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Rolando Astarita Dobb y su crítica de la teoría subjetiva

​Dobb y su crítica de la teoría subjetiva

En esta nota quiero llamar la atención sobre la crítica del economista marxista inglés
Maurice Dobb a la teoría del valor basado en la utilidad, o teoría subjetiva del valor,
contenida en ​Economía política y capitalismo​, (México, FCE, 1973, publicado
originalmente en inglés en 1937).

El requisito de una constante independiente

Dobb comienza señalando que para dar fundamento a una ciencia es necesario
encontrar un “principio cuantitativo unificador”, que permita ordenar, de manera
sistemática, las relaciones entre los elementos del sistema. Por ejemplo, en química
ese principio se logró con el concepto de peso atómico; en física, con la ley newtoniana
de gravitación. En la economía política, dice Dobb, el principio es una teoría del valor,
que aparece en la obra de Adam Smith y se consolida con la sistematización de David
Ricardo. Es que, desde el punto de vista formal, las relaciones que gobiernan y
conectan las variables de un sistema económico, se establecen con un sistema de
ecuaciones, para cuya resolución debe existir una “constante” que pueda ser conocida
con independencia de cualquier otra variable del sistema. “Es una cantidad, como si
dijéramos, traída desde fuera del sistema de hechos a que se refieren las ecuaciones; y
en un sentido importante, de ese factor externo es del que se hace depender toda la
situación” (p. 12). Cuando se habla de “constante”, aclara Dobb, no se quiere significar
que se trata de una cantidad invariable, sino que es independiente de las otras
variables del sistema. Lo cual es necesario a fin de evitar el razonamiento en círculo.

Por ejemplo, si decimos que el valor de la mercancía A está determinado por el salario
y el beneficio (el enfoque del “costo de producción”), estamos remitiendo el valor de A
al valor del trabajo (salario). Pero entonces hay que preguntarse qué determina el
salario. Si respondemos que depende del valor de las mercancías que entran directa o
indirectamente en la canasta salarial, seguimos en el mismo problema; y si A integra
los bienes básicos, el razonamiento es claramente circular. Algo similar ocurrirá si nos

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preguntamos por el valor de los medios de producción que intervienen en la generación


de A. En cualquier caso, se incurre en la circularidad del razonamiento, ya que los
salarios y la ganancia contenidos en el valor de A están influenciados por el valor de A,
y el valor de A está determinado por los salarios y la ganancia. Por eso, cuando se trata
de la teoría del valor, “las constantes determinantes deben expresar una relación con
una cantidad que no sea ella misma valor”. Es lo que hizo Marx, cuando sostuvo que el
valor es generado por el trabajo, pero éste no tiene valor. En este respecto, agregamos
que la teoría del valor de Marx supera la inconsistencia lógica que persiste en Ricardo,
quien procuraba explicar el salario por el “valor del trabajo”. Para terminar este punto,
Dobb subraya que tanto la teoría del valor-trabajo y la del valor-utilidad, cumplen, en
principio, con el requisito lógico de partir de constantes que son independientes de las
variables que se quieren explicar.

Segundo requisito, el aspecto cuantitativo

Dobb también plantea que una teoría del valor debe poder formularse
cuantitativamente, en dimensiones que sean reales. Lo cual exige la reducción a
alguna sustancia en común. Por ejemplo, si decimos que el valor de A está
determinado por el deseo y los obstáculos para obtenerla, será necesario encontrar
alguna medida en común para ambos. Si afirmamos que A vale 5 unidades de deseo, y
1 unidad de obstáculo, y B vale 1 unidad de deseo y 4 unidades de obstáculo, no
tendríamos forma de decidir si A es más o menos valiosa que B, a menos que
establezcamos alguna magnitud común entre “deseo” y “obstáculo”. Lo mismo sucede
si decimos que el valor está generado por el trabajo y la naturaleza; o por el trabajo del
obrero y la abstinencia de consumir del capitalista. En estos casos, deberíamos
encontrar alguna forma de unificar cuantitativamente trabajo y naturaleza, o trabajo y la
abstinencia. Por eso, Marx plantea que “es preciso reducir los valores de cambio de las
mercancías a algo que les sea común, con respecto a lo cual representen un más o un
menos” (1999, p. 46, t. 1). La teoría del valor trabajo cumple con este requisito. En este
punto, aclaremos también que sraffianos como Garegnani, y marxistas influenciados
por la obra de Sraffa, como Dobb, pensaron que la teoría del valor de Marx se reducía
a esta única problemática, la relación cuantitativa en el intercambio. No comparto esta

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idea -la teoría de Marx encierra también una crítica social- pero es un hecho cierto que
la teoría del valor trabajo de Marx contiene el aspecto cuantitativo.

Por otra parte, Dobb señala que la teoría de la utilidad también permitiría, en principio,
esa unificación cuantitativa: los salarios se determinan comparando la utilidad del
salario con la desutilidad del trabajo, las mercancías se igualan por las utilidades
marginales, la tasa de interés se deriva de preferencias intertemporales, etcétera. Por
eso, Dobb concluye que las dos teorías del valor más importantes, la de la utilidad y del
trabajo, “han procurado cimentar su estructura sobre una cantidad ajena al sistema de
las variables de los precios, e independiente de ellas: en un caso un elemento objetivo
en actividad productiva, en otro, un factor subjetivo subyacente en el consumo y la
demanda” (p. 16). Sin embargo, la progresión del análisis pondrá en evidencia que la
perspectiva individualista -esto es, no social- de la teoría del valor basado en la utilidad,
la lleva a un quiebre teórico.

La teoría del valor-utilidad, inconsistencias

La teoría de la utilidad, tal como fue formulada a en las últimas décadas del siglo XIX,
sostuvo que el valor es el resultado “de una relación subjetiva entre las mercancías y
los estados individuales de conciencia como la constante determinante del sistema de
ecuaciones” (Dobb, p. 24); considerando ahora los incrementos de utilidad en el
margen, no en el agregado. El principio implicaba entonces que las constantes
económicas dependían “de la conciencia humana” (Pigou, citado por Dobb). Por eso,
podía aplicarse a todo bien, y a cualquier clase de sociedad humana. En otros
términos, era de alta generalidad (sus defensores alegan que este hecho determina la
superioridad del enfoque basado en la utilidad por sobre el basado en el trabajo
humano). Sin embargo, la teoría del valor-utilidad tiene una limitación fatal, que se
asocia a la imposible derivación de fenómenos intrínsecamente sociales, como lo son
los precios y las variables distributivas, a partir del individuo.

Para ver por qué, tengamos presente que, de acuerdo a la teoría subjetiva del valor, los
fenómenos económicos están regidos por una serie de relaciones contractuales, que

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son libremente asumidas por los individuos independientes. De esta manera, las
utilidades determinan los precios. Pero para que exista esta determinación, es
necesario que las elecciones de los individuos sean independientes de los precios. Lo
cual supone que la voluntad, o la elección, son independientes de las relaciones del
mercado en que está inmerso el individuo; y más en particular, son independientes de
la distribución del ingreso. Pero este supuesto está en contra de toda evidencia y
criterio realista.

Lo mismo puede verse cuando se analizan las variables del ingreso. Por ejemplo, la
teoría subjetiva del valor sostiene que la preferencia por los bienes presentes, en
relación a los bienes futuros, determina la tasa de interés (la tasa de interés sería la
razón de intercambio entre dos tipos de bienes, presentes y futuros). Sin embargo, esa
preferencia está influenciada por la distribución del ingreso, ya que no es igual la
preferencia por el presente del que recibe un ingreso de 500 dólares por mes, del que
recibe 10.000 dólares por mes. Pero esto implica que la distribución del ingreso es
lógicamente anterior a la determinación del interés; que es una variable del ingreso que
a su vez es clave para explicar el precio de las mercancías. En consecuencia, las
preferencias no pueden tomarse como “dadas”, como hace la teoría del valor subjetivo.
En términos más generales, las curvas de indiferencia no pueden postularse con
independencia de la distribución del ingreso y de la posición social del individuo, ya que
la voluntad y la subjetividad están influenciadas por las relaciones de mercado.

Veamos todavía otro caso, el salario. De acuerdo a la teoría de la utilidad, los agentes
económicos optimizan entre la desutilidad del trabajo y la utilidad del salario. Sin
embargo, en la realidad, la elección entre trabajar como asalariado y no hacerlo será
muy distinta si el individuo es propietario, o no, de tierras, o de medios de producción.
Pero esto implica que el salario no puede determinarse con independencia de la
situación distributiva en que se encuentra el individuo. En palabras de Dobb: “Un
hombre desprovisto de tierras, estimará el “sacrificio” o “desutilidad” que supone
alquilar su trabajo en mucho menos de lo que lo estima un campesino dueño de una
parcela y de instrumentos de producción... (…) … la postulación de cualesquiera
valores normales, requiere la postulación previa de una cierta distribución de los

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ingresos y, por tanto, de una cierta estructura de clases. Dar una forma precisa a las
relaciones de cambio de una sociedad determinada requiere, no simplemente la
disposición mental de un individuo abstracto, sino también el complejo de instituciones
y relaciones sociales de las cuales el individuo concreto forma parte. Y un poco más
arriba, había señalado que cuando se habla de la preferencia de un individuo, la misma
“dependerá de su ingreso, con el resultado circular de que la naturaleza de los costos
fundamentales que afectan el valor de las mercancías y la remuneración de los factores
de la producción estará determinada, a su vez, por la distribución del ingreso” (p. 113).

A lo anterior, Dobb agrega una segunda razón por la cual las preferencias no pueden
tomarse como “dadas”, y es la influencia de lo convencional y la propaganda. “El gusto
humano, más allá del nivel primitivo, se ha desarrollado evidentemente a través de un
proceso de educación en el cual la costumbre y lo convencional han jugado un papel
principal, junto a otros factores del medio ambiente” (p. 115).

El quiebre de la teoría del valor-utilidad

A la vista de estas dificultades, Dobb señala que los economistas tendieron a


abandonar el concepto de utilidad, o a definirlo de manera empírica. Se sostiene que la
economía es una “ciencia positiva”, que sólo debe registrar los intercambios y suponer
que los individuos demandan los objetos según una escala de preferencias, sin brindar
explicación del principio ordenador de esas preferencias. “Si todo lo que se postula es
simplemente que los hombres eligen, sin decir cómo eligen o qué es lo que determina
su elección, la Economía no podría proporcionarnos más que una especie de álgebra
de las elecciones humanas, nos indicaría ciertas formas más o menos evidentes de las
relaciones entre las elecciones; pero nos diría muy poco respecto al modo como se
desarrolla una situación real” (Dobb, p. 115). La tendencia se prolonga hasta hoy; la
hipótesis de las preferencias reveladas es la cumbre de este criterio puramente
empirista, sin sustento en teoría (ver ​aquí​).

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Pero el giro positivista implica que no hay ley que rija los intercambios. Por eso, la
crítica de Dobb podría enriquecerse incorporando la noción hegeliana de “proporción”,
o “razón”, a la que apela Marx en el capítulo 1 de ​El Capital​, cuando pasa del valor de
cambio (el mundo del precio) al valor. Si las mercancías se cambian proporciones o
razones más o menos constantes (hablamos de intercambios repetidos y sistemáticos),
es claro que los valores de cambio no son aleatorios. Debe buscarse entonces alguna
ley que gobierne las proporciones o razones de los cambios. Por eso, la necesidad de
buscar un sustrato que habilite la comparación entre los valores, está vinculada a la
búsqueda de esta ley. En este punto, podría ampliarse la crítica incorporando las
dificultades (reconocidas por los propios neoclásicos) de medición de la utilidad.

Dobb no aborda la cuestión desde este ángulo, aunque implícitamente lo alude, al


señalar que el enfoque positivista de la economía moderna implica renunciar a
encontrar el factor independiente, la constante, que se demostró antes que debe ser la
base de una teoría del valor. Y si la explicación de los precios neoclásica carece de ese
pilar, de nuevo no hay forma de evitar el razonamiento circular. Si los deseos solo
pueden registrarse empíricamente, nada nos autoriza a suponer que tales deseos no
sean íntegramente criaturas de los movimientos de precios (Dobb, p. 119). Esto es, los
precios debían explicarse por los deseos y preferencias, pero los deseos y
preferencias, carentes de determinación autónoma, también pueden explicarse por los
precios.

En resumen​, no hay manera de fundar en la subjetividad el fenómeno objetivo del


mercado y los precios. Parece claro también que hoy la creciente formalización de la
microeconomía apenas puede disimular este hecho. Detrás de la profusa matemática,
no hay contenido. Es una cáscara vacía. La crítica de Maurice Dobb, a pesar de los
años, conserva su vigencia.

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