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LA ESTRELLA QUE CAMBIA DE COLOR

La otra noche me asomé a la ventana, eran las 2 de la madrugada, más o menos. El insomnio me
atacó con todo lo que tenía, logre divisar en el lejano y oscuro cielo un punto que alumbraba,
pensé “cómo es posible que nadie se maraville ante esto a ésta hora”, me senté al orillo de mi
cama a reflexionar, la reflexión tomó color y sabor a recuerdo, dejando también en mi habitación
un ficticio aroma a olvido y abandono; durante diez minutos en el espacio fluyeron mis lágrimas,
una de ellas brilló en el suelo, así que tomé la decisión de volver a asomarme a la ventana, detallé
la estrella y se tornaba roja, azul y blanca por momentos, inclusive a veces la perdía de vista como
si ésta no existiese. Esa estrella era comparable con tanto en el mundo, con tramos y pasajes de mi
vida solo y mi vida contigo.

Difícil de explicar toda esa situación, en medio de la noche sentía los gritos de un hombre
desesperado, adolorido y moribundo, logré observar a aquel hombre, un tipo barbudo,
descuidado, lograba notar sus huesos, tenía una cicatriz en su mano derecha y uno de sus ojos más
cerrado que el otro (el derecho para ser más exactos), apoyado sobre el costado izquierdo de su
cuerpo gritaba desgarrándose por dentro (no pude evitar llorar al escuchar todo eso), pasó por mi
cuerpo un escalofrío, acto seguido me pase las manos por los ojos, apretando un poco la nariz y
limpiándome los restos del trasnocho. La causa del escalofrío era simple, me identifiqué con ese
hombre, que gritaba al cielo “Déjame en paz al menos en el momento de mi muerte, déjame
agonizar sin sentirme miserable”.

Pasado el suceso de aquel hombre volví a mirar al cielo y la estrella que captó mi atención ya no
estaba en ese lugar, ya había girado unos cuantos grados nuestro planeta para entonces, pero no
fue difícil encontrarla, ya se me había olvidado la hora que era, perdí la noción del tiempo
observando elevado aquel cuerpo celeste, decidí compararlo con lo que había entre nosotros,
color por color.

El color blanco me recordó a la paz que sentíamos al estar juntos, esa sensación tan incomparable
e indescriptible, algo que solo los dos experimentábamos, además, que en el blanco se contienen
todos los colores, ese pigmento es especial, porque así éramos tu y yo, éramos la suma de todo, lo
bueno y lo malo; El color rojo irónicamente no era la pasión, como se podría creer y generalizar, el
rojo era el color de nuestras peleas, a pesar de la unión había discordia, pero era nuestro color
preferido; el color azul, era el color de nuestros sueños, las ganas de estar los dos contra la vida y
el mundo, nos sentíamos fuertes cuando estábamos juntos; y el sorpresivo color negro, ese color
simboliza nuestra ausencia, la de ambos en ambos, pero un mundo sin color negro no existe, pues
más que un color es la ausencia de ellos, por eso nosotros nos quedamos en negro, un cielo sin
estrella alguna… o debería decir, un cielo de estrellas negras.

Tras unas cuantas horas de recordarte, de mirar el cielo mojado, y de respirar el aire caliente
decidí acostarme, pues si de lamentos viviera no tendría miedo de la muerte. Y que, así como esa
estrella somos tu y yo, cambiamos de color, de posición, y como el universo esta en eterna
expansión va a ser difícil volver a encontrar una estrella como tú ya sea por los colores, las
temperaturas o peor aún, tus maldiciones.

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