Professional Documents
Culture Documents
América del Sur, c. 1870-1930. Traducción Jordi Beltran y Neus Escandell. Barcelona: Crítica,
1992, p. 118-134.
“La economía estaba basada en la explotación extensiva del ganado bovino criollo. […].
La importancia que había llegado a alcanzar el comercio en este país productor de materias
primas y alimentos era un tanto excepcional” (BETHELL, 1992, p. 118).
“La espina dorsal de las clases altas uruguayas estaba constituida por terratenientes,
capitalistas y prósperos comerciantes, entre quienes figuraban numerosos extranjeros
residentes. […].Las clases medias, sumamente débiles en el interior, crecieron con mayor fuerza
en Montevideo gracias al comercio y a los comienzos de la actividad manufacturera. La
industria de la salazón de la carne había contribuido a la formación de un pequeño contingente
obrero, pero el grueso de las clases asalariadas dependía de los ganaderos y, en calidad de
peones o trabajadores zafrales, vivían en asentamientos diseminados por las inmensas
estancias” (BETHELL. 1992, p. 119).
“La afluencia del capital extranjero, principalmente británico, era ya apreciable. […]
dan el tono a ese movimiento que se afianza después de 1870, cuando los ingleses adquieren
ferrocarriles e importantes compañías de servicios públicos urbanos” (BETHELL, 1992, p.
120).
“Al filo de 1870 la situación económica del Uruguay revelaba un cuadro de aparente
prosperidad” (BETHELL, 1992, p. 120).
“Con el alzamiento del caudillo blanco Timoteo Aparicio comienza en 1870 la ‘guerra
de las lanzas’, que fue un intento del Partido Blanco por recuperar al menos parte del poder que
los colorados monopolizaban. Las acciones militares se arrastraron durante dos largos años y
en abril de 1872, al firmarse una paz negociada, surgió un nuevo grupo político desprendido de
los partidos tradicionales. La fracción ‘principista’ estaba integrada por intelectuales y
universitarios, hijos de las familias más antiguas, que, sin embargo, ya no eran las más ricas.
Defendían con obstinación un orden político inspirado en ideas ultraliberales, que invocaban
una desconfianza sistemática frente al Estado y la vigencia sin restricciones de los derechos
individuales” (BETHELL, 1992, p. 120).
“Las tendencias menos renovadoras de los partidos tradicionales triunfaron en las
elecciones de finales de 1872, pero ello no impidió que los líderes principistas accedieran al
Parlamento, que permanecería bajo su influencia hasta 1875” (BETHELL, 1992, p. 120).
“La autoridad de los pequeños caudillos rurales quedó, de hecho, anulada por las
drásticas medidas de la autoridad central, que pacificaron la campaña y promovieron la
aplicación del orden capitalista a la economía ganadera mediante una justicia primitiva, pero
eficaz. No obstante, al amparo de la misma se equiparaba a los delincuentes con los
desocupados del campo, marginados por el alambramiento y por el nuevo estatuto de la
estancia-empresa. Para afianzar esas brutales transformaciones se reafirmaron los derechos de
propiedad de los terratenientes mediante un cuerpo de leyes y reglamentos que complementaron
el alcance del nuevo Código Rural (1876)” (BETHELL, 1992, p. 121).
“En adelante, y durante casi un siglo, las fuerzas armadas y los colorados convivieron
mediante una tácita alianza que aseguró ventajas a los militares y al mismo tiempo neutralizó
toda posible aspiración de éstos a alguna forma más directa de participación; junto a otros
factores, dicho entendimiento contribuyó a la estabilidad política subsiguiente y, a la larga,
resultó una efectiva garantía del orden institucional” (BETHELL, 1992, p. 122).
“Pronto resultó claro que la vuelta al gobierno civil era, en realidad, el instrumento de
una nueva opresión —la del poder presidencial— legitimada por una fachada democrática. Con
el ascendiente de los caudillos en suspenso y el ejército de nuevo en sus cuarteles, el gobierno
disponía de considerable poder para ejercer un alto grado de coacción política” (BETHELL,
1992, p. 124).
“Los orígenes de la crisis de 1890 fueron complejos. Tras la caída de Santos, la favorable
situación internacional estimuló la afluencia de capitales argentinos que, en manos de audaces
financieros atraídos por las ventajas del mercado uruguayo, ensancharon repentinamente los
horizontes del crédito. En ese contexto, la fundación del Banco Nacional (1887) por parte de
capitalistas extranjeros con la participación nominal del gobierno, contribuyó a un alza de
precios que impulsó el boom financiero previo al crack de 1890. […]. La quiebra del Banco
Nacional en 1891 y la negativa del mercado a aceptar sus billetes de banco supusieron, al igual
que en 1875, una derrota para el gobierno. Asimismo representaron un triunfo para el grupo
‘orista’, integrado principalmente por comerciantes e inversionistas extranjeros cuyos intereses
estaban vinculados al oro y que por lo tanto no aceptaban ninguna otra base monetaria. La
victoria de esta oligarquía financiera le otorgó el monopolio de la oferta de créditos durante los
cinco años siguientes. Tal privilegio, gestado sobre las ruinas de la crisis, volvió a poner
condiciones de usura para los préstamos al sector rural, como en tiempos muy anteriores. La
fundación del Banco de la República en 1896 puso fin al monopolio, pero el éxito — que
favorecía a los terratenientes, los pequeños comerciantes, la aristocracia venida a menos y las
masas populares — sería sólo parcial. Lo único que consiguió entonces el Banco estatal fue que
el crédito estuviera oficialmente a disposición de los grupos hasta entonces excluidos casi por
completo de sus ventajas. Se había dado un paso importante, pero la tradición de una moneda
convertible basada en el oro, a la cual se había adherido la nueva institución, permaneció
intacta” (BETHELL, 1992, p. 124-125).
“La insurrección de 1897 invocó, una vez más, la protesta de los blancos excluidos del
poder, pero es importante tener presente el trasfondo social de la revuelta. Desde el decenio de
1870, cuando comienza la modernización acelerada en las estancias tradicionales, los cambios
tecnológicos habían dejado indefensa a la clase trabajadora rural. El cerramiento de los campos,
la mecanización de las faenas y la mejora de los transportes causaron una aguda desocupación,
sin olvidar que la crisis de 1890 había asestado un duro golpe al sector ganadero. En 1891, en
los departamentos productores de ganado, el ratio entre el trabajo y la tierra era de un peón por
cada 1.000 hectáreas. El paro, la vagancia, la pauperización, el éxodo de las zonas rurales, el
descenso de los salarios reales, el hambre y la mendicidad redujeron a los trabajadores rurales
a condiciones de miseria” (BETHELL, 1992, p. 125-126).
“Este último conflicto civil, sangriento e inmensamente destructivo, duró nueve largos
meses y estalló cuando comenzaba a creerse que las guerras entre partidos políticos ya habían
sido definitivamente superadas. En realidad, fue aquel un enfrentamiento entre dos países que
aún coexistían dentro de fronteras. Uno, principalmente blanco, exigía libertad electoral y una
democracia política completa, pero también incluía a los estancieros más tradicionales que
seguían apacentando ganado criollo, negociaban con el saladero y aceptaba aún el paternalismo
de los caudillos para con sus peones. El otro Uruguay, predominantemente colorado, defendía
el principio de un gobierno unificado, pero también representaba el nuevo país de la cría de
ovejas, el ganado mejorado que el frigorífico permitía colocar en el mercado británico, además
del terrateniente como hombre de negocios capitalista” (BETHELL, 1992, p. 126).
“Desde que fue elegido por primera vez, en 1903, hasta su muerte, acaecida en 1929,
José Batlle y Ordóflez dominó la vida política de Uruguay. Dos veces presidente (1903-1907 y
1911-1915), su autoridad se debió en gran parte a que supo conciliar las aspiraciones de la
burguesía modernizadora con los reclamos de las clases populares. […]. En pocos años logra
introducir en el viejo partido histórico que integraba — el Colorado — cierto contenido
doctrinario en torno al cual se irá conformando una compacta alianza de grupos e intereses
predominantemente urbanos (incipiente burguesía industrial, sectores medios y estratos
populares), en buena parte de reciente origen inmigratorio” (BETHELL, 1992, p. 127).
“[…] se fundaron ciertas empresas estatales con el fin de asegurar, o al menos disputar,
el control de ciertos sectores de la economía que tradicionalmente eran dominados por el capital
europeo, tales como los seguros, los ferrocarriles, los teléfonos y la destilación de alcohol. El
Estado también penetró en el sector financiero y nacionalizó por completo el capital del Banco
de la República […]” (BETHELL, 1992, p. 129).
“[…] los estrechos intereses de clase que unían a los grandes terratenientes con los
banqueros, comerciantes e inversionistas extranjeros les empujaban a expresar desconfianza y
más adelante alarma ante las propuestas del gobierno, lo que pronto dividió al país en dos
bandos irreconciliables. Las clases sociales que se proclamaban orgullosamente
‘conservadoras’ empezaron a identificarse con la defensa de un orden social amenazado,
prescindiendo del color partidario. En tales circunstancias, el debate en torno a la Constitución
colegiada no fue simplemente un acuerdo acerca del sistema presidencial, sino que, de hecho,
vino a implicar el apoyo o el rechazo de todo un programa de reformas impulsado desde 1903”
(BETHELL, 1992, p. 130).
“El sucesor de Batlle en la presidencia, Feliciano Viera, seguramente influido por dicho
resultado, anunció que se interrumpiría el programa de reformas sociales” (BETHELL, 1992,
p. 130).
“El censo departamental de 1900 señalaba que un 30 por 100 de la población global
residía en Montevideo. Semejante proporción era también el resultado de un distorsionado
proceso de concentración urbana. La desocupación en el interior, la ausencia de normas
protectoras del trabajo, con jornadas ilimitadas de trabajo y deprimentes condiciones de vida
(dos tercios de la población rural era analfabeta en 1900) mostraban un trabajador sometido a
una verdadera relación de dependencia personal frente al estanciero, que aún podía ejercer
coacción en tiempos de guerra civil, movilizándolo bajo la divisa de su caudillo. Al mismo
tiempo comienza a detenerse el proceso de penetración de los extranjeros en el medio rural, una
vez que la clase de los terratenientes conquista las garantías de seguridad e incorpora los
adelantos tecnológicos (necesarios para dominar el sector exportador). A fines del siglo xix —
como señalara Germán Rama —, la ausencia de tierras públicas y la consolidación de la clase
alta rural impusieron a los inmigrantes una barrera infranqueable para acceder a la tierra”
(BETHELL, 1992, p. 131).
“La clase trabajadora uruguaya alcanza su madurez política en estos años, culminando
una tradición de luchas que se remonta a las últimas décadas del siglo pasado. Su organización
fue alentada por el apoyo decidido del presidente Batlle, promotor, como se ha visto, de una
avanzada legislación tutelar del trabajo” (BETHELL, 1992, p. 131).
“La primera guerra mundial hizo prosperar la economía uruguaya a partir del boom
exportador de sus productos agropecuarios. Asimismo, la industria local y el consumo de
artículos manufacturados en el país crecieron considerablemente […]. Defraudando las
expectativas de los ganaderos, el final de la guerra clausuró la coyuntura próspera y legó un
periodo de severas dificultades para la colocación de carnes, caracterizado por bruscas
oscilaciones en la demanda externa. En este cuadro, el capital norteamericano, a tono con el
dinamismo de la prosperity, emprende una vigorosa ofensiva en la región del Plata, favorecida
por el estancamiento industrial británico y su decaída competitividad, aun en los mercados que
le eran propios. Desde fines de la guerra, los signos expansivos no dejaban lugar a dudas. En
materia de comunicaciones se establecen o se consolidan líneas marítimas regulares, se
organizan servicios telegráficos directos desde Nueva York al Plata, al tiempo que las agencias
de noticias del norte comienzan a penetrar en los servicios informativos de las prensas argentina
y uruguaya” (BETHELL, 1992, p. 132).
“El comercio de Estados Unidos con Uruguay opera sobre una base de escasa
reciprocidad. La producción primaria uruguaya (lanas y cueros, básicamente) es en todo caso
competidora de la norteamericana, y sus exportaciones no son alentadoras” (BETHELL, 1992,
p. 132).
“La inmigración, que había cesado virtualmente con la gran guerra, se reanudó con
fuerza en el decenio siguiente. Entre 1919 y 1930 entraron en el país casi 200.000 extranjeros.
[…]. Los recién llegados incorporan un mosaico de nacionalidades, resultado de las penurias
económicas y los reajustes políticos ocasionados por la guerra. Aparte de la tradicional
afluencia de españoles e italianos, se sumaron polacos, rumanos, bálticos, serbios y croatas,
alemanes y austríacos, sirios y armenios, todos los cuales contribuyeron a un proceso de
diversificación cultural y religiosa; los judíos llegaron en número significativo y generalmente
avanzaron desde el punto de vista económico, formando una comunidad laboriosa y unida. La
distribución laboral de los recién llegados la dictaba la pauta de la demanda de mano de obra.
La industria frigorífica, las fábricas de textiles y de muebles, los talleres mecánicos pero, sobre
todo, las faenas de distribución absorbieron esta nueva mano de obra y el pequeño volumen de
ahorros que trajo consigo. Invariablemente preferían instalarse en Montevideo y ejercieron una
influencia importante en el proceso de urbanización. […]. La capital seguía siendo el centro
aglutinante de población y de riquezas: ‘bomba de succión’ la calificaba no sin rencor un
estudioso de la época, Julio Martínez Lamas, aludiendo a la situación de privilegio que en su
opinión Montevideo detentaba” (BETHELL, 1992, p. 132-133).