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EL LENGUAJE DE LOS BESOS

(Un estudio psico-socio-antropológico del beso y el besar)

Jesús J. de la Gándara Martín

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ÍNDICE:

Pretextos

1. En el principio fue el beso


2. Mecánica del beso
3. Ellos también besan
4. El gran besador
5. Besos con historia
6. El planeta de los besos
7. El idioma de los besos
8. Maneras de besar
9. Dime como besas y te diré como eres
10. La sonrisa horizontal
11. Los peligros del beso
12. Mamá, cuéntame un beso
13. El arte de besar
14. La fila de los mancos

El unibe®so

Reconocimiento de deudas

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PRETEXTOS

“Un centímetro cúbico”: ese es el volumen que ocupa la fina cobertura de


nuestros labios. Hasta 3cc ocupa la piel genital y otros 33 la del resto del
cuerpo. Pero, ¿qué tiene de especial ese minúsculo centímetro cúbico de piel
labial? Algo ha de tener si a esa mínima parte de piel especializada le hemos
confiado buena parte de nuestra relación con los demás. Los otros “33cc” de
piel también sirven para relacionarnos, pero no es igual. Ni siquiera esos “3”
de piel genital nos satisfacen tanto. Nunca alcanzarán la nobleza de la piel de
nuestros los labios, esos maravillosos instrumentos multiuso que los
mamíferos tenemos en la puerta de la vida. La riqueza sensorial y la
“versatilidad” de los labios los convierte en algo más que dos pedazos de piel
con tendencia a juntarse con otras de nobleza semejante.

Los labios sirven para comer, hablar y besar. Los besos son roces, toques,
opresiones… pero ¿qué son realmente los besos?, ¿por qué besamos?, ¿para
qué besamos?, ¿por qué hay tantas maneras de besar?, ¿todos los besos son
iguales?, ¿por qué nos gusta tanto besar?, ¿quién sabe besar mejor?, ¿sólo
besamos los seres humanos?, ¿por qué hay tantas diferencias entre personas y
culturas?, y, sobre todo, ¿a dónde van los besos que damos y que no damos?

Quizá sea que somos los animales más pelados del planeta y los labios son lo
más pelado que tenemos. O que besar es como regresar a la ternura del pecho
maternal amamantándonos. O que para reconocer a alguien le olfateamos
aproximándole el morro… o tal vez la culpa sea del arte y el cine. Sea como
fuere, lo cierto es que nadie duda que buena parte de nuestra felicidad
depende de la cantidad de besos que nos dan o damos. Que en materia de
sensualidad nada hay más gozoso que los besos. Que la puerta de la
sexualidad suele ser ese minúsculo “centímetro cúbico” de piel especializada.

Casi todos los días, casi todas las personas besamos. Pero casi nunca
pensamos en sus motivos, maneras y consecuencias. Pasa comprenderlo
deberemos indagar en el origen de la conducta, rebuscar en los entresijos de la
historia, escudriñar en la fisiología, analizar los condicionantes sociales,
etológicos o antropológicos, estudiar sus las peculiaridades culturales o
geográficas, investigar sus riesgos y beneficios, preguntar a los artistas y a sus
obras, o pedir la opinión de personas anónimas. Cualquier cosa antes que
trivializar sobre una conducta tan peculiar e interesante. El beso es universal,
intemporal, ubicuo y variopinto. No cabe tomarlo a la ligera.

Cuando pensé en escribir este libro, pedí opinión a muchas personas.


Prácticamente todas me dijeron que les parecía un tema muy curioso, al
tiempo que esbozaban una sonrisa cómplice. Algo semejante a lo que ocurre

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cuando hablamos de sexo: resulta difícil ponerse en el justo punto de seriedad.
Desde luego no me gustaría que esta disertación sobre el beso se entendiese
en ese tono de “rigor mortis”. Esta peculiar conducta humana merece atención
y respeto, pero no demasiada gravedad. No se trata de analizarlo con la
frialdad marmórea de las estadísticas, pero tampoco con la ligereza
insustancial de ciertos manuales de “bricolage” del beso. Así pues, con esas
intenciones y predisposiciones me aventuraré en este inconmensurable
campo-mar-montaña-cielo de los besos. ¿Se viene conmigo?

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1. EN EL PRINCIPIO FUE…

En el principio no fue el verbo, fue “el beso”.

Eso creo, aunque no lo diga la Biblia. Los labios supieron besar antes que
hablar. De hecho todos sabemos besar sin que nadie nos enseñe. Es más, no se
si serviría para algo hacer un “master” de besos. Más práctica y menos teoría
es lo que se necesita en materia de besos.

Una de las formas más lúcidas de analizar cualquier cosa es indagar en su


denominación. Las palabras suelen guardar los secretos de las cosas. Buscar
en las palabras es una vieja y reiterada manera de aproximarse a los
significados y sentidos de las cosas. Desde San Isidoro de Sevilla a Arturo
Pérez Reverte, por citar sólo dos extremos bien conocidos, la indagación
etimológica y lingüística ha resultado fructífera para crear belleza y sabiduría.

Así pues buscaremos en las palabras, y dado que donde hay más palabras es
en los libros, empezaré por agradecer a las personas que han escrito los
mejores libros sobre besos. Sobre todo debo apresurarme a reconocer la deuda
que voy a contraer con Adrianne Blue (On Kissing) y con el grupo dirigido
por Mª Ángeles Rabadán (Besos). Vaya para todos ellos mi gratitud y un
montón de besos en compensación por los “atracos” que les voy a perpetrar.

Para empezar bien hagámoslo por el primero de los libros, la Biblia. No se


trata de hacer una exégesis, más adelante, cuando hablemos de la historia de
los besos volveremos a ella, ahora sólo pretendo tomar prestadas algunas de
sus palabras para abrir con ellas la cueva del lenguaje donde se guardan todos
los pensamientos y emociones de los seres humanos.

El primer beso bíblico lo encontramos en uno de los primeros y más hermosos


libros de amor de la historia, el “Cantar de los Cantares”, escrito por un rey al
parecer muy besucón, Salomón. Todo el libro es un poema de amor que
cuenta los gozos y penas de dos enamorados, el Rey y la Sulamita, la viñadora
humilde que cuando se encuentran en la viña se enamoran perdidamente. Ella
dice: ¡Oh, que él me besara con los besos de su boca! Mejor que el vino es tu
amor.

Inmortales besos registrados con palabras imperecederas, que son ya pétreas


estelas plantadas contra el tiempo. Pero los besos son gestos efímeros que se
parecen más a la palabras habladas que a las escritas. Esos alados besos, esos
sutiles roces de aire y viento que sólo los seres humanos somos capaces de
sentir y entender. Las palabras están llenas de vida, son la cuna y el origen de

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todo, lo visible y lo invisible, lo perceptible y lo imaginable, lo sensible y lo
besable.

En referencia a los besos, algunos sexólogos hablan de que son actos


“sensantes” (sensible-pensantes). Por lo tanto sólo nombrarlos implica un acto
sensible. “Sentir es pensar temblando”, dijo el poeta José Bergamín. ¿O tal
vez quiso decir besar temblando? Seguro que se equivocó, besar rima mejor
con temblar, y besos y palabras riman con labios. Son dos sustancias que nos
hacen temblar, como dos cuerdas sonoras que vibran al unísono. Si oímos o
decimos “dame un beso”, o “te quiero besar”, o “bésame”, o “qué daría por un
beso”… no es fácil que no sintamos. Solo de oír o pensar en esa palabra
sentimos algo en nuestros labios y ellos tienen línea directa con el corazón, y
con el cerebro.

Se ha dicho muchas veces: las cosas sólo existen si se las nombra. Hay quien
opina que la palabra es el origen de todas las cosas, desde el principio de los
tiempos, cuando el sonido no era más que viento desatado, agua torrencial, grito
instintivo o bramido de agonía, el verbo, según San Juan, fue el principio de
todas las cosas:

“En el principio era la Palabra,


y la Palabra estaba ante Dios,
y la Palabra era Dios.
Ella estaba ante Dios en el principio.
Por Ella se hizo todo,
y nada llegó a ser sin Ella.
Lo que fue hecho
tenía vida en ella,
y para los hombres la vida era luz.

¿Queda claro, verdad?

Para que las cosas existieran bastó con que Dios las nominase. Dios uso la
palabra como instrumento para crear. Bastó con que el ser supremo supiera
"decirlas" para que las cosas se hicieran, y después procedió a ordenarlas
usando más palabras. Según esta tradición la palabra fue un gran invento, o
mejor, “el gran inventor”.

Y otro tanto hizo Yahvé, quien viendo la soledad del hombre, le regaló a la
mujer, y las mujeres son las que mejor saben hablar, las que "encantan" los
males poniéndolos en la lengua y echándolos fuera por los labios. Llámese Eva
o Lilith, apenas eso importa, pues ambas eran diestras en el uso del verbo y del
beso. El pecado original, no seamos ingenuos, no fue el mordisco de la

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manzana, fue el uso del verbo, ¿o fue quizá fuera el dominio del beso? Qué más
da si al cabo ambos vienen de los maternales y amantísimos labios.

Palabras, besos, labios, encuentros necesarios para crear, ordenar y habitar la


intemperie de la finitud. La del ser humano que acaba de darse de bruces contra
la realidad y le cuesta acostumbrarse a tomarla en crudo.

Desde la vertiente etnológica, es sabido que la palabra humana fue en principio


grito, llamada, solicitud de protección, de unión entre la madre y el hijo aún
desvalido, y de esa unión, hecha de gritos y besos, nació la institución humana
más antigua, la familia, la que sigue ordenando esencial y sustancialmente la
vida humana. La familia es una trama de besos y palabras. Licencia más o
menos, los besos y las palabras son los dos elementos que más rozan con
enamoramiento, sexo, casamiento, procreación, crianza. Pero de ello
hablaremos andando las páginas.

La fuerza que mantiene unida a las instituciones familiares y sociales es la


palabra. Es la misma que alcanza magnitud trágica cuando Sófocles da vida a
Edipo, organizando la trama emocional y afectiva más reveladora de la
condición humana. Una tragedia sin palabras no es posible, sin besos no es
apasionante.

Intimidad y emoción, palabras y besos, son dos de los dominios inexpugnables


de la patria instintiva. Nada puede expresar los sentimientos tan justamente, y a
la vez ocultarlos con tanto celo, como las palabras y los besos. Hablando y
besando el ser humano se siente profundamente unido a otros seres humanos.

La poesía y el beso son parientes íntimos. Desde Salomón a Machado, no hay


más que una larga sucesión de besos y fonemas, revelaciones sonoras de la
intimidad humana en la que la verdad y la belleza se aúnan para comunicarnos,
para hacer existente lo inefable, para dar y solicitar vida y temblor. Escuchar un
poema bellísimo es como recibir un beso en el cuello, en el lóbulo de la oreja, y
sentir ese temblor que te llega a lo más íntimo. Los besos y los versos vienen de
los labios.

¿Pero a qué tanta digresión – se preguntará - si a donde el autor quería llegar


no era sino a algo mucho más prosaico? Algo así como ¿de donde viene la
palabra beso? ¿Cuál es su origen? ¿Cómo se dice en otros idiomas? ¿Por que
se dice distinto? En fin, a las etimologías del beso.

Y para profundizar en las etimologías, empiezo por pedirle ayuda al Patrón de


Internet, San Isidoro de Sevilla, quien habla de la importancia de buscar la
etimología de las cosas. Dice textualmente: “Etimología es el origen de los

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vocablos cuando la fuerza del verbo o del nombre se deduce por su
interpretación. Aristóteles la llamó sumbolon (sýmbolon)… Pues tan pronto
como adivinas de dónde procede el nombre, entiendes cuál es su fuerza. En
efecto, es más fácil la averiguación de cualquier cosa en cuanto conoces la
etimología.

Así pues siguiendo su ejemplo, en primer lugar nos interesaremos por el


verbo “besar”, que describe en nuestro idioma la conducta humana que nos
ocupa.

Según el Diccionario de la Lengua Española, “besar” viene del latín


“basiare”, y tiene los siguientes significados: “1. Tocar u oprimir con un
movimiento de labios, a impulso del amor o del deseo o en señal de amistad o
reverencia. 2. Hacer el ademán propio del beso, sin llegar a tocar con los
labios. 3. Tratándose de cosas inanimadas, tocar unas a otras. 4. Tropezar
impensadamente una persona con otra, dándose un golpe en la cara o en la
cabeza.” Nada que comentar, todo aséptico y frío, como corresponde a la
Academia, pero también muy revelador. Ya tenemos, sin proponérnoslo, la
primera clasificación de los besos.

El Diccionario de Maria Moliner suele ser más descriptivo, y de “besar” dice


que es “Aplicar los labios juntos a alguien o algo y separarlos dando un
chasquido, lo que se hace como caricia o como saludo…”. Luego añade otros
comentarios a aspectos particulares tales como «besar la mano, besar los pies,
llegar y besar el santo, besar el suelo, besar la tierra que otro pisa», de los
cuales habrá tiempo de ocuparse.

En segundo lugar nos interesa la palabra “beso”, del latín “basium”, según el
Diccionario, cuyos significados son: 1. Acción y efecto de besar. 2. Ademán
simbólico de besar. 3. Golpe violento que mutuamente se dan dos personas en
la cara o en la cabeza, o el que se dan las cosas cuando se tropiezan unas
con otras. El Diccionario también habla de diferentes tipos simbólicos de
besos como el “de Judas” (1. beso u otra manifestación de afecto que encubre
traición), o el “de paz” (1. El que se da en muestra de cariño y amistad).

De nuevo el Maria Moliner, resulta más explícito, y añade que el beso es “la
acción y efecto de besar una vez”, y lo relaciona con otras palabras como,
acolada, buz y ósculo.

Esta última palabra se refiere peculiarmente al beso de afecto, y es usada


principalmente en lenguaje poético o solemne, o, por el contrario, cuando se
quiere hablar de forma irónica. Se trata de una interesante palabra, que
proviene igualmente del latín, en el se contempla con diversas

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formalizaciónes, tales como “osculum” (boca, boquita, beso), “osculatio”
(beso), “osculor” (besar, amar apasionadamente). Todos ellos contienen el
prefijo “os”, término referido a la cara, al rostro, a la máscara y a la expresión
que se hace en presencia de todos y también a apertura, orificio o
desembocadura. De ahí también deriva “oscilum”, que es la mascarilla del
dios Baco, personaje divino muy dado a los besos y al buen vino.

Se trata, como vemos de un curioso término, que emparenta con otros muy
significativos, como “ostendo”, de donde viene ostentar, y también “ostium”,
puerta o entrada. La historia de de las palabras una vez más se muestra llena
de insinuaciones y potencialidades. Como resistirse a tantas sugerencias. El
ósculo es la puerta del amor. El beso tiene funciones de portero emocional.
Para saber eso no hace falta escribir libros. Todos los enamorados lo saben.

Pero sigamos. Tenemos otra curiosa palabra: “buz”, que según la Real
Academia, es una voz onomatopéyica, que significa beso de reconocimiento y
reverencia, y también “labio de la boca”. Hacer a alguien el “buz” es ofrecerle
una demostración de obsequio, rendimiento o lisonja, pero también, según el
Maria Moliner, de buz viene “buzcorona” que se refiera a una burla que se
hacía dando a besar la mano y descargando un golpe en la mejilla o la cabeza
del que la iba a besar. También «abuzarse», o echarse de bruces para beber,
o, quizá besar el suelo. Caerse de bruces, echarse de bruces, dar labio en tierra
son también términos afines, y tampoco anda muy lejos de ello “buzonear”,
que es echar cartas, acaso llenas de besos, por un orificio que siempre espera
algo más que papeles.

De buz a buces, y de esta a bozo, que es la parte inferior de la cara, donde


mejor se aprecian los gestos afectivos, y de ahí embozo, que es la parte de la
capa, banda u otra cosa con que uno se cubre el rostro, y por extensión
figurada es el recato artificioso con que se dice o hace alguna cosa. Quitarse
uno el embozo es, en figurado y familiar, descubrir y manifestar la intención
que antes ocultaba. El bozo, como elemento de comunicación gestual no tiene
precio. Más adelante lo retomaremos.

Nos quedaba aun otra palabra por diseccionar, “acolada”, que viene del
francés «accoler» (juntar) y que, junto con su derivación “colada”, se refieren
al abrazo que, acompañado de un espaldarazo, se daba al neófito después de
ser armado caballero, y en la masonería, significa el beso ritual que se da
entre los miembros.

Y ya que estamos en Francia, cuna señera de los besos, hemos de saber que en
Francés beso y besar se dicen “baiser”, palabra, como se aprecia muy parecida
al español besar, salvo que si reunimos las palabras “besar” y “francés”

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aparece una nueva expresión cuyo significado nos lleva a cierto tipo de beso
descrito como el más sensual, del cual ya hablaremos.

Más siguiendo con los idiomas europeos, en este caso anglosajones, veremos
que en ingles beso es “kiss”, y besar es “to kiss”. Y en alemán beso es “kuss”,
y besar “küssen”. En ambos casos la raíz es la misma, un término de origen
indoeuropeo, con presencia en el griego antiguo y en muchas otras lenguas
anglosajonas modernas. Todo indica que las etimológias indoeuropeas de las
palabras beso y sexo tienen mucho en común. Según Albert Hagens “…el
significado original de la palabra amor de los arios se atribuía a
representaciones olfativas...", pues sólo a través del olor se conseguía la más
íntima relación entre hombre y mujer.

Veámoslo con algún detenimiento, pues la andadura de los vocablos en el


tiempo es curiosa e ilustrativa. Sabemos que “kiss” en ingles antiguo es
“cyssan” (besarse), palabra que, al parecer, proviene del proto-germanico
“kussijanan”, o dicho en sajón antiguo “kussian”, y en noruego sería “kyssa”,
y de vuelta al alemán nos encontraríamos con el ya conocido “kuss” y
“küssen”. Todos ellos tienen, en última instancia, un posible origen
onomatopéyico. Véase que el sustantivo de “kiss” en inglés antiguo era
“coss”, que se convirtió en el moderno en “cuss”, y si le parece puede hacer
una prueba, haga usted un beso sonoro con los labios en protusión y a ver a
que le suena.

Es sugerente la remisión a un sonido común “ku” que se puede encontrar en la


raíz del origen griego del vocablo “kuneo” (beso) y “kynein” (besarse) y
también kynos (que es español es “can” y “cínico”), y también “kinesis” (de
donde curiosamente viene la palabra “cine”, que es sin duda el lugar por
excelencia de los besos. Como se puede observar siempre es bueno volver a
los orígenes de nuestra cultura, al griego. Los diccionarios más autorizados de
esta lengua nos remiten a un curioso término el “proskuneo” que hace
referencia a la postura de postración para demostrar obediencia y reverencia a
los dioses o reyes. La palabra proskuneo, que incluye el término “kuneo”'
(besos), es la formalización de un tipo de beso ritual que merecerá más
adelante nuestra atención. Ahora sólo nos interesa recordar esta curiosa
composición de la preposición “pros” y el verbo “kuneo”, para expresar por la
actitud y la posición, la lealtad, el respeto y la adoración, usado en los pueblos
orientales, especialmente los persas, para expresar ese caer sobre las rodillas y
tocar la tierra con la frente, como expresión de reverencia profunda.

El lenguaje nos lleva ahora de viaje hasta Persia, donde los besos y la
sensualidad sensorial tenían una reconocida importancia. Pues bien, en persa
"bujah" significa olor, amor y anhelo, y esa palabra deriva de la raíz "ghrâ"

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significa "besar" y también "olfatear". Por eso cuando los persas dicen me
llega el olor de alguien a la nariz, es como decir que anhelan a esa persona,
pues, según su opinión, sólo a través del olor se consigue la más íntima
relación entre hombre y mujer.

Para llegar a Persia hemos pasado por tierras judías y como sabemos, el
pueblo judío es rico en siglos, palabras y también en besos. La palabra hebrea
"hishtachaweh" tiene el mismo significado que proskueno, y es muy posible
que esa sea también el referente de otra palabra semejante en lengua árabe
que describe la conducta de postración y adoración a Allah, que se pronuncia
junto con el gesto ritual de tocarse con los dedos en los labios como señal de
respeto.

En síntesis la etimología nos dice el beso en los idiomas anglosajones, como


el inglés kiss, y el alemán kus, entroncan con el griego “kuneo”, el cual está
emparentado con una larga familia de palabras de procedencia indoeuropea,
con una de raíz común, “kus”, cuyo origen último es onomatopéyico. Al final,
las palabras y los besos siempre vienen de los labios sonoros.

Labios: he ahí la otra palabra clave. Los besos vienen de los labios, y los
labios son la puerta de otros besos en los que la boca cobra protagonismo.
Labio es una palabra también de procedencia latina (labium, labea) que
significa borde o reborde de las cosas, puerta de los besos y las palabras. De
labio viene “labia”, verbosidad persuasiva y gracia en el hablar, pero también
“labioso/a”, que es equivalente a persona aduladora, que usa de la lisonja, el
engaño y la mentira.

Labium está emparentada con “labrum”, que además de labio designa


recipiente, cuba o bañera, y de ella también deriva la española “labro”, que es
el labio superior de algunos insectos, grande y cortante. Lo cual nos lleva
directamente a otro reino y no precisamente lleno de palabras: el animal.

Los animales no hablan, pero si besan. Lo hacen con el “belfo”, o “befo”,


palabra que en puridad se refiera a cualquiera de los dos labios del caballo y
otros animales. Por eso se le llama “belfo” a la persona que tiene más grueso
el labio inferior que el superior. Salvo que seas cubano y negro, en cuyo caso
te dirán bembo o bembón. También, y por extensión, podría decirse “befada”
a la persona de labios abultados y gruesos, como esas modelos de labios
carnosos que despiertan el deseo, aunque al besarlos puede que sepan a
silicona.

El belfo también es el “hocico”, palabra que viene de hocicar, a su vez de


“hozar”, que deriva del latín vulgar “fodiare”, cavar. Hocico designa a la parte

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más o menos prolongada de la cabeza de algunos animales, en la que están la
boca y las narices, y también se usa para referirse a la boca de ser humano que
tiene los labios muy abultados. Hocicar es familiarmente besar, pero en
general se asocia a sus versiones más desagradables, como lo confirma el
hecho de que entre sus significados esté el verse obligado a soportar algo
desagradable o molesto, y también el de gesto que denota enojo o desagrado.
Así ocurre con las expresiones “estar con hocico”, “darse de hocicos”, “meter
el hocico”, “salir a los hocicos”, etc. Son formas de aplicar los labios a tareas
menos nobles que los besos.

Una forma moderna, adolescente e innoble de besar es “morrear”, la cual


viene de “morro”, palabra de origen incierto que se usa para designar la parte
de la cabeza de algunos animales en que están la nariz y la boca. También los
labios de una persona, especialmente los abultados y cualquier cosa redonda
cuya figura sea semejante a la de la cabeza. Bebemos a morro, sin vaso,
aplicando directamente la boca al chorro, a la corriente o a la botella, para
saciar la sed y el deseo. Nos ponemos de morros, o torcemos el morro, para
expresar el enfado con la expresión de la parte más emocional de nuestro
rostro. Jugamos al morro con alguien, cuando tratamos de engañarle, no
cumpliendo lo que le prometimos. Besos y mentiras se dan de morros contra
Judas, y de ese choque surge un modo de hablar que el Diccionario recoge
como el “Besadme, y abrazaros he…”, que se decía cuando alguien pedía más
de lo que prometía.

Morrear también se dice “magrear”, palabro que usamos para referirnos a esa
manera de besar con impulso tosco y apasionado, acto que suele acompañarse
de la acción sobar, o manosear lascivamente una persona a otra, y también se
usa para referirse al comer la parte más gustosa y magra de los alimentos.
Como los labios. Magrear sería algo así como comerse a besos a alguien,
algo más que besarle con fruición, literalmente devorar al otro por el beso.
Hay que ver que lejos pueden llevarnos las palabras y los besos. Empezamos
por mamar y acabamos devorándonos.

Podríamos seguir estudiando muchas más palabras relacionadas con el besar,


tanto en idiomas próximos como alejados, pero me temo que el ejercicio de
erudición nos llevaría a perdernos en complicados vericuetos lingüísticos, y
comprendería que no le resultase demasiado atrayente, pues al cabo la
cuestión esencial no es cómo se dice, sino cómo se hace, y para eso lo mejor
será volver otra vez al principio, en este caso a los labios y a la boca, es decir
a mecánica de los besos.

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2. MECÁNICA DEL BESO.

Dicen los expertos que para dar un beso hay que mover hasta 36 músculos. Y
también que cada beso apasionado consume 12 calorías. ¿Lo sabia? Seguro
que no y ni siquiera se percatará de ello cuando bese. Besar es una conducta
social compleja, pero una vez aprendida responde a mecanismos automáticos
neurológicos que no precisan del control consciente, es algo así como
masticar, deglutir o respirar. Lo hacemos sin necesidad de pensarlo.

Veamos algunos ejemplos ilustrativos de lo que estamos diciendo. Aseguran


los fisiólogos que cuando besamos cerramos automáticamente los ojos porque
se produce una dilatación en las pupilas y el cerebro nos impulsa a entonarlos
para evitar el deslumbramiento. Otros hechos que responden a mecanismos
automáticos son los siguientes: durante un beso circulan por la saliva 9 mg de
agua, 0.7 gr de albumina, 0.18 gr de sustancias orgánicas, 0.711 mg de
materias grasas, 0.45 mg. de sales, y un enorme caudal de bacterias y
enzimas. Asombroso, pero cierto, aunque lo más llamativo es quien se habrá
parado a medirlo.

Pese a todos esos datos, lo que saben los científicos sobre el beso no es
demasiado. De hecho es realmente sorprendente que a una conducta tan
frecuente y agradable como es el besar, los anatomistas y fisiólogos le hayan
dedicado muy poca, casi ninguna atención. Por ejemplo, en los libros de
medicina apenas se pueden encontrar más que breves referencias a la
“enfermedad del beso”, también llamada “fiebre de los enamorados”, pero
nada o casi nada se dedica a los mecanismos íntimos de la acción y efecto de
de besar. Grave negligencia, pues aunque todo el mundo sabe lo que es besar,
y si se lo propone podría hacerlo sin ninguna instrucción, difícilmente se le
podría recomendar ningún libro para aprender a hacerlo de acuerdo con las
bases fisiológicas y anatómicas adecuadas.

En principio besar no es más que hacer un movimiento de contracción y


relajación de un músculo, el llamado orbicular de la boca (orbicularis orbis)
que es pequeño, circular y ocupa prácticamente toda la masa de los labios,
para acercarlos a otros labios u otras partes de otra persona o cosa y tocarla
con ellos. Pero realmente besar es algo más que tocar con los labios.

Sin duda, todos sabemos, sin necesidad de instrucción, que los besos son más
que tacto y mecánica, y que los labios son más que piel y músculos. De hecho
se componen de un complicado entramado de fibras musculares y elásticas, de
nervios y vasos sanguíneos que les confieren una elevada movilidad y
sensibilidad. Lo fundamental de los labios, no es su tamaño, textura o color, la
clave está justamente en su sofisticada movilidad y sensibilidad. Pensemos

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que, junto con la lengua, son los músculos de nuestro organismo que menos
tiempo pasan quietos; no paramos de hablar, deglutir, comer, gesticular,
besar. Alguien ha dicho que si los labios fuesen penes estaríamos en continua
erección.

Según algunos estudiosos de los mecanismos del beso, estos son la


consecuencia de una sofisticación de un automatismo innato, el reflejo de
succión, que lo tienen todos los mamíferos desde antes de nacer. Se estima
que a las seis semanas el feto tiene una estructura bucal y labial bien
desarrollada, y a los tres meses se pueden observar en las ecografías los
movimientos labiales. Los fetos antes de nacer ya hacen las tres cosas
esenciales para la supervivencia: succionar, deglutir y agarrarse a algo. Las
tres son actividades reflejas que todos los niños saben hacer sin que nadie se
las enseñe. Succionar para mamar de los pechos de sus madres, mover la
lengua y la garganta para deglutir sin atragantarse, y agarrarse a la madre para
procurarse sustento, calor y protección. En cierto modo podríamos decir que
de forma innata tenemos el “reflejo de besar”. De hecho alguien realizó una
curiosa investigación para explicar por qué incluso en la más absoluta
oscuridad, las parejas casi nunca se desvían, siempre atinan y no acaban
besándose en la nariz. Según este estudio llevado a cabo en la Universidad de
Princeton y publicado en 1997, "el cerebro humano está equipado con
neuronas que le ayudan a encontrar los labios de su pareja tanto con los ojos
cerrados como en espacios sin luz". Como se colige la curiosidad humana es
al menos tan ilimitada como su ignorancia.

Pero sigamos. El mecanismo de besar se basa esencialmente en la contracción


y relajación del músculo orbicular de los labios, y de ciertos movimientos de
la lengua y la cara, todo lo cual es controlado por un complejo sistema
nervioso encargado de controlar los movimientos y sensaciones faciales. Ese
sistema transmite órdenes y recibe sensaciones a través de una tupida red de
terminaciones nerviosas, y a su vez está conectado con otras partes del
cerebro implicadas en la regulación de las emociones, la memoria y los
sistemas hormonales, de cuyos mecanismos daremos alguna noticia, aunque
sin entrar en profundidades.

Para intentar explicarlo empezaremos por lo más inmediato: la piel de los


labios. Los labios son una frontera y como tal su cobertura es de transición
entre las mucosas y el resto de la piel. Por eso es tan fina y sensible, mucho
más fina que la del resto del cuerpo, salvo los otros labios, los vaginales.
También es una de las más dotadas de terminaciones nerviosas sensitivas. Por
eso el beso se siente tanto y a veces se nota esa especie de “cosquilleo”
eléctrico al darlos o recibirlos. Los labios y la boca están profusamente
inervados e irrigados, ya que son las zonas de nuestro cuerpo, junto con las

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manos, que más sentimos y movemos, y por eso son las zonas del cuerpo que
precisan de una mayor parte de cerebro para su control. Además, en los labios
hay glándulas sebáceas, tanto en el exterior como en el interior, en las que se
producen y liberan feromonas, esas misteriosas sustancias que aun sin que
seamos conscientes de ellas, las “olfateamos” y nos atraen o nos repelen
sexualmente.

En segundo lugar para besar está la lengua, acaso el más persistente y vital de
todos los órganos sensoriales y motores, siempre dispuesta a la acción cuando
se la precisa. En tercer lugar esta la nariz, otra frontera natural entre el fluido
exterior y la intimidad. Dicen que el olfato es el sistema sensorial más
directamente conectado con el cerebro emocional, por donde apenas sin
enterarnos penetran en nosotros los estímulos sexuales más “básicos”, así
como los más memorables. Las narices con sus olores, los labios con sus
sensibles roces, la lengua con sus infinitos movimientos y sabores, los besos y
sus memorias, todos esos órganos y sistemas son partes esenciales del beso y
también de la afectividad humana. Curiosamente todo ello está situado en una
zona bien pequeña del cuerpo, pero posiblemente la más importante, la cara,
que es como nuestra ventana al mundo. La cara es esa máscara que nos
convierte en protagonistas de la película de nuestra vida, que nos hace
personas “individuales”.

Pero, como diría Jack el Destripador, vayamos por partes, empezando por lo
más simple y acabando por lo más complejo. Volvamos a los labios, y a su
famoso músculo el “orbicular de los labios”. Es una especie de motor muy
curioso, que se sitúa alrededor de la boca, justo debajo de la piel de los labios,
abarcando desde su origen debajo del tabique nasal hasta su finalización en la
comisura de los labios. Se fija en la propia piel y en la mucosa interna de los
labios y es muy flexible, potente y adaptable. Conviene saber que es el único
músculo de toda la cara que sirve para proyectar los labios en actitud de besar,
aunque también sirve para otras cosas más sofisticadas, como soplar, silbar o
articular sonidos. Todos los demás músculos de la cara - y hay docenas -
sirven para retraer los labios, y por lo tanto se usan para hacer otras cosas,
como reír, masticar, sorber hacer gestos etc. pero no son esenciales para besar.

Ahora bien, todo beso es algo más que un simple movimiento, es una
conducta. La simple contracción del músculo orbicular da lugar a un modo de
besar muy elemental, muy primario, nada sofisticado ni “cinematográfico”,
“un piquito”, algo que hacen hasta los peces. Para esos inocentes besos
labiales se usa sólo el músculo orbicular, pero a veces ese simple movimiento
se relaciona con otros mecanismos más sofisticados, y entonces estaríamos
ante otros besos, como los “de tornillo”, por poner un ejemplo bien

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ilustrativo. Para estos hay que utilizar los labios, la lengua, los músculos del
cuello, las manos, etc. Las cosas se complican.

Y es que en la conducta humana nunca nada es muy simple. Esa función,


aparentemente tan sencilla, de contraer y controlar el movimiento de unos
músculos pequeños y redondos, es en realidad muy compleja desde el punto
de vista de la fisiología y la anatomía. No pretendo, insisto escribir un tratado
de anatomía del beso, pero tal vez le guste saber algo de ello. Por ejemplo,
para movilizar el músculo labial disponemos de un nervio, el llamado “VII
par craneal” o “nervio facial” que es muy complejo, ya que tiene diversas
ramas y acciones. Concretamente actúa en funciones motoras, sensoriales y de
activación de las glándulas lacrimales y salivares. Nace en una zona muy
intrincada de la base del cerebro, atraviesa el cráneo, concretamente a través
de un agujero en el hueso temporal, y se divide en varias ramas, unas que
trasmiten las órdenes voluntarias de contracción de los labios (sacar morrito),
y otras que recogen sensaciones de la parte anterior de la lengua que es la más
directamente implicada en los besos.

Pero en la movilidad y recogida de sensaciones de la cara y labios también


está implicado otro nervio, el llamado “V par craneal” o “nervio trigémino”, y
concretamente una de sus ramas, la mandibular, que es la que recibe las
sensaciones de los labios y de la parte inferior de la boca, y también trasporta
órdenes para que se muevan ciertos músculos de la cara usados para el beso,
cuyos “nombrajos” científicos le evitaré.

Para besar, además de los labios, usamos la lengua. Esta es simplemente una
gran masa de músculos sin huesos, por eso es tan móvil, flexible, dúctil,
maleable y sensible, y sus complejos movimientos se controlan a través de las
órdenes que trasporta el “nervio hipogloso”, o “XII par craneal”. La lengua
además de un órgano motor es un órgano sensorial, y las sensaciones que
percibe son de varios tipos, unas esencialmente táctiles, las cuales se recogen
por el “nervio facial”, y otras gustativas, las que son recogidas por las
llamadas papilas gustativas y trasladadas al cerebro en parte por el “nervio
facial” y también por el llamado “nervio glosofaringeo” o “IX par craneal”.

Complicado, ¿verdad? Pues no acaba ahí la cosa, pues además de lo descrito


hay otros órganos y nervios próximos que también están implicados en los
besos. Así ocurre, por ejemplo, con el olfato, sentido gestionado por la nariz y
el nervio olfatorio (I par craneal), y el gusto, gestionado por las papilas
gustativas y el nervio glosofaringeo (IX par craneal). Pero es que además la
garganta y el cuello también se ponen en marcha, y en ese caso son el “nervio
hipogloso”, o “XII par craneal”, y el “nervio espìnal”, o “XI par craneal” los
implicados.

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Claro que cuando todo eso acontece en el transcurso de un beso, casi nunca
nos enteramos de casi nada, y menos mal, pues si necesitásemos estar
informados de todo ello y tuviésemos que manejarlo todo voluntariamente, no
nos bastaría con una carrera y dos master en besos para hacerlo con un
mínimo de pulcritud. Besar es una cosa espontánea y agradable, y no
conviene complicarla en exceso. Pensemos que cualquier interferencia, un
simple ruido, ciertos olores o sabores, un chicle… suele acabar con la magia
del beso. Si exceptuamos la saliva, o las feromonas, todos los demás
convidados al beso son poco o nada deseables, ya sea carmín, tabaco, alcohol,
chicles, alimentos, dientes o, por que no decirlo, la terrible halitosis. Casi
todo, casi siempre, son molestias para el ejercicio placentero del beso.

Déjeme que le relate un par de curiosidades sobre ello. En primer lugar una
anécdota, que relata en su libro la periodista Adriane Blue, sobre el carmín y
los besos. Al parecer la conocida casa Max Factor tuvo que diseñar una
máquina de besos para probar la duración y resistencia de sus pintalabios,
pues las probadoras contratadas acababan realmente agotadas del fatigoso
trabajo de besar profesionalmente. Por cierto que la costumbre de pintarse los
labios es muy vieja. Se sabe que la reina Puabi de la antigua ciudad de Ur,
hace más de cuatro mil quinientos años ya usaba pintalabios, y hay un papiro
egipcio de 1150 a.J.C., con una escena de un burdel de la ciudad de Tebas en
el que una joven semidesnuda se aplica color en los labios ante u espejo,
mientras que el cliente sostiene como puede una potente erección. Los labios
son el mejor anuncio de los “labia” vaginales. Pero de eso ya hablaremos.

Otro hecho curioso es la relación entre el olfato y los besos, cuestión ésta que
ha sido examinada en profundidad por Victor Johnston, profesor de
biopsicología de la Universidad de México, y según dicen uno de los mayores
expertos del mundo en los mecanismos de percepción de la belleza. Señala el
autor que durante los besos se produce una intensa transmisión de feromonas
secretadas por las glándulas sebáceas de la piel facial. Cuando besamos la
nariz entra en contacto con estas sustancias tan interesantes como poco
conocidas, que tanto influyen en el comportamiento sexual de los seres
humanos. Aun no conocemos bien cuales son estas sustancias, ni como
actúan, pero los expertos coinciden en que durante los besos el contacto
facial, los roces de la barba y bigote con la nariz, etc. actúan como elementos
estimulantes de la secreción y transmisión de feromonas. ¿Quién iba a pensar
que los besos con bigote podrían resultar tan placenteros?

Así pues, queda claro que eso que nos parecía tan sencillo, contraer un simple
músculo, proyectar los labios hacia delante, pegarlos a algo o a alguien, y
disfrutar… resulta ser un laberinto de mecanismos complejos, en el que están

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implicados varios nervios, diversos músculos y diferentes órganos y
funciones sensoriales y motoras.

Baste saber que los besos practicados con suficiente intensidad, tanto como
preparación a la cópula como durante ésta, producen aumentos de las
pulsaciones, de la presión sanguínea y de la respiración. Por ejemplo, el
número de pulsaciones, que normalmente es de 70 a 80 por minuto, se eleva a
90 ó 100 durante los besos que se dan al inicio de la actividad sexual, aumenta
hasta 130 durante la meseta, y pueden llegar hasta 150 en el orgasmo. La
presión sanguínea, que puede estar entre 90 y 120 en reposo, se eleva a 200 en
un beso profundo, y puede llegar a 250 en el clímax sexual. Con el beso la
respiración se hace más profunda y más rápida, entrecortada, y al acercarse el
momento del orgasmo se convierte en un jadeo, a menudo acompañado de
gemidos u otras expresiones sonoras. Al final del acto sexual, el rostro suele
estar contraído, la boca abierta, las ventanas de la nariz dilatadas, etc. Si se
pudiera contemplar a si mismo en ese momento es como si fuese un atleta en
pleno esfuerzo. Por eso a veces se prohíbe el coito a los que padecen alguna
patología cardiaca grave, y en esos casos los besos y las caricias serían más
recomendables y no tienen por que resultar “eróticamente” insatisfactorios.
Pero sigamos, pues aun nos quedan muchas cosas por explicar sobre la
mecánica del beso. Ya hemos dicho que cuando besamos, además de los
labios, la lengua, la mandíbula y la cara, estamos usando más de treinta
músculos y un sinfín de mecanismos sensoriales, vegetativos y hormonales.
Por ejemplo, usamos el cuello, los hombros, la espalda, las manos, el olfato,
la circulación sanguínea, el corazón, las glándulas endocrinas y… en realidad
usamos todo el cuerpo. Esa forma de contemplar la mecánica del beso es más
compleja, pero también más ajustada a la realidad. Pensemos que la estructura
de los órganos (anatomía) y su funcionamiento (fisiología), están relacionados
con el uso que hacemos de ellos, hasta el punto de que decimos que “la
función hace al órgano”.
Veamos, antes de que sepamos besar, la contracción del músculo de los labios
sirve para chupar, mamar, succionar o ayudar a sujetar los alimentos. Una vez
atrapados con los labios, los trasladamos al llamado vestíbulo de la boca, que
es la zona situada entre los labios y los dientes, y de ahí hacia atrás, hacia la
cavidad bucal propiamente dicha, para proceder a masticarlos, ensalivarlos y
deglutirlos. Así pues, en un sentido anatómico y funcional estricto, la
conducta de besar sería algo “no natural”, más bien artificial, adquirida por
sofisticación de la conducta innata de succionar o chupar, que es exclusiva y
peculiar de los mamíferos. No sabemos si otros animales “no mamíferos”
besan, pero en principio no parece que lo que hacen los pájaros, los peces o
reptiles sea besar, aunque a veces juntan los picos o los morros. Por lo tanto

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podríamos decir que besar viene de mamar. Ahora bien, puesto que tenemos
constancia de que todos los primates, y más concretamente los pertenecientes
al género homo, llevamos millones de años usando los labios para besar, tal
vez esa función ya forme parte de las funciones anatómicas y fisiológicas de
los labios y la boca. Besar es como un instinto, pero un “instinto abierto”,
que partiendo de unos movimientos simples e innatos, se va complicando por
adición de sucesivas capas de cultura y carmín.

Volveremos a ello cuando analicemos la antropología del besar, pero


aceptemos por ahora que besar es una conducta innata, que hemos
incorporado a nuestro repertorio de comportamientos sociales, sin serlo en su
origen. No necesitamos que nadie nos enseñe a besar para saber hacerlo,
aunque para dar besos de “cine” tal vez tengamos que haber visto antes “Lo
que el viento se llevó”.

Pero ¿que pasaría si a un niño nunca, nadie le diera besos?, ¿sabría besar? Ese
experimento, pese a ser una autentica atrocidad, ya se ha hecho
“científicamente” – por decirlo con suavidad - y el resultado fue una
verdadera catástrofe. Simplemente, ninguno de los niños sobrevivió para
contarlo. Ya lo he dicho, los besos son cosa seria, no conviene dejarlos en
manos de los investigadores, usted bese y acepte ser besado más y mejor,
pues beso que no se da, beso que se pierde.

Pero volvamos al hilo. Ya conocemos la anatomía y fisiología de los besos,


pero eso no resuelve la cuestión esencial: ¿por qué nos gusta tanto besar y que
nos besen?, y ¿por qué resulta tan placentero y emocionante? Pues bien,
aunque mas adelante abordaremos las razones antropológicas, psicológicas o
sexuales, ahora conviene que expliquemos las razones “neurofisiológicas”
que nos permiten entender por qué sentimos con tanta intensidad los besos,
por qué disfrutamos tanto cuando besamos o nos besan, o en su caso por qué
nos disgusta tanto. Como puede comprender, todo eso se debe al cerebro.

Veamos, el cerebro es un órgano maravilloso, en el que caben los besos y los


versos, las palabras y los instintos. El cerebro humano funciona como un
gigantesco ordenador que es capaz de captar y emitir informaciones, que
siente y piensa, que pregunta y responde. Cada zona del cuerpo, cada órgano,
cada músculo, cada trozo de piel, está controlado por una zona del cerebro.
Cada cosa que hacemos lo manda nuestro cerebro, cada movimiento, cada
reflejo, cada impulso sale del cerebro. En el cerebro también se reciben todas
las sensaciones que provienen de todo el cuerpo. Cada zona de piel sensible,
cada órgano sensorial, tienen su correspondiente zona receptora en el cerebro.
Es como si en el cerebro hubiese una especie de representación motora y
sensorial de todo el cuerpo. Esa representación es dibujada gráficamente por

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los neuroanatomistas y neurofisiólogos denominada tradicionalmente
“homúnculo”. Es algo así como si en el cerebro hubiese un hombrecillo
deforme que representa la imagen que el cerebro tiene del cuerpo que
controla. En ese homúnculo, los tamaños proporcionales a las diferentes
partes del cuerpo son distintas de las reales. Concretamente tiene la cara, la
boca, los labios y las manos enormes, y el tronco, las piernas, los pies, etc.
muy pequeños. Eso se debe a que para controlar las manos o la lengua se
necesitan muchas neuronas que para otras partes, y por otra parte la cantidad
de sensaciones que llegan al cerebro desde ellas es mucho mayor que desde
otras partes del cuerpo.

Pero, ¿qué es lo que ocurre con las sensaciones que recibimos en los labios?,
¿dónde van y como se procesan esas sensaciones? Veamos, lo esencial es que
los nervios facial y trigémino recogen esas sensaciones y las transportan al
cerebro. Concretamente esas señales llegan a unos núcleos situados en el
tronco del encéfalo, desde donde son trasladadas a otro núcleo que está en el
centro del cerebro llamado “tálamo” (que curiosamente significa “cama de
matrimonio”). Este es como un filtro sensorial que selecciona y filtra lo
realmente importante entre los millones de señales que recibimos en cada
momento, ignorando lo superfluo. Podemos especular que cuando estamos
dando o recibiendo un “beso erótico” el tálamo se centrará en los aspectos
“sexuales” del contacto, en el olor, la suavidad, la ternura, la entrega, la
belleza… de la otra persona, mientras que si, por ejemplo, se trata de un beso
de saludo, se ocupará justamente de no dejar pasar los aspectos sexuales de la
persona besada, no sea que nos confundamos y nos demos un “morreo” con
quien no debamos. ¿Se entiende, verdad? Pues sigamos. Una vez que ha
filtrado las sensaciones, el tálamo envía señales a otras partes del cerebro,
esencialmente a la corteza gris, concretamente a una zona situada en la parte
lateral y superior del cerebro (parietal), y también al llamado “sistema
límbico”, que es algo así como un “mini-cerebro emocional” que todos
tenemos en el centro de nuestro cerebro.

Gracias a la primera, a la corteza sensorial, nos percatamos de lo que estamos


sintiendo, es decir los estímulos que llegan a ella nos permiten ser conscientes
de que lo que estamos sintiendo, en este caso besando, lo cual a su vez nos
permite regular nuestro comportamiento voluntariamente, como, por ejemplo,
seguir besando o dejar de hacerlo, o llegado el caso pasar de un tipo beso a
otro… La parte de la corteza sensorial dedicada a los labios y la lengua es
muy grande en comparación con la dedicada a otras partes del cuerpo. Por eso
los besos se sienten tanto y tan intensamente.

El segundo elemento, el que hemos llamado “sistema límbico”, es


especialmente interesante en relación con los besos y todos sus correlatos

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emocionales. La palabra “límbico” significa frontera, y la usó por primera vez
a finales del el siglo XIX un neurólogo llamado Broca, quien observó que esa
parte del cerebro estaba conectada directamente con el nervio olfatorio, por lo
que inicialmente a ese conjunto se le denominó “rinencéfalo” (de “rinos”,
nariz, y encéfalo, cerebro). Se trata de una compleja formación neuronal que
está situada en el centro geométrico del cerebro, algo así como el “cogollo” o
el corazón del cerebro. Lo forman varias estructuras de nombres tan extraños
como hipotálamo, hipocampo, amígdala, septum pelúcidum, cuerpos
mamilares, etc. Todas ellas, para explicarlo de forma sencilla, son las que
controlan las respuestas emocionales y la memoria emocional. Es algo así
como un cerebro afectivo, en contraposición a la corteza cerebral (la materia
gris) que sería el cerebro racional. El sistema límbico se conecta con muchas
otras estructuras cerebrales, por ejemplo con las zonas motoras que controlan
la expresión facial. Cuando nuestra cara refleja alegría o miedo, placer o
cariño, es este sistema el que está enviando señales a las zonas motoras del
cerebro y este a su vez a los músculos de la cara para que expresen dichas
sensaciones. De ahí que la “expresión emocional” resulte tan difícil de
controlar racionalmente, salvo que seamos grandes actores, y que sea tan
peculiar y personal de cada uno de nosotros, y eso incluye como sentimos,
hablamos o besamos. Algo así como “dime como eres y te diré como besas”,
¿o sería al contrario?

Otro de los secretos más intrigantes del sistema límbico es el funcionamiento


del llamado “septum pelúcidum”. Es una zona pequeña y plana situada en la
parte más anterior del límbico, y es en ella donde, según los expertos, se
procesan las señales que corresponden a las sensaciones o afectos placenteros.
Dicho más sencillamente, donde se procesa el placer de los besos. Según los
expertos el funcionamiento de esa zona es muy importante para la
preservación de la especie, ya que nos permite controlar las reacciones
emocionales claves, como la alegría, la apertura hacia los demás, la placidez,
la sensualidad, el placer sexual o las respuestas maternales. Es decir besos,
besos y más besos. Esa interpretación es, lógicamente, demasiado
reduccionista, pero no por ello falsa, de modo que si, por poner un ejemplo,
alguien le pregunta ¿donde se sienten los besos?, usted está autorizado a
responderle “en el septum pelúcidum”, con lo que quedará como un verdadero
erudito en la materia.

En fin, bromas aparte, lo que deberíamos comprender es que es el cerebro en


pleno y con él toda nuestra mente, tanto la consciente racional y afectiva,
como la parte inconsciente emocional o instintiva, la que siente y ejecuta los
besos. El sistema límbico es una especie de cotilla emotivo, que se encarga de
dar noticias a todo el cerebro, desde la parte más frontal y consciente, la mas
racional, hasta los núcleos del tronco del encéfalo que se encargan de regular

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mecanismos vegetativos como la respiración, el ritmo cardíaco, la tensión
arterial, el tono muscular, la salivación o la secreción hormonal. De ahí que
un beso apasionado nos acelere el pulso, nos corte la respiración, nos relaje la
musculatura o nos ponga a cien la adrenalina. De ahí que besar o ser besados
sea tan placentero, ó, en ocasiones, tan desagradable. De ahí que los besos y
los versos estén tan íntimamente unidos. De ahí, en definitiva, que de los
besos al cine no haya más que un breve guión.

En ese reparto de créditos de la “cinematografía físico-química” de los besos,


otro de los actores esenciales es el sistema hormonal. En efecto, una de las
partes del sistema límbico, el hipotálamo, es el intermediario esencial entre el
cerebro y la hipófisis, y esta se conecta a su vez con las glándulas endocrinas,
donde se segregan las hormonas. Los estudios de fisiólogos y endocrinos han
demostrado que cuando se besa apasionadamente en el cerebro se activan
ciertos sistema neurohormonales, como las endorfinas, que son como los
opiáceos naturales del cerebro, de modo semejante a lo que ocurre cuando nos
enamoramos, copulamos o hacemos ejercicio físico intenso. Las endorfinas a
su vez están relacionadas con la liberación de otras neurohormonas claves en
el beso, como la oxitocina y la testosterona. Ambas se liberan de forma
masiva cuando besamos profunda y apasionadamente, o cuando tenemos
orgasmos o damos de mamar. Sabemos que el placer sexual está ligado a los
efectos de esas hormonas sexuales. Por eso mismo todas esas conductas son
tan adictógenas. Besar es peligrosamente adictivo, sobre todo si se hace bien,
aunque bienvenida sea esa droga. En este sentido, se ha sugerido que hay otra
sustancia, una especie de anfetaminas naturales, la feniletilamina, que se
libera en determinadas zonas cerebrales y activa los mecanismos del placer.
Bien sabido es que los besos son placenteros y producen bienestar, lo cual ha
llevado a algunos psiquiatras, como Liebowitz, uno de máximos expertos en
depresiones, a asegurar que son euforizantes y antidepresivos.

El proceso neuroquímico vendría a ser el siguiente: La estimulación intensa


de los receptores periféricos, llegaría a ciertas áreas cerebrales relacionadas
con la percepción emocional, en la cuales aumentarían los niveles de
dopamina (sustancia asociada con la sensación de bienestar) y de testosterona
(hormona asociada al deseo sexual). A su vez, las glándulas adrenales
segregarían adrenalina y noradrenalina, sustancias que aumentan la presión
arterial, la frecuencia cardiaca y preparan el cuerpo para la actividad intensa,
ya sea física, psíquica o ambas, como ocurre con la actividad sexual. A su
vez, la glándula pituitaria, situada en la base del cerebro, libera oxitocina que
nos prepara para la actividad sexual y procreativa. Es posible que otros
sistemas de neurotransmisores y hormonas también se relacionen en el beso,
como el GABA, que modula las respuestas de tranquilidad o relajación, y el
sistema endorfínico, cuya estimulación produce una disminución de la

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percepción del dolor, etc. En fin el cerebro en pleno parece estar preparado y
dispuesto a intervenir cuando damos o recibimos besos. El cóctel
neurohormonal resultante de un beso profundo y excitante es de tal
complejidad e intensidad que se comprende que su dicha experiencia pueda
resultar tan turbadora, placentera y cautivadora como el propio acto sexual.
Así pues, ya sabe, si anda mal de ánimos aplíquese como autoterapia una
sesión de besos al día. Ya me dirá que tal le sienta.
Obviamente los mecanismos cerebrales y hormonales son tan complejos que
no podemos pretender explicarlos en cuatro párrafos. Tampoco es ese el fin
de este libro. Pero si he pretendido al menos que su exposición, siquiera
superficial, nos permita reflexionar sobre lo complejo que es manejar con esa
natural destreza nuestra lengua o nuestros labios, y percibir tantas cosas a
través de esos pocos centímetros de piel especializada. También debemos
reflexionar sobre las maravillosas tareas que nuestro cerebro realiza sin
necesidad de que nos percatemos. Es capaz de integrar en sus complicados
mecanismos los aspectos instintivos, sexuales, sociales y culturales de
cualquier conducta, incluyendo los besos. Para la especie humana los labios,
la boca, las narices son muy importantes, y en consonancia tienen una parte
muy grande del cerebro ocupándose de ellos. No en vano por los labios entra
y se va la vida. Por ellos las canciones de cuna y las mentiras, la mordedura
sangrienta y la más tierna de las caricias.

Besar es, ya lo dije, mucho más que tocar con los labios. Besar es algo más
que un instinto básico, es un comportamiento natural, pero muy cultivado, que
integra la genética con el aprendizaje, la crianza con la erótica, la biología con
la cinematografía. Parafraseando el famoso “todo está en los libros”,
podríamos asegurar sin exageración que “todo esta en los labios”.

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3. ELLOS TAMBIÉN BESAN.

Tengo ante mí una pareja de periquitos, Dinamita y Mercuccio, hembra y


macho, que según mis hijos se pasan todo el tiempo dándose “piquitos”. Al
parecer él quiere “intimar” con ella. Estamos en abril y puede que estén en
celo, y que vayamos a tener periquitos. Pero yo me pregunto si eso que hacen
ellos son realmente besos. En el “manual de uso” que venía cuando los
compramos no decía nada de eso. Pero yo lo he consultado internet y según
parece los pájaros tienen sobre sus picos dos zonas céreas, donde se secretan
una especie de sebo que contiene feromonas. Estas sustancias son las que
producen la atracción sexual y eso explica por que juntan tan placentera y
frecuentemente sus picos, a veces incluso se pasan comida con el pico, y si
siguen así al final acabaran copulando y teniendo periquitos, a los que darán
de comer tiernamente depositando en sus bocas la comida previamente
ingerida por ellos. Que bello, ¿verdad?

Pero si aplicamos al asunto menos poesía y más lupa veremos que tenemos
ante nosotros los dos modelos esenciales de lo que podríamos considerar los
orígenes del beso: el erótico-olfatorio, y el nutricional-bucal. Puede que ese
“picoteo” sea el primer vestigio filogenético del beso, aunque sin duda se trata
de una afirmación que puede resultar controvertida. Se sabe que si a un pájaro
le extirpamos esas glándulas sebáceas su pareja le abandona, así pues esos
besos eran simple química, aunque ¿los nuestros qué son, cine o bioquímica?

Puede que nunca encontremos la respuesta a preguntas como: ¿Los animales


también besan?, o ¿si es cierto que descendemos de los primates también
hemos heredado de ellos la conducta de besar? (Por cierto, nunca he
entendido por que decimos descender de los monos, cuando en realidad sería
mejor decir “ascender sobre los monos”). Quizá tampoco importe demasiado,
pero en todo caso sabemos que el beso es un claro ejemplo de la “evolución
de las especies” y eso es lo que pretendo demostrar a continuación.

El ser humano es un “mono desnudo”, aseguraba Desmond Morris en uno de


los títulos más afortunados de la historia de los libros. Somos seres pelados en
casi todo nuestro cuerpo, y eso nos confiere peculiaridades táctiles muy
interesantes. Pero la piel más pelada de todas, la de los labios, no es muy
diferente de la que tienen los monos o los gatos. Y sin embargo el uso que
damos a nuestros labios es tan interesante y curioso que nos distancia
abismalmente de ellos. Aunque a lo mejor no es para tanto, pues en cuanto
que animales mamíferos que somos, los seres humanos no podemos
desentendernos de la trayectoria que marca la evolución de las especies
(filogénesis), ni del trazado genético que determina la evolución de cada ser
humano (ontogénesis).

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El hombre es un animal racional que actúa tantas veces de modo contrario a la
racionalidad que da miedo pensarlo. El primate que llevamos dentro sale
violentamente y nos apea del trono de reyes de la naturaleza. La observación
de las semejanzas y discordancias entre las conductas animales y humanas, y
cómo estas se fundan o evolucionan a partir de ciertos comportamientos
animales, es una interminable fuente de interrogantes y conocimientos, que
trasciende desde la zoología a la antropología y se proyecta en áreas tan
humanas como la psicología, la sexología, la sociología, la política o la
economía, y, por qué no, también en esta pretendida “teoría unificada del
beso” que pretendo desarrollar. De todo ello se ocupa esa joven ciencia que es
la etología. Pero ¿que pueden enseñarnos los animales sobre los besos?

Hay muchos libros de etología, bibliotecas enteras, pero indagaremos en los


más conocidos, los que fundamentan la etología como ciencia, es decir como
esa parte de la biología que estudia el comportamiento de los animales y los
mecanismos que lo determinan. Se trata de una disciplina moderna que aun
anda debatiéndose en dudas sobre su propia naturaleza científica. Sus
orígenes se remontan a Aristóteles, con su “Historia de los animales”, y a
Darwin, quien dio los primeros pasos “pre-etológicos” en el capítulo dedicado
al instinto animal de su conocido texto “El origen de las especies”, y sobre
todo en su obra titulada “La expresión de las emociones en los animales y en
el hombre”. Sobre esos precedentes, fueron Lorenz y Tinbergen - a quien se
debe la definición clásica de etología - quienes la desarrollaron en los años
treinta del siglo anterior. Sin embargo no cobró fuerza como disciplina
autónoma hasta 1972, cuando les fue concedido a ambos, junto con Karl von
Frisch, el premio Nobel de medicina y fisiología. En la actualidad, las
investigaciones etológicas han llegado a rebasar los muros de las
universidades y los laboratorios, accediendo a la gran masa social sentada
ante una televisión. El best-seller de Desmond Morris, “El mono desnudo”, o
los diversos libros de Jane Goodall, o la película de Jean Jacques Arnaud “En
busca del fuego” o los sedantes programas vespertinos de “La2”, son fiel
reflejo de lo que decimos.

Ahora bien, no recuerdo haber visto ningún programa dedicado a la etología


de los besos, y Konrad Lorenz no lo aborda específicamente en sus libros, ni
tampoco Niko Timbergen, ni Desmond Morris, aunque todos ellos lo aborden
tangencialmente en alguna ocasión. Ahora bien, todos ellos defienden que
muchas conductas humanas, como la agresividad o el altruismo, son
conductas innatas o instintivas del hombre, que hemos heredado de nuestros
antepasados los simios, y por lo tanto, por que no pensar lo mismo de los
besos.

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Muchos animales juntan sus labios. Los periquitos se besan según mis hijos,
también parece que lo hacen ciertos peces que salen en sobremesa de “La2”.
Chita besa a Tarzán insistentemente, y hasta Karpi, el perrito de mi amigo
Javier, me recibe siempre con un beso cariñoso. Ahora bien, la inmensa
mayoría de los expertos e inexpertos que hemos consultado, piensa que eso no
son besos. Los seres humanos somos la única especie animal que ejecuta e
interpreta el beso más allá de una mera cuestión fisiológica, aseguran, aunque,
como veremos, los chimpancés o los bonobos también usan el beso como un
elemento comunicativo.

Hay quien asegura que el beso surgió cuando los pájaros trataban de alimentar
a sus crías “pico a pico”. Otra teoría sugiere que el beso es un residuo de la
conducta primitiva de mamar, porque al besar se recuerda la seguridad y
satisfacción que se obtenía al ser alimentado por la madre. Otros dicen que se
trata de un vestigio de la comprobación olfatoria que los animales usan para
reconocer a otros animales. Según el profesor, Zamorano, psicólogo e
investigador del “Center for Marine Mammals Research”, el abrazo y el beso,
tal y como lo entendemos en este libro, no son conductas exclusivamente
humanas, sino que se dan en especies animales como los chimpancés. Para
ellos el beso puede considerarse como una prolongación del dar de comer
ritualizado con los labios, la lengua, etc. Una prolongación, pero son sólo el
rito meramente alimentario.

Pues bien, entremos en materia: ¿cómo explican los etólogos la aparición y el


desarrollo de comportamientos como el besar?, ¿responden programaciones
hereditarias e innatas?, ¿o son conductas aprendidas?

Con el fin de verificar la presencia de programaciones innatas los etólogos


recurren a experimentos de observación de conductas animales en situaciones
de aislamiento meticuloso. Si los comportamientos se repiten tras una
privación prolongada e intensa de información exterior, es lógico pensar que
posiblemente se deberán a esquemas de carácter innato. En el caso de los
seres humanos los experimentos de aislamiento son difíciles de realizar, por
motivos éticos, y ha habido que diseñar experimentos muy ingeniosos. Entre
ellos destacan las investigaciones del etólogo Eibl-Eibesfeldt realizadas con
niños sordos y ciegos de nacimiento, con las que acumuló una enorme
cantidad de observaciones muy útiles para comprobar las adaptaciones
evolutivas y los patrones hereditarios que determinan, entre otras cosas, los
movimientos del rostro. Dice, textualmente: "Esos niños, que se crían en un
silencio eternos, ríen y lloran como nosotros pese a que no han podido
copiar estos gestos de nadie. En caso de enojo muestran las arrugas
verticales de ira y golpean con el pie en el suelo; en resumen: en esos niños
va madurando poco a poco los complicados movimientos del rostro".

26
De este modo, Eibl-Eibesfeldt explora multitud de gestos asociados a una
amplia gama de emociones (ira, vergüenza, miedo, alegría), y también actos
motores explícitos como sonrisas, pataleos, rechazos, etc. Además comprueba
y ratifica sus hallazgos mediante la comparación de “etogramas” de diversas
especies genéticamente próximas, y mediante el estudio de patrones similares
entre seres humanos de diversas zonas culturales (waikas, kungs, inuits,
hotentotes, occidentales, etc.). De esa forma llega a la conclusión de que hay
muchas similitudes “pre-programadas” en los gestos que expresan emociones
(timidez, rechazo, miedo…), en los saludos (con las cejas, con la mano…), y
también en los abrazos y besos. Para él éstos ya están presentes en los
chimpancés y gorilas, así como lo están las muecas bucales que significan
amenaza. También observa que los comportamientos violentos siguen
patrones comunes en diversas especies próximas. Así describe que cuando
estalla una batalla entre chimpancés y otros monos cercanos, a menudo
acaban reconciliándose con abrazos, besos y caricias. En definitiva se trataría
de pautas comunes, innatas, preprogramadas, y con un correlato equiparable
en los seres humanos.

Otro experto etólogo, el holandés Frans de Waal, estudia el origen evolutivo


de aspectos tan complejos como la moralidad humana, para lo cual trabaja
aplicando observaciones etológicas de los monos bonobos - el eslabón
perdido - a los comportamientos humanos. En un artículo publicado
recientemente en Science señala que con frecuencia, estos animales llevan a
cabo rituales de pacificación que incluyen besos, caricias y abrazos, para
evitar conflictos sangrientos y preservar la cohesión social de sus manadas.

Según Eibl-Eibesfeldt, en los enfrentamientos entre animales de muchas


especies el perdedor puede detener la acción agresiva adoptando posturas de
sumisión, como si apelara a la compasión del adversario. Para ello exhiben
comportamientos tales como peticiones de alimentación boca a boca, por
medio de regurgitaciones (antecedente filogenético del beso según muchos
etólogos). Estas conductas es posible observarlas en los lobos y otros cánidos,
como tan magistralmente nos mostró Félix Rodríguez de la Fuente. El citado
Frans De Waal también describe esas conductas en “La política del
chimpancé”, y muchos otros etólogos, incluyendo Lorenz, han puesto de
manifiesto que tales gestos inhibidores se pueden observan – transformados -
en el comportamiento del homo sapiens de nuestros días. Bien sabemos que
"la sonrisa desarma", que los rasgos infantiles resultan apaciguadores, que una
lágrima consigue más que mil gritos, que el beso es el mejor símbolo de la
paz. En dos palabras “besos en lugar de balas”, o, como diría Aute, “con un
beso por fusil”.

27
Puede especularse, al socaire de tales observaciones, que hace milenios,
cuando aun no existía el lenguaje hablado, los protohumanos (o los homínidos
antecesores) se comunicaran más “no verbalmente”, es decir mediante signos
y señales, que verbalmente. El elemento más comunicador después de la
palabra, no es el silencio, como dicen algunos, es el gesto. Los seres humanos
nos comunicamos tanto o más no verbalmente que verbalmente, aunque
muchas veces no seamos conscientes de ello. Pero no somos los únicos que lo
hacemos, también lo hacen los animales. Los etólogos han estudiado y
comparado los sistemas de comunicación de los humanos y algunos primates
y han evidenciado que nos parecemos bastante a los simios en muchos de
nuestros gestos comunicativos. Uno de los ejemplos más curiosos de similitud
entre hombres y primates es el saludo. Todos los animales salvajes se saludan
entres si y los simios lo hacen de una manera muy parecida a los hombres.

Jane Goodall, la famosa escritora y etóloga, que convivió con los chimpancés
en la selva, describió magníficamente como se abrazan y se besan. El saludo
es habitual entre los chimpancés, y casi siempre cumple el propósito de
reafirmar la posición del uno con respecto del otro, y es mucho más expresivo
cuando los implicados son buenos amigos. En uno de sus textos nos cuenta
cómo Goliat - uno de sus chimpancés - solía rodear con sus brazos a David –
otro conocido suyo - al tiempo que cada uno ponía sus labios en el rostro o
cuello del otro, mientras que un saludo entre el mismo Goliat y Mr. Worzle –
otro chimpancé extraño – se limitaba a algún contacto ocasional. También
comprobó que cuando un chimpancé se ausenta largo tiempo de la manada, al
volver a ésta es recibido con grandes muestras de alegría por los demás, la
cual expresan a través de los besos y abrazos que le dedican en tropel. Es bien
conocido que cuando los chimpancés en libertad se encuentran después de un
largo periodo de tiempo se saludan con la boca, mediante una ostentosa
profusión labial, al tiempo que emiten sonidos, y cuando se aproximan pegan
su boca abierta al otro y aprietan firmemente. Según Gordal, esto lo hacen
como una manifestación de euforia, pero también cuando están muy excitados
por la comida.

Sabemos que los chimpancés manifiestan capacidades “cuasi-humanas” en


algunas ocasiones. Algunas de esas elevadas capacidades, consideradas hasta
hace poco como específicas de la especie humana, las pueden desarrollar de
modo permanente mediante el aprendizaje. Así ocurre con ciertas técnicas
aplicables a la caza, la alimentación, el bipedismo, etc. Goodall nos ha
mostrado cómo el chimpancé, que es omnívoro y ocasionalmente carnívoro,
puede practicar la caza mediante cooperación y estrategias de grupo, otras
veces se sirve de instrumentos como palos que blande contra sus adversarios
y, también - de modo ocasional - puede da forma a una herramienta, es decir,
modificar un objeto natural para mejorar su utilidad, Así ocurre, por ejemplo,

28
con una especie de canuto que elabora a partir de una rama y que introduce en
el los hormigueros para succionar las termitas. A partir de esas y otras
observaciones, concluye que las posturas y gestos mediante los cuales se
comunican los chimpancés, tales como besos, abrazos, cogerse de la mano,
golpearse unos a otros la espalda, pavonearse, darse puñetazos, tirarse del
pelo, hacerse cosquillas, etc., no sólo son muy parecidos a los nuestros, sino
que los utilizan en los mismos contextos y con significados semejantes. Es
decir que besan y saben besar, otra cosa es que sepan que saben besar.

Y es que compartimos con los primates muchas cosas en funciones tan


elevadas como la afectividad y la inteligencia. No sólo son parecidas nuestras
anatomías y fisiologías, nos unen a ellos «vínculos de descendencia» (o mejor
ascendencia) en muchas otras cosas. Por ejemplo, en los primates la relación
madre-hijo se prolonga durante cuatro años y está llena de muestras de
afectividad y ternura. Esa afectividad maternofilial penetra en los cerebros de
los chimpancés, y de esa manera los que más la han recibido, cuando alcanzan
la adolescencia, e incluso la edad adulta, ofrecen más muestras de afectividad,
ternura y amistad, que se traducen en una mayor profusión de abrazos, besos,
caricias, despiojarse y mantener más contactos sexuales.

Irenaus Eibl-Eibesfeldt, en su libro “Love and Hate” asegura que muchos de


los patrones de conducta sexuales humanas, como los besos y caricias, tienen
su origen etológico en las conductas de cuidado maternal. Las madres
primates superiores, no mantienen relaciones sexuales con sus hijos, como
ocurre en muchas especies animales, lo hacen con sus parejas, pero este
comportamiento es una continuidad diferenciada de los cuidados maternos,
sugiere el autor. En materia de besos primero está la maternidad, y luego la
sexualidad, aseguran también los freudianos. Claro que, a la larga, primero
está el beso, luego la cópula, y luego regresa la tierna maternidad con sus
cuidados llenos de besos. Huevo o gallina, ni los etólogos ni los freudianos
tendrán nunca todos los argumentos a su favor, pero ambos están en cierta
posesión de la verdad. El beso es principio y final, frontera y puerta. Todo un
lujo de semióticas complejas. Psicoanalizar a un chimpancé debe ser difícil.
Interpretar etológicamente las conductas humanas también tiene un punto de
atrevimiento. Pero en el fondo etólogos y psicoanalistas tienen bastantes
puntos comunes: ambos opinan que el beso sexual deriva de la alimentación.
¿Quién dijo que es sencillo besar?

Nos saluda desde la selva un primate muy antiguo, nos manda besos, que se
parecen mucho a los nuestros. No sabemos de quien los han heredado ellos,
no sabemos hasta que peldaño de la escala filogenética hemos de remontarnos
para encontrar el primer beso. Tal vez todos los animales labiados lo hagan,
tal vez todos los mamíferos, puede que también las aves, pero casi seguro que

29
no lo hacen los reptiles, ni los peces, ni aun menos los invertebrados, ni los
protozoos, aunque vistos al microscopio algunos seres unicelulares parecen
ser todo boca y fundirse en besos literalmente devoradores.

Lo lógico sería empezar a buscar en las especies que necesitan alimentar a sus
crías, no antes. Los peces no lo hacen, ni tampoco los reptiles. Las aves y los
mamíferos si lo hacen. Los félidos, desde los gatos a los leones, lo hacen.
También los cánidos salvajes lo hacen en ocasiones. Los perros domésticos no
tanto, no lo necesitan. Pero en todos ellos, se aprecia una continuidad entre
conductas alimenticias y contactos labiales. Las crías mamíferas primero
maman, luego estimulan a sus ancestros para que les den de comer algo más
sólido, luego juegan a juntar labios, a olisquearse, a morderse, y al final
acaban copulando y engendrando cachorritos. Estos nacen débiles y
necesitados de cuidados, y sus amantísimas madres no dudan en prestárselos.
Se trata de un todo continuo entre la crianza y la gastronomía, entre la
nutrición y la sexología. Comerse a besos a alguien, ya sea bebé o madre, no
es sólo una expresión emocional, es una evidencia etológica.

Cuentan que la etóloga Dian Fossey era una gran amante de sus gorilas, hasta
el punto de preferirlos a los seres humanos de aquellas tierras, incluyendo los
cazadores blancos armados con rifles y pistolas, como ella misma. Dicen que
fue la primera mujer besada por un gorila salvaje. Le costó meses
aproximarse a ellos, ser tolerada y aceptada, antes de que se entrecruzaran
caricias y besos de afecto y saludo. ¿Quién sabe si incluso eróticos? Pero un
día la famosa Fossey marcho a contar al mundo sus idilios y tardó en regresar
mucho tiempo. Cuando volvió, algunos gorilas habían muerto, otros
envejecido, y otros crecido, y tuvo que ser de nuevo paciente y prudente con
esas madres de ciento y pico kilos dispuestas a lo que fuese por defender a sus
criaturas. Pero, eureka, un buen día volvió a toparse con la una familia
conocida, y poco a poco fueron prestando atención a sus sonidos y gruñidos
“gorilescos” de salutación, y así la fueron reconociendo, al principio con
cierta displicente lejanía, luego se aproximaron a ella y la olfatearon, y de
repente, un par de enormes madres gorilas “la abrazaron” tiernamente, y
vinieron las demás hembras, y sus hijos gorilitas, y se pusieron a tocarla
suavemente con los labios, a mordisquearla, a… besarla, y ella, embargada
por la emoción, se puso a llorar (la cursiva es mía). Es una pasada leer su
famoso libro, lleno de emociones y ternuras, también de tragedias y sangre:
“como los besos”.

Los gorilas besan y copulan como fieras. Rápido, potente, por la espalda y sin
demasiadas carantoñas. Son unos verdaderos animales, tiernos pero muy
brutos. Y no son los únicos, pues de hecho, hasta no hace demasiado tiempo
los machos humanos presumían de ser rápidos y seguros eyaculando, sin darle

30
demasiadas oportunidades al sensible y tímido clítoris femenino. ¿Pero por
que digo esto?, pues por que una de las cosas más interesantes que hemos
mejorado los homínidos sapiens sobre las bestias homo es el coito frontal, y
eso, según algunos etólogos, se debe al beso, una adquisición que como
conducta formalmente compleja se remonta a ciertos tipos de primates muy
avanzados, como los bonobos.

Los bonobos no hablan, pero al parecer son muy listos. Son unos chimpancés
maravillosos que parecen humanos en muchas cosas, por ejemplo, en que
practican la cópula frontal y se besan eróticamente. Esta es, según los
expertos, la cuestión clave. Concretamente la antropóloga americana Helen
Fisher relaciona esta conducta con cosas tan complejas como el amor de la
pareja o el embarazo fuera de las épocas de celo, que a la postre son los
responsables de la expansión demográfica de la humanidad. Los bonobos se
parecen mucho a lo que podría haber sido nuestra madre Eva. Otros dicen que
fue Lucy, la famosa austalopiteca africana, que podría haber practicado el
sexo frontal, y posiblemente descubriría el erotismo del beso, y se haría adicta
a practicarlo. Todo pudo empezar con el beso nutricio usado con sus crías,
luego el macho pudo haberlo usado por imitación, y luego los dos lo habrían
practicado con afectividad y asiduidad, hasta hacerse abusadores del beso.

Del beso a la frontalidad, de esta a la intimidad, de la intimidad al


enamoramiento, y de él a la comunidad familiar. Simplemente fueron pasos
sucesivos, cercanos en lo evolutivo, aunque en la escala de tiempo pudieran
haber tardado su tiempo. El nexo común entre todos esos pasos no tendría por
qué haber sido el aprendizaje, sino la biología. El sexo y el beso actúan como
verdaderos activadores neuroquímicos, el beso intenso puede despertar a las
hormonas hasta el punto de producir placer sexual e incluso orgasmos, lo cual
supondría un reforzador de primera magnitud para repetirlo, y la repetición
facilita el aprendizaje, y cuando mejor se sabe hacer, mejor se practica y más
partido se le saca, y más se repite. Estas son razones bien claras que no
precisan demasiadas demostraciones, aunque algunos psicólogos conductistas,
como Hull, demostraron que así funciona el aprendizaje y la generación de
patrones de conducta reiterativos y automatizados en los seres humanos.

Estas hipótesis, en principio especulativas, pueden deducirse de la


observación de los bonobos. Se trata de una subespecie de chimpancés,
especialmente esbeltos, oscuros, de aspecto muy humano, incluso en el
tamaño proporcional del pene y en su uso constante. En efecto, ostentan,
además del físico, muchos otros parecidos conductuales con los seres
humanos. Por ejemplo pueden practicar el sexo de forma continuada,
independientemente de las etapas de celo, cambian de posturas y tipos de
actividades sexuales, y sobre todo practican el beso de forma realmente

31
erótica, con labios, lengua y boca. Los chimpancés comunes simplemente
juntan sus bocas abiertas, pero no las lenguas. Las observaciones de Jane
Goodal y Frans de Waal son claras al respecto. Ellos opinan que los bonobos
son los primeros seres, evolutivamente hablando, que pudieron practicar el
sexo frontal, el beso erótico y que disfrutaron del placer sexual por el simple
hecho de practicarlo, no necesariamente para reproducirse, y que tanto en
libertad como en cautividad los bonobos son verdaderos adictos sexuales.
Según Blue, en desafortunada extralimitación, serían los inventores del
Kamasurtra y, en cierto modo, los primeros habitantes del Paraíso, y por lo
tanto, los primeros pecadores. Según estos expertos, la relación entre esa
desaforada sexualidad y su elevada inteligencia no es casual. El beso y el sexo
son utilizados por muchos animales, pero sólo por ciertos primates - algunos
chimpancés y los bonobos - como conductas de relación divorciadas de la
reproducción. Usan el beso como forma de apaciguamiento, para reducir la
tensión, para celebrar la caza o para sentirse seguros. Esos son elementos
claramente comunitarios, sociales, los primeros vestigios etológicos y
filogenéticos de la cultura. ¿Cómo sino se puede interpretar que los bonobos
se exciten sexualmente, hasta el punto de alcanzar una erección ostensible con
el estímulo de la comida? Según parece, cuando comen o van a hacerlo se
excitan sexualmente, y, ya se sabe, después de una buena comida, viene una
buena siesta, y… lo que se tercie. Podría decirse que el lazo entre comida y
sexo viene de los pájaros, pasa por los chimpancés y acaba en el “macho
ibérico”.

Bromas aparte, lo que es evidente es que los más inteligentes de los monos,
actuales, y tal vez los más listos de los paleoprimates, son los primeros que
desarrollaron algo así como una cultura del sexo, y siempre con el beso como
protagonista. El beso es señal, lanzadera, nexo, origen y fin en si mismo. Es
bastante más que plausible que los bonobos, o sus semejantes
paleontológicos, los que enseñasen a otros homínidos de piel más clara y
andar erguido, las maravillas del beso. O tal vez estos ni siquiera lo
necesitaron, pues el beso es tan potente que no necesita ayudas para abrirse
camino. Del beso al sexo, y de este al amor, y a la inteligencia, y a la cultura,
y conste que esto no es una exageración.

Traslademos por un momento esas hipótesis al sexo de los seres humanos


actuales. Hagamos etología comparada. Sorprende que aun en la actualidad
haya sexólogos “humanos” (véase por ejemplo “The evolution o Desire” de
David Buss de 1994) que opinan que el orgasmo femenino es superfluo, que
el clítoris no es más que un pene fracasado, que es algo así como los pezones
masculinos. Otros opinan que el clítoris es como una joya secreta cuya
búsqueda ha dado lugar a la cultura sexual. Sea como fuere lo cierto es que el
coito por la espalda es lo más normal en los mamíferos y que sólo a partir de

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cierto momento evolutivo y ciertas especies muy desarrolladas, se practica el
coito frontal. Según Blue, esa costumbre está relacionada con el beso, y a la
postre contribuye a que la sexualidad femenina mejore, pues el cara a cara
permite mejorar la intimidad, la ternura, la comprensión, la seguridad y la
intensidad del roce genital que las hembras precisan para lograr el orgasmo.
Todo empezó, según ella con un beso; del beso al coito frontal, de este a la
necesidad de tumbarse, de estar mullidos y de necesitar cama y casa, todo es
un continuo interminable. Del beso a la comodidad, a la construcción de
viviendas, a la búsqueda de la intimidad para besarse y copular… y de ello a
la especulación urbanística, a la hipoteca y a la aburrida vida hogareña llena
de besos y besitos, no hay más que un largo proceso de hominización. En fin,
hay que ver que complicado puede resultar besarse. Si aun eres joven y no has
besado a nadie, antes de hacerlo piénsalo, no sea que luego tengas que
arrepentirte. Es broma, pero tengo un amigo que asegura que el que nos guste
besar a las mujeres, y el hecho de que estas necesiten orinar sentadas, tienen
la culpa de todos los males de la humanidad, incluyendo la especulación
urbanística.

Puede que todo eso no sea más que otra forma de especulación, y no conviene
olvidar que la cuestión clave era, por si no lo recuerda, si los animales
irracionales se besan, si es así, por qué lo hacen, y si los humanos lo hemos
heredado evolutivamente de ellos. En nuestra opinión el meollo de la cuestión
radica en el desarrollo del cerebro emocional. Todos los animales que tienen
un desarrollo suficiente del cerebro como para disponer de ciertas estructuras
que hemos llamado “cerebro límbico” manifiestan emociones y afectos, los
cuales se traducen en la relación entre ellos mediante conductas de cuidado,
protección, nutrición, saludo, contacto, besos, sexo, etc.

¿Pero qué es el cerebro emocional? Pues bien para explicarlo conviene


recordar lo que ya se explicó sobre el beso y el cerebro de los seres humanos.
Este es el extraordinario resultado de una evolución que ha durado millones
de años, un instrumento tan complejo que ni siquiera sus propietarios están
capacitados para entender cómo funciona. Pero algo si que sabemos. Ya
hemos explicado que en eso que, en términos vulgares, podríamos llamar el
“corazón del cerebro”, es donde se sitúan las estructuras que denominamos
cerebro emocional. Como ya señalamos se trata, esencialmente, del sistema
límbico, con su amígdala y hipocampo, septum pelúcidum, etc.

Algunas de estas estructuras han sido denominadas por los neurobiólogos


como “paleoencéfalo”, en referencia a que es la parte más antigua del cerebro,
la que hemos heredado – filogenéticamente hablando - de los reptiles,
mamíferos y primates que nos precedieron evolutivamente. Según la
concepción “triúnica” del cerebro propuesta por P. D. MacLean, desde el

33
punto de vista de la herencia filogenética en el cerebro pueden distinguirse
tres partes: 1ª el paleoencéfalo, constituido esencialmente por el tronco
cerebral, herencia del cerebro reptiliano y fuente de la agresividad y de las
pulsiones primarias; 2ª el mesocéfalo, constituido por el sistema límbico, que
sería una herencia de los primeros mamíferos y la sede de los fenómenos
afectivos y de la memoria; y 3ª el neocéfalo, formado por la corteza cerebral,
que es la más específica de los mamíferos superiores y primates, y que se verá
coronada por el “neocortex” (corteza prefrontal) en el homo sapiens y que es
donde se procesan las operaciones lógicas y los conceptos abstractos.

Dicho más sencillamente, el sistema límbico, esa zona del cerebro con la que
nos emocionamos, nos enamoramos, nos apasionamos, o nos enfadamos, la
compartimos con las vacas. Por eso las vacas cuidan tan tiernamente a sus
terneros, de modo no muy diferente a como una madre cuida a su bebé. Que
éstas además de emocionarse con la maternidad, tengan capacidad para
reflexionar sobre ello y preocuparse de aprender a hacerlo, es otra cuestión.
Pero las vacas también lo sienten y prueba de ello es que están dispuestas a
cualquier cosa por proteger a sus terneritos, de modo semejante a lo que una
madre sería capaz de hacer por proteger a su tierna criatura. Esto es una
evidencia, nos guste o no.

Es decir, podemos asegurar que esos besos tan tiernos, cariñosos, gratificantes
y estimulantes que damos a nuestros niños, en el fondo los hemos heredado
de las vacas. Todos nosotros sabemos que si tenemos hijos no es para que nos
quieran, sino para que se dejen querer. No para que nos besen, sino para que
se dejen besar. Por cierto, ¿cuándo se siente más un beso, cuando se da o
cuando se recibe? No lo se, eso allá cada cual, pero lo que usted y yo si
sabemos es que “sabemos que es besar” y las vacas no. Nosotros podemos
decirlo con palabras y ellas no, tenemos lenguaje articulado y semántico, y
ellas no, al menos no lo parece.

Pues bien, para acabar este apartado, déjeme que le cuente un cuento
evolutivo sobre la relación entre el beso, el lenguaje y la cultura:
“Existió una vez un sitio muy hermoso llamado Paraíso, donde vivían unos
descendientes de los bonobos, un tal Adan y una tal Lillith, amigos de una tal
Eva, que como tenían mucho tiempo libre, se entretenían haciéndose
carantoñas y así, como quien no quiere la cosa aprendieron a besarse, y
enseguida se percataron de lo divertido que era y poco a poco lo fueron
perfeccionando, hasta llegar a practicarlo con pasión y locura. Y un beso les
llevó a otro beso, y de ese a la cópula, que como estaban besándose lo
hicieron cara a cara. Al principio les daba un poco de precaución, como que
sintieran vergüenza, pero luego se pasaron en pleno al coito frontal, y así
fueron besándose, y copulando, y cada vez con más intimidad, lo que les

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facilitaba el verse las caras y reconocerse y “enamorarse”. Así fue como poco
a poco se fueran haciendo íntimos y de hacerlo con cualquiera pasaron a la
pareja estable y practicante de sexualidad privada. En estas estaban cuando
Dios se enteró de tales coyundas y viendo el peligro de pecado que suponían,
les expulsó del Paraíso. Y luego vinieron el pudor, y los vestidos, y buscarse
la cueva para evitar la intemperie… y de ahí a la choza, y al pisito, y las
cortinas y las cenas familiares, todo fue uno, total un millón de años. Pero al
tiempo que eso sucedía, ocurrió otra cosa muy interesante. Como sabemos
ellos usaban la boca no sólo para comer y besar, sino también para emitir
sonidos guturales. Así fue como un buen día aquellos dos primeros
australopitecos enamorados hasta las cachas y adictos a besarse y copular, se
dijeron algo, una tontería, un ruidito de nada, pero les hizo gracia y lo
repitieron y aprendieron a reconocerlo y a usarlo para llamarse entre ellos.
Ella, un suponer, pudo emitir un sonido gutural de expresión de placer, y él le
pudo responder con un requiebro tierno, y, ya se sabe, que si no me entiendes,
que si lo único que quieres es sexo… acababan de inventar las primeras
palabras, y una vez inventadas, los monos se convirtieron en humanos. Y,
colorín colorado…

Después de las palabras viene la historia. Todo lo que hay después del
inventado el lenguaje es cultura. La palabra es el gran invento y el gran
inventor. Uno no sabe bien que fue antes, si los dioses o las palabras, o si son
la misma cosa. De hecho ni siquiera la Biblia lo aclara. Lo cierto que por
pasarse de “listos”, a ambos padres primerizos los expulsaron del paraíso, y
luego vinieron las preocupaciones, y los pecados y la voz de la conciencia,
que no es otra cosa que eso que llamamos “mente humana”

Me dirá, con derecho, que me he pasado. Que eso de hacer depender de un


simple beso cosas tan complicadas como el lenguaje, la inteligencia, o la
mente humana “autoconsciente”, es demasiado. Tal vez tenga razón, yo no
tengo ninguna forma de demostrarlo, pero usted tampoco tiene ninguna de
refutarlo. Además, en mi ayuda vienen las nuevas observaciones y teorías de
paleoantropólogos que han mostrado como el descubrimiento del fuego
permitió cocinar y comer alimentos más blandos y fáciles de masticar, y esto
supuso una menor necesidad de disponer de potentes mandíbulas, con lo cual
las mutaciones que redujeron el tamaño mandibular y dental tuvieron éxito, y
eso liberó de tensiones al resto del cráneo, lo que a su vez permitió el
crecimiento del cerebro, lo que a la postre trajo consigo la inteligencia, etc. Al
comer cosas más blandas se necesitan dientes más pequeños, pero también
labios más sensibles… y de eso al beso, y de este al arte, no hay más que un
millón de años, total nada evolutivamente hablando. En fin, al cabo tanto da
que se trate de una evidencia o de una metáfora. Estas tienen la gran ventaja

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de ser más maleables. El beso es algo más que un acto, es la gran metáfora, y
si no que se lo digan a los poetas.

Algunos antropólogos aseguran que los seres humanos somos “híper-


mamíferos” y “súper-primates”, y que las cualidades y capacidades de
mamíferos y primates encuentran en nosotros una manifestación extrema y
paroxística. Por eso mismo, en tanto que animales somos seres sexuales,
como híper-animales somos seres “híper-sexuales”. La sexualidad ya no es
reducible a su funcionalidad reproductora. Somos seres constitutivamente
sexuados y culturalmente sexuales. La diversidad y pluralidad de las
conductas sexuales lo reflejan claramente. Pero, entre todas ellas puede que
los besos sean las más “evolucionadas”, las más “pluri-sémicas”. Hay tantos
hechos históricos o legendarios, tantos poemas, esculturas y películas, tantas
acciones u omisiones relacionadas con los besos, que difícilmente
encontraremos otra conducta humana tan interesante.

Ya sabemos mucho más de los besos, pero seguimos sin saber si mis
periquitos se besan. Ellos tampoco lo saben, ni falta que les hace. Parecen tan
felices en su prisión-jaula, que no quieren salir de ella pese a que les abramos
la puerta. Tal vez el complejo mundo “hipertecnológico” que les rodea no les
guste. Pero eso ya es harina de otro costal, concretamente del costal de la
antropología.

36
4. EL GRAN BESADOR.

La etología se ocupa de los animales, la antropología de los seres humanos.


Eso parece claro, pero en realidad suele resultar difícil saber cuando acaba la
etología y cuando empieza la antropología. Algo similar le ocurre a Desmond
Morris, que empieza sus investigaciones y teorías en la etología y las acaba en
la antropología. Su famoso libro “El momo desnudo” es una evidencia
palpable de ello.

Disquisiciones aparte, aceptamos que así como la etología estudia la conducta


animal, la antropología estudia el comportamiento humano. Esta es una
ciencia comprensiva que estudia al hombre en el pasado y en el presente de
cualquier cultura. Se divide en dos grandes campos: la antropología física,
que trata de la evolución biológica y la adaptación fisiológica de los seres
humanos, y la antropología social o cultural, que se ocupa de las relaciones,
lengua, cultura y costumbres de las sociedades humanas.

Una de las ramas de la antropología física tiene como objetivo reconstruir la


línea evolutiva del hombre y su cultura. Otra estudia los pueblos
contemporáneos y sus diferentes rasgos biológicos. Debido a que los seres
humanos somos primates evolucionados, el estudio de la conducta, las
relaciones, los hábitos alimenticios y otras cualidades de mandriles,
chimpancés, gorilas, bonobos y otros primates, constituye una fuente
importante para obtener datos y establecer hipótesis explicativas. De hecho, se
acepta que una rama de la antropología es la “primatología”.

La antropología social y cultural se fundamenta a su vez en los trabajos de


campo llevados a cabo por investigadores que observan y analizan las
diferencias entre diversas culturas. Estos estudios se desarrollaron
principalmente entre 1900 y 1950, y estaban orientados a registrar los
diferentes estilos de vida de pueblos y culturas no sometidos a los procesos de
modernización. Una rama de ella estudia aspectos tales como la organización
social, la religión, la vestimenta, el lenguaje, las expresiones, los gestos, los
sonidos, las danzas y otros aspectos típicos de las diversas culturas, y se
conoce también como etnografía.

En relación con el tema que nos ocupa, la antropología nos permitirá saber si
los seres humanos de diferentes épocas, culturas, países y pueblos ostentan
diferentes maneras de besarse, así como los usos, significados o simbolismos
que aplican a sus besos. Eso en teoría, pues luego, en la práctica, la atención
prestada por la antropología al beso es tan limitada como la de casi todas las
demás ciencias. Por ejemplo, es ingente el número de publicaciones, libros,
documentos gráficos, etc. que los antropólogos han dedicado al vestido, la

37
danza, o los rituales sexuales, pero es muy limitada la dedicada concretamente
al beso. Aun así no nos desanimaremos y entraremos en materia.

Los dos puntales claves desde el punto de vista antropológico, son: En primer
lugar, podemos decir que el ser humano es el animal más besador de todos,
casi podríamos asegurar que el ser humano es (con perdón por el latinajo) una
especie de “homo osculator”. En segundo lugar, las dos configuraciones
significativas básicas del beso son su función de conducta comunicativa
(señal, saludo, rito…), y su uso como parte del repertorio emocional
(afectividad, sexualidad, sentimiento). Veamos todo ello con algún
detenimiento.

Gracias a la antropología social sabemos que el beso como ritual de saludo es


un comportamiento universal presente en todas las culturas, de todos los
tiempos, pero el modo en que se realiza es en buena parte específico de cada
una de ellas. Esto es debido a que el saludo no es un acto o un gesto aislado, si
no que es una secuencia de actos significativos: sonrisa, elevación de las
cejas, darse la mano, besarse, etc. La plural realización e interpretación de los
gestos y rituales de saludo es uno de los elementos más identificadores de
cada grupo o cultura, una especie de señal o código que todos los que
pertenecen a ella comparten y entienden. Así como los etólogos nos
enseñaron que el saludo en el mundo animal sirve para muchas cosas, por
ejemplo para apaciguar los ánimos de los individuos y evitar posibles
enfrentamientos, los antropólogos nos dicen otro tanto del beso-saludo, en
tanto que gesto comunicativo, en los grupos humanos. En este sentido, la
experta en comunicación Flora Davis, apunta que si alguien piensa que el
saludo entre los humanos no tiene una importante función, que simplemente
pruebe a no saludar a sus amigos durante una semana y verá que cúmulo de
resentimientos y enfados se agencia.

Para estudiar las manifestaciones peculiares de una conducta en las diferentes


culturas, la antropología ha viajado mucho, desde las tribus más aisladas a las
urbes más populosas, desde los pueblos preculturizados a las sedes
universitarias, siempre observando, anotando y analizando los
comportamientos de las gentes. Para hacerlo, nunca olvida sus orígenes en la
biología y la etología (primatología), y sus influencias de la sociología y
sociobiología.

Basarse en la etología para hacer antropología social, eso es justamente lo que


hizo nuestro siguiente invitado, el re-citado Desmond Morris, en su trilogía
“El mono desnudo”. Empieza con una idea fuerte: Hay ciento noventa y tres
especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están
cubiertas de pelo, y una sólo desnuda, y esa rareza la expresa no sólo en su

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anatomía sino en sus modos de expresión y formas de relacionarse. Poco a
poco el libro se fue convirtiendo en una trilogía que es como la Biblia de la
eto-antropo-socio-logía. En ella el autor se ocupa poco de los besos de forma
explícita, pero los tiene bien presentes cuando analiza los comportamientos
sexuales de los humanos modernos. Sugiere, con razón, que no es posible
considerar de la misma manera el beso de salutación que los besos sexuales.
El primero ha alcanzado tal grado de ritualización que puede considerarse un
universal, en su acepción más típica (besos recíprocos en la mejilla), pero
nada tiene que ver con el beso en la boca, o sexual, y desde luego nada dice
del que lo practica, sino de la cultura o sociedad a la que pertenece.

Anteriormente hemos hablado del beso en la religión. Pues bien Morris


también examina de pasada esta extraña forma de comportamiento
ritualizado. Las actividades religiosas, señala, consisten en una reunión de
grupos de personas para realizar reiterados y prolongados actos de sumisión,
con el fin de apaciguar a un individuo dominante. Ese individuo dominante
adopta muchas formas, según las civilizaciones, pero tiene siempre el factor
común del poder inmenso. Las maniobras de sumisión suelen consistir en
rituales expresivos, tales como cerrar los ojos, bajar la cabeza, juntar las
manos en actitud de súplica, hincar las rodillas, besar el suelo y postrarse ante
él líder religioso (proskuneo), o besar los elementos sacralizados. Si estos
actos de sumisión son eficaces se logra el apaciguamiento del individuo
dominante, el dios. Es decir, algo muy semejante a las conductas innatas de
sumisión que manifiestan algunos animales ante otros superiores.

Otras actividades de apaciguamiento típicamente animales, son las de aseo


mutuo (espulgar, despiojar…) las cuales en el ser humano se han complicado
e independizado de sus causas y fines primitivos. Al respecto, Morris señala:
“Aunque el aseo sigue teniendo la función de mantener limpia la piel, su
motivación ahora es más social que higiénica. // Si un animal débil tiene
miedo de otro más fuerte, puede apaciguarlo mediante la invitación del
chasquido de labios y el subsiguiente aseo de su piel. Esto reduce la agresión
al animal dominante y ayuda al subordinado a que el otro lo acepte. Se le
permite estar presente por los servicios que presta. A la inversa, si un animal
dominante quiere calmar los temores de otro más débil puede lograrlo
valiéndose del mismo modo. Con el chasquido de sus labios, da a entender
que su ánimo no es agresivo. A pesar de su aureola dominante, puede
mostrar que no pretende causar daño”.

Sobre este aspecto en concreto, es importante recordar que Eibl-Eibesfeldt,


también es autor de libro clave para interpretar el origen de muchas conductas
sociales humanas, titulado “Amor y odio”. Según él, nuestro aparente
comportamiento “cultivado”, viene determinado en gran parte por factores

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púramente biológicos: "Se trata de saber si además de las normas de origen
cultural, probadas y justificadas, hay otras innatas y fijadas biológicamente
en nosotros". En virtud de su planteamiento, en la base de las normas y
comportamientos más universales, comunes a la mayoría de las culturas, se
pueden encontrar disposiciones filogenéticamente preprogramadas. Desde el
amor al odio, o desde las inclinaciones filantrópicas y bienhechoras a las
agresivas y violentas, todas en el fondo sería parte del acervo preprogramado
que la evolución ha ido acumulando en historia natural (etológica) de los
primates y animales superiores. El amor - dice – sería fruto de un desarrollo
conductual más reciente que el odio, puesto que sería una adquisición de las
especies que tienen que velar por el cuidado y manutención de la progenie.
Los ritos conciliatorios y de intensificación de vínculos, las conductas
confortadoras (alimentación boca a boca, despiojamiento, etc.) provendrían
del cuidado parental de la prole, y no tanto de la necesidad de formación de
coaliciones defensivas frente a las agresiones. Solamente los animales que
cuidan de su progenie han desarrollado conductas vinculadoras capaces de
superar la agresión. Como dice textualmente "Todos los gestos de
confortación en el repertorio que tienen los chimpancés para saludar (beso,
palpación, asimiento, abrazo y espulgamiento) se derivan del contacto entre
madre e hijo".
Es evidente que los labios son una de las mejores adquisiciones evolutivas,
Desde para chupar o mamar, hasta para emitir chasquidos o silbidos, o
ganarse el sustento o la protección, todo lo que pasa por ellos acaban
convirtiéndose en cultura. Desde los nutrientes a las palabras, pasando por los
múltiples modos de besar, los labios tienen tantas utilidades que podríamos
considerarlos como verdaderos instrumentos multiusos. Además son muy
útiles para el sexo, según explica acertadamente Desmond Morris. Volviendo
a su texto encontramos: “…el mono desnudo se encuentra en una situación
confusa. Así, mientras que las ceremonias y rituales de cortejo, que
constituyen la fase preliminar de formación de la pareja, pueden
desarrollarse en público, cuando se pasa a una fase precopulativa se necesita
la intimidad, aislándose sobre todo de otros miembros de la especie. En esa
fase precopulativa los contactos entre los cuerpos aumentan en intensidad y
duración. Las posiciones de costado dan paso a contactos cara a cara. Las
señales visuales y vocales pierden gradualmente importancia y se hacen más
frecuentes las señales táctiles. Estas comprenden pequeños movimientos y
variadas presiones de todas las partes del cuerpo, pero particularmente de
los dedos, manos, labios y lengua. La pareja se despoja total o parcialmente
de la ropa y el estímulo táctil de piel a piel es aumentado en una zona lo
mayor posible. Durante esta fase, los contactos boca a boca alcanzan su
mayor frecuencia y duración, y la presión ejercida por los labios varia desde
una suavidad extrema a una extrema violencia. Durante las respuestas de

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alta intensidad, los labios se separan y la lengua se introduce en la boca del
compañero. Los movimientos activos de la lengua sirven para estimular la
piel sensible del interior de la boca. Los labios y la lengua se aplican también
a otras muchas zonas del cuerpo del compañero, especialmente a los lóbulos
de las orejas, el cuello y los órganos genitales. El macho presta atención
particular a los senos y los pezones de la hembra, y el contacto de los labios y
la lengua se convierten en más complicados lametones y chupetones. Una vez
establecido el contacto, los órganos genitales del compañero pueden ser
también objeto de acciones de esta clase. Además del beso y de las acciones
de lamer y de chupar, la boca se aplica también a diversas regiones del
cuerpo del compañero en una acción de morder, de intensidad variable. En
general, esto se limita a suaves mordiscos de la piel, o a débiles pellizcos,
pero a veces puede convertirse en violentas e incluso dolorosas
mordeduras…”.
Más adelante, cuando describe gráficamente el comportamiento de la pareja
en la cópula, señala que hay una tendencia a reducir los contactos orales y
manuales, o, al menos, su sutileza y complejidad a medida que avanza la
actividad sexual. Resumiendo, podríamos decir que las conductas de
aproximación sexual, como son los besos, pueden proseguir durante la mayor
parte de la cópula, pero siempre de forma atenuada. La fase copulativa es
seria, intensa y breve en los humanos. No da para muchos juegos ni
distracciones. En la mayoría de los casos el macho llega a la eyaculación en
pocos minutos, en lo que nos parecemos bastante a los monos. Las hembras
primates, como los chimpancés, no suelen llegar a la culminación sexual, al
orgasmo. Pero la hembra humana es una excepción. Si el macho sigue
copulando durante largo rato la hembra alcanza la consumación orgásmica,
parecida a la del macho, y fisiológicamente idéntica, salvo la única y natural
excepción de la evacuación de esperma. Por eso para la hembra humana es tan
importante la fase precopulativa, y en ella los besos son uno de los
estimulantes más importantes.
Este es, según Morris, uno de los aspectos más interesante y diferenciales de
la conducta sexual humana. El macho puede provocar el orgasmo de la
hembra intensificando y prolongando los estímulos precopulativos, como los
besos y caricias, de modo que ella se encuentre ya fuertemente excitada antes
de la penetración. Cuando ambos han experimentado el orgasmo, sigue un
periodo de agotamiento, relajación, descanso y, con frecuencia, sueño.
Algunas mujeres sienten en ese momento más ganas de besar, de aproximarse
tiernamente al macho, pero eso no le ocurre a éstos, que prefieren descansar,
distanciarse y, digámoslo gráficamente, “fumarse un cigarrito”.
Uno de los aspectos más interesantes que analiza Desmond Morris, es la
relación entre la vida social y los comportamientos sexuales del ser humano.

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Los monos copulan en público, los bonobos, tal vez tengan más intimidad de
pareja, pero siguen haciéndolo en público. Los seres humanos requieren
intimidad para copular, salvo raras excepciones como los “cínicos” en Grecia
y los hippies en los años 60. Sin embargo, las conductas estimuladoras
sexuales, como besos, caricias, etc. que suponen los primeros pasos para la
formación de la pareja, pueden desarrollarse en público, diríamos que son
“sexo sociable”. Pero cuando se pasa a la fase precopulativa, cuando los besos
aumentan en erotización, y las caricias se aventuran en zonas íntimas, se
prefiere la intimidad, y, por supuesto, las sucesivas fases requieren
aislamiento absoluto, salvo orgiásticas excepciones.
En relación con esto, otro aspecto interesante de los besos es que para los
seres humanos - pero no para los primates - sirven como señales públicas de
emparejamiento, de tal manera que anuncian o simbolizan el establecimiento
de vínculos de pareja, e impiden que ésta se vea asaltada por otros
pretendientes que la pondrían en peligro.
El beso es una cópula públicamente tolerable, que actúa como estimulador al
tiempo que como inhibidor sexual. De ese modo sirve a la vez para un fin
sexual primario, y para fines sexuales vicarios, tales como evitar el incesto, la
infidelidad, los escándalos públicos, etc. En este sentido, el arte y el cine, con
sus apasionados besos, han constituido una trama de cohesión social
inestimable. Los besos ficticios han enseñado mucho a muchas parejas del
mundo y han culturizado una relación sexual socialmente tolerable.
Sobre este particular también encontramos argumentos en los textos de D.
Morris. Dice: “Hay que reprimir el contacto físico con extraños en nuestras
atareadas y populosas comunidades. [...] El contacto con parientes y amigos
íntimos está más permitido. Sus papeles sociales han quedado claramente
definidos como no sexuales, y existe menos peligro. Pero incluso así, las
cortesías de salutación se han estilizado sobremanera. El apretón de manos
se ha convertido en norma rígidamente establecida. El beso de salutación ha
tomado su propia forma ritual (besos recíprocos en la mejilla) que nada tiene
que ver con el beso sexual en la boca.”

Por último recordaremos el análisis que Morris hace de una curiosa conducta
humana, los cuidados que prestamos a los miembros enfermos, tanto con
dolencias más leves, que, según él, más que enfermedades son “sobre-
simulaciones” para alcanzar y mantener el cariño de los demás, como a los
que sufren enfermedades más graves. En todos los casos, las expresiones
cariñosas y tiernas que concitan esas circunstancias son una verdadera
oportunidad de sentirse bien, tanto o más para el que las da que para el que
las recibe. ¿Quién no ha utilizado a ese bebé enfermito para comérselo a besos

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hasta tragarse literalmente sus gérmenes? ¿Quién le negaría los besos a una
amada por el simple hecho de saberla con gripe?

Pero nuestro amigo Desmond no sólo ha escrito “El Mono Desnudo”, también
escribió uno titulado “Observando bebes” (Babywatching, 1991), en el que
analiza y expone el conocido reflejo de succión de los bebés, conducta innata
mediante la cual al ser tocados en los labios, o en las proximidades de la boca,
automáticamente disponen los labios para succionar, y si tienen algo “a pedir
de boca”, como por ejemplo un pecho, se agarran a él fuertemente, lo
succionan, hacen ventosa y no hay quien los separe. Ese comportamiento es
universal y sirve para sobrevivir cuando somos bebés, pero cuando somos
adultos aun nos quedan vestigios del mismo. Pruebe sino con su pareja, roce
tiernamente su mejilla, o mejor la comisura de sus labios y a ver que pasa…
Pruebe, pruebe.

Pero ya hemos pasado demasiado tiempo con el señor Morris, ¿no le parece?,
y aunque a sus 80 años, con varios nietos, y centenares de artículos, libros y
viajes a sus espaldas, sería un placer discutir con él de estas cosas, creo que
nos contentamos con haberle copiado párrafos enteros, lo explica tan bien,
que para qué estropearlos. Y además, si usted ya leyó su libro más famoso le
resultará agradable recordarlo, y si no lo ha leído le estimularán a hacerlo.

¿Pero es que no hay más antropólogos?, me dirá. Pues si, en efecto, hay
muchos y excelentes, aunque conviene que sepa que las alusiones explícitas al
beso son escasas en toda antropología moderna. Aun así, es preciso reconocer
que no podemos cerrar el capítulo sin antes recurrir a la “madre” de la
antropología cultural, a Margaret Mead, una de las personalidades más
sensibles hacia el estudio de las costumbres sexuales de muchas culturas.
Nació en Philadelphia en 1901, y se doctoró en antropología en la
Universidad de Columbia, donde fue discípula de Ruth Benedict, otros de los
“popes”de esta ciencia. En 1925 realizó su primer viaje a Samoa, para
estudiar la conducta sexual de las adolescentes. Esta experiencia la plasmó en
su libro "Coming of Age in Samoa", que enseguida se convirtió en un best
seller. En esta obra mostró como las expresiones y gesticulaciones
emocionales del individuo son condicionadas por la cultura. Más tarde, viajó
a Nueva Guinea y sus observaciones sirvieron para demostrar que los roles
emocionales o sexuales de género difieren de una sociedad a otra. Cuando
estaban por allí, Mead y su esposo encontraron a Gregory Bateson. Juntos
estudiaron a los tchambuli, los dobu, los mondugumor y otros extraños
pueblos, y de las intensas discusiones con él surgió no sólo “Sexo y
temperamento”, una de sus obras más importantes, sino tal grado de
intimidad que Margaret acabó separándose de Reo y casándose con Gregory,
y fueron felices y tuvieron nietitos. Precisamente uno de los consejos que ella

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solía ofrecer en público es su madurez era: “Si no puedes estar en contacto
con un niño todos los días, pide uno prestado” (para besarlo, supongo yo). Al
final de su vida escribía y abogaba por el uso de la poesía para la educación
de los niños. Valga como testimonio la última estrofa, del su último poema,
que dedicó a la hija que le dio nietos:

“Que puedas pues partir sin remordimientos


y dejar este país familiar
con un beso sobre mis cabellos
y todo el futuro entre tus manos.”

Y es que, según dicen, viajar es muy bueno para conseguir amigos y amores,
y conocer y entender otras culturas, y esto es muy importante para el progreso
de la humanidad, ya que con frecuencia adoptamos costumbres, ritos,
valores… de forma inamovible y excluyente, sin que ni siquiera nos
planteemos que puedan hacerse de otra forma. Por ejemplo, en materia sexual,
la viajera Mead demostró en su libro “Sex and Temperament in Three
Primitive Societies” que el comportamiento de ambos sexos varia entre unas y
otras sociedades, especialmente en lo concerniente a la expresión gestual que
acompaña a los aspectos emocionales y sexuales de la relación. Así, por
ejemplo, en una tribu india tanto los hombres como las mujeres tenían un
carácter sexualmente agresivo, en otra los dos sexos eran dulces y maternales
en sus expresiones públicas de afecto, y en una tercera eran los hombres
quienes se arreglaban, acicalaban y comportaban tiernamente, mientras que
las mujeres eran enérgicas, practicas y no se preocupaban nada de su imagen.

Gracias a sus trabajos y los de otros antropólogos, hoy sabemos que en la


forma de manifestar la afectividad y la sexualidad no hay normas prefijadas
universalmente. Que pese a las sugerencias de Morris, en el sentido de que
sólo hacemos que imitar a nuestros antepasados, en realidad cada cultura,
cada religión, cada época o cada pueblo han regulado estas vivencias y
expresiones a través de normas, costumbres, ritos… diferentes, admitiendo
ciertas manifestaciones y prohibiendo otras. Si atravesamos la geografía
física, probablemente nos sorprendería ver la pluralidad de los ritos de
iniciación, que marcan el paso de la infancia y la incorporación en el mundo
adulto. El beso es posiblemente el más universal de esos ritos, el más
fronterizo, pero aun así sabemos que no es una forma universal de mostrar el
amor o la querencia sexual, y que en algunas tribus es sustituido por arañazos
o mordiscos. Hay pueblos que consideran que la boca es un órgano peligroso
cuya función es morder, por lo que los besos son una mala manera de
demostrar cariño. En otros sin embargo, los arañazos, los mordiscos forman
parte del preludio, comenzando una relación en una verdadera batalla que

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puede dejar marcas. Es más, en algunas tribus se sabe si una persona ha tenido
éxito sexual por las cicatrices que ostenta en su cuerpo.

Los antropólogos culturales ha realizado numerosas observaciones sobre los


besos en diferentes sociedades y culturas a lo largo del siglo XX, muchas de
ellas movidas por una curiosidad que podríamos denominar “folclórica”. Casi
todas se han centrado en dos aspectos, el modo de practicar los besos, y la
hipotética existencia de culturas sin besos.

En este sentido es bien conocido el estudio de campo realizado por


Malinowski en los años veinte sobre el comportamiento de los habitantes de
las islas Trobriand. Se decía que no se besaban nunca, nadie les había visto
hacerlo, y que encontraban divertido saber que los occidentales juntaban sus
bocas. Pero el investigador descubrió que cuando una pareja estaba a solas, se
desvestían se sentaban o tendían en el suelo, y empezaban a acariciarse todo
el cuerpo, incluyendo frotamientos de las mejillas y los labios.
Posteriormente, a medida que la cosa se anima y el apasionamiento crece,
ejercitan diversas operaciones bucales, se succiona los labios, rozan sus
lenguas, se muerden los labios hasta sangrar, dejan que fluya la saliva, se
muerden la barbilla o las narices… y se dicen frases cargadas de erotismo,
cuya traducción sería algo así como “bebe mi sangre”, o “arráncame el pelo”,
lo que a veces hacen de verdad pues llegan a morderse y arrancarse las
pestañas. En varias zonas de polinesia es conocida esa conducta, que
podríamos considerar como un “equivalente” de los besos. Se le denomina
“mitakuku”, y consiste en depilar las cejas de la pareja con los dientes. Que
podemos decir, ¡menos mal que no besaban! De hecho, lo que no hacían - por
decirlo literariamente - era utilizar el beso en vano, para ellos ya es parte de la
cópula, uno de los estadios iniciales del acto sexual largo y complejo que
ellos practican. Ahora bien nunca se dedican caricias o besos eróticos si no se
va a ir a más.

Algo parecido ocurría con una tribu llamada “kung” del desierto de Kalahari,
en la que al parecer no se expresaba el amor con gestos públicos como los
besos, lo cual no significaba en absoluto que no sintieran amor y
enamoramiento. Eso asegura Shostak en su descripción sobre la vida de las
mujeres de esa tribu que se hizo famosa en los años 80.

También se decía que los japonenses no se besan nunca, pero eso no es más
que otra observación superficial. Contribuyó a esta idea la obra de un autor
inglés llamado Lafcadio Hearn, que se casó con una japonesa y fue profesor
de la Universidad Imperial de Tokio entre 1896 y 1903, y que publicó la
primera descripción occidental sobre la cultura japonesa (Glimpses of
Unifamiliar Japan). Dice textualmente: “Los besos y los abrazos son

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simplemente desconocidos en Japón, si exceptuamos el hecho de que las
madres japonesas, como las madres de todo el mundo, abrazan y besan a sus
hijos… Después de la primera infancia (besar) se considera totalmente
inmodesto”.

Es sabido que las expresiones públicas de afecto en Japón son muy corteses y
ritualizadas, pero en privado… como todos, la pasión no tiene fronteras. El
cine japonés clásico lo ha mostrado sobradamente, o es que no recordamos la
en su día escandalosa película “El imperio de los sentidos” (1976), que
describe una relación erótica llena de besos y sexo que, en consonancia con el
dramatismo de las pasiones orientales, no acaba sino con la muerte de los
amantes.

Viene de lejos el erotismo oriental, de hecho, diversos autores citan un


manuscrito erótico medieval japonés en el se avisa a los hombres que han de
tener cuidado de no besar a las mujeres durante el orgasmo, pues son tan
fogosas que corren el peligro de ser mordidos y arrancarles la lengua. En la
actualidad los japoneses besan poco y sutilmente, pero en privado… ¡cuidado
con las japonesas!.

Otra muestra de las observaciones antropológicas muy típicas, en post de una


pretendida cultura sin besos, es el conocido “beso nasal” que para el gran
público, y como muchas otras veces ha ocurrido, con la colaboración del cine,
se ha difundido como el beso típico de los “esquimales”. En realidad se trata
de un tipo de roce de salutación o de frote íntimo, que practican muchos
pueblos, y que se ha denominado “beso olfatorio”. Pensemos que tocar, frotar
o besar la nariz de alguien es un gesto muy personal, que no se lo haríamos a
cualquiera, que en diversas culturas ha sido desarrollado como un gesto social
de saludo y también de intimidad sexual. Como tipo de saludo es practicado
en el continente europeo por los lapones y los yakutos (un pueblo de Rusia).
También es una forma típica de saludar en otras zonas de Asia, Africa,
Polineisa y América del Norte. Concretamente era un saludo común entre los
Pies Negros y otras tribus americanas. Como práctica sexual es más
característicos de los esquimales. Más adelante describiremos como se
realiza, pero conviene que ahora entendamos que se trata de una
formalización antropológico-cultural que podríamos hacer derivar de la
ritualización social del instinto olfatorio. El olfato y el sexo, ya lo vimos,
siempre han estado muy próximos.

Otra observación antropológica muy curiosa es la realizada estudiando a los


“Yanomami”, una tribu de indios belicosos que habitan en las márgenes del
Orinoco en Venezuela. La experta Blue refiere que los padres dedican más de
una hora al día a cuidar tiernamente de sus hijos, a los que dedican toda suerte

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de caricias y besos, y de esa manera les dan alimento al tiempo que placer. Es
más, según parece, es costumbre común en ellos besar o chupar el pene de los
hijos “mayorcitos” para calmarlos cuando se sientan de “mal humor”. Vamos
cuando se ponen guerreros y no hay quien los calle. Ingenioso truco, que al
parecer no era desconocido por esas severas “institutrices” occidentales
decimonónicas, a decir de Eibl-Eibesfeldt. Según su opinión, este tipo de
comportamientos no debe considerarse como algo sexualmente perverso, sino
como un signo del cuidado que los padres – y las madres – dedican a sus
criaturitas, una conducta que realmente es “asexuada”, una forma de
vinculación familiar más que una búsqueda del placer sexual, el que, sin duda,
los hijos y sus padres habrían de sentir y disfrutar durante esas prácticas, sin
sentirse incómodos por ello. De las institutrices nada se ha vuelto a saber.

Otra de las culturas no occidentalizadas que ha merecido la atención de los


antropólogos ha sido la árabe o musulmana. Ya en el siglo XVI los poetas
árabes describían besos eróticos, y de esa época se conoce un libro escrito por
un anónimo poeta tunecino, titulado “El jardín perfumado”, en el que se dice:
“El beso en la boca, en las dos mejillas, en el cuello, así como el succionar los
labios frescos, son regalos de Dios”. El erotismo privado y la sexualidad
como un don divino es una constante en las culturas árabes, y sus ritos
sociales también contemplan el beso de una forma muy ritualizada, cargada
de signos y significados, como tendremos ocasión de ver más adelante. En
general se trató siempre de pueblos muy besucones, contemplando siempre
ciertas variaciones a tener en cuenta, como la edad, el sexo, la privacidad o la
familiaridad de los besantes, y siempre con la religiosidad al fondo.
Volveremos sobre ello.

Curiosidades aparte, como dijimos dos de los lugares más comunes en las
investigaciones de los antropólogos han sido buscar culturas con formas de
besarse “especiales”, o culturas, tribus, sociedades “sin besos”. Respecto de
las primeras, realmente podríamos decir que lo que practican ciertas culturas
son “equivalentes” de los besos, formas mecánicamente diferentes, pero
sexual o semánticamente semejantes. Respecto de las segundas, podemos
decir que no se han encontrado “culturas sin besos”. Según la experta Blue,
solamente en ciertos pueblos africanos – que no cita – el beso resulta
desagradable, hasta el punto de que han desarrollado maniobras de extinción
de los mismos. Pero en realidad sería más adecuado interpretarlas no tanto
como un rechazo al beso, cuanto como maneras de represión de la sexualidad
femenina. Cómo interpretar sino la mutilación del clítoris, la infibulación, o la
inserción de anillos ostentosos y molestos en los labios de las mujeres de
ciertas tribus africanas. Aun así, hasta en esas “brutales” tribus o culturas se
practica el sexo precoital mediante frotación, succión, mordisquitos, soplos o

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palmaditas en la cara. Y a saber que harán en privado, cuando se quiten los
anillos.

En todo caso, lo que la antropología nos ha dejado bien claro con respecto al
beso es que no es patrimonio de ninguna época o pueblo, puesto que tanto
como manifestación sexuada como asexual existe en prácticamente todas las
culturas. Según diversas fuentes revisadas por Helen Fisher, las
manifestaciones públicas de amor romántico existen en el 80 % de las 168
culturas que han sido estudiadas por los antropólogos, y en más del 90 % de
ellas se practica el beso erótico en privado y en público; y en el resto, que no
lo hacen en público, es más que probable que también lo hagan en privado.
Por lo tanto cerremos la cuestión: no hay culturas sin besos, ni besos sin
cultura. Y es que, como ya hemos señalado, la cultura tiene mucho que
agradecerle a los besos.

Como se puede apreciar la antropología es una ciencia sencilla, observadora y


descriptiva, pero nunca simple ni conformista. De hecho las teorías
desarrolladas por el francés Edgar Morín aportaron una visión compleja de la
antropología que encadenaba lo etológico con lo cultural y acababa en la
sociología más avanzada. El profesor Solana Ruiz, de la Universidad de
Granada, las estudió en profundidad, y sus apuntes nos clarifican el farragoso
modelo “moriniano”. La antropología compleja define al hombre como un ser
“bio-cultural”. No es sólo una mezcla equitativa de biología y cultura, sino
que todo es biología y cultura a un tiempo. Según su visión, todo acto humano
es totalmente biológico y totalmente cultural. Todo acto humano biológico,
incluido el besar, es acto cultural, y todo acto cultural lo es biológico, puesto
que el ser humano es naturaleza y cultura sabiamente entrelazadas. Besar es,
antropológicamente hablando, un “acto bio-cultural”. Tal vez el acto bio-
cultural por excelencia.

Es sabido que las cosas se complican cuando se observan con suficiente


proximidad. Del mismo modo las conductas humanas se complican cuando se
convierten en actos sociales y culturales. También cambian cuando se
practican con la suficiente intimidad. Los amantes buscan el recogimiento,
como si de un rito religioso se tratase. Practican el beso con modelos
aprendidos pero adaptados a la circunstancia dual que es la pareja. Cada
persona besa de acuerdo con como besa el otro. El beso es complejo porque
siempre es cosa de dos. Del beso nasal, al beso labial, al beso lingual, al beso
caníbal, se pasa igual que de los gemidos se pasa al susurro y de estos a las
letanías y de estas a las poesías eróticas. El beso es el introito permanente, la
sacralización del deseo.

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Más puede que estemos yendo demasiado lejos, y no es el caso. Este no es un
libro de anatomía, ni de fisiología, ni de etología, ni de antropología, ni de
sociología, aunque, como los besos, de todas esas fuentes ha de beber algo.
Así pues, para acabar este capítulo, permítame que le ofrezca una especie de
resumen “eto-antropológico” del beso, en un tono más próximo al folclore
que a la universidad.

Todo empezó con un pico, el de los pájaros. Un inteligente instrumento,


utilizable no sólo para comer y alimentar a otros, sino también para
intercambiar feromonas y estimular la sexualidad, la procreación y el cuidado
de los polluelos. Del pico se pasó al labio, el labio de los mamíferos. Un
instrumento igualmente multiusos, pero más tierno y sofisticado, también
cercano a la nariz y próximo a las feromonas y al cerebro. Con tan perfecto
instrumento se colige que – valga el ripio – “del chupar al besar todo fuera
coser y cantar”, y nunca mejor dicho. Inventado el beso ya sólo fue cuestión
de esperar a que el cerebro creciera y lo complicase todo. Así fue como los
“sesudos” primates enseguida aprendieron a sacarle partido a tan magnífico
instrumento. ¿Por qué limitarse a usarlos para mamar en la tierna infancia, o
chupar y deglutir en la etapa adulta, si además eran una inestimable fuente de
placer y amistad? Ya puestos, de los primates a los habitantes de las sabanas
africanas simplemente pasaron unos pocos millones de besos. Los primates
inventaron los besos y los morreos, y los más “sapiens” los aprovecharon a
conciencia, para darse placeres y saludos. Luego vino el pecado. Ya se sabe
que del uso al abuso solo hay un tropezón, que, aunque no rime, es lo que
sucede cuando el placer se mezcla con la intimidad. Así fue como los
primeros “homos sapiens” se ganaron la expulsión del Paraíso, justo en el
momento en que un señor llamado Dios les dio un buen susto con la “voz de
la conciencia”. Seguro que fue porque estaba muerto de envidia, pues él, en
su magna divinidad, no tenía nadie con quien besarse. Por eso les impuso un
castigo eterno, el de verse obligados ya para siempre a pecar labio contra
labio, y después de eso a enamorarse, y a sexuar y reproducirse, pero con
normas, no a “lo bestia”, sino en la intimidad, en su casita, en la alcoba y con
cortinas. Así se inventó la cultura y se acabaron las brutalidades. De la
libertad de besar, se pasó a la prohibición de hacerlo, de la espontaneidad
lúdica y placentera, a las costumbres y sofisticaciones sociales, del gesto al
rito y de este a la liturgia religiosa, a las normas y leyes, a los notarios de la
historia y al arte. Dígame si no es cierto que el beso es un gran argumento,
algo así como el gran hilo conductor de la humanidad. ¿Qué creía, que era un
juego?

El beso es eterno y concupiscente. Viaja constantemente de la carne al verbo


y vuelve del verbo a la carne. Pero nunca olvida su origen “bestial” y
pecaminoso, y aunque las pudorosas normas se empeñen en ocultarlo o

49
disfrazarlo, el beso siempre resurge y regresa a la animalidad, a la
instintividad, y remueve las entrañas carnales de los besadores, y desata a las
feromonas incontrolables, y enciente los labios henchidos de sangre, y acelera
los palpitos desaforadamente, y… cómo serán los besos que llegan a producir
“ceguera transitoria”, como cierta dama - madura pero aun bella - me cuenta
que le sucede cuando besa a ese alguien que sólo ella sabe quien es, y que no
necesita ser nombrado, ni visto, para ser sentido y resentido…

En fin, me dirá que esto ya es caer de nuevo en la poesía y no le falta razón.


Volvamos pues al cauce de la humanidad y para ello qué mejor fuente que el
archivo de la memoria, la “historia”. A la historia de los besos, y a los besos
en la historia, es a lo que dedicaremos el siguiente capítulo.

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5. BESOS CON HISTORIA.

El que escribe esto vive en Burgos, en un valle próximo a una colina donde
algunos seres humanos, hace cientos de miles de años, se dejaron los huesos
perdidos en las cuevas de un monte. Y no es metáfora.

Hablo de Atapuerca, del mayor yacimiento paleontológico y protohistórico


del mundo. Sabemos que los seres que allí vivieron hace cientos de miles de
años cazaban, comían, se comían, se cuidaban, se relacionaban y también
sabemos que un día muy lejano, allá por los albores del origen de la especie,
descubrieron que podían comunicarse a través de gestos, sonidos y símbolos.
Según los expertos eso pudo ocurrir hace unos… bueno, muchos años, cuando
alguien depositó una piedra tallada, un bifaz de bella factura, bautizada por
los investigadores con el simbólico nombre de Excalibur, junto al cadáver de
alguien . Según ellos éste pudo ser el primer gesto simbólico conocido. Esa
piedra no se llegó a utilizar para sus fines normales, sino que pudo ser tallada
como ofrenda, regalo o estela mortuoria. ¿Quién sabe si eso es cierto?, pero la
teoría es tan sugestiva como que al fallecido le despidieran con un beso antes
de arrojarle a la Sima de los Huesos. De ninguna de las dos teorías hay
constancia alguna, pero de ninguna deberíamos extrañarnos. Trataremos
lógicamente de los besos prehistóricos, antes de entrar en los históricos.

Hace muchos, muchos años, de eso… pero el dato concreto no nos importa.
La cuestión que nos preocupa es si aquellos protohumanos sabían besar y se
besaban. Obviamente no sabemos nada de ello, pero es muy plausible que la
conducta simple y natural de “tocar-con-los-labios” se produjese antes incluso
de que como seres pertenecientes al género “homo” adquirieran -en sentido
estricto- “comportamiento” consciente y reflexivo (autoconsciente).
Posteriormente, el desarrollo del comportamiento de “besar” se iría
configurando paulatinamente de forma paralela al desvelamiento de la
capacidad de comunicación simbólica. La hipótesis de la “explosión del
simbolismo”, como causa y consecuencia de la inteligencia social, de la
cultura y el arte, es muy sugestiva. De Altamira a ARCO no habría mucha
diferencia: ambos son resultados de la capacidad humana de expresarse y
comunicarse mediante símbolos.

Pretendo desarrollar la hipótesis de que uno de los primeros símbolos pudo


ser el beso. La idea es que antes de que el ser humano lograse utilizar las
señales físicas (dibujos, tallas, adornos…) como signos con significado
(símbolos), tuvieron que aprender a utilizar los gestos (comunicación no
verbal) y los sonidos (comunicación preverbal) como actos significativos. La
etología comparada y la antropología nos han enseñado que el beso, como
gesto instintivo, ya es usado por los homínidos que nos preceden en la escala

51
evolutiva y por los pueblos aculturizados. Por lo tanto, podemos aceptar que
también existiría en los primeros seres del género “homo”, y podría
generalizarse como acto simbólico en los “homos sapiens”. La relación entre
beso, lenguaje y cultura ha sido defendida por la antropología compleja que
antes examinamos, por lo tanto, la propuesta que hago podría enunciarse en
los siguientes términos: “El beso es un gesto fundacional de la historia
humana”.

De todo ello, insisto, no queda ninguna constancia, al menos no la he


encontrado ni siquiera escudriñando con paciencia de excavador en los
magníficos textos publicados por los Codirectores de Atapuerca, pero he
hablado con uno de ellos, José M. Bemúdez de Castro, y no se ha mostrado en
desacuerdo con el siguiente planteamiento: La utilización simbólica del gesto
o el sonido (y el beso usa ambas), tuvo que ser anterior al uso de señales,
instrumentos, aditamentos del vestido, etc. como símbolos. Podremos aceptar
que antes de que los seres fuéramos específicamente humanos, es decir
“sapiens-sapiens”, ya sabíamos besar, pues de hecho todos los homínidos
besan.

Como corolario de lo que digo me gustaría que recordasen por un momento la


tosca facies de aquellos seres humanos “Antecesores”, o los Neandertales, con
su llamativo prognatismo, esos labios gruesos y protuberantes, como hechos a
propósito para besar. Aunque sólo fuera por accidente táctil, es evidente que
el beso tuvo que acontecer entre los seres humanos protohistóricos como una
sucesión lógica de la aproximación olfatoria - la cual, según algunos sería el
verdadero origen del beso - tanto como por la progresiva sofisticación de la
conducta de mamar, como opinan otros.

Uno de los aspectos y consecuencias más interesantes del beso en los


protohumanos podría haber sido el establecimiento de vínculos familiares.
Según H. Zulliger en “Horda, banda, comunidad”, el papel de los contactos
físicos emocionales en la formación de la pareja, la familia y la comunidad es
clave. Según sus teorías, antes de que se estableciese la familia como tal, los
seres establecerían sistemas de comunidad basados en intereses comunes
transitorios: “Hordas”. El paso de grupos en forma de “hordas” a grupos en
forma de “bandas” (grupos permanentes, con intereses comunes estables) y de
estas a las “familias”, se consumaría por diversas razones, entre ellas las de
defender el nido “familiar”, mejorar las condiciones de alimentación, regular
las necesidades sexuales, procurarse protección y cuidados, etc. En el seño de
las primeras agrupaciones “familiares”, eso que ahora llamamos amor sería
muy distinto. Los primeros seres experimentaron impulsos sexuales y
pasionales sólo en determinadas épocas de celo, las cuales dependerían, entre
otras cosas, de las estaciones del año. Mientras tanto el instinto sexual estaba

52
adormecido, pero cuando despertaba lo hacia con fuerza irresistible. El
hombre se hallaba irreflexiva y animalmente sometido a él y cualquier medio
de alcanzar su objetivo era bueno. Su “amor” era sólo ansia de aparearse y
nada más. No existía originariamente en el hombre ese aspecto del amor que
ahora llamamos emocional o espiritual. Eso sólo pudo desarrollarse después
de largo tiempo de convivencia y, posiblemente, se debió a la relación
materno-filial. El modelo original sería el del amor de la madre a sus hijos y
de estos a sus madres. En el lactante se habría despertado el amor por su
madre al poseerla oralmente, a través de la relación nutricia. La genitalidad
sería muy posterior, un complicado ensamblaje, compuesto de numerosas
tendencias y aprendizajes sucesivos, que proporcionarían placer y se
satisfarían globalmente.

En el contexto de la primitiva relación materno-filial es en la que


encontraríamos por primera vez el beso como elemento fundacional de la
sociedad humana. Zulliger opina que el placer del beso procede del placer de
chupar. Antropológicamente se podría rebatir su teoría señalando que en la
actualidad aun hay pueblos o culturas que no practican el beso bucal o
“succional”. En lugar de besar lo que hacen, por ejemplo, es frotarse las
narices, lo que también podría remontarse a la costumbre de los lactantes de
apretar la naricilla contra el pecho de la madre, que permitiría asociar los
estímulos olfatorios con los placeres nutricionales. El beso labial, el
frotamiento de la nariz, la delicada caricia, el cogerse de las manos, el
abrazarse, el mordisquearse o el morderse decididamente, satisfacen un
erotismo superficial, pero también tan “profundo” que se remonta a las capas
más primitivas de la conducta humana.

Sea como fuere, ya fuese por la boca, ya por la nariz, algún día sucedió que
los labios de una madre “Antecesora”, mientras su lactante mamaba, rozaron
tiernamente la mejilla, la frente, los labios, la boca de su retoño. Y ya no sólo
fue el gesto de olfatearle para sentirle y reconocerle, ya fue para tocarle y
sentirle vivo, cálido, tierno, y hacerlo con la parte más sensible de su cuerpo:
los labios. ¿Cuándo ocurrió el primer beso maternal?, ¿cuándo se transmutó
en sexual, o en beso de salutación o despedida?, y, sobre todo, ¿cuándo se
dieron el primer beso de amor una hembra y un macho Antecesores? Los
investigadores de Atapuerca no lo saben, pero tampoco es necesario. Basta
con que hayan aceptado la pregunta. Para encontrar la respuesta tendríamos
que remontarnos hasta las primeras mujeres “cromagnones”, cuando aún no
se había descubierto el fuego y no sabían usar las herramientas. Las madres
no serían muy hábiles en el uso de las manos para preparar los alimentos,
entonces estas hembras tendrían que mascar la comida destinada a sus hijos.
Cuando la “papilla” estuviera en su punto, lo pasarían de sus bocas a las de
sus pequeños. Quizá aprendieron de las aves, que regurgitaban los alimentos

53
para dárselo a los polluelos. Ningún sentido pasional o de cariño,
simplemente un sentido práctico y vital. Luego vendría todo lo demás.

Así pues, y por concluir esta ya farragosa hipótesis, diríamos que los
diferentes tipos de besos pueden ser entendidos como comportamientos
sensoriales, sentimentales, sexuales y comunicativos, productos de la
evolución y desarrollo cerebral del ser humano, y contribuyen al desarrollo
social de la humanidad que partiendo de la proto-historia fundan la historia.

Llegados a este punto, dejamos la prehistoria y entramos en la historia. Nadie


podría decirnos cuando acaba una y empieza otra, aunque es evidente que a
efectos prácticos la historia tenemos que hacerla comenzar algún día, y en
materia de besos comienza, lógicamente, en el momento en que alguien
plasmó el primer beso en pintura, escultura o texto. Pues bien, sea historia o
mito, los primeros datos escritos sobre besos los encontramos, como casi
todo, en la Biblia, en los “besos bíblicos”.

BESOS BÍBLICOS

La Biblia es el libro de los libros, y como corresponde está lleno de palabras,


y de otras muchas cosas, entre ellas hay muchos besos. Resulta sorprendente
la cantidad de besos que se encuentran en ella. Ahora que disponemos de
versiones informatizadas de la Biblia, basta con pedirle al ordenador que
busque la palabra “besos” o “besar” y salen docenas de citas. Lo más sencillo
sería copiarlas y ofrecérselas, pero también sería tedioso e insustancial, y los
besos, sin sustancia, pierden mucho. Por eso es de agradecer el esfuerzo que
ha hecho el sacerdote-periodista Jesús Infiesta para sistematizar el tema en un
bello capítulo incluido en el libro “Besos”, dirigido por Mª Ángeles Rabadán,
del cual vamos a tomar prestadas muchas cosas a lo largo de este libro, por lo
que vaya por delante mi agradecimiento a los autores del mismo.

En efecto, desde el Génesis hasta el final del Antiguo Testamento hay al


menos 40 alusiones directas a los besos. La Biblia es casi un catálogo de
besos. Por cierto, en el último libro, el Apocalipsis, no hay ni uno sólo. Será
que los besos terminales son mucho más difíciles de dar, pues como dijo no se
quien, “el peor nunca es el primer beso, sino el último”. Así pues
empezaremos por el principio, el Génesis, y en él enseguida encontramos los
primeros besos:

Gen: 26 Y le dijo Isaac su padre: Acércate ahora, y bésame, hijo mío.

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27 Y Jacob se acercó, y le besó; y olió Isaac el olor de sus vestidos, y le
bendijo, diciendo: Mira, el olor de mi hijo, como el olor del campo que
Jehová ha bendecido;…

Este es el primer beso en orden de aparición es la escena bíblica, tal vez el


primero escrito por los seres humanos. Un beso candoroso, muy labial, muy
umbilical, ligado a esa forma de cariño que es la ternura con que la madre o
el padre cuidan de su hijo, aunque tal vez oculte algo, ya lo veremos.

Poco después aparece otra forma de besar, la primera expresión de un beso de


amor entre hombre y mujer, con escena pastoril incluida y Dios vigilando:
Gen. 29:
10 Y sucedió que cuando Jacob vio a Raquel, hija de Labán hermano
de su madre, y las ovejas de Labán el hermano de su madre, se acercó
Jacob y removió la piedra de la boca del pozo, y abrevó el rebaño de
Labán hermano de su madre.
11 Y Jacob besó a Raquel, y alzó su voz y lloró.
12 Y Jacob dijo a Raquel que él era hermano de su padre, y que era
hijo de Rebeca; y ella corrió, y dio las nuevas a su padre.
13 Así que oyó Labán las nuevas de Jacob, hijo de su hermana, corrió
a recibirlo, y lo abrazó, lo besó, y lo trajo a su casa; y él contó a Labán
todas estas cosas…
20 Así sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos
días, porque la amaba.

He ahí el segundo y el tercero de los besos. Dos besos bien distintos, de amor
y de salutación, bien descritos y diferenciados desde el principio de las
palabras. Dos semióticas del beso en el libro más simbólico de todos.

Pero sigamos. En el Capítulo 48 del Génesis, Jacob bendice a Efraín y a


Manasés, los hijos de José, nacidos en Egipto, para otorgarles el
reconocimiento y la primogenitura:
Gen 48: 8 Y vio Israel los hijos de José, y dijo: ¿Quiénes son éstos?
9 Y respondió José a su padre: Son mis hijos, que Dios me ha dado
aquí. Y él dijo: Acércalos ahora a mí, y los bendeciré.
10 Y los ojos de Israel estaban tan agravados por la vejez, que no
podía ver. Les hizo, pues, acercarse a él, y él les besó y les abrazó.

Otro famoso y primerizo beso bíblico es el que Moisés recibió de su hermano


Arón a su vuelta del desierto, cuando éste fue a recibirle por orden de Dios:

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Exodo 4: 27 Yavé dijo a Arón: Ve al desierto, al encuentro de Moisés.
Partió Arón, y encontrándose con su hermano en el monte de Dios, le
besó”.

Por primera vez un dios usa el beso para significarse. Por cierto, ¿los dioses
también besan? Se lo preguntaremos a los griegos más adelante.

Recordaremos aun otro beso curioso, el beso alado, el beso de mariposa que
dicen los niños. Es en el libro de Job (31,27): “Y les mandé con la mano el
beso de mi boca”.

Besos, como se aprecia, de todos los tipos. Universales, telúricos, sagrados,


amorosos, tiernos, caritativos, eróticos… He aquí, por tanto, un segundo
catálogo de besos, después del que encontramos en los diccionarios de la
lengua. Por si alguien quiere entretenerse, puede buscar en las Antiguas y
Nuevas Escrituras y encontrará besos de afecto (Génesis 27:26, 27; 29:13;
Lucas 7:38, 45); de reconciliación (Génesis 33:4; SAM 2. 14:33); de
despedida (Génesis 31:28,55; Ruth 1:14; SAM 2. 19:39); de homenaje (Ps
2:12; 1 SAM. 10:1); paterno-filiales (Génesis 27:26; 31:28, 55; 48:10; 50:1;
Ex. 18:7; Ruth 1:9, 14); entre parientes (Génesis 29:13; 33:4; 45:15);
fraternales (Rom. 16:16; 1 Cor. 16:20; Cor. 2. 13:12; 1 Tes. 5:26; de idolatría
(Reyes 1 19:18; Hos. 13:2), etc.

Precisamente uno de los aspectos más significativos de la historia bíblica de


los besos es comprobar las diferencias entre el Viejo y el Nuevo Testamento.
En este también hay abundancia de besos de todos los tipos. Veamos uno de
ellos, gracias al cual la mujer pecadora se redime por mediación del Mesías.
Lo encontramos bellamente descrito en:
Lucas 7:
37 Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que
Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro
con perfume;
38 y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con
lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y
los ungía con el perfume.
39 Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí:
Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le
toca, que es pecadora.
40 Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que
decirte. Y él le dijo: Di, Maestro.
41 Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos
denarios, y el otro cincuenta;

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42 y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál
de ellos le amará más?
43 Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más.
Y él le dijo: Rectamente has juzgado.
44 Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu
casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies
con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos.
45 No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar
mis pies.
46 No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume
mis pies.
47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados,
porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.
48 Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados.
49 Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a
decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados?
50 Entonces Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz.

Se trata de besos mágicos, que sirven para la transformación íntima y social


de la persona. Esta función redentora, liberadora, transitiva de los besos la
vamos a ver muchas veces a lo largo de la historia y los mitos. Es la esencia
de un buen número de cuentos y leyendas bien conocidos. Tal vez sea la más
noble de las funciones del beso, la que nos redime y nos acerca a la
inmortalidad. Valga a este efecto recordar la cita que comparten V. Burell y
E. Galvano: “Somos mortales solamente hasta el primer beso o la segunda
copa”. Besos y vino para andar el largo camino que va de los cielos al tálamo.
En todas las culturas se ha recorrido este camino. El beso es de origen divino,
dice Infiesta, símbolo de veneración a los dioses, plasmados en innumerables
manifestaciones litúrgicas y rituales. El Pilar que soporta la Virgen a orillas
del Ebro; la pétrea espalda de Santiago en el templo donde acaba su famoso
camino; la columna que soportaba la efigie de Hércules en el templo de
Agrigento, según nos cuenta Cicerón, ya que no pudimos verla… tres simples
ejemplos de cómo los besos llegan a desgastar la piedra mágica sobre la que
los humanos sustentan sus esperanzas y descargan sus temores.

Otro beso interesante, muy significativo en relación con el mensaje del Nuevo
Testamento, es el que expresa la redención y absolución de la culpa, es el que
se dan el padre y el hijo pródigo al regreso de éste:
Lucas 15, 18-20: “Iré a mi padre y le diré: Padre he pecado contra el
cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame
como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se vino a su padre.
Cuando aun estaba lejos, viole el padre y, compadecido, corrió a él y
se arrojó a su cuello y le cubrió de besos.”

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Desde ese beso en adelante, sin salirnos de los Evangelios, encontraremos
besos para todos los gustos. Besos poéticos, simbólicos, míticos, misteriosos,
todos ellos llenos de significados, incluyendo el beso de Judas, el de la
traición, el más famoso de los besos de la historia. Una lectura transversal de
los Evangelistas nos muestra que todos relatan este beso de modo bastante
coincidente. Tomaremos el relato de Lucas por ser tal vez el más descriptivo:
Luc. 22: 45 Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos,
los halló durmiendo a causa de la tristeza;
46 y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis
en tentación.
47 Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba
Judas, uno de los doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús
para besarle.
48 Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del
Hombre?

Este beso es tan peculiar que engendrará un modelo que perdurará para
siempre, aunque dicho simbolismo no fuese nuevo en la Biblia. En realidad
no hace sino retomar la tradición que ya se anunciaba en Proverbios (27:6):
“Los reproches de un amigo demuestran su lealtad, los besos de un enemigo
son engañosos.”

Tradición anticipada también por Joab antes de asesinar a su rival Amasa con
su espada, según consta en Sam. 20, 9-10: “Entonces Joab dijo a Amasa: ¿Te
va bien, hermano mío? Y tomó Joab con la diestra la barba de Amasa, para
besarlo. Y Amasa no se cuidó de la daga que estaba en la mano de Joab; y
éste le hirió con ella en la quinta costilla, y derramó sus entrañas por tierra,
y cayó muerto sin darle un segundo golpe.

Y por Absalón, el tercer hijo de David (Sam. 15,5-6): “Y acontecía que


cuando alguno se acercaba para inclinarse a él, él extendía la mano y lo
tomaba, y lo besaba. De esta manera hacía con todos los israelitas que
venían al rey a juicio; y así robaba Absalón el corazón de los de Israel.

E igualmente antecedida por Jacob, quien haciéndose pasar por su hermano le


roba la primogenitura a Esaú con el que según vimos es el primer beso bíblico
en orden de aparición: (Gen. 27, 26-27): “Y su padre Isaac le dijo: Acércate
ahora y bésame, hijo mío. Y él se acercó y lo besó…”

Ahora bien, ¿quiere eso decir que el beso como símbolo de traición o engaño
podría considerarse la más antigua de las semánticas universales del besar?
Probablemente no, aunque si entronca en cierto modo con la función

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predominante de los besos bíblicos, la social, mucho más que la amatoria. De
hecho, si nos fijamos descubriremos que la mayoría de los besos bíblicos son
de bienvenida, de despedida, de expresión de respeto, de reconocimiento de
autoridad, etc. Veamos, a modo de ejemplo, lo que el faraón le dice a José,
para conferirle la autoridad sobre las masas, esa que tan hábilmente sabrá
luego utilizar a favor de su pueblo judío: “Todo mi pueblo se someterá a tus
órdenes” “Que todo mi pueblo te bese en la Boca”.

Ese beso es símbolo de respeto y poder. Por cierto, José debería considerarse
como el primer psicoanalista de la historia, y no Freud - quien como veremos
también se preocupó ampliamente del tema de los besos - ya que aquel supo
interpretar tan hábilmente los sueños del faraón, que consiguió cambiar su
propio destino, el del pueblo judío y el de la humanidad.

Resulta curiosa esta circunstancia. El beso antes de ser descrito como símbolo
amatorio o sexual, es usado como sistema para comunicar socialmente algo.
Y resulta curioso porque si la hipótesis que sostenemos es que el beso surge
de la complicación de las conductas de olfacción o succión, lo lógico sería
esperar que su primer uso histórico fuese el “amatorio”, el sexual, más que el
ritual, y al parecer no es así, como tendremos ocasión de comentar.

Sin embargo en la Biblia también encontramos referencias al beso amatorio o


sexual, aunque para ello tengamos que recurrir al menos “religioso” de todos
sus libros, el Cantar de los Cantares, que es en realidad un bello poema de
amor, atribuido al Rey Salomón, y por lo tanto escrito presumiblemente hace
unos 3000 años. En este libro los besos alcanzan por primera vez categoría
cinematográfica. Recordemos: “Oh, que él me besara con los besos de su
boca. Mejor que el vino es tu amor”. Y también: “Tus labios, ¡oh! esposo
mío, gotean como el panal de miel; hay miel y leche bajo tu lengua”. Retenga
esta frase, por favor, más nos hará falta.

Hay muchos exegetas dogmáticos, rígidos y pacatos que interpretan estos


besos del Cantar de los Cantares como una simbolización del amor entre el
alma inmortal de los seres humanos y su donador, el dios todopoderoso.
Como una expresión mística de la unión entre la parte espiritual de los seres
humanos y la divinidad que se la confiere, cuando en verdad lo que uno siente
y colige al leer ese libro maravilloso, es que no es más que literatura erótica
de categoría superior, escrita cientos de años antes que los arrobos eróticos de
San Juan de la Cruz se convirtieran en poesía mística, y miles de años antes
de que se hiciera famosa la colección de libros “La sonrisa vertical”.

Viejo y largo es el viaje de los besos, y ancho es su dominio. En efecto, dado


que la catalogación historiográfica del libro de los libros es tan incierta como

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dispar, bien podríamos asegurar sin temor a equivocarnos, que hace más de
3000 años los seres humanos ya besaban con amor, con candor, con pasión,
con ternura, con emoción, con odio, con traición… lo dejaban escrito con
belleza admirable. Es evidente que no lo hacían sólo como los animales, y en
todo caso no sólo por aproximar los labios a otros labios u otras partes de
cuerpo de otra persona.

Así, por ejemplo, en Mesopotamia, unos 1750 años antes de Cristo, ya


podemos encontrar textos que contemplan besos simbólicos y amatorios.
Infiesta recoge el siguiente texto: “Sí, besaré a mi querido. Le daré besos. Y
no pararé de comérmelo con los ojos”. Incluso más atrás se encuentran textos
sumerios, escritos al parecer entre el 2000 y 3000 antes de Cristo, que
describen el beso amatorio como símbolo que sella el matrimonio entre
“Ianna y Dumusi”. Dice: “Bésame con toda la boca…” “Que me bese con los
besos de su boca”. Sin comentarios, pero es una verdadera belleza amatoria
protagonizada por los besos, que nos hacen repensar la hipótesis. Ahora
parece que la amatoria gana a la social en antigüedad.

Pero, ya que andamos metidos entre el medio oriente y la religión cristiana,


déjeme que examine la relación entre ambos, y que indaguemos si tiene
alguna pertinencia hablar de las características peculiares de los “besos
cristianos”, como algún teólogo ha defendido recientemente.

EL EVANGELIO DE LOS BESOS

El amor es el principal mensaje de los Evangelios cristianos, ¿no es cierto?


Por lo tanto podríamos esperar que los Evangelios y los besos tuvieran mucha
relación. Examinémoslo: ¿qué sucedió con los besos después de aquellos
imborrables sucesos que cambiaron la historia? Pues bien, después de la
muerte de Jesucristo, ya durante los primeros decenios de la era vulgar, los
padres de la Iglesia escribían cartas a sus fieles llenas de besos. San Pablo es,
tal vez, el más pródigo de todos. En su Epístola a los Romanos, dice,
textualmente: 16:16 Saludaos los unos a los otros con ósculo santo. Os
saludan todas las iglesias de Cristo. Y en la primera a los Corintios manda de
nuevo: 16:20 Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros
con ósculo santo. Y en varios otros lugares se despide con esa encomienda
“besaos los unos a los otros”.

El beso como gesto de reconocimiento fue desde muy pronto un símbolo


cristiano. El beso santo, el beso de paz, (la “pax”) enseguida se instituyó y
mantuvo en la “iglesias” cristianas como símbolo de vinculación, de piedad y
de amor fraterno, un gesto que invitaba al perdón, a la simpatía, a la abolición

60
del resentimiento y el odio, a la unión religiosa (que viene de “re-ligare”) y a
la caridad (que significa “comida en común”). Según Infiesta, esta manera de
besar no fue en realidad más que la incorporación al cristianismo de la
simbología helenística y romana, pródiga en besos.

Otro de los padres de la Iglesia más interesantes en relación con los besos fue
San Justino, mártir en el año 165, y el que podríamos considerar como primer
analista y apologista de Cristo. Menciona en sus escritos sobre los Cristianos,
a los que antes de vincularse ya había observado y estudiado en profundidad,
el frecuente uso que hacen del gesto simbólico de besarse: “Los cristianos se
daban un beso para que su martirio se llevase a cabo con el beso de paz”.

San Hipólito, otro mártir, a comienzos del siglo III menciona que los
sacerdotes al comienzo de la eucaristía deben recibir un beso de los miembros
de la asamblea, pero eso sólo lo pueden hacer los que previamente hayan sido
bautizados, confirmados y besados por el sacerdote. Este “beso de paz” se
daba “boca a boca”, como símbolo de transmisión del soplo divino.

Para San Agustín (354-430), gran “besador” antes que santo, el beso es cosa
seria que no debe menospreciarse. Es lo más importante “que hacen los
labios después de las palabras”, es la forma más sincera de ofrecer la paz a
los demás miembros de la Iglesia. Cuando estos se besan lo hacen no sólo sus
labios sino sus corazones: “Al igual que vuestros labios se acercan a los de
vuestro hermano, que vuestros corazones no se aparten de sus corazones”.
Sin embargo para San Agustín no es todo candor y claridad, pues recela del
beso y de cualquier comportamiento sexual cuando hace pender sobre ellos la
espada del pecado original, herencia de nuestros primeros padres, que se
transmite a la descendencia eternamente y sin necesidad de testamento, tal y
como ocurre con los besos.

No en vano por la boca vino el primer pecado, interprétese esto como se


quiera. Antropológicamente o religiosamente. El bocado de Eva era “la puerta
del diablo” según Tertuliano (160-225), quien demonizó la boca de la primera
mujer y con ello al beso. El fruto prohibido no era una manzana, eso es
seguro, era un beso sabio, instigador del sexo y las palabras. No probéis de
ese fruto, pues detrás de el está el placer y la inteligencia, parece decirnos la
escena bíblica, o al menos así la interpretaron y ocultaron los primeros
exegetas, como Tertuliano o Agustín. Del beso a la cópula, y de esta a la
generación de la vida, como los dioses mismos, que poseían la sabiduría y la
facultad de crear. Cuanto peligro, nos viene a sugerir esta historia mítica de la
humanidad.

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Tanto peligro y tanto pecado, acabó reflejándose en el sentimiento de culpa
umbilical que todos los cristianos arrostraron durante siglos de oscuridad e
ignorancia. Del pecado, a la culpa y de esta a la expiación a través del
ascetismo, la mortificación o de conductas excéntricas, desde el movimiento
eremitas a los flagelantes, pasando por los peregrinos, judíos errantes o
besadores de leprosos.

En efecto, se dice que el rey Luis IX, hijo de Blanca de Castilla, lavaba y
besaba los pies roñosos y llenos de yagas de los mendigos a los que invitada a
su mesa diariamente, a modo de renovación de la costumbre cristiana. San
Juan el Hospitalario, según cuenta Jacobo de la Vorágine en “La leyenda
dorada”, nació maldito y destinado a ser militar y santo, según profetizaron un
ermitaño y un gitano que le vieron nacer. Con los años se hizo cazador
sangriento y militar famoso. Como cazador y soldado mataba
desaforadamente, hasta el punto de una excitación pasional que solo lograban
calmar los besos de su madre. Como militar de alcurnia acabo casándose con
la hija de un rey, siendo adulado y besado por las multitudes. Un buen día
regresa a casa de noche y encuentra a su mujer en la cama con otro, y los
mata, pero pronto descubre que en realidad eran sus padres que habían venido
a visitarlos sin avisar. Desquiciado por la culpa huye y se convierte en un
barquero que arriesga su vida transportando viajeros en un río sin cobrar nada.
Un buen día lleva a un horrible leproso al que ofrece comida y cobijo. El
leproso está moribundo, tiembla de frió y le pide que le abrace y le caliente, y
Julián no duda en hacerlo, y “…se echó encima boca contra boca, pecho
contra pecho. Entonces el leproso le abrazó fuertemente”… y en tal trance los
dos mueren y los ángeles se los llevan al cielo.

San Francisco de Asís (1182-1226) también protagonizó una escena con


leproso. Paseándose en cierta ocasión a caballo por la llanura de Asís,
encontró a un leproso. Las llagas del mendigo aterrorizaron a Francisco; pero,
en vez de huir, se acercó él pues le tendía la mano para pedirle limosna. A
pesar de la repulsa natural, venció su voluntad, se acercó y le dio un beso.
Aquello cambió su vida, se convirtió en santo. A la santidad por el beso. Un
compendio de “masoquismo” cristiano que redime de la culpa y del pecado
original. Es el beso de iluminación que tan de moda se puso entre los
caballeros y en las leyendas medievales. Los besos a los leprosos llegaron a
ser una verdadera plaga entre los ascetas medievales. Los caballeros cruzados
en destino a Jerusalén pasaban de matar infieles a besar leprosos, como Julián
pasaba de cazar a convertirse en santo. Descansaban de sus matanzas
cuidando y besando las heridas de los leprosos para aproximarse a Cristo.
Eleonor de Aquitania (1122-1204) se dedicó a besar leprosos a troche y
moche. Que mejor manera de expresar el amor y la humildad, al tiempo que
desentenderse del pecado y la carne. Todo el esplendor del rigor dogmático

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encerrado en un beso. Los siglos XII y XIII fueron pródigos en tales
manifestaciones, también en matar brujas sin ninguna consideración.

Hubo una época, ya bien avanzada la era cristiana, en la que aparecieron entre
los católicos otros besos menos “carnales”, más espirituales, los “besos
místicos”. Se trataba de besos que simbolizaban la unión de lo espiritual con
lo material. San Juan y Santa Teresa los relatan con toda la vehemencia
amatoria, poética y “mística” que les fue posible, y era mucha. La unión entre
el alma y Dios no es, sin embargo, un rasgo específicamente cristiano, sino
una vuelta a Platón, al Banquete, a su teoría de la unión de las dos mitades
incompletas, la que protagonizan los amantes en su búsqueda de la
perfección. Claro que el beso de los amantes místicos era – según dicen - el
abrazo, la fusión carnal con el Espíritu Santo, con el consiguiente éxtasis que
eso les producía. San Juan de la Cruz habla de que es “…la fusión del amor
humano con el divino, la criatura con lo creador”. También habla de raptos,
de éxtasis, de relámpagos, en fin, de algo tan excitante que resulta casi
inefable, a no ser en que se use ese lenguaje tan poético, tan - digamos -
metafórico. Puede que sea algo muy similar a lo que les sucede a los
adolescentes inflamados por el deseo y el placer de contemplar a sus amantes.
Se quedan mudos de arrobo, alexitímicos, y en esas condiciones más vale un
beso que mil palabras.

Es sabido que las excentricidades son propias de los dogmatismos ignorantes,


de los sistemas ideológicos y creenciales cerrados de los fanatismos acríticos.
Como hemos podido apreciar, el cristianismo era proclive a todo ello, y en lo
tocante a los besos no podía ser menos, así que desde muy pronto incorporó a
su liturgia diferentes tipos de besos “religadores”, los cuales poco a poco se
fueron sacralizando al tiempo que se ritualizaban. Tal vez por eso, el beso de
paz, el beso eucarístico, un beso boca a boca que siempre fue símbolo de
unión entre los cristianos, con el tiempo se fue perdiendo, posiblemente por
culpa de la severidad dogmática y pacata que invadió las costumbres
eclesiales, la cual sólo se atenuó tras el Concilio Vaticano II, incorporándose
de nuevo el beso a la liturgia de misa, aunque nunca ya como antes, sino más
bien como un gesto muy soso, apático, sin ninguna – digamos – carnalidad,
para evitar riesgos, supongo.

Y ya que andamos metidos en liturgias históricas, y para no tener que volver


sobre ello, déjeme que examinemos los múltiples tipos de besos de que
dispone el ritual católico. Por ejemplo, antiguamente, era costumbre besar a
los muertos que hubiesen fallecido en la comunión de la Iglesia, pero luego se
perdió. Otro beso litúrgico es el que el sacerdote da a los utensilios sagrados,
o, en la ceremonia ortodoxa, a los iconos sagrados. En los ritos protestantes al
parecer no caben los besos, al menos eso dice en su artículo el citado Infiesta,

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quien menciona los besos rituales y sus indicaciones precisas, recogidas
minuciosamente en la liturgia romana. Así ocurre con el beso que el ministro
debe dar en la mano derecha al celebrante cada vez que se intercambian algo,
o el beso que se da a los objetos sagrados en cuaresma, o los besos en el anillo
de los obispos, etc., etc.

Entre ellos están los besos que da o recibe el Papa, los cuales tienen ciertas
peculiaridades destacable. Por ejemplo, los besos de las tres adoraciones que
siguen a su elección, al comienzo de la misa pontificia, y en las capillas
papales. Se trata de besos que se le deberían dar en el pié, y que se remontan
al primer modo de expresión de respeto hacia los soberanos, que ya tuvimos
ocasión de analizar. Esta costumbre de origen oriental, fue impuesta en
occidente por los emperadores, introducida en la Iglesia por el Papa San
Cayetano en el año 283, y generalizada posteriormente por el Papa Gregorio
VII, el famoso Hildebrando, como señal del profundo respeto que la
cristiandad entera le debía testimoniar al Sumo Pontífice. A éste sólo le
podían besar en la mano los reyes y los obispos, y lo consideró un gesto tan
importante que lo incluyó explícitamente en los textos de las reformas
impulsadas por recogidas en el Dictatus Papae del año 1075. Concretamente
en la “Norma 9” dice: “Que todos los príncipes hayan de besar los pies
solamente del Papa”.

La muerte del Papa Juan Pablo II nos ha dio la oportunidad de contemplar en


directo la liturgia de los besos papales. Por ejemplo, era notorio el que Juan
Pablo daba en los pies de los doce ancianos durante el lavatorio del comienzo
de la Pascua. Este gesto antes era muy común, luego fue desapareciendo, pero
Juan Pablo lo popularizó y difundió gracias a la televisión. Otro beso papal
ritual, que deberían haberle dado los fieles que le visitaron su cuerpo presente,
tendría que haber sido en la zapatilla que debería haber cubierto sus pies. Pero
como pudimos ver por la televisión, ni llevaba zapatillas, ni se pudieron
acercar a besarle para despedirse de él. Cosas de los tiempos modernos, tan
condicionados por la televisión.

El desaparecido Papa era viajero y besucón, y lo demostraba mediante el


gesto de besar la tierra de los países que visitaba. Era su señal de respeto y
amor hacia los habitantes que iba a “apostolizar”. De nuevo se trata de la
recuperación de viejas tradiciones, como es el besar la tierra amada cuando se
vuelve a ella después de mucho tiempo de ausencia, o la bandera que la
representa como símbolo de lealtad y compromiso. Besar la tierra también es,
según el modo papal, señal de humildad, reconocimiento y gratitud hacia el
Señor que nos la ha entregado en usufructo.

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También se mostró pródigo el Papa Juan Pablo en el beso a los enfermos, lo
que nos retrotrae hasta el beso a los leprosos de San Buenaventura, San
Francisco y San Juan el Hospitalario, y en último extremo hasta el mismísimo
Cristo en su relación con los débiles, enfermos, necesitados o excluidos.

Recientemente, con motivo del enorme éxito alcanzado por la novela el


Código Da Vinci, que tiene como trasunto argumental la relación afectiva y
carnal que pudo haber entre Jesús y María Magdalena, el doctor en bioética
argentino Leonardo Belderrain, publicó un artículo titulado ¿Existe una forma
de besar cristiana? Las preguntas que él se plantea son: ¿Realmente el
cristianismo debió ser la expresión del amor de Jesús por María Magdalena?
¿Cómo fueron sus besos si los hubo? ¿Cómo son los nuestros para sentirnos
divinos como Jesús? Reproduzco literalmente sus respuestas, pues creo que
no tienen desperdicio:
“La mecánica del beso es interesante, pero no confundamos humo con
incienso. Sólo los grandes amores besan con el alma. Se disfruta del
beso si se percibe deseo de fusión recíproco. Así, si se percibe deseo de
fusión, los besos son más plenos. Así se recorre el camino de
integración a Dios, sobre todo con muchos besos. Si persiste la
sensación de separación con Dios los besos implican desintegración.
Solo quien vive en el amor besa cuando hay deseo de entrega, por eso
la prostitutas no besan en la boca se guardan para cuando sienten un
verdadero amor. Por eso nos precederán en el reino de los cielos, no
por lo que hacen incorrectamente sino porque cuando besan, besan; y
también en esto radica la grandeza de la erótica cristiana. No tanto
por su énfasis en lo que prohíbe, sino por la convicción que suele
acompañar al que se deja llevar por el amor y puede reservarse para
aquellas relaciones en que besar es expresión de todo tu ser. Explotar
besando como dijera Jerónimo Podesta. Fundirse en cada orgasmo es
muy propio de todo camino espiritual que comprende que nos vamos
haciendo Dios amando y dejándonos amar. Para la vieja cultura
cristiana el amores-pasión era motivo de suspicacia. […] Se suele
besar a las personas que se ama. Pero el individuo puede también
funcionar mecánicamente, y entonces tiene orgasmos y besa a personas
que no ama tanto. […] Creo que el mensaje de Jesús que propagó el
cristianismo apuntó al amor ágape para la construcción de
comunidades fraternas y de un mundo más justo. […] Para la
sensibilidad actual parece natural que Jesús se haya enamorado de
Maria Magdalena y que ella lo haya amado, seguido y acompañado
siempre; […]. Era imposible en aquel contexto tener una familia típica.
Si se hubiera quedado en su casa, con su mujer e hijos, no hubiese
hecho lo que hizo.[…] Nuestras heridas del amor exigen caminos de
sanación para que nuestros besos sean liberadores y liberados. Se

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trata siempre de poder expresar la dicha inmensa de existir cuándo
sentimos que esa existencia nos besa.”

Un servidor no tiene nada que decir, allá cada cual con sus interpretaciones,
pero que Jesús y María Magdalena se besaron apasionadamente no parece una
hipótesis ni descabellada, ni escandalizadora, ni pecaminosa, por mucho que
se tiren de los cabellos algunos de los sectarios que gobiernan la Iglesia
actual.

En fin el beso y el besar son, incluso en el seno de la religión, cosa seria. Beso
y lenguaje, beso y poesía, beso y liturgia, besos y vínculos, besos unidos con
otros besos, besos desde el origen y para siempre. Desde los simples besos
táctiles, a los besos sagrados bendecidos por los dioses, los besos amatorios y
sexuales, besos para unirse y separarse, para manifestar las miserias y
necesidades humanas, besos de vínculo familiar, besos para perpetuar los
rituales y liturgias sociales, besos para… todo. Los besos sirven para tantas
cosas y desde hace mucho tiempo que… Pero de eso también hablaremos más
adelante. Ahora permítame que regrese a otro de los orígenes de la historia, o
mejor a la cuna de la historia de occidente, a Grecia.

BESOS A LA SOMBRA DEL OLIMPO

Permítame este regreso en el tiempo y que al tiempo cambiemos de registros.


Volvamos a la otra cultura fundacional de occidente, a la época aquea, la de
los hombres, héroes y dioses que tan sabiamente supo cantar Homero.
Comprobaremos que la Iliada y la Odisea son otros dos catálogos de besos.
Como la Biblia, dos libros configurados como un intermedio entre los mitos y
la historia, pero tan bellos que mejor será dejarles hablar por boca de su autor.
Primero registramos la Iliada y en el Canto VI encontramos los primeros
besos:
“Así diciendo, el esclarecido Héctor tendió los brazos a su hijo, y éste
se recostó, gritando, en el seno de la nodriza de bella cintura, por el
terror que el aspecto de su padre le causaba.... Héctor se apresuró a
dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo
amado y rogó así a Zeus y a los demás dioses…”.

Más tarde, en el Canto VIII, hablando de los esforzados trabajos de Heracles,


Atenea, la diosa de los brillantes ojos, dice:
“Al presente, Zeus me aborrece y cumple los deseos de Tetis, que besó
sus rodillas y le tocó la barba, suplicándole que honrase a Aquileo,
asolador de ciudades. Día vendrá en que me llame nuevamente su
amada hija, la de los brillantes ojos...

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En el Canto XXIV cuenta la visita que hace Príamo a la tienda en que moraba
Aquileo, después de que hubiese matado a su hijo Héctor, para rogarle que le
entregase el cadáver:
“ El gran Príamo entró sin ser visto, y acercándose a Aquileo, abrazóle
las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían
dado muerte a tantos hijos suyos”.

Después de la Ilíada, buscaremos besos en la Odisea, y encontraremos


Bastantes, casi todos de reconocimiento de la tierra y amor por la patria donde
nacieron los héroes. Los primeros se encuentran en el Canto IV:
“Agamenón pisó alegre el suelo de su patria, que tocaba y besaba, y de
sus ojos corrían ardientes lágrimas al contemplar con júbilo aquella
tierra.”

Más tarde, en el Canto V se dice:


“Odiseo se apartó del río, echóse al pie de unos juncos, besó la fértil
tierra y, gimiendo, a su magnánimo espíritu así le hablaba:…

Luego, en el Canto XIV añade:


“Cuando así hubo hablado, la deidad disipó la nube, apareció el país y
el paciente divinal Odiseo se alegró, holgándose de su tierra, y besó el
fértil suelo…

Y en el Canto XVI, en el que se describe el famoso encuentro de Odiseo con


su hijo Telémaco, se relatan varios besos:
“Aún no había terminado de proferir estas palabras, cuando su caro
hijo se detuvo en el umbral. Levantóse atónito el porquerizo, se le
cayeron las tazas con que se ocupaba en mezclar el negro vino, fuese al
encuentro de su señor y le besó la cabeza, los bellos ojos y ambas
manos, vertiendo abundantes lágrimas”.

“De la suerte que el padre amoroso abraza al hijo unigénito que le


nació en la senectud y por quien ha pasado muchas fatigas, cuando
éste torna de lejanos países después de una ausencia de diez años; así
el divinal porquerizo estrechaba al deiforme Telémaco y le besaba,
como si el joven se hubiera librado de la muerte…”.

“Diciendo así, besó a su hijo y dejó que las lágrimas, que hasta
entonces había detenido, le cayeran por las mejillas en tierra. Mas
Telémaco, como aún no estaba convencido de que aquél fuese su
padre, respondióle nuevamente con estas palabras:…”

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Y aun en el Canto XVII aun hay más besos familiares:
“Salió de su estancia la discreta Penélope, que parecía Artemis o la
áurea Afrodita; y, muy llorosa echó los brazos sobre el hijo amado
besóle la cabeza y los lindos ojos, y dijo, sollozando, estas aladas
palabras:

Hay quien dice que estos besos, y no los bíblicos, son realmente los primeros
“descritos” por la humanidad. Tanto monta… si en el principio de todos los
besos se encuentran los amorosos labios y detrás de ellos los ansiosos seres
humanos, cuyas grandezas y miserias tan magníficamente fueron retratadas
por los literatos y dramaturgos griegos. Podríamos buscar besos en Sófocles o
en Eurípides, en Aristófanes o en Menandro, en Aristóteles o en Platón. En
unos el lado trágico, en otros el cómico, el lírico, el filosófico, pero no
hallaríamos mejores que esos épicos besos que honran la memoria del pueblo
aqueo, el que encendió la luz de la cultura, el crisol de la sabiduría y el
germen de la convivencia.

Pero una cosa son los dioses y los mitos, y otra el pueblo llano con sus usos y
costumbres. Entre las gentes más populares de la historia de los besos griegos
podríamos situar a la poesía de Safo, sin duda la mejor fuente a consultar en
lo tocante a los orígenes de la poesía amorosa. Ella fue y es la mejor, la más
grande, la inmortal, la que supo llenar su vida de amantes y de besos, la que
llegó a morir por ellos, aunque, desgraciadamente, ninguno de ellos nos haya
llegado por escrito.

La segunda fuente a explorar son los textos de la medicina hipocrática. Según


sus doctrinas, los besos eran una de las formas de transmisión de la vis, de la
dynamis sanadora, la cual además de por los contactos también se podría
transmitir a distancia, por medio de la palabra. No sabemos si los médicos
hipocráticos usaban los besos como terapia, pero lo que si sabemos es que,
caso de hacerlo, lo harían con sumo respeto. Tal era la severidad de sus
principios éticos, que aun siguen siendo referente deontológico para los
médicos.

Otro demiurgo que deberíamos consultar en materia de besos es al “gran


parlanchín”, a Sócrates (469-399), el cual, desgraciadamente, tampoco nos
dejó gran cosa sobre lo que hacía con sus besos, aunque si de que opinaba,
que no era precisamente nada bueno. Lo poco que sabemos de sus
pensamientos al respecto, nos ha llegado por boca de Platón (427-347), quien
dice que el maestro decía que los besos son asunto peligroso, pues su poder es
tal que pueden robarnos el corazón. En El Banquete, Platón hace que Sócrates
se pronuncie sobre el amor y la belleza, pero nada nos dice de los besos, ni de
ninguna otra conducta sexual explícita, como no sea la pura contemplación de

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la belleza del ser amado, que eleva a los amantes a una categoría superior,
casi divina. Una referencia curiosa a la conducta del filósofo, la encontramos
en el Simposio de Jenofonte, quien describe un divertido concurso de belleza,
habituales entre los griegos, entre Sócrates, ya viejo y gordo, y Critóbulo, un
apuesto joven. Sócrates sostiene que él merece el triunfo porque sus labios
son más hermosos que los de su contrincante, ya que por ser más gruesos
permiten besar mejor. Sin embargo, cuando Sócrates se enteró de que
Critóbulo había besado a un joven de gran belleza se quedó consternado, no
por el sexo del amante, sino porque al hacerlo había corrido el riesgo de
enamorarse y peder la libertad, y convertirse en esclavo de la pasión. El beso,
según Sócrates, es “…como un hombre que diera un salto mortal dentro de un
círculo de cuchillos; como uno que saltara a una hoguera”. De nuevo
podemos convenir que las palabras, y no los besos, son lo mejor que nos
dejaron los labios de los griegos antiguos.

En tercer lugar, es preciso recordar a Epicuro, el padre del hedonismo, que


nació en la isla de Samos y vivió en Atenas hacia el 320 a. C., y cuya teoría
filosófica, en trazos gruesos, sostiene que la felicidad se alcanza mediante el
placer. Sin embargo, el concepto de hedoné usado por Epicuro, tiene un
significado más amplio que el que se puede colegirse de su traducción directa
al término “placer”. Significa también gozo y se refiere tanto a los placeres de
la carne como a los del espíritu. A Epicuro le interesan más los placeres
estables y duraderos caracterizados por la ausencia de dolor en el cuerpo o
aponía, y de perturbación en el espíritu o ataraxía, pero también considera
importante la satisfacción de los placeres cinéticos, activos, dirigidos a evitar
sensaciones de dolor y producir sensaciones placenteras. Sin embargo en
ninguno de sus textos, y dejó más de 300 escritos, hemos encontrado
referencias explícitas a los besos.

Por esa misma época andaban por las calles una secta llamada los “cínicos”
(palabra que viene del “kinos”, perro), liderada por Diógenes, que eran una
especie de hippies antiguos con ideas y comportamientos muy parecidos los
de los sesenta. Presumían, entre otras cosas, de no tener recato ni pudor
alguno y de una total libertad sexual, hasta el punto de practicar el coito en
público, por lo que bien podemos imaginar Crates e Hiparquía, la más famosa
pareja de cínicos, mostrando ostentosamente sus besos y su sexualidad por las
calles. Es una verdadera pena, pero según parece nada ha quedado escrito de
todo ello.

Sin embargo, y pese a esas extravagantes conductas, los besos en Grecia eran
de carácter esencialmente cortés y no tanto amatorio. Existían dos formas
tradicionales de denominar al beso: el Filema, que es el que lleva consigo
connotaciones de comunicación, de ofrenda de paz y bendicion, y el Katafileo

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es el beso ferviente, perverso o sexual. No obstante, según parece no fue hasta
después de las conquistas de Alejandro el Grande (356-323 a. C.) cuando se
extendió la forma amatoria de besar, y eso sucedió por la incorporación de las
costumbres orientales, más concretamente, Persas. Este era al parecer un
pueblo muy dado a besar de diferentes formas y maneras, como se desprende
de los diversos hallazgos que nos remiten a sus costumbres. Hay vestigios de
ello tanto en el análisis de las etimologías indoeuropeas de las palabras
referidas al besar, como en los relatos de la Biblia y la historia del pueblo
judío, y en los textos griegos. Todos de alguna manera bebieron en los labios
persas.

El primero que se percató de ello, no fue exactamente Alejandro, por mucho


que su tienda estuviese siempre dispuesta para acoger encuentros eróticos, ni
su médico Aristóteles, cuya visión de la sexualidad es inseparable de su
acentuado machismo, sino Herodoto, el primer historiador nacido en Grecia el
año 484 a.C., quien describió minuciosamente las costumbres persas.
Hablando de ellos dice: “Los persas de la misma clase social, se saludaban
con un beso en la boca, y con uno en la mejilla si existía una pequeña
diferencia social. Cuando había gran diferencia de clase, el inferior hincaba
la rodilla en tierra y besaba la mano del de clase superior”.

Herodoto nos ha llevado de viaje desde la vieja Grecia al insondable oriente,


más allá de las tierras donde según las tradiciones se encontraba el Edén, y ya
que estamos allí, ¿qué le parece si le echamos un vistazo a las costumbres del
siempre misterioso oriente?

BESOS AL ESTE DEL EDEN.

Siguiendo las rutas orientales del beso ya nos hemos topado varias veces con
las culturas babilónicas. En esa zona geohistórica, miles de años antes de que
Cristo repartiera sus besos y de que los recibiera de esa diosa que luego los
cristianos llamarán Virgen, ya había otras diosas más voluptuosas e inclinadas
a los placeres del beso. Dicen que la diosa Ishtar poseía unos labios dulces,
sensuales y generosos, con los que repartía miel y vida. Un himno babilónico
datado en unos 1500 años antes de Cristo decía: “En los labios es ella dulce;
la vida está en su boca”. Las diosas y los labios sirven para engendrar la vida.
Ellos ya lo presintieron, tal vez el clima, la sensualidad de sus valles fértiles,
el gusto oriental por la belleza ajardinada, más allá del este del Edén… en fin.

Podríamos haber buscado besos en las culturas aun más al este de Persia, y a
buen seguro que hubiéramos hallado muchas cosas, pero el viaje hubiera

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resultado tal vez excesivamente prolongado para los fines de este estudio. Si
acaso permítame una breve excursión a la China y a la India antiguas.

Así, por ejemplo, en la vieja China, aun más allá de esos 3000 años de
horizonte histórico en el que nos movemos, es posible encontrar ya
manifestaciones predecesoras y peculiares del beso y el besar. Sabemos, y a
menudo olvidamos los occidentales, que 3500 años antes de la llamada
“revolución sexual”, existió en China una civilización caracterizada por una
actitud respetuosa y sofisticada hacia el sexo. Para los antiguos chinos hacer
el amor era un verdadero arte, y sus libros de alcoba son sexualmente
explícitos y prácticos, al tiempo que poéticos. Es habitual pensar que la
transparencia y la divulgación sexual ha sido una invención occidental, pero
eso solamente es un fenómeno aparecido en nuestro siglo XX. Sin embargo,
los libros taoístas ya exhibían una actitud notablemente liberada hacia la
mayoría de las formas de actividad sexual. En cuanto al beso, aunque era
apreciado como una parte muy importante del acto amoroso, era desaprobado
en público.

El más antiguo tratado sexual conocido fue escrito por Huang Ti, el
emperador amarillo, unos 2500 años a. C., en forma de preguntas y repuestas.
Tomo este fragmento de un texto sobre sexualidad en la china taoísta, para
ilustrar la cuestión:
“Cuando el emperador amarillo preguntaba a su diosa e instructora,
la dama sabía como podía inducirse el ánimo adecuado para hacer el
amor, ella le aconsejaba seguir los humores y tiempos naturales de la
mujer. En el caso de un compañero nuevo o inexperto, el maestro Tung
Hsuan aconsejaba ternura, consideración y una exploración contenida
acompañadas de suaves caricias, palabras tranquilizadoras y besos
tiernos... Después de estos abrazos iniciales se llega a las caricias más
intimas, la mujer acariciando el “tronco de jade”… y el hombre
haciendo que su tronco de jade rondase la puerta de cinabrio, mientras
besaba a la mujer y miraba la hondonada dorada… y si fuese
necesario, el debía besar y lamer la perla del escalón de jade para
asegurarse de que las esencias Yin estaban claramente estimuladas
antes de las nubes y la lluvia.”

En la literatura poética o lírica china antigua las manifestaciones amorosas y


sexuales se remontan los siglos XI a. C., es decir 300 o 400 años antes de que
los primeros textos occidentales acertaran a manejar tales categorías. Ahora
bien, la presencia en ellos de elementos concretos referidos a besos, o a otras
conductas sexuales o amatorias, es meramente simbólica, nada explícita,
expresada de forma tan metafórica, con tantas elipsis, que apenas nada nos
permiten deducir sobre cómo eran las costumbres de sus autores en esta

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materia. Algo parecido fue lo que sucedió durante el período más duro y
dogmático del maoísmo, pues en sus últimos años de existencia se llego a
prohibir por parte de las autoridades populares el beso en público, ya que lo
consideraban una vergonzosa importación de la perversa cultura occidental.
Cosas curiosas que tiene la política.

La otra gran cultura oriental rica en textos épicos y míticos es la India. El


Mahabhabarata, el Ramayana o el Samarangana Sutradhara, nos introducen
en un mundo lleno de dioses y héroes. Los míticos Visnú, Siva, Rama, Sita,
Kali, etc., de modo muy parecido a los dioses del Olimpo, nos convocan a sus
constantes discordias y amoríos. Son viejas historias, antiguos mitos que se
pierden en los nubarrones de los tiempos, nacidas y crecidas en los vientres
emocionales de la humanidad. Sus versos están llenos de amores y odios, de
sexo y violencia, también de vida y ternura.

Tal vez por eso nos ha resultado especialmente curiosa una noticia
recientemente publicada por algunos medios de prensa hindúes sobre la
conducta escandalosa de dos adolescentes, que empezó siendo simplemente
un juego sexual y acabó ante los jueces. Todo sucedió cuando un colegial de
Delhi de 16 años utilizó la cámara de su teléfono para grabar a su novia
practicándole sexo oral, apenas pudo haber imaginado que su conducta no
sólo iba a llevarle a ser arrestado y juzgado, sino también a provocar un
intenso debate nacional e internacional sobre la educación sexual de los
jóvenes. La cadena de acontecimientos sacudió a la tradicional India, la tierra
que trajo al mundo el Kama-Sutra, pero donde en la actualidad las parejas ni
siquiera se pueden besar en público sin llamar la atención.

Con esto llegamos al gran encuentro, al hilo de la madeja del erotismo y la


sensualidad, al gran “Kamasutra”, el libro del arte erótico por excelencia. Fue
compuesto por Mallanaga Vatsyayana en el siglo III d. C., y su fama ha sido
tal que su nombre ya se ha colado en el lenguaje común como sinónimo de la
sensualidad erótica. Se trata de un texto muy serio, que no deja nada a la
improvisación, aunque a veces, y sobre todo en ciertos medios o culturas, su
contenido haya podido resultar excesivo, extravagante o perverso, sin tener
por qué. Veamos qué nos dice de los besos.

Precisamente la buena o mala fama que acompaña al famoso “tratado del


deseo” (Kama = deseo, y sutra = verso), proviene de la larga enumeración de
posturas amorosas, besos, abrazos, arañazos, mordiscos y sonidos, que pueden
y deben practicar los buenos amantes. Tan explícitos son sus consejos, que
durante mucho tiempo han resultado sorprendentes, cuando no escandalosos,
para los lectores occidentales. Sin embargo, el Kamasutra no se ocupa sólo de
las prácticas eróticas, sino de las relaciones entre hombre y mujer en su

72
totalidad. Toda la concepción india del amor que contiene se deriva de la
sofisticación del deseo sensual, de la atracción física, que no se degrada nunca
a un nivel obsceno, sino que se mantiene en una actitud de respeto y seriedad,
casi a modo de tratado con intenciones casi científicas y, desde luego,
educativas, creado para enseñar a los hombres y a las mujeres el
comportamiento que deben tener ante el deseo sexual, y para alcanzar una
vida amorosa realmente placentera. Comienza destacando el valor de la vida
mundana y el tipo de mujer adecuada para la unión sexual. Los siguientes
capítulos se dedican al arte de la unión sexual, con consejos explícitos sobre
cómo abrazar, besar, acariciar y morder a la pareja, los sonidos a emitir y una
amplia selección de posiciones para el coito. Concretamente nos introduce a
toda una retahíla de diferentes formas de besar, hasta treinta tipos de besos,
muchos tan sugerentes como la llamada “lucha de las lenguas”: “Si uno de los
amantes toca los dientes, la lengua y el paladar del otro son su lengua se le
llama...”. Etc.

Según el libro, para obtener y dar placer, se pueden besar muchos sitios
diferentes del cuerpo, como la frente, los ojos, las mejillas, la garganta, el
pecho, los senos, los labios, el interior de la boca, las ingles, los brazos, el
ombligo… Y, para complicarlo aun más, se puede besar con cuatro
intensidades y de cuatro formas diferentes. Los besos pueden ser moderados,
contraídos, apretados y suaves, y los diferentes tipos de besos son más o
menos apropiados para diferentes partes del cuerpo.

En el apartado de besos eróticos, el Kamasutra enumera cuatro tipos: el beso


directo (labios contra labios); el beso ladeado (con las cabezas inclinadas para
facilitar el contacto de las bocas); el beso girado (uno sujeta y levanta la
barbilla y cabeza del otro para besarla mejor); y el beso apretado (se aprieta el
labio inferior con fuerza), o su variedad el “beso fuertemente apretado”, en el
que se sujeta con los dedos el labio inferior, se toca con la lengua y se aprieta
con los labios vigorosamente.

El Kamasutra incluye además recomendaciones sobre los besos que deben


realizar los hombres y los que son más propios de las mujeres, e incluso
diversos juegos y bromas para ejecutar los besos de forma divertida y no dar
pie al aburrimiento, o para flirtear y conquistar amantes, etc. Pero en realidad
el inteligente libro todo lo resume en una regla de oro: “Cualquiera de los
amantes puede hacer lo que quiera al otro, e igualmente el otro podrá
devolvérselo… si la mujer le besa a él el debería besarla a ella, si ella le pega
él también debería pegarla”. Al menos justicia distributiva.

En fin, todo un catálogo de besos, que muestra explícitamente la utilización


del beso para fines sensuales, amatorios, eróticos y sexuales, y que no

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queremos agotar para no impedirle el disfrute de su lectura. Lo encontrará en
todos los rastrillos del mundo por cuatro chavos, y en internet más barato aun,
“gratis”.

Del voluptuoso oriente regresamos cargados de besos y placeres, como


hicieron los viajeros que se aventuraron a ir más allá de las grandes montañas.
Así fue como muchas cosas llegaron, por ejemplo, al más grande de los
imperios de la historia, el que todo lo observaba e incorporaba a sus
costumbres cuando lo consideraba conveniente, o simplemente placentero.
Obviamente estamos hablando de:

EL IMPERIO DE LOS BESOS.

Viajamos de regreso de la misteriosa China y la sensual India, a la madre de


todos los imperios, a la más grande de todas las putas, a la imperiosa Roma.
Es sabido que los romanos eran muy dados a los disfrutes sensuales, entre
ellos los besos amorosos. Los romanos eran muy besucones. El cine de
romanos, desde Ben-Hur a la Caída del Imperio Romano, está lleno de besos.
Pero, ¿sabemos realmente como se besaban Marco Antonio y Cleopatra, o
sólo es cine lo que sabemos de ellos? Según parece en el antiguo Egipto había
una palabra para llamar a los besos, que actualmente podría ser traducida
como besar y comer, y tal vez por eso ambas acciones solían darse juntas en
las bacanales que nos muestra el cine. Y los dos famosos amantes se besarían
devorándose, como tantos otros tantas veces… a lo lago de tantos tiempos y
espacios. Besar es a comerse, como amar a poseerse… más o menos. Pero por
lo que sabemos, mucho nos tememos que la reina Cleopatra, pese a su erótica
fama, es más que probable que nunca besara o fuera besada por ninguno de
sus amantes. La razón es sencilla: según los expertos el beso de amor era
desconocido en el Antiguo Egipcio. Cabe que los Césares le enseñaran algo
en esta materia, y quizá su buena disposición a aprender fuera una de las
claves de sus amoríos y desventuras, pero nada sabemos. De hecho, y al
parecer en imitación a los griegos, que besaban el pecho de sus superiores, los
emperadores egipcios no podían ser tocados, y como mucho extendían
delicadamente la mano para ser besada por los subordinados de mayor rango,
y otras veces ofrecían la rodilla. Por su parte, y aunque no dispongamos de
fuentes autorizadas, sería lógico pensar que los Faraones y reyes africanos
fuesen mucho más exigentes, y como mucho permitirían besar el extremo de
algún vestido, o el suelo que ellos antes habían pisado. Pensemos que los
sacerdotes egipcios a lo sumo se dejaban besar el pie o las vestiduras. Al fin y
al cabo, bastante parecido a nuestros Papas.

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Hecha esta primera digresión, y para analizar el interesante tema del beso en
Roma, recurriremos esencialmente a tres fuentes autorizadas: Ovidio,
Petronio, y, como siempre, al San Google de Internet. Y para profundizar en
la cuestión trataremos de saber cómo sentían los romanos el amor, cómo lo
expresaban, cómo se declaraban, cómo sufrían los desengaños amorosos... en
fin, como besaban.

Sabemos que el amor era para el pueblo romano, o al menos para las clases
patricias, una cuestión esencial. No en vano, Venus, la diosa del placer y del
amor, era la madre de Eneas, fundador del linaje romano, y los gemelos
Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad de Roma, fueron fruto del amor
entre el dios Marte y la mujer Rea Silvia.

Los romanos profesaban un gran respeto por la boca, propiedad o donación de


Venus, ya que por ella pasan los besos y las palabras de amor. Y para palabras
de amor, quien mejor que el primero que escribió sobre el arte de amar:
Ovidio. Este poeta romano que vivió entre el 43 a. C. y el 18 d. C., nos legó
en su famosa obra titulada justamente “El arte de amar”, una auténtica guía
de las relaciones amorosas. El plan que según Ovidio ha de seguirse en el
amor, se resume en buscar, conquistar y conservar; todo ello siguiendo una
serie de consejos que continúan teniendo plena vigencia. Veamos algunas de
sus recomendaciones. Por ejemplo, llama la atención que para conquistar a
una mujer, los hombres pueden recurrir, si es preciso, a las lágrimas y a los
besos. Dice:
"Las lágrimas ayudan también: con lágrimas conmoverás al acero (...).
Si te faltan las lágrimas -pues no siempre vienen a tiempo-, tócate los
ojos con la mano ungida. ¿Y quién que sea entendido no mezclará
besos a las palabras tiernas? Aunque ella no te los dé, arráncaselos tú
no obstante. Quizá al principio luche y te diga ¡Sinvergüenza!; pero
aun mientras luche querrá ser vencida. Ten sólo cuidado de no
lastimar con tus arrebatos sus tiernos labios, no sea que pueda
quejarse de tu brutalidad."

Igualmente, el autor considera que para conservar el amor, las palabras y los
besos son esenciales, tanto como lo son la amistad (comunicación y
complicidad) y las caricias. Por otra parte, y con respecto a la conducta
homosexual, tan normalizada en roma, el poeta describe nítidamente cómo los
ciudadanos romanos, para sentirse hombres reales, no debían ser penetrados,
ni practicar felaciones, jamás besar y no mostrar afeminamiento exagerado.
Dice textualmente: "Odia los acoplamientos que no dan placer a ambos…”
Es decir, sexología moderna, pura y dura y sin necesidad de comentarios.

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No es de extrañar que durante siglos sus escritos fueran fuente de instrucción
para esos caballeros medievales y renacentistas de buena cuna pero muy
brutos, quienes a buen seguro se escandalizarían leyendo sobre los besos y la
sexualidad homo y heterosexual practicada por lo romanos sin demasiados
miramientos. Puede que fuese en el “Ars Amandi” donde aprendieran que la
mujer puede ser besada aun sin su consentimiento: “Besa, si puedes: si opone
resistencia, y no te devuelve tus besos, déjala que los reciba, que Vergüenza,
atrevido son sólo palabras, ella lucha para ser sometida a la fuerza”. Sin
comentarios.

El “Arte de amar” es una gran obra, aunque bien es verdad que seguramente
Ovidio tomó algunas ideas y frases prestadas a Lucrecio (95-55 a de C.), pues
ya antes que él hablaba con total seriedad del beso profundo: “Ellos agarran,
aprietan, sus húmedas lenguas rápidamente mueven, como si uno quisieran
forzar su paso hasta el corazón del otro”. Puede que Ovidio también tomase
algunas ideas de Catulo (84-54 a d C.), quien ensalzaba el placer sensual, el
enamoramiento y el beso como cauce para el sexo sin trabas. El sexo era una
buena distracción en la Roma de César, sin ningún parentesco con el pecado,
aunque no siempre inocente, como lo demuestra que varios autores, como
Marcial o el mismo Catulo, elogiaran los “besos robados” como los más
satisfactorios y placenteros: “No me gustan los besos si no los he robado a
pesar de su resistencia”, dice Marcial, un romano del siglo I, autor de los
famosos “Epigramas”.

Pero centrándonos en los tipos besos, sabemos que la antigua Roma era una
sociedad no sólo besucona, sino rica en las formas y los ritos del besar. De
ello ha escrito inteligentemente Aurora López, profesora de Latín de la
Universidad de Granada, que nos ilustra sobre el significado de tres palabras
usadas en latín para referirse a los besos: osculum, basium y savium. A partir
del análisis de sus significados podemos entender no sólo cómo besaban los
romanos, sino los ritos, costumbres o gestos que ellos practicaban y muchos
de los cuales nos han legado.

Según la profesora López, el “basium” (de donde viene la palabra española


“beso”) sería la acción de besar en contextos y relaciones de tipo amistoso y
amoroso, sobre todo en este último, y generalmente en situaciones libidinosas.
El “savium” se refiere a la acción de besar en contextos y relaciones amorosas
de carácter ilícito y libidinoso; y, por último, el “osculum” designa la acción
de besar en todos los contextos y situaciones, y en todo tipo de relaciones.

Estas apreciaciones, no obstante, no coinciden del todo con los conceptos


contenidos por lo textos del otro gran experto, Petronio, el autor del Satiricón,
Según él, esas palabras revisten cualidades diferentes, denotando carácter

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homosexual el basium, y connotaciones peculiarmente sexuales el osculum.
En los banquetes romanos, esencialmente masculinos por cierto, se desarrolló
el arte de los besos y el de recitar poemas, los cuales son exaltados por
Petronio en el siguiente texto poético:
“El placer que se tiene al copular es breve y feo.
Luego del amor hecho rápido nos sentimos a disgusto. No nos
lancemos en él sin pensar, como el ganado en celo
O se apagarán la llama y el deseo. Pero tal como lo hacemos, en
una fiesta sin fin, Tú y yo quedemos echados a darnos de besos.
Placer sin esfuerzo y placer sin vergüenza. Goce pasado,
presente y a venir que jamás disminuye y siempre recomienza”.

Pero aun hay más, pues los significados y ritos del besar en Roma eran al
parecer múltiples, de acuerdo con las investigaciones llevadas a cabo por un
grupo de filólogos de las Universidades de las Illes Balears y de Barcelona,
encabezado por M. Antònia Fornés sobre la gestualidad en la antigua Roma.

Así, por ejemplo, los besos en las manos, en el rostro, en el pecho o en las
rodillas, se generalizaron durante los primeros siglos del imperio romano en el
contexto de las relaciones familiares y sociales. En la antigua Roma el beso
representaba una unión legal que sellaba contratos. En el derecho romano
también existía “el beso de la paz”, que era el que se daba como perdón en los
casos de conflictos por injurias o daños.

El derecho al beso (ius osculi) con relación a la mujer, estaba reservado a los
miembros masculinos de la familia (cognatio), mientras que las mujeres
podían besar a sus parientes en la boca. El beso con que hasta el día de hoy
termina cualquier ceremonia nupcial, era la manera usual de sellar los
contratos en la Roma Antigua, y los primeros cristianos romanos incorporaron
esta tradición en el ritual del matrimonio, asumiendo que cuando la pareja se
besaba una parte de sus almas se unía a través del intercambio de aire. Por lo
mismo, el beso al final de la ceremonia matrimonial sigue representando el
compromiso sacramental que da inicio a la nueva relación de la pareja.

Otro de los gestos más característicos de Roma fue la adoratio. Consistía, en


juntar los dedos índice y el pulgar, llevarlos a los labios, besarlos y lanzar el
beso a las estatuas de los dioses, a los objetos sagrados. También se ejecutaba
al acceder a un lugar sagrado. Fuera del ámbito estrictamente religioso,
también fue utilizado para dirigir el beso a una mujer bella, transformándose
así el gesto en una expresión de alabanza ante el placer estético. El gesto ha
llegado hasta nosotros modificado. En la actualidad acercamos todos los
dedos de la mano a los labios, los besamos y después lanzamos el beso tanto

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si lo que queremos significar es el beso mismo a una persona, como si lo que
queremos expresar es nuestra satisfacción ante algo que nos ha gustado en
especial. Por ejemplo, cuando después de haber probado una comida nos
parece magnífica, realizamos el gesto de la adoratio.

Otro dato más sobre usos sociales de los besos, igualmente de origen romano,
lo ha destacado la doctora Fornés a propósito de las imágenes difundidas con
motivo de la guerra de Irak por las televisiones de todo el mundo. Se refería al
comportamiento de pueblo iraquí acercándose a Sadam Hussein para besarlo
en el pecho. Esto es precisamente lo que hacía el pueblo de Roma con sus
nobles y emperadores.

Otro beso típicamente romano que ha llegado hasta nosotros, si bien


amplificado en su significado original, es el “beso al moribundo”. En la
antigua Roma era común que el amante o un familiar del moribundo lo besara
en la boca tras el óbito con el objetivo de recibir su alma. Aún hoy, el
significado del beso como vía para traspasar algo de persona a persona
persiste. Recientemente, en un ámbito tan ajeno de la antigua Roma como es
una ceremonia de premios de la música, la prensa coincidió en interpretar un
beso de la cantante Madonna a la también cantante Britney Spears como el
traspaso de un liderazgo: el de reina del pop.

También estaba muy extendido el gesto de “besar cogiendo por las orejas”,
que los romanos solían usar para besar a sus hijos. Esta manera de saludar se
llamaba ‘beso de la jarra’, y sólo un día, el día 21 de abril, fiesta en honor de
Pales, la diosa de los rebaños, los hijos podían saludar a así a sus padres. Este
gesto también se encuentra en los textos cómicos romanos, para expresar
burla de alguna persona.

En fin, de nuevo todo un catálogo de besos. El enésimo pero no el último,


como tendremos ocasión de comprobar. Con éste dejamos el Imperio y
entramos en los tiempos oscuros y empobrecidos del medioevo.

A LA HOGUERA POR UN BESO

Este tema ha sido siempre de naturaleza difícil, y por eso apenas ha alcanzado
cierta notoriedad en algunos estudios, como el de José Mª Ustrell en el libro
citado sobre los besos en la odontología; también ha sido tratado
tangencialmente en diversos textos históricos, y de modo ocasional el
complejo texto de A. Blue. Señalan y coinciden todos en que el beso como
expresión de amor público no fue frecuente hasta finales de la Edad Media,
pero que en el ámbito del catolicismo se mantuvo su utilización en el contexto

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litúrgico, costumbre que como vimos anteriormente se remonta a la era
protocritistiana. De modo semejante a muchas otras cosas, los códigos de
saludo y relación social en la Edad Media se mantuvieron también en los
viejos patrones. Las relaciones emocionales no eran muy bien vistas, y se
corrían no pocos riesgos al manifestarlas, ya fuesen por los imaginarios
“dragones”, ya por el fuego purificador, era fácil que las pasiones amorosas
de las recatadas damas y sus enamoradizos caballeros, acabasen convertidas
en cenizas.

Al indagar en el entronque entre medievalismo y besos nos encontramos con


dos áreas temáticas importantes: la religión y las relaciones feudales. En el
primero de estos ámbitos, el beso es por un lado un ritual litúrgico, y por otro
un pecado con pena de fuego. En el segundo, se establece todo un ritual del
beso como símbolo de autoridad y vasallaje.

En el primero de los ámbitos, baste recordar la verdadera plaga de besos a los


leprosos que cundió como consecuencia de la insana costumbre de San Juan
el Hospitalario quién, a decir de su cronista Flaubert, representaba la forma de
besar más peculiarmente medieval. Un beso simbólico donde los haya, casi
tanto como el de besar a los dragones, costumbre que se extendió en la
novelería caballeresca, también con una importante carga simbólica. Eran
besos de iluminación y de penitencia, a medio camino entre el cielo y el
infierno, entre la condenación y el éxtasis. Los ascetas y nobles medievales
los practicaron por doquier, al menos literariamente. Los cruzados se hartaron
de besar y matar. Tal vez primero lo uno y luego lo otro, besar las llagas de
los leprosos al más puro estilo cristiano, y acabar con los infieles al más puro
estilo católico. En este sentido, la consideración agustiniana del sexo y el beso
como pecaminoso fuera del matrimonio, hizo mucho daño. El sexo utilizado
para procrear y bien realizado, con legitimidad natural y a oscuras, no
planteaba problemas, pero el beso es inútil, puro placer, cosa de demonios, y
brujas. Con esas se andaban en las liturgias eclesiales, como para darse al
beso en público.

Claro que en el seno de la Santa Misa era otra cosa, y el viejo y muy cristiano
beso de la “Pax” se mantuvo contra viento y marea. Era un verdadero
“osculum oris”, labio a labio, que no siempre fue bien entendido, y en no
pocas ocasiones pudo ser pretexto para el disfrute libidinal encubierto. Se
comprende que a finales de la Edad Media casi hubiese desaparecido,
sustituido por un abrazo y beso al aire, nada “comprometedor”, o reservado
para las jerarquías eclesiales y feudales.

En las misas matrimoniales medievales, los novios iban al altar a recibir la


“pax” del sacerdote, luego el novio se acercaba a la novia y le transmitía la

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pax con otro beso, el llamado “osculum interveniens” y eso santificaba la
unión, hasta el punto de ser rito obligado para la confirmación del
matrimonio. Si después de ello sucedía cualquier desgracia, sus almas ya eran
una sola. La fusión de las almas por el beso es una vieja idea, que ya
encontramos en Platón (“Tenia el alma en mis labios cuando besaba a
Agatón”, dice el ateniense) y que persistirá a lo largo del tiempo, hasta el
romanticismo de Shelley (“El alma encuentra el alma en los labios del
amante”).

El beso matrimonial es esencialmente espiritual, pero también es fáctico,


hasta el punto que una vez consumado, ya no era necesario devolver los
regalos o las dotes si se rompía el matrimonio por cualquier circunstancia.

Uno de los hechos más significativos de esta época, fue la introducción,


primero en Inglaterra, y luego en todo el continente, de un elemento litúrgico
muy curioso, el llamdo “osculatorium” o “portapaz”. Era una especie de
placa, normalmente de plata cincelada o esmaltada, adornada con imágenes de
Cristo o la Virgen, que era ofrecida por el sacerdote para que el público llano
la besara, con lo cual el beso de pax se mantenía al tiempo que se evitaba que
los sucios plebeyos besasen al pulcro clero. Ya fuese por prevención
higiénica, ya por pudor religioso, o por simple desconsideración clerical, el
hecho es que su uso cundió y se mantuvo durante siglos, y aun pueden
contemplarse en muchos museos religiosos bellos portapaces ricamente
adornados.

En cuanto al ámbito público del beso, la sociedad medieval se mostró muy


sosa y rígida. El beso amatorio o erótico desaparece del uso público, aunque
no del ámbito literario como podremos comprobar, mientras que el beso ritual
de salutación o reconocimiento se encorsetará rígidamente en modos y
maneras muy poco divertidas. Por regla general, los de igual rango se besaban
en la cabeza, en la boca o en las mejillas, pero los inferiores no podían
permitirse estas libertades con los superiores. Cuanto mas bajo era el rango
del que besaba, tanto mas bajo era el lugar donde debía hacerlo, y el más bajo
en categoría debía besar en los pies, a partir de ahí, se progresaba hasta el
dobladillo del vestido, la rodilla y la mano.

La investidura y el juramento de fidelidad al señor feudal eran los dos grandes


gestos simbólicos de esta época. Con Carlomagno se introduce la tradición de
armar caballero de acuerdo con un ritual determinado. Así al que iba a ser
armado se le daba un pequeño golpe con la mano izquierda en la mejilla
izquierda y tres golpes con la espada en el cuello al descubierto en honor a
Dios, a San Miguel y a San Jorge. Más tarde desapareció el golpecito en la
mejilla y quedó sólo el beso, a la vez que le pasaban los brazos alrededor del

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cuello y luego golpeaban los hombros con la espada. Una vez armado
caballero podía participar en actos sociales de su rango, entre otros las justas o
torneos, en los cuales el vencedor tenía derecho a dar un beso a la dama que le
presentaba el premio. Aunque, cuidado, pues según la tradición medieval, el
caballero que besaba a una dama estaba obligado a casarse con ella. Mientras
que si una dama besaba a un caballero que no fuese su esposo era condenada
por adúltera. Los besos medievales eran, como se puede apreciar, más bien
escasos, pero algunos muy emocionantes.

Los vínculos del vasallaje se establecían mediante la ceremonia del homenaje


con la cabeza descubierta sin armas en posturas de humildad, el vasallo se
arrodillaba ante el señor y colocaba sus manos entre las de él, éste lo
levantaba y le besaba los labios, gesto que expresaba el carácter honorable del
compromiso y establecía condiciones de igualdad. Luego el vasallo, tocando
con la mano un objeto sagrado y tomando a Dios por testigo, prestaba
juramento de fidelidad. Finalmente el señor, poniéndole en la mano un objeto
simbólico lo investía de los deberes de su feudo.

Recogen varios autores un curioso suceso medieval, que tuvo lugar en


Aquitania, en el acto de coronación de Luis I el Piadoso, hijo de Carlomagno.
Este se postró tres y cuatro veces en honor a Dios y a San Pedro. El Papa
Esteban lo acogió humildemente, lo levantó con sus manos y lo besó
efusivamente. Luego ambos se besaron en los ojos como señal de
espiritualidad, en los labios como deseos de paz, en la frente como signo de
inteligencia, en el pecho como señal de amor y en el cuello como símbolo de
valentía. Los dos personajes querían mostrar a los testigos su profunda unidad
dado que, con este acto, se convertían en similares. En Aquitania también se
hizo famosa por sus besos Eleonor, que se dedicó efusivamente a besar a los
leprosos, dicen que como forma de evitar que otros más apuestos la besasen,
al tiempo que era una buena manera de apiadarse caritativamente de esos
enfermos que habían caído en la lepra por culpa de sus excesos venéreos. Así
es como se consideraba entonces esa vergonzante y terrible enfermedad, un
castigo divino por el pecado de libertinaje sexual.

También cuentan diversos autores que Margarita de Escocia, esposa del rey
de Francia Luis XI, besó en la boca al escritor francés Alain Chartier (1385-
1435), padre de la elocuencia francesa, mientras dormía en un banco. Ante la
sorpresa que causó su acción, alegó que no había besado al hombre sino la
boca de donde habían salido tan bellas palabras y tan ilustrados parlamentos.
En fin, ya sabemos que besos y palabras…

Estos son sólo algunos momentos curiosos del besar medieval, pero lo cierto
es que resulta verdaderamente desesperante buscar besos en la producción

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escrita que nos legó la Edad Media. Es sabido que en esta época cualquier
conducta o texto con connotaciones sexuales públicas fuera de lo común
corría el riesgo de acabar en la hoguera. La brujería era perseguida, entre otras
cosas, por su pretendida tendencia a los excesos sexuales y sus gustos
perversos en esta materia. Los primeros documentos que narran la presencia y
costumbres de las brujas son los de Nider de 1137, y se asegura en ellos que a
ellas les gustaba cohabitar con el diablo, personaje peligroso por excelencia,
cuya primera descripción detallada se remonta al año 447 en el Concilio de
Toledo. Se le describió como una figura oscura y monstruosa que olía a
azufre, con cuernos, patas y orejas de asno, peludo y con garras, y dotado de
un gran falo. En los juicios de brujas se decía que éstas eran iniciadas en los
ritos diabólicos mediante el beso. Al parecer tenían la desagradable manía de
besar el trasero y el falo del demonio. Muchas de ellas aseguraban en sus
confesiones que lo sentían como algo frío y duro. Un gran falo, frío y duro…
podría contentar a muchas de ellas, sobre todo si fuese de madera… ¿verdad?

Pero eso no viene al caso. Lo que si nos interesa recordar es que el Papa
Gregorio IX, en una carta dirigida al rey Enrique de Alemania en 1232,
acusaba a los habitantes de cierta región bárbara de hacer pactos con el
Maligno, en los cuales se contemplaba toda suerte de rituales sexuales, con
zoofilia, incesto y homosexualidad incluidos, los cuales se debían condenar
severamente. Acusaba concretamente a los habitantes de una ciudad llamada
Stedinger de formar una sociedad secreta en la que el neófito para ingresar
debía realizar un ritual consistente en besar el trasero de una rana o sapo, tras
lo cual aparecía de repente un hombre de ojos negros y muy flaco – ¡ojo,
recuerde para más adelante esta escena! - que desde ese momento se
encargaba de ordenar el ceremonial. En un segundo acto, el neófito besaba el
trasero de un “gran gato negro”con la cola erguida que caminaba invertido y
hacia atrás, y después se apagaban las luces y se celebraba una gran orgía sin
ninguna consideración al sexo de los participantes ni a los lugares usados para
depositar los besos u otras carnalidades. En fin, no es de extrañar que tras
conocer tales perversiones, el Santo Oficio considerara necesario y razonable
recurrir al fuego purificador.

Esa “sana” costumbre duró hasta bien entrado el siglo XV, ya en la antesala
del Renacimiento, y de hecho puede considerarse que la sapiencia acumulada
por los inquisidores fue la que alumbró la gran obra escrita en 1486 contra la
brujería por dos dominicos, que fue aprobada por el papa Inocencio VIII,
titulada “Maleus Maleficarum” (“Martillo de las brujas”). En ese texto se
explica que el origen de toda brujería es el exceso carnal, que es
especialmente insaciable en las mujeres, y que como éstas, seducidas por el
diablo, tuviesen miedo de ser penetradas por el falo de tamaño monstruoso del
maligno, acaso no tendrían más remedio que ceder a sus besos con lengua

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resbaladiza, siendo estos la puerta por las que de rondón se colaría el maligno
enemigo en ellas, y luego… todo lo demás. A la hoguera y listo, aquí paz y
allá gloria. Y lo peor, por mucho que nos escandalice, es que el librito de
marras fue manual de uso obligatorio por la Inquisición durante más de dos
siglos, hasta ya bien avanzada la revolución científica y artística renacentista.

En ese ambiente era comprensible que cualquiera que se sintiera tentado por
la carne y el beso se ocultase y silenciase sus abominaciones, aunque el clero
tenía perdón de los pecados y comunión garantizada por si acaso, a tal punto
de que entre ellos es donde se solían observar los mayores excesos, siempre –
claro está - caritativamente justificados. Las historias libidinosos entre curas y
monjas no son un lugar común, son, valga el giro, “el lugar más común” para
el encuentro carnal, y era lógico, la familiaridad y las penurias serían un buen
caldo de cultivo para la caridad sexual. Y si no había “hermanas” pues otros
“hermanos”, y si no había hermanos pues otras hermanas legas, que al cabo la
carne no distingue cuando se trata de satisfacer las necesidades más
elementales.

Como muestra valga el botón que nos dejó escrito Alcuin, un inglés del siglo
VIII, que siendo amigo y consejero espiritual del mismísimo Carlomagno,
llegó a ser arzobispo de Tours, en el que cuenta sus relaciones con un obispo,
a mayor gloria del prohibidísimo amor homoerótico: “Pienso en tu amor y
amistad con tan dulce recuerdo, reverendo obispo, que anhelo ese precioso
tiempo en que podré tocar el cuello de tu dulzura con el dedo de mis deseos
(…) cómo me hundiría en tus brazos (…) cómo cubriría, con labios
fuertemente apretados, no solamente tus ojos, orejas y boca, sino…”. Puede
que de esa manera al menos no corriera el riesgo de “liarse”, sin querer, con
una bruja. Y así durante siglos, los hombres y mujeres del clero se entregaron
mutuamente su “amiticiae”, como por ejemplo hacía una monja alemana del
siglo XII, que escribía a amante femenina: “Cuando recuerdo los besos que
me diste… deseo morir por que no puedo verte”.

Homo o heterosexualidad, poco importaba, con tal de que se mantuviese en la


más rigurosa intimidad y en total secreto. Secreto a voces, pero discreto.
Como Pedro Abelardo (1079-1142), el reputado teólogo, quien por un lado
ensalzaba las pasiones de la amiticiae (“Más que un hermano para mí,
Jonatás… una sola alma conmigo”), pero al tiempo las mantuvo bien
ardientes con Eloisa, una joven veinte años menor que él, “alta y bien
proporcionada, con dientes muy blancos”, sobrina de un canónigo, a la que él,
nada menos que director de la escuela de Notre Dame, fácilmente sedujo
mientras que sabia y generosamente la aleccionaba. Abelardo, verdadero Don
Juan de su tiempo, lo dejo muy bien escrito en su “historia calamitatum”:
“Sus estudios nos permitían retirarnos en privado… y hablábamos más de

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amor que de los libros, y nos besábamos y aprendíamos”. El tío acabó
pillándolos, a ella la envió a un convento y a él, lo castró, sin más
miramientos. Ella llegó a priora, y el puede que a santo, pues ella, siendo ya
mayor, le escribía encendidas cartas de amor en las que justificaba
sobradamente sus pecados, “…incluso durante la misa… las visiones lascivas
de esos placeres se apoderan de tal manera de mi pobre alma… y la pasión y
la experiencia de los placeres que fueron tan deliciosos intensifica los
tormentos de la carne y los anhelos del deseo”. Al infierno por un beso, pero
que me quiten lo bailado.

En esa misma coyuntura andaban metidos frailes y legos. Los unos al borde
de la concupiscencia, los otros al del adulterio. Los dos extremadamente
excitados, pero contenidos, al menos aparentemente. Al menos eso debió
pensar hacia 1185 un tal Andreas Capellanus, un capellán autor de un libro
titulado “El arte del amor cortesano”. Para él, el arte del amor puro llega hasta
el beso y el abrazo, todo lo más a la caricia del cuerpo desnudo del amante,
pero no más, pues eso ya no sería amar puramente. Proponía que los amantes
se amasen tiernamente con sus besos y abrazos, pero que parasen justo antes
de la consumación, lo cual tendría que ser una especie de exquisita tortura. Se
trataba de un juego amoroso reservado a las clases pudientes, un amor
aristocrático y cristiano, que evitaba el embarazo y el adulterio, al tiempo que
unificaba las almas, y prevenía que la expulsión frecuente de los líquidos
seminales produjese la temida “sequedad de las meninges”, contra la que tan
terriblemente se pronunciaban los “físicos” desde los tiempos del mismísimo
Aristóteles. Capelanus llegó a establecer reglas o normas para ese juego de
amor cortes. Se trataba de realizar una progresiva aproximación corporal, con
los siguientes pasos: tener (sostener), ambrasar (abrazar), baizar (besar) y
manejar (mimar y acariciar), y ahí quietos… nada de penetración. La
excitación y la renuncia final tendrían que ser emociones tan extremas, que a
saber cuantos jugadores sería capaces de respetar las reglas. Seguro que muy
pocos, aunque estadísticas no quedan. Los rigores y los miedos mentales es lo
que tienen, que acaban produciendo auténticas barbaridades en los que los
padecen.

Algunas de estas fatigas y curiosidades humanas eran difundidas por los


trovadores medievales, contribuyendo a extender los temores al tiempo que la
exaltación del amor puro. Sus poemas y canciones solían describir historias
amorosas llenas de besos, y poco más. Y resulta curioso que el origen de tales
canciones de amor fuese la cultura árabe, y los cruzados los que más
contribuyesen a difundirla, según refiere A. Blue, citando como testigo al
historiador Theodore Zeldín, quien escribió una “Historia íntima de la
humanidad”, según la cual en la antigua Arabia había cinco clases de amor
apasionado, que vinieron a ser como las semillas que germinaron en los

84
romances medievales. Estos contaban y cantaban bellas historias de amor
entre damiselas en apuros y caballeros valientes que las salvaban y luego
besaban, y nada más. Así fue como se gestaron algunas de las grandes
epopeyas medievales, como la de Chretien de Troyes sobre Ginebra y
Lancelot, dos amantes inmemoriales, unidos como ningunos otros por los
besos amorosos, pero dolorosos. El era el mejor amigo del Rey Arturo, ella su
prometida y luego esposa. Ambos le “pusieron los cuernos” a base de besos,
el acabó en el destierro, ella en un convento, como sucedía casi siempre que
una dama transgredía las normas. Pero sus besos inspiraron a otros muchos
caballeros y damas medievales, como a Tristan e Isolda, a Dante y Beatriz, a
Bocaccio y su Decamerón, y será venero que perdurará hasta el mismísimo
Rodín y su famosa escultura “El beso”.

En efecto, ese modelo de beso está presente en varias obras épicas como “La
boda del el caballero Gawain y la dama Ragnell”, o “Gawain y el caballero
verde”. En ellas el beso entre el caballero y la dama, o entre aquél y un
dragón que se convierte en dama, es el entronque de la historia. Volveremos
sobre ello cuando contemos cuentos de bellas durmientes que despiertan con
un beso, pero ahora debemos dejar claro que tales argucias y cuentos sólo
eran una buena forma de escapar de la terrible verdad, la persecución de todo
lo erótico, sensual y sexual en la edad más mediocre de todas.

Eran tiempos oscuros, en lo que además de las brujas, cualquiera que se


saliese de la norma religiosa o social se jugaba el cuello, sobre todo si
pertenecía a otras culturas o religiones, a esos les convenía andarse con sumo
cuidado. Es curioso que una de las acusaciones de la cristiandad contra los
“infieles” fuese la de usar licenciosamente los besos. Por ejemplo, se
conservan algunos poemas homoeróticos en las culturas hispanojudía e
hispanoárabe, que mencionan y ensalzan la homosexualidad y en su contexto
la práctica de los besos amatorios. “El jardín perfumado” es un curioso libro
tunecino antiguo, escrito por un jeque llamado Scheik Nefzawi, descubierto
en Argelia en el siglo XIX por un militar francés, y traducido por el
orientalista Richard Burton en 1886, que relata apasionadamente los besos
amatorios: “Los besos en la boca, en las dos mejillas, en el cuello, así como el
succionar los frescos labios, son regalos de Dios”. No es de extrañar que
conociendo esas cosas, los envidiosos y estreñidos cristianos enviaran a la
horca a muchos de los infieles que las practicasen.

Los hebreos medievales y los sefardíes usaban la palabra Nashak para


referirse al besar, la cual significa unión y también una forma de recibir y dar
energía espiritual. Además, los poetas hebreos ensalzaban las relaciones entre
varones adultos y jóvenes adolescentes con un gran halo de romanticismo y

85
ternura. Se lo ponían fácil a los “vigilantes” de la moral católica: pecadores, y
además judíos, así es que al exilio o a la hoguera con ellos.

Citaremos aun otra curiosidad sobre los besos medievales. En Francia en el


siglo VII había una legislación, la ley de Borgoña, que obligaba al ladrón de
un perro de caza a besar la parte posterior del animal en presencia del pueblo
reunido, confiando que el sentido del ridículo serviría para disuadir a posibles
delincuentes. Y es que es evidente que algunos besos son peligrosos, dañinos
y hasta pueden matar, y si no que se lo digan a las brujas y a los amantes que
pecaban sin tener tiempo de arrepentirse, lógicamente sólo podían ir al
infierno.

Al menos, en ese lugar los colocó el escritor italiano Dante Alighieri (1265 -
1321), el preclaro autor de “La Divina Comedia”, en cuya segunda parte es
guiado por su amada Beatriz, con quien no sabemos que besos le unirían.
Juntos de la mano, en el quinto infierno encuentran a Paolo y Francesca, dos
jóvenes que cometieron el pecado de besarse en un jardín después de leer la
historia de amor de un caballero andante y una reina. La historia de estos
jóvenes, escueta en “La Divina Comedia”, fue ampliada en el siglo XIV por el
escritor italiano Bocaccio (1313-1375), otro gran experto en materia de besos
que plasmó en su magnífico “Decamerón”, sabemos que Paolo era el segundo
hijo de Malatesta de Verrucchio, señor de una ciudad italiana, que andaba
buscando esposa para su primogénito y poco agraciado hijo Giovanni. El
heredero viajó por algunas ciudades y regresó a contar a su padre que deseaba
casarse con Francesca, la hija de Guido da Polenta, señor de Ravena. Como
Malatesta temía que por el aspecto desgarbado de Giovanni, Francesca
rechazara la propuesta, envió a su otro hijo Paolo hasta Ravena para pedir la
mano de la joven. Paolo, que estaba casado, y Francesca sintieron enseguida
una gran y mutua atracción, pero ella no tuvo más remedio que cumplir su
compromiso, y casarse con Giovanni a pesar de su desagradable aspecto. A
los nueve meses ella tuvo una hija, y Paolo, desesperado, se encerró en una
fortaleza con su esposa legal para olvidar a Francesca, pero la ausencia de ésta
sólo sirvió para alimentar sus ansias y su amor por la bella dama, así es que ni
corto ni perezoso volvió a casa de su padre, donde “desafortunadamente” una
mañana soleada encontró a Francesca en el jardín, y se alegraron tanto que se
pusieron a leer la historia de los amores entre el caballero Lanzarote y la reina
Ginebra, y seducidos por la belleza y el erotismo del texto, en el que
Lanzarote besa a Ginebra, Paolo hace otro tanto con Francesca. En ese crítico
momento – casualidad o infortunio - aparece por allí Giovanni, los coge
“infraganti”, y sin más miramiento los despacha a espada a los dos, y, claro,
como no tuvieron tiempo de arrepentirse, pues al infierno directamente… etc.
Como siempre, más fuego para apagar el fuego de los besos.

86
Y ya que hemos citado a Boccaccio, cómo dejar pasar el “El Decamerón”, sin
indagar los besos que contiene. Es su obra más bella y la más importante
literariamente, no en vano le dedicó más de cinco años. Se trata de una
colección de cien relatos ingeniosos que a lo largo de diez jornadas se cuentan
un grupo de amigos, siete mujeres y tres hombres, que para escapar de la
peste se han refugiado en una villa de las afueras de Florencia. El Decamerón
puede considerarse una obra plenamente renacentista, ya que se ocupa de
aspectos meramente humanos sin utilizar como marco el ambiente moral o
religioso, lo que rompe con la tradición literaria de la Edad Media. El libro
está lleno de escenas eróticas y sexuales, y, por supuesto, de besos. Veamos,
resumidamente uno de los ejemplos más curiosos y divertidos, tomado del
“Cuento cuarto, de la Décima jornada”:

“Hubo, pues, en Bolonia… un caballero muy digno de consideración


por su virtud y nobleza de sangre, que fue llamado micer Gentile de los
Carisendi. El cual joven, de una noble señora llamada doña Catalina,
mujer de un Niccoluccio Caccianernici, se enamoró; y porque mal era
correspondido por el amor de la señora, como desesperado y siendo
llamado por la ciudad de Módena para ser allí podestá, allí se fue. En
este tiempo, no estando Niccoluccio en Bolonia, y habiéndose su mujer
ido a una posesión suya a unas tres millas de la ciudad porque estaba
grávida, sucedió que le sobrevino un fiero accidente, de tanta fuerza
que apagó en ella toda señal de vida y por ello aun por algún médico
fue juzgada muerta; y porque sus más próximos parientes decían que
habían sabido por ella que no estaba todavía grávida de tanto tiempo
como para que la criatura pudiese ser perfecta, sin tomarse otro
cuidado, tal cual estaba, en una sepultura de una iglesia vecina,
después de mucho llorar, la sepultaron. La cual cosa, inmediatamente
por un amigo suyo le fue hecha saber a micer Gentile, el cual de ello,
aunque de su gracia hubiese sido indigentísimo, se dolió mucho,
diciéndose finalmente: «He aquí, doña Catalina, que estás muerta; yo,
mientras viviste, nunca pude obtener de ti una sola mirada; por lo que,
ahora que no podrás prohibírmelo, muerta como estás, te quitaré algún
beso.» Y dicho esto, siendo ya de noche, organizando las cosas para
que su ida fuese secreta, montando a caballo con un servidor suyo, sin
detenerse un momento, llegó a donde sepultada estaba la dama; y
abriendo la sepultura, en ella con cuidado y cautela entró, y echándose
a su lado, su rostro acercó al de la señora y muchas veces derramando
muchas lágrimas, la besó. Pero así como vemos que el apetito de los
hombres no está nunca contento con ningún límite, sino que siempre
desea más, y especialmente el de los amantes, habiendo éste decidido
no quedarse allí, se dijo: «¡Bah!, ¿por qué no le toco, ya que estoy
aquí, un poco el pecho? No debo tocarla más y nunca la he tocado.»

87
Vencido, pues, por este apetito, le puso la mano en el seno y teniéndola
allí durante algún espacio, le pareció sentir que en alguna parte le
latía el corazón; y, después de que hubo alejado de sí todo temor,
buscando con más atención, encontró que con seguridad no estaba
muerta, aunque poca y débil juzgase su vida; por lo que, lo más
suavemente que pudo, ayudado por su servidor, la sacó del monumento
y poniéndola delante en el caballo, secretamente la llevó a su casa de
Bolonia…”

Si ya ha leído El Decamerón ya sabe como acaba este cuento, y si no lo ha


leído, un buen momento para hacerlo es justo cuando acabe este libro. Se
divertirá.

La literatura, siempre tan espléndida, nos salva una vez más de la penuria de
fuentes autorizadas en esa época en materia de besos y erotismo. Y bien que
se lo agradecemos a los pocos autores que se arriesgaban a coger la pluma y
escribir, como nuestro muy admirado Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, quien se
atrevió a publicar el mejor libro de enseñanzas eróticas de su época: “El
Libro del Buen Amor”. El autor describe en diversos capítulos, numerosos
lances de seducción, encuentros sexuales y galantes, y da consejos para
seducir y ganarse los favores sexuales de una dama. Y lo más interesante es
que habla en primera persona, como si él fuese el protagonista de los relatos,
aunque ya desde el comienzo se apremie a explicar que lo hace así sólo con
intenciones “didácticas” y ejemplarizantes, y no por experiencia propia.
Cierto o no, es bien sabido que los clérigos siempre fueron proclives a
dejarse llevar por lo que, según el Arcipreste dice Aristóteles, que todos los
seres vivos, y aun más el hombre, se mueven por el instinto sexual. Sea
como fuere, Juan Ruiz nos dejó una auténtica joya, un libro de relatos
eróticos la mar de divertidos, atrevidos y excitantes. Si no lo ha leído, aun no
es tarde para empezar, y por si acaso, para que vaya abriendo boca, aquí le
copio algunos párrafos del propio Arcipreste, eso si adaptados al castellano
moderno, para facilitarle la lectura:

“Por lo que yo, en mi poca sabiduría y mucha y gran ignorancia,


comprendiendo cuántos bienes hace perder el loco amor del mundo al
alma y al cuerpo, y los muchos males a que los inclina y conduce,
escogiendo y queriendo con buena voluntad la salvación y gloria del
Paraíso para mi alma, hice este pequeño escrito en muestra de bien, y
compuse este nuevo libro en el que hay escritas algunas mañas,
maestrías y sutilezas engañosas del loco amor del mundo, del que se
sirven algunas personas para pecar. Y al leerlas y oírlas el hombre o
la mujer de buen entendimiento, que se quiera salvar, elegirá y hará
el bien [...]. Tampoco los de corto entendimiento se perderán, pues, al

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leer y meditar el mal que hacen —o que tienen intención de hacer—
los obstinados en sus malas artes, y viendo descubiertas públicamente
las muchas y engañosas artimañas que usan para pecar y engañar a
las mujeres, avisarán la memoria y no despreciarán su propia fama
[...] No obstante, como es cosa humana el pecar, si algunos quisieran
- no se lo aconsejo - servirse del loco amor, aquí hallarán algunas
maneras para ello [...]».

Al infierno por un beso, salvo que encuentres un clérigo comprensivo que te


confiese, y no se lo cuente a nadie. Así era la Edad Media en materia de besos
y carnalidades. Aunque como toda ley tiene sus trampas y la geografía del
beso no es llana, las cosas eran muy distintas en los diferentes lugares de
aquella Europa descompuesta. Mientras unos andaban debatiéndose entre las
negruras de las pestes y las hogueras purificadoras, otros reinventaban el arte
y la cultura. Entre los años 1400 y 1500 van a suceder muchas cosas. Gracias
podemos dar a Dante y a Bocaccio, al Arcipreste y a Garcilaso, y a otros
genios de talante parecido, por acabar con las oscuridades medievales y abrir
las puertas y ventanas del Renacimiento, en el que todo cambiara, incluso las
maneras de besarse.

BESOS RENACIENTES

En materia de besos la Edad Moderna empieza con revolución renacentista y


finaliza con la Revolución Francesa. Europa es la gran protagonista, pero en
esto es tan dispar como en tantas otras cosas. La estricta severidad de las
modas y modos españoles contrastaba con la festividad italiana o la
fastuosidad francesa. En general el beso siguió siendo utilizado para los usos
habituales - de salutación, amatorios o ceremoniales - pero las
manifestaciones artísticas, poéticas, pictóricas o escultóricas reflejarán las
nuevas maneras de relacionarse con los besos.

Así en el siglo XVI en Francia el beso adoptó un toque de refinamiento en el


cortejo amoroso, y en el siglo XVII las holandesas ya aceptaban el beso en la
boca sin malicia alguna, como mucho antes ya hacían las mujeres romana en
señal de saludo. Y en Inglaterra al parecer eran muy besucones en esa época y
todo el mundo besaba a todo el mundo con el más mínimo motivo. De hecho,
hay quien asegura que en esos años el protagonismo del beso no lo ostentase
Francia, sino Inglaterra.

1
Besos: Visión multidisciplinar de la función de la boca. Dirigido por Mª Ángeles Rabadán para el Ilustre
Consejo General de Colegios de Odontólogos y Estomatólogos de España. 2004.

89
Eso al menos se desprende de lo que decía en 1466 Leo von Rozmital, un
noble de Bohemia que solía visitar Inglaterra, y que, según cuenta, pudo
observar que los huéspedes que llegaban a las posadas eran recibidos por la
anfitriona y su familia con cariñosos gestos: “…salían fuera para recibirles; y
se espera que los huéspedes besen a todos. Esto entre los ingleses es lo mismo
que estrecharse la mano en otras naciones”.
Algunos años después, el mismísimo Erasmo de Rótterdam habla de los
gestos de la gente de Inglaterra y de su afición a besarse, y escribe a su amigo
Fausto Andrelini y le invita a ir a ese país, pues allí las mujeres son hermosas
y fáciles de besar: “Tienen aquí una costumbre que nunca puede ser
suficientemente alabada. Siempre que llegas a un lugar todos los presentes te
reciben con un beso; cuando te marchas, te dicen adiós con un beso; que
ellos se van, los besas a todos. Si te encuentras con alguien, abundancia de
besos; en resumen, te muevas por donde te muevas, no hay más que besos”.

Unas décadas después otro viajero empedernido, el griego Nicander Nucius,


quien visitó Inglaterra hacia 1545 también relata que los hombres y las
mujeres se besaban con frecuencia, e incluso si eran casi desconocidos se
besaban en los labios: “Muestran una gran sencillez y una ausencia de celos
en sus costumbres para con las mujeres. Porque no solamente aquellos que
son de la misma familia u hogar se besan en la boca con saludos y abrazos,
sino también aquellos que nunca se han visto antes”.

Final de una época, comienzo de otra, y como tantas veces ha ocurrido las
costumbres y ritos se van relajando para reconvertirse luego. Con las prendas
de vestir pasa también. De los tristes aditamentos medievales se pasará a
vestidos sumamente escotados, la atracción que eso significa supondría un
estímulo para aproximarse tocar y besar. Y tal cosa sucedía realmente, a decir
de los historiadores. Hasta tal punto que muchos podrían aprovechar la
circunstancia para – literalmente – meter mano en el escote de las señoras,
con lo cual no es extraño que se confundieran las cosas y se acabase con el
buen gusto. Tal vez por eso en la segunda mitad de ese siglo se fueron
agotando tantos besos y se pasó a una respetuosa reverencia como forma de
saludo social en lugar del beso. O tal vez fuese por el miedo a la peste de
1665, o quizá por la influencia italiana, más sofisticada y floreciente, o tal vez
por culpa de las penurias impuestas por las guerras de religión, lo cierto es
que la gente dejó de besarse efusivamente, aunque también de postrarse hasta
dar cabeza en suelo para honrar a alguien, por ejemplo a una autoridad o a una
dama a la que quisiera galantear.

Hacia finales del XVI y ya en el XVII, en Inglaterra y buena parte de Europa


ya no se besaba nadie. Con escasas diferencian entre nacionalidades, lo cierto
es que el beso se va extinguiendo. En Polonia, por poner un ejemplo, en el

90
siglo XVI había todo un ritual de bienvenida para los visitantes, que incluía
reunirse la familia y salir a recibirlos a la puerta, tomar su espada, sacar vino
y copas, servirle y beber y todo ello bien adornado con abrazos y besos. Sin
embargo en el XVII los polacos ya no eran tan efusivos, según relata A. Blue
que cita aun francés que visitó Polonia en esa época y escribió: “Dos personas
del mismo nivel social se abrazan y besan en los hombros; los subordinados
deben besar las rodillas, pantorrillas o pies de sus superiores…”.

Había pasado un siglo y aquellas efusiones “osculares” habían desaparecido,


incluso en la besucona Inglaterra. Así, un tal Thomas Coryate, un inglés de
buena familia y dado a las letras, viaja por Europa y se sorprende de que en
algunos sitios, como la “anticuada” Italia, todavía se saluden o despidan con
besos, y no duda en criticar abiertamente tales costumbres, impropias de la
educada Inglaterra del XVII, en la cual los besos de salutación habían
quedado restringidos a los enamorados y padres e hijos. Se trata de la
Restauración inglesa, en la que las costumbres se dignifican con aires
sumamente reservados, importados de los franceses cortesanos. Mejor
inclinarse para saludar, nada de besos. El autor de teatro Congreve, habla por
boca de uno de sus personajes de “The way of the World” (1700): “Creerías
que estás en un país donde enormes y zafios hermanos se babean y besan
unos a otros cuando se encuentran, como en una reunión de sargentos… Aquí
no es costumbre”. Y en otra de sus obras, cuyo título habla por si sólo, “Love
for Love”, critica a las señoritas que besan y hablan en exceso: “Oh, que
vergüenza, señorita, usted no debe besar y contarlo”, refiriéndose al
conocido dicho ingles “kiss and tell”, que viene a ser como el presumir de las
conquistas de los donjuanes españoles.

Sin querer hemos empezado en la calle y acabado en el teatro y es que la


documentación escrita sobre el besar en esa época tampoco da para mucho
más, por lo que, de nuevo habremos de recurrir a la literatura, y en este caso
al teatro, para ampliar nuestra cultura de besos. Y para ello nada mejor que
pedirle ayuda a Teresa Ferrer Valls, de la Universitat de Valencia, que ha
escrito mucho y bien sobre “El erotismo en el teatro del primer
renacimiento”. En sus textos encontramos los besos más sonados del teatro
español de esa época. Así ocurre con el “Diálogo del nacimiento”, de Torres
Naharro, en el que, emulando a los galanes que escribían cartas transidas de
pasión, el pastor del introito de la obra se dirige a su pastora en los siguientes
términos:
Dios guarde de mal
carilla, perraza y ogitos de gata
si aca te toviesse
la mano en las tetas quiça te metiesse,
y aquessa bocacha quiça te besasse,

91
y en éstas, y en éstas, si no me mordiesse,
mi boca en su lengua gela recalcasse...

En la Comedia Tesorina, de Jaime de Güete, el pastor Gilracho se propone


"tentar", "pellizcar" y "arrimar a la pared" a la moza Citerea, y tras intentar
darle un beso se llevará un bofetón de la moza, al que el pastor corresponderá
con igual moneda. Similar situación se plantea en la Comedia Vidriana entre
Carmento que quiere besar a Cetina, y ésta que replica: "tente allá /no te
allegues tanto acá...". Como se aprecia, los intentos de besos y abrazos fueron
moneda de uso corriente en nuestras comedias. En la Farsa Cornelia de
Andrés de Prado, el pastor Benito pretende retozar con Cornelia,
abalanzándose sobre ella con la intención de abrazarla. En la Seraphina de
Torres Naharro, Gomecio, criado de un ermitaño, trata de besar a la criada
Doresia en las manos, para pasar luego a mayores tratando de darle un beso
en la boca. En fin, besos mil…
Pero a nosotros los que más nos gustan son los de “La Celestina”, o mejor los
de los protagonistas de la “Tragicomedia de Calixto y Melibea”, cuya primera
edición salió de Burgos en 1499. El autor fue Fernando de Rojas, que estudió
leyes en la Universidad de Salamanca y llegó a ser Alcalde Mayor de
Talavera (Toledo), donde murió en el año 1541. Según cuenta él mismo, el
primer acto de la obra circulaba entre los estudiantes de la universidad sin
saber quién lo había escrito. A él le gustó tanto que se dedicó a continuarlo y
lo acabó en sólo 15 días, durante sus vacaciones. En ellos se muestran los
trágicos amores de Calixto y Melibea y las malas artes que emplea la
alcahueta Celestina para que se enamoren. Veamos, a modo de ejemplo, lo
que dice Calixto en un párrafo del Acto XIV:
“Pero tú, dulce ymaginación, tú que puedes, me acorre. trae a mi
fantasía la presencia angélica de aquella ymagen luziente; buelue a
mis oydos el suaue son de sus palabras, aquellos desuíos sin gana,
aquel apártate allá, señor, no llegues a mí; aquel no seas descortés,
que con sus rubicundos labrios vía sonar; aquel no quieras mi
perdición, que de rato en rato proponía; aquellos amorosos abraços
entre palabra y palabra, aquel soltarme y prenderme, aquel huyr y
llegarse, aquellos açucarados besos, aquella final salutación con que
se me despidió…”

Y aun nos quedarían los besos de Garcilaso, y de Lope de Vega, y de


Calderón y de tantos literatos españoles tan bien dotados para hablar del
asunto. Pero de entre ellos Quevedo es tal vez el más animado a los besos,
también el más escatológico. En 1631 publica una de sus obras satíricas
titulada "Sueño del Infierno", en el que recorriendo el infierno encuentra a

92
ciertos alquimistas y sus mujeres y dice textualmente: “Había muchas
mujeres tras estos besándoles las ropas, que en besar algunas son peores que
Judas, porque él besó, aunque con ánimo traidor, la cara del Justo Hijo de
Dios y Dios verdadero, y ellas besan los vestidos de otros tan malos como
Judas. Atribúyolo, más que a devoción, en algunas, a golosina en el besar.
Otras iban cogiéndoles de las capas para reliquias, y algunas cortan tanto
que da sospecha que lo hacen más por verlos en cueros o desnudos que por fe
que tengan con sus obras”. Entro otras muchas cosas sus sátiras no se paran
en los amores tiernos y bobalicones, sino que llegan incluyen a los besos
oscuros, al punto de comparar los placeres del cagar con los del beso: "Que no
habría en el mundo gusto como el cagar si tuviera besos." Pero para qué
abundar si es evidente que por los finales del “cuatrocientos” la alegría festiva
del besar se extendía desde la calle al teatro, desde las alcobas a los libros.

Aun con todo, muchos rescoldos encendidos de los tormentos medievales y el


peligro de hoguera no había concluido para los amantes. Sirva recordar que
para la Iglesia proto-renacentista todas las mujeres físicamente deseables
seguían siendo brujas malvadas. Los inquisidores, respaldados por los
pronunciamientos papales y los auspiciados por los escritos de teólogos como
Jacob Sprenger y Henry Kramer, seguían condenando a las “malas mujeres” a
ser colgadas por los dedos, a meterles agujas debajo de las uñas y a
derramarles aceite hirviendo en los pies, con la "devota" esperanza de
liberarlas de sus pecados. Esto condujo a la hoguera a decenas de miles de
mujeres inocentes. A pesar de ello la imagen de "dama ideal" amable y
amante del espíritu Renacentista se fue imponiendo al de "bruja malvada" de
la iglesia. Un gesto importante fue el del Rey Enrique VIII, que supo
combinar amor y matrimonio, y no dudó en enfrentarse al Obispo Wolsey y al
Papa Clemente VII en lo tocante a su divorcio y subsiguiente casamiento con
Ana Bolena ¡por amor! La progresiva apertura renacentista hizo que la
sexualidad no pareciera tan pecaminosa como la Iglesia pretendía. También la
clase media comenzó a asociar el sexo y sus manifestaciones carnales con el
amor.

Otro gesto clave fue el de Martín Lutero, quien combatió el ascetismo


católico abogando por el deleite del placer no "pecaminoso". Lutero
disfrutaba – dicen que de manera lujuriosa - de comer, beber y… Aseguraba
que los impulsos sexuales eran naturales e irreprimibles, y tal vez por eso se
casó con la monja Catalina von Bora, a la que, según decía, amaba
profundamente y regalaba con abundante y placentero sexo. Claro que al quite
estaba Juan Calvino (1509-1564), puritano, extremista y amargado creador de
una teología feroz basada en la depravación humana y en la ira de Dios. Era
un asceta infeliz que tenia úlceras, tuberculosis y padecía de piedras en los
riñones. Consideraba que la vida mundana no tenía valor, y preconizaba una

93
teocracia social estricta, en la cual no se cabían los bailes, ni la ropa lujosa, ni
las joyas, ni ninguna licencia festiva. Hasta el amor legítimo debía estar
austeramente regulado. Los compromisos y noviazgos deberían ser limitados,
las bodas sobrias y sin festejos, el matrimonio destinado a para producir niños
y aplacar los impulsos sexuales. Triste, pero cierto.

Tanto como que esa inhumana infelicidad prendió en algunos fanáticos


americanos, como John Knox, cuyas "blue laws" (leyes puritanas) de 1650
estaban en contra de las diversiones, el fumar, el beber, los juegos, las
apuestas, los besos, etc. Incluso promovía los azotes públicos, el uso de
estigmas, como la "letra escarlata", la ejecución de los adúlteros y las
ejecuciones de las brujas de Salem (Massachussets), donde pasó por la
hoguera a 26 mujeres y a dos perros (sic). ¡Como para andarse besuqueando
por las calles estaban los tiempos! Aun con todo, algunos puritanos del Siglo
XVII, como John Milton, defendían una idea más sana del sexo. En su obra el
“Paraíso Perdido”, construye una visión muy benévola de Adán y Eva
entregados a un amor romántico y tierno.

Y en estas llegamos al benéfico siglo XVIII, y los vientos favorables nos


llevan de nuevo a una Europa en la que los valores antisexuales del
catolicismo dogmático son burlados por la figura de Don Juan, tan buen
besador como mal amante, pues para él el amor se reduce a sensualidad, vigor
y lujuria, y el cortejo es un deporte placentero destinado a seducir, conquistar
y abandonar.

Así, beso a beso - que diría Machado - llegamos a las puertas de la llamada
Edad Contemporánea, en la que los modos corteses se expresarán con otras
“maneras”. Pronto surge el Romanticismo y las relaciones se llenan de
“rumores de besos”. Los escritores y artistas proclaman el triunfo del amor, y
podemos pensar que si los besos cobran tanto protagonismo en sus textos,
será por que también lo hacen en sus vidas amorosas y sexuales. Besos como
los de Gustavo A. Bécquer (1836-1870). Déjeme que le recuerde sólo un par
de ellos:
“Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso..., yo no sé
que te diera por un beso”.

“Los invisibles átomos del aire


en derredor palpitan y se inflaman,
el cielo se deshace en rayos de oro,
la tierra se estremece alborozada.

94
Oigo flotando en olas de armonías
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?
¿Dime...? ¡Silencio! ¡Es el amor que pasa!

En Francia Rodin (1840-1917) funde en bronce dos besos que quedarán para
siempre como símbolos: "El Beso" y “La eterna primavera”. Esta segunda
escultura es un prodigio de movimiento, ternura y lirismo al besar. La primera, sin
embargo, fue concebida para la gran Puerta del Infierno que nunca llegaría a
completar. Representa el beso de Paolo y Francesca en el instante en que son
sorprendidos y condenados al infierno. Volveremos a su taller más tarde, pero de
momento nos quedaremos en Francia, donde el poeta Alfred de Musset (1810-
1857), a quien Georges Sand había abandonado, sufre dolorosamente por sus
besos: ¿Sabes qué significa esperar un beso cinco meses, día tras día, hora
tras hora, sentir como la vida te abandona…? Y siguiendo esta corriente
romántica, Paul Bernard (1886-1947) afectado por la cursilería, llega a
asegurar que “El primer beso, sabedlo, no se da con la boca, sino con los
ojos".

Sin embargo no es beso todo lo que reluce, y esas efusiones artísticas no


concuerdan demasiado con los modos sociales de la época. De hecho las
costumbres dominantes en el siglo XIX en lo concerniente a la conducta
pública de las mujeres imponían normas muy estrictas. Toda joven que se
precie debe mostrarse sobria en cuestión de besos. Nunca debe tomar la
iniciativa al besar. Una joven puede dejarse besar por una persona de edad,
pero no debe devolver el beso, a no ser que se trate de un pariente o de una
amiga íntima. En general se debe besar en las mejillas, y si se trata de una
persona de edad avanzada se le ha de presentar la frente. A los hombres de la
familia, a quienes se tuviera la costumbre de saludar con besos, la joven debe
presentarles la frente cuando éstos tengan cierta edad, o las mejillas a si son
más jóvenes. Además se daba por supuesto que jamás se debería dar un beso
en lugares públicos. De hecho, en esta época se abandona el beso como
saludo entre hombres y mujeres, y se restringe al ámbito amoroso, lo que el
beso romántico cobre una gran prestancia. Ya lo dijo Theophil Gaultier
(1811-1872), "El verdadero paraíso no está en el cielo, sino en la boca de la
mujer amada"; y Anatole France (1844-1954) aseguraba con total seriedad
que: "La mujer es embellecida por el beso que ponéis sobre su boca". Que
besos tan bellos, ¿verdad?

BESOS PARA EL NUEVO MILENIO

95
Siguiendo el guión trazado por José María Ustrell en su capítulo sobre los
“Orígenes del Beso”, examinaremos ahora cómo se besa en la actualidad.
Entre los aspectos que destaca al respecto señala que tras la Segunda Guerra
Mundial aparecieron los movimientos pacifistas, que con su política de "haz
el amor y no la guerra" hicieron que el beso cobrara un gran protagonismo.
En mayo del 68, el beso se convirtió en símbolo de rebeldía y libertad, y las
fotografías de los diarios se llenaron de manifestaciones públicas de amor. La
superación de la guerra fue un estímulo abierto para el amor. El informe de
Alfred Kinsey de 1948, sobre la sexualidad del “macho humano” fue otro de
esos acicates inestimables. En él se señala que muy pocos americanos casados
antes de la primera Guerra Mundial habían practicado el beso profundo con
lengua incluida. Sin embargo, como tantas otras veces había ocurrido, cuando
sus datos fueron contemplados desde otra óptica, se vio que más del 75 % de
los hombres de cierto nivel cultural si lo habían practicado y practicaban,
mientras que si se trataba de clases menos cultivadas lo hacían sólo en el 40
% de los casos. Tal vez la menor formación actuara como elemento inhibidor,
ya fuese al hacerlo o al decirlo, pues muchos lo consideraban poco higiénico o
tal vez poco admisible.

Cinco años después, el mismo equipo de Kinsey publicó su estudio sobre la


sexualidad femenina, y ellas confesaban que besaban mucho más que los
hombres. El beso profundo lo practicaban a modo de juego erótico el 70 % de
las mujeres que no habían practicado el coito, y la frecuencia subía hasta el 80
% y el 93 % cuando se trataba de mujeres con más experiencia sexual
prematrimonial. Al parecer a las mujeres les agradaban más que a los
hombres los contactos no coitales, las caricias, el cuerpo a cuerpo y los besos.

En la década de los 30 Thomas van de Velde publicó uno de los manuales de


sexualidad más leídos durante el siglo XX, el “Ideal Marriage”, en el que
señala que el beso francés se originó en una zona de bretaña, en una
comunidad llamada Maraichin, los cuales “se exploran mutuamente y
acaricias la boca del otro con la lengua, tan profundo como pueden, a veces
durante horas”. Cierto o no lo que es evidente es que esa práctica se difundió
como modelo socialmente admisible en el siglo XX, y ahora puede decirse
que lo practican el 90 % de los pueblos del mundo, sino todos.

Sin embargo en los años 60, pese a la liberación sexual, aun era pronto para
que la moral social se relajase lo suficiente como para hacer pública y
transparente la sexualidad humana. Tal ver por ello el beso de Rodín o la
fotografía de Doisneau tuvieron tanto éxito: eran algo prohibido. El beso
seguía siendo cosa seria, íntima y ignorada. De hecho, informes posteriores a
los 60, sobre la conducta sexual humana, apenas incluyen nada sobre los
besos y el besar. Helen S. Kaplan, en sus textos de terapia sexual ampliamente

96
difundidos en los años 70, se olvida de los besos y ni siquiera menciona a los
labios como elemento fisiológico a tener en cuenta. Y Master y Jonson,
verdaderos reyes de la sexualidad durante las últimas décadas, no le dedican
prácticamente ninguna atención en sus múltiples textos, de hecho en su
tratado-resumen sobre “La sexualidad humana” ni siquiera se menciona el
besar como práctica sexual. En España, en el informe sobre “Los españoles y
la sexualidad”, tal vez el más difundido en los años 90, su autor Malo de
Molina sólo utiliza una vez la palabra “beso” y de pasada, y en sus encuestas
no hay ninguna pregunta sobre ellos. Puede que aun planease sobre nosotros
la sombra de la dictadura, en la que un beso en público podía ser motivo de
escándalo y te podía costar una noche de calabozo, o al menos una multa.

Y que decir del famoso “Informe Hite” sobre la sexualidad femenina,


realizado entre 1972 y 1974. En el se incluyeron a 3.019 mujeres que
contestaron varios cuestionarios, con diferentes versiones y tiempos. ¡Ni una
sola pregunta sobre los besos! Sólo al final del libro, en un apartado sobre qué
clase de caricias le gustan a las mujeres, recoge los testimonios escritos de
varias de ellas sobre los besos: “Toneladas de besos es lo que más ansío”, dice
una. “Los besos son para mi enormemente importantes. A veces llego a tener
orgasmos sólo besando”, señala otra. “me besaría con un buen besador
durante horas”, añade una tercera. “me encanta que un hombre sepa besar”,
“Cuando mi amante besa de una forma hambrienta…”, etc. Todas coinciden,
muchas señalan que es tan importante o más que copular, sentirse bien
besada, labialmente acariciada con besos y palabras. ¿Pero que es ser bien
besada?, ¿en qué consiste eso de besar bien? Todas las mujeres parecen
desearlo y saberlo, al menos la mayoría salvo la señora Hite, que apenas le
presta atención en sus estudios.

Estas críticas no son impertinentes. Tienen su sentido. No son simplemente


anecdóticas, pues es palpable y evidente que en el comportamiento social los
besos de saludo, de familiaridad, de cariño, de amor y sexuales son algo
público. Nunca como antes habían constituido una conducta tan pública y tan
universal. Y sin embargo los sexólogos no parecen prestarle demasiada
atención, ni tampoco los comunicadores, ni los semiólogos, ni apenas los
historiadores. El beso sigue siendo cosa curiosa, bella y enigmática,
profundamente personal, al tiempo que superficialmente social.

En el besar somos deudores de las generaciones de la libertad, y eso se refleja


en las formas amatorias de besar más libres y espontáneas, aunque siguen
existiendo pocas reglas y ninguna norma, salvo las que tácita y
espontáneamente se van copiando de unas sociedades a otras. La era de la
comunicación impone esos modelos de copia social, de universalización de
los gestos y rituales. Actualmente el protocolo se reduce prácticamente a dos

97
modelos: los besos en la mejilla, que significan amistad, y en la boca son
signos del amor. Persiste, no obstante, una forma elegante de, saludo, el
besamanos. Este es el más discreto de los besos de sumisión. En Francia esta
expresión se acompaña de una frase obligada: "mes homages, madame". Un
tal Reboux – citado por Ustrell - explica con gracia como debe hacerse esta
forma de saludo:
"Unos depositan un beso ventosa, algunos levantan el brazo de la
mujer a su altura, otros mojan la mano e incluso hay quien picotea.
Para besar la mano lo correcto es, con las piernas rectas y los pies
juntos, inclinarse levemente hacia la mano, elevándola un poco a partir
del gesto que hará la mujer, y hacer un simple rozamiento con los
labios. La regla general es que se besa la mano de las señoras casadas
o de las solteras de cierta edad. Si la dama lleva guantes no es
procedente realizar este tipo de cumplido y, de cualquier forma, para
conocer qué tipo de saludo prefiere la mujer, será preciso prestar
atención a la forma en que tiende la mano. A los mandatarios
eclesiásticos, aunque no sea una obligación, se les hará un ademán de
besar el anillo".

Muchas personas piensan que en la actualidad el rito social de besar para


saludarse se utiliza en exceso y sin demasiado respeto, que se besa a tontas y
locas, con demasiada superficialidad, y que eso resulta bastante “hipócrita”.
Eso opina la escritora Carmen Soto, quien sugiere que la costumbre de
saludarse con un beso se está extendiendo demasiado y que en muchas
ocasiones sería más correcto darse la mano. También es respetable la opinión
de Ángel Amable, quien en su "Manual de buenas maneras" nos recuerda que
el beso no debe ser ni húmedo ni pegajoso, y aconseja que si se dan besos de
amor, se tenga cuidado con la limpieza de los dientes y la lengua (sic).

El siglo XX nos trajo nuevos besos que nos ha hecho soñar a muchos. Son los
besos del cine, de los que más tarde hablaremos. Es el “beso francés” que ha
dominado el mundo de la moda del beso, el beso “de tornillo” dicho más a lo
claro. Pero ese beso ya no es de nadie, es universal, el cine, la fotografía, las
diferentes artes y medios de comunicación lo han impuesto, pese a los
obstáculos que el Sida ha supuesto para las relaciones sexuales.

En el futuro seguirá habiendo besos, eso seguro, aunque tal vez ocurra que la
comunicación por internet, o la telefonía con imágenes, haga que cambien las
cosas. Tal vez se impongan los besos virtuales, aunque sea una opción muy
poco emocionante. Y ¿qué esperar para el nuevo milenio?, ¿tal vez los besos
intergalácticos? En Star Trek, el Sr. Spock ya hace años que besaba a mujeres
de otras civilizaciones planetarias, pero dicen los expertos que lo hacía como
un autómata, sin sentimiento, y eso no nos gusta ¿verdad? Se me ocurre que

98
un buen slogan para el futuro sería: “Besos sin fronteras y para todos en el
siglo XXI”.

Pero eso ya excede las intenciones de este capítulo y nos traslada a otros
aspectos que abordaremos más adelante. Por ejemplo, cómo son los diferentes
tipos de besos a lo largo y ancho del mundo, o los distintos modos de besar
según las culturas, las personas, las situaciones, etc. Es decir, se trata de
indagar acerca de los usos, sentidos y significados de los besos. Un erudito en
esta “geografía plurisémica de los besos” diría que trataremos de la
“semántica y semiología” de los besos. Tanto da.

99
6.- EL PLANETA DE LOS BESOS.

Pero antes de entrar en las profundidades “semióticas” haremos un viaje de


exploración a lo largo y ancho del Planeta. Buscaremos besos en el mundo
entero. En realidad ya hemos podido aludir a muchos aspectos de esta
cuestión, por lo que lo que no me extenderé demasiado, aunque no vendrá mal
actualizarlo con ese espíritu curioso típico de los antropólogos más “cotillas”.

Pues bien, el rastreo geográfico de los besos en la sociedad moderna nos


enseña que, ni aun si tomamos como modelo el simple beso de saludo
podemos aceptar su uniformidad mundial. De hecho, ni siquiera ese beso
ritual, ese casi-roce entre labios y mejillas, ese etéreo saludo que de puro
estilizado se queda en nada, tiene un único formato o un significado en el
conjunto del planeta. Por ejemplo, es sobradamente conocido que los
esquimales frotan la nariz para “besarse”, pero en la americana y muy
desarrollada Alaska el beso labial, el beso facial y el beso de nariz son
comunes y compartidos por diferentes etnias. Los maoríes todavía juntan la
frente en vez de los labios a modo de beso, y algunos siguen mordiéndose en
vez de besarse. Pero ocurre incluso que dentro de los mismos países, en
diferentes zonas que comparten similares grados de desarrollo, también se
presentan disparidades en la forma de besar. Por ejemplo en Francia para
saludarse se besan en ambas mejillas, pero en la Provenza lo harán hasta tres
veces, tanto entre hombres como entre mujeres, y si viajas a París puedes
esperar sin alarmarte que te den hasta cuatro besos seguidos para saludarte.
¿Para qué tantos, me pregunto?

Según los expertos, este beso facial de salutación tan extendido en el mundo
entero proviene de Francia. Se trata del artículo de exportación europeo que
más éxito ha tenido. Si se pudieran cobrar royalties la UE superaría en
comercio exterior a la “cocacolizada” Norteámerica y al supercomputarizado
Japón. Los historiadores dicen que se originó como una costumbre rural en
Francia, donde los campesinos para saludarse se sujetaban de los hombros y
se besaban sonoramente en ambas mejillas. Esa costumbre pasó luego a las
ciudades donde fue discretamente “urbanizada”, y para hacerse menos
“pueblerina” fue perdiendo sonoridad, alegrándose de su carga física, pero
también perdiendo “autenticidad”. Lo intenso se fue convirtiendo en “light”,
como las comidas caseras. Eso me recuerda la forma de besar de una de mis
cuñadas de un pueblo de la vieja Castilla. Sus besos son un verdadero
empujón facial y craneal, has de estar prevenido si no quieres perder el
equilibrio, y, por su puesto suenan a beso de verdad. Por el contrario una de
mis más queridas enfermeras cuando te saluda con dos supuestos besos los
lanza tan de lejos y con la cara tan girada que has de tener cuidado en no

100
dárselo en el cogote. Cada cual tiene sus rasgos gestuales, su peculiaridad
besadora, su personalidad labial, es evidente.

Pero sigamos la ruta de los besos. Lógicamente el beso de Francia pasó al


resto de Europa, antes de hacerse mundial, y por eso dicen las encuestas que
en conjunto los europeos somos muy besantes, los más besucones del mundo.
El ritual de dar dos besos en las mejillas sin llegan a usar los labios, es propio
de la vieja Europa pero también es variado en ésta. Por ejemplo, si estás en
Bélgica debes saludar con tres besos, en Holanda es variable, dos o uno, en
España lo normal son dos, pero a veces damos un único beso tocando con los
labios la cara del otro, lo que denota que tienes o buscas un grado de
intimidad superior al mero acto de salutación. En general en toda Europa los
besos faciales son frecuentes entre las mujeres, o entre mujeres y hombres,
pero raros ente los hombres. Sin embargo, en la antigua Unión Soviética los
hombres también se saludaban con besos, generalmente uno sucinto y en los
labios. En concreto en Rusia es normal que los hombres se besen entre sí y en
la boca sin ningún tipo de recato, ni morbo ni prevención. La televisión nos ha
mostrado repetidamente como los líderes de la Europa del Este se saludan
afectuosamente con besos en la boca, cosa que jamás harían los líderes
occidentales. Ese beso significa reconocimiento de igualdad y respeto, aunque
por desgracia ese reconocimiento a menudo haya sido meramente simbólico y
efímero.

El beso en la boca entre hombres también se utiliza en otros sitios de Europa


como forma de saludo, pero restringido a situaciones especiales. Por ejemplo,
al transmitir los partidos de los mundiales de 1970 se impuso la orden de que
las cámaras de televisión no registraran a los futbolistas europeos, sobre todo
ingleses y franceses, a la hora de celebrar un gol, pues solían festejarlo
besándose en la boca y eso no estaba bien visto en otros lugares de Europa o
el resto del mundo. En cualquier caso, el beso en el deporte se ha convertido
en un fenómeno corriente, especialmente en los partidos de fútbol. Sin
embargo hay deportes en los que no se llevan esas “mariconerías”, como el
rugby, en el que los jugadores no se besan jamás, aunque a lo largo del
partido se animan unos a otros con choques de manos o cuerpos, a veces muy
efusivos y violentos. Cada deporte tiene sus usos y costumbres específicos.

Hay otra curiosa anécdota que hizo que un beso se convirtiera en noticia de
informativa y diera la vuelta al mundo. Sucedió con motivo de la visita de
Isabel II de Inglaterra a Estados Unidos. Una persona desconocida de un
barrio popular de Washington DC se aproximó cordial y efusivamente a la
reina, la abrazó y la besó, y ella y su séquito se sintieron sumamente turbados,
amén de alarmados. A la reina no se la puede besar, y menos en público, a lo
sumo reverenciarla inclinándose educada y comedidamente ante ella. Aun

101
quedan viejos vestigios rituales en esta anciana Europa, que, pese a ser
meramente simbólicos, en cierto modo se traducen en los usos públicos. Tal
vez por ello en dos de las sociedades europeas más rígidas y menos
“emocionales”, como son Alemania y el Reino Unido, casi nadie se besa en
público para saludarse, y a lo sumo se dan uno y no más. Algo similar ocurre
en Polonia, donde la manera tradicional de saludar un hombre a una mujer es
besándole la mano con un gesto recatado y antiguo, nada de besos en la cara
ni en los labios.

Los que no se quedan rezagados en materia de besos son los americanos, que
en general son bastante besucones. Los norteamericanos suelen dar un único
beso y lo hacen de forma discreta, pero sin embargo usan frecuentemente
besos bilabiales breves para el saludo entre mujeres amigas o entre madres e
hijos, pero no entre hombres. Según una curiosa encuesta - los americanos las
hacen para casi todo - una chica estadounidense besa a un promedio de 79
hombres antes de contraer matrimonio. También han observado que en esto
hay diferencias entre sexos. Un estudio realizado en jóvenes escolares de 12 a
13 años, de un nivel equivalente a nuestra EGB, encontró que el 55 % de los
chicos habían besado a una chica, mientras que sólo el 24 % de las chicas
habían besado a un chico. Cuando preguntaron sobre “besos con lengua”
encontraron que la frecuencia de uso descendía hasta el 27 % de los chicos y
el 15 % de las chicas. A nosotros los viejos liberales europeos nos parece
bastante para una edad tan tierna, ¿no cree?

Es interesante comprobar las grandes diferencias que hay entre los


“occidentales” de uno y otro lado del Atlántico en materia de besos. Hace
algunos años el Wall Street Journal se ocupó del tema del beso en las
relaciones profesionales y laborales. Dedico a la cuestión un monográfico se
46 columnas. Según parece preocupaba mucho a los rígidos neoyorquinos de
buena cuna el correcto uso del beso en el contexto de las relaciones
empresariales: ¿Debería considerarse el beso como algo inapropiado y sexista,
como una forma de hipocresía social tolerable, o como una manera cálida y
sencilla de atenuar las grandes tensiones comerciales? Hubo incluso quien
especuló que se trataría simple y llanamente como una imitación de las
sofisticadas maneras europeas.

A modo de contrapunto, el Times londinense publicó poco después 20


columnas ocupándose del tema. Los rígidos ingleses consideraron que el beso
empresarial era la forma más “insincera” de mezclar las relaciones laborales
con las personales. Una especie de beso de Judas profesional, ostensiblemente
hipócrita, al decir de algunos de los más reconocidos expertos en márketin:
“Resulta difícil en ese contexto saber cuando un hombre y una mujer de
negocios han de besarse y cuando simplemente darse la mano”. Los rituales

102
sociales son explícitos pero tácitos, hay poco escrito y menos aun establecido
como de obligado cumplimiento. Si es la mujer la que se adelanta y besa
afectuosamente puede ser considerado como signo de algo más que saludo, si
es el hombre también pero menos. Si cualquiera de los dos el inicio de un
gesto de dar la mano responde con un beso el otro se sentirá turbado; si
sucede al contrario se sentirá cortado, un gesto de besar es respondido con una
apretón de manos, se sentirá tratado con frialdad o rechazado. Tal vez lo
mejor sería alargar la mano y si se perciben indicios de iniciar un beso
aproximar la cara y ofrecer un beso aséptico, tan insustancial como
protocolario.

Pero volvamos a América. Los hispanoamericanos también son muy afectivos


y prácticos besadores, pero en conjunto tocan a menos que los europeos, pues
suelen dar un único beso en la mejilla, aunque suele ser más ostentoso, con
más contacto que el nuestro. Así se hace en México y en general en toda
Centroamérica. En Brasil son más efusivos, y es normal entre las mujeres
besarse en la boca; los “picos” en público y entre extraños no son mal vistos,
es un saludo casi tan normal como darse la mano o un abrazo.

Este viaje a través del planeta de los besos nos enseña que incluso en
sociedades en las que el beso no era una forma tradicional de saludo, el estilo
europeo se ha impuesto. Ya es una práctica generalizada en el subcontinente
hindú, y poco a poco se va introduciendo en la compleja China y en el
ritualizado Japón. Sin embargo, a decir de algunos antropólogos, aun quedan
algunas culturas aisladas o muy localistas, como las sociedades somalíes,
cewa, lepcha y sirionao, en las que el beso de saludo es desconocido, y para
los tongas sudafricanos todo tipo de contacto bucal con otro es repulsivo.

Los extremo-orientales en general, y los chinos y japoneses en particular, eran


las personas que menos utilizaban el beso como forma de saludo. De hecho
resulta interesante que los chinos considerasen el beso europeo como una
prueba de canibalismo, según una curiosa cita de D'Enjoy, en “Le baiser en
Europe et en Chine”, publicado en el Bulletill de la Société d´Antropologie de
París en 1891. En Japón el beso sexual era una verdadera rareza hasta no hace
demasiado tiempo, y su práctica actual es de una sutileza próxima al vuelo de
una mariposa. Como inspirado en el taoísmo, el beso debe ser sucinto, breve,
frontal, seco, serio, adusto, sin nada más que los labios, sin otros roces, ni
toques, ni fluidos, pero, eso sí, cargado de deseo, de misticismo y de erotismo.
Las prohibiciones estimulan, no hay duda. En la actualidad, chinos y
japoneses se incorporan a tal velocidad a las “modernidades” europeas que
difícilmente cabe hacer ninguna especificación “oriental” en materia de besos,
salvo si lo consideramos en el ámbito de las formalidades tradicionales.

103
En África hay tantos pueblos, culturas y países que no es posible hacer
ninguna generalización sobre el beso. Hay lenguas tribales, por ejemplo en
Ghana, que ni siquiera tienen la palabra beso. En países africanos bien
avanzados en muchas áreas, como por ejemplo Sudáfrica, aun se pueden
visitar aldeas donde los aborígenes conservan viejas costumbres relacionales,
como si el hombre europeo jamás hubiera pisado sus tierras. Así es posible
encontrar formas idiomáticas simples que están basadas en el uso de los
sonidos que emiten los chasquidos de la lengua en el interior de la boca, que
usan los labios o el paladar para emitir sonidos expresivos y gestuales, o que
utilizan los diferentes sonidos de los besos para comunicarse. No las hemos
oído, es obvio, pero según parece ellos se entienden en ese rico lenguaje de
los besos, y sin necesidad de representarlos con ningún sistema alfabético.

En África se localizan además una gran parte de los países y culturas


musulmanas, y ese es otro ámbito interesante para nuestra indagación. Es
sabido que los árabes besan mucho y bien. Los besos en las mejillas, como
fórmula de saludo entre ellos, significan que ya existe una cierta amistad y
reconocimiento, pero incluso entre desconocidos es signo de respeto, afecto y
buenos deseos, tanto o más que el chocar y agarrarse fuertemente las manos,
como suelen hacer ellos a diferencia de los europeos y occidentales, que lo
hacemos de forma mucho menos ostentosa.

Resulta curioso contrastar las grandes diferencias que hay en los ritos de
salutación entre culturas y países de uno y otro lado del mediterráneo: tan
cercanos y tan distintos. En ambas culturas se dan besos o se dan la mano para
saludarse, sin embargo se diferencian en el uso, en la formalidad, en la
distribución y, sobre todo, en el significado. La clave está en el lenguaje no
verbal, que entre los árabes suele ser más notorio, más ostentoso, más sonoro.
También entre los propios árabes hay diferencias según el sexo y edad de los
“intervinientes” en el beso. Por ejemplo en España, un hombre y una mujer se
suelen saludar con dos besos si existe una mínima relación de amistad o
conocimiento. Sin embargo en los países árabes los besos se utilizan
generalmente para las relaciones entre personas del mismo sexo, pero no entre
los contrarios. Que un joven bese a un anciano árabe en la mano es
interpretado como signo de respeto, pero no besará jamás de esa manera a una
mujer, ni siquiera de su propia familia.

En Palestina los huéspedes que llegan a los hogares esperan ser besados al
entrar a la casa, lo cual es una especie de ritual reparador de cuando Cristo
fue invitado por un fariseo a su casa y este no le besó ("No me diste beso…"
(Luc. 7:45). Los hombres palestinos se saludan francamente al encontrarse,
para ello ponen su mano derecha sobre el hombro izquierdo del amigo y le
besan la mejilla derecha, después hacen lo contrario, ponen la mano izquierda

104
sobre su hombro derecho y le besan en la mejilla izquierda. Mientras que en
España los hombres nunca o casi nunca nos besamos en la cara, allí puede
verse constantemente esos besos que equivalen a nuestro sincero apretón de
manos entre amigos o en los encuentros sociales.

Es evidente que la cultura musulmana mantiene una peculiar relación con el


beso. Los bereberes, por ejemplo, se besan en la mejilla de forma clara y
sonora para saludarse al tiempo que se dan un breve abrazo, pero nunca besan
a las mujeres en público. Para ellos los besos significan mucho. Se trata de
uno de los gestos públicos más significativos. Su modo de relación con los
besos acoge todos los posibles usos y significados, desde lo maternal a lo
respetuoso, desde lo erótico a lo religioso, desde lo protocolario a lo
metafísico. Los usan mucho, pero no los malgastan, como a menudo ocurre
entre los europeos y occidentales modernos, para los cuales los besos públicos
han perdido casi toda su carga significativa, se han quedado en un gesto frío y
simbólico, muy alejado de sus principios y fines.

Para acabar este apartado, veamos un curioso suceso, ocurrido durante la


guerra de Irak de 2004, que nos permite comprender lo importantes que son
los besos en la cultura musulmana. El diario “El País” (on line) publicó la
siguiente noticia, que resumo a continuación, sobre el ataque sufrido por un
grupo de agentes españoles de información, a resulta del cual murieron varios
de ellos:
Latifiya. 15.42, hora local… Alberto, Alfonso y José Carlos han
muerto. Hay dos grupos de terroristas disparando desde las casas. Luis
Ignacio y José Manuel suben el pequeño talud desde el segundo
vehículo hasta el que está más cerca de la carretera, donde se
encuentra José. El intenso tiroteo ha colapsado el tráfico. El fanático
atentado se ha convertido en un espectáculo para quienes transitan la
carretera. Está solo. Escucha a su espalda las detonaciones. Algunos
de los que estaban observando el espectáculo se acercan a él. Lo
rodean. Recibe muchos golpes… Está a punto de rendirse, de dejarse
llevar. No oye nada más que los gritos de la gente que se ha
arremolinado a su alrededor. Ya no hay disparos. Y, de repente, de
entre toda la muchedumbre, ve a un hombre que se acerca y que
aproxima la cara a la suya... No hubo ni una sola palabra que
acompañara el gesto. Sólo un beso. En la mejilla. Un gesto de
protección, procedente de un hombre delgado, bien vestido, elegante...
Cuando José Manuel está a punto de rendirse ante aquella turba,
comprueba asombrado cómo un hombre distinguido le besa en la cara
y todos los que están a su alrededor se calman. No es un religioso de la
mezquita próxima. No es un imán, aunque va muy bien vestido. Es un
notable que, con ese gesto, transmite a los presentes la amistad hacia

105
José Manuel. El beso entre los árabes es un gesto muy apreciado que
indica compañerismo, afinidad. Inmediatamente después, como por
encantamiento, las manos agresivas hasta entonces, se tornan
complacientes. José Manuel está protegido y quienes le agredían,
ahora le empujan con respeto hacia los coches aparcados. Y en ese
momento de perplejidad, propia y ajena, se introduce, lo introducen en
un taxi, que intenta salir de allí en dirección a Bagdad. Hay un
tremendo lío de tráfico.…”

No se usted, pero yo me quedé sin palabras, ni tampoco había ninguna


necesidad, los besos hablan su propio idioma.

106
7.- EL IDIOMA DE LOS BESOS

Si se te cae el pan al suelo, has de recogerlo y besarlo antes de comerlo. Es un


viejo ritual cristiano de origen incierto. Pero, ¿qué significa ese beso? ¿Acaso
protege de algo? ¿Te puede salvar la vida? ¿O es una manera de rendir culto
al cuerpo simbólico de Cristo? El pan, como símbolo del alimento universal,
ha sido utilizado en todos los tiempos como imagen de la paz y la
generosidad. "Es más bueno que el pan" afirma un dicho español para indicar
la bondad de una persona. Los antiguos decían que jamás se debía tirar el pan.
El pan es sagrado y si se cae al suelo hay que recogerlo y besarlo, o recogerlo
y dárselo a un pobre. Aquellos pobres de antaño que iban por las casas
pidiendo un trozo de pan "por el amor de Dios", y que cuando se lo daban lo
besaban antes de meterlo al zurrón, dando prueba de la gratitud y humildad
cristianas que implica el aceptar limosna.

En fin, resulta sorprendente que sobre una cosa tan simple como un beso se
puedan hacer tantas divagaciones y conjeturas, o establecer tantos patrones de
usos y significados. No tendríamos suficiente con mil y una categorías de
análisis para abarcar todas las posibles formas y significados del besar. Pese a
ello en este capítulo abordaremos de forma entrelazada dos de los aspectos
más “significativos” del tema. El primero es el de los significados de los
diferentes modos y maneras de besar, y el segundo como son esos en
diferentes épocas, zonas o culturas.

En realidad, sobre el primer aspecto ya hemos hablado ampliamente, desde


diversos puntos de vista, como la historia, la religión, la antropología, etc. Por
ejemplo recordemos que ya en Grecia había no sólo distintos tipos de besos,
sino incluso diferentes palabras para denominarlos. El “filema” era el beso de
saludo, de paz y bendición; y el “katafileo” era el beso ferviente, amoroso,
sexual e incluso perverso. En Roma había aun más palabras, tres, el basium,
el savium y el ósculum, según sus diferentes usos, significados y
simbolizaciones, de las cuales ya hemos hablado.

Ahora bien, es desde la traición de Judas cuando un beso, en tanto que


conducta “significativa”, se proyectará para siempre como una sombra oscura
sobre el sentido de un gesto. San Agustín señala que es la falta de cohesión
entre el corazón y la boca lo que expresa ese beso “hipócrita”. Si el corazón
no besa al tiempo que la boca el beso esconde el engaño, la traición, aunque a
la boca le cueste mucho mentir. Los seres humanos además de mentir
sabemos engañar, los animales sólo esto, por eso son más fieles. La mentira y
la fidelidad son, precisamente, otras de las expresiones simbólicas del beso;
sugiere pertenencia, reconocimiento, respeto o, por el contrario, exclusión o

107
señalamiento. Así ocurre, por ejemplo, con el beso ritual de la mafia siciliana,
que delata y marca al besado anticipándole la tragedia.

Y es que un beso se puede dar por y para muchas cosas, y no sólo con los
labios. Se besa, simbólicamente, con los dedos, con los ojos, con el corazón,
con el soplo… Hay besos de saludo, de amor, de ternura, de costumbre, de
compromiso, de veneración, de respeto, de reconocimiento, de transferencia,
de traición, de pertenencia, de familiaridad, de desamor, de consolación, de
juego, de sexo, de perversión… en fin múltiples y variados significados de los
besos. Pensemos que se trata de un elemento no verbal de comunicación, con
muchas posibles formalizaciones dependiendo de quien, como, cuando y
donde se den o se reciban. Cualquiera con un mínimo interés taxonomista
podría elaborar una extensa clasificación del besar, que iría desde lo muy
simple y anecdótico, hasta lo más complejo y trascendente.

Pero entremos en materia. Todo se resume en un aspecto esencial: el de la


comunicación. Un beso siempre es una conducta comunicativa. Y lo es
porque siempre es expresivo. Ahora bien, el beso sólo es significativo desde
que se convirtió en hecho cultural, y es cultura desde que tuvo significado,
cual pescadilla que se muerde la cola para al cabo dar al traste con el beso
entendido como automatismo gestual animal. A este respecto, conviene saber
que los expertos diferencian entre expresión verbal y no verbal, y que ésta se
basa en la utilización de la mímica y la motórica, también llamada kinesis o
psicomotricidad, en definitiva la gestualidad semántica.

Dicho de oto modo, los gestos son elementos comunicativos naturales que
pueden ser considerados como “mediadores” entre la intimidad individual y la
cultura social. Son los primeros elementos comunicativos, tal vez también los
primeros actos simbólicos. La suma de gestos compone una gestualidad que
es típica de cada persona, que la identifica aun más que sus facciones o
palabras. Reconocemos a una persona desde lejos por como anda, como se
mueve o como gesticula al hablar. Cada persona tiene su propio sistema de
señales y también existen códigos gestuales típicos de una cultura o grupo
social. Siempre me llamó la atención que los comentaristas de televisión sean
capaces de reconocer tan rápidamente a los futbolistas en un campo tan
enorme y desde tan lejos. Y que decir de esa rara habilidad de ciertos
comentaristas de reconocer a los ciclistas en una carrera, si van todos
“disfrazados” y todos dan pedales de la misma manera. Pues no, aunque lo
parezca, no los dan igual. Lo mismo ocurre con los besos. Aunque todos
hagamos lo mismo, cada uno lo hace a su manera, y en cada grupo hay
códigos típicos asociados a los besos. Pensemos en lo que ocurre cuando
besamos por primera vez a una persona. Hasta que no lo haces no tienes ni

108
idea de cómo va a salir la cosa, si habrá o no equilibrio entre los labios de
ambos, si nos acoplaremos al ritmo de besar, si los labios y la lengua… etc.

Una de las personas que primero abordó en serio la cuestión de la


comunicación no verbal fue Flora Davis, en su famoso libro "La
comunicación no verbal", publicado en 1971 en los EE.UU. Empieza así: "No
confío plenamente en el teléfono, porque por teléfono no puedo estar segura
de lo que realmente quiere decir la otra persona. Si no puedo verla, ¿cómo
puedo adivinar sus sentimientos? Según la autora, la capacidad de descifrar
los gestos y movimientos es algo que todo el mundo posee desde niños. Es lo
que podríamos llamar intuición semántica no verbal, y se aprende y se utiliza
inconscientemente desde la más tierna infancia. La relación y comunicación
inicial entre madre e hijo, por ejemplo, se basa más en la gestualidad y en la
sonoridad que en significado del lenguaje. En este contexto los besos son un
elemento primordial de la relación, hasta el punto de convertirse en una parte
esencial de la “nutrición” emocional del cerebro del niño, sin la cual su
desarrollo puede verse retrasado o mermado.

Según sugiere Ulrich Ramer, en su libro “Lenguaje Corporal”, la acción de


besar podría tener su origen en una actitud maternal, la del cuidado
alimenticio, de cuando la madre entregaba comida masticada a su criatura.
Igual que el succionar en los senos maternos, ese contacto boca a boca, podría
ser considerado como una fuente de placer infantil y de seguridad. Por eso el
besar, igual que ocurre con el succionar y el chupar, estaría ligado a
sensaciones y relaciones gratas, de un placentero e íntimo contacto. Por eso se
observa que una pareja infeliz deja de besarse antes de abandonar las
relaciones íntimas. Parece que besarse es algo más comprometido, más
significativo, más comunicativo que intimar sexualmente.

Por otra parte en el beso hay elementos instintivos reflejos que también tienen
valor semántico no verbal. Por ejemplo, al besar un 97% de las mujeres
cierran los ojos, mientras que sólo lo hacen el 30% de los hombres.
Aparentemente esto significa que la mujer siente más profundamente la
emoción unida al beso, y eso a su vez es un elemento de comunicación sexual
de la mujer amada que estimula al hombre. Incluso hay quien dice que esa
gestualidad instintiva o innata, tiene que ver con la configuración psicofísica
del temperamento. Según Ramer, en general quienes besan con los ojos
abiertos son más prácticos y realistas, y también sería un indicador de alta
fidelidad y de tendencia a la monogamia. En fin, tal vez sea demasiado decir,
pues, que nos conste nadie ha investigado seriamente la relación entre la
personalidad y la conducta de besar. Es evidente que hay diferencias entre
cuanto y como besan las personas, y que posiblemente los más románticos

109
prefieran cerrar los ojos al besar, pero aparte de lo sugestivo de la hipótesis no
hay manera de comprobarlo.

Lo que parece evidente es que con frecuencia los besos han sido objeto de
toda suerte de digresiones que a poco alcanzan si no se apoyan en estudios
serios al respecto. Resulta llamativo que a una conducta tan peculiarmente
humana, tan gratificante y económica, se le haya prestado tan poca atención.
Ni siquiera la sexología le ha dedicado el interés que merece en tanto en
cuanto que conducta sexual. Lo veremos cuando abordemos la psicología y
sexología de los besos.

Dedicaremos ahora alguna atención a ciertas semánticas o simbologías


concretas del beso. Por ejemplo, el “beso de bodas”. Ya hemos hablado del
origen religioso de ese beso, que viene a significar la unión de las almas, más
que la de los cuerpos. Todo suele empezar con el beso de petición de mano.
Antiguamente este beso tenía una connotación jurídica. Un beso acompañaba
la dote del novio a la novia. Este en cuanto recibía el beso, tenía derecho a la
mitad de la dote si su prometido moría antes del matrimonio. El beso de
petición de mano ha perdido este valor jurídico, pero ha conservado el valor
moral de compromiso.

Luego viene el verdadero beso de bodas, el definitivo, el que se dan los


esposos tras las promesas y el intercambio de anillos corresponde a una
costumbre muy antigua. Este beso de los esposos atestigua que el
compromiso se contrae por propia voluntad. El beso de bodas era reconocido
ya por los juristas de la Roma Imperial y la Iglesia hizo muy pronto suyo este
principio. Durante el Concilio de Trento (siglo XVI) se exigía que este
consentimiento fuese público y se pronunciase en presencia del cura que daba
a los cónyuges la bendición nupcial. Actualmente el beso de bodas ha perdido
su valor como prueba del consentimiento de los cónyuges y queda en mero
rito que “promete” amor y fidelidad y que da a la ceremonia nupcial tintes
más bien “cinematográficos”.

Pero detrás de esa pantalla se esconden tramas mucho más sutiles y


simbólicas. El aliento espiritual compartido por los novios inaugura una
relación que es más de carnal, que es metafísica. El alma se encuentra en los
labios de los amantes, poetizaba Shelley en el XIX, estaba en plena ebullición
el romanticismo, y el éxtasis sexual y místico se confundía con el religioso. El
alma y el cuerpo del dualismo platónico unidos por fin gracias al beso. Besos
que prometen la vida hasta la muerte. Aunque los prosaicos divorcios se
encarguen de demostrar que la fuerza de los besos no es tanta cuando se
alejan de los labios.

110
En el Gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, él se debate entre el peligro de besar a
Daisy o “pasar de ella” pues “Sabia que cuando besara a esa chica y
“casaran” para siempre sus indecibles visiones con su aliento perecedero, su
mente nunca más volvería a retozar… Así que esperó… Entonces la besó. Al
toque de sus labios, ella se abrió para él como una flor y la encarnación fue
completa”.

Hay besos de amor para dar la vida y también para pasar de la vida a la
muerte. El Fausto de Marlowe vende su alma al diablo no sin antes pedirle a
la “Dulce Helena, hazme inmortal con un beso”. Goethe hace que Werther y
Charlotte se besen fatalmente después de leer al bardo Ossian. Y Jacopo y
Teresa, del italiano Foscolo, se besan apasionadamente después de recitar a
Petraraca y Safo y de ese modo transitan dulce y eróticamente al último
suspiro: “Y nuestros besos y nuestros alientos se mezclaron y mi alma se
transfundió a tu pecho”. Morir con el beso de tu mejor amante en los labios
es una gran idea literaria que viene de lejos. Los romances medievales ya lo
proclamanban, Dante se hartó de padecerlo, Shélley lo cantó hasta la
saciedad: “…y nuestros labios con otra elocuencia que no eran palabras,
eclipsaron el alma entre ellos”; y en “La filosofía del amor” hace que todas
las cosas se besen, “ved las montañas besar al alto cielo”, si bien nuestro
sensible Gustavo Adolfo Bécquer lo hacía mucho mejor, ¿recuerda?...
“Besa el aura que gime blandamente
las leves ondas que jugando riza
el sol besa a la nube de occidente
y de púrpura y oro la matiza.
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar a otra llama se desliza.
y hasta el sauce inclinándose a su peso
al río que lo besa, vuelve un beso”.

Emili Dickinson, Sara Teasdale, Virgina Wolf y otras muchas mujeres


literatas han “besado” hasta la saciedad en páginas memorables o cursis,
dramáticas o ansiosas. Como si su vida fuese una eterna carencia de besos.
Tal vez por ello, ellas y otros muchos y muchas poetas besucones han
acabado en un río o colgados de una cuerda. ¿Qué habría sucedido de tener
quien las besara”. Lo dijo Beppe Salvia antes de lanzarse al vacío desde su
casa de Roma, en marzo de 1985: ¿De que sirve perdurar con parámetros /
de supervivencia, intentando pasar cada día sin saltar al vacío,...? / Mira los
ojos de tu hija / y despídete con un beso.

Tal vez con un beso de buenas noches. Ese tierno, salutífero, salvador,
protector, que las madres de todos los mundos ofrecen a todas sus criaturas
para que les acompañe en el transito diario entre la vida-luz y la muerte-

111
oscuridad; o, el beso otro beso en espejo del despertar, para darles la
bienvenida de nuevo a la vida. La diosa Nut es la reina egipcia de la noche, la
que extiende sus alas protectoras sobre los niños que duermen y despiertan.
La gran protectora azul, como los besos. La que acompaña a los niños en el
viaje a lo desconocido, en el regreso del abismo, en el que han contado con la
compañía simbólica de la madre. Eso es lo que les garantiza el beso sedante,
hipnótico, ataráxico. Ese beso, el de irse a dormir, es el mejor ejemplo del lo
que un beso puede llegar a significar. A los niños no les gusta acostarse
porque se enfrentan a la soledad y a lo desconocido. El beso materno en ese
preciso momento, les ayuda a vencer los miedos de la oscuridad, los
inquietantes ruidos de la noche, las desconcertantes imágenes de los sueños,
las angosturas de las pesadillas. Nadie lo ha descrito mejor que Marcel Proust
en “En busca del tiempo perdido”. Tenía siete años y una mamá que subía a
besarle todas las noches, “Mi único consuelo cuando subía al piso de arriba
para dormir era que mi mamá vendría y me besaría cuando estuviera en la
cama”. “…a veces cuando, después de besarme, abría la puerta para
marcharse yo anhelaba llamarla, para decirle: bésame una vez más”. Más
cuando había invitados la mamá no subía y el pobre niño las pasaba estrechas
(angustiosas), pues tenía que contentarse con el beso en el comedor y con
llevárselo “simbólicamente” puesto hasta el dormitorio, y entonces el niño
preparaba a conciencia ese beso “… que iba a ser tan breve y furtivo…
escogería el lugar exacto de su mejilla donde lo estamparía, y me prepararía
para poder… consagrar la totalidad… de la sensación de su mejilla contra
mis labios”. Siendo ya mayor, al final de la vida de su madre, los papeles se
invertirán, será él el que cada noche despida con un beso a su madre viuda y
delicada de salud. En media habrán quedado muchas relaciones amorosas
complejas y a veces tormentosas, con frecuencia marcadas por esa relación
“prousiana” con el beso materno, o con su carencia.

Justamente esta carencia es la que relata el protagonista de “Traidor a la


patria” (Paul Newman), película de los años 50, en la que un heroico oficial
de la guerra de Corea, acaba colaborando con el enemigo tras ser capturado y
torturado mediante asilamiento extremo. En el consejo de guerra es obligado a
leer en alto su declaración en la que relata las carencias emocionales de su
infancia. La cosa es más o menos así: Madre enferma que muere cuando él
tiene doce años, padre militar rígido y ausente, y entre sollozos relata: “…mi
padre nunca me besó, él no nos sostenía en brazos… creo que ahora no quiero
a nadie”. El mismo día su padre le visita, mantienen un tenso encuentro, y en
un momento determinado, lleno de emoción contenida, el padre le abraza, le
coge de la cabeza y le besa tierna y prolongadamente. Es un beso de
compensación, ese que a veces tanto cuesta dar a alguien a quien sin embargo
amas profundamente.

112
Esa extraña carencia simbólica de besos a menudo se encuentra en las
representaciones pictóricas de la Virgen y el Niño Jesús. Nunca se están
besando, pero con frecuencia sus miradas son tan elocuentes que podría
decirse lo que viene a continuación, el beso maternal que por razones
difíciles de comprender la Iglesia se ha empeñado en ocultar. Dicen algunos
analistas que la razón está en que el origen real de la escena se sitúa en el
mito de Venus, la diosa del amor, y Cupido, su hijo, el dios del amor. Esta
pareja, sin embargo ha sido representada a menudo en actitudes
inequívocamente sexuales. Por ejemplo en el cuadro de Bronzino, “Venus,
Cupido, la Locura y el Tiempo”, la madre y el hijo adolescente están unidos
en un expresivo beso con lengua incluida. Eso prácticamente nunca ocurre en
las representaciones de la Virgen y el Niño, salvo en el cuadro de Quentis
Metsys, pintor flamenco (1465-1530) que en el cuadro titulado, “La Virgen
con el Niño”, los representa besándose. Pero esa es una rareza pues ni en las
famosas vírgenes de Giotto, ni en las diversas representaciones de la escena
hechas por Murillo, ni en las múltiples de Rafael aparecen ninguna imagen
explícita de besos en la “sagrada” pareja. En los cuadros de Rafael, no
obstante, es evidente una relación muy intensa entre ambos, muy
obsesivamente sensual pero al tiempo muy controlada. Dicen los expertos que
Rafael padeció carencia de besos, pues su madre murió siendo él un niño, y
que por eso pintó tantas maternidades. ¿Quién sabe?

Tal vez por eso los niños juegan a besarse. Los juegos y los besos serían otro
de esos campos semánticos en los que podríamos adentrarnos y no acabar.
Déjeme sólo recordarle que el beso forma parte de muchos juegos
tradicionales, ya sea como penalidad ya como recompensa. La tradición del
beso a la muchacha más bella y deseada cuando se encuentra debajo del
muérdago, los juegos de prendas o danzas, los del corro, y muchos otros
tienen los besos como protagonistas. Muchas chicas han recibido, y muchos
hemos dado de esa manera nuestro primer beso. Que manera tan sutil y sabia
de aprender y de enseñar a hacernos personas sociales y adultas jugando; con
besos, ¿cabe mejor premio?, ¿alguien imagina mejor castigo? Recuerdo
vagamente haber leído no se donde, que había una tribu en no se que isla de
no se qué zona del Pacífico, en la que el castigo para los niños o adolescentes
que eran pillados cometiendo un acto sexual “inapropiado”, era obligarles a
repetirlo. ¿Que bueno verdad?, o que malo, según se mire.

Dicen que el primer beso es tan difícil como el último, aun que,
personalmente, creo que éste siempre será el peor. El primero es símbolo de
amor y deseo. Desde pequeños soñamos con ese primer beso, y cuando lo
repetimos queremos que todos vuelvan a ser el primero. Nace de la atracción,
del deseo que nos inflama, nos quema, nos estremece y nos hacer perder el
sentido. ¿Serán las endorfinas? Es una suma perfecta entre dos personas, y no

113
puede darse o recibirse de cualquiera. Esa química no admite sucedáneos,
solo ocurre cuando ocurre y es científicamente impredecible, aunque también
es incontrolable por la voluntad. Que temblemos al besar por primera vez a
una persona no quiere decir necesariamente que sea el amor de nuestra vida.
Si así fuese sería perfecto, una “prueba del algodón” sin posible error, y no
esa lotería que es el “amor-pareja”.

El primer beso, ya sea en la última infancia o en la primera juventud, suele ser


el primer encuentro sensual y sexual con el otro y por eso concita tantas
sensaciones y tantos desvelamientos. Tantos que con frecuencia permanecerá
para siempre en la memoria. Durante el primer beso sufrimos y la
sintomatología del inexperto, nos tiemblan los labios, el corazón se acelera,
nos sudan las manos se nos inflama todo, se nos desorientan las brújulas y los
biorritmos, las hormonas se nos desatan. Si se da a una edad muy temprana
suele carecer de relevancia, si se da muy tarde está sobrado de expectativas y
exigencias. Si se prepara mucho mal, si no se prepara pronto se aprende ese
"arte de besar". Si no sabes, tus labios te enseñan sin la ayuda de ningún
maestro. Luego viene la repetición y la habilidad, y, como casi todo en la
vida, cuanto más se practica mejor se hace y más se disfruta. El primer beso
es sólo el primer contacto con la sexualidad, pero a muchos les transforma la
vida. La novelería de todos los tiempos lo ha contado con tanta hermosura
como desmesura. Pongamos Henry James, por poner a alguno: “Su beso fue
como un relámpago…” asegura en “Retrato de una dama”. Con frecuencia ese
primer beso es robado o adúltero, como en el “Leviatán” de Paul Auster. El
protagonista, después de alguna experiencia sumamente desagradable con el
beso de la esposa de su mejor amigo, encuentra por fin a su amada Iris, y:
“…la alcancé y la agarré, estrechándola contra mí y besándola profundamente
en la boca. Fue una de las cosas más impulsivas que he hecho en mi vida…
Era como si fuéramos las primeras personas que jamás se habían besado,
como si juntos hubiéramos inventado esa noche el arte de besar”.

Sin embargo no siempre tiene que ser tan aparatoso, con frecuencia el primer
beso es un simple rito de paso, bastante más circunstancial y no tan
significativo. Diríamos que es un beso de “graduación” que te da el boleto
para pasar a la adolescencia o la juventud. Las típicas fiestas de graduación,
de fin de curso etc. siempre han sido un buen pretexto para el primer beso o,
en casos afortunados, para el primer “…”. El cine lo ha idealizado tanto que
resulta casi repelente. Pero, gracias a las musas aun nos queda el recurso a la
literatura, al inmortal Shakespeare por ejemplo, que en Romeo y Julieta reune
beso y pecado, descubrimiento y muerte. La escena del beso dice así:
R.- ¿Acaso no tienen labios los santos y peregrinos?
J.- Si, peregrino, labios para las plegarias.

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R.- Entonces no te muevas, mientras recojo el efecto de mis plegarias.
Así de mis labios, por medio de los tuyos es purgado el pecado.
J.- Entonces mis labios tienen el pecado que han tomado.
R.- ¿Pecado de mis labios? ¡Oh, dulce ofensa! Devuélveme otra vez el
pecado.

Así fue el primer beso, y el segundo y luego hubo muchos más entre esos dos
adolescentes de tan sólo trece años que tan amarga e injustamente acabaron
pagando sus pecados. Es lo que tienen los besos, mucho peligro. Y si no que
se lo digan a Drácula y sus víctimas vampirizadas.

Y es que los besos también sirven para morir, y no precisamente de amor. Eso
sucede cuando son los abogados del diablo quien los dan, los judas, los
vampiros, los caníbales o los mafiosos. Es el eterno reverso tenebroso del
beso. Para acotar la historia de esa manera de besar, podríamos comenzarla
hace unos dos mil y pico años en los labios de Judas, y acabarla en con Oscar
Wilde en “la balada de la cárcel de Reading”: “…los hombres matan aquello
que aman /… algunos lo hacen con una mirada amarga / otros con un halago
/ el cobarde lo hace con un beso…”. Es bien sabido que a consecuencia de
algunos de esos besos “prohibidos”, homosexuales, Wilde acabo en la cárcel.
Unos besos dan vida y unen las almas, otros roban la vida y el alma. Ese es el
nexo que A. Blue encuentra entre los besos “a lo judas” y los besos “a lo
vampiro”. Más tarde buscaremos besos en los cuentos y leyendas, en las
historias tenebrosas, pero déjeme ahora que volvamos un momento al beso de
traición por excelencia.

Hasta el nombre de Judas es sinónimo de traición, pero ese análisis semántico


del famoso beso es sólo superficial. En lo profundo se encuentra un rito
“mistérico, otra incorporación a la cultura cristiana de los viejos mitos y
miedos de la humanidad. Para entenderlo tendríamos que remontarnos, según
la citada A. Blue, al canibalismo primario de la humanidad. Esta sabrosa
costumbre se sostiene en varias razones, la simple necesidad nutricional, la
muerte en la lucha por la supervivencia y la creencia mágica de incorporación
de las virtudes de la víctima. En el caso que nos ocupa, es el propio Jesús el
que en la última cena instituye un ritual de ingestión simbólica de sus
virtudes, hecho lo cual no le quedaba otra opción que morir, él ya lo sabía, y
también sabía que uno de ellos tendría que traicionarle para que se cumpliera
el rito, y así quedase instituido el sacrificio como liturgia y doctrina. El beso
era el mejor símbolo, el nexo entre la vida y la muerte, entre el sacrificio y la
religación. Es comer y querer a un tiempo. Judas no hace sino iniciar el rito,
probando la carne del maestro con los labios. Es un elemento simbólico que
de hecho no es ni nuevo, ni único, pues es compartido por hinduismo,
islamismo, judaísmo y cristianismo, e incluso aparece ya en los mitos de

115
Osiris, Attis y Adonis. Al igual que ocurre en estos ritos místicos, las
celebraciones triunfales de estas divinidades siempre acaban con su muerte
simbólica, lo que las eleva a los cielos. Igualmente, la traición y muerte de
Jesús es lo que le convirtió de simple predicador vagabundo en un dios
universal. Visto así, la cuestión es ¿quién traicionó a quién, Judas a Jesús o
viceversa? No vale la pena responder, entre otras cosas por no molestar a la
tradición, pero que conste que la historia de Judas y el beso no está clara ni
siquiera en los escritos de los apóstoles, hay muchas diferentas entre ellos, y
parece que se fue incorporando a medida que el cristianismo crecía y se
consolidaba como una verdadera religión. El rito del sacrificio y la
“canibalización” simbólica del “dios” es un gran recurso. Beso y decoración
sin riesgo ninguno. El cuerpo de Cristo es devorado una y otra vez, con sumo
cuidado, con el máximo respeto, sin apenas hacerle daño, sin masticar la
sagrada forma. Todo encaja a la perfección. Del beso a la eternidad. Por eso a
los cristianos les gusta tanto repetir la escena, por un lado se sienten culpables
de matar y devorar a su “cristo”, y por otra lo ingieren para ser perdonados y
salvados. Claro que para que esa escena tuviera tanta fuerza que persistiera a
lo largo de los milenios, se necesitaba que la primera fuese muy “fuerte”.
Nada de un besito, un beso de muerte, nada de un mordisquito, un sacrificio
con ingestión en toda regla. Qué mejor gesto podría cumplir con las
expectativas que un beso mortal. Según Lucas, hasta Jesús lo dijo: “Judas,
¿traicionas al hijo del hombre con un beso? Había que traicionarlo, matarlo y
comérselo, y para empezar a hacerlo lo primero son los labios. Él mismo ya lo
sabía, lo dejó dicho y ordenado. Se necesitaba un actor secundario, un chivo
expiatorio, y Judas representó a la perfección su papel. A la postre, y de
acuerdo con el mismísimo San Agustín, Judas le hizo un gran favor al
cristianismo. Y según Borges, “Un hombre al que el Redentor ha distinguido
de tal manera merece por nuestra parte las mejores interpretaciones…”. Un
Oscar para el mejor actor secundario, para el protagonista del beso más
famoso de toda la historia.

Es cierto, ya lo vimos, que antes y después de ese beso ha habido otros


muchos similares. La tradición bíblica anterior al cristianismo es pródiga en
ese tipo de besos de traición y muerte. Lo que vendrá a continuación no es
más que la utilización interesada de ese beso. La sociedad, la cultura, el arte,
la lengua, la política, hasta la mafia siciliana se van aprovechar de ese beso
simbólico. Hay numerosas interpretaciones, análisis, exégesis, versiones,
controversias y hasta justificaciones de esa escena. Hay discusiones incluso
sobre si ese beso existió de verdad o no, sobre si fue en la mejilla o en los
labios… En definitiva muchas “comeduras de coco” para aliviar la culpa,
muchos lavados de manos a lo Pilatos, muchas misas y comuniones
expiatorias. Comulgar es comer juntos, y eso es lo que se hace cuerpo y
comunidad: “religare”, “religión”. La religión es un fenómeno evolutivo, un

116
derivado de un beso, el beso primordial. Eso, que puede parecer una
recargada metáfora, lo sostienen incluso algunos antropólogos. Vienen a
equiparar ese fenómeno con la evolución natural, denominándolo “pseudo-
evolución”, es decir una especie de evolución cultural, que en definitiva se
incorporaría al desarrollo de las especies en forma de comportamientos
ritualizados y transmisibles a través de los llamados “memes”, los “genes
culturales”. Ya lo he sostenido varias veces y me reitero. Besos y cultura
tienen mucho en común.

Ya lo sabíamos, lo hemos visto muchas veces en el cine. En el Padrino II


Corleone besa a Fredo y lo despacha para el más allá. Eso es muy dramático,
pero a la postre todos alguna vez lo hemos hecho o lo vamos a hacer. ¿O es
que usted nunca ha dado un beso políticamente correcto a su más intima
enemiga? Y puede que incluso no esté nada mal. Es una forma de entendernos
sin necesidad de asesinarnos. Es evidente que los besos no tienen por que ser
siempre tan dramáticos, de hecho los hay tan institucionalizados y
ritualizados, que de puro simbólicos ya han perdido toda su carga semántica.
Por ejemplo, ya es frecuente y hasta común, usar los besos en forma de saludo
incluso entre los pertenecientes a la alta sociedad aristocrática y la realeza,
salvo que sea británica. Podemos ver constantemente a nuestra Reina Sofía
besando a un plebeyo en una entrega de premios, o al Rey besando a una
significada deportista en una recepción. El uso de ese beso está admitido
incluso por el rígido protocolo de las casas reales, siempre que se haga con
discreción y respeto.

Y ya que nos hemos introducido en los finos salones de la corte, analizaremos


el más vetusto, intemporal y semántico de todos los besos, el besamanos. Es
un beso que indica sumisión y reconocimiento de la dignidad de la persona
besada. En los ambientes sociales comunes, este beso siempre lo ejecuta el
varón y lo recibe en la mano la mujer, que debería ser siempre casada o de
una edad “respetable”. En Francia se acompaña de la frase ritual "Mes
hommages, madame". No está cargado del mismo significado si se realiza en
la mano derecha que en la izquierda, que es la mano que simboliza el corazón.
Puede ser un beso muy sensual si se realiza correctamente, con un roce de los
labios directamente en contacto con la piel de la mano. Hasta mediados del
XX era de utilización habitual en España, especialmente en las altas esferas
sociales. Actualmente se encuentra en franco desuso, aunque persiste en una
forma muy sutil y elegante de saludo con cierta inclinación de la cabeza hacia
la mano de la señora pero, como ocurre con el beso de mejilla, sin llegar a
tocarla con los labios, al tiempo que solemos acompañarlo de un “beso su
mano señora” entre respetuoso y cínico. Este es el más discreto, sutil y
estilizado de todos los besos. En Francia aun está bastante extendido, hasta tal
punto que un tal Reboux, supuesto experto en ritos sociales, explica en tono

117
jovial como no debería realizarse y como si hacerlo: "…unos depositan un
beso ventosa, algunos levantan el brazo de la mujer a su altura, otros mojan
la mano e incluso hay quien picotea. Para besar la mano lo más correcto es,
con las piernas rectas y los pies juntos, inclinarse levemente hacia la mano,
elevándola un poco a partir del gesto que hará la mujer, y hacer un simple
rozamiento con los labios. La regla general es que se besa la mano de las
señoras casadas o de las solteras de edad. Si la dama lleva guantes no es
procedente realizar este tipo de cumplido y, de cualquier forma, para conocer
qué tipo de saludo prefiere la mujer, será preciso prestar atención a la forma
en que tiende la mano…”. Menos formal queda si al hacerlo se adelanta un
pie y se dobla ligeramente la rodilla. Eso nos permite, que aunque ya hayamos
iniciado el movimiento de inclinación, estar a tiempo de cambiarlo sobre la
mancha por otro saludo o beso más afectuoso en caso necesario. Al parecer el
presidente francés Giscard d’Estaing era un experto en esta materia, y lo
prodigaba en los encuentros diplomáticos con las mujeres más bellas e
importantes del mundo.

Y es que el besamanos también puede ser emocional y sensual, aunque en


principio no sea esa su función. Al respecto es memorable el beso en la mano
que Daniel Day-Lewis deposita en la mano de Michelle Pfeiffer en la película
“La edad de la inocencia”. Las rígidas convenciones sociales americanas de
finales del XIX no le permitían ir más allá, pero el protagonista supo poner en
ese beso todo el deseo y todas las claves para que se entendieran sus
objetivos. También se hizo famoso por sus besos en las manos Rodolfo
Valentino, quien dicen que fue el que mejor besó sensualmente las manos de
sus amadas. Y es que ya lo dijo Sacha Guitry: "Estoy a favor de la costumbre
de besar las manos de una mujer cuando nos la presentan. Es preciso
comenzar por algún lugar."

Pero dejémoslo aquí, pues no es este un libro de urbanidad y buenas maneras.


En todo caso una invitación al disfrute carnal de los besos sin consideración
de reglas ni formalidades. A estas alturas del libro, ya sabe lo que pienso:
“Beso reprimido, beso perdido”.

118
8.- MANERAS DE BESAR

¿Crees en el zodiaco?... ¿Cual es tu signo?... Pongamos que Aries. Si es así


deberías saber que la ternura es tu fuerte y que tienes una gran energía al
besar. Eres de las personas más besuconas del zodiaco, eres veloz, arriesgad@
y no sueles pedir permiso. Un hombre no apto para mujeres tímidas que
desean ser despertadas por el beso del príncipe azul; o una mujer que no te
andas contemplando a esos chicos retraídos que esperan una señal tuya. ¿Qué
te parece? ¿encaja contigo?, si es así estupendo, lánzate a besar; ¿no encaja?,
en este caso olvida el zodiaco y haz que encaje lanzándote también a besar.

Esta descripción, junto con otras de índole semejante para cada uno de los
signo del zodiaco se pueden encontrar en algunas páginas peculiares de
internet. Si la traigo a colación la especie es sólo para ilustrar esa insustancial
manera de tratar con los besos que tienen muchos, tan habitual como
inadecuada. Besar es cosa seria, y es realmente fatigoso tener que leer y
desechar una infinidad de artículos banales y reiterativos dedicados al beso.
Incluso hay libros empeñados en catalogar todas las formas posibles e
imposibles de besar. Suelen estar llenos de recomendaciones sobre donde,
cuando, a quién y cómo besar más y mejor. La mayoría son demasiado obvias
y reiterativas, cuando no estúpidas. Por ejemplo, no se por que extraña razón
alguien ha denominado “besos del payaso” a los que se dan a una mujer que
está menstruando. Me parece una solemne tontería, y si yo fuese mujer me
sentiría cuando menos molesta.

El tema como ve es bastante superficial, pero reconozco que después de


haberle obligado a bucear en las bibliotecas, a estudiar anatomía, a convivir
con monos, a viajar con antropólogos despeinados, a analizar semánticas y
otras menudencias, seguro que no me perdonaría que no incluyese un
repertorio de besos. Para abordar el asunto con cierta dignidad, procederé a la
manera de los grandes taxonomistas, como Linneo o Darwin, observando,
anotando y cribando lo irrelevante.

Insisto, la mayoría de los autores que se han ocupado del beso y el besar lo
han hecho desde el punto de vista de las mil y una formas y maneras de
besarse. Las descripciones de los tipos de besos son en general bastante
curiosas, aunque meramente anecdóticas. Cualquiera puede ir a internet y
encontrar varios catálogos de besos, o puede consultar algunos de los libros
citados y encontrará otros tantos. De ellos tomaré alguna nota, aunque lo que
nos interesa es simplemente conocer el cómo, dónde y cuanto se juntan unos
labios con otros, o se tocan con ellos otras zonas de otros cuerpos, y si es
posible las causas y consecuencias de ello.

119
Todo empezó con el Kamasutra, el libro de los libros del sexo y también de
los besos. No sabemos como besaría su autor, Mallanaga Vatsyayana allá por
los albores del siglo II, pero lo que si sabemos es que nos legó la “Biblia del
erotismo”, incluyendo un verdadero tratado erótico del besar, expuesto en más
de treinta tipos diferentes de besos. En el extremo de la historia nos topamos
con otros ejemplos no tan respetables, como el que asegura que es el “wordl-
famous kissing coach”, algo así como el mejor entrenador de besos del
mundo, un tal William Cane, autor de “The book of kisses”, “The Art of
Kissing Book of Question and answers" y "The Art of Kissing", en los que
describe numerosos tipos de besos y como ejecutarlos, y en el último nos
regala el “descubrimiento” de “five new kisses” que ofrece a sus atentos
pupilos del mundo mundial. Y también el libro de Tomima Edmark titulado
“365 Ways to Kiss Your Love” de 1998. El libro contiene capítulos sobre el
origen del beso, reglas para besar, una relación de besos famosos, opiniones
de expertos, un esquema fácil de seguir para principiantes, clases de besos,
entrevistas y algunas consideraciones históricas y sociológicas sobre el beso.
En fin, todo un tratado “de simplezas inútiles”, como ha escrito algún crítico,
para acabar con las improvisaciones y negligencias al besar. Pero ¿realmente
era necesario? Entre tan alarmantes extremos hay algunos otros aficionados
de menos enjundia, como Hugh Morris, empeñados en caer en una de las
manías más extendida entre los seres humanos, la de coleccionar y ordenar
cualquier tipo de cosas, como besos, por ejemplo.

Así pues, y para hincarle el diente - ¡ejem! – a tan obsesivo asunto, bien
podríamos iniciar la indagación por analizar “cómo se debe besar” según los
“expertos”; luego hablaremos de dónde se puede y se debe besar con
propiedad, y finalmente desplegaré ante usted el tan esperado “catálogo de
besos”.

Para empezar he de confesar que me resultó realmente patético encontrar en


internet la siguiente pregunta de un ingenuo visitante:
“Hola me llamo (…) y es la primera vez que tengo novia y la verdad no
se besar a ver si me podeis echar una mano de que debo hacer con la
lengua o algo por favor es que no tengo ni idea por favor”

La respuesta del supuesto experto o experta fue la siguiente:


“Mira, lo primero no te preocupes porque nadie nace aprendido en
esta vida. Todos hemos tenido que dar un primer beso, y de verdad te
digo que estas cosas se aprenden a traves de la experiencia. Además,
esto es algo bastante subjetivo, porque quizas para unas chicas beses
bien y para otras beses mal, asi que lo más importante es que beses
bien para tu pareja. Debes dejarte llevar por el momento y por la
situacion. Puedes empezar con besos suaves, besos cortos en sus

120
labios, quizas mordisquitos, juega con tus labios en sus labios. Si la
situacion se pone mas intima, puedes introducir tu lengua, despacito en
su boca, y acariciar su boca por dentro, buscando su lengua. Tambien
puedes recorrer con tu lengua sus labios. El momento y tu instinto te
diran lo que has de hacer en cada momento. Ademas, la forma de besar
de tu chica tambien te puede orientar. Piensa que esto es cosa de dos,
¿de acuerdo? Suerte.

Una respuesta al más puro estilo.net “sin acentos” por supuesto, y tan obvia
como el que nadie ha necesitado demasiada instrucción para empezar a besar.
Al menos eso opinamos todos, pues en esto, como aseguraba Descartes que
ocurre con el sentido común, todos consideramos que disponemos de
suficiente habilidad como que poco o nada necesitamos aprender. Ahora bien,
como no hay bachiller en “osculogía”, ni existe ningún master en besos, al
menos por ahora, ninguno sabemos si sabemos besar. Aceptemos que en esto
más que “homo sapiens” somos simplemente “homo habilis”.

Tomima Edmark asegura que "En esta era de sexo al primer encuentro, el
problema del beso es que la mayoría de la gente lo ve como un
precalentamiento, y no le dedica la atención y el cuidado que se merece"…
"No saben lo que se pierden. Porque los que han vivido la experiencia hasta
sus últimas consecuencias comprenden que puede ser un fin en sí mismo".
Tomima propone cinco premisas para ese beso estremecedor: 1. Seleccione a
la persona adecuada (por aquello de la comunión física y mental). 2. Elija un
lugar propicio ("privado mejor que público; silencioso mejor que ruidoso").
3. Escoja el momento oportuno ("sin más distracción que el latir de los
corazones"). 4. Vaya despacio y empiece con suavidad. "Establezca contacto
visual con su pareja porque los ojos le proporcionarán valiosísima
información acerca de cómo se siente. Si los ojos no se encuentran, es aviso
de retirada. 5. Inclínese hasta que sus labios y los de su pareja se toquen
levemente. Luego, déjese llevar, siempre teniendo en cuenta las sensaciones
del otro. Después de todo, el arte de besar es algo que debe saborearse, no
aprenderse". Sin comentarios.

Tampoco comentaré lo que dice el famoso escritor-divulgador-conferenciante


norteamericano, David D. Coleman, más conocido como "The Dating
Doctor" (algo así como el “doctor celestina”), quien asegura que muchos
hombres son ásperos, torpes e incultos cuando besan, ya que olvidan las
cuatro "p" fundamentales del beso: paciencia, pasión, parsimonia y presión
adecuada. Y aunque - según dice - no existe una única manera correcta de
besar, lo mejor para aprender es practicar mucho. Todos lo hacemos de forma
intuitiva, incluso se ha dicho que genéticamente estamos preparados para ello,
que existe el “gen” de los besos, pero aunque así fuese, hemos de reconocer

121
que a la natural intuición siempre se le podrían sumar las habilidades del
entrenamiento. Hay quien ha llegado a proponer un test para detectar al “gran
besador”. Consiste en intentar hacer un nudo con el tallo de una cereza sólo
con la lengua, sin tocarlo con las manos, si lo logras es que sabes besar muy
bien. Inténtalo.

En alguno de los libros que he citado reiteradamente se sugieren incluso


algunas pautas para hacerlo con corrección. Por ejemplo: “Si está en un lugar
público, evita emitir sonidos. No es muy agradable ir al cine y escuchar los
sorbetones de la pareja de al lado. Cuida tu aliento. Sobre todo si uno de los
dos fuma el beso puede resultar como pegarle un lametón a un cenicero. Si
los dos usáis gafas, quítatelas antes de besar a tu pareja. Y siempre, siempre,
traga saliva antes de besar "con lengua". Los besos húmedos están muy bien,
pero chorreando no le gusta a nadie”.

En general todos coinciden en que es recomendable evitar los besos


precipitados y demasiado apretados. En el libro dirigido por M. A. Rabadán
se dice textualmente: “El beso en los labios es el más básico y es aquel en
donde los labios de dos personas se tocan y se presionan. Mientras se besa se
abraza y estrecha a la otra persona. Las manos ayudarán a transmitir todo
ese amor que comunican los besos. Puede combinar el beso largo con un
beso a la francesa, tocando sus labios con la lengua para poco a poco
introducirla en su boca. Es la lengua de nuestra pareja, a la que debemos
responder en todos sus movimientos y toques. Las reacciones que provocan
los besos, así como los sentimientos que logran transmitir, están sujetos a
muchas circunstancias, pero hay un acuerdo sobre algunos aspectos que,
llegado el momento, ayudan a conseguir el beso perfecto. Mantener una
adecuada higiene bucal, mimar el ambiente que rodea ese beso con luz
indirecta, música o perfume y utilizar frases tiernas y miradas insinuantes
son condiciones que propician el goce. Pero la regla de oro es observar,
respetar y actuar en consonancia a las reacciones y respuestas de la pareja”.

En el libro de W. Cane hay un capítulo entero sobre la “kissing technique”, en


el que se examinan cuestiones tan curiosas como si se deben o no mantener
los ojos abiertos mientras se besa (al parecer más de dos tercios de las
personas preferimos cerrarlos); si se debe hablar mientras se besa (al 68 % de
los seres humanos nos encanta hacerlo); o reír mientras se besa (el 87 % de
los hombres y el 97 % de las mujeres confiesan ganas de reír o sonreír por el
placer que les producen los besos). Otra cuestión importante es qué hacer con
las manos. En general los hombres tienden a sujetar la cara de ellas o cogerlas
por el cuello, y en general a moverlas más; mientras que las mujeres – según
dice el experto – prefieren que les toquen la columna vertebral mientras son
besadas y ellas mueven menos las manos.

122
Otros asuntos contemplados por Cane se refieren a cosas tan curiosas como
cómo besar por teléfono, cómo hacerlo en una primera cita, qué pasa con el
beso de reconciliación tras una riña, cómo besar en el cine, en el coche, en las
fiestas, cómo practicar algunos juegos con besos, cómo usar los besos en
sociedad y en los negocios, cómo prevenir las enfermedades de los besos, o
cómo influye el uso de drogas en los besos. Según parece el 80 % de la gente
asegura que besar o ser besados bajo los efectos del alcohol no es
precisamente lo mejor ni más gratificante. Algunos aseguran que hacerlo bajo
los efectos de la marihuana enardece los resultados. De la coca, anfetaminas y
otras drogas modernas no se dice nada. Del tabaco y los besos, chistes aparte,
mejor no hablar, solo cabe recordar lo que dijo Arturo Toscanini: “Besé a mi
primera mujer y fumé mi primer cigarrillo el mismo día. Desde entonces
nunca he tenido tiempo para el tabaco”.

Un aspecto particular de este asunto es ¿cuanto se debe besar?, ¿hasta qué


punto es bueno o correcto besar mucho o poco? En otras palabras las
“estadísticas del besar”. Se trata de una vieja cuestión que ya inspiró al poeta
romano Catulo un poema titulado “Vivamos”: Bésame ahora / mil veces y /
cien / más y después / cien y / mil veces más / hasta que con / tantos / cientos
de miles / de besos tu y yo / perdamos ambos la cuenta”. Qué bonito,
¿verdad? Por eso ha sido imitado por muchos poetas a lo largo de la historia.

Que sepamos no se han hecho encuestas sobre cuantos besos da o recibe una
persona a lo largo de su vida, aunque se ha llegado a sugerir que una persona
usa tanta o cuanta cantidad de tiempo a lo largo de su vida en besar. Como
nada de eso ha sido medido con seriedad, he decidido hacer mi propia
encuesta, una especie de modesta contabilidad personal, entrevistando a una
docena de personas, de diferentes edades y ambos sexos, cuyo resultado es el
siguiente: Se puede estimar que una persona adulta, con una vida familiar
corriente y moliente, y alguna que otra aventurilla amorosa, sale a una media
por día de un par de besos eróticos, media docena de salutación y otra media
docena de cariño familiar, lo que hace unos 5000 a 7000 besos al año y viene
a suponer, para una longevidad media de unos 80 años, unos 400.000 a
500.000 besos en toda la vida. Y eso sin contar los cientos o miles que
nuestras madres y padres nos plantan sin pedirnos permiso mientras aun
“babeamos”, o los millares que compartimos con nuestros novi@s cuando
nos enamoramos. En total puede que pasemos del millón de besos en toda una
vida y eso casi sin enterarnos. Para su uso personal le propongo simplemente
que en los próximos días, apunte los besos que da o recibe, simplemente
cuente y usted mism@ verá cuantos le salen.

123
Lo que si se han hecho han sido encuestas sobre muchos otras aspectos del
besar. Por ejemplo, el beso más largo, el respecto de lo cual hay varias
opiniones. Según el famoso Libro Guiness, el récord mundial del beso más
largo fue establecido por Louisa Almedovar y Rich Langley de New Jersey
(EEUU), el 5 de diciembre de 2001, con un tiempo de 30 horas, 59 minutos y
24 segundos. Durante el año 2005, las farmacias suecas patrocinan una
tentativa de récord mundial sobre el beso más largo, en el marco de una
campaña de información sobre la higiene dental. El resultado fue un absoluto
fracaso, pues según parece los catarros invernales lo impidieron. Aun así, el
lunes 14 de febrero del 2005, día de San Valentín, los jóvenes Maude
Chamard y Sebastien Gravel, de Québec, llegaron a permanecer nada menos
que 31 horas, 11 minutos y 50 segundos labio contra labio, batiendo el
anterior record, por lo que fueron premiados con un viaje y 2500 dólares
canadienses. La ganadora comentó: "Tuvimos un duro entrenamiento previo;
en un principio nos era difícil pasar más de 5 minutos besándonos, siempre
terminábamos despegándonos por una u otra razón…". Claro que realmente
los besos más largos de la historia no han sido de labios contra labios, sino de
labios contra coches. En efecto la Radio Rock & POP realizó en Apumanque,
México, un concurso cuyo premio era un automóvil Ford Fiesta, al que tenían
que besar el máximo tiempo posible. El ganador fue un tal José Enrique
Aliaga Gaete, de 22 años, que estuvo un total de 54 horas besando el auto y
sin dormir.

También hay estadísticas sobre cuales son los besos más apreciados, que han
revelado que el 97% de las mujeres prefieren ser besadas en la zona del
cuello, la que perciben como más intensamente erótica. También les gusta ser
besados en esa zona al 90 % de los hombres, pero no lo perciben con tanta
intensidad erótica como las mujeres. En México hicieron no hace mucho una
encuesta a 10.928 personas sobre qué tipos de besos les gustaban más, y los
preferidos fueron el beso nominal 22 %, el beso palpitante 14 %, el beso de
lenguas 12 % y el combate de lenguas el 10 %, y el coito bucal 8 %... Se
publicó en la página oficial de Terra-México, por si acaso le interesa saber
más.

Otros datos curiosos son los siguientes. El mayor número de besos en una
película lo dio John Barrymore en "Don Juan" rodada en 1927: “en total 191”.
El beso más largo del cine es disputado por varios. Según algunos es el
protagonizado por Jane Wyman y Regis Toomey en "Ahora estás en el
ejército” de duró 3 minutos y 5 segundos. Por su parte dicen que el más
rápido besando fue un tal Jeffrey Henzler que beso a 3225 mujeres en 8 horas
(una cada 8.93 segundos). En fin, como diría Ortega - el torero - “hay gente
pa to”.

124
Pero independientemente de las estadísticas, que sin duda es accesorio, lo más
importante es que el beso es una especie de termómetro erotico-sexual de la
relación de pareja, de tal manera que si dejas de tener ganas de besarl@, es
que algo va mal. Es lógico que a medida que avanzan los años de casados la
necesidad de mantener el contacto labial se vaya desvaneciendo lentamente,
pero si se percibe una clara disminución del deseo de besar, o del placer
obtenido al hacerlo, es notorio que el deseo sexual habrá disminuido en igual
proporción, y si éste desciende el sexo también lo hará, tanto en cantidad
como en calidad.

Los besos en el curso del coito pueden ser muy placenteros o no, dependiendo
de la cantidad de deseo y amor que se compartan. Es una ocasión única para
ponerlos en práctica, aunque no conviene olvidar que los besos, las caricias y
los arrumacos pueden ser un fin sexual en sí mismos. Los besos son una
variante sexual concreta, ya que en determinadas personas y condiciones
permiten alcanzar el orgasmo sin necesidad de otro contacto físico. Otra
cuestión son los besos posteriores al acto sexual, que en general son tan
importantes como los preliminares para las mujeres, pero muy poco para los
hombres. Pura fisiología, dicen los expertos, aunque nadie, que sepamos, ha
encontrado la razón biológica de tales diferencias.

En todo caso, y al respecto de los besos en la pareja, hay quien se permite dar
consejos tales como el siguiente, bajado una vez más de una de esas curiosas
páginas que penden de la red: “Besen a su pareja en cada oportunidad que
tengan. Si tienen deseos de besarse en un lugar público, háganlo.
Concéntrense en los besos y caricias sin pensar en lo que sigue. Inventen un
código de comunicación a través de los besos. No necesitan tener relaciones
sexuales para sentir placer; hay caricias y besos que pueden producir
sensaciones inimaginables. Siempre que den un beso, háganlo con ternura,
cariño, respeto, pero sobre todo con amor”. Ustedes mismos.

El segundo aspecto que deberíamos examinar en este capítulo es “dónde


besar”. Los labios están hechos para los labios, pero en términos cuantitativos
los labios van a otros lugares con mucha más frecuencia, como ya hemos
visto. Pues bien, los labios son, obviamente, el lugar más apropiado para dar
un beso porque su configuración anatómica y fisiológica los hacen
especialmente sensibles. Los tratados eróticos establecen que el labio superior
de la mujer es una de las zonas más erógenas de su cuerpo, incluso en la
antigüedad se hacía referencia a un supuesto “canal nervioso” que uniría
directamente el labio superior con el del clítoris. La técnica japonesa (shiasu)
hace referencia también a que el masaje del labio superior en la mujer libera
energía sexual y estimula el deseo. De todo eso hay, como puede
comprenderse, mucha palabrería pero ninguna constancia.

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En segundo lugar de importancia estarían todos los lugares cercanos a los
orificios del cuerpo, como las orejas, la vulva femenina, el glande y las zonas
perianales. El roce de los labios en los lóbulos de las orejas despierta, en la
mayoría de los casos, una sensación de cosquilleo que relaja todo el cuerpo, y
estimula el deseo sexual. De los demás orificios no diremos nada, por si hay
niños. Algo parecido ocurre con el cuello. Esta zona es una de las más
erógenas y utilizadas en el curso del contacto sexual. Menos importantes a
efectos de sensibilidad son la frente y sienes, los párpados y cejas, y las
manos y dedos, las nalgas y los muslos. En concreto sabemos que las yemas
de los dedos tienen tantas terminaciones nerviosas como los labios, pero por
alguna extraña razón no es lo mismo.

Mención aparte merecen los pechos, pezones y genitales, todas ellas zonas
erógenas por excelencia, bien dispuestas a recibir la caricia de los labios. De
hecho la felación encabeza la lista de preferencias sexuales entre los hombres
y el cunnilingus es uno de los medios más eficaces para conseguir el orgasmo
femenino. Como ya hemos señalado en más de una ocasión, lo más
importante en materia de besos siempre está alrededor de orificios. ¿Por qué
será?

Y por último, demos paso al catálogo prometido, aunque sólo sea para ser
respetuosos con el primer mandamiento de los besos, que dice “lo importante
es practicar mucho”. Claro que si lo hace siempre igual puede acabar cayendo
en la monotonía, y no hay nada peor para los besos y la sensualidad, por lo
que conviene cambiar y para eso tenemos múltiples tipos de besos. A
continuación se los iré mostrando como si de una colección se tratara, y para
que no resulte aburrido, los expondré tal y como los he ido recogiendo de las
diversas fuentes, sin ningún sesudo criterio “taxonómico”. Si acaso podríamos
separar los besos en los labios y en la boca, de los del resto del cuerpo.

Hay muchos tipos de besos labiales y bucales, de los cuales los más
conocidos son los siguientes:

El beso de presión: Se trata "solo" de tocar los labios de la pareja con los
propios labios, estando los de ella o él cerrados. Se puede besar el labio
superior o el inferior, mientras se mira a los ojos y se hace sólo una pequeña
presión. Dos denominaciones diferentes de este beso son “el beso nominal” y
el “beso de pico”, muy utilizado como saludo cariñoso en Norteamérica y en
Brasil, donde es usado como un saludo común entre amigos sin ningún tipo
de connotación sexual. El beso palpitante es otra modalidad, del anterior en la
que mientras ella es besada toca el labio de él con su labio inferior. Puede

126
hacerse con “tocamiento”, que es cuando ella toca el labio de su pareja con su
lengua, cierra sus ojos y entrelaza las manos con las de él.

El beso más conocido es el “francés”, descrito como el beso más sensual. Para
ello hay que acercarse a la pareja e iniciar el beso suavemente, luego separar
los labios y empezar a jugar con la lengua introduciéndola en su boca. Si su
pareja no responde haciendo lo mismo, es pertinente solicitárselo
amablemente, pidiéndole que saque la lengua para que toque la suya y
reiniciar el "juego" de lenguas juntos (¡…!).

Esta modalidad tiene muchas variaciones, que reciben diversos nombres,


como: “Beso directo” cuando los labios de los dos besantes se acoplan como
auténticas ventosas. “Beso inclinado”, cuando las cabezas de ambos están
inclinadas, una hacia la otra y en una posición que facilita en besarse. “Beso
apretado”, cuando el labio inferior del hombre aprieta con mucha fuerza,
hacia arriba y adelante, el labio inferior de ella o lo aprisiona entre ambos
labios. “Beso opresivo”, cuando uno de ellos coge los dos labios del otro entre
los suyos. “Beso de buzo”, que es un beso de lengua pero muy apasionado, de
mayor profundidad y duración. “Beso de tornillo” que se realiza con la boca
abierta acompañado de movimientos de lengua circulares, cabeza y cuello
obedecerán los imperativos de este beso enroscado. “Beso de lenguas”, si uno
de ellos toca con su lengua, los dientes, el paladar, la lengua del otro. “Beso
de comisura” que consiste en centrar el beso en la comisura y apretarla,
succionarla con suavidad. El “coito bucal”, que es cuando uno de los dos
penetra profundamente con la lengua en la boca del otro y maneja la relación
como un coito. El “combate de lenguas”, que es cuando ambas lenguas se
unen en sus puntas y ejercen presiones y deslizamientos suaves, alternando
con besos en los que ambas lenguas se “interpenetran”. El “mordisco de
amor”, que es un beso juguetón, con o sin lengua, que consiste en morder
suavemente el labio inferior de uno y otro a la vez que se besa. Y por último
el “beso irresoluble”, que es aquel que no se resuelve jamás, un beso que
llama a otro beso, largo, cálido y húmedo, un beso insaciable, que suele ir
acompañado de frenéticas caricias y abrazos muy apretados (¡…!).

También hay algunos besos bucales bastante peculiares, como por ejemplo,
ese en el que mientras besa en los labios se le susurran cosas dulces a la
pareja. Alguien dotado de una “portentosa” originalidad lo ha llamado “beso
hablador”. El “beso invasivo” dicen que es uno que es tan profundo que se
apodera de las amígdalas del otro hasta dejarlo casi sin respiración, y cuando
el besador decide descansar, muerde apasionadamente los labios de su pareja.
También se le denomina “beso de cazador” cuando el que lo da es desbordado
por la pasión y muerde los labios del otro, un beso bastante salvaje. Luego
estaría el “beso afrodisíaco”, en el que se mastica un producto afrodisíaco

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tropical entre los dos utilizando los labios, la lengua y los dientes. Dicen que
es especialmente apto para épocas veraniegas, y que las frutas más
recomendables con son las fresas y el kiwi. Un cubito de hielo resbaladizo y
frío también es muy adecuado para este tipo de beso. Finalmente estaría el
beso con “piercing”, que es cuando uno o ambos tienen uno de esos aparatitos
puestos en la lengua. Dicen que es agradable y sensual.

Los besos en otras partes son también diversos pero casi todos más aburridos,
si exceptuamos los besos de “dos rombos” que renuncio a describir, por si hay
menores al acecho. Veamos, lo más habitual es el “beso en los ojos”, que sólo
se debe practicar cuando la pareja se sienta relajada y en estado receptivo.
Cuando cierre los ojos, bélsel@ suavemente, un ojo primero y el otro
después, vuelva a menudo a los labios y bésel@ más y en más sitios para
mantener la excitación. El beso en el cuello es de los más deseados por la
mujer, según la encuesta de las diferentes modalidades del beso.

Mención especial merecen los “besos olfatorios”, que son practicados en


Europa por los lapones y los yakutos (Rusia), ambos de herencia social
asiática, y también es la forma predominante de besar en diversas zonas de
Asia, Africa, Polineisa y América del Norte. Los esquimales son auténticos
expertos besando con la nariz y antiguamente también era un beso común
entre los Pies Negros y otras tribus americanas. Este beso tiene tres fases, en
la primera la nariz toca la mejilla de la persona besada, luego hay una larga
inhalación nasal acompañada de una bajada de párpados, por último el
parpadeo va seguido de un chasquido de labios pero sin tocar con la boca la
mejilla besada.

EL BESO NASAL.

Dado que el beso nasal, puede considerarse realmente como la única


modalidad cultural y antropológicamente peculiar de besarse, le dedicaremos
una atención especial.

Sobre esta interesante cuestión la doctora Ingelore Ebberfeld, ha publicado un


interesantísimo estudio titulado “Sexo y olor” (1998) en el que recoge
investigaciones etimológicas, antropológicas, etc. sobre la relación entre olor,
beso y sexo.

Empieza retomando las investigaciones de Malinowski sobre los


“trobriandos”, que se olfatean en sus juegos amorosos, siendo el frotamiento
nasal una práctica que también se emplea como saludo con parientes
cercanos, como ocurre con nuestros besos cotidianos. El beso con la nariz

128
entre los amantes estaba a principios del siglo pasado más extendido que el
beso en la boca actual. Lo más importante del beso con la nariz no es, ni
mucho menos, el frotarse las narices, sino el olfatearse mutuamente, por eso
se habla de un beso olfativo. No hace mucho fue utilizado en la Conferencia
de la Commenwealth en Nueva Zelanda. Fue el maorí Edger Hugh Kaukaru
quien saludó al estilo maorí al presidente de Suráfrica Nelson Mandela.

Este beso también es diverso en su ejecución. Havelock Ellis es uno de


primeros que lo describe de forma detallada: "Se coloca la nariz en la mejilla
de la persona querida, bajando los párpados se inspira profundamente por la
nariz, sin tocar la mejilla con la boca se chasquean ligeramente los labios".
Al parecer este chasqueo produce un mayor paso de aire de la cavidad bucal a
la nariz, lo mismo que sucede automáticamente al comer y beber, como si con
eso se aumentase la percepción al masticar, saborear el vino, u oler al otro.
Cuanto más elocuente es el gesto del beso, mayor es el efecto de olfatear u
olisquear durante el beso.

Se decía que de ciertos pueblos de una región montañosa de China, colocan la


boca y la nariz en la mejilla, respiran profundamente al tiempo, y dicen algo
así como "huéleme". Lo mismo se observó entre los birmanos. Jagor en su
libro "Viajes a las Filipinas" de 1873, dice que los enamorados se
intercambian al despedirse prendas de ropa interior usadas, para inhalar el
olor del ser querido durante la separación. Otro observador, un tal Crawford,
registra en 1820 en un archipiélago malayo una ceremonia de salutación
comparable a nuestro común saludo con un beso. Primero hay un abrazo en el
que la cabeza y el cuello se rozan y, al mismo tiempo, se puede oír el rumor
de un olisqueo. Todas las tribus que allí viven conocen esta forma de saludo y
en su idioma oler y saludar tienen el mismo significado. Por lo tanto, el beso
de nariz sirve para conocerse. El estrecho contacto de los cuerpos permite
percibir la fragancia del otro muy "limpia y claramente". A diferencia del
reconocimiento visual, el olfativo no es sólo externo, sino que se produce una
íntima penetración en el otro, porque la fragancia de una persona es peculiar y
anuncia todo su cuerpo.

En realidad, el beso occidental, si se practica correctamente, tiene tantos


momentos olfativos como táctiles. Si se hace bien nunca hay un contacto sólo
con los labios en la mejilla, sino que durante un breve momento se rozan las
mejillas entre ellas y con las narices, y se percibe el aire alrededor del otro,
una, dos, tres y hasta cuatro veces, según las zonas y costumbres. Esa forma
simbólica de reiteración dicen algunos que es una manera de recibir mejor el
olor del otro. Con esta interpretación está de acuerdo la doctora Ebberfeld.
Por otra parte, el beso labial y bucal que los occidentales realizamos como
gesto erótico o amoroso, es esencialmente táctil, mientras que el olor y el

129
sabor lo complementan. Ahora bien entre labio y labio andan las feromonas,
que como sabemos llegan al cerebro a través de la nariz, luego tampoco
estarían tan alejados el beso nasal y el bucal.

Según Von Bernsdorff (1932) el beso, más que un derivado del


amamantamiento, en realidad representaría la necesidad primitiva de muchos
animales y homínidos de husmearse mutuamente, es decir olisquearse y
reconocerse. Según su opinión los prehomínidos pioneros del beso
simplemente “descubrieron” que el contacto de los labios es más agradable y
blando que el frotarse las narices, y en cierto modo eso se aproxima más a un
contacto sexual. Sin embargo, aunque tal conducta sea muy antigua, en
realidad, el beso táctil como comportamiento ritualizado de amor es un
descubrimiento relativamente reciente. Ya hemos visto que hasta bien entrada
la Edad Media no era de uso general y sólo lo apreciaban las gentes más
cultas como forma de expresión sexual. Actualmente el beso en la boca se
utiliza con ubicuidad y en múltiples versiones, y según éstas la confluencia de
tacto y olor es mayor o menor según lo intenso e íntimo que sea el beso. Es
evidente que besar y acariciar el cuerpo de otro con la boca, no sólo satisface
los sentidos del tacto y el gusto, sino que al mismo tiempo el olfato queda
integrado en el intercambio.

Según Most, en un trabajo de 1842 titulado "Efecto de los sentidos sobre el


alma", el sentido del olfato es el más efectivo en cuanto activador del amor
físico, y en ese caso el olfato en el acto de besar cobra importancia: "El, el
más subjetivo de todos los sentidos, tiene mucha mayor importancia que el
sentido del gusto. No sólo es para las personas una rica fuente de placer, el
sentido de delicadas y suaves impresiones y deliciosos recuerdos, sino que
incluso puede concretar simpatías y amistades".

En el beso, junto al hecho de oler, hay además una transmisión de saliva. La


saliva, igual que otras secreciones del cuerpo humano, desprende sustancias
olfativas, logrando que este intercambio pueda valorarse de forma parecida a
los rituales de sudor que hemos citado anteriormente. La intensidad del efecto
olfativo que se consigue por medio de la saliva depende del tipo de beso. Un
beso táctil de saludo o cariñoso transmite menos sustancias olfativas que en
un intenso beso de amor. De cualquier manera este aspecto del beso muestra
que su origen debe buscarse en cualquiera de las formas de reconocimiento,
de familiarizarse con los demás, entre las que también se encuentras los
saludos gestuales no verbales. El intercambio de saliva como forma de
reconocerse olfativamente es un tipo de saludo especial que Eibl-Eibesfeldt
descubrió en 1985. Observó en Nueva Guinea, cerca del río Ramu, que la
gente que se saludaba se escupía en las manos para frotarse a continuación
mutuamente la saliva en las piernas.

130
El abrazo, el beso, el apretón de manos, son formas de saludo y despedida que
hacen posible el reconocimiento olfativo. La "impresión olfativa" suele estar
infravalorada, pues no solemos percatarnos de ello habitualmente, aunque
puede llegar a ser lo que decida si queremos acercarnos o no a una persona. El
olor corporal natural cada vez tiene menos papel en las interrelaciones
humanas. Esta disminución es paralela al aumento del consumo de fragancias,
mediante las cuales las personas se esfuerzan por oler bien. No sólo para
gustar a los demás, sino para gustarse a sí mismas. Los olores humanos
naturales ya no están en primer término, sino que sobresalen las fragancias
artificiales que despiden los productos que usamos para el cuidado del cuerpo
y los perfumes. De momento esto nos parece lo mejor, dada la insana
tendencia a no lavarse que tenían muchos de nuestros antepasados, aunque tal
vez algún día habrá sesudos expertos que nos digan que estábamos en un error
y que lo mejor hubiera sido oler natural, o utilizar perfumes que hubieran
reproducido nuestro olor natural, cargado de potentes y atractivas feromonas.
De momento, que sepamos, no disponemos de perfumes con feromonas,
aunque los anuncios de ciertos desodorantes no duden en sugerirlo, más o
menos explícitamente, relacionándolo con la capacidad de atraer a personas
del sexo opuesto.

Como ha podido comprobar, el asunto del beso nasal, o de la relación entre


beso y olfato era interesante, y por eso le hemos dedicado cierta atención, así
que por último déjeme que acabemos este capítulo relajando la tensión
científica, y para eso nada mejor que relatar lo que sucede en un tipo de beso
muy divertido, el llamado: “Beso eléctrico”. Consiste en hacer que su pareja
reciba un choque eléctrico al besarle, pero sin necesidad de cables ni pilas,
simplemente mediante la electricidad estática. Para ello hay que empezar por
apagar las luces y frotar los pies descalzos en una alfombra o moqueta. No es
necesario que su pareja haga lo mismo. Con el roce se crea un exceso de
partículas eléctricas negativas en el cuerpo y cuando toque a su pareja, que
estará cargada de partículas "positivas", se creará una pequeña corriente
eléctrica. Así pues una vez realizada la carga, acérquese a su pareja, sin
tocarla en ninguna otra parte del cuerpo, porque si lo hace "neutralizará" la
carga eléctrica. Aproxímense lentamente, y cuando sus labios estén muy
cerca, podrán ver resplandecer una pequeña descarga que brincará de sus
labios a los de su pareja. Según dice un Ingeniero Eléctrico (¿…?), las cargas
de los cuerpos aumentan según se haga en un sofá (55 voltios), en un cine
enmoquetado (66 voltios), en la alfombra de lana de su casa (625 voltios), o
en la moqueta de un hotel (800 voltios), pero sobre todo si se sitúan debajo de
una manta de lana, en ese caso se puede llegar hasta los 4000 voltios. No me
pregunte cómo lo han medido, pero por si acaso tenga cuidado, no vaya a
electrocutar a su amante.

131
Bromas aparte, son tantos los tipos, tantas las formas y tan plurales las
geografías de los besos que renuncio a internar coleccionarlos. Si acaso baste
con decir que son una de nuestras conductas más universales, plurales,
potentes y evocadoras. Dicen los franceses que los buenos amantes pueden
vivir sólo de “besos y agua fresca”. ¿Será cierto?

132
9. DIME COMO BESAS, Y TE DIRÉ COMO ERES.

Seguro que conoces a uno o una de esos que llamamos “triperos”, esas
personas que en la mesa se comportan como voraces glotones que se lo
comen todo sin pensar en los demás. También hay quien los llama
“tumbaollas”, o “tragaldabas”, pues parece que acumulasen hambre de siglos
y que nunca se verán saciados por grande que sea la marmita. La próxima vez
que compartas con él o ella mesa y mantel puedes decirle, a ser posible con
dulzura y una sonrisa en los labios para no molestar más que lo justo, que
padece un “trastorno de personalidad” producido por una “carencia infantil de
besos”. Seguro que se quedará como mínimo sorprendid@, y el resto de los
comensales querrán saber más, lo cual te dará la oportunidad de lucirte dando
las interesantes explicaciones que vas a leer a continuación.

Erich Fromm, en “El arte de amar” escribió: “No es más rico el que tiene
mucho, sino el que da mucho”. Se refería al amor, por supuesto, y añade:
“…la capacidad de amar como acto de dar depende del desarrollo
caracterológico de la personalidad”. Más adelante asegura que el acto de
amor busca conocer el “secreto” de la persona amada, y para ello aspira a la
“penetración” activa de la otra persona, la fusión gracias a la cual es posible el
conocimiento “del otro y de mi mismo”. Esa querencia empieza en el amor
maternal y acaba en el amor adulto. El amor materno hace crecer al niño, le
enseña a vivir y a amar la vida. Pero no todas las madres son tan buenas
maestras. Empleando una bella metáfora, asegura que si bien todas las madres
pueden dar leche, no todas pueden dar miel. Para dar leche basta con tener
hormonas y pechos, pero para dar miel una madre tiene que además que saber
amar, y para eso tiene que ser “una persona feliz”, y saber comunicarlo.
Fromm sugiere que de ello depende una buena parte de la capacidad de amar
que tenemos cuando somos adultos, y que si nos fijásemos bien, podríamos
llegar a reconocer a las personas que de pequeños recibieron leche y los que
recibieron “leche y miel”. ¿Que bonito, verdad?

Es sabido que Fromm además de ser muy sabio escribía muy bien, y en este
caso hemos de reconocer que su metáfora es tan dulce como afortunada,
aunque, sin embargo, nunca llegó a relacionarla con los besos. Hemos de
reconocer que ahí le faltó un punto. De hecho no habla ni una sola vez de la
función de los besos en el “Arte de amar”. Otro gran olvido. Pero si
procuramos leer entre líneas percibiremos esos tiernos y cálidos besos con los
que la madre “leche-miel” alimenta a su niño hambriento de cariño. No hay
ningún gesto de amor más alimenticio que los besos. Tal vez podríamos hacer
una estadística que demostrase que dependiendo del número de besos que
recibimos durante la infancia, así será la cantidad de besos que podremos dar

133
cuando seamos adultos. Una especie de cuenta de ahorro en la que primero te
ingresan besos y luego tú los vas sacando poco a poco.

Pero la cuestión que nos ocupa ahora es analizar si hay alguna relación entre
los besos y la personalidad, entre como besas y como eres, entre el
temperamento y el carácter de las personas y sus manifestaciones “beso-
labiales”. Puede que a muchos les parezca que se trata de un asunto
insustancial e irrelevante, pero según el padre del psicoanálisis, el famoso
Doctor Freud, hay mucha relación entre ambas cosas y no es banal. En
resumen viene a decir que el beso es una consecuencia del destete maternal.
Para llegar a eso, que a estas alturas puede parecernos algo muy obvio, el
camino que tuvo que recorrer fue largo y complejo. Trataremos de buscarlo y
seguirlo a través de sus escritos, pues no en vano Freud fue sin duda una de
las personas que más y mejor analizó la relación entre el beso y la forma de
ser y actuar de las personas.

Cronológicamente, la primera mención al beso y su relación con la


personalidad la encontramos en sus “Estudios sobre la histeria” de 1895,
concretamente en el conocido caso de “Miss Lucy R.”. Cuenta que a finales
de 1892 un colega le envió a la consulta una joven que padecía una rinitis
crónica, y que en los últimos días se quejaba de síntomas extraños que
difícilmente se podrían atribuir a esa afección, como pérdida del olfato y una
percepción olfativa muy intensa y desagradable, un permanente olor a harina
quemada. Freud interpretó esos síntomas como manifestaciones de una
alteración de la personalidad de carácter histérico e inició el estudio del caso,
siendo esa una de las primeras veces que utilizó su “nuevo” sistema de
“psicoanálisis”, en vez de la hipnosis que por entonces se preconizaba para
penetrar en la mente de las personas. Relata concretamente: “Preguntada si
sabía en qué ocasión advirtió por vez primera el olor a harina quemada,
respondió: «Fue aproximadamente hace dos meses, dos días antes de mi
cumpleaños. Me hallaba con las dos niñas de las que soy institutriz en su
cuarto de estudio y jugábamos a hacer una comidita en un hornillo
preparado… cuando se difundió por la habitación un fuerte olor a harina
quemada. Las niñas habían abandonado su cocinita, y una pasta de harina,
que estaba al fuego, había comenzado a achicharrarse. Desde entonces me
persigue este olor sin dejarme un solo instante...» Con esto parecía quedar
aclarado el origen del síntoma y terminado el análisis, pero Freud no lo ve
claro y no se da por satisfecho: «No creo -le dije- que todas esas razones que
me ha dado sean suficientes... Sospecho más bien que está usted enamorada
del padre, quizá sin darse cuenta exacta de ello, y que alimenta usted la
esperanza de ocupar de hecho el puesto de la madre fallecida…» A estas
palabras mías respondió la sujeto con su habitual concisión: «Sí; creo que
tiene usted razón.». Pasa el tiempo, avanza el análisis y el olor a harina

134
quemada es sustituido por un olor a humo de tabaco. Freud insiste en que
haga un esfuerzo de memoria: “…auxiliándola por medio de la presión de
mis manos sobre su frente”, cuenta la siguiente escena: «Ahora estamos
sentados todos en derredor de la mesa: los señores, la institutriz francesa, la
gouvernante, las niñas y yo. Pero esto pasa todos los días.» «…hay, además,
un convidado: el jefe de contabilidad, un señor ya viejo, que quiere a las
niñas como si fueran de su familia. Pero este señor viene muchas veces a
almorzar y su presencia no significa ahora, por tanto, nada especial... Nos
levantamos de la mesa, las niñas se despiden y suben luego conmigo al
segundo piso, como todos los días… Al despedirse las niñas, el jefe de
contabilidad quiere besarlas. Pero el padre le grita con violencia: ¡No bese
usted a las niñas! Tan inesperada salida de tono me impresionó
profundamente, y como los señores estaban fumando, se me quedó fijado el
olor a humo de tabaco que en la habitación reinaba.» Meses antes había
sucedido que una señora amiga de la casa, había besado a ambas niñas en la
boca, al dar por terminada su visita. El padre, que se hallaba presente, dominó
su disgusto y no dijo nada a la señora; pero cuando ésta se marchó hizo
víctima de su cólera a la desdichada institutriz, advirtiéndole que si alguien
volvía a besar a las niñas en la boca, la consideraría responsable de una grave
infracción de sus deberes. Freud aduce que el trauma psíquico inicial
corresponde a aquella escena en la que el padre la reprendió por haber dejado
que besaran a las niñas. Pero los síntomas surgieron más tarde, cuando el jefe
de contabilidad quiso besar a las niñas, lo que es interpretado por ella como
un rechazo y una crítica personal por su inclinación hacia el padre. Vemos en
este caso el uso del beso como elemento simbólico de un trauma psíquico que
late en el subconsciente de esa mujer y que le produce síntomas molestos. La
cuestión sexual se intuye al fondo como una sombra amenazadora. El beso es
un asunto fuertemente cargado de sugerencias emotivas y sexuales, que de
alguna manera habita en la trastienda emocional de las personas como Miss
Lucy o del padre de las niñas. ¿Qué hubiera ocurrido si ambos se hubieran
relajado y entregado sus besos más sexuales? ¿Hubiera sido necesaria la
intervención del doctor Freud?

Más tarde, en “Tres ensayos sobre una teoría sexual” Freud estudia algunas
de las manifestaciones más sugestivas de la sexualidad infantil, concretamente
el «chupeteo» del pulgar, el cual interpreta de la siguiente manera: “La
succión productora de placer está ligada con un total embargo de la atención
y conduce a conciliar el sueño o a una reacción motora de la naturaleza del
orgasmo… Con frecuencia se combina… con el frotamiento de determinadas
partes del cuerpo de gran sensibilidad: el pecho o los genitales exteriores.
Muchos niños pasan así de la succión a la masturbación”. Admite Freud que
antes que él un pediatra húngaro llamado Lindner había sugerido la naturaleza
sexual de este acto, una especie de «maña» sexual del niño. “La investigación

135
psicoanalítica - insiste Freud - nos da derecho a considerar el «chupeteo»
como una manifestación sexual y a estudiar en ella precisamente los
caracteres esenciales de la actividad sexual infantil… Se ve claramente que el
acto de la succión es determinado en la niñez por la busca de un placer ya
experimentado y recordado… la succión del pecho de la madre... los labios
del niño se conducen como una zona erógena, siendo, sin duda, la excitación
producida por la cálida corriente de la leche la causa de la primera
sensación de placer… Viendo a un niño que ha saciado su apetito y que se
retira del pecho de la madre con las mejillas enrojecidas y una
bienaventurada sonrisa, para caer en seguida en un profundo sueño, hemos
de reconocer en este cuadro el modelo y la expresión de la satisfacción
sexual que el sujeto conocerá más tarde… que le hará buscar posteriormente
las zonas correspondientes de otras personas; esto es, los labios. (Pudiera
atribuirse al niño la frase siguiente: «Lástima que no pueda besar mis
propios labios.»)… No todos los niños realizan este acto de la succión… tales
niños llegan a ser, en su edad adulta, inclinados a besos perversos, a la
bebida y al exceso en el fumar…”. ¿No le parece interesante?

En una nota posterior Freud refiere que un tal doctor Galant había publicado
en 1919 un trabajo titulado “Das Lutscherli” («El chupete»), en el que recogía
las confesiones de una muchacha que no había abandonado este instrumento
infantil, y describe la satisfacción que le producía como totalmente análoga a
una satisfacción sexual y, en particular, a la que emana de los besos de la
persona amada: «No todos los besos dan el placer que da el chupete. Es
imposible describir el placer que se siente en todo el cuerpo mientras se
chupa. Parece que se sale de este mundo, se siente una totalmente feliz y
satisfecha y no se desea nada más. Es una sensación maravillosa. Es algo
inefable. No se siente ningún dolor, ninguna pena, y le parece a una
transportarse a otro mundo.» Sin comentarios.

En otro conocido texto, “El caso del hombre de los lobos”, Freud describe los
sufrimientos de un obsesivo que “Antes de dormirse… daba la vuelta a la
alcoba con una silla, en la que se subía para besar devotamente todas las
estampas religiosas que colgaban de las paredes” El análisis permitió
descubrir que todo se debía a una homosexualidad latente, y la cura
psicoanalítica consiguió la liberación de la libido del afectado y su aplicación
a tareas más productivas que “besar santos”. He aquí otra manifestación
conductual de la relación entre el modo de ser de una persona y un elemento
fuertemente simbólico como es el beso de respeto de lo sagrado. En realidad
es algo de lo que ya hemos hablado, los diferentes significados y usos de los
besos, pero gracias a las observaciones de Freud queda más claro que hay una
íntima relación entre los modos de ser de las personas y la utilización real o
simbólica de los besos.

136
En otro texto suyo, quizá el más conocido de todos, “La interpretación de los
sueños”, Freud cuenta que algunos ataques histéricos de ciertas pacientes se
inician con ademanes muy sensuales de besar y estrechar a alguien en sus
brazos. Durante esos ataques es como si se produjese una anulación de las
restricciones que imponen los buenos modales sociales, y la persona actúa de
modo “inconsciente”, espontánea, instintiva, liberada de restricciones, y lo
que le salen son besos… Qué curioso, Freud vendría a sugerir que los besos
habitan en el inconsciente emocional y sexual de las personas desde su más
tierna infancia, y tal vez por eso nadie necesita que le enseñen a besar cuando
el despertar de la pubertad se lo exige.

Esa teoría quedaría también más o menos reflejada en su escrito sobre “Un
recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”, en el que relata e interpreta una
fantasía que el propio Leonardo relata, y nos recuerda que el beso es un acto
muy potente y significativo, tanto que llega a penetrar en la mente de los
niños para configurar, de alguna manera, sus modos posteriores de ser y
comportarse. Dice Leonardo: «…e molte volte mi percuoterse con tal coda
dentro alle labbra», lo que sugiere que tuvo que haber una alta intensidad de
relaciones eróticas entre la madre y el hijo genial. No es difícil deducir de
estas palabras - sugiere Freud - un contacto estrecho entre madre e hijo a
través de ciertas actividades relacionadas con la zona bucal, que queda
diáfanamente reflejado en la siguiente explicación: “Mi madre puso en mi
boca infinidad de apasionados besos”. La fantasía se halla, pues, compuesta
de dos recuerdos: el de ser amamantado por la madre y el de ser besado por
ella.”

Siguiendo con Freud podríamos aun contar el famoso “Caso Dora” y su


conocida “Escena del beso” con K, un respetable caballero cabeza de una
familia íntima de los padres de Dora. Al parecer aquel le había hecho en
varias ocasiones proposiciones, pero… “Dora tenía por entonces catorce
años; K. había convenido con ella y con su mujer que ambas acudirían por la
tarde a su comercio situado en la plaza principal de B., para presenciar
desde él una fiesta religiosa. Pero luego hizo que su mujer se quedase en
casa, despidió a los dependientes y esperó solo en la tienda la llegada de
Dora. Próximo ya el momento en que la procesión iba a llegar ante la casa,
indicó a la muchacha que le esperase junto a la escalera que conducía al piso
superior, mientras él cerraba la puerta exterior y bajaba los cierres
metálicos. Pero luego, en lugar de subir con ella la escalera se detuvo al
llegar a su lado, la estrechó entre sus brazos y le dio un beso en la boca. Esta
situación así era apropiada para provocar en una muchacha virgen, de
catorce años, una clara sensación de excitación sexual. Pero Dora sintió en
aquel momento una violenta repugnancia: se desprendió de los brazos de K. y

137
salió corriendo a la calle por la puerta interior”. En los textos de Freud son
frecuentes las escenas de besos robados de los que ya hemos hablado, escenas
que él convierte en “escenarios psicoanalíticos” en los que, de forma más o
menos directa, la conducta de besar es interpretada como un elemento
“dinámico” muy importante para entender el funcionamiento de la mente de
las personas y la configuración de su personalidad. Por lo tanto, al socaire de
sus teorías, creo que ya no le parecerá tan descabellada mi provocadora
proposición inicial de “dime como besas y te diré como eres”. Pero veamos si
es posible explicar estas complejas relaciones de una forma sencilla y
asequible para todos.

Conviene dejar claro de entrada que las aportaciones de Freud son una de las
“invenciones” más importantes que se han aportado al conocimiento de los
seres humanos a lo largo de toda la historia. Sus ideas revolucionaron no sólo
la interpretación de los sueños, la sexualidad, el estudio de la personalidad,
sino incluso la comprensión de las causas y consecuencias de los sencillos
besos. A través de todo ello compuso una obra grandiosa con la que aportó un
modelo explicativo de la configuración y el funcionamiento de la mente
humana, así como de las razones ocultas de muchas conductas que tantos
sufrimientos o placeres nos producen. De sus teorías y enseñanzas se derivó
un enorme cambio en la concepción de las relaciones humanas, la sociedad, la
cultura y el arte, y sino que se lo pregunten a Dalí o a Woody Allen, por sólo
poner un par de ejemplos bien conocidos.

Pero vayamos por partes. Es sabido que Freud nos legó una teoría o modelo
muy valioso para entender el funcionamiento de la mente humana, pero para
llegar a ello partió del estudio e interpretación de la sexualidad infantil,
proponiendo - de una forma provocadora para su época - que muchos de los
comportamientos que la madre emplea para atender a su hijo (acunar, besar,
acariciar…) son actos sexuales. Se trata de conductas pertenecientes
inicialmente sólo a la relación madre-hijo pero que posteriormente se
manifestarán en muchas otras cosas, sobre todo en los vínculos y relaciones
que se establecen entre las personas adultas. En ese contexto, los besos
materno-filiales serían una conducta emocional de primer orden, que influye
fuertemente en la configuración de la forma de ser del niño y eso se reflejará
en sus modos de ser y actuar más tarde, cuando sea adulto. Más o menos eso
vendría a proponer Freud.

En la actualidad todos aceptamos que la sexualidad empieza en la relación


maternal de cuidado, en la pareja “madre-hij@”. El bebé siente un impulso
sexual hacia la madre que es el germen de lo que más tarde será el conocido
“complejo de Edipo”, ese deseo “inconsciente” de amar a la madre y matar al
padre que trata poseerla y robárnosla. El primer momento erótico es mamar

138
del pecho de la madre. Ese cálido encuentro se convertirá, según Freud, en el
prototipo de toda relación amorosa posterior. El succionar el biberón o el
chupete, y más tarde el dedo, es muy agradable. Esos rudimentos
conductuales expresan un impulso de búsqueda del “pezón perdido” que en el
futuro se convertirá en el acto de besar. En “Tres ensayos sobre una teoría
sexual” dice textualmente: “Es también fácil adivinar en qué ocasión halla
por primera vez el niño este placer, hacia el cual, una vez hallado, tiende
siempre de nuevo. La primera actividad del niño y la de más importancia
vital para él, la succión del pecho de la madre (o de sus subrogados), le ha
hecho conocer, apenas nacido, este placer. Diríase que los labios del niño se
han conducido como una zona erógena, siendo, sin duda, la excitación
producida por la cálida corriente de la leche la causa de la primera
sensación de placer. En un principio la satisfacción de la zona erógena
aparece asociada con la del hambre. La actividad sexual se apoya
primeramente en una de las funciones puestas al servicio de la conservación
de la vida, pero luego se hace independiente de ella.”

Podríamos decir, sin necesidad de exagerar, que un recién nacido es todo boca
y casi solo boca, y que la madre lo sabe instintivamente, y por eso sabe cómo
darle la leche y el amor que su criatura necesita. Madre e hijo son una “pareja
lactante” absortos en una historia de amor en la que “el niño es un juguete
erótico”. Pero la madre no debe temer que esa relación pueda resultar
inapropiada, pues “Solamente está cumpliendo con su labor al enseñar a
amar al bebe”.

Poco a poco vamos entendiendo por que Freud llega a sugerir que el beso
surge como una consecuencia inevitable del destete. Primero nos colocan sin
enterarnos en el vientre de nuestras madres, en el interior de su cómoda y
caliente barriguita. Luego ella misma nos arroja a la fría intemperie del
mundo, pero no nos abandona, ahí está ella, nuestra solícita mamá tratando de
protegernos, de mantenernos cálidos y seguros, abrazándonos, estrechándonos
contra sus ubérrimos pechos, dándonos la leche calentita y los besos más
tiernos. Luego, un mal día y sin aviso, nos quita el pecho y la leche y nos
castiga con una insufrible abstinencia, que nos obliga a pasarnos el resto de la
vida tratando de reencontrarlos. Es como si nos dieran un regalo estupendo y
después nos lo quitasen. Primero nos hacen adictos a la droga más
maravillosa, y luego nos la quitan sin consideración ninguna. Por eso nos
gusta tanto besar y que nos besen, porque eso es lo único a que podemos
aspirar de toda aquella maravillosa droga que tuvimos en nuestra más tierna
infancia, una droga llamada amor.

Según Freud esa época de la vida que denomina “fase oral”, dura desde los
ocho a los dieciocho meses, más o menos, y lo que sucede en ella es

139
determinante de cómo seremos y nos comportaremos el resto de nuestra vida.
Si hemos recibido suficiente “leche y miel” - recuperando el afortunado
concepto de From - pasaremos felizmente a las siguientes fases de nuestro
desarrollo psíquico y sexual. Pero si nos las han escatimado, pasaremos el
resto de la vida ansiándolas y buscándolas. A esa manera “necesitada”
(carencial) de ser es a lo que Freud llama “personalidad oral”, que vendría a
ser como una especie de dependencia no resuelta del amor “oral” maternal,
que deberíamos haber recibido y no nos dieron. Por eso las “personalidades
orales” son muy absorbentes, dependientes, verborreicas y necesitadas de
estimación. También pueden ser agresivas o sádicas, pues la fase oral del
desarrollo está centrada en el uso de la boca, y en ella están los labios pero
también los dientes, esos que, según Miguel Hernández, “…frontera de los
besos serán mañana / cuando en la dentadura lleves un arma…”, y por eso
algunos individuos “orales” pueden ser habladores y “besucones”, pero otros
son grandes “masticadores”, tragaldabas, devoradores, codiciosos, como
aquel amigo comensal del que hablamos, y en otras ocasiones pueden ser
“mordedores” agresivos, es decir “caníbales”, como al parecer le ocurría al
famoso psiquiatra protagonista de “El silencio de los corderos”, el doctor
Hannibal Lecter.

Según una extrapolación de estas teorías, los donjuanes, casanovas o


burladores también serían “personalidades orales”, que como no tuvieron
suficiente amor materno cuando eran pequeños, se pasan la vida entera
buscándolo en otras mujeres sustitutivas de la madre. Desde el propio Freud,
hasta nuestro famoso doctor Marañón, pasando por el filósofo Ortega, o por
Ramón y Cajal, todos lo dijeron y es más que posible que no se equivocaran.
El famoso “dandy” británico Lord Byron lo expresaba abiertamente a través
de las palabras de su Don Juan: “…que el sexo femenino tuviera una sola
boca rosada, para poder besarlas todas a la vez…”

Pero no debe parecer que estas cosas les ocurren sólo a los hombres, de hecho
en las mujeres también existe ese “conflicto” en la relación entre el amor
materno, paterno y filial. El discípulo más aventajado de Freud, Carl Jung, lo
denominó “complejo de Electra”, tomando como modelo la trágica historia de
de la famosa griega, que para vengar la muerte de su padre Agamenón, mato a
los culpables, que no eran otros que su propia madre y su amante. El modelo,
trasladado a una familia normal, sería algo así como una niña que aprende con
el tiempo que papá pertenece a mamá y poco a poco renuncia a sus
sentimientos románticos hacia el padre y los dirige a otra figura masculina, el
hombre con quien aspira a casarse algún día. Según esa teoría, las mujeres
ansiosas de amor, compulsivas y promiscuas, eternamente insatisfechas e
infelices, serían como una especie de “doña-juanas”, que también padecerían

140
carencia de besos maternos y caricias paternas. En fin, hay que ver a donde
nos pueden llevar los besos, y uno sin enterarse.

Pero todas esas teorías, con ser más o menos bellas y certeras, no se pueden
someter a demostración científica como si se tratase de una ecuación
matemática. Pero lo que si sabemos es que, teorías aparte, la falta de una
adecuada relación amorosa materno-filial tiene importantes consecuencias
para el desarrollo intelectual, emocional y físico del niño. Eso ha sido
evidenciado repetidamente por los más sesudos investigadores del desarrollo
de la mente infantil de los tiempos modernos.

La historia empezó en el siglo XVIII, cuando el Emperador Federico II de


Prusia quiso saber qué idioma hablarían los niños que nunca hubiesen oído
hablar ninguno, y ordenó que a un grupo de niños abandonados en un
hospicio se les prestase un exquisito cuidado por parte de personas solícitas
pero que nunca les hablasen ni les hicieran ningún ruido ni gesto expresivo o
afectuoso. El resultado fue tan dramático como curioso: ¡todos los niños
murieron! La causa fue inanición verbal y emocional. Claro que eso entonces
no se sabía, pues de hecho hasta 1945 con los trabajos de Spitz, no se supo
que uno de cada tres niños depositados en las casas de expósitos morían
dentro del primer año de vida, pese a tener una buena alimentación y cuidado
médico. Lo que estos niños no recibían era el afecto, las caricias, los besos, el
contacto físico de su amantísima madre. Su muerte se debía a una carencia
emocional, a la que él denominó “depresión anaclítica”, una especie de
marasmo que aparece hacia los tres meses de vida y si no se resuelve
mediante los adecuados “suministros emocionales”, se complica con
detención del desarrollo físico y psíquico, y más tarde con deterioro somático
progresivo hasta la muerte. Si se detecta pronto, y se le dan las adecuadas
“vitaminas emocionales” (supplies), el cuadro es reversible, pero si la
carencia dura varios meses puede dejar secuelas físicas y cerebrales para
siempre o causar la muerte del infante. Desde entonces ningún hospital
infantil deja de proporcionar cuidados afectivos, o facilitar el contacto físico y
afectivo entre los niños y sus madres, especialmente si se trata de niños
prematuros. Las cuidadoras saben que si se les habla, se les acaricia, se les
besa, se desarrollan mejor y más sanos. Lo he dicho varias veces, los besos
alimentan mucho.

Esas observaciones fueron en cierto modo la base de la “teoría del apego”


desarrollada posteriormente por J. Bowlby (1969), quien intentó construir un
modelo para explicar el desarrollo de la personalidad basado en los vínculos
emocionales infantiles. En oposición a los postulados vigentes hasta ese
momento, que defendían que el vínculo que se establece entre un bebe y su
madre radica simplemente en el hecho de que es ella quien lo alimenta,

141
Bowlby propuso que los seres humanos presentan una tendencia innata a
buscar vínculos de apego con otros seres. Dichos vínculos no solo son una
fuente de satisfacción personal, sino que constituyen la base de la
supervivencia individual y de la especie. Si bien es cierto que la alimentación
y el sexo cumplen una función importante en el establecimiento del vínculo,
la relación de apego tiene una dinámica y una función propia muy importante.
Existe una tendencia primaria por parte de los individuos a establecer fuertes
lazos emocionales con determinadas personas, y esa tendencia es un
componente básico de la naturaleza humana. En la infancia los lazos
emocionales se establecen con los padres en busca de protección y apoyo, y
luego prosiguen a lo largo del desarrollo, siendo completados por nuevos
lazos o vínculos con otras personas de acuerdo con las necesidades propias de
cada periodo evolutivo, adolescencia, adultez, etc. La teoría del apego explica
la relación que hay entre las fases tempranas del desarrollo emocional y el
carácter de las personas adultas. Hoy sabemos, gracias a las investigaciones
de estos autores, que en buena parte las relaciones emocionales y sexuales que
establecemos los adultos dependen de la cantidad de caricias, besos y mimos
que recibimos de nuestros cuidadores cuando éramos niños. Esta etapa de la
relación, basada en contactos físicos y psíquicos emocionalmente potentes, es
la más importante en el establecimiento de los vínculos de apego necesarios
para el desarrollo de la personalidad. En síntesis, y arrimando el ascua a
nuestra sardina, podríamos decir que la falta de besos en la infancia dificulta
el establecimiento de los vínculos emocionales que serán el modelo que más
tarde utilizaremos para establecer relaciones interpersonales adultas, maduras
y satisfactorias.

Otra concepción muy difundida sobre el origen y desarrollo de la


personalidad adulta es la de Winterbottom de 1958. Esta autora realizó una
serie de investigaciones para estudiar como las diferencias en los estilos
educativos utilizados por los padres podrían reflejarse en el modo de ser de
los hijos. Concretamente estudió dos tipos de niños, según que mostrasen alta
y baja “necesidad de alcanzar logros”, que es algo así como la tendencia que
todos tenemos a proponernos y alcanzar metas en la vida. Se utilizaron
muchos modelos de “logros” que los niños podrían alcanzar, y las diferencias
más significativas se observaron en aspectos como la edad a la que un niño
sabe caminar solo por la ciudad, ensayar nuevas acciones por sí mismo,
buscarse amigos y alcanzar diferentes metas de una manera autónoma. Es
decir, conductas que reflejan la capacidad de comportarse de forma
independiente. Pues bien, se vio que las madres que utilizan con mayor
frecuencia refuerzos emocionales para relacionarse con sus hijos pequeños,
tales como abrazos, besos etc. tienen hijos que cuando crecen muestran
mayor necesidad de plantearse y alcanzar “logros” en la vida, es decir que

142
tienen mayor autonomía, iniciativa, seguridad, etc. De nuevo queda bien claro
que los besos serán muchas cosas pero ninguna de ellas es trivial.

En evidente que durante el primer año de vida un niño es casi sólo boca, y sus
intereses se centran en los alimentos y en los placeres y exigencias de la zona
oral, como chupar, morder, besar, lamer, explorar los objetos con la boca, etc.
Es como si los bebés hubiesen nacido preparados para besar. Sus bocas son el
nexo más importante entre ellos y entre el mundo exterior, y el comienzo del
interior, por eso examinan cualquier cosa antes con las boca que con las
manos o la vista. La propensión a tocar con los labios es tal, que algunos
gemelos se besan antes de nacer, como al parecer hacían dos siamesas nacidas
en Manchester (Reino Unido), que "vinieron al mundo de frente, con las
cabezas ladeadas y besándose claramente", según explicó su madre a la
prensa. Anécdotas aparte, lo cierto es que se han realizado investigaciones
curiosas sobre cuando aparecen en el niño por primera vez gestos o conductas
que pudieran considerarse como besos “rudimentarios”. Un neuropsicólogo
de París, llamado I. Casati publicó en 1987 un estudio titulado “The
beginnings of the kiss in infants during the first year”. Señala que ya desde el
primer año pueden ser reconocidas ciertas formas de formas incipientes del
beso. Muy pronto el niño desarrolla ciertas actividades bucales como
respuesta a los besos recibidos. Progresivamente estas conductas reflejas van
aumentando en complejidad. La atracción del bebé por la boca del adulto
aparece alrededor del año, y pronto se trasformará en unos primeros contactos
"boca a boca" que sin ser todavía "besos" son una especie de “equivalencia”,
que se combina con la mirada fija y los abrazos como medios de intercambiar
emociones y sensaciones.

Por esa época, un psiquiatra infantil español residente en Suiza, el Dr. José de
Ajuriaguerra, llegó a ser una de las personas más expertas del mundo en los
problemas emocionales de los niños. A lo largo de una vida entera de trabajo
desarrollo una amplia investigación sobre muchas cosas, entre otras sobre la
relación entre las experiencias tempranas de contacto cutáneo del niño y el
desarrollo de su personalidad. Así estableció la gran importancia del papel de
la piel en la relación entre el infante y la madre incluso desde antes de nacer,
pero sobre todo en la época de recién nacido y los primeros años de vida.
Examinó la importancia de los abrazos, los besos, los cosquilleos, etc. y
mostró que el funcionamiento afectivo de las personas se inicia ya en las
experiencias compartidas “piel-a-piel” durante el desarrollo infantil, y en la
vida adulta se refleja en cosas tan concretas como el poder sentirse seguros en
los contactos “cuerpo-a-cuerpo”, o “beso-a-beso” (la cursiva es mía). Dicho
de otra manera: el sentimiento de seguridad adquirido durante el desarrollo de
la sexualidad infantil, te permite sentirte seguro en los contactos sexuales
adultos. O traducido a nuestros intereses, si te dieron besos que te hicieron

143
sentirte seguro y bien cuando eras niño, obtendrás seguridad y placer al darlos
o recibirlos cuando seas mayor.

Ajuriaguera no fue el único que pensaba así, pues de hecho esta línea
argumental podría continuarse hasta la saciedad, mostrando por acumulación
de evidencias, que los besos, las caricias y los contactos emocionales cutáneos
entran por la piel de los niños y llegan hasta su cerebro, su corazón y su
personalidad. Podríamos defender algo así como “dime como te han besado y
te diré como eres”, o mejor déjame ver cómo eres y te diré como y cuanto te
besaron de niño. Incluso hay quien dice que observando como besamos es
posible llegar a saber si fuimos alimentados con “pecho” o con biberón.
También se ha sugerido que así como los bebés necesitan cierta cantidad de
besos, también cuando somos adolescentes o adultos necesitaremos tantas o
cuantas cantidades de besos, y si no damos o recibimos los que cada uno
necesita, se convierten en otras conductas peores, como fumar, beber o hablar.

Estas teorías, más o menos especulativas, han sido recientemente puestas a


prueba en experimentos animales, concretamente con ratitas, que han
demostrado que la cantidad de caricias “hocícales”, que el tiempo y el número
de lamidos de limpieza que una rata madre dedica a sus tiernas ratitas de
menos de una semana, condiciona el desarrollo de su cerebro. Y no es teoría
es un hecho evidente y bien demostrado, que ha sido dado a conocer por los
doctores M. Meaney y M. Szyf este mismo años (2005) en una respetada
revista científica. Asegura que comparando los hijos de ratas que prestan
muchos cuidados bucales (lamidos) a sus hijitos durante la primera semana de
vida, con otras memos “maternales”, los de las primeras cuando son mayores
son mucho más tranquilos, resisten más al estrés y tienen menos respuestas de
secreción de ACTH y adrenalina ante situaciones de presión. Y a parecer eso
se produce mediante una modificación de la estructura del ADN de los
cerebros de las ratitas bebes. Al profesor Ajuriaguerra no le sorprenderían
estos resultados, pero a los demás nos parecerían ciencia ficción, si no fuese
por que se trata de estudios rigurosísimos y muy respetados. Dicho a las
claras, dime cuantos besos te ha dado tu mamá cuando eras pequeñito, y te
diré cuanto de nervioso o de tranquilo serás cuando seas adulto. Los besos van
directamente al cerebro. ¿Eso ya lo hemos dicho antes, verdad?.

Y es que los labios son muy importantes, y sus producciones más importantes
son los besos. Los labios siempre están prestos a moverse, a chupar, a
succionar, a probar, a besar. Los niños se llevan todo a la boca, así van
aprendiendo poco a poco qué cosas le resultan agradables y nutritivas, y
cuales desagradables o peligrosas. Tocar con los labios es lo más cálido y
próximo que podemos hacer con otra persona, sea madre o amante. Besar es,
como se ve, un instinto temprano. Ya lo probaron Adán y Eva, lo suyo no fue

144
manzana, fue beso, que conste, aunque no lo diga la Biblia. El instinto de
besarse es temprano y potente, siempre está abierto y dispuesto a
desarrollarse, a experimentar con una u otras cosas o personas. Es un “instinto
abierto” dicen los naturalistas, pues parte de unas pautas más o menos fijadas,
que siempre se van completando con el aprendizaje. Los seres vivos son más
inteligentes cuantos más instintos abiertos tienen, cuanto más libres son de
ampliarse, desarrollarse y completarse con la “cultura práctica”. Los besos
son exactamente así. No entienden de razas, de tiempos, ni de fronteras, solo
de impulsos que es preciso obedecer poniéndolos en práctica. Cuanto más
veces repitas el ejercicio, mejor sabrás hacerlo. Y eso es bueno para obtener
placer y para muchas más cosas, incluso para mejorar la inteligencia y la
personalidad de los seres que los practican. En la actualidad está de moda el
concepto de inteligencia emocional. No creo que nadie lo haya dicho
explícitamente, pero si pudiéramos investigarlo, seguro que encontraríamos
una fuerte relación entre la nutrición con besos durante la infancia y el
cociente de inteligencia emocional de la edad adulta.

Ahora bien, los seres humanos podemos querer a muchas personas, pero
“madre no hay más que una”, lo saben hasta esos duros legionarios que se
tatuaban sus brazos esa famosa frase “Amor de madre”. Ellos ya sabían lo que
los “sabios” como Bowlby y su escuela demostraron más tarde, que todos los
seres humanos tenemos una tendencia natural a establecer vínculos fuertes
con otras personas emocionalmente significativas, primero la madre y luego
otras, pero especialmente con una que siempre será especial. A esa tendencia
natural se le denominó “monotropía”, y quizá por eso mismo los seres
humanos somos, como también sugiere la experta Blue, esencialmente
“monobesantes”, monotrópicos en besos y en amor. Por eso podemos
“sexuar”, practicar coitos, con muchas personas, pero no podemos
enamorarnos y besar de verdad más que a una sola en cada momento. Es
verdad que podemos cambiarlas, pero en todo caso seríamos “monobesantes
sucesivos”. Y es que los besos nunca mienten, todo el mundo lo sabe por
experiencia propia, las prostitutas más versadas lo aseguran, y hasta el cine lo
pone de manifiesto en la famosa película “Pretty Woman”, en la que cuando
Julia Roberts acepta besar en la boca a Richard Gere sabe que se ha
enamorado de él perdidamente y para siempre.

Pues bien, llegados a este punto, aceptemos que ya somos mayores, que ya
tenemos un modo de ser, una personalidad, y que eso influye en como nos
comportamos, relacionamos, enamoramos, besamos o copulamos. Ahora la
cuestión concreta que nos ocupa es si el hacerlo de una u otra manera tiene
que ver con nuestra manera de ser, con nuestra personalidad. Es decir,
¿podemos asegurar aquello de “dime como besas y te diré como eres”?, ¿o
sería mejor “dime como eres y te diré cómo besas”?.

145
Para ello es bueno que volvamos atrás, a la observación de la conducta
gestual, al estudio de ese lenguaje no verbal que son los besos. Por ejemplo, el
citado Ulrich Ramer, autor de origen brasileño y formación germánica,
sugiere ciertas cosas muy interesantes sobre la relación entre el modo de besar
y el modo de ser, rasgos que podrían servir como una especie de test para el
diagnóstico de la personalidad a través de los besos. Por ejemplo, dice que el
disponer los labios redondeados y cerrados al besar simboliza un bloqueo
interior. Asegura que al igual que los ojos como son una ventana del alma, la
boca es una puerta. Si esa puerta se cierra constantemente al mundo exterior,
significa que esa persona rechaza una parte de su ego. Ese miedo de la
intimidad expresado por los labios cerrados radica posiblemente en la infancia
e indica un cierto temor de ser abandonado, o una incapacidad de entregarse
sin pedir nada a cambio. También asegura que cuando una persona empieza a
besar con una serie de besos breves, cerrada la boca, y continúa con besos
más largos y persistentes, es que es extremamente apasionada y sensual.
Insiste en que a una persona con esas características le llevará tiempo
decidirse a besar, pero una vez decidida se entregará a ello con toda su alma y
disfrutará profundamente, penetrando con sus besos en la mente y no sólo en
el cuerpo de su pareja. Ahí que ver qué teorías. No se si las habrá
comprobado, pero sugestivas son un rato.

También asegura que los que se besan a la manera francesa, es decir con la
lengua, quieren construir una ligadura fuerte e íntima. Esta es, según el citado
autor, la mejor manera de besar, porque combina el intercambio de elementos
psicosensoriales y fluidos químicos, con la “actualización de los vínculos
emocionales e instintivos almacenados en la memoria infantil”. Los que
besan así quieren compartirlo todo con su pareja, y según parece ostentan
rasgos de generosidad en su modo de ser.

Otro dato curioso: Según parece, usar los dientes cuando se besa, ya sea
mordiscando amablemente o bien mordiendo decididamente, se relaciona con
la nutrición y el amor primario. Esa fórmula es decididamente erótica, se
expresa en numerosos dichos populares, y en frases hechas: “te comería a
besos”. Incluso la mitología está llena de vampiros que besan con lujuria y a
mandíbula, y no son sólo masculinos. Por eso las víctimas de los vampiros se
entregan casi sin resistir, e incluso parecen disfrutar del placer de ser
vampirizadas. Besos vampiros, he ahí otra interesante categoría que quizá
exploraremos.

Hay quienes al besarse se acurrucan tierna y suavemente, y según los expertos


esas son personas que ostentan rasgos sensuales y cariñosos en su carácter.
Aman dulcemente, pero sin impedimentos, son sexualmente asertivos y

146
sinceros en la entrega, se cree que son personas que recibieron mucho cariño
maternal durante su época de lactancia. Igualmente se cree que los amantes
que al besar atraen a su pareja hacia su pecho, sujetándola por el cuello, como
hace el atractivo galán de cine o el héroe de novela, son en el fondo muy
inseguros. Cuando un hombre al besar sujeta - o se sujeta - fuertemente a su
compañera, simboliza temor de mostrarse débil e intenta parecer dominante,
al tiempo que interior e inconscientemente tiene miedo de no lograr esa
dominación que aparentemente pretende.

A la postre parece que el enunciado “dime cómo besas y te diré como eres”
no es tan descabellado, aunque siga siendo un capítulo pendiente de la
psicología humana, que todavía nadie se ha atrevido a abordar con seriedad.
Según la persona posiblemente más experta en esta materia, la “recitada”
Adrianne Blue, la manera de besar que ostenta un adulto se podría relacionar
con como fue su crianza. Llega a sugerir que viendo como besa se podría
llegar a saber si fue criado con pecho o con biberón. Se podría conocer por
qué unas personas besan más y mejor que otras, o por qué a unas les resulta
más gratificante y placentero que a otras, o cómo algunas personas alcanzan
puntuaciones más elevadas en un hipotético índice de “besabilidad”, o cómo
convertirte en una persona atractiva, o, por el contrario, repelente de besos…

En definitiva, y por concluir, los besos y las cosas del carácter tienen mucho
en común. El modo de ser se manifiesta por lo que hace nuestra boca: hablar,
comer, besar… Somos como nos han besado, diría Freud. Y besamos como
somos, diría un conductista. Hay muchos tipos de besos: de madre, de amor,
de saludo y hasta besos de Judas. Y cada uno de nosotros los ejecuta a su
manera. Cada uno de esos besos muestra en cierta manera cómo es el que lo
realiza, y sino que se lo digan a ciertos curiosos ladrones egipcios que
abundaban en el siglo XVII y que se les llamaba precisamente los
“besadores”, pues eran expertos en robarle la cartera al que se dejaba saludar
con un beso. En fin, una vez más los besos nos sorprenden con su inesperada
versatilidad. Así pues, como diría un psicólogo argentino: “besa y sé tu
mismo”.

147
10. LA SONRISA HORIZONTAL.

De la relación entre los besos y el sexo hay tanto que decir que casi sería
mejor callar. Pero, por otra parte, puede que no haya nada que decir, pues no
son asuntos independientes, sino una misma cosa. Sea como fuere no parece
posible desatender tan interesante relación. Podríamos dedicarle al tema un
“sexudo” tratado, mas como éste no es un libro de sexología, trataré sólo de
los asuntos que atañen a los labios superiores y dejaré los de los otros labios
para mejor uso y disfrute de cada cual. Así pues me limitaré a explorar en los
hechos fundamentales de la sexología científica que abarca la última parte del
siglo XIX y el XX, indagando en sus consideraciones sobre la conducta de
besar, en tanto que práctica sexual. Al respecto déjeme que siquiera de pasada
mencione algunos de los grandes prohombres a los que debemos casi todo en
materia sexual, que también trataron con los besos, como Carl Westphal
(1833-90), Krafft-Ebing (1840-1902), Havelock Ellis (1859-1939), Albert
Moll (1862-1939), Magnus Hirschfeld (1868-1935), Iwan Bloch (1872-1922)
y, por supuesto, Sigmund Freud (1856-1939), entre otros.

Podemos empezar la historia a finales del XIX, cuando el fílósofo y médico


Burdach, influido por la Filosofía natural de Schelling, definía el beso como
un “…símbolo de la unión de las almas y algo análogo al contacto galvánico
de dos cuerpos electrizados, positiva y negativa, que aumenta la polaridad
sexual, atraviesa todo el cuerpo, y cuando está en estado de impureza
transmite el pecado de un individuo a otro”. Claro que un poema árabe del
siglo XIII lo decía mucho mejor: Cuando un corazón arde de amor jamás
halla curación… / Hasta el abrazo más íntimo le deja frío y sin satisfacer, / si
le falta la delicia del beso.

Uno de los pioneros de la relación entre beso y sexualidad fue Iwan Bloch, un
médico berlinés especialista en enfermedades venéreas que publicó un
interesante tratado sobre “La vida sexual contemporánea”, editado en España
en los años veinte con prologo de Gregorio Marañón. El respetado autor
proponía que en los seres humanos se da una complicación del instinto sexual
que no tienen las especies inferiores, que consiste en una íntima unión de los
placeres de los sentidos con él placer sexual. A modo de ilustración de la idea
refiere una curiosa alocución dirigida por Buda a sus monjes en la que se
describe el papel sexual de los diferentes sentidos: «No conozco, discípulos
míos, ni siquiera una forma que cautive tanto el corazón del hombre cómo la
forma de la mujer. No conozco, discípulos míos, ninguna voz que cautive
tanto el corazón del hombre como la voz de la mujer. No conozco, discípulos
míos, olor alguno que cautive tanto el corazón del hombre como el olor de la
mujer. No conozco, discípulos míos, sabor alguno que cautive tanto el
corazón del hombre como el sabor de la mujer…”. No sabemos que maestros

148
pudo tener Buda, pero es evidente que conocía que el instinto sexual al
convertirse en eso que llamamos “amor” concitó una preponderancia de los
placeres sensuales sobre la mera copulación. Eso fue lo que convirtió el sexo
en sexualidad, pero no perdió lo que tuvo de acoplamiento corporal, por eso el
modelo sensorial más activo en la vida sexual sigue siendo el “con-tacto” y
sólo después de él se sitúan los sentidos llamados superiores, la vista y el
oído. Pensemos que el sentido del tacto es el más desarrollado en cuando a
extensión (toda la piel) y por lo tanto es el más accesible y excitable. La gran
sensibilidad de las terminaciones nerviosas de la piel y su extraordinario
número explica la riqueza de las sensaciones táctiles, y entre ellas algunas tan
sensuales como las cosquillas, las caricias o los besos. Unos conocidos
fisiólogos descubrieron que en la piel hay miles de receptores sensibles, que
denominaron con sus propios nombres “corpúsculos de Vater y Pacini, y aun
más sensibles son los llamados “corpúsculos Krause” que se encuentran en el
glande, el pene, el clítoris, los labios vaginales y los labios de la boca. Así
pues se puede considerar que la piel es el mayor órgano sexual del cuerpo.
Por eso los clásicos consideraban al sexo como la expresión superior del
tacto, sobre todo cuando la que interviene es la sutil piel de los labios, que
convierte cualquier grosero chupetazo en exquisito beso.

El sentido del tacto en el ser humano moderno desempeña un papel semejante


al que en los primitivos tenía el olfato. «El cutis – aseguraba Wilhelm Bölsche
- se convirtió en el gran alcahuete, en el poderoso entremetido en las
cuestiones amorosas de los animales superiores. La piel se convierte en el
sitio del placer, en el escenario de la sensualidad. No sin razón se ha dicho
que el primer contacto con cualquier zona de la persona amada es ya una
semi-unión sexual. Tales contactos, por inocentes que sean, producen una
evidente excitación de los órganos sexuales. En este sentido, el beso es la
línea divisoria entre lo erótico y la libido. En el crítico momento del beso se
reduce a la mínima expresión la distancia entre los dos amantes, y el “amor-
a-distancia” (olfativo o visual) se convierte en “amor-mezcla”. Por otra parte
no es casual que el beso se produzca en la cabeza, el paraje del cuerpo más
adecuado para el amor. El beso de los amantes representa el anhelo del
“amor-mezcla” completo, al tiempo que respeta el inocente “amor-a-
distancia”. Quien no recuerda aquella forma de cogerse por primera vez de la
mano, o el primer beso. Ese es el instante en que la sensualidad cutánea se
eleva a la máxima potencia.

Magnus Hirschfeld, otro experto de la época clásica, aseguraba que las


sensaciones de placer originadas por el tacto en los puntos de “transición” son
los que con más frecuencia hacen “…sucumbir a la fuerza de voluntad y a las
resistencias humanas a las insinuaciones y movimientos del instinto sexual.
Quien evita los contactos mencionados se protege del mejor modo posible

149
contra el peligro de verse arrollado por la sensualidad de su instinto y de
sucumbir a ella cuando, por ejemplo, se halla con individuos sospechosos de
una enfermedad secreta”. Que bello, pero que lejano nos parece hoy, cuando
todos desearíamos caer en las tentaciones de la carne y echarle la culpa a esos
lugares tan excitables y «erotogénicos», esos en los que se juntan las mucosas
con la piel, sobre todo los labios, todos los labios. ¿Por qué será que todos
ellos se encuentran alrededor de las aberturas del cuerpo?

Tal vez eso era lo que preocupaba en 1904 al italiano Gualino, cuando publicó
un artículo titulado “Il riflesso sessualle nell'eccitamento alla labbra”, en que
aseguraba haber provocado por medio de excitaciones mecánicas en los labios
ideas eróticas, excitación y congestiones de los órganos genitales, lo que le
llevó a considerar a los labios como zonas “erotogénicas” primarias. Muy
interesantes fueron asimismo las observaciones del profesor Petermann y del
doctor Nacke sobre la génesis del beso labial, publicadas ese mismo año en el
Archivo de Antropología criminal, en las que defendían la naturaleza
erotogénica de los labios y de sus contactos. Es comprensible que todos ellos,
según sugiere Bloch, creyeran que la mujer que concede un beso a un hombre
“…le dará todo lo demás y que la mujer verdaderamente fina y espiritual
considera que un beso tiene tanto valor y debe ser tan apreciado como el
último favor”. ¿Qué decir sobre la fuerza de los impulsos sexuales?

Será bueno también recordar que Albert Moll ya había postulado que los dos
instintos principales que participan en el impulso sexual son el de
Detumescenztrieb ("impulso de detumescencia") y Contrectationtrieb
("impulso a tocar, acariciar, o besar el objeto sexual"). Sugería que en los
organismos superiores que se reproducen mediante conjugación, el instinto de
detumescencia ya no es suficiente para garantizar la reproducción, por lo que
tuvo que ser suplementado por el instinto de “contrectación”, al que hoy
llamaríamos atracción-amor. Mucho antes que Freud, Moll aseguraba que
ambos impulsos surgen antes de la pubertad, con lo que quería "destruir" la
creencia "de que la pubertad física es la condición necesaria para la iniciación
sexual. Por el contrario, el comportamiento sexual puede desarrollarse mucho
antes que la pubertad física".

Estábamos en los albores del siglo XX y la cuestión del origen del beso
empezaba a ser sometida a investigaciones científicas. Eso trataba de hacer el
sexólogo Havellock Ellis en 1906, cuando realizó estudios muy interesantes
acerca de los orígenes del besar, probando que el beso amoroso es un
derivado del primitivo maternal y de la succión del niño en el pecho materno.
Tanto el sentido del tacto como el del olfato desempeñan un papel en este
“beso primitivo, al que el hombre añadió el lamer y el morder. Este primitivo
sadismo fisiológico es característico del «beso-mordisco»; bien claro lo dijo

150
Kleist: «Küsse reimen sich auf Bisse» (“besos riman con mordiscos”). Es una
herencia de los animales que en el acto del ayuntamiento sexual se muerden
en el cuello. Autores más antiguos, ya habían deducido de este violento
fenómeno de acompañamiento del beso una profunda relación con el afán de
la alimentación. El beso que se realiza con y en la boca, que es el principio del
tubo alimenticio, es expresión de que el amante quisiera apoderarse por
completo del amado “comiéndoselo a besos”. Por eso, según Mohnike, la
furia de los besos salvajes y apasionados puede conducir al arrebato de la
antropofagia, como cuenta Metzger que sucedió en un caso en el que un
joven, en la noche de bodas, no sólo mordió a la su recién estrenada mujer,
sino que comenzó a devorarla. Aunque en este caso se trataba indudablemente
de un demente, se observa a menudo esta manifestación de sentimientos
sádicos en el beso, aunque en formas más suaves, lo que se puede considerar
como normal.

La experta Adriane Blue dedica a esta cuestión un extenso capítulo de su


libro “Besos”. Concretamente se ocupa de los besos de los vampiros, que
representan la más temible y extendida “perversión sexual” de nuestro
tiempo, la del sado-masoquismo sexual, cuyo nombre debemos a la
inteligente lectura que Krafft-Ebing hizo del libro “La venus de las pieles” del
más perverso sexópata de la historia: Leopold von Sacher-Masoch. Asegura
Blue que se trata de besos que simbolizan la muerte moral, y que el gran
impacto que producen las imágenes de vampirismo es justamente por que se
trata de una inversión inesperable del significado de los besos, habitualmente
asociados a dar la vida y no a quitarla. Del mismo modo que en las misas
negras el beso era el símbolo del dominio del maligno, el beso del vampiro,
de Drácula, representa una traición, en cierto modo emparentada con la de
Judas. Hasta el propio autor de la conocida novela, Brand Stoker, compara a
Drácula con Judas: “Lo último que vi del conde Drácula fue como me enviaba
un beso con la mano, con una luz roja de triunfo en los ojos, y con una
sonrisa de la que Judas en el infierno se hubiera sentido orgulloso”.

Como hemos visto los besos son actos primitivamente erotogénicos, pero
mucho antes de que fueran apreciados como tales, en muchos pueblos
primitivos se tuvo que extender alguna forma de contacto olfativo presexual,
gesto que luego se generalizó y uso en forma de «beso olfatorio”. Aspirar el
olor del ser deseado es sumamente excitante. Según Javier Ortega, en “la
vuelta al mundo en 80 polvos”, es posible que las mujeres reconozcan, sin ser
conscientes de ello, a sus mejores amantes gracias al sentido del olfato. Las
feromonas son esas misteriosas hormonas que nos tiran de las narices y nos
arrastran por la cabeza hasta donde con frecuencia no desearíamos ir.

151
En efecto, un estudio publicado recientemente por dos investigadores de la
Universidad de San Francisco (McCoy y Pitino, 2002) ha evidenciado la gran
influencia que pueden tener las feromonas sobre la conducta de las mujeres.
Para llevarlo a cabo a un grupo de mujeres les aplicaron un perfume con
feromonas extraídas de secreciones de otras mujeres fértiles y sexualmente
activas, y a otras les pusieron perfumes con sustancias placebo, sin que ni
ellas ni los investigadores supieran qué tipo de perfume le tocaba a cada una.
Pues bien, las que recibieron perfumes con feromonas incrementaron la
frecuencia de contactos sexuales, se acostaron con más parejas, tuvieron más
citas formales, y practicaron o recibieron más caricias y besos que las otras.
En conjunto el aumento de relaciones socio-sexuales sobre la tasa inicial fue
del 74% en el grupo con feromonas y sólo del 23% en el grupo con placebo.
¿Curioso verdad? Eso si, lo que no cuentan en su estudio es dónde se puede
adquirir ese perfume.

Aunque la relación entre besos y olor ya la hemos abordado anteriormente, de


nuevo el olfato nos obliga a tomar el camino de la sexualidad, concretamente
el del despertar sexual de la adolescencia. ¿Hay acaso algo que huela más que
un adolescente lleno de granos, impulsos y torpezas? Su cerebro se inunda de
hormonas y sus labios obedecen ciegos los impulsos que llegan desde los
testículos y los ovarios. Podríamos decir que su sexo se despierta con
bostezos de besos y sudores. Pues bien, recientemente unos investigadores de
la Universidad de Pittsburgh han descubierto que en este despertar interviene
el llamado “gen del beso”. Los resultados de su investigación mostraron que
este gen es el que desencadena la pubertad y por eso lo bautizaron como gen
KISS-1, que podría traducirse como el “gen del primer beso”. Según estos
científicos, tanto el gen KISS-1, como las moléculas proteicas que éste
produce, aparecen de repente en una región del cerebro llamada hipotálamo,
justo en el comienzo de la pubertad. Anteriormente otros investigadores
estadounidenses y franceses habían encontrado un gen llamado GPR54, cuya
deficiencia inhibe el inicio de la pubertad. Hoy sabemos que la acción
coordinada de ambos genes explicaría el inicio de los cambios hormonales
que desencadenan la pubertad. Ésta se inicia cuando en el hipotálamo, una
región del cerebro íntimamente relacionada con la afectividad, se segrega una
hormona llamada “liberadora de gonadotropina” (GnRH), que activa una
reacción en cadena de mensajes químicos al estimular a la hipófisis para que
ésta secrete sus propias hormonas, como la luteinizante (LH) y la estimulante
del folículo (FSH). Los elevados niveles de LH y FSH actúan sobre los
testículos y los ovarios para que éstos a su vez produzcan la testosterona y el
estradiol, que en último extremo son los responsables de los cambios físicos y
emocionales de la pubertad. Los investigadores dicen que ahora ya
conocemos las claves que explican el inicio del impulso de besar. El misterio
está resuelto, los besos han sido por fin reducidos a bioquímica, aunque en el

152
fondo hasta ellos saben que los apasionados besos que protagonizaron cuando
fueron adolescentes eran algo más que genes y hormonas.

El hecho cierto es que el beso es, posiblemente, la conducta erótica y sexual


mejor tolerada por la mayoría de las culturas humanas. El beso es la caricia
más y mejor admitida y cultivada. Los labios y las lenguas se juntan, las
salivas se mezclan, las sensualidades se comparten, el placer se entrega y se
recibe. Ningún otro tipo de comportamiento sexual es tan explícito a la vez
que tan íntimo. El beso profundo no excluye nada, ni la visión, ni el olor, ni el
tacto, ni el sabor de la persona besada. La boca es el primer lugar donde se
siente y asienta el deseo sexual. Con los labios y con la lengua se puede besar,
lamer, chupar, acariciar, mordisquear y hablar a un tiempo. Suele ser el
primer contacto sexual, y de cómo salga dependerá si la cosa continua o no.
Según parece las mujeres dan mucha más importancia que los hombres a ese
primer beso. Incluso es sabido que en el negocio sexual el beso tiene un valor
superior al contacto coital. Las prostitutas lo saben bien. Cosas y más cosas
del sexo y los besos.

Este último tema, pese a ser frecuentemente comentado, nunca se había


estudiado en profundidad hasta que recientemente la doctora Betania Allen
publicó un curioso estudio titulado “Afecto, besos y condones” realizado con
prostitutas de México DF. En su investigación evidenció que la única práctica
sexual que nunca se acepta con los clientes es el beso en la boca. Una
prostituta decía: “Son muy diferentes los trabajos… nosotras no mamamos, ni
beso, ni que nos estén mordiendo... porque el cliente le está pagando a una
por encuerarse, por ponerse de postura, pero nada más… yo en mi persona
no me dejo besar.”. Uno de los hallazgos más importantes de este estudio fue
que las trabajadoras sexuales de la Ciudad de México utilizan una barrera
simbólica, emocional y sensorial, entre sí mismas y los clientes durante sus
relaciones sexuales, que denota un rechazo a incrementar la intimidad con el
cliente. El rechazo al beso en la boca es mucho mayor que el rechazo que
existe para algunas otras prácticas, incluyendo el sexo anal: “Me dijo el
cliente, ‘bésame,’ y le digo, ‘pues no, no te puedo besar porque te acabo de
conocer,’ pues yo no los beso.” Claro, muy claro. El beso no tiene fronteras,
pero sí límites. Sobre todo el de la verdadera intimidad.

Ocurre que el beso no necesita ser la puerta del sexo, pues en si mismo está
cargado de erotismo y sexualidad. Cuando besamos no tocamos unos labios,
sino que estamos convirtiendo esos labios en una persona objeto de nuestra
sexualidad. Los labios sólo son la puerta, el anuncio, la atracción, pero detrás
de ellos está la persona que desde el momento que puede ser besada es
reconocida como tal, de igual a igual. No podemos besar a alguien que sólo es
un objeto de carne y hueso, hemos de personificarla para que la relación acabe

153
siendo verdaderamente satisfactoria. Un beso nunca es cosa de uno, siempre
es de dos. El beso se da y se recibe sin separación posible. Hay incluso un
dicho de origen gitano que dice que “un beso no vale para nada hasta que no
se divide en dos”. Por eso no se pueden comprar, como se puede hacer con
cualquier otra maniobra sexual.

Precisamente ese es un asunto especialmente conflictivo y “tórrido”, la


relación entre beso y sexo oral, entre los usos de los labios de la boca y los
vaginales. Los primeros, según ciertas teorías etológicas, son un anuncio de
los segundos, un cartel publicitario potente y atractivo, y de esa manera
contribuyen a la consecución de los logros sexuales. En los chimpancés
hembra, la ingurgitación de los labios vaginales es un anuncio de que están
dispuestas para la relación sexual. En las mujeres eso no es posible, ni
siquiera en estado de desnudez total. Por eso se ha sugerido que los otros
labios cumplirían esa función. La publicidad comercial así parece entenderlo.
¿Hay acaso algo más atrayente y sugestivo que los carnosos labios de una
modelo en un anuncio de carmines? La utilización publicitaria de los labios
femeninos es tan frecuente como eficaz, sea lo que sea lo que anuncien.
Labios entreabiertos, labios rojos, labios húmedos, labios que se pueden besar
o que pueden, en provocadoras expresión de Andy Warhol, ser “literalmente
follados”. El sexo oral sería, y de hecho frecuentemente lo es, la continuación
lógica del sexo bucal. Del beso al cunnilingus apenas hay una sutil línea
fronteriza. Diríamos que la “sonrisa vertical” es anunciada por la “sonrisa
horizontal”.

Havelok Ellis, hace un siglo, fue el primero que llamó la atención que de que
la conducta sexual oral era muy frecuente entre los humanos, mucho más de
lo que se pensaba. Sexualmente hablando no había nada que objetar al sexo
oral, pero el escándalo público que acompañó a esas confirmaciones
“científicas” se llegó a traducir en que en Norteamérica se considerase tal
comportamiento como un delito federal, y en algunos estados siga estando
prohibido. Si debemos o no considerar la felatio y el cunnilingus como
“equivalentes del beso”, o son conductas totalmente independientes, es algo
tangencial. Al fin y al cabo sabemos que sexualmente están íntimamente
unidas, y esto es una evidencia que no necesita de ninguna confirmación.

No parece necesario insistir en la proximidad entre los besos y la


felatio/cunnilingus, y en los rechazos y prevenciones que despiertan. La
mayor parte de los hombres prefieren recibir que dar sexo oral, las mujeres
también, pero ellos lo rechazan más que ellas y ellas lo sufren más que ellos.
Y sin embargo nada hay de perverso en ninguna de esas conductas. Sobre
todo si las consideramos como una continuidad del beso en el marco del
comportamiento sexual. Durante algún tiempo fueron incluso objeto de

154
estudio patológico, como si se tratase de una conducta morbosa. Van de
Velde, un pionero de la sexología de finales del XIX, llego a asegurar que el
orgasmo por cunnilingus o por felatio era patológico, aunque tal actividad era
perfectamente permisible en el juego amoroso, pero – eso sí - sólo dentro del
matrimonio. Sobre estas conductas se han vertido tantas críticas,
prohibiciones, tabúes… que es lógico que a algunas personas les de miedo
practicarlas. Sin embargo, otras veces han sido objeto de inspiración poética,
y algunas escritoras feministas y lesbianas han defendido que el cunnilingus
es incluso un derecho femenino, como ocurre con la francesa Luce Irigay,
para la que las mujeres tienen la suerte de tener en la vagina unos labios que
pueden estar constantemente en disposición de “autobeso”, sin que nadie se lo
pueda impedir ni criticar. Los y las poetas lo han dicho muchas veces con
versos más o menos explícitos, y el cine otro tanto, por no hablar de los y las
novelistas, y sino vean el “mal ejemplo” que nos dejó escrito esa española
rompedora de fronteras que fue Anaïs Nin, en su conocido “Delta de Venus”:
“De repente ella se abrió el kimono, le cogió la cabeza entre las manos,
colocándola sobre su sexo para que su boca lo sintiera. El pelo púbico le tocó
los labios y enloqueció”.

Dicen que hay mujeres que llegan al orgasmo con simples besos, otras que se
desmayan con el sexo oral. Hay hombres que pierden la cordura por una
“buena mamada”, alguno hay que ha llegado a perder el cargo más poderoso
del mundo, tal es la fuerza del sexo oral, tal es la indómita extensión de los
besos.

Pese a ello, no tengamos miedo, pues no siempre ha de ser tan turbulenta,


explosiva e ingobernable la potencia de los besos. De hecho una de sus
funciones más admirables es la del juego erótico, que puede ser sustitutivo del
coito en el contexto de ciertos tipos de sexualidades limitadas por la edad, las
enfermedades, etc. El sexo no acaba en la menopausia, como parece que
ocurre si nos fiásemos de la mayoría de las encuestas sexológicas. En un
estudio publicado en 1991 en la prestigiosa revista “Archivos de Sexología”,
Mulligan y Palguta comunicaron que entre los ancianos con pareja residentes
en un asilo la frecuencia de coito no superaba el 17%, mientras que otras
formas de satisfacción sexual, incluyendo caricias y besos, eran practicadas
por más del 73%, y a medida que aumentaba la satisfacción sexual obtenida
con cualquier tipo de conducta, disminuía la intensidad del deterioro
psicológico. En definitiva encontraron que “El sexo no tiene canas, si tienes
ganas”, que es como hemos titulado recientemente un capítulo de un libro
sobre la sexualidad en personas de la “tercera edad”.

Eufemismos aparte, es una evidencia que asociar la satisfacción sexual a un


mecanismo meramente “hidráulico”, como es la erección, es un grave error.

155
La piel, los labios, los otros labios, el pene, los demás orificios y todos los
sentidos del cuerpo son instrumentos potencialmente sexuales. Si nos
limitarnos al coito como actividad sexual, tendremos mucho que perder.
Incluso ahora que disponemos de fármacos milagrosos para los problemas de
erección, pues seguimos sin tener recursos similares para las mujeres
anorgásmicas, ni ninguna solución eficaz para la pérdida del deseo. El sexo,
como cualquier otra conducta humana, depende en buen parte de la
costumbre. Cuando no se usa, se atrofia; cuando no se practica se olvida.
Obligarse a un compromiso con el “calendario” es una de las mejores
soluciones; practicar frecuente y concienzudamente besos sexuales es otra
magnífica alternativa cuando las cenizas de los años se van depositando sobre
los labios del tiempo. Y conste que esto es más que poesía.

Todos sabemos que las variables que intervienen en la sexualidad humana son
muchas. Van desde las expresiones verbales al sexo oral, desde el sexo anal al
beso más tierno, desde la fisiología a la sociología, desde el matrimonio a la
homosexualidad. Todo puede contribuir a la satisfacción o al sufrimiento,
todo puede ser bueno o malo según se haga y se sienta. El afecto, el amor, el
cariño, siempre permanece al fondo como un halo azul, como una pátina
tornasolada que embellece la relación. Ya lo dijo el divino Shakespeare, el
beso es el "sello del amor." Los besos son a la sexualidad, como el brillo a la
plata: el mejor indicador de que sus propietarios la cuidan, limpian y dan
esplendor. Cuidemos pues de ellos como si de una joya se tratara.

156
11. LOS PELIGROS DEL BESO.

Si aceptamos la opinión de uno de los mayores genios hipocondríacos de la


historia, Woody Allen, el beso no es más que una antihigiénica y peligrosa
transmisión de fluidos y bacterias. Algún sesudo investigador ha dicho al
respecto que en un milímetro cúbico de saliva hay entre diez mil y diez
millones de bacterias, y que en la saliva puede haber del orden de 500 tipos de
bacterias diferentes, y cada persona tiene unas 30 especies peculiares, como
una especie de carné de identidad salivar. De hecho se sabe que las parejas
estables que comparten besos acaban compartiendo los mismos tipos de
bacterias que les producen los mismos tipos de enfermedades, como caries,
periodontitis, etc., aunque para ello se necesita mucho tiempo de convivencia
boca a boca, unos diez años, dicen los expertos. Muy curioso, ¿verdad?, pero
a mi modo de ver lo que más intrigante es ¿cómo lo habrán medido?

Sin embargo, los celtas, que sin duda eran más brutos, creían que el beso era
mágico y tenía poderes curativos. La utilización del beso como si fuese una
“tirita” sanadora es una vieja costumbre. Quien no recuerda esa típica escena:
niño que se cae, heridota en la rodilla, mamá protectora que viene y le da un
besito en la zona dolorida, que le recita la letania “sana sanita, culito de rana,
si no sana hoy sanará mañana”, y ya está, curado. Puede que fuese sugestión,
pero hay quien asegura que un buen beso tiene tanta potencia analgésica como
una dosis de morfina. También hay quien dice haber descubierto muchos
otros efectos beneficiosos del besar, como que cada beso profundo consume
150 calorías, y baja no se cuantos puntos el colesterol, y permite recuperar la
estabilidad emocional, y el equilibrio psicofísico, y limpia la dentadura, y se
tienen menos infecciones y caries, y hay incluso quien asegura que los que
cada mañana se despiertan con un beso viven mas tiempo. Lo más seguro es
que ni tanto ni tan calvo, pero todos creemos y sabemos que besar es bueno
para la satisfacción emocional, para la salud mental, y para la estabilidad de la
pareja. Esas son cosas que no precisan demostración científica.

Mas huyamos de extremismos y alharacas y descendamos a lo práctico, a la


relación concreta entre los besos y la salud. Para ello podríamos remontarnos
hasta el médico John Brown (1735-88) en cuyos escritos encontramos las
primeras referencias “científicas” a la relación entre besos y enfermedades. La
“filosofía médica” de Brown se basó en su propia experiencia con la gota,
enfermedad que sufrió la mayor parte de su vida. En su prefacio para
Elements of Medicine (1795), escribió que después de fracasar con los
tratamientos tradicionales, buscó otros remedios y llegó a la conclusión de
que la "debilidad” era la causa de sus trastornos y que el mejor remedio era
buscar medidas de “fortalecimiento". De estas suposiciones concluyó que
había dos clases de enfermedades: las que surgen de la excitación excesiva

157
(esténica) y las de excitamiento deficiente (asténico). Demasiada estimulación
convertía una dolencia asténica en una esténica. Por ejemplo, el contacto
mutuo entre amantes y el besarse con demasiada frecuencia, confería una
peligrosa impetuosidad a sus nervios. Esta condición nerviosa podría ser
aliviada por las relaciones sexuales completas, pero el alivio provisional
también podría dar lugar a la liberación de demasiada energía turbulenta; y si
se llevaba a exceso, ésta también causaba dificultades. El asunto podría
quedarse en simple anécdota libresca, si no fuera por más de un siglo después
(1936) el norteamericano John Morris aseguraba que los besos de pasión
consumen la energía vital: “Te quedarás sin respiración. Gemirás y te
desmayarás porque la sangre huirá de tu cabeza y correrá desbocada por
todas las venas de tu cuerpo. Entonces serás incapaz de pensar o razonar".

En realidad esto es similar a lo que decían Sócrates y otros pensadores


griegos, que llegaron a atribuirles a los besos poderes inauditos. Por ejemplo,
Jenofonte cuenta que Sócrates solía advertir a sus interlocutores del peligro de
la compañía de un joven hermoso, al que comparaba con "una araña
venenosa cuyos besos reducen a la esclavitud a quien los recibe". Éste se
transforma entonces en "un ser sin voluntad ni sentido crítico". Algo así le
debía pasar a una adolescente apenas iniciada en los asuntos del beso que
pregunta en Internet: "¿Por qué es casi imposible parar de besar después de un
primer beso apasionado?". Hija, bien claro, se trata de una droga, que causa
una dulce y pegajosa adicción, y como para las demás adicciones físicas
también para esta tenemos una explicación: Los besos despiertan en el
cerebro ciertos mecanismos químicos que se asocian al placer y al alivio de
las tensiones. Son las endorfinas y la oxitocina. Hay estudios que lo han
evidenciado claramente. Por eso necesitamos tanto los besos cuando nos
hemos acostumbrado a ellos, del mismo modo que necesitamos hacer
ejercicio físico o sexual. El orgasmo hace lo mismo que el beso, pero a lo
“bestia”, una liberación masiva de oxitocina y endorfinas que te arregla el
cuerpo y el espíritu. Es como un “chute” con una “morfina” natural que
segrega nuestro propio cerebro. Por eso los besos son tan adictivos, casi tanto
como fumar o beber, cosas, por cierto, que también se hacen con los labios.

Así pues, podemos concluir que el primer y mayor peligro de los besos es que
hace adictos. Ya lo dice Joaquín Sabina: "Lo bueno de los años es que curan
heridas, lo malo de los besos es que crean adicción...”. Pero no estoy seguro
de que ese peligro sea muy grave, aunque si conociésemos en profundidad la
historia íntima de las parejas humanas tal vez podríamos sacar “estadísticas”
que nos enseñasen cuanto es lo qué los seres humanos de todas los tiempos
han ganado o perdido por culpa de los besos. ¿Cuántas parejas rotas, cuantos
divorcios, cuantos han perdido casa, hacienda, fama o poder por culpa de los
malditos besos? ¿O cuantos y cuantas lo han ganado? A saber. Los amantes y

158
poetas de todos los tiempos los han contado muchas veces con sus rimas y
emociones. Los modernos científicos lo afirman con la rotundidad de la
bioquímica. Durante la pubertad, en el borde de los labios y en el interior de
la boca, se forman y liberan sustancias químicas que se transmiten cuando dos
personas se tocan, estimulando e intensificando el deseo sexual. Cuanto más
se besa tanto más sustancias se producen, lo que despierta el deseo de besar
más y refuerza la atracción del partenaire. Sencillo, ¿verdad?

Está claro, todo placer conlleva su dolor. Todo pecado su penitencia. Todo
placer, tiene sus peligros. Y puede que el mayor no sea el de esas vulgares
infecciones que reseñan los viejos libros de medicina: “El beso, membranas
mucosas contra membranas mucosas, supone un gran riesgo para la salud",
decía el médico francés Joseph Pourcel en los años 50. Se puede contraer la
gripe, el catarro, el herpes labial, la meningitis, el sida o la enfermedad del
beso por el simple contacto bucolabial. Incluso se ha descrito la “alergia a los
besos”. Todo ello lo aseguran los detractores del beso. ¡Cuidado, peligro!,
debería poner en la boca de los amantes apasionados, pues no todo es dulce
saliva, y a través del beso y el sexo oral se pueden contraer un sinfín de
enfermedades contagiosas.

En primer lugar las infecciones ligadas a las enfermedades de los dientes y la


boca, como caries, gingivitis, o periodontitis, que se trasmiten boca a boca. En
primer lugar lo hacen las madres con sus hijos, siendo esta la primera
contaminación bacteriana que suelen padecer los bebés, sometiéndolos a
riesgos de infección si no se cuida la higiene de los contactos con ellos, ya sea
a través de los besos en la boca o en labios, o bien a través de instrumentos de
alimentación, como biberones, chupetes, cucharillas, etc. En todo caso la
gravedad de este tipo de contagios suele ser mínima. Conclusión, usted siga
besando a su bebé, su cerebro lo necesita. No ocurre así con otras infecciones
más tardías, como las parotiditis, hepatitis, etc. que también se pueden
contagiar a los niños por los besos, y que son cosa más seria, aunque hoy día
contamos con medicamentos muy eficaces para tratarlas y resolverlas sin
secuelas.

También se ha dicho que por la boca puede entrar las bacterias de la


blenorragia, la vulgar gonorrea. En las mujeres ésta puede provocar ardor al
orinar, dolores de abdomen, de pelvis o durante el coito y esterilidad; y en los
hombres aparece un flujo purulento y dolor al orinar. Se trata de una
enfermedad venérea que puede llegara a ser grave, aunque de nuevo hemos de
decir que en la actualidad se cura con simples antibióticos.

Igualmente se ha descubierto un virus llamado HHV-8 que tiene una gran


presencia en la saliva, y es el causante de una enfermedad llamada “sarcoma

159
de Kaposi”, que es un tumor cancerigeno que se manifiesta en forma de
ampollas en la piel y en la boca, o en las cavidades internas del abdomen y el
pecho. En este caso se trata de algo realmente preocupante, pues quien más lo
padece son los enfermos con SIDA.

Pero la más frecuente de todas las enfermedades es la llamada “enfermedad


del beso”, tambien llamada "fiebre de los enamorados", y científicamente
“mononucleosis infecciosa”, que es una infección producida por el virus de
Epstein-Barr, y que se manifiesta con síntomas como fiebre, inflamación de
las amígdalas, inflamación de los ganglios en todo el cuerpo, sobre todo del
cuello, e inflamación del hígado y del bazo. El cuadro clínico es muy variable,
desde formas que no dan casi síntomas a otros con inflamación de casi todos
los sistemas del organismo. Por esto a veces puede pasar desapercibida, sobre
todo en niños. No es una enfermedad grave, pero puede haber complicaciones
que la agraven, sobre todo si en personas con un sistema inmunológico
deficiente.

Una curiosa circunstancia de esta enfermedad es que los seres humanos son
los únicos animales atacados por este virus, y que para su transmisión se
requiere un estrecho contacto personal, sobre todo a través de la saliva, en la
que se el virus se puede mantener vivo durante varias horas. Lógicamente en
condiciones de falta de higiene la infección se trasmite mejor, y por eso son
frecuentes los contagios entre adolescentes o en instituciones cerradas, si bien
no siempre es posible saber quien la transmitió a quién, pues el período de
incubación puede ser de hasta 50 días. Y para complicar aun más las cosas,
hemos e decir que además del virus de Epstein-Barr, hay muchos otros
organismos microscópicos que pueden producir “fiebres” semejantes, como el
citomegalovirus, los virus de la hepatitis, el toxoplasma y los vulgares
estreptocos de las amigdalitis. El tratamiento debe ser sintomático, mucho
reposo, dietas livianas, algún que otro analgésico y aguantarse… y por
supuesto, no besar a nadie durante algún tiempo, en justa penitencia por haber
pecado, digo besado.

Pero que conste que todo ello es raro. El beso como agente patógeno es poco
eficaz. Ninguna superpotencia lo preconizaría como arma contra el enemigo.
Al menos eso asegura un tal doctor Alburquerque Sacristán, médico
madrileño al que no tengo el placer de conocer, que dice: "…es arriesgado
besar en la boca a alguien que haya enfermado de meningitis. Pero se sabe
que el 20% de la población es portadora del germen causante del mal, y que
muchas de esas personas besarán a otras sin transmitirla… Con el herpes
labial, ocurre algo parecido, alguien con un herpes labial activo puede
transmitirlo, pero la mayoría se expone al virus en la infancia, y es inmune.
Tampoco puede hablarse de riesgo serio de contraer la fiebre glandular

160
(enfermedad del beso). De hecho, besarse no supone mayor peligro que estar
cerca de alguien que estornuda, ya que las gotitas expulsadas, al inhalarse,
transmiten más eficazmente la enfermedad que la saliva, que se traga. En
cuanto al sida, se sabe que, aunque se ha detectado el virus en la saliva, las
cantidades no son suficientes para transmitirlo, y de hecho no se conocen
casos de este tipo de transmisión". ¡Menos mal que la epidemiología moderna
y sensata pone las cosas en su sitio!: “Si fuera tan malo, los seres vivos que se
besan, y son muchos, habrían desaparecido. Eso no ha ocurrido porque la
mayoría de las bacterias de la boca y la garganta son inofensivas e incluso
beneficiosas, y es esencial para que nuestra defensas inmunológicas se
preparen y refuercen el que intercambiemos bacterias y otras cosas…”

Claro que además de las infecciones, hay quien ha advertido que hay ciertas
relaciones peligrosas entre los besos y las enfermedades cardiovasculares. Eso
aseguran unos investigadores americanos que han encontrado que los besos
intensos pueden acortar la vida. Dicen que por cada beso intenso perdemos
“tres minutos” de vida, lo cual no es poco, y sino haga sus cálculos. Menos
mal que también hay quien dice que los besos bajan el colesterol, la tensión
arterial, fortalecen el corazón, disminuyen los accidentes, etc. con lo que la
cosa quedaría compensada. Eso dicen otros investigadores alemanes que han
analizado las consecuencias del beso matutino, ése simple y tontorrón que se
dan los cónyuges al despedirse cuando se van a trabajar. Dicen tan sesudos
expertos que los hombres que besan a sus esposas por la mañana pierden
menos días de trabajo por enfermedad, tienen menos accidentes de tráfico,
ganan entre un 20% y un 30% más y viven unos ¡cinco años más! Uno de
ellos, un tal Arthur Sazbo, psicólogo por más señas, asegura que todo ello se
debe a que "Los que salen de casa dando un beso empiezan el día con una
actitud más positiva". Puede que si, pero lo que resulta más difícil de explicar
es por que se han puesto a investigarlo. Está claro: “hay gente pa to”.

En definitiva, parece que si pusiésemos en una balanza los riesgos y las


ventajas del beso, sus efectos beneficiosos o molestos, sin duda saldrían bien
parados. El doctor Blas Noguerol ha llegado incluso a proponer la
“besoterapia” como una técnica de propiedades semejantes a la “risoterapia”.
En fin, es lo que tienen los besos, que al menos dan mucho para hablar y
contar, como veremos a continuación.

161
12.- MAMÁ CUÉNTAME UN BESO.

“Érase una vez…”: Un cuento, una canción y un beso. Cada noche eso era lo
que me pedía el gusanito de mi hijo antes de irse a dormir. Yo al principio le
contaba los cuentos de siempre, pero enseguida se los aprendió de memoria y
hubo que hacer cambios sobre la marcha: “Todos empiezan y acaban igual”,
decía, y no le faltaba razón. Casi todos tenían como protagonistas a princesas,
príncipes, animales y besos. Hablaremos ahora de esos besos. De cuentos con
besos y de besos de “cuento”. De esos fantásticos que las amantísimas mamás
relatan a sus criaturitas antes de mandarles a dormir con un beso de “hada
buena”.

Los cuentos son de hecho la vía regia que enlaza el origen infantil de los
besos, con los de la épica, la literatura o las artes escénicas. Para algunos,
como Bruno Bettelheim, además de ser una fuente inagotable de placeres y
conocimientos, los cuentos sirven para distraer, enseñar, tranquilizar, e
incluso para conocer los secretos de la mente de las personas y la psicología
de los pueblos. Los niños nos crecemos en y con los cuentos. Y los besos que
contienen los cuentos son mágicos, transformadores, milagrosos, nutritivos y
estimulantes.

Pero, ¿cómo se gestó esa comunión de besos y leyendas? El origen de la


relación entre besos y cuentos es insondable. Todas las culturas cuentan con
cuentos “originales”. Casi siempre son los mismos argumentos con
protagonistas diferentes. Los mismos cuentos contados en diferentes lugares o
idiomas, que nos remiten a los mitos primordiales de la humanidad, y estos
habitan en el origen inmemorial de los pueblos. Los mitos nacen en los
asustados corazones humanos, en sus preocupaciones, impulsos e instintos, y
gracias a su formalización verbal se transmiten y constituyen la base de la
formación de la historia y la cultura de cada pueblo, de todos los pueblos.

Mitos y cuentos son, en definitiva, dos formalizaciones diferentes de una


misma cosa. Ambos nos remiten a las esencias instintivas, emocionales y
cognitivas de los seres humanos, a sus recuerdos, temores y esperanzas, a sus
descubrimientos de símbolos y lenguajes, a los contenidos conscientes e
inconscientes de la mente de las personas. Por eso son tan importantes para su
formación emocional e intelectual. Platón ya sugería que la correcta
formación de los ciudadanos de la república debería empezar siempre por el
aprendizaje de los mitos desde la más tierna infancia. Incluso el muy racional
Aristóteles decía que “el amigo de la sabiduría es también amigo de los
mitos”. Sin embargo mitos y cuentos tienen ciertas diferencias. Los primeros
parecen contar cosas grandes, inalcanzables para los minúsculos seres
humanos, mientras que los cuentos son más cercanos, más domésticos, y,

162
sobre todo más optimistas. Los mitos casi siempre acaban mal, los cuentos
casi siempre acaban bien. Y casi siempre con una escena en la que los abrazos
o los besos tienen una gran importancia. Muchos cuentos empiezan en el
campo y acaban en la alcoba. De ahí que algunos psicoanalistas, como Bruno
Bettelheim, hayan defendido que los cuentos son historias sexuales, y que
para entenderlos, para explicar por que todas las culturas tienen cuentos, y por
qué tienen tanta importancia para la conformación de personalidad de los
niños, hay que entender los significados ocultos en ellos.

Este autor se hizo justamente famoso por un libro titulado “Psicoanálisis de


los cuentos de hadas”, en el que trataba de “psicoanalizar” a los personajes de
los cuentos más famosos, buscando en los relatos los símbolos ocultos, que
permitirían conocer los entresijos mentales, los complejos, conflictos y
configuraciones de la mente humana individual y colectiva. Ese libro fue uno
de los best seller del psicoanálisis, sobre todo porque resulta fácil de entender.
Y por que además está lleno de cuentos con besos y sexo.

Pero no hace falta ser ningún experto para entender que los cuentos de hadas
de toda la vida son muy “simbólicos”, y por eso tienen tan gran vitalidad,
ubicuidad y perduración. Por eso cuando los niños los escuchan de los labios
amorosos hacen tanta mella en sus mentes. Se les quedan grabadas las
escenas, los lances, los peligros, los finales felices y los besos geniales. Los
buenos deseos y las malas acciones de los personajes les sirven para
configurar sus esquemas de valores. La valentía y los miedos de sus
protagonistas les ayudan resolver sus temores o temeridades. Por eso los
cuentos nunca aburren a los niños, ni a los mayores, y aunque se los contemos
muchas veces les y nos seguirán resultando emocionantes. Porque conectan
“eléctricamente” con las mentes en proceso de formación, porque nos cuentan
cosas que de alguna manera ya estaban en esas locas cabecitas que tenemos
los niños de todas las edades.

Pues bien, una vez hecho este ya largo preámbulo, entremos en materia. La
primera cuestión es hasta donde se remonta el origen de los cuentos. La
respuesta no es que sea difícil, es sencillamente imposible. Posiblemente
desde las negras noches de las cavernas habrán existido los relatos orales
contados al amor de los primeros fuegos, luego se irían convirtiendo en
leyendas propias de cada clan, las cuales por simple exageración acabarían
siendo grandes mitos o gestas épicas fundacionales de naciones y culturas. Sin
embargo algunos de esos relatos acabarían siendo pequeñas, mágicas y
domésticas historias, para contar a los niños: los cuentos. Todas las culturas
contienen cuentos, todos los pueblos tienen sus propias versiones de los
mismos cuentos.

163
La segunda cuestión es cuando se inició esa misteriosa relación entre cuentos
y besos. Tampoco hay posible respuesta, pero tuvo que ser sin duda cuando
los avances históricos ya permitían formalizar el concepto “beso” como un
elemento clave en las relaciones humanas, es decir al menos después de las
leyendas pudiesen ser convertidas en historias y transmitidas a través de los
lenguajes. Se necesitaban las palabras para contar y los labios para besar al
mismo tiempo.

Otro aspecto importante es que los cuentos siempre cuentan algo dramático,
algo que hace referencias a las angustias existenciales, y lo hacen de forma
esquemática, simple, didáctica, y moral. No son ambiguos, son directos. Lo
que es bueno y lo que es malo quedan claros, bien definidos; también la
angustia y la felicidad, y por supuesto las causas de las cosas y sus
consecuencias. Por eso son tan formativos y conformativos de la persona.

Al respecto conviene recordar que casi todos los cuentos que contienen besos
pertenecen a dos grandes grupos o sagas, los de princesas dormidas, o los de
animales trasformados en príncipes. Y todos ellos cuentan además con otro
elemento esencial: la estética, la belleza. Son arte sencillo y directo, pero muy
valioso, muy logrado. Por eso casi todos los grandes “cuentistas” se han
atribuido la propiedad y la originalidad de sus relatos, aunque es sabido que
casi todos los cuentos escritos proceden de otros cuentos anteriores o de
relatos contados y trasmitidos boca oreja desde no se sabe cuando…

Pero recordemos algunos de esos cuentos con besos princesas dormidas y


príncipes encantados. Entre los primeros, el prototipo es “La bella
durmiente”:
“Èrase una vez… una reina que dio a luz una niña muy hermosa. Al
bautismo invitó a todas las hadas de su reino, pero se olvidó de invitar
a la más malvada. A pesar de ello, esta hada maligna se presentó
igualmente al castillo y, al pasar por delante de la cuna de la pequeña,
dijo despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y
morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio,
pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al
pincharse en vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante
cien años y solo el beso de un joven príncipe la despertaría de su
profundo sueño… Pasaron los años y… la princesa se pinchó con un
huso y cayó fulminada… y todo el castillo quedó inmerso en un
profundo sueño… al término del siglo, un príncipe, que perseguía a un
jabalí, llegó hasta sus alrededores… entró, y vio a todos los habitantes
estaban dormidos… se adentró en el castillo hasta llegar a la
habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló
aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza… Emocionado, se acercó a

164
ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con
aquel beso, de pronto la muchacha se despertó y abrió los ojos… Al ver
frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado!... En aquel
momento todo el castillo despertó…. Al cabo de unos días, el castillo,
hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y
de alegres risas con motivo de la boda.

Entre los segundos el más típico es “Príncipe Encantado”, o el Príncipe rana”:


“Hace muchos, muchos años vivía una princesa a quien le encantaban
los objetos de oro. Su juguete preferido era una bolita de oro macizo.
Cierto día, la bolita se le cayó en el pozo. -¡Ay, qué tristeza!...
Luego ya sabe, rana que sale del pozo, que se ofrece a sacarle la bolita,
y se la saca, pero que a cambio quiere que la meta en palacio, y que
comparta con ella su mesa, mantel y cama, pero ella, la muy inocente
princesita, siente escrúpulos de la ranita, y no quiere… pero esta insiste,
insiste, y se pone triste y llora, y a la princesita se le ablanda el corazón
y le dice:
-No llores. Seré tu amiga… y la princesa le dio un beso de buenas
noches. ¡De inmediato, la rana se convirtió en un apuesto príncipe!... y
se casaron y fueron muy felices. Y comieron…

Algo que todos sabemos es que casi todos los cuentos empiezan con un
“Érase una vez…” emocionante, que anuncia que algo sorprendente, o malo,
o peligroso ha pasado o va a pasar, y acaban con el “…fueron felices y
comieron perdices”, es decir con una “convivencia”, o lo que es lo mismo,
compartiendo cosas con la boca. En efecto, en casi todos los cuentos hay
banquetes, besos y “tálamos de bodas”. Es decir, reúnen los tres placeres
bucales por excelencia, hablar, comer y besar. Por eso son tan simbólicos y
tan eficaces.

Pero ¿qué quiere decir todo eso? Según los psicoanalistas en el fondo todo es
simplemente sexo, el despertar de la sexualidad infantil y la consumación de
los ritos sexuales de paso, pero revestido de fantasías. Unas veces se trata de
inocentes princesas que son despertadas al sexo por el príncipe de sus sueños.
Según algunos ese beso no es más que una penetración o una violación
encubierta. La bella durmiente no sería más que una damisela “histérica” que
necesita ser desvirgada para que se cumpla el rito de paso a la adultez. La rana
que resulta ser príncipe simbolizaría el pene y sus ansias de “introducirse” en
la lúbrica cueva del sexo. Los psicoanalistas, ya se sabe, siempre
“obsesionados” con el sexo. Puede que tengan razón, pero a veces cuesta
creerlo.

165
Lo que es evidente, sin necesidad de recurrir a “complicadas” interpretaciones
psicodinámicas es que en todos los cuentos de hadas hay elementos que
representan los deseos más o menos “instintivos” que todos tenemos, y las
prevenciones, frenos, o temores que a todos nos asaltan. También hay
enfrentamientos entre las buenas intenciones y los perversos pecados, entre
las madrastras castradoras y los padrecitos protectores, entre las fantasías
humanas universales – sexo, poder, felicidad - y sus sublimaciones más o
menos explícitas – chicas, chicos, ligues, cama, comida, belleza... y besos.

También podríamos hacer otras interpretaciones más “pedestres”, aunque no


por eso menos ciertas. Veamos, Caperucita Roja era una chica de cuidado, a
quien se le ocurre aventurárselas por la oscuridad del bosque sola, cantarina y
vestida de rojo? Es como poner anuncio y pedir guerra. Hasta los de Chanel
nº 5 lo han sabido aprovechar. No hay “animal” que se resista, y el mundo
está lleno de lobos hambrientos y cazadores necesitados. ¿Y qué me dice de
Blacanieves? ¿para qué necesitaba siete Enanitos?; ¿y la Ratita Presumida que
pregunta “inocentemente: qué harás por las noches?… pues que voy a hacer,
lo lógico, podemos empezar por las cosas que se hacen con la boca y luego ya
se verá… En fin, para qué seguir.

En definitiva los cuentos son geniales y maravillosos, y por eso tienen tanto
que ver con los besos. Lo podríamos expresar con mucha mayor extensión y
profundidad, pero no por eso lo diríamos mejor. Las cosas del instinto y del
placer es lo que tienen, que cuanto más simples e inocentes parecen, más
morbo producen. Así ocurre con los tres placeres esenciales que se concitan
en los cuentos, los tres placeres labiales. El ingenio de la trama de los cuentos
consigue reunir nutrición, relación y reproducción. Nada más y nada menos.
En definitiva, todo lo que es y se necesita para que exista y perdure la vida. Y
no hay más: ligar, comer y copular. Por eso cuentos y besos riman tanto. Pero,
por favor, no se lo cuente a nadie, y menos a sus niños. Limítese a contarles
los cuentos de siempre. ¿Que ya se los saben?, no importa, introduzca tantas
variaciones como se le ocurra, no cambiará nada mientras siga habiendo
princesas, príncipes, hadas y besos. De hecho, hay muchas variaciones entre
los mismos cuentos contados por los hermanos Grimm, o por el padre de la
Sirenita, el centenario Ándersen, o por el francés Perraul. Los unos han
copiado a los otros y han cambiado algunas cosas para que no se note
demasiado. Y estos han plagiado a su vez a otros anteriores, y estos los
escucharon de alguna dama sabia y vieja, y esta se lo copió a la mismísima
“hada madrina”…

Queda claro, ¿verdad? Aun así, si quiere saber más del asunto, lea el
magnífico, aunque farragoso capítulo, que la expertísima Blue le dedica al
tema en su citado libro. Aunque, si lo que quiere de verdad es divertirse,

166
déjese de cuentistas foráneos y busque los libros del mayor cuentacuentos de
la historia, el famoso “Calleja”, Don Saturnino (1.855-1.915), a la sazón
natural de Quintanadueñas, pueblo cercano a Burgos, que fue escritor y editor
de cientos de libros de enseñanza primaria, de lecturas infantiles y de cuentos.
Dicen que muchos los copiaba, que se limitaba a cambiar los nombres de los
protagonistas, y que sus hijos siguieron haciéndolo, es decir lo mismo que
hicieron siempre los reconocidos cuentistas europeos, pero con mucha más
gracia. Su único error fue nacer en la profunda y poco imaginativa tierra
castellana, tan poco dada a las fantasías, pese a estar cargada de historias.

Curiosamente, y como buen castellano que era, Calleja también editó libros
de historias religiosas y leyendas épicas, pues no en vano los cuentos le
guiaron hasta ellas. Es evidente que los cuentos siempre nos remiten a la
historia legendaria y a los mitos, y ambos están llenos de besos.

En efecto, ya hemos tuvimos ocasión de analizar los besos de los libros más
“míticos” y legendarios de la historia humana, los textos homéricos y
bíblicos. Pero hay otras muchas mitologías en las que los besos también
tienen su protagonismo, como por ejemplo las referidas a las “walkírias”, esas
famosas deidades rubias de la mitología escandinava, que eran una especie de
“secretarias” mensajeras de Odín, y que además tenían como misión servir
cerveza e hidromiel a los héroes muertos en combate, a quienes los besaban
efusivamente para conducir sus almas al Walhalla, el cielo destinado a
quienes morían heroicamente en las batallas. Al paraíso vikingo se llegaba
también con un beso, y dado por una atractiva valquiria nada menos. ¿Es
preciso insistir? Pues sí, lo es, aunque sólo sea para contar leyendas con
besos.

En todas las “edad medias” de todas las culturas, abundan las leyendas de
lances y amoríos caballerescos, que desde la tradición oral pasaron a las
literaturas épicas. En muchas de ellas hay besos. Eso sucede, por ejemplo, en
varias que corresponden al “ciclo artúrico”. Ya vimos los devaneos de
Lancelot y Ginebra, que tan malas consecuencias trajo para ellos y otros en el
futuro. El galo Chrétien de Troyes contó los besos de la famosa pareja en sus
libros de caballerías, con una ternura impropia de los tiempos: “Su
pasatiempo es tan agradable y dulce, mientras se besan y se acarician, que en
verdad les sobreviene una dicha tan maravillosa como nunca se había visto o
conocido”.

En la Inglaterra medieval también abundaban las épicas con besos. Así ocurre
en “Sir Gawain y el Caballero Verde”, el poema del ciclo artúrico más
destacado de la literatura inglesa de la Edad Media. Consta de 101 estrofas de
desigual longitud y un total de 2530 versos, en los que se relata una compleja

167
trama de aventuras y desventuras de Gawain, un caballero de la corte de
Arturo, que ha de enfrentarse a un gigante y misterioso Caballero Verde, y a
las argucias de una bella dama, que a la sazón se acabará descubriendo que es
la esposa del tal Caballero Verde. El caso en que entre lances caballerescos, y
rituales de honor, la dama seduce a Gawain, quien por no despreciarla se
entrega a ella y a sus dulces besos. Pero como al final todo se sabe, el señor
del castillo acaba enterándose del asuntillo entre Gawain y su esposa y
queriendo matarle, pero como son buenos caballeros, y Gawain demuestra sus
buenos sentimientos y haber sido víctima de los hechizos de una mala mujer,
el señor del castillo le perdona, y Gawain vuelve con gloria a la corte de
Camelot. Se trata de un poema épico con una enorme riqueza dramática y
simbólica. El protagonista es puesto a prueba al obligársele a tomar decisiones
de índole moral en las que entran en conflicto deberes contradictorios: cómo
respetar el honor del anfitrión sin desairar a la dama que solicita su atención.
En definitiva lo de siempre, las “malas mujeres” que son las culpables de todo
desde lo de Adán y Eva. O es que acaso hemos olvidado lo que le sucedió a
Salomón con sus esposas y concubinas, o a Sansón con Dalila, a David con
Betsabé, y a todas las brujas medievales con sus meticulosos inquisidores.

También hay besos célebres y peligrosos en la “La boda de sir Gawain y la


dama Ragnell”, que relata cómo el famoso caballero, íntimo de Arturo, acepta
casarse con una dama tan fea y horrenda como un dragón, para salvar la vida
de su amigo. Cuando Gawain ya está resignado para ir al lecho nupcial con
semejante monstruo, ella aparece transformada en la doncella más hermosa
que un hombre pudiera desear. Gawain queda estupefacto y ella le aclara que
como ha sido tan bueno y cortes, la mitad del tiempo se presentara con su
aspecto horrible y la otra mitad con su aspecto más atractivo, pero que tiene
que elegir cual preferirá para el día y cuál para la noche. Gawain hace sus
cálculos, quisiera tener durante el día una joven adorable para exhibirla ante
sus amigos y por las noches a la bruja espantosa, o sería mejor de día una
bruja y por las noches una joven y hermosa mujer. Intrigante cuestión, ¿usted
caballero que hubiera elegido? ¿Y a usted señora qué le parece la historia? En
fin, ya se sabe que las malas mujeres se trasmutan en brujas o en dragones en
las leyendas medievales, pero los besos amantísimos de sus esposos, cuando
los hay, las transmutan en bellas damiselas y respetables esposas.

Las historias de amor caballeresco se multiplican en la Europa medieval y


renacentista. Todas están llenas de amoríos e infortunios, de misterios y
brujas, de pecados y penitencias, de deseos y deberes. Así sucede con Tristán
e Isolda, que empiezan ingiriendo por error una pócima amatoria que les
incita a besarse y acaban sucumbiendo entregados al beso del amor y de la
muerte; o con Brunilda y Sigfrido, cuya historia tiene mucho parecido a la de
la Bella durmiente, pues ella, una diosa venida a menos, es sacada de su

168
encierro en un círculo de fuego maldito por un príncipe azul, pero por culpa
de los devaneos amorosos de éste, acaban ambos entregándose a la muerte a
apasionada de los imposibles besos. Algo parecido sucede con Romeo y
Julieta, cuya historia no necesito contarle; o con Ginebra y Lancelot, y Paolo
y Francesca, cuyas vidas y muertes nos son ya tan familiares.

Todas estas historias legendarias, más o menos míticas, contienen muchos


besos y mucha pasión. En definitiva mucha sexualidad encubierta. Y casi
todas acaban mal, con sangre, violencia o muerte. En algunos casos acaban
con un último beso, muy simbólico y romántico, pero sin duda el peor de
todos los besos, el que anticipa la muerte.

Ya lo hemos dicho, los besos de los cuentos eran más divertidos y mágicos,
los de las leyendas y épicas medievales mucho más llenos de sexo, drama,
traición y muerte. Es claro, se podrá pensar lo que se quiera, pero los besos
nunca son inocentes, y sus usos y abusos siempre son plurales, potentes y
peligrosos.

Pero no crean que esto sólo sucedía en la vieja Europa, también en España
teníamos leyendas y épicas medievales sumamente bellas, también había
castillos, caballeros, damas, dragones y besos. Nuestro Amadis de Gaula, que
de haber existido tuvo que vivir hacia finales del siglo XIII, era un auténtico
hacha besando. Se trata del único exponente español realmente original del
género de literatura artúrica, y según dicen los expertos, incluyendo a
Cervantes, la mejor novela de caballería de todos los tiempos. Amadís era el
prototipo del perfecto caballero. Fruto de los amores secretos entre el rey
Perión de Gaula y la infanta Elisena, fue arrojado al mar en un recipiente de
madera. Recogido y criado por don Gandales de Escocia, se enamorará de
Oriana, hija del rey Lisuarte, y de sus relaciones secretas nacerá Esplandián.
A lo largo del relato, los lances de fortuna e infortunio se suceden como
corresponde a una vida marcada por el fatigoso destino de caballero. Fiel a
ello recorrerá el mundo en busca de enemigos y los encontrará, como un tal
Galaor, que al cabo su desconocido hermano, o el pérfido Endriago contra los
que luchará denodadamente, pero siempre pensando en volver a con su amada
Oriana. Amor y aventuras mezcladas en una trama épica inolvidable. Una
novela llenas de honores, amores y besos, capaz de levantar pasiones en el
mismísimo Don Quijote, quien influido y confundido por ella se lanzaría al
mundo y acabaría locamente enamorado de Dulcinea.

La literatura épica es lo que tiene, que a veces realidad y ficción se


confunden. Bueno, a veces no, siempre. Como igualmente se confunden los
besos de de amor y de honor. Así sucede con los pocos que figuran en nuestro
poema épico por excelencia, ”El Mio Cid”. El beso de respeto aparece

169
confundido con el de vasallaje en la escena principal de la obra, en la jura del
rey ante Rodrigo, y es en ese momento cuando entre ellos se cruzan agrios
reproches:
“…- Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca hubo rey traidor
ni un papa excomulgado.
Jura entonces el buen rey,
que en tal nunca se había hallado;
después, habla contra el Cid,
malamente y enojado:
- Muy mal me conjuras, Cid;
Cid, muy mal me has conjurado;
mas si hoy me tomas la jura,
después besarás mi mano.
- Por besar mano de rey
no me tengo por honrado;
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.
- Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no vengas más a ellas
desde este día en un año.
Pláceme - dijo el buen Cid-,
pláceme - dijo - de grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado
Tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.
Ya se partía el buen Cid
sin al rey besar la mano,
con trescientos caballeros,
todos eran hijosdalgo;
…”

Y así fue como marcho el Cid al destierro, ¿o tal vez fuera buscando
aventuras al este de las frías e inhóspitas estepas burgalesas? Sea como fuere
lo cierto es que se marcho hacia las orillas valencianas del Mediterráneo
templado y florido, lleno de bellas mujeres, de besos y de sol. De eso nada se
dice en el viejo poema, que conste, pero sí que lo dice, y bien claro, la famosa
canción:
“Valencia, es la tierra de las flores, de la luz y del amor.
Valencia, tus mujeres todas tienen de las rosas el color.

170
Valencia, al sentir como perfuma de tus huertas el azahar,
quisiera, en la tierra valenciana, mis amores encontrar.

Amores, en Valencia son floridos como ramos de azahar.
Quereres, en Valencia sus mujeres con el alma suelen dar.
Pasiones, en la tierra valenciana, si te das de corazón,
sus hembras ponen alma y ponen vida en sus besos de pasión.

No se sabe, insisto, si el Cid ya se olía lo del turismo, pero a buen seguro que
algo tuvo que influir el buen clima y la buena vida del Mediterráneo en el
hecho de que tras un largo destierro, volviese a Burgos pero en seguida se
volviese a marchar a Valencia, donde acabarían sus días. Puede que también
influyera el verse obligado a elegir entre las apasionadas valencianas y la
austeridad de Doña Jimena, la que ni siquiera el día de su despedida le dedica
los lógicos y esperables besos de amor y pasión. Si acaso algunos honrosos
besos de castellana seria y adusta: “El Cid a doña Jimena la iba a abrazar /
doña Jimena al Cid la mano le va a besar”.

Le ruego que tome esta interpretación con cierta ironía y un grano de sal
gorda, pues al fin y al cabo las intenciones y mensajes ocultos en los viejos
“romances” son tan sutiles y misteriosos como el roce de los besos.

Y ya que hablamos de “romances” y besos españoles, dónde encontrarlos


mejores que en la literatura o en la poesía románticas. Déjeme sólo que le
recuerde la leyenda de Becker titulada “El beso”: Un joven capitán del
ejército de Napoleón contempla una imagen femenina esculpida en el frío
mármol de una iglesia en la que se aloja la tropa. Se siente fascinado por su
belleza, hasta el punto se obsesionarse y enamorarse perdida y estúpidamente
de ella. A tal punto llega su enajenación que llega a besarla apasionadamente,
cree que sólo ese beso frío de piedra podrá calmar el ardor que siente, pero
hete aquí que cuando está en trance de besarla, la estatua que estaba al lado de
la bella se levanta y resulta que era – tachín, tachán – “el marido”, el cual,
lógicamente “mosqueado”, le asesta un guantazo de piedra, tan frío como el
beso del mármol pero mucho más duro, y… ya sabe, si quiere saber como
acaba a leerla.

En definitiva, queda claro que el beso se hace arte, y que el “arte de besar”
donde mejor podemos verlo plasmado es en esos múltiples besos convertidos
en literatura, dibujo, canción, estatua o cine. Todo ello lo abordaremos a
continuación.

171
13.- EL ARTE DE BESAR

Imagina que recibes una carta con un beso de carmín rojo sellando las solapas
del sobre y sin remitente. Qué intriga. ¿De quien será ese beso? ¿Qué
significa?... Abres la carta y reconoces la letra de esa bella y adorable mujer a
la que tanto amas. La respondes con un epigrama: “Por el silencio de la letra
supe que era tu risa / por el dulce beso supe que eran tus labios los que
escribían”. Con sus labios y tu poemilla acabáis de componer una breve obra
de arte. Deberás guardarla para siempre cerca de tu corazón, cuidarla y
conservarla para siempre, como si de una joya se tratara.

De hecho ese beso es un poco poesía, pintura y música al tiempo. Dice tantas
cosas sin necesidad de palabras, que por muchas páginas que tuviera la carta,
por muy experta que fuese su autora en el arte epistolar, jamás lograría
hacerlo mejor. Ese beso es arte literario. La literatura está llena besos, la
poesía otro tanto, las artes escénica, la pintura y la escultura, la fotografía o el
cine, aun más. Besos y arte son casi la misma cosa. ¿O no?

Eso opinaron casi siempre casi todos los literatos y poetas, como Shakespeare
quien se confiesa sensible a su embrujo: “Un millar de besos me compra el
corazón...”; o Coleridge, quien llamaba al beso de amor el "néctar que
respiraba.", o Anatole France (1844-1954) para el que: "La mujer es
embellecida por el beso que ponéis sobre su boca". Pues, "…al fin y al cabo,
¿qué es, señora, un beso?", se preguntaba el ingenioso Cyrano de Bergerac,
mientras enredado en las sombras cortejaba Roxane, su linda prima, amada
por su bello amigo, que seducida por los dulces galanteos y requiebros del
narizotas acaba enamorándose de él, y él de ella, lógicamente. Ese genial
personaje de Edmond Rostand, basado en un personaje real de finales del
XIX, ha sido posiblemente el que mejor ha sabido besar sin jamás besar a
nadie. Sólo con sus bellas palabras en verso:
Un beso, después de todo, ¿qué puede ser?
un juramento que nos acerca más que antes;
una promesa más precisa; el sellar unas
confesiones que antes casi ni se susurraban
una letra de color de rosa en el alfabeto del amor.

Algo semejante le ocurrió, mucho tiempo después, a la Señora Consuelo


Velásquez, a quien seguramente usted no tuvo el gusto de conocer, pese a ser
la mujer que más besos concitó en toda la historia de la humanidad, y no es
exageración. Y hablo en pasado porque Consuelo murió el día 22 de enero de
2005, justamente cuando este libro se estaba gestando en mi ordenador y ella
tenía 84 años. Ese día el mundo perdió a la persona que más veces nos ha
hecho hablar de besos, pensar en besos, cantar besos y dar o recibir besos.

172
Consuelo Velásquez fue la compositora, nada más y nada menos, que de la
canción “Bésame mucho”, posiblemente la mejor de todas las que hablan de
besos, un bolero traducido y cantado en casi todos los idiomas, por los
mejores interpretes, y presente en las listas de éxitos durante más de 60 años,
todos podemos repetir una parte de su letra. Como no podía ser menos, la
canción se entonó varias veces en el homenaje de cuerpo presente que se le
rindió en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México. En fin, qué decir
de ella, que era una mujer genial, música y compositora precoz, excelsa
poetisa, y además una amantísima madre plena de besos que entregaba con
ternura a sus hijos, a uno de los cuales le dedicó otra famosísima canción,
“Cachito”. Lo más curioso es que “Bésame mucho” la escribió a los 20 años,
cuando, según ella misma decía “…todavía no daba un beso, todo era
producto de la imaginación”. ¿Acaso son otra cosa los besos?

Y ya que estamos entre músicos, hablemos de la música de los besos, o de los


besos en la música. ¿Cuantas canciones se han escrito sobre los besos? Hay
miles, tantas que si le pides al patrón de internet que te auxilie con palabras
como besos, canciones, música, discos… vas a tener problemas para saber por
dónde empezar. Hay páginas enteras dedicadas íntegramente a canciones con
besos, por ejemplo: http://www.amorpostales.com/Beso-Eterno.html. En ella
encontré una canción que es un auténtico catálogo de besos. Pertenece al
álbum “P'alante” (1997), y la reproduzco sin permiso, pero espero que con la
comprensión de su autora, Rosana Arbelo:

“Besos de ternura, besos de niñez


besos con sabor a la primera vez
besos castos, besos falsos… besos sin por qué
pero coincidentes al anochecer
Besos de promesas, besos llenos de tristezas
besos que se besan sin querer.
Besos de Judas, besos con dudas
pero que terminan sonriéndote
Besos que adornan los parques con tantos romances de amor
besos alegres, sinceros, intensos y sin condición, oo
pero no te inquietes, mi vida,
que como tus besos no hay dos
porque el mejor beso es, cariño, cuando nos besamos tu y yo
Tambien hay…
besos de madre, y besos de casados
besos a las damas en las manos
besos cortos, besos largos, besos que una vez
fueron a tu cuerpo al amanecer…
Besos juguetones, besos de ascensor

173
besos que nos sirven pa’ pedir perdón
besos robados, besos calcados
a esos locos besos de televisión
Besos que adornan los parques con tantos romances de amor
besos alegres, sinceros, intensos y sin condición, ouh
pero no te inquietes, mi vida, que como tus besos no hay dos
porque el mejor beso es, cariño, cuando nos besamos tu y yo
Y nos damos:
besos con calma, besos con el alma
besos de añorar estar besándonos
besos con los ojos, besos color rojo,
besos de una noche de pasión
Besos afines, besos febriles
besos debutantes del amor
besos flirteantes, besos de amantes
y otros que se cuelan con sabor a ron…

Otro catálogo de besos y van, no se cuantos. Aunque mejor que este ninguno.
Mas no sólo canciones, también hay muchos discos que incluyen besos en el
título. Incluso hay discos que son antologías o recopilatorios de canciones de
besos. Uno de los más conocidos es el Víctor Manuel titulado “A donde irán
los besos”, que empieza con la famosa canción de ese título, que habla entre
otras cosas de los besos en el cine, y acaba con otra titulada “Cuéntame algún
cuento”. Excelente, sin duda, aunque personalmente, y puestos a hablar bien
de besos y amores, le recomiendo a Luis Eduardo Aute. En sus creaciones se
reúnen poesía, música, dibujo, y por supuesto besos. Baste recordar algunos
de sus títulos: “No la boca, sino el beso”, “Con un beso por fusil”, “Besos y
balas”, etc., y cómo olvidar la portada de su disco “Grandes Exitos” de 1995,
protagonizada por la mejor escultura que Rodín dedicó al beso, titulada “La
eterna primavera”. Nadie mejor que Aute para contarlo, cantarlo y pintarlo.

Pero si inabarcable es el espacio de la música sobre los besos, no menos


extenso es el de la poesía. Desde Catulo a Miguel Hernández, desde Ovidio a
Lorca, desde Salomón a Machado, no hay poeta que se precie que no se haya
atrevido con los besos, aunque en verdad muy pocos han sabido estar a la
altura de las circunstancias. El beso exige mucho, todos podemos escribir
versos sobre besos, que además sean poesía eso ya es otra cosa. El beso de
amor es un puro poema, pero sólo si se realiza como reclaman las diosas, cosa
que seguramente no abunda. Besar es tan difícil como poetizar sobre ello, no
sólo es cuestión de técnica, o mejor dicho, casi nunca es cuestión de técnica,
sino de duende y sentimiento.

174
Dicho lo cual, es lógico que espere que le recite varios poemas sobre besos, o
que al menos le sugiera los mejores que han sido escritos, pero me temo que
se va a quedar con las ganas. Mejor dicho, le concito a que sea usted mism@
quien busque y compare. Puede recurrir a las fuentes bibliográficas que le
sugiero al final, o buscar en internét, o en esas antologías de poemas de amor,
o “las mejores poesías de la lengua castellana”, etc. Encontrará miles, y sobre
diversos temas, que a groso modo podíamos clasificare en unas pocas
categorías. La primera podríamos titularla “aritmética de besos”, que empieza
con el afortunado encuentro de Catulo (“Bésame ahora mil veces y cien más y
después…), trasciende hasta Shapespeare y Ben Johnson, - el poeta del XVI,
no el atleta del XX – quien ansioso y desmesurado pide a su amada “Besa y
apunta ricas sumas en mis labios /…/ hasta que iguales en tu cuenta / toda la
hierba que crece en…”. Esa tradición estuvo muy extendida en los poetas
renacentistas, también entre los románticos, y se continuará en la interminable
imitación de tantos cientos o miles de poetas y versificadores que lo han sido,
son y serán.

Otros escenarios clásicos del beso en la poesía son el “beso-pasión”, el “beso-


robado”, el “beso-romántico”, el “beso-muerte”, el “beso-cariño”, el “beso-
maternal”, el “beso-perverso”, el “beso-de-madre”, el “beso-no-dado”, y, por
supuesto el que podríamos llamar “beso-cursi-universal”, que es el que se dan
todas las cosas y seres que al reunirse, palparse, tocarse, “labiarse”… parece
que se besan.

No se preocupe, no caeré en la trampa de copiarle aquí todos esos besos; mas


si acaso déjeme que haga mención a uno de un poeta desconocido, que quizá
merezca que alguien alguna vez le lea despacio. Dice así:
“Con esta letra ilegible que no logro cambiar
recuento cuantos besos me dieron y esos otros
que nadie me dio ni dejó que le diera,
y en lealtad a todos y todas las que amé
y a esos otros y otras que nunca he besado
dedico estos versos de amor y de memoria
y para ti en particular reservo besos y abrazos”.

Por supuesto, el autor seguirá siendo desconocido.

Y de la poesía al dibujo, y de éste a la pintura, las artes mayores por


excelencia. ¿Quien puede atreverse a buscar y reproducir todos los dibujos,
cuadros, frescos, tapices… dedicados al beso desde los orígenes de las artes
pictóricas? Una curiosa circunstancia es que no se conoce ninguna
representación pictórica prehistórica sobre los besos. Lo más aproximado que
se ha encontrado son unas figuras antropomorfas que parecen estar

175
copulando, garabateadas en una de las paredes de la Cueva de los Casares,
situada a pocos kilómetros del pueblo Riba de Saelices, en Guadalajara. Esta
cueva fue habitada durante miles de años, desde el Paleolítico Medio hasta la
Edad Media, y sus habitantes representaron figuras humanas con ostentosos
atributos sexuales, así como escenas de caza, realizadas grabando figuras
sobre las paredes utilizando para ello una punta de sílex.

Tampoco se encuentran besos en las escasas representaciones pictóricas


sumerias, caldeas o persas que se conocen. A lo sumo se conservan algunos
papiros y cerámicas egipcios con representaciones eróticas, y concretamente
una ostraca de difícil datación, en la que dos varones parecen estar besándose.
Pero que tengamos certeza, los primeros besos “pintados” se encuentran en
Grecia y Roma. Posiblemente los besos representados en algunas cerámicas
griegas del siglo V antes de JC sean las primeras escenas de besos, aunque
esto es difícil de asegurar. También se conservan bellos frescos y mosaicos
romanos dedicados a escenas de besos, posiblemente realizados entre uno y
dos siglos antes de la era cristiana. Pero después de esas penurias, hay una
interminable sucesión de besos pintados. ¿Quién se atreve a enumerarlos,
clasificarlos, ordenarlos…? ¿Cual es el mejor de todos? Imposible saberlo, le
pido que recuerde, que busque y encuentre el suyo preferido. No hay mejor
solución para ese dilema. Aunque de nuevo me permitiré hacerle una
sugerencia. A mi modo de ver el beso pictórico más interesante y curioso es
uno que ya he citado, el que realizó Quentis Metsys titulado, “La Virgen con
el Niño”, que se conserva en el museo del Louvre. ¿Qué por qué? Bien
sencillo, que yo sepa es el único en el que se representa a la Virgen besando al
Niño, y lo hace dulce y tiernamente en la boca. Según parece la
representación del beso en la Sagrada Pareja nunca fue bien acogida por las
autoridades eclesiásticas. Pero ese beso es claro, rompedor y simbólico. ¿No
me diga que no?

Y es que en arte no hay límites, hay quien dice que tampoco hay respeto. Arte
y comercio es todo uno. Todo se vende en el gran supermercado del mundo.
Tanto se subastan cuadros, como la intimidad de un beso. El cuadro titulado
“El beso” de Gustav Klimt es posiblemente uno de los más famosos y
reproducidos en la actualidad. La Galería Austríaca de Pintura de Viena no lo
vende, pero no tendría precio. Es tan admirado que ha llegado a reproducirse
en un conjunto de ropa interior femenina de la exquisita marca Lise Charmel.
Se trata de una pieza exclusiva y cara, que sólo se puede adquirir por solicitud
expresa, y es que al parecer este conjunto ha hecho furor, al menos eso me
dijo la amable telefonista de la marca que me atendió, y me aseguró que
recibía miles de llamadas… ¿Hay acaso algo más sensual que la ropa interior
femenina? Si a ese sutil arte de la aguja y la seda le unimos un bello motivo

176
pictórico, y además va de besos ¿qué más se le puede pedir? Puro arte. Si no
lo cree le sugiero que visite la marca y lo comprobará.

En esas me andaba, peleándome contra internet un 14 de abril por la tarde,


cuando, casualidades de la vida, cae en mis manos la siguiente noticia firmada
por el periodista Jon Henley, del “The Guardian”: “Sale a la venta El beso de
Robert Doisneau”. Será cosa del azar o de la serendipity, pero la cuestión es
que precisamente trababa de escribir sobre ese beso, el más famoso de todos
los besos captados por una cámara fotográfica. Pensaba contar los vericuetos
legales por los que la inocente fotografía había tenido que pasar, pero la
noticia dio al traste con todo ello, pues la protagonista de la instantánea,
tomada ante el Ayuntamiento de Paris en 1950, había decidido vender el
primer original en subasta pública más de medio siglo después de que fuera
sacada. Se llama Francoise Bornet, una antigua actriz que posó besando a su
por entonces pareja Jacques Carteaud, y ella asegura que tiene la fotografía
original sellada por el propio Doisneau, quien se la había hecho llegar pocos
días después de ser tomada. Al parecer el famoso fotógrafo la hizo por
encargo de la revista America’s Life, para componer un reportaje sobre
jóvenes amantes en París. La imagen de ese atractivo joven de pelo
alborotado besando apasionadamente en la boca a esa desmayada chica es tan
sugerente que enseguida se convirtió en el símbolo internacional del amor
parisino. Por eso cuando apareció en forma de póster se vendieron más de
410.000 ejemplares en poco tiempo. Inicialmente se difundió la especie de
que era una imagen tomada espontáneamente, a unos desconocidos que
pasaban por allí, lo que incrementó el atractivo del beso, pero en 1992, una
pareja, Jean y Dense Lavergne, aseguraron al periódico L’Express que ellos
eran los protagonistas involuntarios de ese beso, que se habían reconocido por
las ropas, y que aunque inicialmente no pensaron en reclamar nada, a la vista
del enorme éxito alcanzado requerían una compensación económica y
demandaron al autor. Sin embargo Doisneau reveló que la fotografía había
sido preparada los citados actores que por entonces estudiaban Arte
Dramático en una escuela de París. Al parecer el los había visto antes
besándose apasionadamente en un café y les propuso repetir la escena ante su
cámara. La actriz también reclamó sus derechos y la consecuencia fue que
ambas, las señoras Bornet y Lavergne, demandaran a Doisneau, exigiendo
recibir un porcentaje de las ganancias. Un tribunal parisino desestimó los
casos en 1993, alegando que un beso no es más que un beso, y que tantos
años después la escena «no puede ofrecer prueba alguna de identificación».
La señora Bornet, nunca recibió dinero alguno de los derechos de
reproducción de la fotografía, cuya propiedad poseía la agencia Rapho, para
la que trabajaba Doisneau. Ahora, la protagonista, a sus 75 años de edad,
esperaba conseguir entre 15.000 y 20.000 euros por la venta de tan ansiado
original, pero ni siquiera se podía imaginar que al final de la subasta la cifra

177
pagada por un suizo anónimo fuera nada menos que ¡155.000 euros! Una
buena jubilación por un simple beso con un chico, del que, según dijo ella
misma, sólo fue amante ocho o nueve meses. Lógico, ese beso sólo lo pueden
dar los apasionados amantes, y eso dura poco.

Fotógrafos, actores, escenarios, y al fondo Paris con besos. Si Francia es la


patria del beso, París es su mejor embajadora. Paris está lleno de besos. Besos
de amantes, de turistas, de bohemios, de artistas, pero por encima de todo está
llena de los besos de mármol y bronce que esculpió el más grande publicista
del beso: Auguste Rodin. Su obra “El beso” es la más famosa de todas,
aunque no es la primera ni la única.

En efecto, se conservan esculturas de besos en obras romanas, griegas o


greco-romanas verdaderamente asombrosas. Si alguna vez cae por el Museo
Capitolino de Roma podrá ver una estatua de Eros y Cupido besándose con
pasión difícilmente superable. La hizo alguien 150 años antes de Cristo. Y
como esa hay otras encontradas en otras ciudades, como Ostia, Costanza,
Alejandría y otros lugares y tiempos de Grecia y Roma. Se han encontrado
besos de la famosa pareja en alados mármoles, sencillas terracotas, vasos
cerámicos o piezas de bronce cinceladas.

Después de ellos, la penuria medieval se prolonga hasta el Renacimiento, casi


siempre con el mito de Eros y Psyche, o Eros y Cupido, como protagonista. El
gran mito del erotismo de todos los tiempos, la pareja más representada de la
historia de los besos. Escultura, pintura, cerámica, mosaicos, tapices… ningún
tiempo, ni ninguna de las artes gráficas se ha resistido al embrujo de la pareja.
Pero posiblemente el que mejor lo ha puesto en mármol haya sido Antonio
Cánova (1757-1822) con su famosísima Cupido y Psyche de 1787. Este
escultor italiano, uno de los exponentes máximos de la escultura neoclásica,
nació en Possagno y estudió escultura en Venecia, donde obtuvo un gran
prestigio con sus mármoles, sobre todo de escenas mitológicas. Las
encontrará en varios museos, y en multitud de reproducciones. Tras la caída
de Napoleón fue comisionado en París para recuperar las obras clásicas
romanas que el emperador había “protegido” llevándoselas de Italia a los
museos de París. Por lo tanto forzosamente tuvo que influir en Rodín, cuando
esculpió su menos famosa pero igualmente genial “La Eterna Primavera”,
antes llamada Séfiro y la Tierra, o Juventud e Ideal, que agrupa dos figuras
besándose. Esta obra resultó tan bella, que se realizaron varias versiones tanto
en mármol como en bronce. Es muy del estilo, “Canova”, sin duda mucho
más que las otras esculturas sobre el beso que hizo Rodín, como una mucho
menos conocida, pero no menos potente, titulada “Eros y Psyche”. Se trata de
un bronce muy dramático, como casi todos los suyos. Los dos amantes
tumbados sobre el costado, se besan frente a frente. Él discretamente

178
inclinado sobre ella, como cubriéndola con su cuerpo y con un beso que es
preludio de algo más.

Pero el gran beso de Rodín, que fue primero un mármol, luego un bronce, y
más tarde de todo, fue inicialmente pensado por el autor como parte de la gran
Puerta del Infierno que nunca llegara a completar. Es también un beso
preludio, en ese caso de la muerte de Paolo y Francesca antes de ser enviados
al infierno por haber cometido la infidelidad de amarse y besarse ante las
narices del esposo de ella. Lo cierto es que esa famosísima escultura, exhibida
por primera vez en París en el Salón de 1898, que ha sido luego reproducida
multitud de veces, en diferentes tamaños y materiales, y de la cual se pone en
duda incluso hasta qué punto la realizó el propio Rodín, pasa por ser el
emblema del beso. Ya ve usted, un beso de muerte resulta ser el beso más
famoso de la historia del arte. Tal vez el beso más frió, el último beso, por eso
le va tan bien el mármol.

En todo conviene recordar que esta escultura no es la única ni la mejor de


Rodin. Ha quien dice que sin la ayuda de sus discípulos Rodin no hubiera sido
nada, sobre todo sin la de su querida Camille Claudel, discípula, amante y
alter ego artístico, que además de escultora era una creadora originalísima. Yo
le invito simplemente a que busque en internet o en cualquier enciclopedia
algunas de sus obras, como por ejemplo la titulada “El vals”, que representa
un bellísimo movimiento de elevación de dos figuras humanas que saliendo
desde la tierra suben al beso. Impresionante.

Luego de él y ella ha habido otros escultores importantes para el beso, quiza


menos conocidos por el gran público, pero no menos admirables, como
Constantin Brancusi, que en 1912 ya había imaginado y llevado a piedra las
nuevas ideas en arte. Su obra “El Beso” es clave para el arte, pero es casi
segur que si usted no es aficionad@ a la escultura y no se la muestro en una
imagen usted no la recordará. Se trata de una única pieza de roca, dos amantes
abrazados que se unen frente a frente, copulativamente, pero sin gracia, sin
insinuación, puro encuentro sin más erotismo. Puede que sea un beso tan
artísticamente importante como los anteriores, pero no es lo mismo, el beso
requiere cierta elipsis, más literatura y menos literalidad.

Se dice que todos esos besos en el fondo repiten la misma escena original del
beso de los amantes pecadores pero inocentes. Esa escena ha sido
representada muchas veces, y no sólo en escultura o pintura, también sobre las
tablas de los teatros. El beso-pasión, el beso adultero que precede a la muerte
de los amantes, es uno de los trasuntos escénicos más representados a lo largo
y ancho de la historia del teatro, y con esa idea por delante nos vamos a meter
entre bambalinas.

179
Los besos en el teatro podríamos considerarlos como una continuación de los
besos literarios y una anticipación de los besos en el cine. Ya hablamos
sucintamente de ello al revisar el teatro renacentista español, pero para hacer
justicia al tema, deberíamos empezar por la tragedia griega, seguir por la
comedia romana, ascender hasta el Siglo de Oro Español, pasar por
Shakespeare y Zorrilla, y acabar en Ionesco o Beckett, y eso, obviamente
requiere conocimientos, espacios y tiempos de los que no disponemos. Y aun
disponiendo de ellos todavía dejaríamos fuera dos escenarios de obligada
visita, los de la ópera y el ballet, en los cuales hay besos tan trágicos y
trascendentes como los wagnerianos de Tristan e Isolda, de Sigfrido y
Brunilda, o los de los célebres cuentos tan bellamente musicalizados por
Tchaikovsky y bailados por Nijinski.

Las relaciones entre besos y artes escénicas son complejas. Víctor M. Burell
lo ha plasmado de forma magistral en su capítulo sobre “El beso en las artes
escénicas” de la obra dirigida por M. A. Rabadán. Para tratar de sintetizar sus
ideas, podríamos decir que, primero, todos los tipos o formalizaciones del
besar han sido objeto de escenificación; segundo, que en general, y en
comparación con la frescura las artes plásticas, ha predominado la elipsis, la
ocultación o la expresión “metafórica” más que la explícita; y tercero, que en
esto, como en muchas otras cosas, la costumbres han cambiado mucho,
pasando de ser algo sojuzgado por las diferentes censuras a un hecho tan
normalizado como carente de “morbosidad”. Esto último se ha reflejado en
otra circunstancia bastante general, el que casi siempre la ejecución de los
besos expuestos por los autores en los textos dramáticos haya quedado, en
última instancia, sometida a la decisión de los directores de escena y actores,
y ello a su vez condicionado por las morales, costumbres o prohibiciones de
cada época o lugar.

Dicho lo cual, no deberíamos abandonar esta página sin relatar algunos de los
hechos o anécdotas más relevantes sobre los besos en el drama. Por dónde
empezar, acaso por Sófocles y sus tragedias edípicas, o por Eurípides, el más
trágico de los trágicos, o por Aristófanes, el primer cómico “serio”, o por
Plauto y Terencio, los dos puntales romanos de las artes dramáticas. Pues no,
no podemos, ni debemos, pues aun disponiendo de sus textos, no podríamos
saber nada de sus escenografías, y para eso no nos vale el festival de Mérida.
Debemos empezar por Shakespeare, en cuyas obras quedan bien patentes los
cuatro tipos fundamentales de besos de amor, y también tenemos noticias de
sus representaciones. Así ocurre con, Romeo y Julieta que descubren la
pasión de besarse por primera vez; con Otello y Desdemona, que acaban
muriendo “asfixiados” en su último beso; con Tatiana y Oberón que “en una
noche de verano” descubren la magia de besarse en un bosque encantado.

180
En España también tenemos genios del teatro clásico, como Calderón, para
quien los besos son “pura ilusión”; y Lope de Vega, quien le dedicó una
buena parte de sus comedias a los asuntos amorosos, conteniendo besos más o
menos explícitos, pero sobre todo supo poner en textos poéticos besos
apasionados para al decirlos sublimarlos, evitarlos o censurarlos. Ejemplos
mil: “Aquí la rosa de la boca estuvo / marchita ya con tan helados besos”;
“…bese la ingrata mano del poderoso injusto”; “Besos de paz os di para
ofenderos”. Lope nos habla con frecuencia de sus amores y pone a Dios por
testigo, por si acaso, para evitar que se malentendiesen sus textos, tal era la
condición de los tiempos.

Pero sin duda la que más nos encandila es la retahíla de elogios que la
Celestina vierte sobre los besos de los amantes en la “tragicomedia” que ella
protagoniza y que tantas veces ha sido llevada a escenarios diversos. Esos
besos que al cabo darán al traste con la vida de Calixto y Melibea, esos besos
que siempre son los mismos y que tantas ruinas y vidas han costado a esta
ingenua y “sexuda” humanidad.

Pero los tiempos teatrales cambian y así llega la época del libertinaje teatral
dieciochesco, y en ella destaca Beaumarchais con sus explícitos besos de
amor, de conquista, de seducción, que pone en las bocas de sus personajes
más célebres, como Fígaro, cuyos besos ambientados en España siempre han
sido los mejores para expresar la relación entre amor, celos, y odio; y
Almaviva, el conde que quiere aprovechar sus “privilegios” feudales sobre
Suzanne, la amada de Fígaro, pretendiendo sus besos para robarle la honra.
Claro que puestos a hablar de besos y honra en España, nadie como el
Burlador y Don Juan, esos pródigos amadores cuyos besos aun suenan por las
callejuelas, tabernas y conventos de Sevilla. En los eternos “Tenorios” que
cada Noviembre se representan en la España trágica, los besos son poco
patentes, pero sus efectos son demoledores. Posiblemente más por lo que
implican de carencia emocional que por lo que tienen de riesgo pasional.
Dicen que Don Juan era un pobre hombre, que padecía carencia de besos
maternos, y por ello estaba obligado a buscarlos en sus amoríos apresurados y
fugaces. ¿Quién puede saberlo?, si ¡ay Don Juan, Don Juan, quien pudiera
poseer en exclusiva tus besos!

Los efectos trágicos de los besos no dados o no recibidos es otro asunto


típicamente dramático. Otro Juan, en este caso el protagonista masculino de la
obra de Lorca “Yerma”, muere buscando el beso apasionado de su mujer
amada, pero ella, saciada de sangre inútil, se lo niega y en vez de besarle le
ahoga con sus manos. El de Juan y Yerma es un beso deseado y negado, el
beso de la vida no creada, perfecto para acabar con la tragedia continua que es

181
el malvivir que una mujer que se siente inútil, fracasada, inservible por
creerse estéril, pero que en el fondo está llena de vida. Acaso hay algo más
trágico.

Pues sí, dicen que el más trágico de todos los de la escena operística fue el
beso que Salomé tratara de robarle a Juan Bautista. Ese beso que tan
bellamente relató Oscar Wilde, para que Richard Strauss le pusiera música y
Hugo Hofmannsthal lo llevara a escena. Si me lo permite reproduciré a
continuación algunos de esos dramáticos párrafos:
- Salome: Es tu boca la que me enamora, Yokaánan. Tu boca es como
una cinta escarlata sobre una torre de marfil. Es como una granada
abierta con un cuchillo de plata. (…) No hay nada en el mundo tan rojo
como tu boca… déjame que la bese, Yokaánan.
- Yokaánan: Jamás, hija de Babilonia. ¡Hija de Sodoma, jamás!.
- Salomé: Besaré tu boca, Yokaánan. Besaré tu boca.
Y vaya si la besó, pero con la cabeza puesta sobre una bandeja de plata. Ese
“no beso” le costó la vida al Bautista. Ella insiste:
- Salomé: ¡Ah! No quisiste dejarme besar tu boca, Yokaánan. Pues
bien: ahora la besaré. La morderé con mis dientes como se muerde una
fruta madura. Te lo dije, ¿no es cierto? Te lo dije…// Había un sabor
acre en tus labios. ¿Era el sabor de la sangre?... Quizá era el del amor.
Dicen que el amor tiene un sabor acre…”

Sin palabras nos deja esta escena, y sin besos. Los besos que no damos… ya
lo dice la canción, tienen sus riesgos, tal vez tanto como los que si damos. La
escenografía ha usado esos besos para representar los riesgos de la vida
intensa, del amor y las pasiones, de los anhelos y ansiedades. Las canciones
clásicas o modernas también lo han hecho. Todos los autores de dramas
musicales de todos los tiempos han convocado los besos a sus historias de
amor. Varias obras lo incluyen incluso en el propio título: La leyenda del
beso, de Soutullo y Vert cuenta un beso de amor, pasión y muerte; El beso del
Hada, de Stravinski, cuenta el beso de la vida con el que el Hada de los
Hielos protege al príncipe, etc. El ballet que une música, escena y baile
también concita besos. Las diferentes versiones de La Bella Durmiente” dan
fe de ello, y culminan con la más famosa de todas, la de Tchaikovsky, en la
que el beso alcanza categoría de “milagro” musical.

Pero según señala el experto Burell, la pieza de ballet que mejor trata al beso
como protagonista es la titulada “Ensayo para un beso” de la coreógrafa
Patricia Ruz para la compañía El Tinglao. No he tenido la suerte de verla,
pero según parece a los espectadores de les se ponía la carne de gallina con
ciertas escenas de besos muy explícitas, en las que se trascendía desde el
deseo al dominio del beso, y se llegaba a la culminación en una encendida

182
escena de dos hombres desnudos besándose profundamente. Podríamos decir,
a menos simbólicamente, que con ella se acabó la censura, el miedo a besarse
en los escenarios. En este punto el libreto dice: “Del beso innato al prohibido,
nunca un beso será en vano”. Lo subrayo por si aun alguien no lo tenía claro.

Cae el telón, la farsa acaba, pero sigue la vida. Es claro, los besos nunca son
simples, y menos aburridos, y si lo son es que no merecen el nombre de
besos. Habría que buscarles otro. ¿Cómo puede ser igual ese estúpido beso
farsante que nos damos al cumplir con el rigor de las costumbres sociales, que
esos besazos dolorosos, sangrientos, que Paul Verhoeven obliga a “cometer” a
Michael Douglas y Sharon Stone en “Instinto Básico”. Con lo cual, como
puede comprender, acabamos de sacar una entrada para:…

183
14. LA FILA DE LOS MANCOS.

El tema es tan extenso, atractivo, complicado, simbólico, erótico… que uno


no sabe por donde empezar, y cuando eso ocurre, lo mejor es empezar “por el
principio”. Y para ser educados lo primero es como suele suceder en el cine,
reconocer los créditos y deudas contraídas. Primero, y de nuevo, con Adrian
Bue. En su libro hay un capítulo sobre besos y cine que posiblemente sea el
mejor de los que se han escrito. Y luego con muchos más, como mi amigo
Ladis, o mi otro amigo Eduardo, ambos viejos ausentes de la fila de los
mancos. Pero, como ya dije, para empezar nada mejor que el principio y en el
principio fue: “The kiss”. Así se tituló la que dicen que fue una de las
primeras películas de cine mudo, de treinta segundos de duración, que
contenía esencialmente un beso. Estábamos en 1896 y ese beso provocó un
verdadero escándalo. Se lo dieron John C. Rise y May Irwin, y tuvo tanta
influencia que desde esa escena, hasta que el cine llegó a ser lo que es,
prácticamente todas las películas acababan con escenita de amor, con abrazo o
beso incluido según lo “liberal” que fuese su autor.

El cine ha hecho más por los besos que ningún otro arte, rito, culto o
costumbre. Pero sus relaciones no siempre han sido muy felices. Desde el
principio el cine apostó por representar la pasión amorosa con besos, de tal
manera que muchas personas contemplaron y aprendieron a besar viendo los
besos en el cine, sentados en la famosa “fila de los mancos”, que, por cierto,
nadie me ha sabido decir quien le puso ese nombre ni por qué, aunque todo el
mundo sabe a que se refiere. Incluso hay una página de internet con ese
nombre, para los aficionados a cine, y supongo que a los besos.

Desde ella hemos contemplado besos de todos los tipos, formatos, duraciones,
intensidades, intenciones y significados. Besos milagrosos, como los de
Cristo, o mágicos, como los de “La bella y la Bestia” y “El hombre elefante”,
o románticos, como el de Greta Garbo y Robert Taylor en “Margarita
Gaultier”, o perversos, como los de “garganta profunda”. La “gran pantalla”
es tan grande que ha dado alojamiento tanto a los besos más castos,
conservadores y aparentemente pacatos, al estilo Doris Day en “Pijama para
dos”, como a los más provocadores y surrealistas de Buñuel en “La edad de
oro”. El cine americano, el francés, el español, y hasta el indio… todos han
aportado sus propios besos. El catálogo es interminable. El de “Casablanca”,
en París, con los bombardeos nazis como ruido de fondo, cuando Ilsa le dice a
Ríck “Bésame, como si esta fuera la última vez…” es uno de mis preferidos.
¿Y el suyo cual es?

Pues bien, esa sencilla pregunta domina casi todo el panorama bibliográfico
sobre besos y cine. Gallup se lo preguntó en 1992 a mucha gente en una

184
famosa encuesta que reveló que los besos más sexys no son los de la
filmografía actual, demasiado explícitos, sino los de la edad clásica del cine,
cuando la censura obligaba a mostrar menos y sugerir más. Según dicha
encuesta, el beso más sexy es el de Clark Gable y Vivian Leigh en “Lo que el
viento se llevó”, seguido por el de Burt Lancaster y Deborah Kerr en “De aquí
a la eternidad”, en tercer lugar está mi preferido, entre Bogart y Bergman en
“Casablanca”, y el cuarto el protagonizado por Cary Grant y Grace Kelly en
“Atrapa a un ladrón”. La experta A. Blue dedica al tema un capítulo entero de
su libro, en el que intenta contar y desmenuzar esos besos. Pero yo creo que al
hacerlo simplemente los desvirtúa, nada mejor que volver a verlos en su
versión original, ¿no está de acuerdo? Son películas muy fáciles de encontrar.

Otra de las tentaciones constantes en las que han incurrido los analistas de los
besos cinematográficos es la de hacer “estadísticas”. Por ejemplo, según
varias fuentes consultadas el actor Regys Toomey y Jane Wyman
protagonizaron el beso más largo en pantalla, que duró 185 segundos en la
pelicula “You are in the army now.” Y el más besucón de los actores al
parecer fue John Barrymore, en “Don Juan”, que dio 191 besos a lo largo de
la película. Nada, si se comparan con la extraordinaria “prodigalidad” labial
de un tal Jeffrey Henzler, que beso a 3225 mujeres en 8 horas (¡una cada 8.93
segundos!). Pero el record de duración de los besos del cine de todos los
tiempos lo ostenta la película de Andy Warhol “Kiss” de 1963. Todo el
largometraje consiste en contemplar como la protagonista, Naomi Levin besa
a Rufus Collins, Gerard Malanga y Ed Saunders. Es un verdadero tostón, pero
es que el arte moderno es así, y el tal Warhol no era precisamente un tipo muy
divertido. Esas son las cosas que tienen los americanos, que como no saben
contarlas, las “cuentan”.

Ahora bien, filmarlos lo han hecho como nadie. Sobre todo en las épocas
“adolescentes” del cine, especialmente las décadas doradas de los 40 a los 60,
en las que el beso con frecuencia constituía la culminación feliz de una trama
melodramática. El beso intenso y pleno, aun si dejarse ver del todo, se
interpretaba como la culminación de la trama, tras el cual sólo quedaba el
"The End". Desde luego no eran como los besos tan exageradamente realistas,
tan salivares, que podemos ver ahora, en los que no ya los labios, ni la lengua
sino hasta la garganta fálica, como diría Blue, puede verse en primerísimo
plano. No digo que fueran mejores ni peores, pero eran un poco más
misteriosos, con cierto halo de secreto, y ya se sabe que en cuestiones íntimas,
como diría Tarantino, “no es necesario que nos den tantos detalles”.

De hecho, según dicen los propios besadores “profesionales”, no todo es


glamour en el beso de cine. La inimitable Brigitte Bardot aseguraba que "no
hay nada menos afrodisíaco que los besos delante de la cámara. ¡Un poco a la

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derecha! ¡Que no se vea la lengua! ¡Cerrad los ojos! ¡Abridlos!" La señora
Greta Garbo también aseguraba que era realmente difícil interpretar bien la
escena del beso ante la cámara. Cuentan que en la citada “The Kiss”, la
protagonista le pidió al director, antes de grabar una de las tomas: "Tenga a
bien concedernos unos momentos para fumar un cigarrillo y hablar un poco...
¿Cómo quiere usted que rodemos semejante escena sin conocernos?" Ese fue
un mal comienzo del beso en el cine, según dice el citado Ustrell, y de hecho
ese beso famoso fue registrado medio de lado y la película era muda, pese a lo
cual provocó que el editor de un conocido periódico americano escribiera: "El
espectáculo de posar largamente los labios de uno en los del otro es difícil de
aguantar. Cosas de este estilo exigen la inmediata intervención de la policía".
Y de hecho muy poco tiempo tardó en parecer en “escena” la censura moral
de los grupos religiosos o de los medios de opinión, pese a lo cual la película
continuó exhibiéndose con gran éxito hasta que se rompieron todos los rollos.

Existía miedo a que el beso corrompiese a la juventud. El mismo periodista


citado antes, un tal H. S. Stone, decía: «Si toleramos estas acciones, ¿de qué
sirve toda la charla sobre el puritanismo americano frente a la obscenidad de
los espectáculos de variedades importados de Inglaterra y Francia?» Pero de
hecho ese mismo año se filmaron películas con besos en Londres (The
soldier`s courtship) y en París (Le courcher de la mariée), y una película de
1912 ya se atrevía con desnudos completos, y en varias películas
pornográficas de la misma década se mostraban escenas sexuales explícitas,
incluyendo sexo oral y anal. Las “vampiresas” más famosas de la época,
como la Garbo, no se andaban con remilgos y daban besos transgresores de
verdadera “muerte mortal”. En 1922, en una escena orgiástica de “El
Homicida” (Manslaughter) de Cecil B. de Mille se pudo contemplar el primer
beso lascivo entre dos personas del mismo sexo, y en 1930, en Morocco,
Marlene Dietrich se convirtió en la primera protagonista que besaba a otra
mujer. Se comprende que visto el cariz que el asunto estaba tomando, en 1934
apareciera la “censura legal”,

De hecho ya en 1922, en respuesta a la creciente preocupación por las


cuestiones morales, se había fundado en Estados Unidos un organismo censor,
para complementar y ampliar las funciones de otro creado en 1909 que era
mucho menos estricto que el nuevo, que fue encabezado por el presbiteriano
Will Hays. El denominado “código Hays” prohibió “los besos excesivos y
lujuriosos, los abrazos lascivos, las posturas y gestos sugerentes” se
comprende que bajo su férreo control desaparecieron de la pantalla actrices
como Mae West, que acabó siendo arrestada por obscenidad por su
interpretación en Broadway en la obra Sex de 1926, o incluso el inocente
personaje de dibujos animados Betty Boop, con su provocadora inocencia.
Según dicho código, los besos no podían ser “horizontales”, al menos uno

186
tenía que estar sentado o de pié, pero nunca ambos acostados. Los directores y
actores tuvieron que ingeniárselas para besarse sin “ser vistos”, curiosa
circunstancia, el arte más “voyeurista” de todos tratando de ocultar lo más
“ardiente”. Dicen que la Garbo - otra vez ella - era una auténtica maestra de
esta fingida ocultación, lo cual puede que en el fondo fuese una gran ventaja
para el “erotismo”.

Al respecto de estas forzadas posturas y acciones, Adrianne Blue sugiere que


ellas se comportaban como verdaderas “gargantas fálicas” y ellos como
enormes “brazos envolventes”. Estos dos artilugios eran inteligentemente
usados para mostrar sin dejar ver. También había que sortear obstáculos con
respecto a la duración de los besos, lo que ponía a prueba el ingenio de los
directores, como el propio Hitchcock, que hace que el beso entre Ingrid
Bergman y Cary Grant sea interrumpido varias veces por el teléfono, la
conversación, los desplazamientos, con lo cual al final ese beso se convierte
en una sucesión de pequeños besitos, mucho más divertidos y excitantes, y
llega a ser, según los “tasadores” el más largo del cine. Y qué me dicen del
beso en la playa entre Burt Lancaster y Deborah Kerr en “De aquí a la
eternidad”. Pues que casi seguro que nunca lo hemos visto de verdad, ya que
fue en gran parte censurado, lo cual no impidió que estas escenas se
convirtiesen en el símbolo de la sensualidad cinematográfica por excelencia.
No en vano besar, hablar, volver a besar, brindar… son las funciones
principales y más entretenidas de los labios. Incluso el presidente Ronald
Reagan, que antes había sido galán de Hollywood, dijo que «En realidad, las
dos personas que lo hacían a veces casi ni se tocaban, para no distorsionarle
la cara a ella. Se hacía para que el público viera en su imaginación lo que
siempre ha pensado que es un beso». «El besarse (...) en los viejos tiempos
era muy hermoso». «Ahora se ve a dos personas que se mastican uno al
otro.»

Como puede apreciarse, desde sus comienzos, el cine produjo serias


preocupaciones entre los “decentes ciudadanos”, y estos las trasladaron a las
autoridades y a la policía, los que diligentemente aplicaron disposiciones
legales para controlar estos peligrosos espectáculos de perversión moral. Ya
desde 1906, con la extensión del cine por todo el mundo, los productores
tuvieron problemas con las regulaciones de los distintos países, o incluso de
los distintos lugares de un mismo país. En USA, había diferencias notables
ente unos estados y otros, aunque el escándalo público de contenido sexual
alcanzó en varios aspectos la categoría de delito federal. Las ligas puritanas,
los organismos moralistas y los cenáculos religiosos más “integristas”
consideraban inmoral o al menos peligroso el nuevo invento. Y si eso pasaba
el la cuna del imperio, qué decir de España. En ese terruño apostólico y
romano, entre la Iglesia y el régimen político, las cosas fueron incluso peores

187
que en USA. Las escenas con besos de verdad no llegaron a tolerarse hasta
casi el final de la dictadura. Los censores actuaban metiendo la tijera e el
celuloide sin contemplación. Eran personas encargadas de recortar
“literalmente” las escenas comprometidas y pecaminosas. Y por si no fuera
suficiente, los censores estatales se dejaban “ayudar” por las autoridades
religiosas, aun más estrictas si cabe con los contenidos eróticos del cine.

Y así llegamos hasta los años sesenta, cuando por el mundo las cosas
empezaban a relajarse, en España aun no sabíamos nada de labios ardientes y
besos “devoradores”. Menos mal que al final nos llegó “Cinema Paradiso”,
nada menos que en 1988, con su memorable montaje, en el que inteligente y
graciosamente se reúnen los trozos de películas que el cura del lugar había
mandado censurar. Gracias a ella pudimos regresar y ver algunas de las
mejores escenas de besos de todos los tiempos del cine.

Aun con todo, y pese a los notables avances de la cordura, el código Hays
seguía vigente, y como muestra valga saber que las consecuencias las pagaron
los besos entre Natalie Word y Warren Beaty en “Esplendor en la hierba”, de
1961, ya que no nos dejaron ver las escenas más excitantes, con la admirada
Natalie desnuda. A pesar de ello la película hizo furor e historia: se trataba del
primer beso francés en Hollywood.

Mas pese a todos los obstáculos, la sensatez “desnuda” se fue abriendo


camino y llegó a ser cosa común entre los finales sesenta y los primeros
setenta, y ya en esta década los besos se alargaron y profundizaron al tiempo
que el erotismo inundó las pantallas, a veces incluso con exceso y sin cordura,
¿o no recordamos ya las famosas salas de cine X de nuestra España
aperturista? En América ya antes había sucedido una paulatina suavización
del código Hays hasta ser abolido en 1968. De esa manera los besos ya
pudieron ser explícitos, incluso los orgasmos, que antes estaban radicalmente
prohibidos, de tal manera que muchos besos “finales” no eran más que
simples sucedáneos en la pantalla. Los besos ya fueron simplemente besos,
podían ser voraces o tiernos, sentimentales o caníbales, lúdicos o perversos,
todos los besos por fin sin tapujos. La intimidad y la emoción labiales al fin
recuperadas, y con ello el cine gano mucho. Y no sólo para los espectadores,
pues de hecho el beso ha sido uno de los recursos más necesarios y utilizados
para resolver en pantalla situaciones que costaría mucho trabajo y tiempo
resolverlas con palabras o acciones. El beso permitía incluso acortar el
metraje, ajustar el tiempo y abaratar los costes. El mágico cine siempre está
lleno de misterios.

Y es que en el cine cabe todo. Incluso el “no beso”, pues se dice que ha
habido divas maniáticas del antibeso, como ocurre en la actualidad con la

188
bellísima actriz india Aishwarya Rai, protagonista de muchas películas del
floreciente cine indio, que asegura que nunca ha dado ni recibido un beso en
pantalla, aunque sabemos que recientemente se ha marchado a Hollywood
para curarse de esa extraña y absurda enfermedad. Aunque en realidad no ha
sido muy original, pues no es la primera que hace tal cosa. Dicen que la gran
Mae West y la chino-americana Anna May Wong tampoco aceptaban besar
de verdad a sus partenaires en escena. En el primer caso aseguran los expertos
que era tal su ardor al besar, que ningún galán lo hubiera resistido sin perder
la compostura. ¿Quién sabe? En el segundo caso la explicación es más
“racista”. En la película “Camino al deshonor” (1929) que Anna May Wong
protagonizaba, había una escena con beso incluido, pero se acabó
suprimiendo con la excusa de que el “sexo” interracial era provocador y
podría ofender al público.

Ese sigue siendo precisamente uno de los pocos puntos negros que le quedan
por resolver al cine. Los besos entre chica blanca y chico negro o viceversa,
son escasísimos y mal vistos. Según parece el primer beso interracial del cine
americano fue el de la película ¿Qué ocurrió en el túnel? (What Happened in
the Tunnel?) de 1903, de Edison, en la que una señora blanca y su sirvienta
negra van en un tren que entra en un túnel. Aprovechando la oscuridad un
hombre blanco que viaja a su lado intenta robar un beso a la mujer blanca,
pero por error besa a la negra. Cuando se percata del ello el hombre se limpia
con un pañuelo y las dos mujeres se ríen de él. Es una escena aparentemente
cómica, pero en el fondo a muchos no nos hace ninguna gracia.

En la famosa “Adivina quién viene esta noche”, de 1967, se ve a un hombre


negro y a una mujer blanca besándose brevemente, pero para evitar ofrecer
una imagen directa y explícita solo se les ve reflejados en un espejo, e incluso
siendo así, cuando la película se estrenó la escena resultó polémica y fue muy
criticada. Y es que, como suele suceder de forma bastante general en la
sociedad americana, también en el seno de la industria cinematográfica “lo
negro” ha sido y sigue siendo un asunto problemático. La relación “chico
blanco / chica negra” todavía se tolera, pero la “chico negro / chica blanca”
aun es una cosa poco aceptada. Y es que como bien sabemos los besos son
algo muy especial, una conducta muy íntima y comprometida, y requieren
mucha más tolerancia y aceptación del otro que ninguna otra conducta sexual.
Los besos son la más democrática de las conductas sexuales. Tanto que a
menudo, cuando los protagonistas son de distinto color, muchos directores
prefieren saltarse la escena del beso y pasar directamente a la cama. Con el
tiempo las cosas han mejorado, pero en el fondo sigue siendo un asunto tabú,
sobre todo si el color se mezcla con otros reactivos tan “peligrosos” como el
sexo inseguro, homofílico o perverso. Algo así sucede en “Mi hermosa
lavandería” (1985), en la que un hombre blanco y uno negro se besan,

189
mientras el primero deja caer champán desde su boca a la del segundo. Sus
besos, interraciales y homosexuales, pretendieron romper dos tabúes a un
tiempo, pero que sepamos se trataba de una película realizada por una
compañía independiente, con un presupuesto muy pequeño y que resultó
bastante difícil de recuperar, según refiere A. Blue.

Sea como fuere, lo cierto es que en la actualidad las cámaras y el beso son
íntimos amigos. Se acercan tanto a las bocas besantes que más que mostrarlas
las diseccionan. Y no es metáfora. De hecho las sofisticadas técnicas del cine
se han utilizado para filmar la anatomía íntima de los besos, para ver cómo se
mueven los labios, cómo se estiran las fibras elásticas, cómo se contraen los
músculos orbiculares, o cómo se pliegan la piel y mucosas de los labios,
mientras se realizan los besos. Este interesante estudio ha sido llevado a cabo
por una curiosa investigadora, Annabelle Dytham, y por su director, el
cirujano plástico Gus McGrouther del University College de Londres,
partiendo de la disección de labios de cadáveres y del posterior estudio en
vivo de labios besando. El fin último, como puede comprenderse, no es hacer
cine, sino mejorar los conocimientos de la cirugía plástica, estética y
reparadora de los labios, algo muy de moda entre las gentes de la pantalla y
cada vez más copiado por la generalidad de las mujeres. Las cámaras al fin
desvelarán todos los secretos de los labios, y puede que al hacerlo se lleven
por delante la magia de los besos. Una desgracia.

Y es que el cine tiene sus propias normas y querencias. Es tan maravilloso y


potente como los besos. Ambos están llenos de magias y seducciones, de
trucos y engaños, de peligros y proyecciones. El cine y el beso consiguen
exactamente lo mismo: lo dicen todo con, sin y a pesar de las palabras. A
muchos nos basta con recordar Casablanca para aceptar, sin cambiar ni una
sola coma, lo que Ingrid Bergman nos dijo alguna vez: “El beso sigue siendo
un truco diseñado por la naturaleza para detener el habla cuando las
palabras se vuelven superfluas”. Así que: ¡Silencio se rueda: escena del beso,
toma 1, ¡acción!

190
EL UNIBE®SO.
(A modo de conclusión)

“En el principio fue el beso”. He aquí en buen lema, que de por si bastaría
para justificar el tema del libro que está a punto de acabar de leer.

Los seres humanos nos movemos por gestos e impulsos, nos conducimos por
señales y símbolos, nos arropamos con consignas y lemas. Bajo esas capas
nos encontramos seguros, hasta que algo viene a romper el cascarón y ya no
sabemos si es huevo o gallina, si es consigna o contraseña, si es señal o
espejismo, si es lema o dilema. Un buen día allá en las fronteras del Edén eso
fue lo que ocurrió, alguien se percató de algo y el resto del tiempo se lo pasó
conjeturando, tratando de acumular datos para alcanzar seguridades: ¿lloverá
o no lloverá?, ¿comeré o no?, ¿será niño o niña?, ¿saldré de esta o me caeré
con todo el equipo?, ¿me quiere o no me quiere?, ¿será pronto o estará al caer
el santiamén? Desde entonces hasta ahora ya solo ha habido dudas y
conjeturas y a eso le llamamos ciencia y sabiduría. ¡Seremos soberbios!.

Este libro también esta lleno de datos e inseguridades sobre los besos. No en
vano estos son lema y dilema al tiempo. Todos los que nos lo hemos
planteado hemos hecho las mismas preguntas: ¿Por qué?, ¿para qué?, ¿desde
cuando?, ¿cómo?... Nosotros, usted y yo, también hemos pasado por ello, y
“por ello” hemos tenido que pasar por tantos lugares, tiempos, modos,
maneras, materias, ritos, expresiones, significados, libros, bibliotecas…
buscando besos.

Hemos logrado acumular muchos datos y algo habremos aprendido. Lo


primero que sabemos es que los besos son un gesto que siempre dice algo. Por
eso la lengua de los besos, o los besos en las lenguas, son dos de los lemas
señeros del libro. Las etimologías de las palabras que usamos para hablar de
los besos nos llevan hasta los propios besos torpes y sonoros. El sonido de los
besos engendró balbuceos y susurros, los susurros palabras y las palabras
lenguajes e idiomas. Pero el besar es un idioma universal que entienden
incluso los que no saben hablar.

Por ejemplo, lo entienden los “infantes” (“sin-habla”) humanos y los


prehomínidos que no entienden de gramáticas: “ellos también besan”. He ahí
otro de los lemas fuertes del libro. Todos los animales labiados besan. Saben
besar aunque no sepan que saben. Nosotros besamos y lo sabemos. Somos, en
sentido literal “profesionales” del beso, no en vano esa palabra viene del
griego “pro-fateri”, de “phemi”, que significa “hablar. Ellos besan para
coexistir, para relacionarse, para reconocerse, para cuidarse, para
tranquilizarse, para protegerse, para “comunicarse”. Nosotros también, solo

191
que además de “besadores” somos habladores. Puede que lo suyo no sea beso,
pero es gesto labiado. Poco importa que lo sepan o no, pues en definitiva ese
gesto “tosco” ya es significativo, comunicativo, una especie de idioma
animal. Uno de los más primerizos y más fáciles de aprender, pero también
uno de los más útiles para la supervivencia.

Sobre las ramas de los árboles del pleistoceno ya anidaban pájaros que
cuidaban de sus polluelos. Los alimentaban pico a pico. Bajo la sombra de los
mismos árboles se cobijaba una raposa a la espera de que cayera alguno, para
devorarlo y llevárselo a sus zorrillos hambrientos. Lo ingeriría y después lo
regurgitaría al ser estimulada hasta la nausea por el boca a boca de sus
cachorros. Ese boca a boca es un rudimento alimenticio del beso. El otro
origen evolutivo del beso lo encontramos también cerca del pico y el morro,
en el hocico nasal, que adelanta y proyecta hacia la exploración el sentido del
olfato, el más primitivo y protector de todos los sentidos. Oler sirve para
reconocer a otro, para aceptarlo y para “sexuar” con él. Las feromonas son
sustancias tan misteriosas como potentes. Los perfumes humanos son
feromonas artificiales que tienen efectos sorprendentes e insospechables. El
olfato es un sentido y un instinto esencial para la supervivencia. Oler,
reconocer, alimentar, cuidar, he ahí unos cuantos argumentos para explicar el
origen de los besos y su importancia en la configuración de las relaciones
humanas.

Una anécdota: Acaban de aterrizar en este mundo dos niñas preciosas, Paula y
Natalia, que apenas tienen una semana de vida. Su madre las trae a casa y
disfrutamos de su candor de cachorrillas. Las colmamos de besos, mientras
ellas duermen plácidamente, hasta que su madre les roza suavemente en los
labios con sus pezones, y sus boquitas se proyectan automáticamente,
dispuestas para la leche de las ubres de su madre. Da gusto contemplar como
maman y duermen. Cuando crezcan dejarán de mamar, pasarán adormecidas
los años oscuros del destete, hasta que algún día, cuando “adolezcan”, venga
un príncipe encantado y las despierte con un beso. Los labios de los novios
van al beso, y una vez que aprenden el lenguaje ya nunca dejan de “besar-
hablar” tratando de afinar y entonar su personal diccionario común.

Los seres humanos vivimos de, por y para besar. Pertenecemos a una especie
que podríamos denominar “Homo osculator”. Latinajos aparte, es una
evidencia que todos los seres humanos, de todos los tiempos y lugares, de
todas las culturas y razas, de todos los linajes y lenguajes, han besado, besan y
besarán, aunque no siempre lo hayan hecho de la misma manera. La historia
de la humanidad está llena de besos, con muchos tipos y significados. La
historia de los pueblos, sus ritos, sus encuentros y enfrentamientos, sus mitos,
sus leyendas, sus códigos y sus morales se pueden sazonar con múltiples

192
modelos de “besos”. Sabemos que el paso de la prehistoria a la historia se
relaciona con el uso público de los lenguajes significativos. El beso es
símbolo y señal, gesto semántico y comprensivo. Puede que exagere, pero es
tan bella la hipótesis-metáfora que no me acomodo a callarla: “La historia es
un entramado de besos trenzado sobre el tiempo y la geografía”.

Vivimos en el “planeta de los besos”, este es otro de los lemas de este libro.
Besos para todos y todos para el beso. El beso como elemento simbólico de
cohesión no precisa de mayores explicaciones. La reunión de los seres
humanos nunca se concibe para el daño, siempre es para el bien, para el
progreso. La supervivencia de nuestra especie no se basa en la inteligencia,
sino en la cooperación, en la convivencia, en “comer-juntos”. Pero los besos
humanos no siempre han sido de “pax”. Por los besos se han acometido tantas
hazañas, como cometido fechorías. Los besos han causado muchos males,
alimentado muchas hogueras. Emociones, pasiones, arrebatos, imprudencias,
y todo tipo de estupideces, se han cometido por culpa de los besos. Las
tumbas de los grandes amantes de la historia son como una gran puerta al
infierno de los besos. Pero no por eso hemos dejado ni debemos dejar de
besarnos. Nos gustaría que el lema de este campo temático fuese: “besos sin
fronteras”, pero incluso más allá de esta pequeña esfera azul. En Star Trek
aparece el primer beso “interplanetario”. Algún día no será “ciencia ficción”.

Pero hay muchas maneras de besar. Hay retahílas, repertorios, catálogos,


relaciones y diccionarios de besos. En la variedad está el gusto, aunque a
menudo las variaciones sean escasamente originales. Los seres humanos
somos los únicos animales que usamos y abusamos del beso hasta la
desmesura. Besar por besar, eso hacemos, y conseguimos que el beso se
pervierta y destiña. ¿Que tienen de común ese simulacro de beso que
lanzamos al aire al saludar a alguien que no conocemos, con ese besazo que
plantificas en la mejilla de esa persona con la que te une un cariño entrañable,
o esa penetración del otro con el que compartimos boca, lengua, saliva y
gérmenes? Muy poco. Si acaso que todos tienen sentido y significado. Y que
todos entendemos las diferentes semánticas de los distintos besos. Labializar
es, según el diccionario, “dar carácter labial a un sonido”, es decir, “hablar”.
Los labios sirven para besar y hablar, entre otras cosas, pero antes de que los
labios humanos dominaran la técnica del los fonemas ya sabían usar la de la
mímica. Podríamos defender que el beso pertenece a la categoría de los
lenguajes gestuales, de morfemas más simples. Estos no son otra cosa que los
gestos formales mínimos que permiten la comunicación, los sonidos más
elementales que cimientan las categorías y relaciones gramaticales. Bien claro
lo dijo Alfred de Musset: “el único idioma universal es el beso”.

193
Pero para cada persona, en cada circunstancia, los besos pueden tener
diferentes significados. Si pudiéramos examinar todos usos y significados de
los besos, en función de quién, cuándo, cómo, dónde, etc. tendríamos una
telaraña semántica tan espesa que apenar nada podríamos vislumbrar a su
través. Y es que cada cual besa según es o está, y viceversa. Dime como besas
y te diré como eres, ¿o es al revés? Alguien, algún día tendrá que estudiar la
“Psicología del besar”, la relación entre el besar y el modo de ser de las
personas. Freud ya lo intentó, y bien claro lo dejó escrito. El beso y el sexo no
son más que la consecuencia del “gran destete”, vino a decirnos. Hay
personas que padecen carencia de besos, y así les va. Algunas neurosis no son
más que una grave deficiencia de besos, que produjo un raquitismo
emocional, un marasmo afectivo de tal magnitud que afectó a la formación de
su personalidad. Esa anemia subterránea infantil acaba saliendo a la luz en
forma de comportamientos ansiosos, glotones, egoístas o perversos cuando
nos “adulteremos”. Drácula fue un pobre infante que sufrió carencia de besos.
Don Juan el hijo de una madre con penuria de besos. Dicen que los muy
tacaños tienen números rojos en la cuenta de los besos. En fin, teorías aparte,
los besos son una vitamina esencial para el desarrollo del cerebro, para la
nutrición de la mente de los niños y niñas de todas las edades. Las mamás lo
saben muy bien sin que nadie se lo enseñe.

Mamá, cuéntame un cuento: “…y colorín colorado un besito y a dormir” Los


cuentos y las leyendas son otro de los paisajes propicios a los besos. Muchos
de los mitos, cuentos y leyendas contienen besos. Besos mágicos, besos
protectores, besos que transmutan la realidad. Los expertos dicen que en el
fondo esos besos siempre son sexuales. Que las narraciones son sólo las
cortinas que disimulan discretamente la escena del sexo. Desvelamientos,
desfloramientos, o ritos de paso, esos son los usos comunes de los besos en la
literatura mítica y legendaria. La emoción es la sustancia de los cuentos. Los
miedos, temores, deseos o pasiones son los móviles universales de la
humanidad. La literatura es el venero, el cauce y el estuario de los besos. Es
“ingenuamente” bello, pero cierto.

Los usos del beso son tres: “saludo, cariño y placer”. Ripios aparte, el beso y
el tres se llevan bien. De hecho el beso suele ser cosa de tres, y no de dos
como pudiera parecer. Me explico: casi siempre hay tres elementos en el
beso: labios, dientes y lengua. Olfato, sabor y tacto. Unción, respeto y
devoción. Atracción, deseo y pasión. Tú, yo y el resto. Hola, que tal y adiós.
Actores, escena y escenario. Nacimiento, vida y muerte. Ya lo ve, el beso casi
siempre es cosa de tres. El tercero en concordia - o en discordia - casi siempre
suele ser el sexo. El ser humano es el “gran besador”, el mayor “sexo-oral” de
todos los animales. “Sexuamos” con las palabras y los besos más que con
ninguna otra cosa. El beso sexual es como una gran “sonrisa horizontal”. Se

194
puede practicar sexo sin beso, pero no se disfruta tanto, si acaso se comete.
Así lo hacen los que usan del comercio sexual. Las más respetables prostitutas
no besan. Copulan, pero no intiman. La intimidad del beso es de tal magnitud
que no hay distancia más corta entre dos personas.

Los físicos dicen que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta.
Pero eso depende de que física se trate. Si hablamos de física humana, la
distancia más corta es la línea curva de los labios. Esto no admite dudas: la
distancia más corta entre dos personas es el beso. En ninguna otra
circunstancia podrán estar más juntas. El beso une, reúne y unifica. Más que
el coito, más que el abrazo, más que la palabra. El beso se da y se recibe al
tiempo, se comparte y co-protagoniza. Se puede violar a alguien, pero no se
puede besar a alguien que no participe. Eso no es beso, eso será un
lengüetazo, un chupón, una labiada, pero no un beso. Por eso el beso es tan
potente y peligroso. Los seres humanos sabemos mentir y engañar, nos
ponemos “los cuernos” con el sexo, pero nunca con los besos. No se puede
besar y mentir al tiempo. Se nota demasiado y tienen sus riesgos.

Los peligros de besar: ese es justamente otro de los asuntos interesantes del
tema. En orden de aparición esta la acendrada afición a besar. Los humanos
somos animales de costumbres. Ninguna otra especie es tan “costumbrista”.
De nuestras costumbres hacemos rituales y hábitos, y de los hábitos
adicciones o dependencias. La adicción a besar no existe, pero haberla…
vaya si la hay. Ya lo anunció el mismísimo Sócrates, y luego muchos más, y
hasta tiene explicaciones neuroquímicas. El cerebro con sus insondables
misterios lo explica todo. Cómo besamos, qué sentimos, porque nos produce
tanto placer, porque nos apasiona tanto hacerlo. Una gran parte de nuestro
cerebro lo tenemos dedicado a los labios. Y también hay un lugar para los
besos. Tal vez algún día sepamos controlarlo, y podremos enseñar a los que
no saben besar. ¿O quizá eso acabe con la magia ciega de los besos?

Otras “enfermedades” del beso son más taimadas y traidoras. Muchos han
empleado la metáfora salivar y bacteriana para alertar sobre la peligrosa
catadura antihigiénica del beso. Pero son sólo pretextos para no besar. La
“enfermedad de los enamorados” suele ser bastante dolorosa, pero muy
placentera. El enamoramiento es una potente anestesia, una enorme aspirina
que todo lo cura. Los besos mortales son sólo los de las leyendas y los de las
pobres brujas. Besemos pues desconsideradamente, hasta que acabemos con
todas las bacterias y las inquisiciones del mudo, ¡amén!

Y así llegamos al bello arte de besar. Sea línea o color, nota o golpe, plancha
o electrón, todas las materias del arte han cohabitado con los besos. Acaso sea
el más extendido de los motivos artísticos, la más bulliciosa musa, el más

195
sentimental pretexto. Sensible y emotivo es el encuentro entre el beso y el
arte. Besos al óleo, al mármol, al viento, al cincel, o al obturador. Versos y
besos cogidos de la mano: “versificaciones” y ripios, con perdón. El arte es
argumento y corolario para los besos: Elija un cuadro, una poesía, una
escultura, una fotografía, una ciudad… y llegará a París. Dicen que en esa
ciudad se inventaron los besos, y también el cine, y en el cine está la “fila de
los mancos”, la que más besos ha acogido, enseñado y ocultado. “Besos de
cine”, para que hablar más. Bésame, bésame… como si fuera la última vez…
y por si acaso se nos acaban los besos… siempre nos quedará París.

Todo eso, nada más y nada menos, es el beso: Historia, literatura, etología,
antropología, filosofía, semiología, arte, psicología, sexología, medicina… El
beso es como un gran “big-bang” que dio lugar a un unibe®so lleno de
misterios y humanidades.

Hay muchos orígenes, tipos, modos, causas y consecuencias del beso y el


besar. He tratado de resumirlas todas en éste último capítulo. Pero creo que no
lo habré conseguido realmente, si no soy capaz de sintetizar la cuestión en tres
ideas esenciales, en una especie de “teoría unificada del beso”, que acoja y
explique todos los condicionantes y consecuentes del besar. Pues bien,
siguiendo un modelo típico de la física, creo que podríamos explicar el beso
como el resultado de la cohesión de las tres fuerzas esenciales de la vida:
“nutrición, relación y reproducción”. Esas tres causas explican todo lo
vital, la vida misma, y también son los tres pilares de los tres tipos de besos.

El primero es la nutrición, es el beso que se origina en el amamantamiento y


se configura tras el destete como beso amoroso, cariñoso o familiar. El
segundo pilar es el gesto de aproximación y roce “hocico-labial” que procede
de la olfacción y acaba configurándose como beso de exploración, de
atracción y de sexualidad; y el tercero, es el que procede de las conductas de
apaciguamiento animal, que acaba convirtiéndose en beso social y ritual, en
beso de saludo y respeto. Y no hay más. Ya lo dije, el beso es cosa de tres.

Y para llegar a eso, me dirá, ¿hacían falta casi doscientas páginas? Pues sí,
hacían falta. Usted mismo habrá comprobado que el viaje por el planeta de los
besos ha sido largo y ancho, lleno de curiosidades y curioseos, de ilusiones e
ilusionismos, de genios e ingenios, emotividad y creatividad. No me dirá que
no le han sorprendido muchas de las anécdotas protagonizadas por los besos y
sus protagonistas, o lo trascendentes que han sido ciertos besos para la
humanidad, o la gravedad de no haberlos usado como y cuando convenía.

En fin, no se si después de haber escrito y leído este libro usted y yo sabremos


besar mejor, pero seguro que ambos valoraremos más los besos que nos dan y

196
damos, y posiblemente trataremos de practicarlos con más asiduidad, ternura,
pasión y respeto. Besar es cosa seria, pero divertida. Una enorme sonrisa
horizontal y una gran palabra. Ya se lo dije: “en el principio fue el beso”, y e
el final también.

197
RECONOCIMIENTO DE DEUDAS:

• Betania, M. Afecto, besos y condones: el ABC de las prácticas sexuales


de las trabajadoras sexuales de la Ciudad de México. Salud Pública de
México. Vol.45, suplemento 5, 2003 (Interesante)

• Blue, A. El Beso: de lo metafísico a lo erótico. Ed. Kairos. Barcelona


1998. (Título original de la primera edición: “On kissing”, 1996)
(Imprescindible, está todo, es el gran libro de los besos, aunque a veces
le falta un poco de orden).

• Cane W.: The art of kissing. St Martin´s Griffin. New York. 1995
(Superfluo, simplemente “bricolage” del beso).

• Easton's 1897 Bible Dictionary: http://www.labibliaenlinea.com


(Inagotable, y sorprendente)

• Edmark Tomima: 365 Ways to Kiss Your Love. MJF Books, 1998
(Más bricolage… insustancial, pero no hay más remedio que
consultarlo, todo el mundo le cita)

• Eibl-Eibesfeldt I.: Amor y Odio: Historia natural del comportamiento


humano Salvat. Barcelona, 1994. / Guerra y Paz: Una visión de la
etología. Salvat. Barcelona. 1995. / El hombre preprogramado. Alianza.
Madrid . 1981 (Sus textos son esenciales para comprender muchas
conductas humanas, y además muy entretenidos).

• Fisher, H.: Anatomy of love. Simon and Schuster, London, 1992


(Complejo, pero interesante, si bien tangencial).

• Francoeur R.T. (Ed.) The International Encyclopedia of Sexuality.


1997-2001. The Continuum Publishing Company, New York
(Realmente básico, para casi todo lo que tenga que ver con la
sexualidad humana).

• Freud, S.: Obras completas. Ed. Biblioteca Nueva. 2ª Edición, 1972


(No necesita presentación).

• Fromm, E.: El arte de amar. Ed. Paidos, 1980 (Bello, juvenil e


ilusionante. ¿Aun no lo ha leído?).

198
• Hervez J. El beso de oriente. R. Caro Baggio Editor, Madrid, c. 1920
(Una curiosidad para los bibliófilos de la sexualidad, aunque no trata
de los besos, sino de las relaciones sexuales en pueblos orientales,
como china, indochina, etc., en un tono a veces un tanto “folclórico”).

• Lorenz. K. La acción de la naturaleza y el destino del hombre. Alianza.


Madrid.1988 (Para cultivarse. Ademas se pueden consultar otras obras
clásicas de Lorenz, como “La agresión: el pretendido mal”, etc.).

• Malinowski, B.: The sexual life of savages. Routledges, London, 1932.


(Interesante, esencial para otros temas, pero tangencial para este).

• Mead, M.: Adolescencia, sexo y cultura en Samoa. Ed: Laia, 1979


(Encantador y aleccionador, pero igualmente tangencial).

• Morin, E.: El paradigma perdido. Ensayo de bioantropología,


Barcelona, Kairós, 3ª edición, 1983. (Complejo, pero básico para
entender ciertos aspectos de la antropología).

• Morris, D. El mono desnudo. Ed. Plaza y Janés, Barcelona, 1972. (1ª


Edición, Jonathan Cape, London. 1967) (Simplemente: Si aun no lo ha
leído, este es el momento). Y del mismo autor, recientemente se ha
traducido su “The naked Woman (La mujer desnuda). Ed. Planeta,
2005.

• Morris, H.: The Art of kissing. Disponible en:


http://www.globusz.com/ebooks/Kissing/00000010.htm (No está mal,
es corto y directo, sirve para hacerse una idea general del tema del
beso, y lo aborda con seriedad).

• Online Etymolgy Dictionary: http://www.etymonline.com (Una ayuda


inestimable para muchas cosas).

• Ortega J. La vuelta al mundo en 80 polvos. Ed. Santillana, Punto de


lectura, 2003 (Interesante y divertido, aunque a veces es un tanto
superficial y folclórico).

• Phillips A. On Kissing, Tickling, and Being Bored. Psychoanalytic


Essays on the Unexamined Life. Harvard University Press, 1993 (Sólo
para iniciados, demasiado complejo, aunque muy bien escrito).

199
• Rabadán M. A.: Besos: Visión multidisciplinar de la función de la
boca. Fundación Dental Española. 2004 (Todos mis agradecimientos
para la directora y los autores. Es una guía esencial y magníficamente
ilustrada; quizá algunos temas podrían haber sido obviados, ya que en
realidad tratan más de odonto-estomatología que de los besos).

• Ramer U.: Lenguaje Corporal. Ediciones Sur. Santiago de Chile 1997


(Un libro básico para conocer lo básico del tema).

• Solana, J. L.: Bioculturalidad y homo demens. Dos jalones de la


antropología compleja. Universidad de Granada, Gazeta de
Antropología Nº 12, 1996 (Un interesante y sesudo trabajo, tangencial
al tema, pero muy ilustrativo).

• The American Heritage® Dictionary of the English Language, Fourth


Edition. Houghton Mifflin Company 2000 (También ha sido una buena
ayuda, para este y muchos otros temas).

• Waal F.: Bonobo Sex and Society. The behavior of a close relative
challenges assumptions about male supremacy in human evolution.
Scientific American, March 1995 issue of, pp. 82-88. (Tangencial, pero
muy interesante).

• Wall. F. La política de los chimpancés. Alianza. Madrid. 1989


(Esencial, y muy ilustrativo para entender a nuestros parientes más
cercanos).

• van de Velde, Th. H. Ideal Marriage: Its Physiology and Technique.


New York: Random House, 1930. (En su momento fue un clásico,
tantas veces traducido como criticado).

• Zulliger H. Horda, banda, comunidad. Ed. Síqueme. Salamanca, 1968


(Interesante para saber lo necesario sobre el tema).

Aparte de estas fuentes, en el libro se citan muchos más autores y referencias


que son menos nucleares en relación con el tema, así como muchas
referencias concretas que hemos tomado de las bases bibliográficas
internacionales, de numerosas páginas de internet, de varias enciclopedias
generales y temáticas, de diferentes diarios, revistas y publicaciones
periódicas, y también de diversas personas que me han ayudado con sus datos
u opiniones. A todos ell@s les pido mis más sinceras disculpas si no les he
citado correctamente, al tiempo que les expreso mi más sincero

200
agradecimiento por haberles tomado “prestados” sus datos o ideas. Como
tributo no se me ocurre mejor manera de agradecérselo que devolverles mi
propio libro, con mi autorización para que puedan tomar de él lo que
consideren oportuno. Y, por supuesto, para ellas mis mejores besos.

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