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6 En defensa de la igualdad. John Rawls La mayoria de los estadounidenses no hemos firmado nunca un contrato social. En realidad, los tinicos estadounidenses que han pro- metido de verdad que respetarn la Constitucién (aparte de los car gos piiblicos) son los que han adoptado esa nacionalidad, los inm grantes que asi lo han jurado porque se les exige para adquirir la ciudadania. A los demas no nos han exigido, ni siquiera pedido, que digsemos nuestro consentimiento, Entonces, :por qué estamos obli gados a obedecer la ley? ZY cémo podemos decir que nuestro go- bierno se cimienta en el consentimiento de los gobernados? John Locke dice que hemos dada el consentimiento ticitamen- te. Cualquiera que disfrute de los beneficios que reporta un gobier- no, aunque sea viajar por un camino piblico, consiente implicita~ mente en la ley y est obligado a cumplirla.’ Pero el consentimiento ticito es una variante muy desvaida del auténtico. Cuesta ver cuil pueda ser la razén de que el mero hecho de pasar por un lugar habi- tado sea equivalente moralmente a ratificar la Constitucién. Immanuel Kant recurre al consentimiento hipotético. Una ley es justa si la sociedad en su conjunto, de haber podido, la hu refrendado, Pero también esta es una alternativa problemética a un contrato social auténtico. Cémo podria un acuerdo hipotético eje- cutar la tarea moral de uno real? John Rawls (1921-2002), fildsofo politico estadounidense, ofte- ce una respuesta esclarecedora a esta pregunta. En Teorla de la justicia (1971) sostiene que para pensar en la justicia hay en preguntarse se 161 JUSTICIA cuales serian los principios con los que estariamos de acuerdo en una situaci6n inicial de igualdad? Rawls razona como sigue: supongamos que nos hemos reunido, tal y como somos, para escoger los principios que gobernarin nués- tra vida colectiva; es decir, para escribir un contrato social. ;Qué principios escogeremos? Probablemente, nos seré dificil Hegar a un acuerdo. Diferentes personas estarin a favor de principios diferentes, que reflejarin sus varindos intereses, sus diversas creencias morales y religiosas y su distinta situacién social. Algunos son ricos; otros, po- bres. Algunos son poderosos y estin muy bien relacionados; otros, no tanto, Algunos pertenecen a minorias raciales, étnicas 0 religiosas; otros, no. Podriamos llegar a un compromiso. Pero incluso ese com- promiso reflejarfa el superior poder negociador de unos y otros, No hay razén para suponer que un contrato social al que se llegase por esa via fuese un arreglo justo. Pensemos ahora en un experimento mental: supongamios que cuando nos reunimes para decidir esos principios no sabemos cual sera nuestro paradero en la sociedad. Imaginémonos que escogemos tras el «velo de Ia ignorancia», que nos impide temporalmente saber nada de quignes somos en concreto. Tras él no sabemos nuestra clase © género, nuestra raza o etnia, nuestras opiniones politicas o convic- ciones religiosas. Tampoco sabemos con qué ventajas contamos 0 qué desventajas padecemos: no sabemos si estamos sanos 0 si tene= mos mala salud, si poseemos titulaciones superiores o si no acabamos a ensefianza media, si nacimos en una familia que cuidaba de noso- tros o en una familia descompuesta. Si nadie sabe fiada de todo esto, decidiremos, en efecto, en una posicién originaria de igualdad. Pues- to que nadie tendria un poder negociador superior, los principios que acordariamos serian justos. Esta es la idea de contrato social que propone Rawls: un acuer- do hipotético en una situacién originaria de igualdad, Rawls nos invita a preguntarnos qué principios escogeriamos, como personas racionales y que cuidan de su propios intereses, si nos encontrésemos en tal situacién, No presupone que en Ia vida real nos motive a to- dos el interés propio; solo pide que dejemos a un lado nuestras con 162 JOHN RAWLS vicciones morales y religiosas para los propésitos del experimento mental. :Qué principios escogeriamos? De entrada, razona, no escogeriames el utilitarismo. Tras el velo de la ignorancia, cada uno pensaria: «Por lo que yo puedo saber, lo mismo resulta que pertenezco a una minoria oprimidas. Y nadie se arriesgaria a ser el cristiano arrojado a los leones para divertir a la multitud. Tampoco escogeriamos el puro laissez-faire, el principio li- bertario de que se les dé a los individuos ef derecho a quedarse con todo et dinero que ganen en una economia de mercado, «Lo mismo resulta que seré Bill Gates —razonaria cada uno— pero, de nuevo, podria también acabar siendo un pordiosero. Asi que seri mejor que evite un sistema que me podria dejar con una mano delante y otra detrés, y sin nadie que me ayudase.» Rawls cree que del contrato hipotético saldrian dos principios de la justicia. El primero ofrece iguales libertades basicas a todos los ciudadanos, como la libertad de expresién y de culto. Este principio tendrfa prioridad sobre otras consideraciones de utilidad social y bienestar general. El segundo principio se refiere a la igualdad social y econémica. Aunque no requiere una distribucién igual de las ren- tas y del patrimonio, solo permite las desigualdades sociales y econd- micas que sitvan para mejorar la situacién de los miembros menos présperos de la sociedad. Los filésofos discuten acerca de si las partes del contrato hipoté- tico de Rawls escogerian los principios que él dice que escogerian. Dentro de un momento veremos por qué Rawls cree que se escoge- tian esos dos principios. Pero antes abordemos una cuestién previa: el experimento mental de Rawls, zes la forma mis indicada de con- cebir la justicia? Como es posible que los principios de la justicia se deriven de un acuerdo que nunca se produjo en la realidad? Los timrres moRaLES DE LOS CONTRATOS Para apreciar la fuerza moral del contrato hipotético de Rawls viene bien fijarse en los limites morales de los contratos reales. A veces 163

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