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Miro a mi suegra; ella ha sido quien la ha puesto y ha subido el volumen, sé

cuánto le gusta esa canción. Me guiña un ojo y, al ver que comienza a bailar, no lo
dudo y, como he hecho en otras ocasiones, bailo con ella sin ningún sentido de la
vergüenza. Al vernos, Marta da un grito de felicidad, se nos acerca bailando y, pocos
segundos después, se nos unen Mel, Raquel, Graciela, Luz, la Pachuca y ¡hasta
Simona! Pipa y Bea desaparecen despavoridas con los bebés.
Todas las mujeres, rodeadas de los niños, bailamos aquella alegre canción, hasta
que mi suegra, que es un terremoto, mira a los hombres y exige a gritos:
—Esto es una fiesta, venga, ¡todos a bailar!
Y, dejándome flipada como siempre cuando se lo propone, el primero en
acercarse a mí moviendo las caderas es mi marido. Mi guapo, atractivo y sensual Eric
Zimmerman hace que todos aplaudan, y yo sonrío a más no poder.
¡Dios mío, cuánto lo quiero!
Tras él, todos los hombres comienzan a moverse, y cuando todos, absolutamente
todos los que estamos en el salón bailamos, incluido Dexter con su Graciela, sentada
sobre él, me agarro al cuello de mi amor y murmuro encantada:
—Te quiero, gilipollas.
Decir que lo quiero se queda corto..., muy corto, y lo mejor es que sé cuánto me
quiere él a mí.
Está claro que las cosas importantes en la vida nunca son sencillas. Pero nosotros
nos queremos y deseamos seguir sumando preciosos recuerdos a nuestra vida en
común y, sin duda, el que estamos viviendo rodeados por la familia será uno más que
sumar, y más cuando mi amor me mira y, con una de sus increíbles sonrisas, dice
antes de besarme:
—Pequeña, pídeme lo que quieras y yo te lo daré.

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