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El periodista rió nerviosamente y dijo: «Sí, sí, claro, es un gran escritor, ¿pero existe alguna otra
razón por la cual esté tan feliz de viajar?». Sentí entonces que me estaba portando muy mal, y
que debía ponerme seria por un momento, así que agregué: «Bueno, también quiero ir a
Argentina para expresar mi admiración por el regreso del país a la democracia». Por supuesto,
siento la primera razón con mucha más fuerza, ya que Borges no solamente es un escritor
conocido por todos, sino también muy admirado por otros escritores. Nos ha enseñado
muchos nuevos trucos, cosa que apreciamos mucho, ya que esos nuevos juegos que
aprendimos luego los podemos aprovechar. Quizás no sea tan fácil para Borges estar en esta
posición. En una entrevista, una vez dijo algo que quisiera citar: «Me he cansado mucho de
laberintos, tigres, espejos, especialmente cuando son otros los que los usan». Y luego agregó
(y esta es la parte que me encantó, porque Borges sabe sacar ventaja de la desventaja): «Esa
es la ventaja de tener imitadores: tanta gente está haciendo lo que yo hacía, que ya no es
necesario que yo lo haga». Quisiera, pues, cederle la palabra a Borges, para que explique qué
ha significado para usted esa influencia que ha ejercido sobre tantos escritores, aunque no sé
si realmente la imagina, ya que cuando habla siempre es tan modesto respecto a su propia
obra..
Jorge Luis Borges: No, no soy modesto, soy lúcido simplemente. Me asombra ser conocido,
jamás pensé en eso. Y me llegó después de bien cumplidos los cincuenta años, la gente me
notó y dejé de ser el hombre invisible que había sido hasta entonces. Ahor
a estoy acostumbrado a ser visible, pero siempre me cuesta un esfuerzo terrible. En realidad,
estoy muy asombrado de la generosidad de todos; a veces pienso que soy una especie de
superstición, aunque bastante difundida ahora. Pero en cualquier momento pueden descubrir
que soy un impostor; en todo caso, soy un impostor involuntario. Está bien, vamos a mantener
esta ficción en la cual yo soy un buen escritor, pero ya que es un juego, juguémoslo entre todos,
siempre que no lo tomemos demasiado en serio.
S.: Una de las cosas que amo en usted como figura literaria…
B.: Desgraciadamente, soy una figura literaria.
S.: [Riendo.] Bien, lo que quería decir es que usted está ansioso por darse a la admiración…
B.: No, la admiración no. Lo que yo quería es la amistad y la indulgencia de todos.
S.: Usted habla a menudo con admiración de otros escritores, sobre todo de los escritores del
pasado…
B.: Y sobre todo del pasado americano, al que yo tanto le debo. Si pienso en Nueva
Inglaterra, en la cantidad de gente valiosa que New England ha dado al mundo (quizás los
astrólogos sepan algo de esto) y comienzo a enumerarlos, ahí están Emerson, Melville,
Thoreau, Henry James, Emily Dickinson y tantos otros. Si no hubieran existido ellos, no
existiríamos nosotros, que somos de alguna manera una proyección de aquella constelación de
Nueva Inglaterra.
publicamos, y Reyes me
contestó: «Publicamos para no tener que pasarnos la vida corrigiendo borradores». Creo que
tenía razón; cada vez que se publica un libro mío yo no me entero de qué es lo que ocurre con
él, no leo absolutamente nada acerca de lo que se escribe sobre él. Ni sé si se vende o no. Trato
simplemente de soñar con otras cosas y escribir un libro distinto, pero generalmente me salen
muy parecidos al anterior.
S.: Una vez le preguntaron a Valéry como sabía cuándo se terminaba el poema, y contestó:
«Cuando viene el editor y se lo lleva».
B.: ¡A mí siempre me asombra tanto cuando se habla de edición definitiva! ¿Cómo puede ser
que un autor no pueda arrepentirse de un punto incómodo o un adjetivo? Es absurdo.
S.: Yo también siento que me gustaría volver a escribir casi absolutamente todo lo que he
escrito…
B.: Y yo querría destruir todo lo que he escrito. Me gustaría salvar un libro, El libro de arena,
quizá La cifra también; pero lo demás puede y debe olvidarse.
S.: [Riendo.] Cuando releo lo que he escrito (trato de hacerlo lo menos posible) me siento muy
deprimida, o porque creo que es malísimo y me duele que exista o porque pienso que es muy
bueno y que nunca más podré escribir algo como eso. Pero no soy tan fuerte como usted, ya
que no puedo imaginar- me escribir sin publicar: para mí la publicación es una forma de
deshacerme de aquello que me obsesionaba. Todo el proceso de la escritura está en función de
una metáfora hidráulica en la cual yo tengo que mantener los grifos abiertos, y si lo produzco,
me tengo que deshacer del libro, y la única forma de lograrlo es publicando.
B.: Cuando publica, luego cambia de tema ¿no?
S.: No sólo cambio de tema sino que generalmente también cambio de opinión, lo cual a veces
resulta bastante incómodo, porque la actitud seria, adulta, responsable, exige estar quieto
detrás, respaldando lo que uno ha producido.
B.: Y la actitud comercial, también…
S.: La mayoría de los escritores están siempre quejándose
de lo difícil que es escribir…
S.: No, no creo que sea la actitud comercial. Existen libros míos publicados hace veinte años,
por ejemplo, y si ahora me encuentro con un joven que me está le- yendo por primera vez a
través de ese libro, me sentiría muy poco amable, muy grosera si le dijera que eso que está
leyendo y que escribí yo, ya no me interesa. Y no es culpa de nadie que la vida pase, que haya
un nacimiento o que un ser querido haya muerto. Esto no significa que no me sienta contenta
si están leyendo mis libros, sino que ya no me atañen más. Mi tarea es estar más allá de los
libros publicados, descartarlos. Es una especie de convicción esquizofrénica, porque hay una
parte mía que dice sí, que quiere que mis libros continúen siendo leídos, pero hay otra parte: la
parte creativa, la parte de donde proviene la escritura. La primera parte, si podemos llamarle
así, es el lector, y yo también soy lectora, pero mi parte de escritora, que está más anticipada,
más limitada, más pervertida, no está interesada en mis libros. Entonces, me intereso
solamente por lo que estoy escribiendo ahora o por lo que voy a escribir cuando termine esto
que estoy haciendo ahora. Si he hecho algo, siempre quiero contradecirlo, y me siento libre de
contradecirlo ya que yo lo he hecho: cierta postura que pude haber adoptado en un momento,
con total honestidad y habiéndola meditado seriamente a su hora, bueno, de pronto la veo
distinta. Esto hace que yo no sea muy buena ha- blando de mis propias obras y por ello me
gusta más hablar acerca de la obra de otros escritores. La gente dice de mí que soy demasiado
modesta porque no me gusta hablar de mis libros y sí de los otros, pero siempre debo aclarar
que no se trata de una cuestión de modestia, sino que, con toda honestidad, no sé hablar de
mis libros. Es como si no pudiese estar fuera y dentro a la vez. ¿Tiene usted alguna experiencia
de ese tipo?
B.: No sé, yo nunca releo lo que he escrito, lo olvido fácilmente…
S.: Es hermoso olvidarse ¿no?
B.: Una purificación.
S.: Pero parece ser que es a la propia obra a la que uno no puede acceder como a la obra de
otro. La gente siempre me pregunta: «¿Cómo distingo yo entre literatura y otros libros?», ya
que, por supuesto, la mayoría de lo que aparece en forma de libro no es literatura, sino
«productos» en forma de libros. Pienso que la definición más simple de qué es la literatura
viene dada por la necesidad de relectura que el libro en cuestión puede suscitar. Luego se
transforma en una especie de familia del discurso, en el cual uno pasa a formar parte del mismo.
B.: En el caso de la poesía tiene que ser ligeramente misteriosa, me parece, tiene que haber
algo en las cadencias, no puede ser explicable…
S.: ¿Qué piensa Borges de las diferencias entre prosa y poesía? Yo siempre sospecho de todas
las dicotomías, no creo que puedan ser divididas en dos cosas. Es lo que ocurre con términos
como «izquierda» y «derecha»: tan pronto se observan un poco a fondo, cualquier diferencia
se derrumba.
B.: Yo creo que la diferencia esencial está en el lector, no en el texto. El lector, ante una página
en prosa espera noticias, información, razonamientos; en cambio, el que lee una página en
verso sabe que tiene que emocionarse. En el texto no hay ninguna diferencia, pero en el lector
sí, porque la actitud del lector es distinta.
S.: Yo podría adoptar la posición opuesta: si Dante es poesía, ciertamente hay mucha
información, mucho argumento en su obra; si Kafka es prosa, no hay información ni noticias.
Yo creo que la diferencia no está en la cantidad de información que pueda tener un texto, o si
tiene un argumento o no.
B.: La originalidad es imposible, cada escritor puede tener una nueva entonación, aportar un
nuevo matiz, pero nada más.
B.: Tantos tipos de lectores como lectores hay en el mundo. Del mismo modo que pienso que
cada página de poesía o prosa es única.
S.: Nosotros hemos dedicado tanto tiempo a la lectura que me asombro cuando otro escritor
me pregunta: «¿Cómo encuentra usted tiempo para leer?». Existe la tendencia a convertirse en
una máquina de producción, de tal modo que este puede llegar a ser el motivo central de su
vida y entonces, la lectura se convierte en una distracción, o sea, «distrae» de esa productividad
que debe poseer al escribir. A veces también pienso que lo que más me gustaría sería no
escribir, ya que es con la lectura como disfruto total y absolutamente, pero en ocasiones me
digo: «Bueno, no puedo estar leyendo todo el tiempo, es mejor que escriba un poco». Cuando
hablo de la lectura, no me refiero a que me perjudique para escribir, sino que para mí constituye
un placer. No sé, parecería que leer es mucho más sencillo que ver la televisión…
B.: ¡Es que es mucho más difícil ver la televisión! A mí, por suerte, la ceguera me defiende.
S.: [Riendo.] Estoy totalmente de acuerdo con usted, Borges. Debemos aumentar la
comunidad de lectores.
B.: Sí. Porque es una especie en vías de extinción. Esritores, sí, quedan muchos, pero lectores
casi ninguno. Fundaremos la Secta de los Lectores, una sociedad secreta de lectores.
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Este diálogo fue publicado en el número 353 de la revista Quimera, en abril de 2013 y en el
400, en marzo de 2017. COMPRAR EL NÚMERO AQUÍ: NÚMERO 400
Foto 1: Jorge Luis Borges. Fotografía: Sara Facio
Foto 2: Susan Sontag
Foto 3. Jorge Luis Borges. Fotografía: Sara Facio
Foto 4. Susan Sontag en París (2002). Fotografía: Annie Leibovitz ©
Foto 5. Borges en Central Park (NYC) en 1969. Fotografía: Diane Arbus