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vSC.OGÏDOS
PQ6257
C8
CUENTOS ESCOGIDOS
Núm.
ISlúm.
i s j ú m . Acig.
Procedencia
precio
Fecha
Cl&sifi
C O L E C C I Ó N DE L I B R O S E S C O G I D O S
REVISTA DE ESPAÑA
Año V I
Esta publicación verá la luz el día i.® de cada mes-
escrita por los mejores publicistas españoles. El S r . Me,
néndez y Pelayo se ha encargado de la Revista Crítica y CUENTOS
el S r . Echegaray de las Cuestiones Científicas.
3 0 8 7 8 :
p q á z s y
e t
SEnvrBXi^vosrz^.
DE
EUGENIO MOUTÚN ( M E R I N O S ) ( 1 )
FONDO
RICARDO COVARRUBIAS»
Es propiedad.
Queda hectio el depósito
que marca l a ley.
T al vez fuera difícil definir qué
es un humorista; á bien que
no es absolutamente necesa-
rio hacerlo, puesto que todo el mundo
comprende esta palabra en el mis-
mo sentido, un poco indeterminado.
La definición encerraría al humorista
TBAPILLA ALFONSINÄ1 en un círculo de donde no podría salir,
B I B L I O T E C A UT** ^ ^ "TA y el humorista no aguanta de ningún
IT . A modo que le encierren; bastaría que
se le quisieran fijar límites, para que
BIBLIOTECA UNIVEH^T, ,MA
saltase por encima de ellos.
"ALFONSO REV ' i '
F0M0O RICARDO COVARRUBIAS (1) La publicamos al frente de este v o -
lumen para dar á conocer á uno de los más
ilustres publicistas franceses, cuyo nombre y
cuyas obras, muy notables todas, son en Espa-
AQUSTIN AVEIAL, i m p r e s o r . — San Bernardo, 02. ñ a y en América completamente desconocidos.
Teléfono 3.07« —(N. DBL E.)
p q á z s y
e t
SEnvrBXi^vosrz^.
DE
EUGENIO MOUTÚN ( M E R I N O S ) ( 1 )
FONDO
RICARDO COVARRUBIAS»
Es propiedad.
Queda hectio el depósito
que marca l a ley.
T al vez fuera difícil definir qué
es un humorista; á bien que
no es absolutamente necesa-
rio hacerlo, puesto que todo el mundo
comprende esta palabra en el mis-
mo sentido, un poco indeterminado.
La definición encerraría al humorista
TBAPILLA ALFONSINÄ1 en un círculo de donde no podría salir,
B I B L I O T E C A UT** ^ ^ "TA y el humorista no aguanta de ningún
IT . A modo que le encierren; bastaría que
se le quisieran fijar límites, para que
BIBLIOTECA U N I V E H ^ T , ,MA
saltase por encima de ellos.
"ALFONSO REV ' i '
F0M0O RICARDO COVARRUBIAS (1) La publicamos al frente de este v o -
lumen para dar á conocer á uno de los más
ilustres publicistas franceses, cuyo nombre y
cuyas obras, muy notables todas, son en Espa-
AQUSTIN AVEIAL, i m p r e s o r . — San Bernardo, 02. ñ a y en América completamente desconocidos.
Teléfono 3.07« —(N. DBL E.)
Es bastante singular que hayamos también á todas las demás variedades
ido á tomar prestada la palabra humour de nuestro ingenio, lo cual hubiese
á la leDgua inglesa. ¿Será el humour sido harto largo; se le ha dado nombre
una cualidad del ingenio inglés y no en Inglaterra, porque allí es la única
podremos pretender nosotros poseerla? agudeza que se conoce. Si esta expli-
Esta suposición no soporta el examen. cación no es la verdadera, por lo me-
Es cosa admitida en todos tiempos, á nos tiene el mérito de satisfacer á
lo menos en Francia, que los france- nuestro patriotismo.
ses son el pueblo más chispeante de la Es innegable que también tenemos
tierra; y es muy justo que conserven humoristas nosotros; y el primer nom-
esta reputación, que les ha costado bre que acude á la memoria, al querer
bastante cara por la legitima dentera enumerarlos, es el de M. Eugenio
que causa á los otros pueblos. No te- Mouton.
nemos inconveniente en confesar que Aunque ha dado ya á luz quince ó
nos faltan ciertas cualidades ó que las veinte tomos, M. Eugenio Mouton no
poseemos en menor grado; pero en es escritor de oficio; esto quiere decir
cuanto á chispa, en eso jamás nos que no es redactor con título de un
avendremos á ceder á otros la delan- diario ó de una revista, ni proveedor
tera , y menos que á nadie á los ingle- corriente de un editor; no tiene esa
ses, que nunca imperarán en Francia. buena clientela habitual que asegura
El Mmour nos pertenece, por ser una salida continua é igual á la prosa
de algunos productores, y su público
una variedad del ingenio; no hemos
se compone de individuos aislados, sin
pensado en darle un nombre especial,
enlace entre sí, que han leído cual-
porque hubiera sido menester bautizar
quiera cosa de él y aprovechan con El efecto es completo ó nulo: no hay
gusto la ocasión de leer otra. Para término medio. Si se objeta que u n
gustar de su lectura se necesita cierta hombre no puede vivir teniendo de
disposición de ánimo, que puede faltar madera la cabeza, es inútil tratar de
á gentes muy honradas, pues las hay explicaros esta historia: no la com-
á quienes este linaje de obras horripi- prenderíais nunca. Sólo después de ad-
la. Los lectores que quieran verse h a - mitir la premisa, sin regatear, es
lagados en sus ideas, que se gocen en cuando podréis sacarle gusto á dejaros
ver impreso lo que piensan ellos mis- pasear á través de todas las consecuen-
mos , harán bien en no enfrascarse con cias de aquella caprichosa idea.
esta lectura, donde se verían harto En efecto; uno de los principales
contrariados por la inverosimilitud de rasgos característicos de la mayoría de
las situaciones y por lo inesperado de los cuentos, novelitas y fantasías de
las reflexiones que sugieren al autor. M. Eugenio Mouton, es la lógica, el
El Inválido de la cabeza de madera, poder deductivo que emplea en sacar
por ejemplo, que es el primero por or- las consecuencias de su primera pre-
den de fechas y uno de los más cono- misa, hasta el extremo límite de lo
cidos de esos extravagantes caprichos, imaginable. Os pide, como Euclides,
tiene una fuerza cómica tan violenta que le concedáis un postulado, por
que no se compagina con todos los medio del cual en seguida se encarga
gustos: como se rompa á reír desde las de llevaros al fin del mundo. En El
primeras páginas, ya no se suspende Buey. en El Sapo blanco, en El Sable y
la risa hasta el final; pero de no reírse los quevedos, en la mayor parte de sus
en seguida, se queda uno consternado. cuentos alegres, el autor consigue el
efecto de sorpresa y de jocosidad por lo toria sin descubrir en ella todas las ra-
intenso de una reflexión prolongada; zones posibles para desconsolarse. Sin
para recreo del lector, se toma el t r a - embargo, cuando se examina el con-
bajo de sacar de una situación todo lo junto de sus obras, encuéntranse en
que ésta puede dar de sí; en vano t r a - ellas tantos asuntos dramáticos como
taría de espigarse alguna cosa nueva regocijados, y en unos y otros pone la
después de él. misma intensidad de trabajo, y mani-
A todo el mundo le acontece ocurrír- fiesta la misma aptitud para elevar el
sele una idea rara; pero una idea rara efecto hasta su última potencia.
pronto queda dicha, y no es de un La Falúa del almirante, que se ha
gran uso. Las personas que conocen á hecho clásica, es por completo de esta
algún autor le dicen á veces: « Tome cuerda. Este breve relato, que en pocas
V., he aquí un asunto de comedia ó de páginas proporciona la sensación de la
novela, se lo regalo.» Esto no es muy tempestad, puede colocarse, por lo so-
grande regalo, pues falta escribir la brio de los detalles, el arte conciso de la
comedia ó la novela. Y lo que consti- descripción y lo fiel de las impresio-
tuye el arte es, precisamente, saber sa- nes, al lado del famoso episodio de Mé-
car de una idea todo lo que contiene. rimée, La Toma del reduelo. Algunas
En su calidad de humorista, conóce- otras novelitas, como El Bario maldito
se, sobre todo, á M. Eugenio Mouton, y El Qallo del cam-panario, menos cono-
como autor festivo, lo cual no es flojo cidas que La Falúa del almirante, mues-
mérito en unos tiempos en que la ma- tran también el lado trágico del talen-
yoría de los escritores ven la vida n e - to del autor, y no es la menor singu-
gra ó fea, y no sabrían contar unahis- laridad de sus obras este igual tesón
en el efecto penetrante que en el efecto excesivo el imaginar un ser cuya vista
burlesco. Esta exuberancia de medios, natural, ó con ayuda de instrumentos
esta continua intensidad en la expre- ópticos, fuese lo suficiente delicada
sión, llegan hasta el exceso, y á veces para ver los sucesos que ocurren en la
van más allá del fin propuesto. tierra á una distancia tal, que tardase
Pero, sobre todo, en los cuentos filo- miles de años en llegar á él la imagen
sóficos es donde aparece claramente la de esos sucesos, como acontece con la
fuerza humorística de M. Eugenio imagen que percibimos de las estrellas
Mouton. El Historióscopo, por ejemplo, que ya no existen. Dicho ser vería,
es una mezcla de la más exagerada pues, hoy hechos que se realizaron
fantasía y de los datos más puramente muchos siglos ha; para él sería de a c -
científicos. Sin hablar de los detalles tualidad lo que para nosotros ha llega-
de ejecución, la idea tiene profunda do á ser historia antigua que se pierde
originalidad. Sabido es que la luz, por en la noche de los tiempos. Tampoco
rápida que sea su velocidad de trans- va contra las leyes del entendimiento
misión , emplea, sin embargo, cierto el imaginar que el referido ser esté
tiempo en recorrer el espacio; de suer- dotado de una facultad de locomoción
te, que estrellas que vemos actualmen- cuya velocidad supere á la de la luz.
te en el cielo, hace ya largo tiempo En ese caso, pudiera partir de nuestro
que no están en el punto donde las ve- planeta después de haber visto en él
mos, y hasta pueden haber dejado de un acontecimiento, alcanzar y adelan-
existir hace millares de años en el mo- tarse á la vibración luminosa que lleva
mento en que llega á nuestros ojos su en sus alas la imagen de ese aconteci-
vibración lumínica. No tiene nada de miento, ó ir á situarse en el punto re-
querido para recibir por segunda vez parece ser en extremo raro, pues los
en los ojos la impresión visual de un traficantes en esqueletos acostumbran
hecho ya visto. Colocándose en tal ó á armarlos con huesos tomados de acá
cual punto del espacio, vería así á su y allá. Se le ha prometido el esqueleto
antojo la historia de tal ó cual época, de un moribundo que está en el hospi-
y no habría para él ni pasado ni pre- tal , y el artista va todos los días á ver
sente, puesto que siempre podría dis- al infeliz de quien espera poseer el es-
frutar de la visión actual de un hecho, queleto, con una impaciencia mezclada
cualquiera que fuere su fecha. de remordimientos. Sólo la idea tiene
ya algo de siniestra y burlesca á la vez;
Evidentemente, este concepto no es
por los detalles del relato y las reflexio-
susceptible de ninguna aplicación prác-
nes á que se presta, hace de ella el
tica; pero ofrece una amalgama de
autor una cosa que aturde en absoluto.
ciencia y de fantasmagoría, no exenta
de agrado para los ingenios curiosos La fortuna de los libros, como la de
que tienen vagar para ello, y puede los hombres, á menudo es caprichosa
emplearse el tiempo de un modo peor y difícil de explicar. Hay obras de
que en estas lubraciones de alto vuelo. M. Eugenio Mouton que desde el prin-
cipio han conseguido notariedad; otras,
En el género fúnebre, está El Esque-
que no valen menos, apenas han tras-
leto homogéneo, que es sugestivo hasta
puesto el círculo de algunos aficiona-
más.no poder. Un artista, ávido de la
dos. Así, la Zoología moral es poco co-
verdad anatómica, quiere adquirir un
nocida; sin embargo, contiene algunas
esqueleto homogéneo; es decir, un es-
maravillas de arte literario. Es un tra-
queleto cuyos huesos hayan pertenecido
tado acerca de las relaciones del hom-
todos ellos al mismo individuo, lo cual
Quiero á ¡os animales, lo cual no es
bre con los animales. Allí se encuen-
colocar mal el cariño, como pretenden
tra hasta la historia natural de los
los malos: es dar buen empleo á los
animales que no existen, ó que por lo
afectos sobrantes, y más vale dárselos
menos sólo tienen una existencia sim-
á los brutos que dejarlos perder.
bólica ó artificial. Baste citar algunos:
Así, M. Eugenio Mouton no puede
Pegaso, Rocinante, la pava trufada,
ver un perro de ciego sin que se con-
la bestia negra, el mono filosofal.
mueva hasta las entrañas; y refluye
Este último es notablemente curioso;
en el ciego un poco de su simpatía,
sabido es que algunos muchachos sa-
aun cuando sea un ciego fingido. ¿Co-
boyanos llevan u n mono á quien hacen
nocen Vds. la anéctota del perro de
bailar, para ganar algunos cuartos;
aguas? Pasaba todos los días M. Euge-
la teoría del autor es que todos nos-
nio Mouton. por delante de una puerta
otros, funcionarios, sabios, artistas,
cochera, bajo la cual estaba arrodillado
representantes del pueblo, tenemos
un hombre junto á un perro de aguas
cada cual nuestro mono, que explota-
que sostenía uDa hucha; y , natural-
mos para vivir. No se incomoda por
mente, cchaba limosna al perro. Un
eso; se sonríe con dulzura, y no quisie-
día advierte que el hombre no es cie-
ra hacer más daño á los monos de los
go, y le hace esta observación. El hom-
demás que al suyo propio. Porque
bre contesta que nunca se ha hecho
M. Eugenio Mouton es muy bueno: se
pasar por ciego: está de rodillas bajo
adivina con leer sus libros. Hasta es
una puerta cochera y posee un perro
fácil al enternecimiento, y se apiada
de aguas que sostiene una hucha; pero
d é l a suerte de las víctimas acaso más
todo el mundo tiene derecho á hacer
que ellas mismas.
2
otro tanto, y concluye su explicación bre se encuentra á veces el corazón de
con este argumento irrefutable: «Es un niño. Y por un contraste natural,
verdad que no soy ciego: pero ¿prefe- este escritor, á menudo fluido y á ve-
riría Vd. que lo fuese?» M. Eugenio ces alambicado, no tiene más que una
queda inmediatamente convencido por pasión en materia de arte, de senti-
esta razón, queno tiene vuelta de hoja; mientos ó de ideas: toda la estética de
no menosprecia por eso al hombre, y la literatura es la sencillez.
estima tanto más al perro de aguas. No es necesario conocer personal-
El perro de aguas tenía ya su puesto mente á un autor para apreciar sus
en las clasificaciones de la zoología obras, y hasta pudiera decirse que es
física; pero como perro de ciego figu- inútil por completo, puesto que la pos-
ra, con justo derecho, en la zoología teridad sólo conocerá de él sus escritos;
moral, en medio de los animales fan- y es un antojo harto vano el de esas
tásticos, de los cuales M. Eugenio entrevistas en que los noticieros de
Mouton ha sido el primero en estudiar periódico van á informarse á la menu-
las costumbres y en reconstituir los ele- da acerca de la fisonomía, costumbres
mentos paleontológicos, con tanta pa- domésticas y manías de los hombres
sión y tan buena fe, que llega á querer- de viso. Sin embargo, compréndese
los como si fuesen animales vivientes. que los lectores de M. Eugenio Mouton
Hasta es de un fondo tan candoroso, tengan deseos de saber cómo es; se
que con harta facilidad le inclina á propende á imaginarse que no debe de
creer que el lector le seguirá por todas ser como todo el mundo y que vamos
á encontrarnos en presencia de un hom-
partes en su entusiasmo y en sus in-
bre original.
dignaciones. Bajo el exterior del hom-
alto grado lo que se llama «cara de
Esta esperanza no resulta fallida. Es
perro Nada más que de verle se que-
imposible ser más propio de sí mismo,
da uno helado; y fácilmente se imagina
sin preocuparse de lo que puedan pen-
los malos cuartos de hora que cuando
sar los demás acerca de uno. A prime-
era magistrado debió de hacer pasar
ra vista, dan tentaciones de exclamar
á los presuntos reos.
que es feo, pero no persiste esta impre-
Porque, en el fondo y ante todo,
sión y hasta se llega á encontrarle
M. Eugenio Mouton es magistrado. Lo
cierto género de belleza; aun cuando
es todavía, aun cuando dimitió en 1868
pasa con mucho de los sesenta años,
el cargo de procurador imperial; lo era
disfruta con orgullo de una abundante
ya, antes de que le nombrasen susti-
cabellera casi negra; más flaco de lo
tuto del procurador de la república en
razonable, produce, sin embargo, una
1848. Vino al mundo para asustar á los
impresión de fuerza poco común; y su malos, de tal suerte, que le cuesta tra-
elegancia tiene algo de refinada, que bajo tranquilizará los buenos; lo severo
atestigua cierto rebuscamiento, pero del ojo garzo y frío que se ve á través
independiente del gusto del día. Todo de su monóculo, lo duro de su palabra,
esto no produciría más que un efecto lo rígido de su apostura, le dan un
atemperado, sin el aire de ferocidad aspecto tan aterrador, que se experi-
que da á su fisonomía un carácter en- menta la necesidad de hacer examen
teramente especial. Este hombre exce- de conciencia antes de entablar con él
lente, tierno para las personas y los una conversación que parece como que
animales, propenso á emocionarse con ha de convertirse en un interrogatorio.
facilidad, de exquisita cortesía en las Mucho ha debido de sufrir en el ejer-
relaciones sociales, tiene hasta el más
cicio de las funciones de promotor ción preponderante; uno de esos tira-
fiscal; pues, por algunos relatos donde nuelos de provincia como aún los hay,
ha fijado recuerdos del foro, se sabe que acaban por tener en un puño á toda
que tenía el corazón lleno de lástima una población. Había cometido fecho-
por los criminales k quienes tenía que rías que le hicieron caer en las garras
acusar, colmándolos de espanto. Ora- de la justicia; pero era un personaje
dor como no hay en los estrados de oficial, apoyado por las más altas in-
provincias, más de una vez, no sólo ha fluencias, y el gobierno tenía decidido
sacudido la soñolencia del foro, del empeño en sacarle de aquel mal paso.
tribunal ó del Jurado en las diversas De nada le valió: estaba en poder de
jurisdicciones por donde pasó, sino que M. Eugenio Mouton, y no le dió suelta;
produjo asombro entre los abogados ni siquiera temió denunciar el abuso
de París, que no esperaban encontrar que de la autoridad municipal hacía el
en parajes lejanos aquella elocuencia alcalde, persiguiendo á las gallinas de
enérgica y metafórica. Tomó por lo la oposición que se permitían picotear
en el mercado de la villa, mientras
serio sus deberes de magistrado con
se dejaba en paz á las gallinas mi-
una conciencia, casi debiera decirse
nisteriales. Hubo risa para tiempo en
con una candidez, que hoy podría sor-
la comarca. El alcalde fué condenado,
prender. Todo el mundo se ocupó de
pero también M. Eugenio Mouton; es
él, con motivo de un proceso que en
decir, fué enviado en castigo al otro
sus tiempos tuvo enorme resonancia:
extremo de Fraucia, hasta el día en
el proceso Plassiart, Tratábase de un
que cayó en la cuenta de que, no ne-
alcalde de cabeza de partido, que ocu-
cesitando del empleo para vivir, era
paba en la pequeña ciudad una situa-
muy tonto eso de aburrirse allá lejos, eso; pero no hay que poner en duda
en vez de volver á vivir tranquila- sus acuarelas ó sus estatuillas. Varias
mente en París. han sido admitidas en la Exposición
Esos veinte años de magistratura no anual deBellas Artes. Esto algo prueba.
han sido inútiles para él, aun desde el Y, además, es marino.
punto de vista literario. Los ha consa- No porque haya navegado personal-
grado á una obra de derecho, Las leyes mente mucho: todas sus travesías pa-
penales de Francia, dos voluminosos recen reducirse á un viaje que hizo á
tomos que casi nadie ha leído; sin em- Guadalupe, su patria materna, cuando
bargo, es la única obra donde se en- tenía unos cuantos meses de edad, y á
cuentran enumerados y clasificados una vuelta por Suecia, para donde el
por orden lógico los dos mil cuatrocien- gobierno le había dado una comisión.
tos delitos y ^faltas diferentes en que Pero tiene otros títulos como navegan-
cada uno de nosotros está expuesto á te. En primer término, al verle pasar,
caer todos los días. Y hasta en una se le tomaría fácilmente por un almi-
obra de este género ha encontrado me- rante inglés; después, y sobre todo,
dios el autor para seguir siendo el h u - ha escrito los Viajes y aventuras del
morista que es. capitán Marius Cougourdán, que son lo
Magistrado, cuentista y animalista más marino del mundo.
no son más que las menores especiali- Sería superfluo analizar aquí una
dades de M. Eugenio Mouton. Es tam- obra que es la más leída de las del
bién acuarelista y escultor. Y cuando mismo autor; además, sería imposible,
se va á verle, puede decírsele que no porque todo estriba en el tono de ella.
sabe escribir y no se incomodará por Es una rara fortuna para un escritor
el haber creado un tipo que produce la entero y verdadero, se está mucho más
ilusión de la verdad real. Ya no se sabe seguro de vivir en la historia.
si ese corsario marsellés es un produc- Sin embargo, á M. Eugenio Mouton
to de la imaginación ó si ha existido. le dió un día el capricho de hacerse
En el siglo próximo ya no cabrá duda inmortal en seguida, entrando en la
acerca de esto. Mario Cougourdán no Academia. Presentaba en apoyo de su
pertenecerá á la novela, sino á la his- candidatura otras muchas obras aparte
toria. Además, como dice M. Eugenio de las citadas, sobre todo, un tratado
Mouton en su prefacio del Cougourdán, Be la fisonomía comparada, al que se le
«el héroe muerto y el que jamás ha acusa de ser demasiado científico para
vivido están alojados en la misma po- ser recreativo, y demasiado recreativo
sada, y la distinción entre los persona- para ser científico ; un estudio acerca
jes reales y los personajes míticos es del Beber de castigar; una novela filo-
una simple sutileza escolástica. ¿No sófica titulada Quimera; además, El
pasa la historia de Mario Cougourdán Proceso de Scapin, curioso trabajo
en esa región intermedia entre el en- acerca del modo cómo se apreciarían
sueño y la realidad, única donde nos- en nuestros días las tretas que parecen
otros los espiritualistas podemos res- inocentes en el teatro de Molière; y
pirar con plena certidumbre?» El co- Fusil cargado, que ha sido la primera
mún de las gentes se perpetúan por campanada contra los abusos de la
medio de los hijos á quienes dan el ser; vida militar. En resumen, todo esto
esto es un medio precario de transmi- constituía un bagaje literario que no
tirse hasta las edades venideras. Cuan- tenía trabajo para sostener la compa-
do se ha creado un personaje adulto, ración.
A pesar de eso, M. Eugenio Mouton En efecto, hay algo de académico
no ha obtenido más que tres ó cuatro en las obras de M. Eugenio Mouton, y
votos, lo cual ya es algo. A otros les es la manera como están escritas. Hay
hubiera afligido este fracaso; pero él tal vez una cáfila de lectores que no
ha tomado galantemente su partido. Y ponen gran atención en este mérito:
por encima de todo, ¿de qué iba á que- leen un libro para saber qué tiene den-
jarse? Ha ido á hacer la tradicional tro, y lo leen tan de prisa; que no t i e -
visita á los académicos, quienes natu- nen tiempo de reparar en la forma.
ralmente le han recibido con el agrado Mas para el lector de sentido reposa-
habitual, charlando acerca de las obras do, que sigue despacio el desarrollo
de él y de ellos. Se le han explicado de la frase, es un gozo el encontrar de
las dificultades de la elección, se ha Pascuas á Ramos la belleza y la bon-
mezclado en las intriguillas que se dad del patrio idioma, brillantes galas
agitan en torno de cada candidatura, de la idea.
ha visto y oído cosas divertidas. Y El lenguaje de M. Eugenio Mouton
luego no le han nombrado; pero aún es puro, claro y vivo; lo cual es un
habla con gusto de su candidatura. ménto que subirá de precio á medida
¿No es esto una amable y graciosa que el lector comience á orientarse en
manera de desflorar los goces de este medio del hacinamiento de libros bajo
mundo, sin exponerse á la saciedad? los cuales sucumbe en la actualidad.
Lo más chusco es que persiste en creer, Preciso es admitir que no se lee por
á despecho de todo, que la elección saber solamente qué contiene un tomo,
para la Academia es el honor más pues de otro modo bastaría con leer el
grande á que puede aspirar un escritor. índice de materias ó un análisis bien
A pesar de eso, M. Eugenio Mouton En efecto, hay algo de académico
no ha obtenido más que tres ó cuatro en las obras de M. Eugenio Mouton, y
votos, lo cual ya es algo. A. otros les es la manera como están escritas. Hay
hubiera afligido este fracaso; pero él tal vez una cáfila de lectores que no
ha tomado galantemente su partido. Y ponen gran atención en este mérito:
por encima de todo, ¿de qué iba á que- leen un libro para saber qué tiene den-
jarse? Ha ido á hacer la tradicional tro, y lo leen tan de prisa; que no t i e -
visita á los académicos, quienes natu- nen tiempo de reparar en la forma.
ralmente le han recibido con el agrado Mas para el lector de sentido reposa-
habitual, charlando acerca de las obras do, que sigue dtspacio el desarrollo
de él y de ellos. Se le han explicado de la frase, es un gozo el encontrar de
las dificultades de la elección, se ha Pascuas á Ramos la belleza y la bon-
mezclado en las intriguillas que se dad del patrio idioma, brillantes galas
agitan en torno de cada candidatura, de la idea.
ha visto y oído cosas divertidas. Y El lenguaje de M. Eugenio Mouton
luego no le han nombrado; pero aún es puro, claro y vivo; lo cual es un
habla con gusto de su candidatura. ménto que subirá de precio á medida
¿No es esto una amable y graciosa que el lector comience á orientarse en
manera de desflorar los goces de este medio del hacinamiento de libros bajo
mundo, sin exponerse á la saciedad? los cuales sucumbe en la actualidad.
Lo más chusco es que persiste en creer, Preciso es admitir que no se lee por
á despecho de todo, que la elección saber solamente qué contiene un tomo,
para la Academia es el honor más pues de otro modo bastaría con leer el
grande á que puede aspirar un escritor. índice de materias ó un análisis bien
hecho. También se lee por el gusto de una obra que no es la que ellos pre-
leer, por la satisfacción de ver desarro- fieren , ni siquiera la mejor. ¡ No se le
llarse el pensamiento, en orden metó- ha dado mala jaqueca á M. Sully-Prud-
dico , con cierta cadencia, á través de homme con su Vaso roto! En cuanto
las sorpresas del camino, hacia la ex- cualquiera se topaba con él, parece
presión final que acaba y resuelve el que les entraba comezón de hablarle
sentido. Esto parece poca cosa; en rea- del Vaso rolo, el cual no cabe duda de
lidad, no dura ningún libro si no está que tiene sus encantos, pero que ha
sostenido por el estilo. Pueden intere- acabado por ser harto conocido. El no
sar por un instante una acción fuerte- tiene la culpa; pero es lo cierto que
mente trabada, las ideas originales; cuando se ha oído á menudo la misma
pero si el libro está mal escrito, no composición, por buena que sea, llega
dura su buen éxito. Todo el mundo á causar horror. Hasta el ingenio de
puede repetir las ideas; la gloria de Voltaire logra fatigar á fuerza de ha-
ellas queda para quien las ha dado su berle releído. Y además, M. Sully-
forma definitiva. Y esta perfección de Prudhomme puede decir con razón que
lenguaje explica á veces triunfos cuya si ha escrito el Vaso roto, también ha
razón de ser no se encontraría en nin- escrito otras cosas.
guna otra cosa. También M. Eugenio Mouton ha he-
. Los mismos autores no siempre sa- cho otras cosas que no son El Inválido
ben por qué tal ó cual de sus trabajos de la cabeza de madera y La Falúa del
ha conquistado á la primera el aplauso almirante. Cuando se le habla de estos
del público. Hasta les sucede que les dos cuentos, por un poco los criticaría
molesta esa parcialidad del público por con amargura; y quéjase sobre todo de
que Marius Gougourdán, impreso bajo han venido después han querido en-
todas las formas, aplaste al resto de contrar algo nuevo, y han mirado los
sus obras. mismos objetos con lente de aumento
Cuando se ha leído el conjunto de para descubrir los detalles que se les
las de M. Eugenio Mouton y se trata habían escapado á los primeros obser-
de desentrañar el rasgo saliente común vadores. Una vez alcanzado el límite
de sus escritos, no se tarda en adver- de los instrumentos de agrandar imá-
tir que lo que constituye su especial genes, han buscado, para describirlos
encanto es que no proceden de la ob- objetos raros, situaciones excepciona-
servación. Se puede decir que en ellas les, personajes feos, y han caído en
no hay nada observado, sino que todo una literatura teratològica. Su cons-
es imaginado. No se pone ante las per- tante preocupación era la exactitud, y
sonas ó las cosas para describirlas; no han advertido que la reproducción
pónese ante sí mismo, para describir lo exacta de los detalles puede llevar á
que siente, ó piensa á la vista de las una reproducción falsísima del conjun-
personas ó de las cosas. to, si no se tienen en cuenta las dife-
En estos últimos años se ha abusado rencias de términos de plano. Esta
terriblemente de la observación. Los manía de observación alentábala por
escritores se han impuesto la tarea de otra parte el gusto del público, que pe-
contemplar la naturaleza, las situacio- dia cosas vistas; hoy no se contenta ya
'ncs, los caracteres, y reproducirlos m aun con cosas vistas, sino que quiere
minuciosamente. Los primeros, n a t u - libros con comprobantes ; es preciso
ralmente, han observado lo que antes quesi el autor no ha podido ver por sí
se presentaba á sus miradas; los que mismo las cosas, por lo menos las na-
3
rre según el relato de testigos oculares vador, hasta cuando produce en el pú-
ó bajo la fe de documentos auténticos. blico la ilusión de una observación
Esta manera de comprender la nove- exacta, no puede hacer más que obser-
la proviene de una confusión en los gé- varse á sí mismo; se coloca imagina-
neros: en efecto, la observación es un riamente en la situación, en el estado
excelente método en los trabajos cien- de ánimo de sus personajes; describe
tíficos, pero no en las obras literarias. lo que él experimentaría si estuviese
No de observación vive la literatura, en el lugar de ellos; y cuando parece
sino de imaginación. Sólo que es más que ha observado bien, resulta que ha
fácil observar que imaginar, y los imaginado bien lo que hubieran dicho,
hecho ó pensado sus personajes en
autores sin imaginación han conse-
en una situación dada.
guido hacer creer al público que la
observación hacía las veces de todo. Pues bien; la imaginación es la fa-
Pues bien; es evidente que en la nove- cultad eminente de M. Eugenio Mou-
la es limitadísimo el campo de la ob- ton. Con seguridad, El Inválido de la
servación. Aun cuando en la vida real cabeza de madera no ha sido observado;
se haya encontrado tal tipo de perso- tampoco lo ha sido La Falúa del almi-
naje, tal situación crítica, no se han rante, aun cuando produce la sensa-
visto sino superficialmente. ¿Cuándo ción de la realidad. Entre todas las
es posible observar una escena de aventuras del capitán Mario Cougour-
amor , la preparación de un crimen, el dán , no hay una sola que pueda ha-
desarrollo de un drama? No se ven berse visto, y , sin embargo", tienen el
más que migajas, y se ven mal. aspecto de haber sucedido. Como rnar-
En realidad, el escritor más obser- sellés, se ha complacido M. Eugenio
Mouton en escribir las aventaras de vulgaridad de las aventuras ó de los
u a marseUés; ha dado á su héroe a sentimientos. Escriben vulgarmente
fisonomía m i s marsellesa, hasta h a - para el lector vulgar.
cerle hablar de parecido y desde el Para gustar á lectores más difíciles,
; mer año de su v i d a , j a m i s h a v u e - salvo no obtener el favor de los otros,
lo el autor á Marsella. Consigue el hay que tomarse más trabajo. La ima-
parecido, no copiando del natural. ginación consiste entonces en inventar
sino de la imaginación. hechos, no sólo jamás acontecidos, sino
Hay muchas maneras de tener ima- de los cuales ni siquiera tenga idea el
ginación. Esta facultad de represen- lector. Se necesita que sean nuevos
tarse hechos que no han ocurn do y las para lectores que también tienen ima-
consecuencias que hubieran podido te ginación, que han pensado ya en m u -
n C T , puede ser una cualidad de un
chas cosas, pero á quienes encanta
" i » inferior si no se representan ma siempre el confesar que no habían pen-
que cosas corrientes: eso es lo que les sado en aquello. Y no sólo el hecho
L n t e c e ¿ muchos literatos que de- imaginado puede ser nuevo, sino que
ante del papel blanco, son capaces de también la manera de verlo y apreciar-
escribir durante horas y horas seguidas lo, y en esto, sobre todo, es en lo que
toda una sarta de hechos y conversa- despunta M. Eugenio Mouton. Inventa
ciones que conciben al correr de la historias en las cuales jamás hubiera
p u m a . Ese es también el procedimien- soñado otro, y en presencia de estos
to de los Mietinistas que saben escri- sucesos extraordinarios, ó hasta de su-
bir interminables novelones sin ha - cesos muy sencillos, tiene de pronto
tose ni hartar i su público con la salidas inesperadas que arrebatan de
car contra las convicciones de nadie ó
júbilo al lector sediento de la novedad.
atropellar las más delicadas convenien-
Ocúrrensele ideas que sólo á él se le
cias; pero tiene una personalidad inde-
ocurren. Y quizá sea esta la verdadera
pendiente, una manera original de ver
definición del humorista: el hombre
las cosas sin cuidarse de lo que se haya
que tiene un modo personal, suyo pro-
podido pensar acerca de ellas antes
pio, de ver los hechos y de juzgarlos. que él. Y por eso es humorista, lo cual
Si el género humorístico nos parece ya es raro, y lo que tiene subido precio
más bien inglés que francés, consiste es un humorista francés.
en que, en efecto, los ingleses tienen
más independencia de criterio en sus
apreciaciones; manifiestan un persona-
lismo que llega hasta el desenfado, una
especie de brutalidad que no tiene en
cuenta las preocupaciones ni las sus-
ceptibilidades ajenas. Al paso que el
francés, más urbano en sus maneras
por educación, suele á menudo no
aventurar sus opiniones, sino con ti-
midez y reserva, por temor de moles-
tar las opiniones de quienes le rodean.
No puede decirse que haya brutali-
dad en el talento humorístico de M. Eu-
genio Mouton. Por el contrario, no hay
en sus obras una línea que pueda cho-
fipr .
EL GALLO DEL CAMPANARIO
POR
L a villa de Saint-Vrain-sur-Mes-
le está con justicia orgullosa
de su iglesia. Este monumento
es una maravilla del arte ojival. Fué
construida por los premonstratenses,
quienes tenían allí su casa matriz y
durante muchos años consagraron á
esa obra la mitad de sus cuantiosísi-
mas rentas.
La orden hallábase á la sazón en el
apogeo de su poderío y de su riqueza;
y los frailes, para elevar hasta las nu-
bes el arranque de su piedad y la glo-
ria de San Agustín, patrono suyo, qui-
sieren que el campanario de su iglesia
superase á todos los de Borgoña.
42 CUENTOS ESCOGIDOS 43
por haber mirado con fijeza cierta figu- signias. El rayo había herido al gallo
del campanario: no quedabande él
ra de diablo en cuclillas y con la
sino jirones.
barba apoyada encima de los puños.
Sin embargo, como en último tér- Este suceso causó nueva turbación
mino la pobre humanidad siempre en- en todos los ánimos. Las gentes s u -
cuentra medio, valga lo que valga, persticiosas veían en ello un presagio
funesto para la iglesia , para la villa,
para proporcionarse un poco de buen
para las cosechas; los feligreses ilus-
tiempo entre lo que teme y lo que su-
trados afligíanse como por un acciden-
fre, los vecinos de Saint-Vrain vivían
te irreparable que iba á privar á la
en paz con su campanario, no sin mi-
villa de la única veleta merecedora de
rarlo á veces con el rabillo del ojo,
confianza. Y en último extremo, siem-
con aire equívoco. Por lo demás,
pre había habido un gallo en la torre
salvo la historia del extranjero que
de la iglesia, y de ahora en adelante
se volvió loco, no se recordaba,
nunca más lo habría. Estábase habi-
ningún vivo á quien hubiera causa- tuado á ese gallo; y se le amaba tanto
do ninguna desgracia. Aún durarían más, cuanto que se le había perdido y
hoy las relaciones de buena vecindad no había esperanza ninguna de reem-
entre la humilde parroquia y la for- plazarlo, puesto que, según parecer
midable torre, si un accidente ines- unánime de todo el mundo, teníase
perado (eso sí, producido por un po- por cosa imposible llegar hasta la
der digno de adversario tan colosal) punta de la aguja para poner allí
no hubiese venido á inferir menoscabo otro.
á la majestuosidad del monumento
arrancándole la más alta de sus in- Como en todas las ocasiones en
que se prepara una gran calamidad tiento había sacado del cínturón el ro-
una siniestra sombra de sobrenatural sario, se lo había arrojado al cuello al
había venido 4 proyectar su misterio demonio, y , después de obligar á ese
en este acontecimiento: & fuerza de picaro á dar tres ó cuatro vueltas por
contemplar los restos del gallo fulmi- la celda rociándole con agua bendita,
nado que permanecían adheridos e in- le había condenado á mantener en
móviles en lo alto de la cruz, acabóse buen estado la iglesia, desde los ci-
por descubrir con espanto que, visto mientos al ápice de la cruz, usquead
desde la puerta del presbiterio, este consúmmationem seculorum.
objeto informe destacaba el recorte de la Pero no había mentado el gallo. La
estampa del demonio, pero tan pareci- leyenda no decía ni una palabra del
do, que podía verse en ello algo másque gallo. Veíase claro que el demonio se
un' simple capricho de la casualidad. vengaba hoy en el pobre animalejo.
Y es el caso, según todo el mundo El deán de Saint-Vrain, que era un
lo sabía, que el bienaventurado Pan- sacerdote muy ilustrado, no tardó en
cracio, prior de los Mostenses, hallán- tener conocimiento de esas necias his-
dose un día en oración y pensando con torias. Tomó pretexto de ellas para
exceso en la futura grandeza de su amonestar severamente en una plática
iglesia, que á la sazón estaba fabri- fraterna á los supersticiosos temera-
cándose, el diablo le había metido ma- rios, que no reparaban en barajar el
nombre de Satanás con la historia del
liciosamente bajo la capucha un pen-
más venerando de los fundadores de la
samiento de orgullo; y que el bien-
iglesia; y terminó prohibiendo á su
aventurado, mientras hacía á escape
grey que hablase más del asunto, ad-
un acto de contrición, con mucho
•virtiéndoles por añadidura que iba á junta de fábrica se puso á deliberar
acerca del modo cómo podrían arre-
colocarse de nuevo el gallo.
glárselas para dar al gallo reemplazo,
Tan pronto como se difundió por la
entonces entraron los grandes apuros!
villa esta noticia, produjo en ella un
En vano se registró en el archivo de la
inmenso alivio. A la vaga ansiedad
iglesia, para saber qué dimensiones
que oprimía todos los corazones, suce-
habrían de dársele; fué preciso entablar
dió ese inexplicable jolgorio de un
correspondencia con muchos curas de
pueblacho que á la postre va á tener
capitales de provincias. Transcurrió un
su acontecimiento. Porque sena un
mes en tales preliminares, cuya con-
acontecimiento: el campanario iba a
clusión fué que el cuerpo del gallo, sin
recobrar toda su gloria, se haría la
incluirla cabeza y la cola, debía ser
mamola al diablo; además (dicho sea
de las proporciones de un carnero; que
entre nosotros, esto era el fondo de
se construiría de cinc galbanizado,
t o d o aquel regocijo), se iba á presen-
de dos milímetros de espesor y unos
ciar uno de esos dramas vertiginosos
diez kilogramos de peso; y que en P a -
en que el espectador, desde el seno de
rís, con unas señas que les indicaron,
la más perfecta seguridad, ve á uno
se encontraría quien lo construyese.
de sus semejantes en lucha á brazo
partido con la muerte y con el destino. Quince días después, empaquetado
Nada parece más sencillo y á sus con sumo esmero, desembarcaba el
anchas que un gallo de hoja de lata gi- gallo en la casa rectoral; donde, en
rando á todos los vientos en la punta seguida que lo sacaron de su caja, fué
de un campanario; pero lo difícil no es expuosto á la curiosidad y admiración
verlo allá, sino colocarlo. Cuando la de los fieles.
En los pocos días que duraron sus levantaba después, enarcaba el lomo
recepciones, ese avechucho no se mos- erizado y se largaba de allí, trazando
tró de lo más agradable para con los en el aire con el rabo á lo zorro fantás-
visitantes: su cresta, recortada en agu- ticas circunvoluciones. Aquella in-
dos dientes, desgarró con crueldad los fluencia nefasta había concluido por
labios á un nene que desde los brazos perturbarle el ánimo al mismo cura
de su madre habíase inclinado para be- párroco, hasta el punto de que un día
sar la cabeza del pajarraco; su pico con motivo de hablarse acerca de colo-
rasgó la piel de la frente de una niñita car en su sitio el gallo, ese digno sacer-
á quien unos chicuelos habían empu- dote no pudo impedirse de decir á su
jado á fuerza de apiñarse á empellones primer vicario:
en torno del gallo, para verlo más de —Escuche V., mi querido colega, no
cerca; la punta de su cola se enganchó puedo menos de confesarle que tengo
en la sotana del cura y le hizo un siete muchísimas ganas de que me quiten
fenomenal. de enmedio este feo bicharraco.
¡Cosa que pasma! Hasta los mismos i", ya fuese remordimiento por ese
animales parecían sentir, al verlo, una relámpago de superstición, ya funesto
repulsión con mezcla de terror: el pe- presentimiento, miró un instante al
espacio, inclinó la cabeza é hizo la se-
rro del señor cura no pasaba por su lado
ñal de la cruz.
sino gruñendo, bajando torcida la ca-
beza, y cuando estaba un poco lejos, Ahora que ya conocen Vds. el lugar
volviéndose para ladrar; á veces iba el de la escena y el prologo de la trage-
gato á sentarse delante de él, mirábale dia, voy á mostrarles la víctima.
con estrañeza con sus verdes ojos, se El hombre que entra en este morneu-
¿Y por la vida?...
to en la sala de la casa rectoral, es él:
El riesgo no se paga; eso es asunto
ese es quien va á morir.
del plomero.
¿Qué importa saber quién es, de dón-
Trato hecho. Saluda sonriéndose y
de viene, cómo se llama? Si se quie-
se retira. Va á pasar la puerta.
re, es el primero que llega, el artesano
El buen párroco, presa de una re-
que por casualidad se encontró allí en el
pentina ansiedad horrible, le grita que
momento de necesitarse un obrero de
se detenga, le pregunta con tierna voz
su profesión. En fin, repito, es un hom-
si está bien seguro de sus fuerzas y de
bre. ¿No saben Vds. bastante con eso?
su valor, si no teme que le acometa el
Ahí está, tan confiado en su propia
vértigo, si ha previsto y calculado bien
vida como puede estarlo V. mismo en
todos los riesgos de esta empresa.
la suya propia en el momento en que
El hombre le mira con aire sorpren-
le hablo. Gorra en mano, escucha con
dido , se arremanga para enseñarle los
deferencia las palabras del sacerdote,
brazos, golpea con la mano ios enor-
meneando suavemente la cabeza á me-
mes muslos, ensancha el pecho, y,
dida que le explican lo que se ha de
levantando la cabeza, yérguese como
hacer, computando con aire reflexivo
un Titán pronto á escalar el cielo.
é inteligente las dificultades y los gas-
Llega el momento. El sol ha salido
tos de su trabajo. Se pasa la mano por
hace dos horas. Refrescado por un buen
•la frente; luego, acariciándose la bar-
sueño, restaurado por una sólida re-
ba, fija el precio de su salario: tanto
facción , el bravo plomero sube los pel-
por la percha, tanto por las cuerdas,
daños del campanario, seguido de dos
tanto por los ganchos y anillos, tanto
ayudantes que conducen hasta la plata-
por el trabajo...
forma el galio, la pértiga y el cor- sordo y prolongado álzase del seno de
daje. la multitud congregada en las calles
El pueblo en masa de Saint-Vrain, y plazas: el hombre aparece en la pla-
reforzado por la concurrencia de gente taforma. Medio atravesado en el hueco
de todas las parroquias comarcanas, se de la puertecilla, tira de algo, al pa-
agita en compacta muchedumbre al recer; y, en efecto, desarrolla cordeles
pie de la torre. Gendarmes de centine- que pone en líos encima de los bordes
la van y vienen, con paso cadencioso del balconcillo. En seguida se le ve
alrededor del atrio, para mantener va- enderezar á lo largo de la base de la
cío un espacio, en el caso de que « al- aguja una pértiga más alta que él; por
guna cosa» llegara á caerse desde lo último, aparece el gallo envuelto en
alto de la aguja. La puerta principal alguna cosa, y lo pone entre el bal-
de la nave mayor, que se abre junto á concillo y la pared.
la torre, está condenada. En la iglesia, Está al pie del chapitel. Un reborde
algunas viejas de corazón intranquilo horizontal de media vara de anchura
y compasivo hacen encender cirios y le permite sostenerse allí y andar. Da
rezan por el hombre desconocido que la vuelta en torno de la aguja y la
allá arriba va á exponer su existencia. rodea con un círculo de cordel grueso,
El cura, volviendo con mano temblo- cerrado por un nudo corredizo. Por
rosa las hojas del breviario, se agita esta cuerda pasan otras dos, que cuel-
en la sacristía, sin atreverse ni á salir gan y van á atarse la una al gallo y la
para ver, ni á hablar con nadie para otra á la percha.
conseguir noticias. Y al fin parte. De cara á la cubierta,
De pronto, una especie de rugido pasa por detrás de los ríñones la ma-
roma circular, cuyo nudo corredizo sostiene la cruz. Viósele entonces cru-
aprieta hasta que le adhiere lo sufi- zar las piernas alrededor de la punta
ciente á la techumbre de la aguja; y del chapitel, cuyo estrecho diámetro
entonces, haciendo hincapié con las le permitía este movimiento; y apre-
rodillas y las manos, se alza de costa- tando más el cinturón de maroma que
do elevándose un poco á cada movi- le adhería á la cubierta de la aguja, se
miento , trazando así la primera vuelta limpió la frente con la manga y des-
de una espiral que le conduce á la pri- pués permaneció inmóvil, con la ca-
mera piedra saliente de una arista. beza inclinada adelante como para re-
Una vez allí, fija en ella un gancho sollar un poco. En seguida sacó del
sujeto al pecho por medio de una correa bolsillo un frasquete de aguardiente y
de cuero grueso; y , libres ya las dos bebió dos ó tres sorbos.
manos, aprieta más el nudo corredizo De entonces acá se ha repetido har-
de la maroma y vuelve á dar vuelta s u - tas veces que aquel aguardiente fué la
biendo hasta la segunda piedra saliente. causa de la desgracia. ¿Cómo saber si
Durante una hora más larga que un bebió con exceso, ó no bebió lo sufi-
siglo, los despavoridos espectadores le ciente? ¿Quién sabe hasta qué grado de
vieron cuarenta veces aparecer y des- desfallecimiento habían decaído sus
aparecer vuelta á vuelta, cada vez más fuerzas? ¿Y si tuvo miedo?
arriba, cada vez más deprisa, siendo Cuando se recapacita en el vigor y
más fácil el ascenso conforme dismi- la habilidad que le había sido preciso
nuía el diámetro de la aguja. desplegar para subir hasta el punto
Llegó así á estar con la cabeza á donde estaba, ¿cómó suponer que un
nivel del pequeño rellano circular que hombre capaz de ese ánimo sobrehu-
mano lio hubiese coutado las gotas del puso de pie, pasó una vuelta de cor-
saludable pero temible licor, con tanta del por el tallo de la cruz , donde fijó
precisión y tacita prudencia como un el gancho del pecho, agarró una de las
médico experimentado? dos cuerdecitas que colgaban atadas á
Desde el sitio donde estaba podía to- la maroma y tiró hacia sí de la percha,
car sin esfuerzo el pie de la cruz; al que hasta entonces había permanecido
cabo de algunos minutos de descanso en la plataforma de donde arranca el
se le vi ó mover varias veces los brazos chapitel.
en derredor de las cuatro barras de Esta pértiga, armada en su extremo
hierro que la fijan. Había pasado por superior con un garfio de tres uñas,
allí dos ó tres vueltas de cordel, sus- tenía de trecho en trecho rodetes muy
pendiendo de este apoyo el gancho s u - salientes de cuero y alambre de hierro
jeto al pecho, había cogido dos de los trenzados. El hombre enganchó el gar-
barrotes de hierro, soltado las piernas, fio de la percha en la flor del ápice de
y , contrayendo los brazos, habíase la cruz; y en pocos minutos, merced
izado á pulso hasta ponerse de rodillas al gancho del pecho y á los estribos de
en el rellano de la cruz. Entonces, pizarrero que llevaba puestos en las
midiendo con la vista la altura de ésta, rodillas, trepó á lo alto de la pértiga
advirtió satisfecho que apenas pasaba como si fuese á lo largo de una maro-
de unos diez pies; y como la pértiga ma de nudos, pero con la ventaja de
suya era de doce, vió que no tendría que la percha, rígida y sostenida por
necesidad de engancharla más que una la anchura del triple garfio, no se ba-
vez, lo cual abreviaba y simplificaba lanceaba.
la última parte de la ascensión. Se Pudo deslizarse con facilidad ponién-
ción, sino á costa de mil afanes y de
dose un poco de lado, por entre los ra-
mil fatigas. Estaba escrito que este
dios de la flor, la cual, una vez que
desventurado había de desquitarse en
pasó lo alto del cuerpo, sirvióle de
un solo día de todos los sufrimientos
apoyo para enderezarse con los brazos; de que le preservara hasta entonces lo
y , por fin, se encontró sentado encima humilde de su existencia, y que le se-
de la flor, con el pecho contra el eje ría preciso agotar toda su fuerza y todo
del gallo, varilla que apenas se ele- su valor para elevarse á la cima de
vaba dos pies sobre su cabeza. aquella especie de mástil de cucaña,
Se ató con solidez á este vástago: y donde estaba destinado á ir á descolgar
con ayuda de la segunda cuerdecita, el premio de su propia muerte.
cuyo cabo tenía, izó hasta sí el gallo,
Ignoro si á músico alguno se le ha
que había dejado en la plataforma al
ocurrido nunca la idea de escribir las
pie de la aguja.
notas del coro de aullidos de una m u -
Al llegar á este punto de mi relato, chedumbre humana transportada por
no puedo menos de considerar cuán el delirio del entusiasmo. Cuando por
caprichosa es la muerte en sus ejecu- fin vieron erguirse aquella figura en lo
ciones. Puesto que ese desventurado alto del aire, más audaz aún que el
había de morir, ¿no era más cómodo atrevido edificio dominado por ella,
hacerle caer sencillamente una teja en frenéticas aclamaciones ascendieron
la cabeza? Pero no; la dama pálida con terrible armonía hasta el infeliz
tiene sus antojos, y al paso que coge que las promovió.
á unos para adormecerlos en su regazo
Eso fué su pérdida.
con dulzuras maternales, condena á
Hasta aquel instante fatal, en ese
otros á no arrancar de ella su reden-
ción, sino á costa de mil afanes y de
dose un poco de lado, por entre los ra-
mil fatigas. Estaba escrito que este
dios de la flor, la cual, una vez que
desventurado había de desquitarse en
pasó lo alto del cuerpo, sirvióle de
un solo día de todos los sufrimientos
apoyo para enderezarse con los brazos; de que le preservara hasta entonces lo
y , por fin, se encontró sentado encima humilde de su existencia, y que le se-
de la flor, con el pecho contra el eje ría preciso agotar toda su fuerza y todo
del gallo, varilla que apenas se ele- su valor para elevarse á la cima de
vaba dos pies sobre su cabeza. aquella especie de mástil de cucaña,
Se ató con solidez á este vástago: y donde estaba destinado á ir á descolgar
con ayuda de la segunda cuerdecita, el premio de su propia muerte.
cuyo cabo tenía, izó hasta sí el gallo,
Ignoro si á músico alguno se le ha
que había dejado en la plataforma al
ocurrido nunca la idea de escribir las
pie de la aguja.
notas del coro de aullidos de una m u -
Al llegar á este punto de mi relato, chedumbre humana transportada por
no puedo menos de considerar cuán el delirio del entusiasmo. Cuando por
caprichosa es la muerte en sus ejecu- fin vieron erguirse aquella figura en lo
ciones. Puesto que ese desventurado alto del aire, más audaz aún que el
había de morir, ¿no era más cómodo atrevido edificio dominado por ella,
hacerle caer sencillamente una teja en frenéticas aclamaciones ascendieron
la cabeza? Pero no; la dama pálida con terrible armonía hasta el infeliz
tiene sus antojos, y al paso que coge que las promovió.
á unos para adormecerlos en su regazo
Eso fué su pérdida.
con dulzuras maternales, condena á
Hasta aquel instante fatal, en ese
otros á no arrancar de ella su reden-
64 CUENTOS
ESCOGIDOS 65
humilde corazón y en esa cabeza estre- menores que hormigas. ¡El, que hasta
cha jamás había penetrado la idea de entonces no había conocido sino la mi-
que á los ojos del mundo pudiera ser seria de la humanidad, comprendía de
otra cosa que un ave de paso ó una repente su grandeza, y sentíase reves-
mata de hierba que se pisotea. Y aun tido de toda su majestad! ¿Qué podía
allí, á la sazón, en el transcurso de hacer el pobre hombre contra este en-
esta peligrosa empresa, cuyo acto su- tusiasmo, cuyos ecos giraban en torbe-
premo iba á realizar, ni uno de sus llino en derredor suyo como un vértigo?
nervios de acero se había doblegado, Vieron que se bajaba, le vieron sen-
ni una de sus fibras se había estreme- tarse en la flor, ponerse el gallo en las
cido, ni una sola vez había pensado en rodillas, quitarle algunos trapos con
su peligro ó en su valor. Decíase en que lo había envuelto para preservarlo
sus adentros: «duro es el trabajo». de los choques, y luego, llevándolo en
Sus pensamientos no iban más allá. una mano, y agarrándose con la otra
Pero ante la explosión de todas aque- al vástago, plantarse de pie. Bajándose
llas almas, sus ojos, que nunca habían entonces un poco, levantó con un hom-
visto la irradiación de la gloria, sus bro los restos del antiguo gallo, que
oídos, que jamás habían escuchado la cayeron rebotando con estrépito á lo
formidable voz de ella, abriéronse con largo de la flecha, y fueron á detener-
deslumbramiento y con embriaguez. se en la crestería de la techumbre de
Desde la altura donde se veía elevado, la iglesia. Y entonces, cogiendo el g a -
abarcaba el cielo, dominaba la tierra, llo por la cola, lo introdujo en el eje
y los millares de hombres que se rebu- destinado á sostenerlo. Se bajó de nue-
llían y gritaban á sus pies parecíanle vo, dióle movimiento giratorio, y un
grito del gentío saludo la primera vuel- Montó á horcajadas en el gallo, y
ta que acababa de dar el nuevo gallo dando un vigoroso empuje de ríñones,
del campanario. lo puso en movimiento.
Ya no le faltaba al infeliz más que Al ver el gentío aquella tremenda
descender. Dejándose escurrir primero locura, detúvose mudo é inmóvil, sus-
por la cruz y en seguida por la pértiga, penso el corazón, entreabiertos los l a -
bios, mirando girar y girar y más g i -
encontraba en la punta de la aguja los
rar el gallo.
cordeles que le habían servido para
izar la percha y el gallo; entonces no Pasó un min uto; pasaron dos... tres...
tenía que hacer más que dar una vuelta cuatro... cinco minutos.
de cuerda á cada pierna, y deslizarse El gallo giraba.
hasta abajo cómodamente apoyado de El hombre, que al principio había
espalda en la cubierta del chapitel. En hecho saludos con la gorra, estaba á la
ti es minutos, á lo sumo, estaba en la sazón inclinado adelante, estrechando
plataforma. entre sus brazos el pescuezo del gallo.
Pero ese grito, ese grito de triunto Trató de pasar atrás una de las piernas
exhalado por la multitud, le arrancó por encima de la cola; pero, sea que
lo que de razón le quedaba. estuviese falto ya de sangre fría, sea
Un impulso de orgullo, grosero como que el obstáculo fuera demasiado alto,
él mismo, espantoso como el valor que no pudo conseguirlo. Alargando las
acababa de mostrar, le inspiró la loca piernas, intentó otra vez alcanzar á la
idea de superar todo lo que hasta en- flor de la cruz, pero agitóse vanamente
tonces le habían visto hacer, con u n en el vacío: preciso es creer que había
rasgo de audacia aún más increíble. tomado un poco de impulso para mon-
tar, porque no tocaba ninguna cosa saber lo que hacían ni lo que de-
con los pies. Le vieron engancharlos cían.
uno al otro por debajo del vientre del Transcurrió lo menos un cuarto de
gallo. hora largo. A la postre, habíase dete-
Y entonces el hombre se enderezó, nido el gallo; pero se veía con espanto
abriendo los brazos y extendiéndolos al hombre inmóvil siempre, con las
con un ademán supremo de orgullo. piernas enganchadas entre sí y con los
P e r m a n e c i ó así. brazos abiertos. Alguien dijo que era
Y el gallo giraba siempre. menester ir á avisar al señor cura, el
A medida que se prolongaba aquella cual continuaba en la sacristía espe-
escena vertiginosa, producíase poco á rando el término de la operación.
poco agitación entre la muchedumbre. Ante todo, probó á tranquilizar á los
Mirábanse unos á otros, se daban con que le hablaban; pero el corazón le
el codo, no se atrevían á hablar. Algu- palpitaba ya muy fuerte, cuando salió
nas mujeres comenzaban á hacer la se- á la plaza para ir á darse cuenta por
ñal de la cruz, otras á desmayarse. Al sus propios ojos de lo que sucedía.
fin se oyó un grito penetrante: era una No habiendo sido testigo del comien-
moza que se caía de espaldas, presa de zo ni de la duración de la escena,
un ataque de nervios. Al instante, como no quedó tan impresionado como los
si hubiese una comunicación eléctrica, espectadores. El hombre estaba tan
otras varias mujeres cayeron con idén- á plomo, su ademán era tan claro y fir-
tico accidente; lloraban los niños, y me , que por necesidad era preciso ver
muchas gentes, enloquecidas, extra- en aquella prolongada postura un alar-
viadas, echaron á correr gritando, sin de de valor llevado hasta la exagera-
ción. Así habló el párroco; pero al El cura, con el cuello alargado y
decir esto, sentía llenársele de espanto los dedos separados, permanecía con
el corazón, é hizo rogar al médico que el ojo puesto en el ocular del anteojo
le enviase un anteojo de larga vista y como petrificado de horror. Pero era
que el profesor tenía, y que viniese... un hombre en quien dominaba el sen-
Pocos minutos después, colocado en timiento de sus deberes de sacerdote y
su trípode el anteojo, se asestaba á la rechazaba toda debilidad humana. Se
punta de la flecha de la torre; y al mi- postró de rodillas, y alzando al cielo
rar el médico por el ocular para gra- los brazos abiertos y los ojos llenos de
duar el instrumento óptico, dió un sal- lágrimas, exclamó sollozando:
to atrás y un fuerte grito. —i Dios mío, inspiradme lo que debo
Al oir el grito, precipítase el sacer- hacer para salvar á ese cristiano!
dote y mira á su vez. Habíase formado un corro en torno
En el círculo negro del objetivo, des- suyo, pero á distancia y cual si no
tacándose sobre el fondo claro del cie- se hubieran atrevido á acercarse. El
lo, se veía al hombre, tieso ó inmóvil cura paseó la mirada por el rostro de
como una estatua. Contraída por una todos aquellos hombres, quienes, con
risa horrible su cara verde, con dos la cabeza baja y los ojos dirigidos
chapas negruzcas en las mejillas, de- al suelo, parecían abrumados por el
jaba ver la punta de la lengua cogida peso espantoso de la fatalidad. Por más
entre los dientes puestos al descubier- que habló y lloró y gritó, vióse bien
to; los ojos, abiertos hasta más no po- pronto obligado á reconocer que aun
der y fijos, estaban vueltos hacia cuando, por caso imposible, se encon-
arriba y sólo se veía lo blanco de ellos. trase allí un hombre capaz de tratar de
subir á lo alto de la a g u j a , una vez —Sé lo que queda que hacer—dijo
que llegara junto al infeliz, no podría el párroco.
prestarle ningún socorro sin estar in- Y habiendo hecho señas á tres ó
faliblemente seguro de verse precipi- cuatro hombres y al médico de que le
tado al abismo, al menor cambio de acompañasen, se encaminó á la sacris-
sitio de aquel cuerpo. Por otra parte, tía. Poniéndose sobrepelliz, alba y es-
allí no había que pensar en una esca- tola, les anunció que quería subir hasta
la : no hay escalas de cien pies de lon- la plataforma para enviar desde allí al
gitud. En cuanto á hacer un andamia- moribundo la absolución in articulo
je , hubiera sido preciso ir á buscar los mortis, y les rogó que subiesen con él
para asistirle y sostenerle.
materiales á la ciudad próxima, lo cual
requeriría dosdías por lo menos, y serían Por último, se le vió aparecer en el
necesarios siete ú ocho para instalarlo. balcón de la plataforma. Con el ritual
Cuando, por fin, se convenció de que en una mano y dando con otra la ben-
nada podía esperarse de los hombres, dición, con el cuerpo abalanzado al es-
dirigiéndose al médico, le dijo el cura: pacio y las alas de su sobrepelliz a g i -
—¿Vive aún? tadas por el viento, parecía un ángel
—Quizá — respondió el médico.— pronto á volar al cielo.
Si no ha muerto de repente por apople- En ese momento sublime, la multitud
jía ó por síncope seguido inmediata- cayó de hinojos; y mientras el sacerdote
mente de rigidez cadavérica, para que enviaba al agonizante el postrer adiós
permanezca enganchado así por los del cristiano, oíase elevarse desde abajo,
pies, necesario es que se halle en esta- mezclado con el doblar de las companas,
do de catalepsia. un murmullo de oraciones y sollozos.
¿Qué tengo ahora que añadir? Hacia lo haya torcido en una de sus últimas
la tarde, algunos cuervos empezaron convulsiones; sea que la sangre haya
á revolotear dando vueltas en torno del obstruido el eje al correr por las heri-
campanil. Al día siguiente se vió po- das abiertas por el pico de las aves de
sarse dos ó tres y dar picotazos. Bien rapiña, dícese que así ha de quedar
hasta la consumación de los siglos, in-
pronton acudieron de muy lejos los
móvil como las piedras de la iglesia
buitres, desde la montaña.
donde está sujeto.
Cuando la noticia de este pavoroso
acontecimiento llegó á la cabeza de
partido, decidióse que era menester
armar un andamiaje para ir á bajar de
allí aquel pobre cadáver. Pero cuando,
después de largas formalidades, se hizo
el presupuesto, se vió que costaría jdiez
mil francos! El departamento era muy
pobre. El asunto quedó, como suele
decirse «enterrado» en las oficinas.
El gallo no da vueltas. Ha perdido
su aspecto: proyecta sobre el cielo in-
definibles perfiles, que cambian con-
forme el soplo de los vientos fuertes
arrancan algún jirón de los mortales
despojos con que aún está cargado.
Ya no gira... Sea que el agonizante
LA CRIADITA
POR
CATULO MENDES
P
equeñuela, enclenque, pajiza,
harapienta, con unos ojazos
dulces y estúpidos, era quien
por el estío llevaba los huevos frescos
y la leche de la granja al castillo. Al
entrar en la cocina decía «aquí está», y
se quedaba de pie junto á la puerta,
esperando que la respondiesen «está
bien», mirando la batería de cocina,
cuyo cobre relumbraba al sol, retor-
ciéndose embobada coa los dedos el
delantal de algodón. El cocinero, ves-
tido de blanco y serio, se le aparecía
como un personaje extraño, casi ima-
ginario y lejano, á pesar de estar allí. gente á comer. Quédate. Ayudarás.»
Era hija de un hombre que trabajaba ¡Eso sí que era otra cosa, y no el cari-
en la granja y de una mujer que había ñito del señor cura! Estaba orgullosí-
muerto. Pocas personas sabían que se sima; comprendió que decididamente
llamaba Germana; como se la encon- entraba en la vida social. En la repos-
traba á menudo apacentando ánades, tería, donde comió, hiciéronla beber
vara en mano, en las veredas festonea- vino; era la vez primera que bebía
das de espinos, llamábanla la Varera. «agua roja», como ella decía. Hizo un
Un día, el señor cura, con el breviario gesto y dejó el vaso; pero el cocinero,
debajo del brazo, pasó junto á ella y la que con su aspecto solemne era un
dió con dos dedos un golpecito en la hombre muy alegre, la obligó dos ó
mejilla, diciendo: «¡Je, je!» Aquella tres veces á beber, para reírse. Embo-
carantoña y aquel « ¡je, je!» eran poco rrachóse ella, y estuvo charla que char-
más ó menos toda su historia; la re- la. Contaba su gran aventura con el
cordaba con interés todos los días. Sus señor párroco, y que las ocas la pico-
ánades eran muy malas con ella, sobre teaban á veces hasta el hueso en las
todo una, la más grande. Hubiera pre- pobres pantorrillas desnudas. La hi-
ferido ser pastora de carneros, porque cieron beber más. Estuvo muy mala,
estos son pacíficos y se puede triscar teniendo que acostarse en la cocina
con ellos. Pero era demasiado pequeña. entre dos sillas, con los flacuchos bra-
Quizá más tarde se realizara su en- zos colgando. «¡Tonta!» dijo el coci-
sueño. Iba á cumplir ocho años por Pas- nero. Tenía pálida la cara y fijos los
cua Florida. ojos. Sufría y se quejaba, sin com-
Una vez la dijo el cocinero: «Hay prender. Luciano, el hijo de la baro-
nesa, un chicuelo de diez años, pasó París, y vosotras no vais. > Sentóse al
por allá, y al ver aquella niña que es- borde del camino entre las ramas espi-
taba enferma, la pellizcó hasta hacerla nosas que la punzaban, dejándolas ha-
sangre en uno de los arrugados y rojos cer, mirando las tierras de labor, los
brazos. Dió un grito y le miró. Lleva- prados, los tres pobos rectos y puntia-
ba un traje de terciopelo azul y una gudos en medio de la llanura, y allá
gran gorguera de blonda de seda tor- abajo el horizonte. Decía adiós incons-
cida, sobre la cual se agitaban unos cientemente. Fué á beber agua en una
rizos de cabellos rubios. Sonrióse ella charca, detrás del seto. Debajo de una
y bajó dos ó tres veces la cabeza en se- rama cogió un nido de ruiseñores de
ñal de consentimiento; se acordó de los pared, un nido vacío, seco, del año an-
gansos, que también eran malos, pero terior, y se lo llevó como un recuerdo.
no tan bonitos; y levantándose hasta Acarició á los gansos, uno tras otro; y
el hombro la harapienta manga, acari- pensó que un ganso que tuviera un
ció largo tiempo con gusto el daño que traje de terciopelo azul y una gorguera
se le había hecho. de blonda de seda torzal sería muy
Más adelante, se interesó por ella la bonito; y besó tiernamente en el cuello
baronesa. Cuando se resolvió que la á la mayor de aquellas aves, la que era
llevarían á París para convertirla en muy mala.
una doncellita de labor, se puso muy En París vivió en el hueco de una
contenta á causa de Luciano, y muy ventana, junto á la antecámara, mar-
triste á causa de las ánades. Las llevó cando pañuelos y remendando trapos
á pastar una vez más por mucho tiem- de cocina. Habíanla enseñado á coser,
po, y la¿ decía: «Anda, que yo voy á pero no la enseñaron á leer. Para las
to donde cosía ella sentada desde la ma-
personas de la condición de Germana
ñana á la noche, temblaba con todo su
no es saludable la lectura. Leer induce
cuerpo; y sin levantar cabeza, seguía
á pensar; y, una vez que se piensa, ya
cose que cose, precipitando las punta-
no se repasan tan bien las camisas. La
das, pinchándose en los dedos. Un día,
servidumbre toda la estimaba poco,
la dijo él de pronto: «Ven á jugar.» Le-
porque era silenciosa, obediente y de-
vantóse ella estupefacta y con la boca
vota de su ama. Nunca salía, á no ser
abierta, como ante un milagro. Aquel
los domingos, para ir á la iglesia. Mos-
día llevaba él un vestido de terciopelo
trábase muy piadosa, sin comprender. negro con trencillas de oro. Jugaron.
Todas las noches decía: «Padre nues- Luciano se puso á horcajadas sobre una
tro , que estás en los cielos... » No co- silla tumbada en el suelo, de la cual
nocía en París nada más que la calle tiraba Germana á guisa de caballo. El
que estaba delante de su ventana; los pesaba ya bastante y ella era aún muy
transeúntes le parecían personajes ex- débil; jadeaba extasiada. Para hacerla
traordinarios , de diferente especie que correr más, dábala él de puñetazos en
ella; los carruajes, una cosa extraña; la espalda. «¡ Oh Dios mío, Dios mío!»
admiraba los adoquines. Pasó dos ve-
ces la Pascua Florida. Seguía corrien- repetía ella con arrobamiento. Y dijo él:
do. Continuaba siempre con sus ojazos «Necesito un látigo.» Corrió ella á la
estúpidos y dulces. Jamás alma alguna cocina y trajo una vara muy gruesa
estuvo tan sola como la suya. Sin em- que se usaba para sacudir el polvo á la
bargo, no estaba triste. Veía algunas ropa. Luciano se valió de ella. Era ya
' veces á su amito, tan altivo, tan bien muy fuerte. Azotaba él, corría ella di-
puesto. Cuando entraba éste en el cuar- ciendo: «¡Ah señor, señor! » y lloraba
los de una oveja. Llevaba un vestido
de gozo con sus verdugones. Por la
negro, estrecho, que caía recto desde
noche en la cocina, después de haber
los hombros á los tobillos; sólo el cin-
comido con los criados, sentada aún a
turón indicaba el talle. A la sazón, Lu-
lamesa, cerrólos ojos con lentitud, son-
ciano era ya un mocito. Una noche la
rióse y la oyeron murmurar: «iQué
dijo: «Mamá no quiere que me den la
bueno estaba aquello!» El cocinero la
llave de la puerta principal. Me veo
dijo: «¡Golosa!» obligado á tocar, advierten que entro
Un dia Luciano robó de la alacena tarde, y me regañan. Escucha: no te
una botella de vino de España. Por acuestes, daré una palmada y sales á
aquella época fumaba ya Luciano ci- abrirme sin meter ruido.» Era en in-
garrillos en los rincones. Le interroga- vierno. Algunas veces quedábase ella
ron y respondió: «He visto á Germana hasta el amanecer, sin dormir, en uu
llevarse una botella.» La baronesa hizo cuarto sin lumbre, al atisbo de la seña.
llamar á la criadita: ¿Eres tú quien ha Luego bajaba con una lamparilla en la
robado la botella?» Luciano interrum- mano. Necesitaba atravesar el patio
pió: «Es ella.» Germana dijo: «Yo soy.» del palacio. Algunas veces había neva-
La baronesa dió un cachete á Germana. do. Para no hacer ruido, no se ponía
«Bien hecho» dijo Luciano. «Sí, bien los zapatos. Andaba con los pies des-
h e c h o , repitió Germana. nudos por la nieve. Envolvíala el cier-
Pasó tiempo. Ella continuaba siendo zo. La castañeteaban los dientes. Cogió
flaca y ruin, pequeñeja. ¿Y fea? Sí, con un catarro que ya no se le quitó. Abría
manchas rojizas en las mejillas, en la la puerta, quitando una gruesa barra
' uariz, en la frente. Sus grandes ojos, transversal que la helaba las manos.
de mirar bondadoso y vago, eran como
la lámpara, que se hizo trizas. «¡ Al
Luciano decía: «Siempre me haces
diablo la tonta!», exclamó Luciano,
aguardar. Me hielo. » Una vez le res-
huyendo por temor á que el ruido h u -
pondió ella: «De ahora en adelante, es-
biera causado alarma.
peraré en el patio.» Y asi lo hizo. El
Germana ya no trabajó más en el
invierno era muy frío.
Una noche Luciano volvió borracho. hueco de la ventana, junto á la ante-
Venía de algún baile de máscaras. Es- cámara. Tomó la costumbre de sentar-
taba de veras muy guapo con su traje se desde la mañana en un peldaño de
verdey rosa, un disfrazde paje. «¡Oh!>-, la escalera de servicio, siempre el mis-
exclamó Germana levantando la lám- mo, y de coser allí. Los criados burlá-
para. Subieron juntos por la escalera ronse de ella, y los dejó que hablasen.
de servicio. Pegaba trompicones contra Se había vuelto extraña. Algo se había
la pared, canturreando este estribillo encendido dentro de sus dulces ojos,
de una opereta entonces en boga: de mirar menos vago. Canturreaba á
«Cierto día, al pasar por Meudon, una media voz durante mucho tiempo una
joven polaca...» y todo lo que sigue. tonadilla, siempre la misma: «Cierto
Ella escuchaba, admirándose. Tropezo día al pasar por Meudon, una joven po-
él. Al incorporarse, volvió la cabeza. laca... » Cantaba esto á veces muy
Miró á Germana. Estaba beodo. Era alegremente y deprisa, otras con suma
una mujer. ¡Bah! La agarró por la cin- lentitud, detallando las sílabas, pro-
tura y la besó bruscamente en los la- longando las notas. Aquel tarareo te-
bios. Estremecióse toda, como un ave tía entonces una tristeza infinita.
* que se sacude las plumas, y cayó sin «Una joven polaca me dijo: Caballeri-
sentido en los peldaños juntamente con to, perdón...» y de pronto se desha-
cía en lágrimas. Encontrábase muy El dormitorio, con colgaduras pálidas
y apenas iluminado, estaba misterio-
feliz.
so y encantador. «¡Qué guapa es V.!»,
Luciano se formalizó. Tratóse de ca-
dijo á la esposa. Avivó el fuego, ali-
sarle. La señorita era rica y bonita. Se
neó con esmero las almohadas del
enamoró de ella. «Casadnos pronto»,
lecho conyugal, besó furtivamente el
dijo él. Los casaron. Germana fué
que estaba más cerca del borde, y dijo
puesta al servicio de los nuevos espo-
riéndose á Luciano que entraba: «Bue-
sos: ella misma había pedido este fa-
nas noches, señor Luciano. »
vor. El día de boda estuvo desde la ma-
Una hora más tarde salió de la casa.
ñana en el aposento nupcial. Iba, ve-
Iba á escape, en derechura. En las ca-
nía, correteaba, ponía los muebles en
lles, nadie. Había llovido. El cielo,
su sitio, colocaba las flores en las j a r -
muy nublado y oscuro, tenía acá y allá
dineras, sonreíase, exclamaba: «Esto
claros bruscos llenos de estrellas; la
es muy bonito, aquí» y jamás había
luz de los reverberos se reflejaba en las
estado tan contenta. Llevaba puesto
húmedas losas. Germana caminaba á
un trajecito que la dió la novia. Y re-
lo largo de las casas. Iba muy alegre.
petía: «Señor Luciano... señor Lucia-
Cantaba al andar. Anduvo más de una
no... bienaventurado... bienaventu-
hora. Oyó un gran ruido, suave y uni-
rada.» Por la noche pensó que en aquel
forme, el de un río que corre. Se me-
momento estarían bailando en la boda,
tió por el Puente Nuevo. Cuando llegó
y se puso á bailar también , cantando
en medio se detuvo, miró á su alrede-
con ritmo de vals: «Cierto dia, al pasar
dor, vió que estaba sola, y se puso á
* por Meudon...y> Hacia media noche,
hablar en voz baja. Lo que decía era
ayudó á la recien casada á desnudarse.
una oración: '¿Padrenuestro, que estás
en los cielos; santificado sea tu nombre...»
Interrumpióse algunas veces en el rezo, SGANARELLE
para volver á la canción. Se subió en
POR
el pretil («Cierto día, al pasar por Mexi-
don...?>), miró el agua, se quitó el de- TEODORO DE BANVILLE
lantal , arrancó la cinta («una joven po-
laca...»), arrolló la falda en torno de
sus flacas piernecillas, la sujetó con la
E
n aquella boda de honrados
cinta cual si temiese que alguien la
burgueses, fabricantes de flo-
viese desde abajo las piernas («me dijo:
res para la exportación y de
Caballerito, perdón... perdón... Pa-
papeles pintados, Bixión, cuyos dibu-
dre nuestro, que estás en los cielos...
jos comenzaba á rechazar por dema-
perdón... perdón...») y desapareció de-
siado flojos Le Charivari y que desde
bajo del agua, que en aquel sitio,
ocho días antes no había devorado nin-
reflejaba un claro del cielo, que esta-
g u n a presa, sentíase con ganas de
ba enteramente azul y lleno de estre-
guasa; por eso acogió con el más per-
llas.
fecto agrado la pregunta del señor
Lestibondois, el comerciante en seda
cruda.— ¡ De modo—dijo—que es una
verdadera consulta lo que V. me pide!
—Sí—contestó Lestibondois;-—para
un amigo mío.
una oración: '¿Padrenuestro, que estás
en los cielos; santificado sea tu nombre...»
Interrumpióse algunas veces en el rezo, SGANARELLE
para volver á la canción. Se subió en
POR
el pretil («Cierto día, al pasar por Mexi-
don...?>), miró el agua, se quitó el de- TEODORO D E B A N V I L L E
lantal , arrancó la cinta («una joven po-
laca...»), arrolló la falda en torno de
sus flacas piernecillas, la sujetó con la
E
n aquella boda de honrados
cinta cual si temiese que alguien la
burgueses, fabricantes de flo-
viese desde abajo las piernas («me dijo-.
res para la exportación y de
Caballerito, perdón... perdón... Pa-
papeles pintados, Bixión, cuyos dibu-
dre nuestro, que estás en los cielos...
jos comenzaba á rechazar por dema-
perdón... perdón...») y desapareció de-
siado flojos Le Charivari y que desde
bajo del agua, que en aquel sitio,
ocho días antes no había devorado nin-
reflejaba u n claro del cielo, que esta-
g u n a presa, sentíase con ganas de
ba enteramente azul y lleno de estre-
g u a s a ; por eso acogió con el más per-
llas.
fecto agrado la pregunta del señor
Lestibondois, el comerciante en seda
cruda.— ¡ De modo—dijo—que es una
verdadera consulta lo que V. me pide!
—Sí—contestó Lestibondois;-—para
u n amigo mío.
— Comprendo — replicó Bixión. — marido que encontró el medio de
Quiere V. saber si una persona formal aguantar sin hacer reir á nadie... eso
puede ser sin ridiculez lo que Molière, de que tratamos. El marqués de Es-
que no disfraza las palabras, deno- ternay...
mina... — ¡Ah! — exclamó Lestibondois. —
—Justo y cabal—dijo Lestibondois. ¡Era marqués!
—Dios mío—prosiguió con abando- —Y lo es todavía — continuó Bi-
no el artista—en general, vale más no xión.—Pero desde la Revolución todos
serlo; y hay un medio muy sencillo. somos iguales. El marqués de Ester-
Basta con elegir una buena mujer, nay, guapo como todos los de su raza,
sencillota, robusta, en la cual no pre- había sido teniente de cazadores de
domine el sistema nervioso, educada Africa, antes de casarse. En el regi-
en el seno de la familia, apta para te- miento era célebre por sus temeridades
ner un hijo cada año... y pagar el d é - heroicas á lo Orlando; un día se arrojó
bito, cumpliendo como buen marido. él solo contra un grupo de árabes, y
__Pero—objetó lastimeramente el quedó en el campo de batalla por
mercader — ¿ y si se ha escogido de muerto, herido de dos balazos y con la
otro modo y hay que conservarla tal cabeza abierta de una cuchillada. Sin
cómo es*?..-. embargo, había salido con bien; y era
—Vamos—dijo Bixión—veo que V. un buen mozo, esbelto, bien formado,
quiere que vayamos al asunto, y no de alta estatura y daba gusto verle
es hombre á quien se le puede satisfa- con su rostro atezado, de facciones
cer con subterfugios. Pues entremos atrevidas y profundos ojos azules; los
en el riñon de la cosa; conocí á un cabellos cortos, espesos y rígidos, á
esos mártires que hay en toda socie-
la vez que su ligera barba negra, le
dad, y á expensas de los cuales de-
daban el más varonil carácter. Y sien-
muestran ingenio á poca costa los
do así el marqués de Esternay, y ade-
bravucones (que los hay en todo, ¡has-
más con un capital de dos millones de
ta en la conversación!). Además, es
francos, amén de las esperanzas, se idealmente bueno sin debilidades, co-
casó sin dote y por amor con la seño- nocedor en materia de muebles y cua-
rita Marcela Jacquelin, hija de un em- dros , se viste con el gusto más exqui-
pleado de correos, y cuyo equipo de isito, y sin quitarse los guantes puede
novia no valía cien escudos. Era lin- liar un pitillo que no haya más que
dísima , pero no sabía conllevar ni ha- pedir.
cer valer su belleza á lo Watteau, y
—Y á pesar de todo eso—murmuró
de la cual no tenía la clave. ¡Añádase á
Lestibondois—su mujer le ha pues-
esto que Esternay no tiene ningún t a -
to los...
lento de adorno! Hábil como un maes-
—Con un pianista—dijo Bixión.—
tro en equitación y esgrima, y sabio
y á los seis meses de casado. Ese pia-
como un benedictino en toda clase de
nista, que se pasa por las melenas una
ciencias y de artes, pero sencillo como
mano imitación de la de Listz y lleva
un cuchillero de Manchester, es ade-
chalecos de alamares, componía ro-
más de esto ingenioso como si lo t u -
manzas sin palabras y con palabras, á
viera por oficio; con la mayor facilidad
las cuales pocas mujeres se han resis-
puede quitar el pellejo á su interlocu-
tido. Todo París supo bien pronto sus
tor , á la manera que Apolo desolló, al
relaciones con la marquesa de Ester-
sátiro Marsias; pero este genio cómico
nay» y no hubo persona que las igno-
nunca lo emplea sino en defensa de
rase. Tan sólo Esternay se obstinó en amigo, el capitán Cardonne, que n a -
jio conocer esas relaciones ni al pia- vegaba á la sazón por los mares de la
nista , del cual hizo tanto caso como India; y, en fin, Esternay se había ba-
de una mosca que se paseara por una tido por tercera vez, estando de viaje,
cortina de encaje. Acaso haya ocultado con un ruso que sin saber que él ha-
dentro de su corazón y de su cerebro bía sido militar, pronunció á su pre-
sencia en la mesa de un hotel, las fra-
dramas terribles, porque adoraba á su
ses más insultantes para el ejército.
mujer; pero nadie los ha sabido, por-
Esta casualidad tan pertinaz le pinta-
que el marqués piensa que el gemir no
rá á V. de cuerpo entero quién es nues-
sirve para nada, y es de los que ponen
tro hombre, el cual no busca dramas,
en práctica la noble divisa de «¡ Ayú-
pero es lo suficiente discreto para no
date!» Solamente tuvo en la misma
desaprovechar nunca las ocasiones de
época tres duelos consecutivos, en los
hacer las cosas que le conviene hacer.
cuales hirió de gravedad á sus tres ad-
Jamás incurrió en la ridiculez de po-
versarios; pero (aquí es preciso admi- nerse en campaña con premeditación
rar su elegancia), no había buscado para detener los caballos desbocados,
ninguno de sus desafíos, sino que los á la hora de los elegantes, en la ave-
aceptó en condiciones tales que todo nida de los Campos Elíseos; ó para
hombre galante hubiera hecho lo mis- hacer competencia á los salvadores de
mo que él. Una vez, su tío materno, náufragos, sacando del agua á los ca-
el anciano general Ars, había sido i n - jeros infieles que se arrojan al río por
sultado en un periódico; otra vez, un la noche desde el puente de Nuestra
fatuo habló más que ligeramente de- Señora, para ahogarse. Pero con segu-
lante de él de la mujer de su mejor
bre que legítimamente habíase creado
ridad que durante su última estancia en
tal reputación de valentía. Así pues,
Turaine no fué culpa suya si el incendio
lo encontró Esternay sin cesar siguién-
devoró la granja dependiente de su cas-
dole los pasos, pero jamás consintió
tillo (¡como que no había él prendido
en verlo; y hasta ni siquiera permitió
fuego!); y si, triunfando allí donde
que sus labios se sonrieran lo más mí-
los intrépidos bomberos habían tenido
nimo cuando el pianista, que había
que retirarse tres veces, pudo entre el
caído en el último grado de humilla-
humo y sobre las vigas hechas brasa,
ción , fué despedido vergonzosamente
salvar unos tras otro á la mujer del
por su querida.
hortelano y á sus cuatro pequeñines y
al mismo hortelano, á quienes bajó en —Ciertamente—dijo Lestibondois—
hombros por una cuerda de nudos, que la valentía...
sublime, espantoso, alegre, con el —No es más que un aspecto de la
rostro y los cabellos quemados, con cuestión—interrumpió Bixion.—Pero
admiración de los enloquecidos luga- Esternay tenía demasiado tacto para
reños que al ver su fuerza indomable descuidar el otro aspecto. Hasta en-
reconocían en él su señor. Por más que tonces, como hombre de interior que
se empeñe uno en ser modesto, en prefería á todo, su casa y sus libros,
esta época de periódicos noticieros, no había vivido muy retirado. Pero echa-
pudo impedir Esternay que la anécdo- do de su hogar por el canto de reclamo
ta llegase á París, donde á su regreso de su mujer, comenzó á presentarse
la conocía todo el mundo. El pianista en sociedad y en la Opera; el encanto
comprendió que estaba perdido si no de su belleza y de su incomparable
conseguía tener un duelo con un hom- elegancia, no tardó en meter ruido en
bunda por Esternay —se lo dijo así
Landerneau. Había entonces allí una
á éste, y quiso entregarse á él vio-
de esas crueles, mil veces descritas por
lenta y brutalmente, á todo escape.
los noveladores, que inspiran amor sin
Un teniente de cazadores de Africa no
sentirlo ellas, y se gozan en la deses-
tiene derecho á hacerse el casto José;
peración de sus víctimas, y no tienen
pero al cabo de unas breves relaciones,
más gusto que hacer derramar mucha
durante las cuales la princesa conoció
sangre y muchas lágrimas. Si en l u -
el paraíso (según refiere ella misma
gar de ser una princesa con minas de
con todo descaro), recobró él su liber-
plata y de platino, hermosa como un
tad. Y desde ese día la hermosa Sarol-
ensueño, con su gracia salvaje é in-
t a , vencida, idiota, embrutecida por
fantil y con la majestad de una reina,
el amor, sigue desde lejos á Esternay
hubiera sido aquella húngara (llama-
como una perra; se viste con los colo-
da Sarolta-Batsanyi), una parisiense
res de la librea de él, y le mira como
tasada en cien mil francos, hubiera
un pobre de solemnidad contempla las
podido tomar por divisa las palabras
monedas de oro en el escaparate de los
que el caricaturista Gavarni pone en
cambistas. Ya sabe V. lo que son las
boca de uno de sus diablejos con f a l -
epidemias en París. Todas las jóvenes
das: ¡Es igual; el que me vuelva melan-
empezaron á volverse locas por E s -
cólica podrá gloriarse de ser un famoso
ternay, y recibió más cartas amoro-
conejo! Pues por lo que ha podido sa-
sas que un tenor ó un gimnasta de
berse, nadie fué nunca lo suficiente
circo. Pero lo que más le chocará á V.
favorecido para tocarla la puntita del
es que el contagio alcanzó á la mar-
guante.
quesa de Esternay. Se ha prendado de
Pero experimentó una pasión furi-
ESCOGIDOS 103
102 CUENTOS
POB
JUAN BICHBPIN
I
El ojo del público es u o
aguijón de gloria.
(STENDHAL.)
mente probóse, pues, á sí mismo que Una noche en que acababa de dejar á
era necesario cometer un crimen. uno de sus amigos, interno en el hos-
Lo cometió. Y , como si la realidad pital de la Pitié, Tal pasar por una sala
quisiera darle la razón, por la vez pri- para irse, reconoció á la criada, que se
mera de su vida hizo una obra maestra. hallaba moribunda. Díjole ésta que sólo
hacía tres semanas que no estaba en
casa de la viuda, que por el momento
la había reemplazado una asistenta,
II
que su señora estaba demasiado vale-
tudinaria para ir á visitarla y que esto
era muy desconsolador.
Unos diez años antes del día en que —Comprendo—dijo Oscar.—Quisie-
se convirtió en un malvado, Oscar La- ras verla, ¿no es así?
pissotte había vivido en el sexto piso de —¡Oh! no es por eso. Es que, si mue-
una casa de la calle de San Dionisio. ro aquí, tengo miedo de que la señora
Perdido entre una treintena de inquili- lea todas las cartas que he dejado en su
nos , conocido tan sólo por uno de sus casa y me desprecie después de mi
numerosos seudónimos, había sido muerte.
amante de una antigua criada parlan- —¿Y por qué te había de despreciar?
china, que le contaba todas sus menu- —¡Escuche V., voy á decirle la v e r -
dencias. Servía á una viuda muy a n - dad entera! V. ha sido mi amante, pero
ciana, enferma y bastante rica. Por hace mucho que pasó eso. Puedo con-
cierto que sólo permaneció él en aque- fiarle que he tenido otros amores. No
lla casa apenas un mes. lo llevará V. á mal, ¿eh? Y luego, bien
sabe V. que yo no era lo que á V. le niño, si supiera que es hijo de una an-
corresponde. V. es un artista, un hom- dorra y de una ladrona.
bre de buena sociedad; me consiguió —Veamos, veamos, mi querida ami-
de paso, sin darle importancia. Pero en ga—dijo bruscamente Oscar—explíca-
la casa tengo una especie de hombre me mejor tu situación. Hablas dema-
que es de mi clase, un cochero; y si lo siado deprisa, todo lo embrollas; y es
supiese la señora, sería mi perdición. preciso que me pongas al corriente con
¡He hecho tantas cosas malas por él! claridad, si quieres que te preste algún
¡Ah, tunante, me tenía loca! Es el pa- servicio. No pretendo otra cosa, s°i es
dre de mi hijo; por eso he hecho cuanto posible; pero, necesito comprender
ha querido. Siempre me prometía re- bien.
conocerle y casarse conmigo. Hoy bien En ese momento, Oscar Lapissotte no
veo que era decir por decir; ¡ pero, no pensaba de ningún modo en el crimen.
importa! Mi hijito no será desdichado Dejábase llevar sencillamente de su
del todo con lo que le dejo, y la señora curiosidad de literato, husmeaba una
es bastante buena para cuidar de él novela y se disponía á obtener original.
también; porque he escrito á la señora —¡Pues bien—prosiguió la c r i a d a -
que tengo un hijo. Aquí está la carta, he aquí de lo que se trata! Me propon-
debajo déla almohada; y quiero que se go hablar claro. He caído enferma de
la entreguen cuando ya no exista yo, repente, con un ataque de apoplejía,
pero sólo si antes queman mis papeles. en la calle, y me han traído al hospi-
Sin eso, primero me trago la carta. No tal. La señora me ha dejado aquí, por-
quiero que la señora sepa todo lo que que no se me podía transportar. La he
he hecho. No tendría compasión del escrito y me ha contestado. Ha venido
de su parte á verme la asistenta. Pero interesaban mucho, y así he logrado
ni á ésta, ni á la señora he podido h a - guardar mis cartas en su gaveta. La
blarles de lo que me aflige. Tengo u n señora me ha cedido un c a j ó n , con
llave y todo. Bien sé que pudiera de-
paquete de cartas del cochero, ya sabe
cirla que necesito esos papeles. Pero
V., del padre de la criatura. En las
desconfío de la asistenta, que me los
cartas hay u n montón de cosas malas,
traería. Por palabras que se le han es-
robos que me aconseja y gracias que
capado, creo adivinar que también está
me enviaba cuando yo los cometía.
enredada ahora con el cochero. Es un
Porque he robado, sí; he robado para
enganador, se lo digo á V. Y si la en-
él, robado á mi ama. Debí haber que-
gaña es por conseguir el paquete, cuyo
mado esas malditas cartas. Pero tenían
escondite conoce. Ya comprenderá V
muchos «amor mío» y promesas de mis apuros. ¡Oh, si fuera V. ] 0 sufi-
matrimonio y seguridades de que r e - ciente bueno! Verdad es que no lo m e -
conocería al pequeño. Entonces las rezco; pero por parte de V., sería una
guardó. Un día me amenazó el bribón buena obra prestarme ese servicio.
con cogérmelas para comprometerme. —¿Qué servicio?
Yo le negaba dinéro, y me dió á en- —Traerme mis cartas.
tender que una vez dueño de mis p a -
peles haría de mí cuanto se le antoja- —Pero, ¿cómo quieres que yo las
obtenga?
ra. Me entró un miedo de mil diablos.
A pesar de todo, no quise desprender- ~ ¡ E s muy sencillo, yendo por ellas'
me de las cartas. Para ponerlas en sitio Por la noche, á las diez, la señora ha
seguro, dije á la señora que deseaba tomadoya el cloral para dormir; y en ese
confiarla papeles de familia que me momento duerme como un tronco. Du-
8
rante ese tiempo no está allí la asisten- gura de que lo hará para que muera
ta puesto que se marcha á las siete, yo en paz.
después de comer. Ya comprenderá V. Oscar Lapissotte tomó las llaves.
que la señora no la ha dicho que toma- Tenía fijos los ojos. Una repentina pa-
ba cloral, por temor á un robo. No se lidez inundó su rostro. Nerviosas con-
lo ha dicho más que á mí, en quien la tracciones tiraban de las comisuras de
pobre tenía plena confianza. Pues bien; sus delgados labios. Bruscamente se le
entra V. entonces, que ella no le oirá, había presentado la posibilidad del cri-
y puede Y. salir y traerme las cartas. men. Muerta aquella mujer, era fácil
Ya sabe V. que la casa tiene dos entra- de ejecutar la cosa.
das Por la escalera de servicio, el por- —¡Oh, me ahogo, me ahogo—dijo
tero nada notaría. ¡Oh! ¿Hará V. eso la enferma, á quien la larga confiden-
cia había agotado las fuerzas.—¡Beber!
por m í , diga?
¡Deme V. de beber!
- ¡ E s t á s loca! ¿Y cómo abrir la g a -
El dormitorio estaba á oscuras, va-
veta? ¿Y cómo pasar de la puerta de
gamente iluminado por una lampari-
la habitación?
- T e n g o doble llave de la gaveta: lla. Todo el mundo dormía en las ca-
para vergüenza mía, la hice fabricar mas próximas. Oscar levantó la cabeza
con el objeto de robar á la señora. de la enferma, sacó la almohada y se
Aquí está, con la de mi cajón. Aquí la puso encima de la boca, donde la
tiene V. también la llave para entrar mantuvo con puños de hierro durante
por la cocina, por la escalera de la ser- lo menos diez minutos. Tuvo el horri-
vidumbre. Se lo suplico. Sin embargo, ble valor de esperar, reloj en mano.
nada sé; pero tengo fe en V., estoy se- Cuando la destapó la cara, la enfer-
ma estaba asüxiada. No había podido
rró un pedacito de ella y se lo metió
hacer un movimiento, ni dar un grito.
en el bolsillo.
Parecía haber sucumbido de un derra-
Luego subió por la escalera de ser-
me de sangre. Volvió á poner la almo-
vicio de cuatro en cuatro peldaños.
hada debajo de la cabeza y el cobertor
Era en el primer piso, y se podían s u -
debajo de la barba. El cadáv ' parecía
bir á zancadas los diez y ocho escalo-
una persona dormida.
nes sin riesgo de ser visto.
Como la cama de la criada estaba
Abrió la puerta, entró sin ruido, lle-
bastante cerca de la puerta, el asesino
gó á la alcoba, y de un solo esfuerzo
salió sin hacer ruido. Pasó de largo el
estranguló á la anciana, que dormía.
corredor de los internos, atravesó por
También allí tuvo la sangre fría de
una puertecilla de la calle de la Pitié
continuar apretando la garganta du-
y se encontró fuera sin haber sido
rante un cuarto de hora largo.
visto.
En seguida abrió la gaveta. En el
Eran las nueve y veinte minutos.
cajón grande de en medio había accio-
Sin perder tiempo, con la fiebre de nes y obligaciones; en el de la izquier-
la ejecución, el miserable fué á paso da, billetes de Banco; y en el de la de-
largo á la calle de San Diniosio. Entró recha, rollos de luises. Apartó los tí-
en la casa antes de las diez. tulos al portador y dejó los otros. En
En el camino había madurado todo total, títulos, oro y billetes, había
su plan. ciento cuarenta mil francos, con los
Penetró primero en la cuadra, don- cuales llenóse los bolsillos.
de debían de estar los objetos del co- En seguida se ocupó de las cartas.
chero. Cogió allí una corbata, desga- Las encontró fácilmente en el rincón-
se había engañado al creerse un hom-
cito, arriba, donde la criada le había
bre de genio: tenía el genio del cri-
dicho que estaban.
men, y había trabajado de mano
Las quemó en la chimenea, pero maestra.
cuidando de dejar intactos los párrafos
más comprometedores para la criada y
el cochero. Sólo con algunos bien es-
cogidos, bastaba para reconstituir toda III
la historia del niño, de las provocacio- fcY, ÍBi&g-
nes al robo, de los robos cometidos.
Las puso en evidencia junto al g u a r - En efecto; un crimen no es una
dafuego , admirablemente colocadas verdadera obra maestra, sino cuando
para hacer creer que las habían que- su autor queda impune. Y por otra
mado de prisa y corriendo, y que se parte, la impunidad no es completa
había huido antes de que se consumie- sino cuando la j usticia condena á un
ran por completo. falso culpable. f
Arrugó y desgarró el trozo de cor- Jj
Oscar Lapissotte obtuvo la impuni-
bata dentro de la mano derecha del
dad completa.
cadáver, cerrada y rígida.
La justicia no vaciló un solo instan-
Salióse entonces y se deslizó como
te para encontrar al asesino. Evidente-
un relámpago hasta la calle; é inme-
mente , era el cochero. Los fragmentos
diatamente se puso á andar con el paso
de las cartas eran indicios infalibles.
tranquilo y distraído de un soñador
¿Quién si no el cochero, amante de la
desocupado.
criada, podía conocer tan bien las co-
Decididamente, Oscar Lapissotte no
sas favorables para el crimen? ¿Quién pero á nadie le cupo la menor duda de
otro podía tener las llaves? ¿No había que la había robado.
comenzado por robar á la viuda, de En resumen: si hubo en el mundo
concierto con la criada? ¿No era lógi- delincuente á quien se le reconociese
co dar el paso que separa el robo del culpable de su crimen, lo fué él.
asesinato? Además, el acusador peda-
zo de corbata hablaba con claridad.
Para colmo de desventuras, el cochero
tenía malos antecedentes. Como últi-
IV
ma circunstancia abrumadora, no
pudo justificar el empleo de su tiempo
en la hora fatal. Por más que negó,
protestando su inocencia, todo estaba Dícese que la conciencia de una
en contra suya y nada abogaba en su buena acción da una paz profunda.
favor. Pero pocas personas han tenido el
Fué procesado, condenado á muer- atrevimiento de decir que la impuni-
te, ejecutado; y los jueces, los jura- dad de una mala acción proporciona
dos, el defensor, los periódicos, el también la felicidad. Barbey d'Aure-
público, estuvieron conformes en te- villy no ha temido escribir, entre sus
ner la conciencia tranquila acerca de admirables Diabólicas, una novelita
este punto. Sólo quedó un hecho oscu- rotulada La Dicha en el crimen, y no
ro en el asunto: la fortuna, que no se le ha faltado razón para ello; por-
pudo encontrar. Creyóse que el crimi- que los malvados -conocen la sere-
nal la había ocultado en sitio seguro, nidad.
Oscar Lapissotte pudo gozar plena- vecharse de su nueva fortuna para for-
mente de su doble asesinato y saborear zar las puertas de los periódicos y
sus frutos con una serenidad absoluta. revistas, por más que quiso agasajar
No experimentó remordimientos (1), ni á la crítica, no podía hacerse escuchar
terror. La única cosa trastornadora que por el público. Sus versos, su prosa,
sintió y fué acreciéndose más y más, sus ensayos teatrales estaban marca-
era un orgullo inmenso. dos con el sello de la nulidad. Las
Sobre todo, orgullo de artista. Lo gentes del oficio conocían un poco á
que le hizo olvidar toda consideración Anatolio Desroses, el literato de afición
moral, es precisamente la perfección con más rentas que talentos ; pero los
de su obra y el convencimiento de que lectores se burlaban de sus rentas, y
se había mostrado impecable de veras. todo el mundo estaba conforme en
Pues bien; sólo con esto, su sed de negarle la menor partícula de talento.
superioridad tuvo con que hartarse Estaba en debida forma convicto de
hasta la embriaguez. impotencia.
En todo lo demás continuó siendo «¡ Y, sin embargo—se decía á veces
un hombre mediano, oscuro, con razón á sí propio con las miradas centellean-
desconocido. Por más que quiso apro- tes; —sin embargo, si yo quisiera! ¡ Si •
narrase mi obra maestra!... porque he
hecho una obra maestra. En eso no
(1) Véase acerca del remordimiento en los caben dudas. Anatolio Desroses quizá
delicuentes el admirable estudio de Enrique
sea un cretino, pase; pero Oscar Lapis-
Ferry incluido en la «Colección de libros es-
cogidos», tomos 42 y 73, Estudios de Antropo- sotte es un hombre de genio. Es una
logía criminal. lástima grande el pensar que una cosa
Esta idea convirtióse á la larga en
tan bien maquinada, con tanta poten- una idea fija.
cia concebida, con tamaño vigor de Durante diez años luchó contra ella.
ejecución, de tan completo buen éxito, Se dejó devorar ante todo por la pena
permanezca desconocida eternamente. de no haber hecho el sueño en vez de
¡ Ah, ese día tuve inspiración, la ver- la acción, y después por el deseo de
dadera, aquella en virtud de la cual se contar la acción como un ensueño. Lo
hacen las cosas perfectas. ¡Dios mío! que de continuo le incitaba no era el
el abate Prévost ha emborronado más demonio de la perversidad, aquella ex-
de cien detestables novelas, y sólo ha traña fuerza que impelía á los perso-
escrito una Manon Lescaut. Bernardino najes de Edgard Poe á pregonar su se-
de Saint-Pierre no dejará más que Pa- creto; sino tan sólo una preocupación
llo y Virginia. Hay muchos de esos ge- literaria, la necesidad de fama, el pru-
nios singulares que solamente produ- rito de la gloria.
cen una obra. Pero también, ¡ qué obra! Como un sutil consejero que refuta
Queda como un monumento en una una por una las objeciones y hace
literatura. Yo pertenezco á esa familia valer los argumentos capciosos, su idea
de ingenios. No he hecho sino una sola fija perseguíale con mil razones.
cosa buena. ¿Por qué la he vivido, en «¿Por qué no has de escribir la ver-
lugar de escribirla? Si la hubiese e s - dad? ¿Qué temes? Anatolio Desroses
crito, sería yo célebre. No tendría está al abrigo de la justicia. El crimen
más que un cuento que enseñar; pero es antiguo. Todo el mundo lo tiene en
todo el mundo querría leerlo, por ser olvido Conócese su autor: está muerto
único en su género. He hecho La Olra y enterrado con la cabeza entre las
maestra clel crimen.»
cambiará por completo la injusta opi-
piernas. Parecerá como que has arre-
nión que de ti se tiene. En el camino de
glado artísticamente una añeja histo-
la celebridad, sólo el primer paso es el
ria judiciaria. Pondrás en ella todos tus
que cuesta. ¡Animo! Recupera un poco
pensamientos recónditos, todos los
de aquella pasmosa audacia que tuviste
rencores que te han impelido al asesi-
un día en tu existencia. Mira qué bien
nato, todas las habilidades que has
te salió. Supiste agarrar una vez por
combinado por cometerlo, todas las
los cabellos á la ocasión. De nuevo la
circunstancias suministradas por ese
tienes hoy en tus manos. ¿La dejarás
asombroso inventor á quien llaman la
huir? Bien sabes que la obra es mag-
casualidad. Tú sólo estás en el secreto
nífica, ¿no es así? Pues bien; nárrala
de la obra, y nadie adivinará que la
sin miedo, sin rodeos, con altivez, en
tomaste de lo real. En tu cuento no se
su majestuoso horror. Y si quieres
verá nada más que el esfuerzo de una
creerme, llega hasta el fin de tu o r -
imaginación extraordinaria. Y enton-
gullo, ten abierto descaro y renuncia
ces serás el hombre que apeteces ser,
al seudónimo que parece ser ya t u
el gran escritor que se revela tarde,
nombre y apellido, para firmar con los
pero con un golpe de maestro. Gozarás
tuyos propios que parecerán un seudó-
de tu crimen como jamás criminal al-
nimo. No hay que hacer ilustres á Ja-
guno ha-podido gozar del suyo. Obten-
cobo de la Mole, á Antonio Guirland,
drás con él, no sólo la fortuna, sino
ni siquiera á Anatolio Desroses; no
también lauros. ¿Y quién sabe? Des-
hay que hacer ilustre á ese montón de
pués de este primer triunfo, cuando
individuos sin talento, sino á ti solo, á
tengas nombradla, harás que se lean
Oscar Lapissotte.»
tus otras obras y no cabe duda de que
Y llegó un día en que Oscar Lapis- zaba las causas que habían decidido al
sotte sentóse ante las cuartillas en autor á publicar su delito, y acababa
"blanco, llena de fuego la cabeza y fe- por hacer la apoteosis de Oscar Lapis-
briles las manos, como un gran poeta sotte, que ponía su verdadera firma al
que se siente dispuesto á dar á luz una pie de aquella confesión.
gran cosa ; y de un tirón escribió la
historia de su crimen.
Narraba los míseros comienzos de
Oscar Lapissotte, su vida de bohemio, V
sus múltiples fracasos, su patente
medianía, sus terribles rencores, las
ideas de suicidio y de crimen que dan- La Obra maestra del crimen apareció
zaban dentro de su cerebro, las suble- en la Revista de Ambos Mundos, y tuvo
vaciones de un corazón engañado por prodigioso buen éxito.
lo quimérico y que ñusca su venganza Puede formarse idea de él por los si-
en lo real, toda una novela psicoló- guientes párrafos de los artículos de
gica penetrante, la anatomía de su crítica que saludaron su aparición:
alma. Luego, con sobrios rasgos de «Todo el mundo sabe que bajo el
una espantosa claridad, describía la seudónimo de Oscar Lapissotte, de un
escena de la Pitié, la escena de la capricho tal vez galo en demasía (1),
calle de San Dionisio, la muerte del
falso culpable, el triunfo del verdadero
asesino. Entonces, con una curiosa y (1) Por el jocoso contraste entre lo r o -
mántico del nombre Oscar y lo indecente del
diabólica sutileza de detalles, anali- apellido Lapissotte (la m e a d i t a ) . - ( N . d e l t
9
se esconde nn autor que se complace metafísica, q u e para mí desluce un
en este género de disfraces , el señor poco la fantasía verdaderamente ex-
D. Anatolio Desroses. Después de ha- traordinaria del relato. ¿Pero hay al-
ber malgastado por mucho tiempo su gún libro sin defectos? La misma ex-
talento en el periodismo insignificante, travagancia de esos detalles sutiles es
D. Anatolio Desroses acaba de darnos como una salsa agradable. Primod de
cumplida muestra de él. La narración la Reyniére y Restif de la Bretonne
está tomada de un drama procesal tienen esa clase de oscuridades rego-
acaecido unos diez años ha en la calle cijantes. Anatolio Desroses pertenece
de San Dionisio. Pero la imaginación á la misma familia. Como ellos, ha
del cuentista ha sabido transformar un escrito un fárrago de cosas desconoci-
vulgar asesinato en una obra cuya das, entre las cuales destácanse cin-
combinación es asombrosa. El mismo cuenta páginas notabilísimas. Será el
pobre Gaboriau no hubiera encontrado más célebre entre los olvidados y los
las complicaciones inventadas por don desdeñados de nuestros tiempos.» (CAR-
Anatolio Desroses. Daremos La Obra LOS MONSELET.—Evénement.J
maestra del crimen en nuestro número «El autor de este cuento no es un
doble del domingo próximo.»—(FELIPE lírico, tal como nosotros lo entende-
GILLE.—Fígaro.) mos; pero tampoco es un realista. Su
«Mientras hablo de la gallina con genio fantástico tiene las alas de la
arroz, debo decir alguna cosa do la oda. Sin embargo, preciso es confesar
carne de gallina que me ha puesto La que Anatolio Desroses se ha amaman-
Obra maestra del crimen. En el análisis tado á los pechos de las Euménides,
de los sentimientos hay su pizca de de las perras sanguinarias que ladran
en anatomía , aunque le haga una au-
tras la pista de Orestes, asesino de la
reola de molinetes flamígeros. Se ve
gran Clytemnestra, más bien que á
allí más claro, ¡eso es todo! Por s u -
los de las Gracias, de seno hermoso.
puesto, es la sulfúrea claridad que des-
Mas, i qué importa el terreno, con tal pide el ojo del Diablo; y también es el
de que en él se vean brotar los laure- dedo del Diablo ese rabioso dedo de
les?»— (TEODORO DE B A N V I L L E . — Na- Anatolio Desroses, que desgarra la
tional.) túnica del crimen y muestra el cora-
« j No hay remordimientos! Así es el zón humano sin hoja de parra. Me
crimen de un ateo. Si por esas tinie- gusta este Sr. Anatolio de las Rosas,
blas cruzase un rayo de la fe cristiana, quien debiera llamarse de las Espinas
el Sr. Anatolio Desroses podría pasar ó de las Ortigas. Me gusta como un
por el Dante del infierno á la moderna. vicio.» — ( J . BARBEY D ' A U R E V I L L Y . —
No es más que su Disderi. Pero eso es Constitutionnel.)
fotografía iluminada con colores. Hay
Sarcey dió en el bulevar de las Ca-
toques. Escribe. Llega hasta á saber
puchinas una conferencia acerca de La
analizar. Tal vez sondee los ríñones de
Oír a maestra del crimen. Hizo compa-
su generación, que bien enfermos los
raciones con Hoffmann y Edgard Poe,
tiene.»— (Luis V E U I L L O T . — Univers.)
dos frases sobre el arte dramático con
« ¡Obra maestra es, en efecto, esta
motivo de las preparaciones psicológi-
Oirá maestra del crimen! ¡Y no hay
cas que conducían á las escenas de
crimen como él! Porque esta pluma
asesinato, una digresión sobre el gé-
tiene fulgores de espada y corte de
nero zarzuelero, otra sobre la Escuela
escalpelo. Da estocadas terribles á la
normal, una tercera sobré la esencia
serenidad del delito y lo diseca como
de la digresión, y , finalmente, llamó siado de su imaginación, y no se hacía
«un cuarto de genio» al autor, á la resaltar bastante lo verosímil de su
vez que le daba familiares palmaditas relato.
en la barriga. Estos dos desiderata le atormentaron
En resumen : hubo un concierto de hasta el punto de que olvidó toda la
elogios, aparte de los indispensables ventura de su gloria naciente. Los
graznidos de los envidiosos, de los ne- artistas son así: hasta cuando la críti-
cios, de los mojigatos y otros peces ca los acuesta sobre un lecho de rosas,
menudos del periodismo. sufren si alguna hoja hace el menor
pliegue.
Por eso, cierto día, como un quídam
felicitase al grande hombre que había
VI
escrito La Obra maestra del crimen, y
le diera con el incensario en las nari-
ces á todo vuelo, el grande hombre le
Sin embargo, en todos los artículos, contestó á quemarropa:
incluso en los más halagüeños, había — ¡Eh, caballero, de otro modo me
dos cosas que irritaron mucho á Oscar felicitaría V. si estuviese al tanto de
Lapissotte. las cosas. Mi novela no es un cuento,
La primera, ¡ que se obstinaban en sino un sucedido. El crimen se come-
tomar su verdadero nombre por un tió como lo he narrado. Y yo lo come-
seudónimo y en llamarle Anatolio Des- tí. Firmo con mi verdadero nombre
roses ! de Oscar Lapissotte.
La segunda, que se hablaba dema- Dijo esto fríamente, con un gran
aspecto de convicción, recalcando bien Al cabo de la semana, concluyó por
sus frases como quien quiere que le pasar por un majadero en toda la ex-
crean. tensión de la palabra.
— ¡Ah! ¡Delicioso! ¡Encantador!— No sabía sostenerse á la altura de su
exclamó su interlocutor.—La jocosidad reputación de grande hombre. Sus
es de un carácter lúgubre que tira de más fervientes partidarios hicieron
espaldas. Es género Baudelaire puro. chacota de él.
Y el día siguiente, todos los perió- Este comienzo de caída le exasperó.
dicos contaban la anécdota. Encontra- — ¡Ah! ¡Es mucha cosa ésta! —dijo
ron deliciosa la tentativa de mixtifica- á los incrédulos en pleno café:—¿Con-
ción, por la cual Anatolio Desroses que nadie quiere creer lo que es la
quería hacerse pasar por un asesino. pura verdad? ¡ Nadie quiere reconocer
Decididamente, era original y digno que, no sólo he escrito, sino ejecutado
de ocupar á París. La Obra maestra del crimen! Pues bien;
Oscar Lapissotte se puso furioso. voy á descargar mi corazón. ¡Mañana
Al hacer aquella terrible confesión, sabrá todo París quién es Oscar Lapis-
había obrado maquinalmente en cierto sotte!
modo. Ahora tenía verdadera necesi-
dad de'ser creído por alguien.
Renovó su confidencia á todos los
amigos á quienes halló en la calle. El
primer día hizo mucha gracia. El se-
gundo día parecióles monótona la far-
sa. El tercer día produjo aburrimiento.
te con tales cortesías—no se trata de
burlas! Le juro á V. que soy Oscar La-
pissotte, que he cometido el crimen y
VII voy á probárselo.
—Pues bien, caballero—repuso el
magistrado—verá V. como soy de buen
Fué en busca del juez de instrucción arreglo. Por lo curioso del caso, no ten-
go inconveniente en seguir la broma.
que había actuado en el proceso de la
Y hasta confesaré á V. que de antema-
calle de San Dionisio.
no me regodeo en ver cómo un ingenio
—Señor—le dijo—vengo á entregar-
tan sutil cual el suyo podrá amañárse-
me como preso. Soy Oscar Lapissotte.
las para probarme lo absurdo.
—Caballero, no siga V. a d e l á n t e -
le respondió el juez con amabilidad.— —¿Lo absurdo? ¡Pero si lo que he
He leído la novelita de V. y le felicito narrado es la verdad absoluta! El co-
por ella. También conozco la excentri- chero no fué culpable. Yo fui quien dis-
cidad con que se divierte V. desde hace puse...
ocho días. Quizá cualquiera otro se —Creo haber dicho á V., apreciable
ofendiese al ver que la burla de V. al- señor mío, que he leído su narración.
canza á la magistratura. Pero me gus- Si le place volvérmela á contar V. mis-
tan las letras, y no le recrimino por- mo, tendré en ello sumo gusto. Pero
que ensaye V. conmigo también su in- eso no me probará nada más sino lo
geniosa farsa, puesto que eso me pro- que ya tengo por bien probado, á s a -
porciona el gusto de conocerle. ber: que tiene V. una imaginación
asombrosamente fértil y extraña.
—¡Eh, señor—dijo Oscar, impacien-
—No he tenido nunca ni pizca de bien urdido, lo que llaman Vds. inte-
imaginación, como no sea para come- resantísimo; y admito que, como es-
ter mi delito. critor, ha hecho V. perfectamente en
—No para cometer: para escribirlo, disfrazar así la realidad. Pero su famo-
señor mío, para escribirlo. ¡ Y permí- so crimen, en sí mismo, es imposible.
tame V. emitir con franqueza mi pare- Mi querido Sr. Desroses, harto deploro
cer sobre el asunto! Ha tenido V. exce- haber de causarle pena; pero si le a d -
miro como literato, no puedo verdade-
siva imaginación, ha pasado de los lí-
ramente tomarle en serio comc crimi-
mites trazados á la fantasía del escri-
nal.
tor, ha inventado V. ciertas circunstan-
cias que pecan contra la verosimilitud. - H Ahora vas á verlo!—rugió Oscar
—Pero, ¿no le digo á V....? Lapissotte, saltando al magistrado.
—¡Permita, permítame V.! Me dis- Tenía espuma en los labios, sangre
pensará V. que me crea algo competen- en los ojos, y todo el cuerpo agitado
te en materia de crímenes. Pues bien; por un acceso de ira. Hubiera estran-
le aseguro, con la mano en la concien- gulado ai juez si no hubiesen acudido
cia, que el crimen de V. no está com- á los gritos.
binado con naturalidad. El encuentro Apoderáronse de aquel furioso, le
con la criada en la, Pitié es una cosa ataron ó inmediatamente fué encerrado.
casual en demasía. El cloral ( dis- Cinco días después lo condujeron á
pénseme el juego de palabras) es duri- Charenton, como loco.
llo de digerir. Y por el estilo otros mu- «¡He aquíá dónde lleva la literatu-
chos detalles. Como obra de arte, el ra !—dijo al siguiente día no recuerdo
cuento de V. es hechicero, original, qué cronista de periódico.—Anatalio
Desroses ha hecho una vez, por casua- este Oscar Lapissotte, de carne y hueso
lidad, una cosa buena. Eso le ha tras- como soy, el hombre de sangre fría,
tornado de tal modo, que acabó por creer resuelto, de acción, el héroe de la fe-
en lo real de su ficción. Es la añeja fá- rocidad, la viva negación del remor-
bula de Pigmaleón enamorado de su dimiento. ¡Oh, que me guillotinen,
estatua. El pobre Murger me decía una pero que se sepa la verdad! Aunque
vez..., etc..., etc....» sólo sea un minuto, antes de poner el
cuello en la media luna; aunque sólo
sea un segundo, mientras caiga la cu-
VIII chilla; aunque sólo sea lo que dura un
relámpago, quiero tener ia certidum-
bre de mi gloria y la visión de mi in-
mortalidad.
Y lo más espantoso es que Oscar La-
pissotte no estaba loco, sino en su ca- Trataban con duchas esta exaltación.
bal juicio y cada vez más atormentado Al cabo, en fuerza de vivir con su
idea fija y en compañía de los locos,
por ello.
volvióse loco también.
—De manera—pensaba—que tengo
todas las desventuras. No quieren creer Y precisamente entonces le dieron
en mi nombre ni en mi crimen. Cuando de alta por curado.
haya muerto, pasaré sencillamente por Oscar Lapissotte había concluido por
Anatolio Desroses, un escribidor que creer que, en efecto, era Anatolio Des-
tuvo la suerte de estar en vena para roses y que nunca había asesinado.
escribir un solo cuento bonito; y se to- Ha muerto convencido de haber ima-
mará por un protagonista de novela á ginado su obra y de no haberla escrito.
LOS GENERALES Y E L M U Y I K ( l )
POR
CHCHEDRINE
H
abía una vez dos generales,
gentes de poco seso.
De pronto se vieron trans-
portados, por arte de encantamiento, á
una isla desierta.
Esos dos generales habían servido
L
as velas pendían inmóviles, pe-
gadas á los palos; el mar esta-
ba liso como un espejo; hacía
u n calor asfixiante, una calma des-
es peradora.
Muy pronto se agotan en un viaje por
mar los recursos para recrearse que
pueden tener los pasajeros de un bu-
que. Harto se conocen unos á otros ¡ay!
cuando han pasado juntos cuatro me-
ses en una casa de madera de ciento
veinte pies de longitud. Cuando veis
acercarse al primer teniente, ya sabéis
Pero no se crea que olvidaron al
nmyik: le mandaron un vasito de
aguardiente y una moneda de cinco ko-
peks (1). ¡Regodéate, muyxk!
LA PARTIDA DE CHAQUETE
POR
(1) O sea, veinte céntimos.—(N. DEL T.)
PRÓSPERO MERIMÉE
L
as velas pendían inmóviles, pe-
gadas á los palos; el mar esta-
ba liso como un espejo; hacía
u n calor asfixiante, una calma des-
es peradora.
Muy pronto se agotan en un viaje por
mar los recursos para recrearse que
pueden tener los pasajeros de un bu-
que. Harto se conocen unos á otros ¡ay!
cuando han pasado juntos cuatro me-
ses en una casa de madera de ciento
veinte pies de longitud. Cuando veis
acercarse al primer teniente, ya sabéis
de antemano que os hablará de Río- para descender á la literatura, os re-
Janeiro, de donde viene; y después, galará el oído con el análisis de la úl-
del famoso puente de Essling, que vió tima zarzuelilla que ha visto represen-
hacer por los marinos de la guardia tar. ¡Santo Dios!... El comisario de
imperial, de los cuales formaba parte. marina tenía una historia muy intere-
Al cabo de quince días conocéis hasta sante. ¡Cómo nos encantó la primera
las muletillas que usa al hablar, la vez que hubo de relatarnos su fuga del
puntuación de sus frases, las diferentes pontón de Cádiz! Pero al repetirla por
entonaciones de su voz. ¿Cuándo ha vigésima vez, á fe mía, ya no era po-
dejado nunca de pararse con tristeza sible aguantar más... ¿Y los alféreces
después de pronunciar por primera vez y los guardias marinas? El recuerdo de
en su relato esta palabra, el empera-
sus conversaciones me pone los pelos
dor... «¡¡¡Si le hubiesen Vds. visto en-
de punta. En cuanto al capitán, por lo
tonces!!!« (tres signos de admiración)
común es el menos fastidioso de á bordo.
—añade invariablemente. ¡ Y el episo-
Con su carácter de comandante despó-
dio del caballo del trompeta! ¡Y la bala
tico, se halla en secreta hostilidad con-
de cañón que rebota y se lleva una
tra todo el estado mayor. Veja y oprime
cartuchera donde había por valor de
algunas veces, pero hay cierto placer en
siete mil quinientos francos en oro y
decir pestes de él. Si tiene alguna manía
alhajas, etc., etc.! El segundo teniente
es un gran político; comenta todos los cargante para sus subordinados, tiéne-
días el último número de El Constitu - se el gusto de ver en ridículo á su su-
cional, que ha traído de Brest; ó si aban- perior , y al fin y al cabo eso consuela
dona las sublimidades de la política un poco.
A bordo del buque en que iba yo em-
barcado, los oficiales eran las mejores toda la gravedad de una ocupación se-
personas del mundo, todos ellos unos ria, en dejar caer con la punta hacia
pobres diablos, que se querían como her- abajo sobre las tablas del combés el
manos, pero se aburrían á más y mejor. puñal que los oficiales de marina sue-
El capitán era el más dulce de los len llevar con el uniforme de diario. Es
hombres y nada quisquilloso, lo cual un entretenimiento como otro cual-
es una rareza. Siempre dejaba sentir á quiera y exige habilidad para que la
despecho suyo, su autoridad dictato- punta se clave verticálmente en la ma-
rial. Sin embargo, ¡qué largo me pare- dera. Deseoso de hacer lo mismo que
ció el viaje, y sobre todo esa calma que el alférez, y no teniendo yo puñal,
reinó en torno nuestro pocos días antes quise que el capitán me dejase el suyo,
de ver tierra!... pero me lo negó. Tenía en particular
Un día, después de la comida, que la aprecio aquel arma, y hasta le hubiese
falta de ocupación nos hizo prolongar incomodado verla servir para tan fútil
todo el tiempo humanamente posible, recreo. Ese puñal había pertenecido en
estábamos todos reunidos en el puente, otro tiempo á un valeroso oficial, muer-
esperando el espectáculo monótono, to desgraciadamente en la última gue-
pero siempre majestuoso, de una pues- rra... Comprendí que iba á narrarse
ta de sol en el mar. Unos fumaban, una historia, y no me equivoqué. El
otros volvían á leer por vigésima vez capitán dió comienzo sin hacerse ro-
alguno de los treinta tomos de nuestra gar. En cuanto á los oficiales que nos
mezquina biblioteca; todos bostezaban rodeaban, como cada uno de ellos co -
hasta saltárseles las lágrimas. Un alfé- nocía al dedillo los infortunios del t e -
rez sentado junto á mí divertíase, con niente Roger, emprendieron en segui-
da una prudente retirada. He aquí, de sus amigos. Así que cobraba su
poco más ó menos, cuál fué el relato trimestre, nunca dejaba de ir á verle
del capitán: alguno con cara triste y mustia.
«Cuando conocí á Roger (me llevaba —Bueno, compañero de glorias y
tres años de edad), él era teniente y yo fatigas, ¿qué tienes?—le preguntaba.
alférez. Les aseguro á Vds. que era uno —Tu aspecto es de no poder hacer mu-
de los mejores oficiales de nuestro cho ruido al pegarte en los bolsillos.
cuerpo; tenía además un corazón exce- Vamos, aquí está mi bolsa: coge lo que
lente , ingenio, iostrucción y talento; necesites y vente conmigo á cenar.
en una palabra, era un joven encanta- Llegó á Brest una actriz muy guapa,
dor, aunque por desgracia un poco al- llamada Gabriela, quien no tardó en
tivo y susceptible, lo cual creo que hacer conquistas entre los marinos y
dependía de ser hijo natural y temía los oficiales de la guarnición. No era
que su nacimiento le hiciese perder de una hermosura cabal; pero tenía
consideración en la sociedad. Pero, en esbelto talle, buenos ojos, pie menudo
honor de la verdad, el mayor de todos y un aire algún tanto descarado, y
sus defectos era un deseo violento y todo eso gusta mucho en las latitudes
continuo de ser el número uno en to- de veinte á veinticinco años. Por aña-
das partes donde se hallase. Su padre, didura, decíase que era la criatura más
á quien nunca había visto, le pasaba caprichosa de su sexo, y su manera de
una pensión que hubiera sido más que representar no desmentía esa reputa-
suficiente para sus necesidades, si Ro- ción. Unas veces representaba de un
ger no hubiese sido la generosidad modo admirable, como si fuese una
personificada. Todo cuanto tenía era actriz de primer orden; y al día si-
guíente, en la misma obra, estaba fría, pero habíalas rechazado todas, y se
insensible, hacía su papel como un hizo actriz con el propósito (según su
niño recita el catecismo. Lo que inte- dicho) de vivir independiente.
resó sobre todo á nuestros jóvenes fué Cuando la vió Roger y supo esta
la siguiente historia que de ella se historia, tuvo para sí que le convenía
contaba. Parece ser que en París fué esa mujer; y con la franqueza un poco
querida de un senador muy rico, quien brutal de que se nos acusa á nosotros
hacía por ella locuras, como suele de- los marinos, he aquí cómo se las arre-
cirse. Una vez, estando ese hombre en gló para manifestarla cuán impresio-
casa de ella se puso el sombrero; Ga- nados le tenían sus encantos. Compró
briela le rogó que se lo quitase y hasta las flores más bellas y más raras que
se quejó de que era una falta de res- pudo encontrar en Brest é hizo con
peto. Echóse á reir el senador, se enco- ellas un ramo atado con una cinta muy
gió de hombros y arrellanándose en un bonita de color de rosa, y en el lazo
sillón dijo: «No tiene nada de particu- acomodó con sumo esmero un rollo de
lar que esté como me dé la gana en veinticinco napoleones de oro: era todo
casa de una ramera á quien pago.» Un lo que á la sazón poseía. Recuerdo que
buen cachete de cuello vuelto, dado le acompañó en el escenario durante
por la blanca mano de Gabriela, fué el un entreacto. Dirigió á Gabriela u n
pago inmediato de esa respuesta, y le breve cumplido por la gracia con que
tiró el sombrero al otro extremo del llevaba su traje, ofrecióla el ramo y la
cuarto. De aquí un rompimiento com- pidió permiso para ir á verla á su casa.
pleto. Banqueros y generales habían Todo esto lo dijo en cuatro palabras.
hechos cuantiosas ofertas á la dama;
Mientras Gabriela no vió más que
las flores y el guapo mozo que se las cho un tomate, enamoróse locamente
presentaba, se sonrió, acompañando su de la colérica Gabriela. La escribía
sonrisa con una reverencia de las más veinte cartas diarias, y ¡qué cartas!,
graciosas; pero en cuanto tuvo en las sumisas, tiernas, respetuosas, tales
manos el ramillete y notó el peso del como pudieran dirigirse á una prince-
oro, su fisonomía cambió con más ra- sa. Las primeras le fueron devueltas
pidez que la superficie del mar levan- sin abrir, y las demás quedaron sin
tada por un huracán de los trópicos. Y respuesta. Aún conservaba Roger al-
en verdad que no estuvo menos ira- guna esperanza, cuando descubrimos
cunda, porque con todas sus fuerzas que la naranjera del teatro envolvía
arrojó el ramo y las monedas á la c a - las naranjas en las cartas amatorias de
Roger, las cuales le daba Gabriela con
beza de mi pobre amigo, quien llevó
refinada mala intención. Esto fué un
en la cara las señales de ellas durante
golpe terrible para la altivez de nues-
más de ocho días. Dejóse oir la campa-
tro amigo. Sin embargo, no disminu-
nilla del director, entró Gabriela en
yó su pasión. Hablaba de pedir la
escena y representó todo al revés.
mano de la actriz; y como se le dijese
Luego que Roger hubo recogido el
que él ministro de Marina no daría j a -
ramo y el rollo de oro con aire muy
más el consentimiento, exclamaba que
confuso, fuése al cafó para ofrecer el
se saltaría la tapa de los sesos.
ramo (sin el dinero) á la señorita del
mostrador, é intentó olvidar á la in- En estas y las otras, aconteció que
grata bebiendo ponche, sin conseguir- los oficiales de un regimiento de in-
lo; y á pesar del despecho que sentía fantería de guarnición en Brest, qui-
de no poderse presentar con el ojo he- sieron hacer repetir una canción de
12
zarzuela á Gabriela, quien se negó á romper el tímpano. Levantóse Roger,
ello por puro capricho. Aferráronse que cón toda intención se había puesto
tanto los oficiales y la actriz á su res- muy cerca de los bullangueros, é in-
pectivo antojo, que los unos hicieron terpeló á los más alborotadores en tér-
bajar el telón á silbidos, y la otra se minos tan insultantes, que todo el
desmayó. Ya saben Vds. lo que es el furor de ellos volvióse al punto contra
público en una ciudad de guarnición. él. Entonces, con la mayor sangre fría
Quedó convenido entre los oficiales, sacó del bolsillo la cartera y apuntó los
que en el día inmediato y los siguien- apellidos de los que le gritaban de to-
tes, sería silbada sin remisión, y no das partes; hubiera aceptado el reto
se le permitiría representar ni un solo para batirse con todo el regimiento, si
papel, sin que antes diese una satisfac- p..>r espíritu de cuerpo no se hubiesen
ción pública con la humildad necesa- presentado gran número de oficiales de
ria para expiar su culpa. Roger no ha- marina y no hubiesen desafiado á la
bía asistido á esa representación; pero mayor parte de sus adversarios. La
aquella misma noche supo el escánda- baraúnda fué verdaderamente espan-
lo que se produjo en el teatro, asi tosa.
como los proyectos de venganza que Toda la guarnición estuvo arrestada
se tramaban para el día siguiente. En varios días; pero en cuanto quedamos
seguida tomó su partido.
en libertad, hubo terribles cuentas que
Al otro día, cuando apareció Gabrie- ajustar. Nos encontramos unos sesenta
la en el palco escénico, de las locali- en el terreno del honor. Roger solo
dades de la oficialidad partieron una batióse sucesivamente contra tres ofi-
gritería y unos silbidos capaces de ciales; mató á uno de ellos é hirió
gravemente á los otros dos, sin sufrir
como su mejor amigo, y la dijo que me
él ni un rasguño. Yo fui menos afor-
habían herido en la especie de escara-
tunado , por mi parte: un maldito te-
muza de que ella había sido causa pri-
niente, que había sido profesor de
mera. Esto me valió un beso de aque-
esgrima, me dió en el pecho una esto-
lla hermosa mujer. Esa muchacha te-
cada, de la cual poco me faltó para
nía inclinaciones enteramente mar-
morir. Aseguro á Vds. que fué un her-
ciales.
moso espectáculo el de aquel duelo,
Pasaron juntos tres meses muy feli-
ó más bien aquella batalla. La marina
ces , sin separarse un instante. Gabrie-
salió vencedora en toda la línea, y el
la parecía amarle con furor, y Roger
regimiento vióse obligado á abandonar
confesaba que no había "sabido qué es
á Brést.
amor antes de conocer á Gabriela.
Ya se figurarán Vds. que nuestros
Entró en el puerto una fragata ho-
jefes superiores no olvidaron al autor
landesa , y los oficiales nos convidaron
de la disputa. Durante quince días
á comer. Bebióse en grande de toda
tuvo centinela en su puerta.
clase de vinos, y alzados I03 manteles,
Cuando se le levantó el arresto y
no sabiendo qué hacer, porque esos
salí del hospital, fui á verle. ¡ Cuál no
señores hablaban muy mal el francés,
fué mi sorpresa al entrar en su casa y
nos pusimos á jugar. Los holandeses
verle almorzando á solas con Gabriela!
parecían tener mucho dinero, y , sobre
Tenían aspecto de hallarse en perfecta
todo, su primer teniente quería jugar
inteligencia desde mucho tiempo atrás.
tan fuerte, que ninguno de nosotros se
Ya se tuteaban y bebían en la misma
cuidaba de aceptar su invitación al
copa. Roger me presentó á su querida
juego. Roger, que, por lo común, no
jugaba, creyó que en aquella ocasión Ya comprenderán Vds. que Roger
tratábase de sostener el honor de su y Gabriela habían concluido por hacer
país. Así, pues, jugó y aceptó todas vida conyugal y tener bolsa común;
las posturas que quiso el teniente ho- es decir, que Roger, que acababa de
landés. Ganó al principio, pero luego cobrar una fuerte suma por su partici-
perdió. Después de algunas alternati- pación en unas presas hechas, había
vas de ganancia y de pérdida, se sepa- puesto en la masa común de bienes
raron sin haber hecho nada. Devolvi- diez ó veinte veces más que la actriz.
mos el banquete á los oficiales holan- Sin embargo, hacíase cuenta siempre
deses, y se volvió á jugar otra vez. que esos caudales pertenecían princi-
Roger y el teniente reanudaron su de- palmente á su querida, y no había
safío. Durante varios días se dieron guardado para sus gastos particulares
citas, ya en el café, ya á bordo, pro- más que una cincuentena de napoleo-
bando toda clase de juegos, en parti- nes. Se vió obligado á recurrir á estos
cular el chaquete, y aumentando siem- fondos de reserva para seguir jugando.
pre las puestas, tanto, que llegaron á Gabriela no le hizo la menor observa-
jugar veinticinco napoleones de oro la ción.
partida. Eso era una suma enorme para El dinero para la casa llevó el mis-
unos pobres oficiales como nosotros. mo camino que el dinero para el bolsi-
¡ Más de dos meses de paga! Al cabo llo. Bien pronto vióse reducido Roger
de una semana, Roger había perdido á jugarse los últimos veinticinco na-
todo el dinero que tenía, y además tres poleones. Tenia terrible deseo de g a -
ó cuatro mil francos pedidos á présta- nar; por eso fué larga y porfiada la
mo á unos y á otros. partida. Hubo un momento en que te-
niendo Roger en mano el cubilete, ya tarse tantos ganados por él, y encasi-
no tenía más que una probabilidad llar las fichas como si hubiese querido
para ganar; creo que necesitaba el seis- perder. El teniente holandés se empe-
cuatro. Era á una hora avanzada de la ñó en seguir para desquitarse: dobló,
noche. Un oficial que les había estado decupló las puestas y perdió todas
mucho tiempo miraudo jugar, conclu- ellas. Aún me parece estar viéndole:
yó por dormirse en una butaca. El ho- era un mocetón rubio y flemático, cuyo
landés hallábase rendido de fatiga y rostro parecía de cera. Por fin se le-
adormilado; además, había bebido mu- vantó, después de haber perdido cua-
cho ponche. Sólo Roger estaba bien renta mil francos, los cuales pagó sin
despierto, y era presa de la más violen- que su fisonomía revelase la menor
ta desesperación, Echó los dados tem- emoción.
blando. Con tal fuerza los echó sobre —Lo que hemos liecho esta noche
el tablero, que con el golpe se cayó al no significa nada—le dijo Roger;—es-
suelo una vela. El holandés volvió taba V. medio dormido, no quiero su
primero la cabeza hacia la vela, que dinero.
acababa de mancharle de cera el pan- —Bromea V.—respondió el flemáti-
talón nuevo; después miró los dados. co holandés;—he jugado muy bien,
Marcaban el seis y el cuatro. Roger, pero la suerte me ha sido adversa. E s -
pálido como la muerte, recibió los toy seguro de poder ganarle á V. siem"
veinticinco napoleones. Continuaron pre, dándole cuatro agujeros de venta-
jugando. Cambió la racha á favor de ja. ¡Buenas noches!
mi desgraciado amigo, quien, sin em- Dijo y se marchó.
bargo, no hacía más que dejar de apun- Al día siguiente supimos que, deses-
perado por su pérdida, se había levan-
había oído y parecía dar vueltas en la
tado la tapa de los sesos en su cuarto, cabeza á los más siniestros pensamien-
1
!IlllllW después de beber un tazón de ponche. tos.
Los cuarenta mil francos ganados
—¿Qué demonios tienes, Roger?—
por Roger estaban extendidos encima exclamó ella, apoyando una mano so-
de una mesa, y Gabriela los contem- bre su hombro.—Parece que estás de
plaba con una sonrisa de satisfacción. monos conmigo; no puedo sacarte del
— ¡Somos muy ricos—dijo ella.— cuerpo ni una palacra.
¿Qué vamos á hacer con todo este di- —¡Soy muy desgraciado!—dijo por
nero? fin, reprimiendo un suspiro.
Nada respondió Roger; parecía como
—¡Desgraciado! Dios me perdone;
alelado desde la muerte del holandés. pero ¿tendrás remordimientos por h a -
—Es preciso hacer mil locuras—con- ber desplumado á ese gordo mynlieer?
i ' tinuó Gabriela.—Dinero ganado con Roger levantó la cabeza y la miró
:J i tanta facilidad debe gastarse lo mismo. con ojos extraviados.
Compremos una carretela, y mofémo- —¿Qué importa—prosiguió ella—
nos del prefecto marítimo y su mujer. qué importa que haya tomado la cosa
Quiero tener diamantes y cachemiras. por lo trágico y que se haya levantado
Pide licencia y vamos á París. ¡Aquí la tapa de los pocos sesos que tenía? No
no conseguiremos acabar nunca con me conduelo de los jugadores que pier-
tanto dinero! den, y lo cierto es que su dinero está
Detúvose para observar á Roger, mejor en nuestras manos que en las su-
quien, con los ojos fijos en el suelo y yas: lo hubiera gastado en beber y f u -
la cabeza apoyada en una mano, no la mar, mientras que nosotros haremos
CUENTOS
EMILIO ZOLA
G
uando el vicario subió al pul-
pito, con su ancha sobrepelliz
de nivea blancura, la barone-
sita estaba devotamente sentada en el
sitio de costumbre, delante de la capi-
lla de los Angeles, cerca de un calorí-
fero.
Después de un instante de recogi-
miento, el vicario se pasó delicada-
mente por los labios un pañuelo de
batista; después abrió los brazos, se-
mejante á un serafín que se dispone á
volar, inclinó la cabeza, y habló. La
14
voz pareció al principio, en la vasta retener un «¡bravo!» discreto, un cabe-
nave, como murmullo lejano de agua ceo de satisfacción.
corriente, como queja amorosa del vien- Desde este punto fué como un goce
to en el follaje. Poco á poco creció el celeste; todas las devotas se sentían
murmullo, la brisa se convirtió en tem- arrobadas.
pestad, rodó la voz con el majestuoso
retumbar del trueno. Pero siempre, por
instantes, aun en medio de las más for-
midables explosiones, la voz del sacer- II
dote se dulcificaba súbitamente, recor-
tando con claros rayos de sol el som-
brío huracán de su elocuencia. No obstante, el Vicario decía algo-
Desde que empezó á susurrar entre acompañaba su música con palabras
las hojas, la baronesita había adoptado Predicaba acerca del ayuno. Exponía
la posición beatífica y ensimismada de cuán agradables son á Dios las morti-
una persona de oído delicado, pronta á ficaciones de las criaturas. Inclinado
deleitarse con todos los primores de la sobre el pùlpito, en su actitud de gran
sinfonía preferida. Dulce éxtasis pare- pájaro blanco, suspiraba:
ció embargarla ante las frases musica- - H a llegado la hora, hermanas y
les del exordio: siguió después, con hermanos míos, en que debemos todos
atención de inteligente, las inflexiones imitando á Jesús, llevar nuestra cruz'
de la voz, la sonoridad del efecto final coronarnos de espinas, subir nuestro
con tanto arte preparado, y cuando la calvario, desnudos los pies, pisando
voz adquirió todo su volumen, no pudo los guijarros y la maleza.
La baronesita hubo de encontrar, sin do ir en victoria, lo que es mucho más
duda, la frase muy artística, porque agradable.
guiñó dulcemente los ojos, como pene- En el fondo, su mayor temor era que
trada de inefable satisfacción, y al com- el vicario despachase demasiado pron-
pás de la sinfonía del vicario, sin dejar to. Le sería preciso entonces esperar á
de seguir sus frases melódicas, cayó en que llegase el coche, porque cierta-
un semi-éxtasis lleno de voluptuosida- mente no había de volver á pie con
des íntimas. semejante día. Y calculaba que, al paso
En frente de ella se abrían las altas que iba, no tenía el vicario voz para
ventanas del coro, pardas con la nie- dos horas; el cochero no estaría á tiem-
bla. La lluvia n o cesaba. La encanta- po, y esta ansiedad amargaba algo las
dora criatura había acudido al sermón devotas alegrías de la baronesa.
con un tiempo atroz. Hay que ser su-
frido cuando se tiene religión. El co-
chero había sufrido un aguacero espan-
toso, y ella misma, al saltar del c a - 111
rruaje, se mojó ligeramente las puntas
de los pies. Verdad que su cupé era ex-
celente, cerrado, techado como una al- El vicario, con bruscos movimien-
coba; pero, ¡es tan triste ver, á través tos de cólera que le hacían erguirse,
de los húmedos cristales, las filas de flotante el cabello, los puños dirigidos
paraguas corriendo afanosamente por á lo alto, como hombre que es presa
las aceras! Pensaba, además, que, á del espíritu vengador, gritaba:
haber hecho buen tiempo, habría podi- —Y, sobre todo, ¡desgraciadas de
vosotras, pecadoras, si 110 vertéis so- ños: se perdió en el fondo de un bien-
bre los pies de Jesús los perfumes de estar, de un éxtasis lleno de ternura.
vuestros remordimientos, el aceite olo' Estaba cómodamente sentada en una
roso de vuestro dolor! ¡Creedme! ¡Tem- silla baja de ancho respaldo, y tenia á
blad, caed de rodillas sobre las piedras; sus pies un cojinete bordado que la
sólo viniendo á encerraros en el pur- preservaba del frío de las baldosas.
Medio echada, gozaba de la iglesia, de
gatorio de la penitencia, abierto por la
esa gran nave, donde flotaban los v a -
Iglesia durante estos días de contrición
pores del incienso, y cuyas profundi-
universal; sólo desgastando las losas
dades, sumidas en sombras misterio-
con vuestras frentes pálidas por el
sas, sé inundaban de adorables vi-
ayuno; sólo sometiéndoos á las angus-
siones.
tias del hambre y del frío, del silencio
y de la noche, mereceréis el perdón La nave, con sus colgaduras de ter-
divino el día fulgurante del triunfo! ciopelo rojo, sus adornos de oro y már-
La baronesita, sacada de su preocu- mol , con su aire de inmenso loucLoir,
pación por este terrible apóstrofe, mo- bañada en aromas embriagadores, ilu-
minada por la suave claridad del cre-
vió la cabeza lentamente, como com-
púsculo, cerrada y como pronta á par-
partiendo la opinión del enojado sacer-
tir en busca de amores sobrehumanos,
dote: por su parte, no abrigaba la
la había envuelto poco á poco en los
menor duda; era menester coger las
encantos de sus pompas. Era aquello
disciplinas, ocultarse en el rincón más
como una fiesta de los sentidos. Su
sombrío, más húmedo, más glacial,' y
gruesa y bonita persona se abandona-
azotarse sin piedad.
ba, lisonjeada, mecida, acariciada, y,
Después volvió á caer en sus ensue-
sobre todo, su voluptuosidad se sentía cómo crujen vuestros huesos, veréis
pequeña ante tan gran beatitud. cómo se abre vuestra carne sobre los
Pero, bien á pesar suyo, lo que ma- carbones encendidos, y entonces será
yor placer le producía, era el tibio inútil que gritéis: «¡Piedad, Señor,
aliento del calorifero, colocado casi piedad; yo me arrepiento!» ¡Dios no
bajo sus enaguas. Era muy friolera la os atenderá y os empujará al abismo
baronesita. El calor deslizaba discre- con el pie!
tamente sus suaves caricias á lo largo A este último arranque hubo un es-
de sus medias de seda. Grato sopor la tremecimiento en el auditorio. La ba-
embargaba en este baño de blanda mo- ronesita , que resueltamente se dormía
licie. bajo el influjo del aire tibio en que flo-
taban sus ropas, se sonrió vagamente.
Conocía mucho al bueno del vicario.
El día anterior lo había tenido á su
IV mesa. Adoraba el pastel de salmón tru-
fado, y el burdeos era su vino favorito.
¡Hombre excelente, sin duda! De trein-
Seguía airado el vicario. Abríanse ta y cinco á cuarenta años, moreno, el
ya ante los ojos espantados de las de- rostro tan redondo y sonrosado, que,
votas, para tragarlas, las calderas de más que rostro de sacerdote, parecía el
aceite hirviendo del infierno. rostro alegre de una moza de granja.
—Si no escucháis la voz de Dios, si Por otra parte, hombre de mundo, de
no escucháis mi voz, que es la misma paladar delicado, de lengua almibara-
voz de Dios, en verdad os digo, veréis da, decía á la baronesita con voz me-
losa:—«iAh señora; con semejante to- miembros que se chamuscan, la baro-
cado, haría V. que se condenase un nesita, en su estado de somnolencia,
santo!» veíale á su mesa, limpiándose beatífi-
En cuanto ¿ é l , no se condenaba. camente los labios, y diciéndole: «He
Igualmente galante con la marquesa, aquí un bizcocho, señora, que haría
con la condesa, con todas sus peniten- que V. hallase gracia cerca de Dios,
si su belleza no bastase por sí sola para
tes, era el niño mimado de estas da-
asegurarle el paraíso.»
mas.
Cuando los jueves iba á comer á casa
de la baronesita, ésta le cuidaba como
á tierna y querida criatura á quien un
soplo de aire puede constipar, á quien
un plato mal condimentado produciría V
infaliblemente una indigestión.
En el salón, su butaca estaba al lado
de la chimenea; en la mesa, los cria-
dos tenían orden rigurosa de atenderle El vicario, desahogada su cólera,
especialmente y servirle, á él solo, proferidas sus amenazas, estalló en
cierto vinillo de edad de doce años, sollozos. Era de ordinario su táctica.
que bebía, cerrando los ojos con fer- Casi de rodillas en el pulpito, no
vor, como si estuviera comulgando. mostrando más que las espaldas, se
¡Era el vicario tan bueno, tan bue- enderezaba de súbito, irguiéndose, in-
no ! Mientras que desde lo alto del púl- clinándose, como abatido por el dolor;
pito hablaba de huesos que crujen y de se enjugaba los ojos, dándose fuertes
restregones con un paño de muselina sionados, ó inclinados, arrodillados,
almidonada; movía los brazos á la de- parecían adorar á alguna baronesita
recha y á la izquierda; adoptaba acti- invisible.
tudes de pelícano herido. ¡Gallardos mozos, de labios tiernos,
Era el ramillete final, el trozo á de piel sedosa, de brazos musculosos!
toda orquesta, la escena, llena de mo- Y lo malo era que uno de ellos se
vimiento, del desenlace. parecía como un huevo á otro al joven
—¡Llorad, llorad! —suspiraba con duque de P*#*, uno de los mejores ami-
voz expirante.—¡ Llorad por vosotros, gos de la baronesita.
llorad por mí, llorad por Dios!... En su estado de adormecimiento,
La baronesita se había quedado dor- preguntábase ella si el duque no esta-
mida, con los ojos abiertos. ría así bien, desnudo, con alas en las
El calor, el incienso, la sombra que espaldas; por otra parte, se imaginaba
se espesaba, habían embotado sus sen- al bello y sonrosado querubín vestido
tidos. Se había hecho una pelota, se con el negro traje del duque.
había encerrado en las voluptuosas sen- Después fijóse el sueño: era ya real-
saciones que experimentaba, y allá, en mente el duque, en ropas muy ligeras,
sus adentros, soñaba cosas muy agra- que desde el fondo de las tinieblas le
dables. enviaba besos con los dedos.
A su lado, en la capilla de los San-
tos Angeles, había un gran lienzo, que
representaba hermosos jóvenes, medio
desnudos, con alas en las espaldas.
Sonreían con sonrisa de amantes apa-
Impacientábase la baronesita en una
nave lateral, cuando vió salir al vica-
rio precipitadamente de la sacristía.
Miraba la hora en su reloj, con el aire
VI de hombre muy ocupado que no quiere
faltar á una cita.
—¡Ah, querida señora! Me he retra-
sado—dijo.—Ya lo sabe V.; me espe-
Al despertarse la baronesita, oyó al ran en casa de la condesa. Hay allí un
vicario que pronunciaba la frase sacra- concierto espiritual, seguido de una
pequeña colación.
mental :
—Esta es la gracia que os deseo.
Permaneció un instante como asom-
brada.
Creyó que el vicario deseaba para
ella los besos del duquesito.
Hubo un gran ruido de sillas. Todo
el mundo se fué.
La baronesita lo había pensado per-
fectamente; su cochero no estaba al
pie de las gradas. El picaro del vica-
rio se había apresurado á concluir su
sermón, robando á sus penitentes lo
menos veinte minutos de elocuencia.
C H B I S T E L
POR
SAINTE-BEUVE
F B A N C I S C O C O P P Í E
E
mpujé la puerta, cuyos bordes
estaban recubiertos con burle-
te y entró en la iglesia á la
hora de la misa mayor.
Una ráfaga de aire tibio, en que se
combinaban el olor de los cirios encen-
didos, el perfume del incienso y el
tufo del calorífero me dió en el rostro,
al mismo tiempo que llegaban á mi
oído el penetrante rumor de las mone-
das de diez céntimos agitadas en la
vieja bolsa de terciopelo por la dama
postulante, y el canto llano, penetran-
te, unísono, de los chantres que decían
allá, en el fondo de la iglesia, en el trapuntista y un admirable improvisa-
coro: dor; nunca olvidaré las variaciones
—Et cum spiritu tuo. que en cierto día de Pasuas y en el ca-
Pero di media vuelta á la izquierda, non de misa improvisó estando yo pre-
pasé por una pequeña puerta ojival y sente, acerca de este motivo melancó-
de repente dejé de percibir todo ruido, lico , tan oído por las calles de París:
respiró la atmósfera pesada de las cue-
vas y recibí en los hombros una i m - [Ropa vieja que vender!
¡El trapero 1
presión desagradable de frialdad: me
encontraba al pie de la escalera de ca-
Estuvo tan hábil como el músico
racol que conduce al cuarto del órga-
Bach, y estoy convencido de que al
no , en donde iba á ver, en este domin-
oirlo, lloraron de alegría mística en el
go, á mi amigo Hermann.
Paraíso todos los ángeles, arcángeles,
¿Ha notado el lector la semejanza
serafines, querubines, potencias, vir-
que hay entre las escaleras que condu-
tudes, tronos y dominaciones.
cen al cuartucho de los organistas y
las de los entresuelos de las tiendas de En mi estado normal, soporto la m ú -
vinos? Tal vez por este parecido mi ami- sica; pero cuando estoy triste, la amo,
go Hermann es muy aficionado á tomar en especial la música do iglesia. Por
en el almuerzo vino de Chablis y caraco- eso iba á visitar á Hermann.
les, y suele llevar algunas manchas de En aquel día estaba triste j oh!, tan
la salsa de éstos en la inamovible triste como un mes de lluvia «en un
corbata blanca, todo lo cual no es obs- puerto de mar». ¿Por qué?No lo recuer-
táculo para que sea un excelente con- do. Quizá á causa de la niebla que
siempre me produce una inquietud mundana y con los carrillos inflados
abrumadora, ó tal vez por melancólica para soplar en sus trompetas de oro.
displicencia, porque la vida es corta y Subí la escalera medio á oscuras, con
los días son largos. ¿Sería tal vez la menos cansancio que vago pesar, y
causa de aquel pliegue que sentía en llegué hasta el sitio de Hermann.
el corazón, la deslealtad de algún ami-
*
go ó la infidelidad de alguna mujer?
¡Qué importa! Como quiera que fuese, * #
tenía el espíritu conturbado; maripo-
sas negras volaban por mi cerebro,
y me sentía inclinado á acusar al des- Encontré á mi amigo sentado en su
tino de no darnos la felicidad más que taburete, con los brazos cruzados, de-
en dosis homeopáticas. lante del teclado. Precisamente en
aquel momento, dominando el ruido
El órgano de Hermann—Noel y
de pisadas que desde las naves latera-
Chapsal nos obligan á escribir esta
les llegaban hasta nosotros, se oyó
frase bárbara—es uno de los más gran-
como á lo lejos la voz gangosa del diá-
des de París: visto desde la nave del
cono :
•.templo, tiene un aspecto magnífico, á
-. pesar de su ornamentación de pésimo —Sequentia Sancti Evangelii secun-
dum Matthaeum.
gusto, con sus altas torrecillas, sus
enormes tubos de perspectiva que ha- Entonces los dos cangrejos de cinco
cen pensar en las cartucheras de un patas que sirven de manos á Hermann
circasiano gigante, y sus angelotes de —verdaderas manos de pianista—ca-
madera tallada, vestidos con pompa yeron sobre el teclado, y un raudal de
CUENTOS
Págs.
POR H. SPENCER
Un volumen g r a n d e , siete pesetas.
R . G A R O F A L O
JOAQUIN F E R N A N D E Z P R I D A
Catedrático de esta asignatura en la Universidad
de Sevilla.
DERECHO P E N A L
POR
A. M E R K E L
E s t u d i o p r e l i m i n a r , t r a d u c c i ó n del a l e m á n y n o « »
J E R Ó N I M O VIDA
Catedrático de Derecho en la Universidad de Granada.
LUIS GUMPLOWICZ
Prü/e.or de ciencia, polüica, en ,a UuUereidad de Ora« (Au.iria).
TRADUCCIÓN PRÓLOGO Y N O T A S P O R