You are on page 1of 8

Patriarcado y

androcentrismo

Estudios de
Género para la
Formación
Profesional

1
Androcentrismo y patriarcado
En esta Lectura llevaremos adelante el recorrido sobre dos conceptos que
son centrales para comprender cuáles son y han sido históricamente los
mecanismos de la desigualdad, de los prejuicios negativos de género, de la
exclusión de las diversas identidades de género y el establecimiento del
orden sexual normativo sobre lxs sujetxs.

Androcentrismo
La primera definición más transparente de androcentrismo alude a una
visión del mundo desde el punto de vista masculino, donde el Hombre se
encuentra en el centro del pensamiento y las ideas.

Podríamos pensar que en sí misma esta situación es una más de todos los
modelos de pensamiento o ciencia; incluso podría parecer que es
simplemente una metodología o una epistemología del conocimiento.
Pues bien, es todo ello, pero también es algo más. El pensamiento
androcéntrico no es solo un tipo de visión del mundo y de las relaciones
sociales basado en la mirada masculina, sino que a lo largo de nuestra
historia del conocimiento ha sido el tipo de visión del mundo y de las
relaciones sociales establecido como el parámetro de lo universal.

Es decir, la mirada androcéntrica se encuentra en el seno mismo de las


teóricas clásicas del Estado, la religión, el derecho, la política, la educación,
la medicina, etc. Durante siglos, la mirada masculina fue la única mirada
que tuvo acceso a la producción de conocimiento y a la creación de teorías
(históricamente, las mujeres fueron privadas al acceso a la educación, más
aún a los espacios de poder-saber).

El saber, el conocimiento, la forma en la que conocemos, se relaciona


íntimamente con los modos que adopta y las formas en la que se produce
(constituye) la noción de realidad, de existencia, de poder. Dado que el
saber y su construcción es un espacio privilegiado de circulación de los
varones, las relaciones que trazó en la inclusión de las mujeres y otras
expresiones de género, en términos históricos, fue desfavorable. El saber
androcéntrico se fue constituyendo a través de nociones de neutralidad,
objetividad, universalidad y rigurosidad científica, que explican la dificultad
que tenemos hoy para advertir o develar cuando estamos frente a un
posicionamiento androcentrista.

Diversas disciplinas afirmaron científicamente la diferencia biológica entre


hombres y mujeres como un dato objetivo de la realidad y fueron

2
adosando a esta diferencia «material» significados y ejemplificaciones de
desigualdad e inferioridad. Así, se aseveraba científicamente que las
mujeres eran menos inteligentes, que su biología las hacía tendientes a la
debilidad, la emocionalidad, la irracionalidad y que el amor por las tareas
de cuidado era una predisposición natural.

El saber androcéntrico fue constituyendo al hombre como el Hombre


Universal, la medida ejemplificante de la humanidad, mientras que la
constitución de la mujer se anudaba a la especificidad.

Cuando el hombre es percibido como el modelo de ser


humano, cuando sus experiencias se entienden como
centrales a la experiencia humana, la enorme mayoría de las
instituciones creadas socialmente van a responder a las
necesidades e intereses del varón y, cuando mucho, a las
necesidades o intereses que el varón cree tienen las
mujeres. Si el hombre se asume como representante de la
humanidad toda, todos los estudios, análisis,
investigaciones, narraciones y propuestas se enfocan
únicamente desde la perspectiva masculina, la cual no es
asumida en su parcialidad, sino como una no-perspectiva,
como un hecho totalmente objetivo, universal e imparcial.
(Facio, 2002,
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=18320201).

Como vimos anteriormente en la Lectura 2, esta construcción de la mujer


como lo Otro configuró la forma de comprender su posicionamiento social
y político como el par desjerarquizado de la oposición fundamental
hombre/mujer, cultura/naturaleza.

Ahora bien, esta mirada androcéntrica que constituye al Hombre (tipo


ideal) como la medida de lo humano no se refiere a cualquier hombre,
pues la intersección con las discursividades raciales y de clase estuvieron
presentes. Podemos ver que, con posterioridad a la colonización y al
desarrollo de lo que se llamó el Atlántico negro, la raza fue también esa
construcción sobre los cuerpos y la identidades que constituyó poblaciones
enteras como lo otro del hombre blanco, europeo, instruido y de clase
acomodada, quien por supuesto se encontraban en el centro de las
decisiones políticas, construcciones del saber y ejercicio del poder material
de los Estados y las colonias. “La raza no es ni más mítica, ni más ficticia
que el género, ambas son ficciones poderosas” (Lugones, 2008,
http://www.revistatabularasa.org/numero-9/05lugones.pdf).

3
Esto nos lleva a comprender, a su vez, que no todas las mujeres eran ni son
acreedoras de la fragilidad, belleza, delicadeza y cuidado, sino que,
intersectadas con la raza y la clase, miles de mujeres de color, mestizas,
mulatas, amarillas, etcétera, quedaron emplazas en un marco de no-
humanidad, pues el trato sobre sus cuerpos no se nutría de la fuerza –que
les era exigida– y de la producción –que les era arrebata– pensada como lo
era para los Hombres, sino que quedaban relegadas a una asimilación
animal. Lo mismo acontecía con los hombres racializados.

La reducción del género a lo privado, al control sobre el sexo


y sus recursos y productos es una cuestión ideológica
presentada ideológicamente como biológica, parte de la
producción cognitiva de la modernidad que ha
conceptualizado la raza como «engenerizada» y al género
como racializado de maneras particularmente diferenciadas
entre los europeos-as/blancos-as y las gentes
colonizadas/no-blancas. (Lugones, 2008,
http://www.revistatabularasa.org/numero-
9/05lugones.pdf).

El conocimiento a través de nuestra historia, no ha sido neutral en


términos de Género, Raza o Clase, puesto que sólo se ha incluido la
mirada desde un término: El masculino (Facio, A., 2002,
http://www.redalyc.org).

La formulación de la crítica al sesgo negativo de género del conocimiento y,


por tanto, despejar cuáles fueron los contextos de producción y las
interrelaciones políticas del saber androcéntrico, fue una actividad de
trabajo de teorización y producción del saber que llevaron adelante las
teóricas feministas. Ahora bien, el feminismo no propone la sustitución de
un término central como el masculino por otro término central femenino
para así constituir a la mujer en otro concepto totalitario que se convierta
en la medida de lo humano. Por el contrario, lo que se propone a través de
una perspectiva de género o perspectiva de género sensitiva es poner el
foco del estudio en la existencia de estas relaciones de poder que anudan
las dicotomías (masculino/femenino), para deconstruirlas y dar paso a una
nueva constitución de lo real, de lo humano y con ello, los derechos, la
visibilidad, la circulación y la legitimidad que simboliza.

4
Por eso las feministas insistimos en que la perspectiva que
pasa por una no-perspectiva es androcéntrica en tanto las
interpretaciones de la realidad con más conocimiento
intelectual, son aquellas que no han tomado en cuenta las
relaciones de poder entre los géneros o las han marginado a
tal punto que su visión o explicación de cualquier fenómeno
social o cultural se ha visto parcializado, incompleto o
tergiversado. Sin embargo, las perspectivas de género
sensitivas o perspectivas de género como se les dice más
comúnmente, no pretenden sustituir la centralidad del
hombre por la centralidad de la mujer aunque partan de una
mirada que corresponde a la experiencia de un sujeto
específico. Pretenden poner las relaciones de poder entre
hombres y mujeres en el centro de cualquier análisis e
interpretación de la realidad. (Facio, 2002,
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=18320201).

La perspectiva de género, entonces, implica poner la mirada en el análisis


de las relaciones de poder entre los géneros. Sería un error considerar que
la perspectiva de género es lo que atañe solo a cosas de mujeres o políticas
públicas solo para mujeres, que dejan intactas las dinámicas de
poder/saber constitutivas de la desigualdad y la exclusión. Tanto hombres
como mujeres y otras expresiones sexo-genéricas se encuentran atrapadxs,
clasificadxs, estereotipadxs y constreñidxs por los alcances normativos,
reguladores y disciplinadores de las construcciones relacionales del género,
de maneras diferentes claro, pero no por ello sin consecuencias
constrictivas al libre desarrollo de la subjetividad.

Patriarcado

El concepto de patriarcado no fue desarrollado exclusivamente por el


feminismo; en estudios de la sociedad, el Estado y la familia, el sistema
patriarcal hacía referencia a un sistema de constitución familiar, donde el
patriarca (el hombre de la casa) detentaba el poder económico, social y
familiar sobre el resto de los miembros de la familia, mujeres, niñas y
niños. El patriarca era la autoridad dentro del sistema familiar,

5
administraba los bienes, recibía la dote1 del padre de su esposa y tomaba
las decisiones de autoridad sobre lxs hijxs. Este sistema no se limitaba
solamente al ámbito privado de la familia, sino que se extendía y replicaba
en las cuestiones de Estado, en la concepción del sistema económico, del
sistema de saber, etcétera.
Podríamos aproximarnos a la definición del sistema patriarcal, a través de
los esfuerzos de las teóricas feministas, como aquella institucionalización
del dominio masculino que se despliega a través del entramado social
general, por medio de una jerarquización política, económica, jurídica e
institucional. Hacemos hincapié en la forma de institucionalización del
patriarcado, como dijimos, no circunscripta al ámbito familiar, sino
sostenido, constituido y replicado en las instituciones sociales y sus
relaciones.

El sistema patriarcal no es el mismo en todos los tiempos y en todas las


sociedades, así como otras construcciones sociales, presenta una
contextualidad histórica y cultural. A pesar de ello, podemos presentar
algunas notas que parecieran replicarse en los diversos modelos y formas
de los sistemas patriarcales, siguiendo a la autora Alda Facio (2002):

1) Es histórico.
2) En su seno se presenta un orden de diversas economías de violencia que
son desplegadas sobre el cuerpo de la mujer (apropiación del ideal
reproductor por parte del hombre, objetivación y dominación sexual).
3) Las relaciones de dominación y subalternidad dentro del binomio
hombre/mujer parecen ser mantenidas a través de las diversas
jerarquizaciones sociales.
4) La justificación, validación y legitimación de las desigualdades ancladas
en relaciones de poder de género tienen su base en presupuestos
biologicistas que plantean esta diferencia como natural, moralmente
correcta, jurídicamente legítima y normalmente válida.

Entonces, los sistemas patriarcales, o como refiere el presente texto, el


patriarcado, se manifiesta y replica a través de los diversos contextos
históricos y en el conjunto de variadas instituciones sociales que justifican y
validan la discriminación de la mujeres y de otras expresiones sexo-
genéricas. “Llamamos institución patriarcal a un conjunto de símbolos,
prácticas, relaciones u organizaciones cuya existencia es constante y
contundente y que junto a otros conjuntos similares, operan como pilares
estrechamente ligados entre sí en la transmisión de la desigualdad…” (Facio,
2002, p. 66).
1 Dinero, bienes y tierras que la mujer traía el matrimonio. La dote era entregada por el pater
familias al esponsal. Es parte de la entrega simbólica de la autoridad del padre a la autoridad del
marido. La mujer no administraba estos bienes. Este intercambio de bienes e influencias marcaba la
importancia de determinados matrimonios. Las mujeres se convertían así en un bien de intercambio
más.

6
Algunas instituciones son el lenguaje, la familia patriarcal, la
heterosexualidad obligatoria, las religiones, el saber androcéntrico, entre
otras.

Ahora bien, esta exposición sobre el patriarcado y las relaciones de


dominación que habilita no significa que las mujeres no tengan
absolutamente ningún poder o espacio de acción. Al ser un producto de la
historia y no de la naturaleza, una característica de este sistema, como de
cualquier otro sistema social, es su contingencia. Decimos que es
contingente pues es mutable, cambiable y por tanto, se puede apelar a su
desconstrucción y a pensar las relaciones sociales desde otras perspectivas,
como una perspectiva de género sensitiva.

A su vez, es erróneo pensar que lxs sujetxs que son subalternizadxs por
estructuras o mecanismos relacionales de poder no tienen ninguna agencia
o capacidad de acción para modificar la situación desfavorable en la que son
colocadxs. Por ejemplo, si pensáramos que la mujer es solamente
dominada, solamente vulnerable, la ubicaríamos ya vulnerabilizada en
todos los espacios, con una nula o casi inexistente posibilidad de resistencia.
Las identidades de género no masculinistas no son en sí mismas un grupo
vulnerable, sino que por el contrario, son a lo sumo vulnerabilizadxs en y
por las relaciones de poder de género. Tampoco es interesante reducir el
discurso de emancipación al debate de mayorías y minorías. El hecho de
que las mujeres constituyan el 50 % o más de la población en términos
cuantitativos no significa en sí un argumento liberador de igualdad, porque
nuevamente dejamos sin cuestionar, sin debatir y sin deconstruir el campo
de poder en donde se articulan las relaciones de género. Podríamos,
además, preguntarnos ¿cuál es el porcentaje poblacional representativo
necesario para no ser subalternizadx? ¿50, 30 o 20 %? Si caemos en la
trampa del discurso de las mayorías y las minorías, corremos el riesgo de
invisibilizar cómo se producen las desigualdades, los cuerpos sobre los que
se imprimen y que su deconstrucción en sí es un problema de la sociedad
toda, pues sus ramificaciones nos afectan a todxs, sea cual sea el grado de
privilegio social que ostentemos. No es un problema de aquellas minorías,
sino que el campo normativo y la articulación de poder de las relaciones
desiguales a través del género, la raza y la clase nos atraviesan a todxs y es
un problema de la sociedad en su conjunto.

7
Referencias
Facio, A. (2002). Engenerando nuestras perspectivas. Otras Miradas, 2(2),
pp. 49-79. Recuperado de
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=18320201

Lugones, M. (2008). Colonialidad y género. Tábula Rasa, Nro. 9, Julio-


Diciembre, pp. 73-101. Recuperado de
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=39600906.

You might also like