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capitalistas
La producción frutícola en el Valle de Río Negro y Neuquén tiene más de cien años. Produce un
noventa por ciento de las frutas de pepitas del país. En las últimas décadas ha sido golpeada por
recurrentes “crisis”. En la actualidad se encuentra ante una nueva encrucijada en la que no se
avizora un próspero horizonte. Distintos diagnósticos llegan a la población mediados por los
principales medios de comunicación. Las políticas gubernamentales destinadas a esta actividad
económica regional han centrando su objetivo únicamente en la búsqueda de competitividad
dentro del mercado internacional de frutas. Ante este panorama, la representación socio
económica y cultural de la actividad corre serios riesgos.
En la provincia de Río Negro las cosas no son tan distintas, Alberto Diomendi, fue Secretario de
Fruticultura de la provincia desde el 2014, este año ascendido a Ministro de Producción. Es uno
de los mentores del programa de políticas públicas para el sector rechazado por las Cámaras de
productores, ques además han solicitado la renuncia del funcionario por retención de recursos
destinados a los productores. Productor de origen, ex funcionario del INTA en la región, el
actual Ministro no improvisa, muestra una reedición de caminos en lo que el norte es la
competencia dentro del mercado internacional.
Concentrada y desigual
Según el informe de “Cadenas de valor” realizado en diciembre del 2016 por la Secretaría de
Política Económica y Planificación del Desarrollo de Nación, los productores del sector primario
en 2015 ascendían a 2.276 productores y 4.076 establecimientos. Quienes poseen más de 100 ha
representan tan solo un dos por ciento de la masa de productores y concentran el 36 por ciento
de las tierras. La franja de productores que oscilan entre las 50-100 ha, concentran un ocho por
ciento de las tierras y representan un tres por ciento de los productores. Si sumamos estas dos
damos cuenta de la alta concentración existente, un cinco por ciento de los productores poseen la
mitad de las tierras productivas. Esto tiene como contracara a los pequeños donde más del
cincuenta por ciento de ellos tiene menos de 10 ha y ocupan un total del catorce por ciento de las
tierras productivas. Estos datos corresponden a las provincias de Mendoza, Neuquén y Río
Negro en donde se concentra la producción nacional de frutas de pepita. El caso rionegrino es el
de mayor incidencia, con un 70% de la producción de peras y manzanas, el porcentaje de
producción restante se divide entre las otras dos provincias de manera equitativa.
Productores y trabajadores
El surgimiento de la actividad frutícola resulta de una política de Estado que busca asentar la
población migrante europea en el territorio a la vez que fortalece los excedentes del capital
inglés. Lo hace de la mano de una forma social de producción “híbrida” en su composición
capital-trabajo (familiar) que denominamos teóricamente “producción familiar capitalizada/
chacarera”. Su lógica de participación en el mercado los diferencia de las empresas agrarias
típicamente capitalistas tanto desde el punto de vista teórico como en la práctica. Estas unidades
podían continuar produciendo en momentos de crisis económicas, a costa del aumento en la
autoexplotación de su fuerza de trabajo.
Este tipo social agrario, chacarero, accede a la propiedad de la tierra mediante créditos. A lo
largo del Siglo XX adquiere protagonismo económico y simbólico en las localidades frutícolas
del Alto Valle. No obstante, en la década del ‘60 el proceso de transnacionalización y
modernización excluyente que se inicia en la cadena marca un punto de inflexión irreductible en
sus condiciones de reproducción social. El deterioro de las mismas se expresa desde entonces en
procesos de descapitalización, exclusión y diversificación laboral.
Entre 2008 y 2016 se produjo una disminución del ocho por ciento de la superficie productiva
(Anuario Estadístico 2016, Senasa), en tanto que en ese mismo lapso de tiempo se da una
disminución de más del 50 por ciento en la cantidad de productores1. Más allá de la diferencia
metodológica entre instituciones para establecer los criterios de identificación de la figura de
productor (explotaciones agropecuarias-unidades productivas), es alarmante la cantidad total de
productores -más del 50 por ciento- que desaparecen de la actividad en las últimas cuatro
décadas. Ese dato cristaliza un proceso de exclusión cuya incidencia es más fuerte en los rangos
de explotaciones que se encuentran por debajo del umbral de capitalización (unidad productiva),
que en los últimos años se calculaba estimativamente en las 30 ha.
1
Para 2008 el Censo Nacional Agropecuario (CNA) refería la existencia de 5.547 productores en la provincia de Río
Negro, en tanto que el Senasa en 2016 precisaba que eran 1962.
Anuario Estadístico 2016. Senasa.
Por otro lado, el avance de la frontera extractiva petrolera presiona, junto al loteo para el negocio
inmobiliario, sobre las tierras productivas, deteriorando su capacidad (Álvarez Mullally, 2015:
51). El arrendamiento de las chacras responde a estrategias individuales de algunos chacareros
frente a la mencionada coyuntura. Emerge como posibilidad “superadora” del uso de la tierra y
conlleva una transformación del perfil de quienes detentan la propiedad de esa tierra: de
productor agrario a rentista . El impacto social en el cambio de uso de la tierra es significativo y
se expande en el paisaje local como modalidad de salida individual a la descapitalización
agraria.
En relación con el empleo de mano de obra, la fruticultura se ha caracterizado por ser una
producción altamente demandante a lo largo de todo el ciclo productivo, determinada por la
extensión de la parcela y la estacionalidad de los trabajos (Trpin, 2008). Para los/as
trabajadores/as el impacto de las nuevas condiciones también es sensible. Un nuevo proceso de
reestructuración de la cadena impone nuevas exigencias de calificación, contratación y
disminución de la oferta de trabajo en chacra. Las condiciones de vida de sectores que
históricamente se asentaron en el Valle para la realización de estas tareas como medio de vida se
ven una vez más amenazadas por una actividad primaria en declive y una actividad extractiva
que gana espacio productivo a la vez que no contrata este tipo de fuerza de trabajo, sino que
integra un circuito de fuerza de trabajo que decide no incorporar mano de obra que pertenezca a
la localidad.
YPF se ha dado políticas para lograr consensos que permitan avanzar sin grandes problemas.
Para algunos productores, la idea de convivencia y “fracking seguro” les permite hacer negocios
sin culpas. Por otro lado, para algunas organizaciones sociales, partidos políticos, ambientalistas
y vecinas y vecinos en territorios afectados la convivencia de estas actividades es imposible.
Además de la contaminación, se hace hincapié en el desequilibrio económico que se genera, ya
que las economías de enclave producen inflación, aumentos de demandas temporales, aumentos
de la mercantilización de la vida y un sinnúmero de consecuencias para la reproducción social
que complejizan y fragmentan el tejido social local. El debate de la convivencia entre la
actividad extractiva y la fruticultura es una ficción.
Fuentes consultadas:
Álvarez Mullally, Martín (2015) Alto Valle perforado: el petróleo y sus conflictos en las
ciudades de la Patagonia Norte. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ediciones del
Jinete Insomne.
Trpin, Verónica (2008) La jerarquización actual del mercado de trabajo frutícola: chilenos y
"norteños" en el Alto Valle de Río Negro. Trabajo y sociedad; Lugar: Santiago del Estero; Año:
2008 vol. X p. 1 - 1