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Resumen de música en Hispanoamérica

1. Paso de la música virreinal a los estados independientes

Tiene lugar un florecimiento de la música religiosa, al final la música religiosa se acaba


contaminando de lo teatral. Mientras que en España hay un decaimiento de la música
religiosa, en Hispanoamérica ocurre el caso contrario, hay florecimiento.

2. El piano
3. El salón.

Tiene practica de ejecución pianística y ostentan al refinamiento cultural, y el salón


puede ser familiar, aristocrático, burgués.. Su objetivo es muy diverso: puede tener
objetivo de esparcimiento o entretenimiento, o puede ser una sesión musical con baile.
El salón plenamente musical no va a florecer en Hispanoamérica en el XIX

4. El baile

Se interpretaba mucho repertorio de piano, y estaba orientado a las manifestaciones


sociales como ocio y diversión. Las tertulias familiares derivan de presentación de los
primeros pianistas locales y vamos a ver como poco a poco de este ámbito privado se va
a ir pasando a otras instituciones que agrupan un público más numeroso como por
ejemplo clubs filarmónicos, ateneos, casa editoras… se va teniendo un mayor repertorio
pianístico, un desarrollo de la enseñanza y una mejor organización musical, mayor
complejidad en obras para concierto de piano.

Respecto al teatro no va ser brillante por lo que apenas se tiene en cuenta.

A final de siglo se intenta hacer la música con un acento más nacional.

EL PIANO EN HISPANOAMÉRICA (Pdf el piano de Consuelo Carredano)

Su presencia fue un factor determinante para el desarrollo de la creación artística y la


conformación de una vida musical acoplada a las nuevas realidades. Desde finales del
siglo XVIII la afición por el piano empezó a propagarse hasta alcanzar los más alejados
centros urbanos del continente. En este trayecto el instrumento se afianzó en la mayoría
de los países como el más poderoso vehículo de divulgación musical familiar y social, y
se constituyó en un efectivo catalizador de las aspiraciones musicales de los aficionados
y no pocos compositores y ejecutantes profesionales. Esto daría paso a la conformación
de un enorme repertorio pianístico y al dinámico florecimiento de dos negocios
productivos: la venta de pianos y la edición de partituras.

Estrechamente vinculada al piano se encontraba la pasión por el baile. Pese a las


prohibiciones y persecuciones que padecieron algunos bailes, el baile aparecía como
elemento insustituible de ocio y diversión. Esta es la razón por la que el baile dispuso en
gran medida de los géneros y repertorios pianísticos que se cultivaron en los espacios
americanos. No es de extrañar entonces que junto a los profesores de piano abundaran
también los avisos de instructores y maestros de baile que ofrecían sus servicios en los

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diarios. Pero en los salones no todo fue girar al son de la música y alternar. Fueron
también espacios propicios al arte, la literatura y la política. La vida de salón y las
prácticas de ejecución pianística integraron en las nuevas republicas un rito social en el
que imperaban las costumbres francesas tan admiradas y adoptadas por las ascendentes
sociedades burguesas.

Con todo, es posible establecer distintas tipologías del salón hispanoamericano. Junto al
salón familiar, aristocrático, burgués y popular, estaban los recintos proporcionados por
instituciones culturales y recreativas. Los había cuyo propósito exclusivo era el
esparcimiento; otros se situaban a medio camino entre estos y el concierto: a la sesión
propiamente musical o literaria podía seguir el baile o viceversa. Sin embargo, el
llamado salón musical no floreció en el mapa americano con la misma intensidad. La
existencia de la vida de salón fue más bien discreta y ceñida a los estratos sociales
elitistas, antes de que las sociedades filarmónicas, los liceos artísticos e instituciones
musicales similares consiguieran generalizarlas. Es casi seguro que hubo salones en
todas las ciudades hispanoamericanas, pero no hay una información disponible exigua
que permita reconstrucción la tradición de salones con nombre y apellidos. Debemos
mencionar observar el consumo de música en este lugar, que rebela una gran
proliferación de la actividad musical. Había grandes tertulias en los cafés.

Tal como sucedió en otros lugares, con la llegada a Guatemala de las modas musicales
italianas, especialmente de origen operístico, se iniciaron las prácticas domésticas en las
que el pianoforte se constituyó en el eje de toda reunión. Aunque en un principio la
ópera se había recibido con cierto escepticismo, más tarde llegaría a ejercer verdadera
fascinación en la sociedad guatemalteca.

Las tertulias familiares también constituyeron en Buenos Aires espacios importantes


para la presentación de los primeros pianistas locales.

Respecto a la práctica de la música vernácula mencionar que fueron los virtuosos


extranjeros los que viajaron por el continente y dieron impulso inicial a esta práctica.
Son muchos los pianistas extranjeros que pasaron por tierras americanas a lo largo del
siglo. Mencionar a William Vicent Wallace, el primer concertista que llegó a la ciudad
de México en 1840. Otro paso importante fue el del talentoso pianista Juan Federico
Edelmann, que llegó a la Habana en 1832. Éxito también fue la llegada de Henry Herz.
Este sabía tocar las fibras sensibles del público.

La enseñanza

En el siglo XIX hispanoamericano la enseñanza se inscribió en medios en los que se


debatían otras preocupaciones compartidas. En la segunda y tercera décadas del siglo
desaparecieron un importante número de universidades, bibliotecas e instituciones
culturales. En las décadas siguientes se impulsó fuertemente la enseñanza con el
establecimiento de numerosas escuelas públicas y privadas que más tarde se
multiplicaron en muchas ciudades. En el terreno de la educación, las únicas opciones
antes de surgir los conservatorios y escuelas de música oficiales lo constituían las

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academias privadas y los maestros particulares; sobre todo estos últimos. Para los
pianistas, las lecciones de piano se convirtieron en un decoroso medio de ganarse la
vida.

En lugares menos afortunados, donde aún no había academias privadas o las que había
resultaban insuficientes, la música se enseñaba como parte del currículo de la
instrucción general.

Pese a las virtudes formativas que se reconocían en la música, paradójicamente el


aprender a tocar el piano no se consideró en ese tiempo parte esencial de la educación
masculina, a menos que se tratase de formar músicos profesionales. El piano fue más
bien un asunto de mujeres y, en ciertos lugares, llegó a ser una asignatura obligada para
señoritas de la alta sociedad hasta que su práctica se extendió a los estratos medios
urbanos con la popularización de los pianos verticales de menor costo. Destaca la
enorme cantidad de nombres femeninos asociados a las piezas de salón. Los estudios en
el extranjero estaban reservados para los alumnos con amplias posibilidades técnicas,
pero sobre todo económicas. Hay una sorprendente lista de hispanoamericanos que
viajaron a Europa para estudiar o perfeccionarse. Algunos son Ricardo Castro, Federico
Guzmán Frías o los representantes del nacionalismo en Cuba, Ignacio Cervantes, y en
Argentina, Alberto Williams.

Del salón al concierto

Al tiempo que se disponía de mejores recursos el amateurismo subsistente en la primera


mitad del siglo se separaba de la actividad profesional propiamente dicha. Las tertulias
se volvieron más frecuentes en entornos académicos y las exigencias fueron cada vez
mayores.

El espacio privado, tradicionalmente destinado a la música de salón, se trasladó hacia


otros ámbitos para agrupar públicos más numerosos e interesados en las expresiones
clásicas. De esta forma, el salón domestico fue desapareciendo conforme cobraban
fuerza las nuevas instituciones. Los clubes filarmónicos, las sociedades musicales,
ateneos, casas editoras de música y almacenes de instrumentos, así como los flamantes
conservatorios, se convirtieron en las nuevas redes sociales de una actividad musical de
mayores vuelos y repertorios pianísticos de creciente interés artístico. Bien podría
decirse que el concierto, no apareció en Hispanoamérica hasta bien avanzado el siglo
XIX.

Uno de los retos que impuso la interpretación histórica del periodo que nos ocupa es la
diversidad que caracterizaba a los países del continente. A pesar de las diferencias de lo
producido para el piano en nuestros países, bien podría establecerse una primera
generalización y definir el acervo pianístico hispanoamericano a través de dos géneros
principales: la canción con acompañamiento y la pieza solista.

No obstante esta diversidad, gran parte del acervo refleja rasgos similares. En general
las piezas muestran secciones claramente definidas, enlaces armónicos que resultan

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bastante predecibles… En este rubro empezaron a aflorar las primeras “actitudes”
nacionales o de temática nacional, como ocurrió también con las primeras operas de
autores hispanoamericanos. De ahí que ciertas tendencias que parecerían divergentes
apunten en un momento dado hacia un objetivo común que podría denominarse
“nacionalista”. Ciertos elementos de la danza y la contradanza fueron aprovechados por
los compositores de música para piano ya no para la creación de piezas bailables sino
para ser escuchados en otros ámbitos y para dar inicio a la música de concierto de
tendencia patriótica o nacionalista.

Por último, mencionar respecto al repertorio que hacia la mitad del siglo buena parte de
repertorio básico de música de salón empezó a experimentar cambios importantes
debido a la inclusión constante de nuevas danzas.

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