un príncipe encantado y las despierte con un beso. Los labios de los novios
van al beso, y una vez que aprenden el lenguaje ya nunca dejan de “besar-
hablar” tratando de afinar y entonar su personal diccionario común.
Los seres humanos vivimos de, por y para besar. Pertenecemos a una especie
que podríamos denominar “Homo osculator”. Latinajos aparte, es una
evidencia que todos los seres humanos, de todos los tiempos y lugares, de
todas las culturas y razas, de todos los linajes y lenguajes, han besado, besan y
besarán, aunque no siempre lo hayan hecho de la misma manera. La historia
de la humanidad está llena de besos, con muchos tipos y significados. La
historia de los pueblos, sus ritos, sus encuentros y enfrentamientos, sus mitos,
sus leyendas, sus códigos y sus morales se pueden sazonar con múltiples
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modelos de “besos”. Sabemos que el paso de la prehistoria a la historia se
relaciona con el uso público de los lenguajes significativos. El beso es
símbolo y señal, gesto semántico y comprensivo. Puede que exagere, pero es
tan bella la hipótesis-metáfora que no me acomodo a callarla: “La historia es
un entramado de besos trenzado sobre el tiempo y la geografía”.
Vivimos en el “planeta de los besos”, este es otro de los lemas de este libro.
Besos para todos y todos para el beso. El beso como elemento simbólico de
cohesión no precisa de mayores explicaciones. La reunión de los seres
humanos nunca se concibe para el daño, siempre es para el bien, para el
progreso. La supervivencia de nuestra especie no se basa en la inteligencia,
sino en la cooperación, en la convivencia, en “comer-juntos”. Pero los besos
humanos no siempre han sido de “pax”. Por los besos se han acometido tantas
hazañas, como cometido fechorías. Los besos han causado muchos males,
alimentado muchas hogueras. Emociones, pasiones, arrebatos, imprudencias,
y todo tipo de estupideces, se han cometido por culpa de los besos. Las
tumbas de los grandes amantes de la historia son como una gran puerta al
infierno de los besos. Pero no por eso hemos dejado ni debemos dejar de
besarnos. Nos gustaría que el lema de este campo temático fuese: “besos sin
fronteras”, pero incluso más allá de esta pequeña esfera azul. En Star Trek
aparece el primer beso “interplanetario”. Algún día no será “ciencia ficción”.
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Pero para cada persona, en cada circunstancia, los besos pueden tener
diferentes significados. Si pudiéramos examinar todos usos y significados de
los besos, en función de quién, cuándo, cómo, dónde, etc. tendríamos una
telaraña semántica tan espesa que apenar nada podríamos vislumbrar a su
través. Y es que cada cual besa según es o está, y viceversa. Dime como besas
y te diré como eres, ¿o es al revés? Alguien, algún día tendrá que estudiar la
“Psicología del besar”, la relación entre el besar y el modo de ser de las
personas. Freud ya lo intentó, y bien claro lo dejó escrito. El beso y el sexo no
son más que la consecuencia del “gran destete”, vino a decirnos. Hay
personas que padecen carencia de besos, y así les va. Algunas neurosis no son
más que una grave deficiencia de besos, que produjo un raquitismo
emocional, un marasmo afectivo de tal magnitud que afectó a la formación de
su personalidad. Esa anemia subterránea infantil acaba saliendo a la luz en
forma de comportamientos ansiosos, glotones, egoístas o perversos cuando
nos “adulteremos”. Drácula fue un pobre infante que sufrió carencia de besos.
Don Juan el hijo de una madre con penuria de besos. Dicen que los muy
tacaños tienen números rojos en la cuenta de los besos. En fin, teorías aparte,
los besos son una vitamina esencial para el desarrollo del cerebro, para la
nutrición de la mente de los niños y niñas de todas las edades. Las mamás lo
saben muy bien sin que nadie se lo enseñe.
Los usos del beso son tres: “saludo, cariño y placer”. Ripios aparte, el beso y
el tres se llevan bien. De hecho el beso suele ser cosa de tres, y no de dos
como pudiera parecer. Me explico: casi siempre hay tres elementos en el
beso: labios, dientes y lengua. Olfato, sabor y tacto. Unción, respeto y
devoción. Atracción, deseo y pasión. Tú, yo y el resto. Hola, que tal y adiós.
Actores, escena y escenario. Nacimiento, vida y muerte. Ya lo ve, el beso casi
siempre es cosa de tres. El tercero en concordia - o en discordia - casi siempre
suele ser el sexo. El ser humano es el “gran besador”, el mayor “sexo-oral” de
todos los animales. “Sexuamos” con las palabras y los besos más que con
ninguna otra cosa. El beso sexual es como una gran “sonrisa horizontal”. Se
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puede practicar sexo sin beso, pero no se disfruta tanto, si acaso se comete.
Así lo hacen los que usan del comercio sexual. Las más respetables prostitutas
no besan. Copulan, pero no intiman. La intimidad del beso es de tal magnitud
que no hay distancia más corta entre dos personas.
Los físicos dicen que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta.
Pero eso depende de que física se trate. Si hablamos de física humana, la
distancia más corta es la línea curva de los labios. Esto no admite dudas: la
distancia más corta entre dos personas es el beso. En ninguna otra
circunstancia podrán estar más juntas. El beso une, reúne y unifica. Más que
el coito, más que el abrazo, más que la palabra. El beso se da y se recibe al
tiempo, se comparte y co-protagoniza. Se puede violar a alguien, pero no se
puede besar a alguien que no participe. Eso no es beso, eso será un
lengüetazo, un chupón, una labiada, pero no un beso. Por eso el beso es tan
potente y peligroso. Los seres humanos sabemos mentir y engañar, nos
ponemos “los cuernos” con el sexo, pero nunca con los besos. No se puede
besar y mentir al tiempo. Se nota demasiado y tienen sus riesgos.
Los peligros de besar: ese es justamente otro de los asuntos interesantes del
tema. En orden de aparición esta la acendrada afición a besar. Los humanos
somos animales de costumbres. Ninguna otra especie es tan “costumbrista”.
De nuestras costumbres hacemos rituales y hábitos, y de los hábitos
adicciones o dependencias. La adicción a besar no existe, pero haberla…
vaya si la hay. Ya lo anunció el mismísimo Sócrates, y luego muchos más, y
hasta tiene explicaciones neuroquímicas. El cerebro con sus insondables
misterios lo explica todo. Cómo besamos, qué sentimos, porque nos produce
tanto placer, porque nos apasiona tanto hacerlo. Una gran parte de nuestro
cerebro lo tenemos dedicado a los labios. Y también hay un lugar para los
besos. Tal vez algún día sepamos controlarlo, y podremos enseñar a los que
no saben besar. ¿O quizá eso acabe con la magia ciega de los besos?
Otras “enfermedades” del beso son más taimadas y traidoras. Muchos han
empleado la metáfora salivar y bacteriana para alertar sobre la peligrosa
catadura antihigiénica del beso. Pero son sólo pretextos para no besar. La
“enfermedad de los enamorados” suele ser bastante dolorosa, pero muy
placentera. El enamoramiento es una potente anestesia, una enorme aspirina
que todo lo cura. Los besos mortales son sólo los de las leyendas y los de las
pobres brujas. Besemos pues desconsideradamente, hasta que acabemos con
todas las bacterias y las inquisiciones del mudo, ¡amén!
Y así llegamos al bello arte de besar. Sea línea o color, nota o golpe, plancha
o electrón, todas las materias del arte han cohabitado con los besos. Acaso sea
el más extendido de los motivos artísticos, la más bulliciosa musa, el más
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sentimental pretexto. Sensible y emotivo es el encuentro entre el beso y el
arte. Besos al óleo, al mármol, al viento, al cincel, o al obturador. Versos y
besos cogidos de la mano: “versificaciones” y ripios, con perdón. El arte es
argumento y corolario para los besos: Elija un cuadro, una poesía, una
escultura, una fotografía, una ciudad… y llegará a París. Dicen que en esa
ciudad se inventaron los besos, y también el cine, y en el cine está la “fila de
los mancos”, la que más besos ha acogido, enseñado y ocultado. “Besos de
cine”, para que hablar más. Bésame, bésame… como si fuera la última vez…
y por si acaso se nos acaban los besos… siempre nos quedará París.
Todo eso, nada más y nada menos, es el beso: Historia, literatura, etología,
antropología, filosofía, semiología, arte, psicología, sexología, medicina… El
beso es como un gran “big-bang” que dio lugar a un unibe®so lleno de
misterios y humanidades.
Y para llegar a eso, me dirá, ¿hacían falta casi doscientas páginas? Pues sí,
hacían falta. Usted mismo habrá comprobado que el viaje por el planeta de los
besos ha sido largo y ancho, lleno de curiosidades y curioseos, de ilusiones e
ilusionismos, de genios e ingenios, emotividad y creatividad. No me dirá que
no le han sorprendido muchas de las anécdotas protagonizadas por los besos y
sus protagonistas, o lo trascendentes que han sido ciertos besos para la
humanidad, o la gravedad de no haberlos usado como y cuando convenía.
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damos, y posiblemente trataremos de practicarlos con más asiduidad, ternura,
pasión y respeto. Besar es cosa seria, pero divertida. Una enorme sonrisa
horizontal y una gran palabra. Ya se lo dije: “en el principio fue el beso”, y e
el final también.
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RECONOCIMIENTO DE DEUDAS:
• Cane W.: The art of kissing. St Martin´s Griffin. New York. 1995
(Superfluo, simplemente “bricolage” del beso).
• Edmark Tomima: 365 Ways to Kiss Your Love. MJF Books, 1998
(Más bricolage… insustancial, pero no hay más remedio que
consultarlo, todo el mundo le cita)
198
• Hervez J. El beso de oriente. R. Caro Baggio Editor, Madrid, c. 1920
(Una curiosidad para los bibliófilos de la sexualidad, aunque no trata
de los besos, sino de las relaciones sexuales en pueblos orientales,
como china, indochina, etc., en un tono a veces un tanto “folclórico”).
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• Rabadán M. A.: Besos: Visión multidisciplinar de la función de la
boca. Fundación Dental Española. 2004 (Todos mis agradecimientos
para la directora y los autores. Es una guía esencial y magníficamente
ilustrada; quizá algunos temas podrían haber sido obviados, ya que en
realidad tratan más de odonto-estomatología que de los besos).
• Waal F.: Bonobo Sex and Society. The behavior of a close relative
challenges assumptions about male supremacy in human evolution.
Scientific American, March 1995 issue of, pp. 82-88. (Tangencial, pero
muy interesante).
200
agradecimiento por haberles tomado “prestados” sus datos o ideas. Como
tributo no se me ocurre mejor manera de agradecérselo que devolverles mi
propio libro, con mi autorización para que puedan tomar de él lo que
consideren oportuno. Y, por supuesto, para ellas mis mejores besos.
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