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Entre los siglos XVI y XVIII, periodo que va mas o menos desde la Reforma protestante
hasta las revoluciones americana y francesa, se dio un proceso de tránsito del antiguo
orden feudal hacia una cada vez mayor presencia de la burguesía en el poder. El
andamiaje ideológico de la política medieval - uno de cuyos soportes era, precisamente, el
poder monolítico de la iglesia - se vería seriamente afectado por las repercusiones políticas
y sociales de las teologías emergentes. Asimismo, los esfuerzos de la Contrarreforma
estuvieron dirigidos, más que a recobrar la unidad perdida de la Iglesia, a afianzar la
soberanía divina de los monarcas. Sin embargo, este movimiento había sentado ya las
bases de un cambio radical en al concepción del orden político y moral de la sociedad.
Filosofía Moderna
David Torres Bisetti
En efecto, la idea de que las instituciones políticas y sociales solo se justifican en la medida
en que protegen los intereses y garantizan los derechos individuales -que, a pesar de la
crítica de Schmitt al “monstruo” hobbesiano, está implícita en el trabajo del filósofo inglés-,
constituye la tendencia dominante que conduciría tanto a la Restauración de 1660, como a
la llamada Revolución Gloriosa de 1688. Es precisamente este segundo momento, la
Revolución de 1688, el que tomaría un significado particular para la historia de las ideas
políticas cuando, a su conclusión el Parlamento inglés redacta el Bill of Rights (1689) en el
cual se sostenía que el poder del rey se detentaba en virtud de un contrato firmado con un
pueblo soberano. Esta declaración, asimismo, prohibía al rey toda decisión contraria a las
leyes existentes y aseguraba la libertad de las elecciones. Esta se completaría con la
Toleration Act, publicada también en 1689, que concede libertad religiosa a los no católicos
y protestantes, la libertad de culto, el derecho a instituir escuelas, así como el acceso a
cargos públicos.
Por ello, y precisamente a partir de esta manera de entender la relación entre el Estado y
los individuos, es desde luego discutible la posibilidad de considerar a Hobbes como un
liberal, en la medida en que fundamenta la existencia de este sobre la base de la restricción
de las libertades individuales en función de la protección de la vida y la propiedad. Este es
el eje de la crítica de Schmitt, quien la reduce a la fórmula “protección a cambio de
obediencia”, empleada por el propio Hobbes en el Leviathan.1 A partir de la metáfora de la
gran machina machinarum, el Estado se vuelve un instrumento del gobierno, una especie
de autómata inánime, técnicamente neutral, independiente de cualquier función normativa
más allá de las que le han sido conferidas. “The leviathan thus becomes none other than a
huge machine, a gigantic mechanism in the service of ensuring the physical protection of
those governed.” (Schmitt, 1996: 35)
No obstante esta lectura, que nos servirá en seguida para discutir la génesis política de la
razón instrumental, la “innovación hobbesiana” respecto del iusnaturalismo se dará en
términos de la subordinación del ordenamiento jurídico positivo al derecho natural. En
términos de Leo Strauss, “De acuerdo con Hobbes, el fundamento de la moral y la política
no es la ‘ley de naturaleza’, i.e., la obligación natural, sino el ‘derecho natural’. La ley de
naturaleza debe toda su dignidad a la sencilla circunstancia de ser la consecuencia
necesaria del ‘derecho natural’”.2 Efectivamente, no se podrá afirmar de Hobbes que sea
un preclaro defensor de las libertades individuales frente al poder político, pero tampoco se
puede negar que este apela a una jerarquía de validez donde el Derecho natural es el
fundamento de las reglas de juego impuestas por el Estado.
En el Segundo tratado sobre el gobierno civil, Locke vuelve sobre la premisa del Estado
natural anterior a la sociedad, en el cual los individuos tienen ya una noción de la
propiedad, determinada por el trabajo individual que, sin embargo, necesita ser
administrada y legislada por un cuerpo de leyes comúnmente establecido. De esta manera,
nos dice, el gobierno no tendría más fin que la conservación y protección de la propiedad
privada, en cuanto que, ya en el Estado natural, la igualdad de los individuos ya está
fundada en el hecho de que todos están dotados de razón y, por ello, poseen los mismos
derechos. Un rasgo particular de la igualdad política defendida por Locke es, en este
sentido, su relación intrínseca con la propiedad. Sin duda, en el carácter burgués de esta
teoría política se encuentran los elementos clave de su vertiente económica.
que el Estado se erige como un poder que somete las libertades individuales, veremos más
adelante cómo es posible articular este enfoque con una nueva formulación de la libertad
política en el pensamiento de Hegel.
No obstante, esta impronta moderna en la hipótesis del contrato nos va a remitir también a
otra consecuencia, igualmente moderna, de la génesis del pensamiento liberal, a saber, la
separación entre moral y política. Esta separación, cuyos rastros se pueden identificar ya
desde Maquiavelo, será la pieza clave para la articulación del principio de inteligibilidad en
el debate contemporáneo sobre la justicia. Efectivamente, desprovista de cualquier
concepción sustantiva del “bien”, la instrumentalización del Estado en Hobbes va a ser
actualizada bajo la figura del liberalismo de la neutralidad que, desde las tradiciones
particularistas o comunitarias, se presenta como un artificio que anula la posibilidad de un
reconocimiento verdadero entre tradiciones diferentes. La validez del principio contractual,
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sin embargo, reside precisamente en esta “petición de principio” político, por la cual los
individuos deciden establecer un sistema de reglas basado en un “pacto de no agresión”
entre sus, naturalmente legítimas e inconmensurables, distintas concepciones del bien.
Esta sello moderno en la hipótesis contractualista inaugurada por Hobbes es así
reconocida por la crítica actual:
circunstancia llevó a entender a Hegel como un justificador de los derechos absolutos del
estado frente a los derechos individuales. Esta referencia, criticada desde Marx hasta Weil
por simplificadora, supone no obstante más que una inconsistencia en su pensamiento, la
prueba de que la teoría política hegeliana no pretendió sustraerse a las creaciones
históricas del Espíritu, aunque perfectibles, verdaderas. Como él mismo anotó en el
prefacio de la Filosofía del derecho, la filosofía llega siempre demasiado tarde para entregar
recetas sobre cómo debe ser el mundo. Más bien, se trata de conocerlo y de pensar, sobre
la base de su realidad, en cómo podría ser diferente. “Cuando la filosofía pinta gris sobre
gris una forma de vida ha envejecido y no se deja rejuvenecer con ello; se deja solo
conocer. La lechuza de Minerva solo emprende su vuelo al anochecer” (Hegel, 2000: 77)
Desde esta manera de asumir el mundo, la Philosophie des Rechts viene a ser, pues, tanto
una invitación a reconocer nuestra propia razonabilidad realizada hic et nunc en nuestras
instituciones, como la posibilidad de que esas mismas realidades sean, y de modo cada
vez mejor, expresión de la propia libertad subjetiva.
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David Torres Bisetti
Bibliografía
Habermas, J., Rawls J. (1998) Debate sobre el liberalismo político. Barcelona: Paidós.
Hobbes, T. (1999) Leviatán. O la materia forma y poder de una república eclesiástica y civil.
Mexico: Fondo de Cultura Económica
Locke, J. (2003) Two Treatises of Government and A Letter Concerning Toleration. New
York: Yale
Rousseau, J.J. (2001) Letter To Beaumont, Letters Written From The Mountain, And Related
Writings. Hannover: Darthmouth
Schmitt, C. (1996) The Leviathan in the State Theory of Thomas Hobbes. Meaning and
Failure of a Political Symbol. London: Greenwood