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Josef Pieper
Münster (Westfalia)
Sabido es que las discusiones sobre el carácter problemático y hasta contradictorio e ilógico,
del concepto de una “filosofía cristiana” están muy en boga. ¿Cómo puede uno razonar de aquel
modo que llamamos el filosófico, una vez que haya aceptado con fe una determinada
interpretación (a saber: la teológica), del mundo y de la existencia humana?
Allí nos enfrentamos, en efecto a un problema que no se puede tratar a la ligera. Aunque no
sea éste el asunto que nos ocupa ahora, quisiera interesar al lector en los problemas que surgen a
raíz de una filosofía no cristiana. Conste de entrada, que no me refiero a ciertos problemas
intrínsecos (como el de la inmortalidad, de la obligación moral, etc.) de solución difícil para una
filosofía no cristiana, sino a la cuestión, hasta diría al dilema que se halla precisamente implicado
en la concepción misma de una filosofía no cristiana, vale decir en una acepción de la filosofía que
prevalece desde hace varios siglos.
Acá hacen falta dos observaciones explicativas, mejor dicho: dos restricciones. Primero que
esta tesis del dilema de una filosofía no cristiana está relacionada exclusivamente con la órbita de
la civilización occidental, quedando fuera de mis consideraciones aquellas partes de la India y de
China, que aún no han sido impregnadas de la civilización occidental. Segundo, que entiendo por
filosofía el ideario de los grandes iniciadores de la filosofía occidental, como, por ejemplo,
Pitágoras, Platón y Aristóteles. Aunque en el fondo esto no signifique otra cosa que tomar al pie de
la letra el sentido corriente de la expresión, surgen de esta reflexión consecuencias de gran
importancia. Cierto es que a nadie se puede impedir imaginarse que la “Filosofía” sea algo
completamente estrambótico y “original”, pero quien así piensa no podrá menos de tolerar que se
lo interprete como si se refiriese a lo que la palabra “Filosofía” significaba en los tiempos de su
origen. En efecto, creo que Bertrand Russell, quien habla en un tratado intitulado History of
Western Philosophy tanto de Platón como de John Dewey, presupone, por lo menos, tal grado de
concordancia entre la “Enseñanza de las Ideas” platónicas y el “Instrumentalismo” de John Dewey,
que ambas concepciones puedan pretender con razón que se las reúna bajo el denominador común
de la Filosofía.
El concepto “Filosofía”, empero, ha sido definido por primera vez en la tradición occidental
por Pitágoras, Platón y Aristóteles. Y esta su definición ha sido confirmada unánimemente al
menos hasta la postrimería del medioevo, i, e. durante aproximadamente dos mil años. Por
supuesto es imposible interpretar en este espacio el antiguo concepto de filosofía en toda su
extensión, pero dos elementos importantes han de ser dilucidados en estas líneas.
Primero: no hay que tomar por puramente anecdótico el significado literal de la palabra
philo-sophia. Según un relato antiguo, Pitágoras habría dicho que ha nadie se puede llamar sabio
(sophos), sino en el mejor de los casos, philo-sophos, “el que busca afectuosamente la sabiduría”.
Platón parece haber aceptado este relato como una declaración de principios, pues, en efecto, lo
esencial del filosofar reside en él en alcanzar una sabiduría, no obstante el hecho que jamás la
podemos “poseer” por principio, mientras nos encontremos en el estado de la existencia física.
Es tan imposible lograr esta sabiduría, como transponer el abismo entre los dioses y los
humanos. Ni siquiera Solón y Homero pueden ser llamados “sabios” (“este epíteto sólo es
apropiado para un dios”) más, por otra parte se sostiene que “ninguno de los dioses está
filosofando”. Quizás uno no quede demasiado asombrado al enterarse que tal pronunciamiento
provenga de Platón, de por sí un tanto sospechoso como “pensador religioso”. Pero también
Aristóteles, el fundador de una filosofía “científica”, ha dicho que la pregunta: “¿Qué es algo real?”
(la pregunta por la naturaleza de la “ousia”) “ha sido y sigue siendo repetida eternamente”, ya que
nunca puede ser contestada por los humanos. En otra parte, Aristóteles declara que esta pregunta
requiere una respuesta que sólo Dios, de todos modos Él en primer término, sabe dar. (En
consecuencia, Aristóteles ha llamado “teología” a la metafísica, la filosofía en sentido primario).
Este primer elemento del concepto primitivo de la filosofía significa, brevemente dicho,
nada más que una relación, por principio libre de prejuicios, con la teología, vale decir una
predisposición metódica para esta última.
Casi todos los diálogos de Platón demuestran que él comprendía así el pensar filosófico.
Por ejemplo, en el Symposion pregunta: “¿Qué es, en el fondo, el Eros?”. Contesta tanto el
sociólogo (Pausanias) como el biólogo (el médico Eryximacos). Luego le toca dar su opinión a
Aristóteles, quien afirma que no se puede decir nada acertado acerca de lo esencial del Eros, a
menos que se sepa algo de lo que sucedió al hombre en su desarrollo espiritual de épocas
pretéritas. Después Aristóteles relata el mito del pecado original, de la caída del hombre y del
castigo que sufre. Y, finalmente, Sócrates da a conocer la enseñanza del Eros, que Diotima, la
sacerdotisa de Mantinea, le habría confiado como una sabiduría de misterios, una especie de
“teología mística” (“... y Diotima dijo: Yo, empero, lo creí”). En el Menon: Después de que la
discusión sobre la naturaleza de la enseñanza y del estudio hubo terminado en un callejón sin
salida, Sócrates opina que ahora resulta imprescindible “dirigirse a quienes sean sabios en los
asuntos divinos”. En el Fedon: Pregúntase si el hombre sea de una especie tal que podría disponer
de sí mismo con libertad tan absoluta que hasta estuviese facultado para darse la muerte. La
contestación “No” se funda en un fallo de los Misterios, según el cual los humanos viven cual
guardianes sobre un atalaya y en la tradicional idea religiosa, de acuerdo a la cual la humanidad es
uno de los rebaños de los dioses. Yo trato de imaginarme cuál habría sido la respuesta de Platón si
alguien, palmeándole el hombro, le hubiese dicho que ésta ya no era filosofía “pura”, sino que se
había invadido un terreno extraño, vale decir el de la teología. Es de suponer que Platón habría
contestado que no se interesaba por la filosofía, sino por la sophia, la sabiduría, y por una
respuesta a la pregunta que trata de hallar las raíces de las cosas. Platón diría, según mi
presunción, que precisamente este interés le pareciese idéntico con la filosofía, y luego preguntaría,
a su vez: Si tu rechazas la información del mito como algo extraño al asunto, ¿cómo quieres que yo
te crea seriamente empeñado en la exploración de las raíces de todas las cosas?
¿Y cuál es la actitud de Aristóteles? Uno de los resultados más emocionantes del libro
clásico de Werner Jaeger sobre Aristóteles me parece ser la conclusión que también detrás de la
ontología tanto más “científica” de la metafísica está el credo ut intelligam.
Sócrates, preguntado por su interlocutor sofístico quiénes son “los sabios en los asuntos
divinos” y “dónde se los puede encontrar”, no titubea un solo momento... y, por consiguiente,
Platón no lo hace tampoco. Si se planteara la misma pregunta hoy a un hindú culto, pero no
formado en la órbita de la civilización occidental, la respuesta no sería menos precisa y
sobreentendida. Dentro del campo de acción de la civilización occidental, empero, sólo el
cristianismo es capaz de contestar esta pregunta, mientras los modernos europeos y americanos
secularizados no saben qué significa exactamente “sabiduría en asuntos divinos”, ni dónde o en
quienes se la podría hallar.
Con esta afirmación hemos llegado a un punto desde el cual se vislumbra nuestro
verdadero tema: el dilema de una filosofía que ignora el mito y la teología y que, no obstante, aun
pretende ser “filosofía” en el sentido de Pitágoras, Platón y Aristóteles.
Antes de entrar de lleno en la materia, permítaseme una palabra sobre la “filosofía
cristiana”. Si el concepto primitivo de la “filosofía” incluye per definitionem la predisposición
metódica para la teología, si “filosofar” implica forzosamente la contemplación de un asunto
dentro del horizonte de la realidad global, abarcando a “Dios y el mundo”, si, finalmente, philo-
sophia es la búsqueda afectuosa de una sabiduría que sólo Dios posee con absoluta amplitud
(¡todos estos elementos no son propios del concepto de la filosofía cristiana sino el antiguo
platónico-aristotélico!), ¿cómo podría la idea de la sabiduría, la única capaz de aplacar la sed
intelectual del hombre, jamás precisar una rectificación esencial o una adaptación al “progreso” de
los tiempos cambiantes? Si éste es el aspecto del concepto primitivo de filosofía, entonces la
“filosofía cristiana” es en éste nuestro mundo occidental sencillamente la forma genuina, necesaria
y natural de la filosofía.
Si, por otra parte, es exacto que toda verdad y sabiduría que para Pitágoras, Platón y
Aristóteles contiene la tradición mítica hayan sido olvidadas y perdidas, o bien fundidas en el
crisol de la enseñanza cristiana, donde quedaron “conservadas”, ¿no llegamos entonces a la
conclusión que la filosofía sólo nutriéndose de la teología cristiana puede preservar aquella
armonía de la interpretación del mundo que distinguía a la filosofía clásica de la antigüedad
gracias a su cercanía con el mito?
Aquí estoy preparado a oír la acotación: ¿No es sencillamente absurdo afirmar que no
exista filosofía no cristiana que merezca realmente ser llamada filosofía? Yo respondería como
sigue: Concretada así, la idea resultaría extremadamente enrarecida, pero decidir si se puede
llamarla “absurda” sólo será posible cuando hayamos aclarado qué es lo que comprendemos como
“filosofía”, “cristiano” y “no cristiano”.
En lo que al primer punto concierne existen, sin duda, ciertas formas de filosofía moderna
que expresamente declinan ser filosofía en el sentido antiguo, por lo que no pretenden en serio
merecer esta denominación. Creo que éste es el caso con respecto a determinadas manifestaciones
de la logística que no quieren ser otra cosa sino una exacta ciencia especializada que sólo interese
al experto, pero no al mundo entero, vale decir, no a todo ser humano que sepa pensar.
Mucho más difícil es establecer cuándo una filosofía ha de ser llamada “cristiana” o “no
cristiana”, respectivamente. Para un individuo que pertenece a este nuestro mundo occidental
parece demasiado difícil eliminar completamente las premisas emanadas de la tradición cristiana
para que uno pueda sostener que su pensamiento filosófico sea lisa y llanamente “no cristiano”, i.e.
no moldeado de ninguna manera por la influencia ejercida, aunque sea en forma disimulada, por
aquel contrapunto teológico.
Hase dicho: “Philosophy is at present under a double Threat: of being draines of all
humanistic value by reduction to semantica and logic, or being swallowed by obscure, ambigous
and inadequate theology. The left-liberals in philosophicle thought need to meet this challenge by
formulating a philosophy that avoids both dangers”. Estoy plenamente de acuerdo con la
significación de la primera fase, máxime cuando ésta parece sostener implícitamente que no toda
teología ha de ser “oscura, ambigua e inadecuada”. Pero si los izquierdistas liberales del
pensamiento filosófico estarán en condiciones y con ganas de aceptar una teología “no oscura, no
ambigua y adecuada”, es lo que me permito poner en duda. Pues precisamente en esto consiste el
dilema de una filosofía no cristiana.