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El hecho de que algunos padres consideren a sus hijos como un regalo divino provoca que los
adoren hasta tal punto que no les hagan asumir responsabilidades en casa, que los malcríen y
que les transmitan que todo lo que hagan o digan siempre es perfecto El niño, ante estas
circunstancias, aprende que es especial y superior, que debe ser tratado con distinción sin tener
que hacer nada para ello, que puede esperar el sometimiento de otras personas consideradas
como menos especiales y que está en su derecho a que se le elogie por cualquier cosa que hagan.
A menudo estos niños generalizan ese aprendizaje a otros ámbitos fuera de la familia, esperando
todos esos comportamientos complacientes de las otras personas con las que se van
relacionando cotidianamente, convirtiéndose en extremadamente egoístas y narcisistas en sus
expresiones de amor y emociones.
Cuando el niño sale del ámbito familiar, después de haber sido tratado como se ha señalado
anteriormente, se forma expectativas por las que, si no es tratado de forma similar en otros
ámbitos, desarrolla destrezas para manipular y explotar a los demás y para recibir la atención
especial que él cree merecer. Además de aprender a obtener refuerzos por ellos mismos, dada
su auto admiración, también aprenden que los demás son inferiores y pueden ser explotados,
obteniendo de esta forma más refuerzos. En ocasiones forman grupos de "admiradores" a los
que instruye para ser solícitos y sumisos. Se ha comprobado que esas clases de recompensas
son lo suficientemente poderosas como para mantener los comportamientos que dan lugar a
ellas, por lo que, este estilo de personalidad que frecuentemente se inicia en la infancia, puede
ir desarrollándose y manteniéndose a lo largo de la vida adulta.