You are on page 1of 2

Sobre La avenida del sol, de Thomas Brussig

Bárbara Rodríguez

La consigna de este trabajo es “escribir algo que demuestre que hayamos leído” y lo
cierto es que suena más simple de lo que es realmente. El primer paso, creo, es disfrutar de
esa tan poco frecuente libertad a la hora de escribir un trabajo académico (una satisfacción
no poco inquietante reina esta etapa). El segundo paso es, ni más ni menos, pensar sobre
qué escribir. Los que nos guiamos más por el sentimiento que por la racionalidad (a veces
ni nos importa qué nota nos van a poner en la monografía o el parcial domiciliario)
terminamos pensando siempre lo mismo: “hay que escribir sobre lo que más nos haya
gustado”.

Es difícil admitirlo, pero una de las cosas que más me gustó de la novela de Brussig
es que es muy amena a la hora de sentarse a leer durante unas horas (para no usar
eufemismos: se lee fácil). Es que uno espera que una novela sobre la República
Democrática Alemana tenga ciertas cualidades que no aparecen en la lectura de La avenida
del sol. Una de las cosas que más se le criticó durante las clases fue una de las que
personalmente a mí más me gustaron: que es un cliché, que todos los personajes son
estereotipos, que parece una serie de tv estadounidense. Todo esto es cierto, pero no es en
vano. Se ameniza la lectura para un fin mucho mayor: la reflexión sobre la memoria y los
recuerdos.

Cuando llegué al tramo final de la novela noté que todo comenzaba a ponerse
extraño, incluso fantasioso. Y justo cuando uno, el lector, está en ese momento de
desconcierto, azorado porque el ruso paró la lluvia, encendió el auto y recibió al bebe de
Mario y Elizabeth, se encuentra con esto:

Las personas felices tienen mala memoria y hermosos recuerdos.

¿Qué quiere decir esa última frase? Una interpretación posible es que todo lo que
leímos no es completamente fiel a los sucesos reales: no es memoria, es recuerdo. Esta idea
aparece en el momento justo para que entendamos que todo lo que leímos, por grotesco y
gracioso, no fue en vano, no fue puro entretenimiento banal. Entonces, al terminar la lectura
sentí que había sido engañada: en realidad no había leído una, sino dos novelas. Por un
lado, la que efectivamente leí, que trata las aventuras de un adolescente que vive en la
República Democrática Alemana y su grupo de amigos, la novela del recuerdo. Pero
también hay una novela implícita que se activa cuando leemos la frase final: la novela de la
memoria, la que Brussig no escribió pero tampoco dejó de lado. Está presente en esas
última líneas para cuestionar la legitimidad de lo leído y dar pie a la reflexión, todo eso sin
afectar la experiencia de la lectura feliz, cómica. Por ejemplo, cuando leemos que Micha y
Mario se divierten fingiendo hambre frente a los pasajeros occidentales del colectivo que
pasa por su cuadra, estamos leyendo la narración de un recuerdo. Se trata de una
experiencia de la juventud bañada por la nostalgia, narrada entre risas. El lado B de ese
recuerdo es el trasfondo histórico: los pasajeros del colectivo creían estar frente a niños
hambrientos, víctimas de un sistema nefasto, por eso se escandalizaban detrás del vidrio
(situación que sucedía en la realidad). Esa otra parte es la que corresponde a los dominios
de la memoria.

La presencia de la cultura norteamericana en los personajes, los conflictos y la


trama en general son prueba de que la narración pertenece al dominio de los recuerdos.
Estos rasgos parecen tener más relación con la subjetividad del narrador (y del autor) a la
hora de rememorar y con la influencia indisoluble de tal cultura en ella (como en la de casi
todo el mundo) que con la realidad de los adolescentes de los 70 en la RDA. Es una forma
eficiente de amenizar el pasado, de resinificar lo vivido.

Por otro lado, Brussig logró algo muy difícil: hacer humor con la historia reciente de
un país sumamente castigado. La forma que encontró para ello fue esa, engañarnos un
poco, engatusarnos con historias que siempre funcionan, encaminarnos hacia una reflexión
sin espantarnos ni tener que apelar a un tratamiento trágico (porque los temas que se tratan
sí son serios e incluso terribles).

¿Es sensato entonces desvalorizar una obra sólo porque sus temas son repetitivos y
su tratamiento humorístico? ¿Por qué la literatura debería privarse de hacer humor? En este
caso, además, hay objetivos claros. Hay, además, un tratamiento narrativo, un juego que
oscila entre el relato nostálgico afectuoso y la parodia y que funciona como herramienta
para una reflexión para nada banal, para nada irrelevante.

You might also like