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CENTRO EDUCACIONAL MUNICIPAL

DR. AMADOR NEGHME RODRIGUEZ


EX. LICEO A Nº 70
AVDA. CINCO DE ABRIL # 4710
COMUNA: ESTACION CENTRAL
FONOS: 7414186 – 7414209
liceoamador@gmail.com

Carta a la dulce juventud


Pedro Lemebel

A ti, mi querida polilla de farol, mi carreteada zapatilla cesante. A la verde juventud


universitaria, que escribe su testimonio con la llamarada de una molotov que tisa de rabia el
cemento. A los encapuchados del Arcis, de la Chile, de tantas aulas tomadas en la justa
demanda de querer estudiar sin trabas económicas, sin la monserga odiosa del crédito, del
recargo, de la deuda y el pago. Como si no bastara con quemarte las pestañas dándole al
estudio los mejores años de tu vida, para después titularte de neurótico vagoneta. Como si no
bastara tu dedicación, tu sincera dedicación, cuando te humea el mate toda la noche, hasta la
madrugada leyendo, dejando de lado ese carrete bacán que chispearía de pasión tu noche de
fiesta. Tu gran noche, pendejo, donde chorrearían las cervezas y un aire mariguano pintaría
de azul el vaho de la música. Como si no bastara con todas las negaciones que te dio la vida,
cuando postulaste a esa universidad privada y el «tanto tienes, tanto vales» del mercado
académico te dijo: «Tú no eres de aquí, Conchalí, —No te alcanza, Barrancas, —A otro
carrusel, Pudahuel, — A La U. del Estado, Lo Prado.»
Así no más, mi bella chica artesa que ya se las vivió todas de un trago, y en ese salud el futuro
se derramó de golpe. Vino el embarazo y la bronca de tu viejo preguntándote de quién era el
crío. Y qué te ibas a acordar si esa noche en la disco todos los locos tenían la misma cara de
fiebre. La única que no te dijo nada fue tu vieja, quien te brindó su apoyo, valioso, pero inútil
a la hora de pagar quinientas lucas por el aborto. Y ahí está el niño ahora, y tú lo amas como
a nadie, y qué culpa tiene él, y qué culpa tienes tú también de abandonar tus sueños de
progreso, de realización profesional a cambio de este papel de niña-madre. Adiós, mi
chiquilla, a ese porvenir, que tan temprano canceló tus ilusiones gota a gota con la urgencia
parturienta. Y, al final, como tantas chicas de la población, te ves hojeando el diario,
buscando pega en un topless, en los cafés para varones, o en las casas de masajes que abundan
en la oferta laboral de la prostituída demanda. Y eso fue todo, allí se acabó el cuento de la
dulce princesita descarriada.
A tantos pendejuelos rockeros, raperos, metaleros, hip-hoperos, que despliegan su estéti ca
bastarda coloreando esta urbe infame con su melenada tornasol. A ellos, por su espectáculo
de vida impertinente. Por sus desvíos, por sus tocatas donde el minuto bullanguero de
eléctrico rocanroll, también equivale a un minuto de silencio. Por ese silencio, cuando llegas
a tu casa, pateando piedras», «puteando piedras», porque lo único que te espera es la tele
prendida cacareando su mentira oficial. Para ti, mi Johny Caucamán, mi Matías Quilaleo, mi
Rodrigo Lafquén; bellos ejemplares de la raza mapuche que en Santiago rapean su guillatún-
tecno. Por esa fiereza de indio punky, pelo tieso. Por su indomable juventud, que desde acá,
apoyan con el corazón encendido las movilizaciones de Ralco, el Biobío, y putean en
mapudungun chicano por sus hermanos presos.
Para usted, joven barrista, que escucha desconfiado el palabreo de esta prédica. Tal vez para
reforzar la sospecha de su espíritu futbolero que se expresa clandestino en los códigos del
graffiti, del espray en mano, de la letra puntuda narrando en las paredes la flecha anarca de
su descontento. Quisiera prometerle que la ciudad sería una pizarra para usted solo, y que en
sus paredes, usted podría expresar libre esa gramática lunfarda que lo apasiona. Quisiera
decirle que nunca más la bota policial limpiará su mierda de «orden y patria» en sus nalgas
rebeldes. Podría ofrecerle tantas cosas, tantas esperanzas que muchos guardamos con
impotencia en el lado zurdo del amor. Pero usted sabe más que yo de las promesas
incumplidas, del apaleo de la repre, y del canto frustrado de su esquina pastabasera, de su
cancha de fútbol y las tardes tristes, ociosas, peloteando. Usted lo vivió, lo supo o le contaron
lo que ocurrió en su paisito. Por eso, usted sabe mejor que nadie que el sermón monaguillo
de la derecha fue y será para el Chile pobre un epitafio de tumba.
No le ofrezco el cielo, porque sé que los ángeles le aburren. Tampoco un carrete interminable,
porque el bolsillo roto de la izquierda no da para tanto. Tal vez, en esta carta, podamos
imaginar un sitio digno donde respirar libertad, justicia y oportunidades sin besarle el culo a
nadie. Quizás, soñar otro país, donde el reclutamiento sea voluntario, y usted no se sienta
menos patriota por negarse a empuñar la criminalidad de esas armas. Sería un bello país, ¿no
cree? Un largo país, como un gran pañuelo de alba cordillera para enjugarle al ayer la
impunidad de sus lágrimas. Un hermoso país, como una inmensa sábana de sexo tierno que
también sirva para secarle a usted su sudor de mochilero patiperro. ¿Qué me dice? Nos
embarcamos en el sueño.

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