You are on page 1of 8

Si esto fuera una entrevista, ¿quién entrevista a quién? ¿o es un diálogo?

Pero, ¿qué clase


de diálogo? ¿Un diálogo en la cumbre (de la literatura)? ¿Un diálogo interamericano? ¿De
discípulo a maestro? ¿Intergeneracional? ¿O más bien, y simplemente, una reflexión al
alimón sobre la literatura, una de las raras manifestaciones públicas de la muy selecta y
secreta Sociedad de los Lectores? Sea lo que sea, he aquí un histórico encuentro entre dos
indiscutibles estrellas de la literatura americana sin fronteras. El encuentro entre Susan
Sontag y Jorge Luis Borges se produjo durante la Feria del Libro de Buenos Aires.
Susan Sontag: Quisiera contar algo… Me quedaré una semana en Buenos Aires y,
naturalmente, estoy muy feliz por haber sido invitada a participar en la Feria del Libro y poder,
de esta forma, conocer Argentina. Pocos días antes de viajar, recibí una llamada de un
periodista a quien el Departamento de Estado de los EE. UU. le había solicitado que me
entrevistase. Él me preguntó: «¿Cómo se siente respecto a su viaje a Argentina?». Le dije que
estaba extremadamente feliz, siempre había esperado con ansiedad la posibilidad de conocer
Argentina; entonces, para mi sorpresa e intranquilidad, me dice: «¿Por qué precisamente
Argentina?», a lo que respondí: «Porque siempre he querido conocer la tierra de Borges».

El periodista rió nerviosamente y dijo: «Sí, sí, claro, es un gran escritor, ¿pero existe alguna otra
razón por la cual esté tan feliz de viajar?». Sentí entonces que me estaba portando muy mal, y
que debía ponerme seria por un momento, así que agregué: «Bueno, también quiero ir a
Argentina para expresar mi admiración por el regreso del país a la democracia». Por supuesto,
siento la primera razón con mucha más fuerza, ya que Borges no solamente es un escritor
conocido por todos, sino también muy admirado por otros escritores. Nos ha enseñado
muchos nuevos trucos, cosa que apreciamos mucho, ya que esos nuevos juegos que
aprendimos luego los podemos aprovechar. Quizás no sea tan fácil para Borges estar en esta
posición. En una entrevista, una vez dijo algo que quisiera citar: «Me he cansado mucho de
laberintos, tigres, espejos, especialmente cuando son otros los que los usan». Y luego agregó
(y esta es la parte que me encantó, porque Borges sabe sacar ventaja de la desventaja): «Esa
es la ventaja de tener imitadores: tanta gente está haciendo lo que yo hacía, que ya no es
necesario que yo lo haga». Quisiera, pues, cederle la palabra a Borges, para que explique qué
ha significado para usted esa influencia que ha ejercido sobre tantos escritores, aunque no sé
si realmente la imagina, ya que cuando habla siempre es tan modesto respecto a su propia
obra..

Jorge Luis Borges: No, no soy modesto, soy lúcido simplemente. Me asombra ser conocido,
jamás pensé en eso. Y me llegó después de bien cumplidos los cincuenta años, la gente me
notó y dejé de ser el hombre invisible que había sido hasta entonces. Ahor

a estoy acostumbrado a ser visible, pero siempre me cuesta un esfuerzo terrible. En realidad,
estoy muy asombrado de la generosidad de todos; a veces pienso que soy una especie de
superstición, aunque bastante difundida ahora. Pero en cualquier momento pueden descubrir
que soy un impostor; en todo caso, soy un impostor involuntario. Está bien, vamos a mantener
esta ficción en la cual yo soy un buen escritor, pero ya que es un juego, juguémoslo entre todos,
siempre que no lo tomemos demasiado en serio.

S.: Una de las cosas que amo en usted como figura literaria…
B.: Desgraciadamente, soy una figura literaria.
S.: [Riendo.] Bien, lo que quería decir es que usted está ansioso por darse a la admiración…
B.: No, la admiración no. Lo que yo quería es la amistad y la indulgencia de todos.
S.: Usted habla a menudo con admiración de otros escritores, sobre todo de los escritores del
pasado…
B.: Y sobre todo del pasado americano, al que yo tanto le debo. Si pienso en Nueva
Inglaterra, en la cantidad de gente valiosa que New England ha dado al mundo (quizás los
astrólogos sepan algo de esto) y comienzo a enumerarlos, ahí están Emerson, Melville,
Thoreau, Henry James, Emily Dickinson y tantos otros. Si no hubieran existido ellos, no
existiríamos nosotros, que somos de alguna manera una proyección de aquella constelación de
Nueva Inglaterra.

B.: Yo no puedo escribir sin borradores, y en la última


versión agrego un descuido evidente para que todo parezca espontáneo.
S.: Pero en un principio usted estaba interesado en la literatura inglesa.
B.: Sí, pero la primera novela que leí en mi vida fue Huckleberry Finn, de Mark Twain. Y luego
leí La conquista de México y del Perú, de Prescott. Y sigo continuamente agradecido,
continuamente recibiendo y tratando de no ser del todo indigno con mis maestros. Yo pienso
que en un escritor influye todo el pasado, no sólo un país o un idioma, sino también los
escritores que no ha leído, aun los que le llegan por parte del idioma, ya que el idioma, como lo
ha dicho Croce, es un hecho estético, y ese idioma es la obra de miles de personas. Yo he
perdido mi vista en el año 1955, y desde entonces me dedico más a releer que a leer. La
relectura es una actividad que considero muy importante, ya que uno renueva el texto: el libro
y uno, ya no somos lo mismo en el momento de la relectura. Como dijo Heráclito: «Nadie se
baña dos veces en el mismo río». El río fluye, y Heráclito también fluye, y yo soy ese viejo
Heráclito bañándome no en ese mismo río, sino en otro, agradeciendo la frescura de esas
aguas.
S.: Nadie lee dos veces el mismo libro.
B.: Es cierto.
S.: La actitud que usted expresa y que yo comparto absolutamente ya no es tan común, dado
que mucha gente lo que ansía es la originalidad.
B.: Yo creo que la originalidad es imposible. Uno puede variar muy ligeramente el pasado,

apenas, cada escritor puede tener una nueva entonación, un


nuevo matiz, pero nada más. Quizá cada generación esté escribiendo el mismo poema,
volviendo a contar el mismo cuento, pero con una pequeña y preciosa diferencia: de
entonación, de voz, y basta con eso.
S.: ¿Hay alguna otra literatura, aparte de la inglesa y la americana, que le interese?
B.: Sí, sobre todo la literatura escandinava, las sagas, las eddas islandesas… bueno, toda
literatura es preciosa. Imaginarse el mundo sin Verlaine, por ejemplo, sin Hugo, sería muy
triste, imposible. Pero ¿por qué abstenernos de algo? ¿Por qué ser un asceta de las bibliotecas?
Las bibliotecas nos ofrecen una continua felicidad, una felicidad accesible. Quizá, si yo fuera
Robinson Crusoe, el libro que llevaría a mi isla sería la Historia de la filosofía occidental, de
Bertrand Russell, quizá me bastara con eso. Aun- que si me dejaran llevar una enciclopedia
sería mucho mejor, ya que para un hombre ocioso y curioso como yo, la mejor lectura es la de
una enciclopedia. Está la más antigua de todas, la de Plinio, o también las modernas, como
la Británica o la Europea, pero todas son preciosas.
S.: Si yo estuviera en una isla desierta no me llevaría precisamente la Historia de la filosofía de
Bertrand Russell, ya que pienso que es una historia filosófica muy superficial.
B.: Sí, pero como yo soy un lector muy superficial…
S.: [Riendo.] Bueno, si pienso que usted la ve como una obra de ficción…
B.: Es que la filosofía es una ficción, el mundo entero es una ficción; yo, sin duda, soy ficción…
S.: Pensé que diría eso…
B.: Sí, no soy muy asombroso… pero ¿cuál es el libro que usted llevaría a una isla?
S.: Pienso que llevaría el Roger’s Treasure…
B.: Una excelente elección, sin duda.
S.: ¿Qué tipo de literatura le gustaría hacer ahora?
B.: La que hago. Estoy escribiendo poemas y cuentos cortos; no me gustan pero siento una
necesidad
S.: Para mí, publicar lo que escribo es una forma de deshacerme de aquello que me
obsesionaba íntimamente de hacerlo, si no siguen persiguiéndome; pero una vez escritos,
puedo pasar a otra cosa. Acabo de publicar un libro que se llama Los conjurados que reúne unas
treinta o cuarenta piezas cortas, no sé si buenas o demasiado ambiciosas.
S.: A usted siempre le han gustado más las formas cortas que las largas.
B.: Bueno, como decía Poe, no existe tal cosa como un poema largo.
S.: Pero existe algo así como una historia larga, eso que llamamos novela.
B.: Sí. Pero por lo general yo he sido derrotado por el género. Salvo en el caso de El Quijote,
de Conrad o de Dickens, las novelas más famosas, como las de Thackeray o Flaubert, me han
derrotado. Lo siento…
S.: Una de las cosas más sorprendentes es nuestro común interés por la literatura japonesa.
B.: Sí. Yo estoy tratando de estudiar japonés, pero es un lenguaje tan complejo que nuestras
lenguas occidentales son al japonés lo que el guaraní es al castellano. Es un idioma lleno de
matices, por eso uno puede leer diversas traducciones de los haikus y son completamente
distintas entre sí, pero al mismo tiempo todas son fieles, ya que los originales son sabiamente
ambiguos, como los textos de Henry James.
S.: Una de las cosas que me interesan de la literatura japonesa es su pasión por la
miniaturización.

B.: Y el valor del instante, que es lo que salta a la vista en


el haiku, como si quisieran atrapar el instante. También he notado la ausencia de metáforas,
como si los japoneses sintieran que cada cosa es única, que nada puede compararse con nada.
En cambio, el contraste sí existe, eso abunda. Recuerdo un haiku muy hermoso que
dice: «Sobre la gran campana de bronce se ha posado una mariposa». La perdurable campana
y la suave, efímera, mariposa: basta con ese contraste, ambas cosas no se comparan.
S.: Lo que usted diría es que la acción de una metáfora sería prolongar algo más allá de un
instante.
B.: Claro, sería lo contrario del objetivo de la literatura japonesa, que quiere retener el instante.
S.: Quizá lo que más me atrae de la literatura japonesa es una forma muy particular, que parece
muy moderna y sin embargo es muy antigua: consiste en un libro hecho por notas tomadas en
distintas época. Pienso que todo escritor está buscando siempre una forma ideal,
especialmente escritores como Borges o como yo, que siempre intentamos formas distintas
expresando una continua insatisfacción por la fórmula única. La forma ideal en mi imaginación
sería aquella en la cual podría poner todo: cada día, al sentarme a escribir lo que necesitase,
todas las palabras se amoldarían a esta forma única. Pensemos que sólo tenemos libros de
notas o dietarios en la literatura occidental realiza- dos en los últimos cien años, en tanto que
el ejemplo japonés más conocido data del siglo XI. ¿Usted alguna vez tuvo interés en llevar un
diario?
B.: No. Soy demasiado haragán para ese género. Escribir todos los días no puedo, cada día soy
más haragán.
B.: Y yo querría destruir todo lo que he escrito. Me gustaría salvar un libro, El libro de arena,
quizá La cifratambién.
S.: Sin embargo, volvió a escribir mucho.
B.: Bueno, todo lo que yo publico, por imperfecto que parezca, presupone diez o quince
borradores anteriores. Yo no puedo escribir sin borradores, y en la última versión agrego un
descuido evidente para que todo parezca espontáneo.
S.: La mayoría de los escritores están siempre quejándose de lo difícil que es escribir…
B.: No. Lo terrible sería no escribir. Para mí sería imposible.
S.: Está muy claro que Borges es una excepción. Usted siempre comunica en primer lugar ese
amor generoso por la literatura, y también evoca constantemente el placer del principio, tanto
cuando habla de la escritura como de la lectura. Pienso que es un correctivo fantástico para la
tremenda autocompasión de tantos escritores. Creo que ser escritor es una vocación muy rara,
muy extraña. Casi todos los escritores que conozco, y me incluyo, sabían desde muy temprana
edad que querían serlo.
B.: Bueno. Conrad y De Quincey al menos lo sabían, y yo, sin compararme con ellos, siempre
supe que mi destino serían las letras, como escritor o como lector, pero estaría unido a la
literatura.
S.: ¿Imaginó alguna vez los libros que publicaría?
B.: No, nunca pensé en ello. Pensé en el placer de leer y en el placer de escribir, pero en publicar
no. Jamás.
S.: ¿Cree usted que pudo haber sido un escritor como Emily Dickinson, que no publicó en vida?
B.: Sí, pero cometí esa imprudencia. En una ocasión le pregunté a Alfonso Reyes por qué

publicamos, y Reyes me
contestó: «Publicamos para no tener que pasarnos la vida corrigiendo borradores». Creo que
tenía razón; cada vez que se publica un libro mío yo no me entero de qué es lo que ocurre con
él, no leo absolutamente nada acerca de lo que se escribe sobre él. Ni sé si se vende o no. Trato
simplemente de soñar con otras cosas y escribir un libro distinto, pero generalmente me salen
muy parecidos al anterior.
S.: Una vez le preguntaron a Valéry como sabía cuándo se terminaba el poema, y contestó:
«Cuando viene el editor y se lo lleva».
B.: ¡A mí siempre me asombra tanto cuando se habla de edición definitiva! ¿Cómo puede ser
que un autor no pueda arrepentirse de un punto incómodo o un adjetivo? Es absurdo.
S.: Yo también siento que me gustaría volver a escribir casi absolutamente todo lo que he
escrito…
B.: Y yo querría destruir todo lo que he escrito. Me gustaría salvar un libro, El libro de arena,
quizá La cifra también; pero lo demás puede y debe olvidarse.
S.: [Riendo.] Cuando releo lo que he escrito (trato de hacerlo lo menos posible) me siento muy
deprimida, o porque creo que es malísimo y me duele que exista o porque pienso que es muy
bueno y que nunca más podré escribir algo como eso. Pero no soy tan fuerte como usted, ya
que no puedo imaginar- me escribir sin publicar: para mí la publicación es una forma de
deshacerme de aquello que me obsesionaba. Todo el proceso de la escritura está en función de
una metáfora hidráulica en la cual yo tengo que mantener los grifos abiertos, y si lo produzco,
me tengo que deshacer del libro, y la única forma de lograrlo es publicando.
B.: Cuando publica, luego cambia de tema ¿no?
S.: No sólo cambio de tema sino que generalmente también cambio de opinión, lo cual a veces
resulta bastante incómodo, porque la actitud seria, adulta, responsable, exige estar quieto
detrás, respaldando lo que uno ha producido.
B.: Y la actitud comercial, también…
S.: La mayoría de los escritores están siempre quejándose
de lo difícil que es escribir…
S.: No, no creo que sea la actitud comercial. Existen libros míos publicados hace veinte años,
por ejemplo, y si ahora me encuentro con un joven que me está le- yendo por primera vez a
través de ese libro, me sentiría muy poco amable, muy grosera si le dijera que eso que está
leyendo y que escribí yo, ya no me interesa. Y no es culpa de nadie que la vida pase, que haya
un nacimiento o que un ser querido haya muerto. Esto no significa que no me sienta contenta
si están leyendo mis libros, sino que ya no me atañen más. Mi tarea es estar más allá de los
libros publicados, descartarlos. Es una especie de convicción esquizofrénica, porque hay una
parte mía que dice sí, que quiere que mis libros continúen siendo leídos, pero hay otra parte: la
parte creativa, la parte de donde proviene la escritura. La primera parte, si podemos llamarle
así, es el lector, y yo también soy lectora, pero mi parte de escritora, que está más anticipada,
más limitada, más pervertida, no está interesada en mis libros. Entonces, me intereso
solamente por lo que estoy escribiendo ahora o por lo que voy a escribir cuando termine esto
que estoy haciendo ahora. Si he hecho algo, siempre quiero contradecirlo, y me siento libre de
contradecirlo ya que yo lo he hecho: cierta postura que pude haber adoptado en un momento,
con total honestidad y habiéndola meditado seriamente a su hora, bueno, de pronto la veo
distinta. Esto hace que yo no sea muy buena ha- blando de mis propias obras y por ello me
gusta más hablar acerca de la obra de otros escritores. La gente dice de mí que soy demasiado
modesta porque no me gusta hablar de mis libros y sí de los otros, pero siempre debo aclarar
que no se trata de una cuestión de modestia, sino que, con toda honestidad, no sé hablar de
mis libros. Es como si no pudiese estar fuera y dentro a la vez. ¿Tiene usted alguna experiencia
de ese tipo?
B.: No sé, yo nunca releo lo que he escrito, lo olvido fácilmente…
S.: Es hermoso olvidarse ¿no?
B.: Una purificación.
S.: Pero parece ser que es a la propia obra a la que uno no puede acceder como a la obra de
otro. La gente siempre me pregunta: «¿Cómo distingo yo entre literatura y otros libros?», ya
que, por supuesto, la mayoría de lo que aparece en forma de libro no es literatura, sino
«productos» en forma de libros. Pienso que la definición más simple de qué es la literatura
viene dada por la necesidad de relectura que el libro en cuestión puede suscitar. Luego se
transforma en una especie de familia del discurso, en el cual uno pasa a formar parte del mismo.
B.: En el caso de la poesía tiene que ser ligeramente misteriosa, me parece, tiene que haber
algo en las cadencias, no puede ser explicable…
S.: ¿Qué piensa Borges de las diferencias entre prosa y poesía? Yo siempre sospecho de todas
las dicotomías, no creo que puedan ser divididas en dos cosas. Es lo que ocurre con términos
como «izquierda» y «derecha»: tan pronto se observan un poco a fondo, cualquier diferencia
se derrumba.
B.: Yo creo que la diferencia esencial está en el lector, no en el texto. El lector, ante una página
en prosa espera noticias, información, razonamientos; en cambio, el que lee una página en
verso sabe que tiene que emocionarse. En el texto no hay ninguna diferencia, pero en el lector
sí, porque la actitud del lector es distinta.
S.: Yo podría adoptar la posición opuesta: si Dante es poesía, ciertamente hay mucha
información, mucho argumento en su obra; si Kafka es prosa, no hay información ni noticias.
Yo creo que la diferencia no está en la cantidad de información que pueda tener un texto, o si
tiene un argumento o no.

B.: No, no, yo no he dicho eso. He dicho que lo


que el lector busca es una cosa, pero no que los libros sean genéricamente distintos. Por
ejemplo, creo que un clásico no es un libro escrito de cierto modo sino leído de un cierto modo.
S.: Entonces, ¿usted cree realmente que existen diferentes tipos de lectores?

B.: La originalidad es imposible, cada escritor puede tener una nueva entonación, aportar un
nuevo matiz, pero nada más.

B.: Tantos tipos de lectores como lectores hay en el mundo. Del mismo modo que pienso que
cada página de poesía o prosa es única.
S.: Nosotros hemos dedicado tanto tiempo a la lectura que me asombro cuando otro escritor
me pregunta: «¿Cómo encuentra usted tiempo para leer?». Existe la tendencia a convertirse en
una máquina de producción, de tal modo que este puede llegar a ser el motivo central de su
vida y entonces, la lectura se convierte en una distracción, o sea, «distrae» de esa productividad
que debe poseer al escribir. A veces también pienso que lo que más me gustaría sería no
escribir, ya que es con la lectura como disfruto total y absolutamente, pero en ocasiones me
digo: «Bueno, no puedo estar leyendo todo el tiempo, es mejor que escriba un poco». Cuando
hablo de la lectura, no me refiero a que me perjudique para escribir, sino que para mí constituye
un placer. No sé, parecería que leer es mucho más sencillo que ver la televisión…
B.: ¡Es que es mucho más difícil ver la televisión! A mí, por suerte, la ceguera me defiende.
S.: [Riendo.] Estoy totalmente de acuerdo con usted, Borges. Debemos aumentar la
comunidad de lectores.
B.: Sí. Porque es una especie en vías de extinción. Esritores, sí, quedan muchos, pero lectores
casi ninguno. Fundaremos la Secta de los Lectores, una sociedad secreta de lectores.

_______________________________________________________________

 Este diálogo fue publicado en el número 353 de la revista Quimera, en abril de 2013 y en el
400, en marzo de 2017. COMPRAR EL NÚMERO AQUÍ: NÚMERO 400
Foto 1: Jorge Luis Borges. Fotografía: Sara Facio
Foto 2: Susan Sontag
Foto 3. Jorge Luis Borges. Fotografía: Sara Facio
Foto 4. Susan Sontag en París (2002). Fotografía: Annie Leibovitz ©
Foto 5. Borges en Central Park (NYC) en 1969. Fotografía: Diane Arbus

You might also like