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Definiciones y tensiones en la formación

de una Historiografía sobre el pasado reciente


en el campo académico argentino

Luciano Alonso
Universidad Nacional del Litoral

Es sabido que abundan los análisis (y las dudas) sobre el estatuto epis-
temológico de aquello que se da en llamar Historia reciente, inmediata, del
tiempo presente, actual, fluyente (current) o coetánea, denominaciones de
ningún modo equivalentes pero equiparables en su pretensión de definir el
conocimiento sobre una temporalidad en la que los investigadores mismos
se encuentran inmersos. Al mismo tiempo se indaga desde muy variados
enfoques la relación de ese espacio disciplinar con las memorias sociales,
en una bibliografía que no sólo ya reconoce sus clásicos sino que además
crece exponencialmente y tiende a girar sobre tópicos repetidos.

En el ámbito historiográfico argentino ya se está produciendo desde ha-


ce años una reflexión acerca de lo que se da en llamar un nuevo «campo
en construcción», y ese es el subtítulo de un texto compilado por Marina
Franco y Florencia Levín que reúne importantes contribuciones y que se
ha convertido en foco de discusiones al respecto1. Sin intención de bucear
en la multitud de facetas que presenta la cuestión, en las presentes pági-
nas quisiera esbozar algunos aspectos de lo que considero problemas de
definición y tensiones emergentes en ese espacio intelectual, con el escaso
auxilio de ciertos recursos empíricos y críticos. No voy a preocuparme, en
consecuencia, por lo que se consideran habitualmente elementos contro-
versiales en el plano metodológico, como el estatuto de las fuentes orales,

1  Marina Franco; Florencia Levín (comps.). Historia reciente. Perspectivas y desafíos de un campo en
construcción. Buenos Aires: Paidós, 2007.

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la disponibilidad o restricción de fuentes escritas o la relación entre me-


moria e Historia, sino por algunos aspectos que hacen a la misma identi-
ficación de un espacio académico cuya entidad es defendida por distintos
actores y del cual yo mismo participo.

Para facilitar la presentación de interrogantes y de algunas respuestas


provisionales, abordaré cuatro dimensiones que sugieren problemas de
delimitación o evaluación y que refieren: (i) a la definición de la Historia
reciente como una práctica propia del campo académico —con un mayor
desarrollo en función de una mayor profusión de citas—; (ii) a la asociación
entre Historia reciente y trauma social; (iii) a la pretensión de renovación
historiográfica en la práctica de la Historia reciente; y (iv) a la identificación
de un campo o subcampo en formación —con mucho menor profundidad
por remitirme a otros trabajos—. Seguramente los asuntos que traigo a co-
lación no son exclusivos del ámbito argentino sino que podrían predicarse
de cualquier lugar del mundo occidental, por lo que si los refiero a mi país
es sólo por un mejor conocimiento o incluso por un artificio retórico.

1. La Historia reciente dentro y fuera del campo académico

En Argentina son habituales las intervenciones públicas de historiado-


res que —sin negar la pertinencia de los trabajos de sociólogos, antropó-
logos, economistas u otros cientistas sociales— reclaman un abordaje del
pasado reciente en los marcos del campo académico, distinguiendo clara-
mente la dimensión cívica de la disciplinar. Para situar la problemática que
va asociada a esos reclamos me parece necesario definir qué es lo que po-
demos entender por el «campo académico argentino» al aplicar el término
a un conjunto de los especialistas en la producción del conocimiento sobre
el pasado. No pretendo reiterar planteos sobre la necesidad de construir
a la Historiografía sobre el pasado reciente como un objeto de estudio ni
presentar una indagación profunda sobre el campo historiográfico2, pero
me parece necesario reconocer la importancia de definición de lo que se
comprende incluido o excluido de un espacio de poder simbólico determi-
nado. De mi parte, considero que si bien la labor historiográfica en sentido
estricto supone un trabajo científicamente guiado, hay en toda sociedad
una multiplicidad de lugares de enunciación de «historias» en el sentido
de relatos sobre el pasado con pretensión de veracidad.

2  Cf. sobre ello Hernán Apaza, Por una Historia de la Historia reciente. Propuestas para un programa de
investigación, en esta misma compilación, que incluye además el análisis de algunas propuestas inclui-
das en el texto de Franco y Levín citado en la nota precedente.

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Definiciones y tensiones en la formación de una Historiografía sobre el pasado reciente en el campo académico argentino

Para toda definición de un ámbito de producción de narrativas que


dotan de sentido a lo ocurrido, es relevante un análisis sociológico de los
colectivos que hacen historia. Carentes de información sistemática y limi-
tados a una visión impresionista, sólo podemos por el momento proponer
demarcaciones y posicionamientos que son por lo menos abusivas cuando
no simplistas. Bajo mi cuenta y riesgo, quisiera plantear que podrían re-
conocerse dos grandes grupos especializados en la producción de cono-
cimiento sobre el pasado, con diferencias notables respecto del grado de
profesionalización y del recurso a métodos considerados disciplinarmente
apropiados. Por un lado, un amplio y polimorfo conjunto de historiadores
amateurs vinculados o no a instituciones diversas —cuando cabe, principal-
mente educativas— y de actores con otras adscripciones vinculados a una
producción mercantilizada, cuyos intereses y modos de trabajo son muy
diversos. Por el otro, un no menos complejo espacio de producción histo-
riográfica reconocido como tal por su adscripción institucional, compues-
to principalmente por historiadores u otros profesionales de las Ciencias
Sociales insertos tanto en espacios académicos tradicionales como princi-
palmente en el sistema universitario y científico-técnico.

Digo que esa distinción es abusiva porque las fronteras entre esos gru-
pos no son claras. No sólo se plantean problemas de reconocimiento y po-
sicionamiento relativo, sino que algunos actores individuales o colectivos
pueden participar en más de un espacio. Para citar un ejemplo muy conoci-
do basta señalar que —como lo destacara Oscar Videla en un breve artículo
que le valió la crítica de muchos compañeros académicos— un personaje
tan integrado al ambiente mediático como Felipe Pigna se formó en rigor
en un ámbito académico universitario y puede pretender transferir del
mismo insumos determinados para una actividad mercantil que él entien-
de como divulgación3. Por su parte, diversos profesionales vinculados a
una izquierda partidaria más o menos tradicional cruzan sin duda esos dos
grandes ámbitos, en tanto se desempeñan como docentes universitarios y
poseen una experticia que los habilita para el trabajo disciplinar, pero al
mismo tiempo presentan enfoques que muchas veces tienen que ver con la
aplicación de un cierto «sentido común» más que con prevenciones meto-
dológicas —aunque de seguro lo mismo puede decirse de muchos profe-
sionales con imaginarios derechistas—.

Como fuera y aún reconociendo que no es un problema menor definir


quién está dentro y quién fuera, aludo aquí a un «campo académico» co-

3  Oscar Videla. «Historiografía argentina y divulgación. Reflexiones alrededor del libro Los mitos
de la Historia argentina de Felipe Pigna» en Historia Regional, nº 22. Villa Constitución: Instituto Superior
del Profesorado, nº 3, 2004, p. 146.

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mo un espacio con reconocimiento institucional estatalmente sancionado


que pretende para sí una legitimidad de origen respecto del conocimiento
sobre el pasado y se constituye en ámbitos burocratizados como las uni-
versidades, los centros de estudios del sistema científico-tecnológico y las
juntas de estudios o academias en sentido estricto. Aunque un espacio tan
amplio y tan variado está cruzado por una inmensa cantidad de tendencias
y posicionamientos, es posible admitir que en el caso de la Historiografía,
en los años ochenta y los primeros noventa se asistió a la constitución de
una «nueva ortodoxia» 4. El estallido de los Annales, la denominada «crisis
del marxismo» y el impacto de algunas lecturas un tanto sesgadas de una
bibliografía posmodernista, por otro lado muy aprovechable, promovieron
la construcción fragmentaria de los objetos de estudio, que llegaron incluso
a la negación de todo principio de realidad fuera de la textualidad y una
actitud gnoseológica rayana en el nihilismo.

El resultado fue una serie de narrativas segmentadas y la deslocaliza-


ción social de los objetos de estudio, pero descreo que en realidad todos
los adherentes a esos postulados hayan cambiado radicalmente las formas
de hacer Historia, sino todo lo contrario. Además del impacto de esa nue-
va ortodoxia, Argentina experimentó la reconstrucción de una comunidad
historiográfica a partir de la permanencia de las instituciones republicanas
y de la autonomía universitaria. El oficio del historiador, en el sentido más
antiguo de una relación con los documentos, se impuso como un criterio
muchas veces no expresado. Adicionalmente en la llamada «transición de-
mocrática» la Historiografía se preocupó por evitar el abordaje del pasado
reciente que, sin embargo, era asumido poco a poco como un objeto de re-
flexión por sociólogos, cientistas políticos o especialistas de otras Ciencias
Sociales, con lo cual se intensificó la noción de una distancia temporal res-
pecto de los acontecimientos a historiar.

Tal vez sea defendible que en la actualidad asistimos a una restitución


del carácter abarcador de las narrativas y a una interesante variedad de
abordajes5. Hay sin duda diversos motivos para que las operaciones his-

4  Una mirada entonces preocupada por esas cuestiones, aunque en sentidos diversos del que pre-
sento en estas páginas, en Hilda Sábato. «La Historia en guerra. ¿Hacia una nueva ortodoxia?» en
Punto de Vista, Buenos Aires: nº 51, abril de 1995.
5  Hay que señalar la edición o reedición constante de textos de síntesis, entre los que caben destacar
tres Historias generales en varios tomos (una de ellas continuada para abarcar los tiempos más cercanos
y otras dos nuevas): la Historia Argentina de Editorial Paidós, la Nueva Historia Argentina dirigida por
Juan Suriano bajo edición de Sudamericana y la Nueva Historia de la Nación Argentina de la Academia
Nacional de la Historia editada por Planeta. Para una Historia regional que me toca particularmente,
me permito citar la Nueva Historia de Santa Fe dirigida por Darío Barriera y publicada por Prohistoria /
La Capital. La noción de «novedad» de las tres nuevas colecciones citadas no hace sólo a sus enfoques,
sino muy particularmente al hecho de que abordan la historia reciente. En cuanto a síntesis abarcado-

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toriográficas se hayan convertido nuevamente en modos de producción


de sentido compartido sobre procesos inclusivos y se produce la emergen-
cia de una nueva generación de trabajos que permitirá futuras narrativas
abarcadoras. En ese campo de delimitaciones variables, tensionado por la
lucha por el reconocimiento de los pares o de actores y sectores sociales
muy diversos, la Historia del pasado reciente ha ido ocupando un lugar.
Llamativamente, aún quienes impugnaban su validez hace no más de diez
años, hoy la encuentran habilitada en un nivel equiparable al de cualquier
otro período, si bien con las habituales prevenciones.

Me sería imposible dar cuenta de la totalidad de los aportes que se han


producido respecto de las más variadas cuestiones de este nuevo campo,
pero a partir de lo que constituye mi ámbito de interés puedo ejemplificar
los problemas de distinción a los que aludo y la emergencia de nuevos ob-
jetos propios del pasado reciente a través de un caso concreto, vinculado a
dos investigaciones que he realizado sobre el movimiento por los derechos
humanos en una ciudad del litoral argentino —Santa Fe— y en la comuni-
dad de emigrados argentinos de Madrid6.

Como lo ha expresado recientemente Elizabeth Jelin, se está constru-


yendo un amplio campo de estudios que recibió un fuerte impulso en
las décadas de 1980 y 1990. Ese nuevo ámbito toma a actores tales como
los movimientos sociales como objetos privilegiados, incorpora nuevos
marcos interpretativos que trasvasan los límites disciplinares y constru-
ye actualmente un espacio de consideración de los derechos humanos
y de las violencias políticas y la represión7. Acorde con esa transforma-
ción, la relativa ausencia del tema en el campo historiográfico comienza a
ser saldada con el muy fuerte impulso de grupos de investigación de las
Universidades Nacionales de La Plata, Rosario y Buenos Aires. Al decir de
Oberti y Pittaluga:
«[…] aún cuando no se ha establecido siquiera un debate en torno a qué vehiculi-
za el sintagma «pasado reciente», pareciera existir un acuerdo tácito sobre ciertos

ras, es necesario tener en cuenta un texto de divulgación cuyo impacto es inmenso y que se ha con-
vertido en el sentido común de estudiantes y docentes, cual es la obra de Luis Alberto Romero. Breve
Historia contemporánea de Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, varias ediciones.
6  Luciano Alonso. Defensa de los derechos humanos y cultura política: entre Argentina y Madrid, 1975-
2005. Tesis de la VI Maestría en Historia Latinoamericana, Universidad Internacional de Andalucía, Se-
de Iberoamericana Santa María de La Rábida; y El movimiento por los derechos humanos en Santa Fe: sujeto
local y cambio social en el contexto del sistema-mundo. Tesis de la Maestría en Ciencias Sociales, orientación
Sociología Política, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral. Ambas investigaciones han dado lugar
a ponencias y artículos de cuya cita me eximo.
7  Elizabeth Jelin. «Los derechos humanos y la memoria de la violencia política y la represión: la
construcción de un campo nuevo en las ciencias sociales» en Estudios Sociales. Santa Fe: Universidad
Nacional del Litoral, nº 27, 2004.

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temas o problemáticas que lo habitan (como el terror estatal, los centros clan-
destinos de detención y desaparición; la militancia y la movilización de masas
de los años sesenta y setenta; la resistencia a la dictadura, la emergencia de los
organismos de derechos humanos y los reclamos y luchas contra la impunidad,
entre otros)»8.

En las jornadas nacionales de Historia y Memoria de La Plata, de Espacio,


Memoria e Identidad de Rosario y de Historia Reciente de distintas sedes, cre-
cieron los trabajos destinados a historizar la actividad de los organismos
de derechos humanos, aunque todavía dentro de un marco más general
referente a la cuestión de la relación memoria/historia.

Pero a contrario de lo que Jelin indica respecto de las Ciencias Sociales


en general, la dedicación de los historiadores a esos problemas es mucho
más reciente9. Para tomar un indicador de su ausencia hasta los años 2000
y 2001, puede advertirse que entre las más de 650 ponencias a las Jornadas
Interescuelas y Departamentos de Historia de universidades nacionales ar-
gentinas realizadas en 1999, no hay ninguna dedicada al tema entre las dis-
tintas mesas o simposios relativos a movimientos sociales, Historia del pre-
sente o articulación Historia-memoria. En las Jornadas del 2001 se registra
una única ponencia sobre urgencia, agencia e identidad en la conformación
del movimiento por los derechos humanos, por parte de autoras que ha-
bían explorado problemas vinculados con anterioridad y que también pro-
venían del campo de la Ciencia Política10. Existía sí un abordaje tangencial
del tema en trabajos relativos a la relación Historia-memoria, a la recupera-
ción de la memoria social de la última dictadura militar, a otros movimien-
tos sociales o a movimientos políticos —casi exclusivamente concernientes
al movimiento obrero y a organizaciones político-militares—, que luego
fue creciendo exponencialmente, hasta llegar hoy a ocupar un porcentaje
nada despreciable de las presentaciones y publicaciones como cualquier
otro recorte espacio-temporal consagrado.

La misma emergencia de esos trabajos dejó a la vista una serie de tensio-


nes en la delimitación del campo. En relación con mis propias investigacio-
nes, el que podamos identificar ese lento proceso de construcción discursi-

8  Alejandra Oberti; Roberto Pittaluga. «Temas para una agenda de debate en torno al pasado
reciente» en Políticas de la Memoria. Buenos Aires: CeDinCI, nº 5, 2004/2005, p. 9.
9  En el ámbito de las ciencias políticas hubo un temprano antecedente en la colección Política e
Historia del Centro Editor de América Latina, coetáneo de los trabajos de Jelin y muchos otros y que se
convirtió durante mucho tiempo en una solitaria visión de conjunto: Héctor Ricardo. El movimiento por
los derechos humanos y la política argentina. Buenos Aires: ceal, 1989.
10  Carol Solís; Silvina Oviedo. «Urgencia, agencia e identidad en la conformación del movimiento
por los derechos humanos. Argentina, 1977-1981», ponencia presentada ante las VIII Jornadas Interescue-
las y Departamentos de Historia, Salta, 2001.

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va en ámbitos académicos no quiere decir que no exista ya de alguna ma-


nera una Historia del movimiento por los derechos humanos entendida en
sentido amplio. El movimiento argentino por los derechos humanos tiene
ya una Historia contada por sus mismos actores y, al menos en lo que toca a
organizaciones capitalinas, publicada en distintos trabajos11. También pue-
den incluirse aquí textos no propiamente atribuibles a un organismo pero
que comparten sus interpretaciones o estudios que tienden a reproducir el
discurso de las agrupaciones sin más análisis12.

En el caso particular de la defensa de los derechos humanos en el ám-


bito del exilio, podemos observar similares solapamientos y diferenciacio-
nes. El exilio argentino ha merecido un tratamiento diverso. Los textos en
los cuales quienes lo habían sufrido dejaban testimonio de ello13, dieron
luego paso a otros en los cuales se puso énfasis en el análisis de las con-
diciones y estrategias políticas14. Tal cual lo expresó Marina Franco en el
primer avance de su trabajo de tesis, esos abordajes se situaron preferente-

11  Por ejemplo: Asociación Madres de Plaza de Mayo. Nuestros hijos. Buenos Aires: Contrapunto,
1987; Abuelas de Plaza de Mayo. Niños desaparecidos en la Argentina desde 1976. Buenos Aires: edición
propia, 1990; Arturo Blatezky (comp.). Documentos fundamentales y declaraciones públicas del Movimiento
Ecuménico por los Derechos Humanos, 1976-2002. Buenos Aires: MEDH, 2002; AA. VV., Historia de las
Madres de Plaza de Mayo. Buenos Aires: Madres de Plaza de Mayo, 2003. Una versión publicistica en
Asociación Madres de Plaza de Mayo. «¡Hasta la victoria siempre, queridos hijos!» en Suplemento del
Diario Página/12. Buenos Aires: 6 de mayo de 2007. Para el caso de Santa Fe, el relato de los organismos
se plasmó en medh, amsafe y Acción Educativa, Boletín de la campaña 1999. «Los chicos y las chicas tienen
la palabra». Santa Fe: 1999; con datos luego reiterados en Gabriela Almirón y otros. Los chicos y las chicas
tienen la palabra. Derechos humanos y educación: una construcción colectiva. Santa Fe: Universidad Nacional
del Litoral, 2000.
12  Ulises Gorini. La rebelión de las Madres. Historia de las Madres de Plaza de Mayo. Buenos Aires:
Norma, tomo I (1976-1983) y tomo II (1983-1986), 2006-2007; Miguel Galante. «En torno a los orígenes
de las Madres de Plaza de Mayo y su resistencia al Estado terrorista. Aproximaciones a sus relatos y
significados», ponencia presentada en el II Coloquio Internacional Historia y Memoria. Los usos del pasado
en sociedades posdictatoriales. Universidad Nacional de La Plata: septiembre de 2006 (hay edición del
Programa de Historia Oral de la Universidad de Buenos Aires). Este último texto está realizado y pre-
sentado en el marco de una institución académica, pero su formato lo acerca a la identificación entre
memoria e Historia propio de los relatos testimoniales.
13  V. g. el temprano texto de Alejandro Dorrego y Victoria Azurduy. El caso argentino: hablan sus
protagonista. México: Prisma, 1977, en el que si bien se intentaba documentar mediante entrevistas la
situación argentina no era menos patente su carácter testimonial. En un registro diferente, que combina
entrevistas a exiliados políticos con otras a emigrados que abandonaron Argentina por diversos moti-
vos y en distintas épocas, Ana Barón; Mario del Carril; Albino Gómez. Por qué se fueron. Testimonios
de argentinos en el exterior. Buenos Aires: Emecé, 1995; con la secuela de Albino Gómez. Exilios (Porqué
volvieron). Santa Fe: Homo Sapiens; Tea, 1999. Otros estilos en Carlos Ulanovsky. Seamos felices mientras
estamos aquí. Crónicas del exilio. Buenos Aires: Sudamericana, 2001 y en Diana Guelar y otros, Los chicos
del exilio. Argentina, 1975-1984. Buenos Aires: El País de Nomeolvides, 2002.
14  Un abordaje seminal en ese sentido en Lilian Heker; Julio Cortázar. «Polémica. Exilio y litera-
tura» en Cuadernos Hispanoamericanos nº 517/519, 1993. El mejor exponente de esta veta analítica es
probablemente el texto de Jorge Luis Bernetti; Mempo Giardinelli. México: el exilio que hemos vivido.
Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2003.

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mente en el territorio de la memoria15. Recientemente, el exilio se convirtió


en un objeto de estudio cada vez más frecuentado por una nueva genera-
ción de historiadores y una compilación de artículos editados por Pablo
Yankelevich dio cuenta ya en 2004 de una miríada de investigaciones en
curso que abarcaban las particularidades del exilio argentino en Francia,
Italia, Israel, México, los Estados Unidos y España16. Entre los aportes que
me resultaron de interés para el abordaje del movimiento por los derechos
humanos en Madrid, caben destacar los emprendimientos de Silvina Jensen
y Guillermo Mira Delli-Zotti; la primera, autora de un acabado estudio so-
bre los emigrados políticos en Cataluña; y el segundo, investigador de las
alternativas y las ideas políticas del colectivo formado por los desterrados
radicados en Madrid17. En ambos casos, las acciones emprendidas en de-
fensa de los derechos humanos violados en Argentina aparecen como una
dimensión de principal importancia. A ellos debe sumarse, con un enfoque
diferente, el trabajo de Margarita del Olmo acerca de la colonia argentina
en Madrid, que dio lugar a su tesis doctoral en Antropología a fines de la
década de 1980 y que hoy se actualiza ante la apertura del nuevo campo
de estudios18.

Pero esas miradas disciplinares sobre tales cuestiones se fueron produ-


ciendo prácticamente a la zaga de otros textos de carácter periodístico que
trataban sobre las acciones de denuncia y las intervenciones judiciales rea-

15  Marina Franco. «El exilio argentino, entre la memoria y la Historia. Primeras aproximaciones»,
ponencia presentada a las VIII Jornadas Interescuelas y Departamentos de Historia de Universidades
Nacionales de la República Argentina, Salta, septiembre de 2001.
16  Pablo Yankelevich (comp.). Represión y destierro. Itinerarios del exilio argentino. La Plata: Al Margen,
2004.
17  Silvina Jensen. La huída del horror no fue olvido. El exilio político argentino en Cataluña (1976-1983).
Barcelona: Bosch, 1998; y La provincia flotante. El exilio argentino en Cataluña (1976-2006). Barcelona: Fun-
dació Casa Amèrica Catalunya, 2007. De Guillermo Mira Delli-Zotti, «¿Sobrevivir o vivir en Madrid?
Exiliados argentinos del 76» en Ángel Espina Barrio (ed.). Antropología en Castilla y León e Iberoamérica.
V – Emigración e integración cultural. Salamanca: Universidad de Salamanca, 2003; «La singularidad del
exilio argentino en Madrid: entre las respuestas a la represión de los setenta y la interpelación a la Ar-
gentina posdictatorial» en Pablo Yankelevich (comp.), Represión y destierro…, op. cit.; «Voces distantes,
otras miradas examinan el círculo de hierro. Política, emigración y exilio en la declinación argenti-
na» en Exilios: Historia reciente de Argentina y Uruguay, monográfico de América Latina Hoy, Salamanca:
Universidad de Salamanca, nº 34.2003; «Formas de resistencia contra la dictadura militar argentina
1976-1983: la Revista Resumen» en Ángel Espina Barrio (ed.). Poder, política y cultura. Antropología en
Castilla y León e Iberoamérica. VII. Pernambuco: Massagana, 2005; y «Raíces y paradojas del conflicto
en la Argentina contemporánea: de la utopía revolucionaria a la emigración y la exclusión» en Ángel
Espina Barrio (ed.). Conflicto y cooperación. Antropología en Castilla y León e Iberoamérica. VIII. Salamanca:
Diputación de Salamanca, 2005.
18  Margarita del Olmo. La construcción cultural de la identidad: emigrantes argentinos en España. Ma-
drid: Universidad Complutense de Madrid, 1990; La utopía en el exilio. Madrid: csic, 2002; y «El exilio
después del exilio» en Exilios: Historia reciente de Argentina y Uruguay, op. cit. Nótese que el primer
texto se pensaba desde la noción de emigración y sin un contenido explícitamente político, en tanto
que los dos siguientes se estructuraron en función del concepto de exilio y una clara preocupación por
la acción política.

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lizadas en Madrid en reclamo de reparación y justicia por los crímenes de


la dictadura argentina, incluyendo en ese rubro los relatos de «no-ficción»
como un subgénero de creciente presencia. Por ejemplo, El testigo secreto,
de Norberto Bermúdez y Juan Gasparini, constituye una presentación de
los procesos penales llevados adelante por el juez español Baltasar Garzón
contra represores argentinos y chilenos. Es probable que en el momento de
su producción el libro tuviera más la pretensión de ahondar una fractura
en la acusación que de informar sobre los acontecimientos, ya que presenta
una hipotética incompatibilidad entre actores políticos y sociales que no se
observa en los posteriores posicionamientos en el procedimiento judicial19.
En todo caso, es evidente que su factura no sólo no responde a cánones
disciplinarios sino que inhabilita al texto incluso como fuente secundaria.

Distinto es el caso de Sano juicio, de Eduardo Anguita20. Como ya lo


señalara el mismo Mira Delli Zotti21, el texto de Anguita es una muy do-
cumentada crónica sobre la acción en Madrid de algunos sobrevivientes
de la represión. Es de consulta imprescindible como fuente secundaria, en
tanto permite enlazar distintos acontecimientos y los presenta en un mar-
co plausible, ateniéndose más a los argentinos radicados en Madrid que
a la figura del juez Garzón, aunque su formato periodístico disminuya su
utilidad académica. Sin caer en los gruesos errores del libro de Bermúdez
y Gasparini, comparte con éstos una suerte de despreocupación por el es-
tablecimiento de datos ciertos22. El orden de verdad en el cual se encuentra

19  Arrancando erróneamente con el supuesto de que el sumario respectivo se inicia «a partir de los
desaparecidos españoles en Argentina», el texto se pretende un reportaje «en los bordes de la noticia».
Construyendo una crónica de los acontecimientos en el momento en el cual el ex dictador chileno y
entonces senador vitalicio Augusto Pinochet Ugarte se encontraba temporalmente detenido en Lon-
dres, los autores apelan a recursos literarios de dudoso buen gusto para un trabajo que se pretende
de no-ficción y se inscribe dentro del «nuevo periodismo», como ser apelativos pomposos para quie-
nes admiran y calificativos no fundados para aquellos a quienes denigran. Si bien se asienta en una
correcta y completa compulsa periodística, el texto realiza afirmaciones contundentes sobre aspectos
no suficientemente aclarados. En el relato de los acontecimientos Bermúdez y Gasparini adoptan una
línea de interpretación apegada a algunos de los actores y atacan a la agrupación política española
Izquierda Unida, que integra la acusación popular en los «juicios de Madrid». Norberto Bermúdez;
Juan Gasparini. El testigo secreto. Buenos Aires: Javier Vergara, 1999, entrecomillados de pp. 13 y 14,
respectivamente.
20  Eduardo Anguita. Sano juicio. Baltazar Garzón, algunos sobrevivientes y la lucha contra la impunidad en
Latinoamérica. Buenos Aires: Sudamericana, 2001. Probablemente la edición del texto de Anguita no sea
ajena a un posicionamiento en los debates internos de los emigrados políticos argentinos, ya que una
fracción de la Asociación Argentina por los Derechos Humanos de Madrid entendió que respondía a la
estrategia de un grupo enfrentado.
21  Guillermo Mira Delli-Zotti, «La singularidad del exilio argentino…», op. cit., nº 36, p. 107.
22  Para ilustrar esto baste un ejemplo que no refiere al campo temático de esa investigación periodís-
tica en sí: en la primera página de la introducción se dice que la orden del bombardeo atómico sobre
Hiroshima y Nagasaki fue impartida por Harry Truman apenas cuatro meses después de suceder al
desaparecido Teodoro Roosevelt (Eduardo Anguita. Sano juicio…, op. cit. p. 11). Lamentable confusión,
ya que el presidente estadounidense fallecido al término de la Segunda Guerra Mundial fue Franklin
Delano Roosevelt.

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el registro de Anguita no es idéntico al del discurso historiográfico y por


tanto su información no puede ser tomada sin más como una referencia va-
ledera. Sin embargo la imagen que transmite esa obra es la de un conjunto
de personas, a veces en conflicto interno, involucrado en un proceso que no
controla pero al que sus propios actos van dando forma, en una sucesión
de ensayos, errores y aciertos. Además logra representar acabadamente un
modo de acción social y política asentado en una sociabilidad compartida,
al centrarse en un personaje puntual de innegable relevancia y en su entor-
no de familiares y amigos.

Por fin, aunque no refiera a la temática a la que he aludido, no puedo


dejar de presentar un ejemplo que pone en cuestión esa distinción que yo
mismo taché de abusiva entre diversos grupos dedicados a la producción
de conocimiento sobre el pasado. En el año 2003, Gustavo Plis-Sterenberg,
que es director de orquesta y está radicado en el exterior, publicó un tex-
to sobre el intento de copamiento del Batallón 601 llevado a cabo por el
Ejército Revolucionario del Pueblo el 23 de diciembre de 1975. Aparte de
que su motivación personal se encuentre evidentemente en su anterior per-
tenencia al prt-erp y de que intentara una reconstrucción minuciosa de los
acontecimientos, el texto no merecería una alusión especial —y de hecho
fue denostado por un reconocido historiador de la Historiografía argentina
como ejemplo de una Historia diletante— si no fuera por un pequeño de-
talle: la editorial respectiva lo incluyó en su colección de Historia Política23.
Ello nos retrotrae al problema de qué se considera Historia y qué no, o me-
jor, quién tiene el poder para decir lo que es Historia y lo que no lo es.

¿Qué actitudes tomar frente a esos textos generados en el marco de


agrupaciones, cercanos a las interpretaciones y memorias de los protago-
nistas o pertenecientes a una matriz de producción proveniente del perio-
dismo? La cuestión se plantea con más aspereza pues esos trabajos no sólo
tienen una pretensión de veracidad, sino que en ocasiones recurren a mo-
dos argumentativos propios de las instituciones académicas o a formas de
validación documental semejantes. En un texto publicado con María Laura
Tornay hemos defendido la posibilidad de una interacción discursiva entre
el ámbito académico y distintos actores sociales24, pero eso no obsta para
observar que esa es una dimensión del conocimiento sobre lo social mayor-
mente anclada en la memoria y distinta de la que se realiza siguiendo las
pautas de una disciplina científica.

23  Gustavo Plis-Sterenberg. Monte Chingolo. Buenos Aires: Planeta, 2003.


24  Luciano Alonso; María Laura Tornay. «Políticas de la memoria y actores sociales. A propósito de
un ensayo de Luis Alberto Romero» en Revista Clío & Asociados. Santa Fe: Universidad Nacional del
Litoral, nº 8, 2004.

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I. EL TIEMPO PRESENTE COMO OBJETO HISTORIOGRÁFICO
Definiciones y tensiones en la formación de una Historiografía sobre el pasado reciente en el campo académico argentino

La Historia reciente genera entonces una tensión suplementaria respec-


to de otros modos de hacer Historia fijados sobre objetos de análisis más
distantes. Los actores no sólo tienen algo para decir, sino que en ocasiones
lo dicen de modo más preciso, documentado y convincente que en muchos
trabajos historiográficos. En el caso particular del movimiento argentino
de derechos humanos, que logra la envergadura de un modelo de alcan-
ce internacional, es visible una preocupación por el establecimiento de un
régimen de verdad diferente del de la Historiografía, que incluso llega a
chocar con los trabajos disciplinarmente reconocidos25.

Un relevamiento exhaustivo podría dar cuenta del modo en el cual la


Historiografía académica argentina sobre el pasado reciente fue emergien-
do a posteriori de la literatura testimonial y de la Historiografía amateur o
mediática, y para ello basta cotejar las fechas de edición de los principales
textos citados. Quizás la formación de la Historia reciente como especiali-
dad pueda entenderse no sólo como consecuencia de la generación de ese
espacio intelectual por otros cientistas sociales o como respuesta a las de-
mandas sociales sobre el conocimiento del pasado, sino también como re-
acción a una profusa bibliografía que pretende hablar de la Historia desde
lugares de enunciación no reconocidos por las instituciones académicas.

2. La asociación entre Historia reciente y trauma social

En los trabajos académicos argentinos —y quizás también en los no


académicos— la Historia reciente aparece asociada a la existencia de mo-
mentos traumáticos, entre los cuales descollan la última dictadura militar
y el período del terrorismo de Estado del cual ésta representó el punto
máximo. A ese respecto, la frase inicial del trabajo de Franco y Levín antes
citado es todo un modelo de definición: «La Historia de la Historia reciente
es hija del dolor»26. Las autoras no solamente derivan de esa relación las
características que tendría este tipo de Historiografía, sino que al momen-
to de discutir su definición es esa asociación la que prima por sobre otros
criterios.

25  Un caso paradigmático es el que hace a la discusión sobre el número de detenidos desapareci-
dos. Durante casi tres décadas los organismos de derechos humanos defendieron la cifra simbólica de
30.000 —que nunca quiso ser exacta—, mientras que los trabajos académicos se limitaban mayormente
a los 8.900 registrados por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (conadep). Hoy se
sabe que el Ejército tenía registrados 22.000 casos en junio de 1978, al tiempo que aún se suelen esta-
blecer desapariciones nunca anotadas, por lo cual la estimación del movimiento de derechos humanos
parece más razonable que la reconocida por los medios académicos. Cf. Hugo Alconada Mon. «El
Ejército admitió 22.000 crímenes» en Diario La Nación, Buenos Aires: 24 de marzo de 2006.
26  Marina Franco; Florencia Levín (comps.). Historia reciente…, op. cit., p. 16.

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EL TIEMPO PRESENTE COMO CAMPO HISTORIOGRÁFICO
Luciano Alonso

Como muestra de un consenso extendido, la mayor parte de los aportes


historiográficos retoman el pasado en clave de conflictos, silencios, violen-
cias, reclamos de justicia, desplazamientos; en suma: componentes o sín-
tomas del trauma. Como derivación de ciertos desarrollos europeos que
asociaron la Historia reciente al Holocausto o a los crímenes de diversos
Estados, ese modo de construcción de la temporalidad continúa siendo el
privilegiado. Ya desde las Ciencias Sociales se venía preanunciando esa
definición, plasmada ejemplarmente en los trabajos de Elizabeth Jelin27.

No es este el lugar para discutir la categoría de trauma y su aplicación a


los conjuntos sociales. Baste acordar en que se trata de una lesión emocio-
nal —y por extensión, cognitiva— producto de una experiencia extrema,
con efectos perdurables y subyacentes a la continuidad de la existencia so-
cial (evito deliberadamente alusiones a lo consciente o lo subconsciente).
En ese sentido es que cabe preguntarse: ¿fue la última dictadura militar
un trauma para la sociedad argentina? La pregunta puede parecer cínica.
Unos treinta mil desaparecidos, cuatro mil asesinados, miles de presos y
cesanteados, decenas de miles de exiliados —en números siempre globa-
les y objeto de apasionados debates— representan la cúspide del terror de
Estado. En tanto que ejercicio de una coerción magnificada sobre el cuerpo
social, el resultado último de la dictadura no puede ser otro que un trauma.
Por lo menos, para quienes lo hemos experimentado así.

Y allí es donde la pregunta pierde su carácter molesto y alude a un pro-


blema de consideración sobre lo que se supone que es una «sociedad» y
particularmente la «sociedad argentina». Quizás por una cuestión de es-
cala de los fenómenos, quizás por la misma variedad de las experiencias
sociales, pueden existir grupos completos para los cuales la dictadura no
constituyera la fuente del trauma, y ni siquiera se considere traumático
todo el período de las dictaduras del Cono Sur.

Probablemente no hubo una cierta «normalidad» de las clases medias en


el período del terror de Estado —apuntemos de paso que, si este momento
parece cualitativamente distinto de otras atrocidades de la historia de estas
regiones, es también porque afectó a sectores movilizados de las clases me-
dias— porque la situación estatal-nacional era «excepcional». Pero muchos
integrantes de fracciones o segmentos socio-profesionales identificados
con ese concepto parecen construir el momento del miedo en el antes de
la dictadura, y no durante ella. Y con relación al terror de Estado, Mariana
Caviglia anota que:
27  Elizabeth Jelin. Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo xxi, 2002, y otros textos de la serie «Memo-
rias de la Represión» del cual ese es el primer volumen.

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I. EL TIEMPO PRESENTE COMO OBJETO HISTORIOGRÁFICO
Definiciones y tensiones en la formación de una Historiografía sobre el pasado reciente en el campo académico argentino

«En una considerable mayoría los testigos entrevistados no se consideran res-


ponsables de lo ocurrido, pero no sólo porque no lo sienten en relación con la
dictadura o porque su voluntad política de reparación al respecto se encuentra
generalmente obstaculizada por las decisiones políticas de los vencedores […]
sino, básicamente, porque no se reconocen actores de la historia […] ¿es la ausen-
cia de esa convicción una consecuencia del terror o es a veces, o al mismo tiempo,
una característica de la identidad de los sectores medios […]?»28.

Para esos sectores, entonces, hay una sensación de ajenidad respecto


del trance. Estimo que no sería difícil multiplicar los registros empíricos en
los que se aprecie que —lejos de ser el lugar histórico del trauma— para
muchos integrantes de las clases medias la dictadura se presenta como un
lugar imaginario de orden y seguridad. Así como construyeron un «otro»
que no los implicaba en ese pasado de conflictos, Caviglia sugiere que hoy
constituyen nuevas alteridades en oposición como «los delincuentes» o «los
piqueteros». Podrá aducirse que hay en esos casos una elusión del trauma
e interpretarse los silencios en esa clave. Una cosa es segura: en el flujo de
conciencia de muchos grupos sociales, expresado en sus discursos y prác-
ticas, la dictadura no constituye un hecho fundante. Si la Historia reciente
se definiera por el reconocimiento de un trauma, para amplias fracciones
de las clases medias su inicio puede estar en la hiperinflación de 1989 o en
la debacle financiera e institucional de 2001.

Si, por el contrario, tratáramos de buscar indicios en fracciones de las


clases trabajadoras, suponiendo un impacto evidente tras la deliberada po-
lítica de disciplinamiento social y fractura de la organización popular por
parte de la dictadura, tal vez no encontremos lo que esperamos o se nos
desdibujen sus caracteres. Verónica Maceira realizó una exploración so-
bre las prácticas de historización de distintas generaciones de trabajadores
desocupados del conurbano bonaerense. Aunque destacaba que respecto
de la dictadura las representaciones no eran homogéneas, reconocía una
«relativa ajenidad (social y política)» en el modo con el que gran parte de
los entrevistados se relacionaba con el pasado dictatorial. Sólo la tercera
parte de los entrevistados del segmento de mayor edad hacía referencia al
período de terror, pero incluso con relativa independencia de las conside-
raciones sobre el mercado de trabajo y la propia situación laboral, juzgadas
retrospectivamente como mejores29. Otra vez podrá aducirse con absoluta

28  Mariana Caviglia. Dictadura, vida cotidiana y clases medias. Una sociedad fracturada. Buenos Aires:
Prometeo Libros, 2006, pp. 320-321.
29  Verónica V. Maceira. «La recurrencia del recuerdo. Prácticas de historización entre trabajadores
desocupados del conurbano bonaerense» en Prohistoria, Rosario, nº 9, primavera 2005; el entrecomi-
llado es de p. 167. Me eximo de reproducir algunas de las citas de las entrevistas presentadas por la
autora, que pese a todas sus explicaciones y contextualizaciones no pueden resultar más que dolorosas
al dejarnos la impresión de que la dictadura puede funcionar en el imaginario de muchos trabajadores

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EL TIEMPO PRESENTE COMO CAMPO HISTORIOGRÁFICO
Luciano Alonso

pertinencia que la última dictadura militar propendió por diversos medios


—entre los cuales el más evidente fue el terror de Estado— a la retirada
de los sujetos a la vida familiar y laboral y a la desarticulación de la clase
social como matriz de las prácticas y las identidades; pero eso es algo dife-
rente del reconocimiento de un trauma social extenso.

Insisto entonces: ¿es que la dictadura no configuró un trauma? Sí que


lo hizo, pero aclaremos: somos nosotros los que lo identificamos como tal.
Lo es para aquellos que sostenemos o sostuvimos determinadas posiciones
políticas, determinadas representaciones sociales, y no otras; para los que
tuvimos o transmitimos determinadas experiencias y construimos deter-
minadas identidades. No para la sociedad argentina en su conjunto, ya
que no todos los grupos sociales —definidos ampliamente por criterios
relacionales o económicos, o por pertenencia a agrupamientos políticos,
religiosos o culturales— tuvieron las mismas experiencias.

Para la etnia aborigen pilagá, el trauma —o uno de los más cercanos de


los innumerables traumas sufridos en la terrible historia de su relación con
los poderes modernos— parece derivar directamente de las matanzas de
octubre de 1947 en Formosa. El fusilamiento de unos 400 a 600 miembros
de ese pueblo originario por la Gendarmería Nacional, en pleno gobierno
peronista, encarnó de tal manera en la memoria del grupo, que fueron los
recuerdos trasmitidos los que llevaron a la búsqueda de cuerpos actual-
mente en curso30. Ejemplo contundente de que la cesura puede estar en
otra parte, la eliminación de los pilagás que pedían comida para sus cuer-
pos hambreados y enfermos, el enterramiento clandestino de los fusilados
o su desaparición lisa y llana, y la continuidad cotidiana de la masacre étni-
ca dan forma a una experiencia extrema, que atraviesa toda la historia del
Estado nacional y se hunde aún más atrás en el tiempo. Para los pueblos
originarios, el trauma social es un estado del espíritu en larga duración.

Y además, ¿es que sólo la Historia reciente parte del dolor? De seguro
que conviene recordar que la Historia, tal como surgió en Occidente, se
constituyó como discurso de legitimación de la dominación. Sin embargo,
también se formó como su contrario: como discurso contraideológico en
el cual el dolor de los oprimidos actuó como acicate para el conocimiento.
Con Max Horkheimer y Walter Benjamin, la Historiografía aparece al mis-

desocupados como un período de paz, bonanza y respeto por las normas, sin que espontáneamente se
planteen ninguna relación entre ella y los sucesos posteriores de la historia argentina contemporánea.
30  Diario Página/12, Buenos Aires: días 28 de diciembre de 2005 (p. 8), 18 de marzo (p. 8) y 3 de
mayo de 2006 (p. 7). Al momento de escribir estas páginas, la exhumación de los cuerpos es lenta y
discontinua.

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I. EL TIEMPO PRESENTE COMO OBJETO HISTORIOGRÁFICO
Definiciones y tensiones en la formación de una Historiografía sobre el pasado reciente en el campo académico argentino

mo tiempo como el tribunal de apelaciones de una humanidad siempre


pasajera y como el lugar de construcción de una esperanza por un sujeto
histórico. Y eso tras la constatación de que el estado de excepción es la regla
de los oprimidos, en un transcurrir de siglos en los cuales el enemigo no ha
cesado de vencer. En toda Historia hay trauma, en el sentido de que:
«Toda institución, por modesta que sea, posee, como todo Estado (en tanto que
superinstitución), un cadáver en su alacena, una huella de la violencia sacrifica-
da que presidió su nacimiento o, sobre todo, su reconocimiento por las formas
sociales ya existentes e instituidas»31.

No sólo no hay entonces traumas totales vividos por todo el conjunto so-
cial, sino que la totalidad de la historia de la humanidad —y por extensión,
toda Historiografía— puede ser pensada a partir del dolor y de las violen-
cias fundantes de la dominación. ¿Deberíamos entonces renunciar en blo-
que al concepto y sus implicancias? De ninguna manera. Aunque se pueda
dudar de la relevancia del trauma, se lo ponga en cuestión como fractura
e incluso se reconozcan las dificultades de identificar los modos de trans-
misión social de síntomas postraumáticos, le damos centralidad porque
decimos que eso nos importa. Si la Historia reciente puede pensarse des-
de ese concepto, es porque desde una perspectiva ético-política decidimos
que así sea. Reconocer un trauma histórico —sea el terror de Estado, sean
otros— supone un proceso autocrítico de pensamientos y prácticas con
trascendencia política y social. No para una mera victimización sustitutiva
y empática o un discurso de lo sublime, sino en pos de una indagación so-
bre aquello que consideramos relevante en función de una lucha política,
de un conflicto social, o simplemente de un episodio más de la guerra civil
latente a toda sociedad32.

Pero para una definición cabal de la Historia reciente no sólo debemos


recurrir a esas cesuras, sino encontrar lo que para defender su concepción
de una Historia del presente, Julio Aróstegui llama una «matriz histórica
inteligible». La construcción de objetos historiográficos en una perspectiva

31  René Lourau. «Instituido, instituyente, contrainstitucional» en Christian Ferrer (comp.). El len-
guaje libertario. Antología del pensamiento anarquista contemporáneo. La Plata; Buenos Aires: Altamira,
1998, p. 112. Respecto de los otros autores aludidos me remito a Max Horkheimer. Teoría crítica. Buenos
Aires: Amorrortu, 1990 y Walter Benjamin. «Tesis sobre filosofía de la historia» —especialmente vi a
viii—, en Discursos interrumpidos. I. Filosofía del arte y de la historia. Buenos Aires: Taurus, 1989.
32  Aunque originalmente refieren al trauma y en particular a la forma específica de la memoria trau-
mática como objetos de un nuevo campo o subcampo de investigaciones, extrapolo aquí observaciones
de Dominick Lacapra. Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica. Buenos Aires: Fondo de
Cultura Económica, 2006, capítulo III «Estudios del trauma: sus críticas y vicisitudes». La noción de
un conflicto siempre al borde de la guerra civil como elemento constitutivo del término «sociedad» en
Barrington Moore. La injusticia: bases sociales de la obediencia y la rebelión. México: Universidad Nacional
Autónoma de México, 1996, p. 25.

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EL TIEMPO PRESENTE COMO CAMPO HISTORIOGRÁFICO
Luciano Alonso

científica debería suponer la identificación de momentos axiales que abran


períodos cualitativamente diferentes del tiempo histórico. Cuál sería esa
matriz en la definición de una especialidad historiográfica es otra cuestión;
lo importante es que no se remita a un fenómeno o hecho singular, sino a
un conjunto temporalmente situado de transformaciones significativas. Va
de suyo que para áreas determinadas —o Estados, si se quiere— podrán
defenderse diversas temporalidades y en gran medida remitirse a pasa-
dos traumáticos de distinta escala y encarnadura social, aunque también
es factible identificar un tiempo histórico «reciente» a nivel del sistema
mundial33.

Tal vez la Historia reciente no pueda abandonar su fijación en el trauma


más que convirtiéndose en Historia del presente. Esto es, según la pro-
puesta de Aróstegui, construyendo objetos de estudio significativos que
involucran a los seres humanos vivos —incluyendo, claro está, el mismo
trauma— y proyectándose hacia atrás tanto como sea posible para pro-
ducir explicaciones historiográficas sobre ellos. Pero semejante actitud
supone una forma distinta de pensar la definición de los programas de
investigación.

3. La pretensión de renovación historiográfica

Sea que se la empariente con un momento traumático o que se la remita


a un tiempo de transformaciones estructurales, la Historia reciente aparece
con fuerza como una opción académica en los últimos años. Anunciada
al menos desde finales de la década de 1970 en los países centrales como
disciplina o subdisciplina específica, ha crecido progresivamente. Hilda
Sábato afirma tajantemente que «es sabido que su práctica es relativamen-
te nueva y no solamente en nuestro rincón del mundo» y citando Años
interesantes, de Eric Hobsbawm, valida la idea de que al menos hasta ese
mismo momento la labor historiográfica suponía una distancia de unos
treinta años respecto de los sucesos a historizar34. Aunque no es el caso de
esta autora, ajena a la especialidad, es evidente que muchos de los cultores

33  Julio Aróstegui. La Historia vivida. Sobre la Historia del presente. Madrid: Alianza, 2004, passim. Per-
sonalmente no comparto la identificación de Aróstegui de un tiempo axial hacia 1989-1991 y prefiero
defender la posibilidad de pensar como matriz histórica la constitución de un modo de dominación es-
pectacular en las áreas con procesos de centro y la nueva externalización de la violencia hacia las áreas
con procesos de periferia entre 1950-1970, pero eso sería objeto de otra larga discusión.
34  Hilda Sábato. «Saberes y pasiones del historiador. Apuntes en primera persona» en Marina Fran-
co; Florencia Levín (comps.). Historia reciente…, op. cit., p. 226. La referencia es a la autobiografía de
Eric Hobsbawm. Años interesantes. Una vida en el siglo xx. Barcelona: Crítica, 2003.

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I. EL TIEMPO PRESENTE COMO OBJETO HISTORIOGRÁFICO
Definiciones y tensiones en la formación de una Historiografía sobre el pasado reciente en el campo académico argentino

pretenden adjudicarle un plus de legitimidad intelectual en tanto actividad


ligada a una renovación historiográfica.

¿Es entonces la Historia reciente algo temáticamente novedoso? En


principio sí, si se la compara con el establecimiento de una cierta distancia
temporal para la definición de los objetos de investigación predominante
en los estudios históricos del siglo xx, pero no tanto si se miran los clásicos
decimonónicos o incluso más avanzados en el tiempo. Por caso, los últi-
mos datos registrados en la Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe de
Manuel Cervera son de 1889, nada lejanos para una obra publicada en 1904
y de autoría de un historiador positivista que quería hablar de un período
ya pasado35. Pero un ejemplo francés es mucho más ilustrativo y se me
permitirá que en consecuencia lo traiga a colación. En 1872, Jules Michelet
dio a luz la primera sección de una obra que su muerte dejaría trunca. El
segundo tomo de un libro destinado a varios volúmenes se editó tras su
fallecimiento en 1874 y luego uno más. ¿Su título? Historia del siglo xix.36
Evidentemente, Eric Hobsbawm no tiene originalidad en eso de escribir en
tanto que historiador sobre el tiempo mismo en el que se ha vivido, aunque
sí tuviera la suerte de vivir lo suficiente como para concretarlo.

Podríamos seguir citando diversos casos en los cuales las materias tra-
tadas eran temporalmente cercanas, había testigos de los acontecimientos
—que muchas veces fungían de fuentes de información sin demasiado ri-
gor metodológico— y la implicación de los historiadores era inmediata.
Así como también encontraríamos otros ejemplos de textos contrarios en
los cuales se negaba la posibilidad de que la Historia acometiera el análisis
de un tiempo presente. Y es que en el siglo xix, la Historia, la memoria y
la política ya aparecían inextricablemente unidas. En ese siglo burgués los
historiadores no sólo se plantearon cuestiones epistemológicas fundamen-
tales37, sino que además expresaron visiones de la Historia fusionadas con
la política notabiliar y discutieron los márgenes a los que debía ceñirse.
Es claro que esas concepciones buscaban explicar y autenticar su propio
presente, aunque también que las élites y clases dominantes europeo-occi-
dentales estaban inmersas en un proceso de formación de esferas públicas

35  Manuel María Cervera. Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe, 1573-1853. Contribución a la
Historia de la República Argentina. Santa Fe: La Unión, 1907.
Jules Michelet. Histoire du xixe. siècle. L’Etudiant, 1877, 3 tomos; hay edición de Flammarion, París,
36 �������
1982.
37  Aunque su pragmatismo es por lo menos excesivo y homologa crisis disciplinares de diversa
índole, la gran virtud de Gérard Noiriel ha sido recordarnos que muchos debates epistemológicos que
solemos estimar de última moda se presentaron —con otros modos discursivos y presupuestos muy
diversos— a lo largo de todo el proceso de formación de la Historia como disciplina científica en el
siglo xix, observación que podría extrapolarse a lo que nos ocupa. Gérard Noiriel. Sobre la crisis de la
Historia. Madrid: Cátedra, 1997.

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EL TIEMPO PRESENTE COMO CAMPO HISTORIOGRÁFICO
Luciano Alonso

en el cual no temían establecer relaciones entre una labor disciplinar en


definición y la discusión de las cuestiones más inmediatas. Eso sin contar a
un Karl Marx historiador de los conflictos franceses prácticamente sobre el
filo de los acontecimientos, que para la academia no pasaba de ser un pole-
mista aunque estuviera fundando él también la Historia como ciencia.
En consecuencia la respuesta es negativa: la preocupación historiográfi-
ca por un pasado temporal, vivencial o políticamente cercano no es exclu-
siva de los últimos años. Tal postulado es sólo una muestra de la habitual
amnesia en la que caen nuestras instituciones académicas y, lógicamente,
nosotros mismos38. Lo que sí es novedoso es la conciencia de estar revir-
tiendo una tendencia secular y la constitución de la Historia reciente como
campo académico —o tal vez mejor, como espacio específico dentro de un
campo historiográfico profesionalizado—. Sin duda que eso puede com-
prenderse como producto de un nuevo vigor de la producción académica
sobre el pasado reciente, vinculado con la crisis de confianza en el futuro
y el giro hacia el pasado que caracterizan al mundo contemporáneo, a lo
que se suman los vuelcos de la Historiografía hacia una revalorización de
la subjetividad y hacia el estudio de las experiencias y acontecimientos, así
como la irrupción de la memoria en el espacio público39. Pero en lo perso-
nal creo que tendríamos una visión más completa si invertimos la carga de
la prueba y nos interrogamos sobre por qué no emergió un campo semejan-
te en el período central del siglo xx. Las diferencias entre las trayectorias de
las Historiografías nacionales fueron muy profundas, e incluso en nuestro
país los procesos de profesionalización del campo de la disciplina fueron
muy irregulares, y se plantearon como un objetivo concreto de la comuni-
dad universitaria recién en el período posdictatorial. Sin embargo, fuera
cual fuera el grado de integración profesional de los espacios académicos,
la Historia reciente o sus variaciones generaron una clara resistencia.

La reticencia a definir determinados problemas de la Historia temporal-


mente cercana e institucionalizar su investigación está en ocasiones ligada
a los contextos socio-políticos. Tal vez en la consideración del modo en
el cual se trataron —o se eludieron— determinadas cuestiones de los pa-
sados recientes, puedan identificarse situaciones similares, en las que los
contextos impusieron limitaciones a la elaboración de agendas sobre esas
cuestiones. Sin mayor argumento que la pura especulación, estimo que a

38  A propósito de una materia absolutamente diferente, Alain Guerreau ha destacado cómo se ocul-
tan u olvidan desarrollos elaborados muy anteriormente con un máximo de racionalidad, tendiendo a
veces a recomenzar de cero, y con su típico estilo polémico ha indicado que para avanzar teóricamente
«no es indispensable hacer pasar por nuevo lo que otros han explicado y expresado con suficiente
claridad hace ciento cincuenta años». Alain Guerreau. El feudalismo. Un horizonte teórico. Barcelona:
Crítica, 1984, p. 41.
39  Es la interpretación de Marina Franco; Florencia Levín (comps.). Historia reciente…, op. cit., passim.

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I. EL TIEMPO PRESENTE COMO OBJETO HISTORIOGRÁFICO
Definiciones y tensiones en la formación de una Historiografía sobre el pasado reciente en el campo académico argentino

esos análisis contextuales debería sumarse la noción de un cierre global a


la consideración de los tiempos presentes por parte de los historiadores,
creciente en el tránsito entre el siglo xix y el xx. La profesionalización de
la disciplina y el triunfo del positivismo supusieron un alejamiento de las
temáticas capaces de movilizar la pasión cívica, en sociedades en las cuales
la lucha por el poder incorporaba a nuevos actores sociales emergentes40.

Llamativamente, 1914 comenzó a ser una fatídica fecha que sancionaba


el límite de la tarea del historiador, y no sólo en el recuerdo de Hobsbawm,
ya que todavía hacia la década de 1970 Pierre Nora recordaba que esa era
la frontera temporal permitida por los maestros41. Tal vez no casualmente
se trata del momento de derrumbe del «siglo burgués» y de la eclosión de
las masas en las dimensiones más altas del poder estatal, con la Revolución
rusa. Ya se habían sancionado las narrativas históricas del pasado estatal-
nacional y se ocluía el análisis de los conflictos inmediatos, encorsetando
las relaciones entre historia, memoria y política en los sectores académicos
—con todos los debates que puedan imaginarse sobre los modos discipli-
narmente «correctos» de realizar esas operaciones—, en tanto que por otro
lado se fue entregando el pasado reciente a nuevas disciplinas como la
Sociología y la Ciencia Política, que en ámbitos como el argentino se insti-
tucionalizaron con mucho mayor retraso.

Lo cierto es que siempre hubo una producción de conocimientos sobre


el pasado que trató de enlazar los desarrollos más lejanos con su propia
actualidad. Nunca faltaron intelectuales que escribieron historias de pa-
sados recientes, en las diversas acepciones del término, pero en general
construyeron sus aportes al margen de la academia. Si hiciera falta un re-
gistro preciso de trabajos que abordaron la historia reciente argentina en
momentos no tan lejanos para actuar como prueba documental, bastaría
revisar los títulos publicados por el Centro Editor de América Latina hacia
1971-1973, o rescatar los trabajos de un historiador marginal y olvidado
como Milcíades Peña42. De seguro que la característica resaltante de casos
40  Para el caso del Uruguay, Carlos Demasi ha argumentado muy breve pero convincentemente en
el sentido de una práctica de la Historia reciente que se proyectaría desde las primeras aportaciones
historiográficas para desaparecer de la escena en función de tensiones políticas e ideológicas, latiendo
permanentemente un debate sobre su enseñanza aunque no se la reconociera en esos términos. Cf.
Carlos Demasi. «2006: el año de la Historia reciente» en Álvaro Rico (comp.). Historia reciente. Historia
en discusión. Montevideo: Centro de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos / Universidad de la Repú-
blica, 2008, esp. pp. 34-36.
Pierre Nora. «Presente» en Jacques Le Goff, Roger Chartier; Jacques Revel (dirs.). La Nueva
41 ��������
Historia. Bilbao: El Mensajero, [1988], p. 536. Nora vincula esa clausura a la tradición positivista de
finales del siglo xix.
42  Sobre el ceal, Mónica Bueno; Miguel Ángel Taroncher (coords.). Centro Editor de América latina.
Capítulos para una Historia. Buenos Aires: Siglo xxi, 2007. Sobre Peña, Horacio Tarcus. Silvio Frondizi y
Milcíades Peña. El marxismo olvidado en la Argentina. Buenos Aires: El Cielo por Asalto, 1996.

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EL TIEMPO PRESENTE COMO CAMPO HISTORIOGRÁFICO
Luciano Alonso

como los aludidos no fue su carácter amateur, sino su compromiso político.


Como discursos revulsivos sobre su propio presente, no podían ser admi-
tidos por las instituciones estatales salvo en casos puntuales.

La aceptación ulterior de estos nuevos objetos de investigación en las


instituciones reconocidas sería quizás no sólo fruto del desbloqueo de los
contextos político-sociales, sino también del debilitamiento de la visión es-
tatal-nacional de la historia, de la disolución de las alternativas sociales al
dominio capitalista y de la cada vez más fuerte interpenetración entre dis-
ciplinas en los tiempos que corren. En el extremo del razonamiento podría-
mos cerrar el círculo y autocriticarnos acerbamente, dudando de la función
social de nuestra propia práctica. Si hoy la dedicación a la Historia reciente
es admitida y adquiere carta de ciudadanía en las instituciones académi-
cas podría ser porque, primero: ante la crisis de confianza en el futuro —y
en los medios para mejorarlo— hemos refugiado nuestra politicidad en la
academia, y segundo: si se deja construir como pura actividad profesional,
la indagación sobre el pasado reciente ya no resulta social o políticamente
revulsiva o inquietante.

4. La identificación de un campo o subcampo en formación

Por qué existe una Historia del pasado reciente es algo que no se puede
responder desde la preexistencia de una fractura que constituya el objeto his-
toriográfico o de un régimen de historicidad determinado. Adicionalmente,
apuntemos que tampoco tiene un sesgo metodológico distintivo, como no
sea el peso otorgado en ocasiones a las fuentes orales. El corolario que se
puede extraer de estas observaciones es inquietante. Si el abordaje de pa-
sados recientes no es un fenómeno historiográfico en evolución lineal ni
responde estrictamente a la lógica de desarrollo de la propia disciplina, lo
que lo habilita o lo clausura es sólo una configuración política

Siguiendo a Pierre Bourdieu, la estructura de un campo es un estado de


la relación de fuerzas entre los agentes o las instituciones que intervienen
en la lucha por la distribución de un capital específico. Las pugnas en el
campo ponen en juego la misma conservación o subversión de la estructu-
ra de distribución de ese capital43. Esa es una noción que puede pensarse
respecto de la Historia reciente como espacio de producción de conoci-
miento o segmento del campo académico. En tanto que campo, no se defi-
ne por ninguna virtud esencial sino solamente por las posiciones relativas
43  V. g. Pierre Bourdieu. Campo de poder, campo intelectual. Buenos Aires: Quadrata, 2003 y Los usos
sociales de la ciencia. Buenos Aires: Nueva Visión, 2000.

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I. EL TIEMPO PRESENTE COMO OBJETO HISTORIOGRÁFICO
Definiciones y tensiones en la formación de una Historiografía sobre el pasado reciente en el campo académico argentino

de poder de los actores que participan en su constitución. De las opciones


de quienes intervienen (intervenimos) dependen entonces sus caracterís-
ticas y sus derivas. Lo que es decir también: los modos de distribución de
capitales determinados, la interpenetración con otros espacios sociales y la
apertura o autismo respecto de las voces de los actores legos.

Si decidimos que esa definición tiene sentido, atrás de ella corren las
diferencias en los recortes temporales, las atribuciones de significado, las
opciones metodológicas y otras formas de delimitación de las reglas del
campo. Pero también los cargos de docencia e investigación, las líneas de
becas, la subvención de publicaciones, las invitaciones a congresos, los re-
conocimientos de los pares y de actores exteriores a la academia. En suma,
todas las implicancias en términos de distribución de diversos capitales.
Aunque la formación del campo parece ser muy embrionaria e incluir un
mundo de discursos y representaciones en tensión con algunos de los acto-
res académicos, que reclaman una mayor «profesionalización», no está de
más enfatizar que todo campo académico es una construcción política que
permite la distribución de recursos.

Habría también que destacar que la misma definición de la Historia re-


ciente como campo —de cuyos pormenores me eximo en función de su
tratamiento en el texto de Franco y Levín reiteradamente citado, pero que,
creo, está mejor identificada en la lectura que realiza Hernán Apaza— su-
pone sí una novedad: una completa y minuciosa discusión sobre el estatuto
de las fuentes y las posibilidades del conocimiento sobre un pasado que
involucra a los historiadores. Es allí donde el campo de la Historia oral
tuvo mejores espacios de aplicación, donde la cuestión de la construcción
del objeto adquiere nuevos ribetes y donde hoy se debate sobre las fuentes
en soporte digital. Al fin y al cabo hay algo nuevo en la Historia reciente, y
es la autoconciencia de los historiadores sobre los condicionamientos epis-
témicos de su producción. Esa clarificación de herramientas y operaciones
intelectuales opera también como forma de delimitación del campo y arma
en la puja por la distribución de un capital específico.

Actualmente la Historia reciente parece ser pensada como una especia-


lidad. No se trata de una disciplina o subdisciplina en sí, ya que se produce
en la confluencia de aportes plurales. Como se suele destacar, el espacio
intelectual de la Historia reciente argentina está cruzado por contribuciones
de diversas disciplinas y aparecía ocupado incluso antes de ser pensado co-
mo tal. Por ejemplo, Daniel Lvovich señala que los sociólogos y los cientis-
tas políticos realizaron muchos más aportes que los historiadores al estudio
de la última dictadura militar argentina, lo que se presenta como un:

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EL TIEMPO PRESENTE COMO CAMPO HISTORIOGRÁFICO
Luciano Alonso

«[…] resultado de las especificidades de cada campo disciplinario y de los mo-


dos en que en cada caso se privilegia o desalienta el estudio de determinadas
áreas, más allá de la existencia de unas —cada vez más desdibujadas— fronteras
disciplinares»44.

Esa matriz de construcción de la Historia reciente en tanto modo de co-


nocimiento es particularmente importante. Muestra una vez más los lími-
tes artificiales y arbitrarios entre las disciplinas, importantes para la trans-
misión institucionalizada del saber pero cada vez más inútiles a la hora de
pensar objetos de investigación. A diferencia de éstas, las especialidades se
constituyen como áreas de investigación alrededor de un tipo concreto de
fenómeno o método. Son el espacio en el que se gestan procesos de hibrida-
ción disciplinar o simbiosis45. Quizás la Historia reciente —o como quera-
mos llamarla— no sea un territorio de los historiadores, los sociólogos o los
antropólogos, sino el lugar simbólico de una nueva ciencia histórico-social.
Lo que dependerá en definitiva de las complejas interacciones al interior
del campo académico en el cual se encuentra.

5. Una conclusión necesariamente provisoria

Si realizamos una síntesis provisional de este amplio e incompleto re-


paso sobre los desarrollos de una Historia del pasado reciente podemos
señalar que:

(i) La Historia reciente no es en modo alguno patrimonio del


campo académico argentino, sino que la producción de conoci-
miento sobre el pasado producida por historiadores profesio-
nales y por científicos sociales es disputada por otros actores
individuales y colectivos, que incluso en ocasiones instalaron
temas de investigación con notable anticipación.
(ii) La fijación de muchos trabajos en torno al trauma del terroris-
mo de Estado tiende a ocluir otras cesuras coetáneas o entre-
cruzadas con esa, estando aún pendiente una inscripción de los
procesos en el marco de una matriz temporal de la Historia del
tiempo presente, aspecto sobre el cual difícilmente se llegue a
un acuerdo académico.

44  Daniel Lvovich. «Historia reciente de pasados traumáticos. De los fascismos y colaboracionismos
europeos a la historia de la última dictadura argentina» en Marina Franco; Florencia Levín (comps.).
Historia reciente…, op. cit., p. 119.
45  Mattei Dogan. «Las nuevas Ciencias Sociales: grietas en las murallas de las disciplinas» en La
Iniciativa de Comunicación, 12 de enero de 2003, http://www.comminit.com/la/index.html.

· 62 ·
I. EL TIEMPO PRESENTE COMO OBJETO HISTORIOGRÁFICO
Definiciones y tensiones en la formación de una Historiografía sobre el pasado reciente en el campo académico argentino

(iii) La definición de la Historia reciente no implica novedad histo-


riográfica en sentido estricto, ni epistemológica ni metodológi-
camente, más que en la aceptación por el campo académico de
las temáticas que aborda y de una reflexión más precisa sobre
los modos de su producción.

(iv) La Historia reciente puede plantearse como un campo o sub-


campo en formación, pero quizás mejor como una especialidad
construida alrededor de fenómenos y métodos determinados
en los que confluyen los historiadores con los más variados
cientistas sociales.

¿Por qué entonces insistimos en pensar la Historia reciente a partir de un


sintagma tan confuso y nos enfrascamos en pujas para dirimir a quién le
corresponde legitimidad en su producción? ¿Qué es lo que hace tan atrac-
tiva su práctica como para tornarla creciente y cada vez más redituable?
¿Cómo podemos, los que la cultivamos, justificar nuestra propio desempe-
ño disciplinar en un ámbito de definiciones y tensiones entrecruzadas?

En principio, estimo que la Historiografía sobre el pasado reciente nos


ha puesto nuevamente frente a la posibilidad de pensar el tiempo presente
como lenguaje de la historia, esto es, como gramática a partir de la cual se
reconoce y reconstruye el pasado tout court. Eso bastaría por sí solo para
validar nuestra dedicación y para suponer que el campo académico argen-
tino se vería beneficiado con una renovación de los debates sobre el estatu-
to epistemológico de la Historia y su relación con las Ciencias Sociales. De
allí también la riqueza de un debate teórico-metodológico que mi presen-
tación ha rehuido.

Pero a su vez, la Historia reciente nos ha permitido revisar y dar nuevos


horizontes a sus vínculos y diferencias con la memoria y la política. Nos
sentimos agentes de algo nuevo al conformar un espacio en el cual los in-
vestigadores tienen que asumir claramente las implicancias ético-políticas
de su trabajo. Podemos entrar en relación con diversos actores sociales pre-
ocupados por la elaboración de discursos sobre el pasado y controlar nues-
tras intervenciones en aras de la cientificidad que pretendemos defender.
Sabemos que nuestros inevitables juicios de valor deben ser no sólo habi-
litados sino también fundamentados y controlados por la producción de
un conocimiento metodológicamente orientado. Al fin y al cabo, pareciera
ser que si la Historia reciente tiene algo diferente de otras formas de hacer
Historia, es simplemente un plus de politicidad.

· 63 ·
EL TIEMPO PRESENTE COMO CAMPO HISTORIOGRÁFICO
Luciano Alonso

Hace unos quince años, Sergio Bologna, al tratar sobre los enfoques his-
toriográficos relativos al nazismo, señalaba que la «cultura historiográfica
de hoy es una cultura académica y no hay nada más lejano de la “pasión
civil” que la llamada investigación universitaria»46. Quizás la Historia re-
ciente nos permita revertir ese alejamiento.

46  Sergio Bologna. Nazismo y clase obrera. 1933-1993. Madrid: Akal, 1999, p. 46.

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