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UNIVERSIDADA AUTOMONA DEL CARMEN

ESCUELA PREPARATORIA DIURNA


UNIDAD ACADEMICA CAMPUS II

ESPAÑOL III (LITERATURA I)

2da EXPERIENCIA DE APRENDIZAJE

3ER SEMESTRE GRUPO: D

TEMA:
“CONOCIENDO NUESTRAS LEYENDAS”
“DIVULGANDO TRADICIONES”

PROFESOR:
L. E. FLOR MARIA CANDELARIA CRAVAJAL MEDINA

ALUMNA:
ABIGAIL ZARATE ORLAINETA
IRIS ALEJANDRO MARQUEZ
JOSE CARLOS VARGAS
ARMANDO DIAZ HEREDIA
IVAN ANTONIO JIMENEZ LAINES
JESUS ALFONSO PEREZ CASTRO

CD DEL CARMEN, CAMPECHE OCTUBRE DEL 2010


INDICE

“conociendo nuestras leyendas”

Págs.

LEYENDAS PREHISPANICAS
 LA LEYENDA DE LOS VOLCANES……………………………………
 QUETZALCOATL………………………………………………………...
LEYENDAS REGIONALES O LOCALES
 LA ESQUINA DEL PERRO ………………………………………….....
 LA JOVEN DE LOS PANTEONES………..……………….…………..
 LEYENDAS URBANAS
 LA LLORONA……………………………………………….…………….
 LA MULATA DE CORDOBA.….……………………………………….
 LA XTABAY.………………………………………………………………

LEYENDAS NACIONALES
 LA CHINA POBLANA…………………………………………………….
 EL ESCUDO…………………………………………………….............
LEYENDAS INTERNACIONALES
 LAS SANDALIAS DEL GUERRERO
(Leyenda egipcia)………………………………………...………………
 EL COFRE DE PANDORA
(Leyenda griega)……………….………...............................................

CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA

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INTRODUCCION

Esta antología recoge leyendas presentes en Cd. del carmen, Campeche,


egipcio, griego, etc.

Cada historia llega de muchos años atrás. Son cuentos traspasados oralmente
de padre a hijo, donde se explica el origen del mundo, junto a seres fantásticos
y legendarios.

Las leyendas son relatos de determinados sucesos extraordinarios o


fantásticos, que el pueblo considera fehacientemente ocurridos en determinado
tiempo y lugar. Se basan en personajes o hechos reales o supuestos, en
indicios naturales, en creencias religiosas y en supersticiones.

Antiguamente, se refería a la historia o en relación de la vida de uno o


más santos. Hoy es el relato de sucesos que, partiendo de una base histórica,
han sido dibujados por la imaginación popular, es decir, que tienen más de
tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos.

Los relatos que en vez de narrar un acontecimiento notable de este tipo,


exponen simplemente una creencia y la acreditan con episodios anecdóticos,
no constituyen leyendas propiamente dichas. De todos modos, si tienen unidad
narrativa, suele llamárselos leyendas, lo mismo que los relatos anecdóticos, sin
veracidad documental, relativos a sucesos o personajes históricos.

Los autores

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LA LEYENDA DE LOS VOLCANES

Las huestes del Imperio azteca regresaban de la guerra.

Pero no sonaban ni los teponaxtles ni las caracolas, ni el huéhuetl hacía


rebotar sus percusiones en las calles y en los templos. Tampoco las chirimías
esparcían su aflautado tono en el vasto valle del Anáhuac y sobre el verdiazul
espejeante de los cinco lagos (Chalco, Xochimilco, Texcoco, Ecatepec y
Tzompanco) se reflejaba un menguado ejército en derrota. El caballero águila,
el caballero tigre y el que se decía capitán coyote traían sus rodelas rotas y los
penachos destrozados y las ropas tremolando al viento en jirones
ensangrentados. Allá en los cúes y en las fortalezas de paso estaban apagados
los braseros y vacíos de tlecáxitl que era el sahumerio ceremonial, los enormes
pebeteros de barro con la horrible figura de Texcatlipoca el dios cojo de la
guerra. Los estandares recogidos y el consejo de los Yopica que eran los viejos
y sabios maestros del arte de la estrategia, aguardaban ansiosos la llegada de
los guerreros para oír de sus propios labios la explicación de su vergonzosa
derrota. Hacía largo tiempo que un grande y bien armando contingente de
guerreros aztecas había salido en son de conquista a las tierras del Sur, allá en
donde moraban los Ulmecas, los Xicalanca, los Zapotecas y los Vixtotis a
quienes era preciso ungir al ya enorme señorío del Anáhuac. Dos ciclos lunares
habían transcurrido y se pensaba ya en un asentamiento de conquista, sin
embargo ahora regresaban los guerreros abatidos y llenos de vergüenza.
Durante dos lunas habían luchado con denuedo, sin dar ni pedir tregua alguna,
pero a pesar de su valiente lucha y sus conocimientos de guerra aprendidos en
el Calmecac, que era así llamada la Academia de la Guerra, volvían
diezmados, con las mazas rotas, las macanas desdentadas, maltrechos los
escudos aunque ensangrentados con la sangre de sus enemigos. Venía al
frente de esta hueste triste y desencantada, un guerrero azteca que a pesar de
las desgarraduras de sus ropas y del revuelto penacho de plumas multicolores,
conservaba su gallardía, su altivez y el orgullo de su estirpe.

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Ocultaban los hombres sus rostros embijados y las mujeres lloraban y corrían a
esconder a sus hijos para que no fueran testigos de aque retorno deshonroso.
Sólo una mujer no lloraba, atónita miraba con asombro al bizarro guerrero
azteca que con su talante altivo y ojo sereno quería demostrar que había
luchado y perdido en buena lid contra un abrumador número de hombres de las
razas del Sur. La mujer palideció y su rostro se tornó blanco como el lirio de los
lagos, al sentir la mirada del guerrero azteca que clavó en ella sus ojos vivaces,
oscuros. Y Xochiquétzal, que así se llamaba la mujer y que quiere decir
hermosa flor, sintió que se marchitaba de improviso, porque aquel guerrero
azteca era su amado y le había jurado amor eterno.

Se revolvió furiosa Xichoquétzal para ver con odio profundo al tlaxcalteca que
la había hecho su esposa una semana antes, jurándole y llenándola de
engaños diciéndole que el guerrero azteca, su dulce amado, había caído
muerto en la guerra contra los zapotecas. --¡Me has mentido, hombre vil y más
ponzoñoso que el mismo Tzompetlácatl, - que así se llama el escorpión-; me
has engañado para poder casarte conmigo. Pero yo no te amo porque siempre
lo he amado a él y él ha regresado y seguiré amándolo para simpre!

Xochiquétzal lanzó mil denuestos contra el falaz tlaxcalteca y levantando la orla


de su huipil echó a correr por la llanura, gimiendo su intensa desventura de
amor. Su grácil figura se reflejaba sobre las irisadas superficies de las aguas
del gran lago de Texcoco, cuando el guerrero azteca se volvió para mirarla. Y la
vio correr seguida del marido y pudo comprobar que ella huía despavorida.
Entonces apretó con furia el puño de la macana y separándose de las filas de
guerreros humillados se lanzó en seguimiento de los dos. Pocos pasos
separaban ya a la hermosa Xochiquétzal del marido despreciable cuando les
dio alcance el guerrero azteca. No hubo ningún intercambio de palabras porque
toda palabra y razón sobraba allí. El tlaxcalteca extrajo el venablo que ocultaba
bajo la tilma y el azteca esgrimió su macana dentada, incrustada de dientes de
jaguar y de Coyámetl que así se llamaba al jabalí. Chocaron el amor y la
mentira.

El venablo con erizada punta de pedernal buscaba el pecho del guerrero y el


azteca mandaba furioso golpes de macana en dirección del cráneo de quien le

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había robado a su amada haciendo uso de arteras engañifas. Y así se fueron
yendo, alejándose del valle, cruzando en la más ruda pelea entre lagunas
donde saltaban los ajolotes y las xochócatl que son las ranitas verdes de las
orillas limosas. Mucho tiempo duró aquél duelo. El tlaxcalteca defendiendo a su
mujer y a su mentira. El azteca el amor de la mujer a quien amaba y por quien
tuvo arrestros para regresar vivo al Anáhuac.

Al fin, ya casi al atardecer, el azteca pudo herir de muerte al tlaxcalteca quien


huyó hacia su país, hacia su tierra tal vez en busca de ayuda para vengarse del
azteca. El vencedor por el amor y la verdad regresó buscando a su amada
Xochiquétzal. Y la encontró tendida para siempre, muerta a la mitad del valle,
porque una mujer que amó como ella no podía vivir soportando la pena y la
vergüenza de haber sido de otro hombre, cuando en realidad amaba al dueño
de su ser y le había jurado fidelidad eterna. El guerrero azteca se arrodilló a su
lado y lloró con los ojos y con el alma. Y cortó maravillas y flores de xoxocotzin
con las cuales cubrió el cuerpo inanimado de la hermosa Xochiquétzal. Corono
sus sienes con las fragantes flores de Yoloxóchitl que es la flor del corazón y
trajo un incensario en donde quemó copal. Llegó el zenzontle también llamado
Zenzontletole, porque imita las voces de otros pajarillos y quiere decir 400
trinos, pues cuatrocientos tonos de cantos dulces lanzan esta avecilla. Por el
cielo en nubarrones cruzó Tlahuelpoch, que es el mensajero de la muerte.

Y cuenta la leyenda que en un momento dado se estremeció la tierra y el


relámpago atronó el espacio y ocurrió un cataclismo del que no hablaban las
tradiciones orales de los Tlachiques que son los viejos sabios y adivinos, ni los
tlacuilos habían inscrito en sus pasmosos códices. Todo tembló y se anubló la
tierra y cayeron piedras de fuego sobre los cinco lagos, el cielo se hizo
tenebroso y las gentes del Anáhuac se llenaron de pavura. Al amanecer
estaban allí, donde antes era valle, dos montañas nevadas, una que tenía la
forma inconfundible de una mujer recostada sobre un túmulo de flores blancas
y otra alta y elevada adoptando la figura de un guerrero azteca arrodillado junto
a los pies nevados de una impresionante escultura de hielo.

Las flores de las alturas que llamaban Tepexóchitl por crecer en las montañas y
entre los pinares, junto con el aljófar mañanero, cubrieron de blanco sudario las

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faldas de la muerta y pusieron alba blancura de nieve hermosa en sus senos y
en sus muslos y la cubrieron toda de armiño. Desde entonces, esos dos
volcanes que hoy vigilan el hermoso valle del Anáhuac, tuvieron por nombres
Iztaccihuatl que quiere decir mujer dormida y Popocatepetl, que se traduce por
montaña que humea, ya que a veces suele escapar humo del inmenso
pebetero. En cuanto al cobarde engañador tlaxcalteca, según dice también esta
leyenda, fue a morir desorientado muy cerca de su tierra y también se hizo
montaña y se cubrió de nieve y le pusieron por nombre Poyauteclat, que quiere
decir Señor Crepuscular y posteriormente Citlaltepetl o cerro de la estrella y
que desde allá lejos vigila el sueño eterno de los dos amantes a quienes nunca
podrá ya separar. Eran los tiempos en que se adoraba al dios Coyote y al Dios
Colibrí y en el panteón azteca las montañas eran dioses y recibían tributos de
flores y de cantos, porque de sus faldas escurre el agua que vivifica y fertiliza
los campos.

Durante muchos años y poco antes de la conquista, las doncellas muertas en


amores desdichados o por mal de amor, eran sepultadas en las faldas de
Iztaccihuatl, de Xochiquétzal, la mujer que murió de pena y de amor y que hoy
yace convertida en nívea montaña de perenne armiño.

Leyenda Prehispánica

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QUETZALCOATL

La aparición en Mesoamérica y específicamente en el Anáhuac, de este


personaje alto, rubio, blanco, barbado y de profunda cultura ha dado margen a
la creación de varios mitos y leyendas que los antropólogos, científicos y
exploradores extranjeros han entretejido de una maraña cada vez más difícil de
desenredar. En la mitología Tlahuica, tan confusa como la Griega, se borda una
historia con respecto a Quetzalcóatl, semejante a la del nacimiento del Rey
Salomón, pues se dice en los antiguos códices que Quetzalcóatl fue hijo de una
mujer virgen llamada Chimalma y del Rey-Dios Mixtocóatl, monarca de Tollán.
Que avergonzada por haber dado a luz sin matrimonio, Chimalma puso en una
cesta al niño y lo arrojó al río. (no se sabe a cual) y que unos ancianos lo
criaron y educaron, habiendo llegado a ser un hombre sabio y culto que al
regresar a Tollán, se hizo cargo del gobierno. Por otra parte se dice que
Quetzalcóatl fue un hombre rubio, blanco, alto, barbado y de grandes
conocimientos científicos, que enseñó a los pobladores de lo que hoy es
México, a labrar los metales, orfebrería, lapidaria, astrología etc. aunque jamás
se llegó a saber su nacionalidad y su procedencia. Cuéntase que habiendo
bebido el suave neutle (pulque) se emborrachó y cometió actos bochornosos
después de lo cual decidió marcharse para siempre tomando el rumbo del
Golfo de México o Mar de las Turquesas. En un suicidio ceremonial al cual le
acompañaban cuatro mancebos sus discípulos, se hundio para siempre,
renacienco como la estrella de la Mañana y posteriormente adoptando el
nombre de Quetzalcóatl, que quiere decir serpiente emplumada o serpiente de
plumaje hermoso. Los Mayas adoptaron a Quetzalcóatl como deidad pues
hasta allá llevó sus conocimentos y su cultura pasmosa, colocándole el nombre
de Kukulcan, que quiere decir lo mismo, serpiente emplumada o Votán ( que
debe haber sido su nombre real) y recibieron de él las más sabias enseñanzas
tanto religiosas como políticas y artísticas. Se dice que los Toltecas, Nahoas y
Mayas lo deificaron y colocaron su símbolo en todos los palacios, monumentos
y templos de la zona Maya y Mesoamérica en donde aún puede verse, en
recuerdo y veneración de este sabio, que según la tradición mayense, subió al
panteón y se convirtió en la estrella Venus, que también es así identificado por
los fantasiosos arqueólogos.

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Ahora bien, cuando las huestes hispanas llegaron a las tierras veracruzanas al
mando del capitán extremeño Hernán Cortés, y según nos cuentan en sus muy
sabrosas crónicas Bernal Díaz del Castillo, se encontraron con una gran
sorpresa que en esos días de codicias y rapiña desmedidas no le dieron la
importancia que tenía y hoy aún, debe tener. Relata el soldado cronista que
llegados a las costas de lo que sería La Nueva España, el Emperador
Moctezuma envió unos tendiles llevando regalos, oro y joyas y muchos ricos
presentes que lejos de hacer que Cortés volviera proa a la mar, lo tentó en
ambiciones. Uno de estos tendiles al ver que uno de los soldados de Cortés
tenía un casco de latón que brillaba al sol, pidió verlo, diciendo que hacía
muchos, muchos años, habia llegado a la Gran Tenochitlán un hombre rubio,
barbado y blanco, portando un casco semejante; que al marcharse se los había
regalado y los sacerdotes lo colocaron en la cabeza del ídolo representativo del
Dios Huitzilopochtli. Pidió que se le prestara el casco para cotejarlo con el que
tenía puesto su Dios. Y resultó que el casco dorado que tenía el Dios, era igual
al del soldado hispano, sólo que tenia en ambos lados unos cornezuelos al
estilo de los cascos vikingos. Aquél tendil no solamente llevó ante Hernán
Cortés el dicho casco dorado, sino también a un hombre blanco, alto, barbado,
rubio que se parecía mucho al conquistador, diciendo que su nombre era
Quintalbor, que de ninguna manera es nombre mexicano, maya o
correspondiente a ninguno de los idiomas, que se hablaban en el Nuevo
Mundo. Pero en lugar de examinar detenidamente el casco y si lo hicieron no
fue consignada en ninguna de las cartas de relación, tomaron a chunga y relajo
la presencia de aquel hombre barbado, rubio y blanco idéntico a don Hernán
Cortés, al grado de parecer su hijo o su gemelo y desde ese momento lo llamó
Don Cortés. Al llegar los conquistadores a la fabulosa Ciudad de Tenochtitlán,
sacerdotes y principales hablaban de un hombre rubio y barbado semejante a
ellos, que hacía muchos años había estado entre ellos y les había predicho que
un día llegarían al país hombres barbados y con armas poderosas para
esclavizar al señorío. Moctezuma, que según nos cuenta la historia era un
monarca medroso, pusilánime, creyó que con la llegada de Hernán Cortés y su
puñado de rapaces se cumplía la profecía y casi dejó en manos del puñado de
horca hispano, el destino de sus reino, de su imperio. Ahora bien, es de
suponerse que Quetzalcoatl no fue aquel misterioso hombre barbado,

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posiblemente nórdico, que dejó como recuerdo su casco de vikingo, ya que en
ese entonces la Europa no poseía la cultura y los conocimientos numéricos y
calendáricos que poseían los mayas y el mito y la leyenda se entretejen en una
urdimbre impenetrable, se confunden debido a los estudios antropológicos y
arqueológicos hechos en una mayoría por extranjeros. Tal vez Tollán si tuvo un
gobernante sabio y bueno al que llamaron Quetzalcoatl, hijo de Chimalma y el
Rey-Dios Mixcoatl, pero también es muy posible que los sacerdotes y
astrónomos de entonces, al observar los cielos en la forma en que lo hacían,
hayan descubierto que el mundo, su mundo, formaba parte de la Vía Láctea, de
esta enorme galaxia que hoy conocemos y de la cual formamos parte y a la
cual daban por nombre Ixtacmixcoatl que quiere decir "Serpiente salpicada de
piedras preciosas o luceros", serpiente incrustada de diamantes. Y después de
sus observaciones le hayan puesto Quetzalcoatl, serpiente de plumas
hermosas y extendido su culto a los habitantes de Mesoamérica. De allí que en
los portentosos edificios de esa antigüedad se hayan esculpido esos símbolos
y reverenciado como deidad, pues a ningún hombre por sabio que haya sido,
se le dio jamás el rango de Dios. Por último y finalizando así la leyenda y el
mito, al relato, y a las elucubraciones, es preciso asentar que según algunos
arqueólogos, jamás existió la serpiente emplumada, que sería absurdo una
mezcla o yuxtaposición con fines religiosos, de una ave preciosa y un reptil. Lo
que ocurrió y a esto puede y debe darse el mayor crédito, es que los hombres
de aquella civilización tan avanzada, en su sublimación artística, esculpieron
una serpiente con penacho, con garras de jaguar y crearon una figura
monstruosa y bella a la vez, como el mítico dragón de los chinos en el cual
quieren enredar al misterioso y barbaro rubio peregrino, que por lo menos, ya
que su cultura debió haber sido casi completa, pudo haber dejado escrito su
nombre y el de su país en alguno de los muros, frescos o bajorrelieves de
templos y palacios. Así volvemos a lo mismo. Quetzalcoatl hombre,
Quetzaltcoalt Dios, amalgama absurda de las generaciones actuales.
Incomprensión de lo misterioso de aquellos pueblos que han dado margen a
una de las leyendas más difundidas en América y en el mundo.

Leyenda Prehispánica

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LA ESQUINA DEL PERRO

Don Tristán de Villanueva era un herejo redomado. Descendiente de una


familia de marranos que vino a la Nueva España en el siglo XVl, había
conservado de sus antepasados el desprecio por la religión, especialmente por
la católica y se preciaba de ateo y libre pensador.

Don Tristán habitaba en su quinta Campeche Extramuros, en unión de su


esposa Eugenia y su hija Ofelia, de 3 años de edad, único fruto de su
matrimonio. Era tal fobia que alimentaba Villanueva contra la iglesia que, a
pesar de la piedad de su mujer, se había negado a permitir que la pequeña
recibiera las aguas del bautismo.
Ofelia, no obstante sus tres años, era una chica precoz, lo que complacía a sus
padres y a todos aquellos que la trataban. La inteligencia de la niña se
manifestaba en los vínculos que, en razón de su corta edad había establecido
con Marqués, un perrazo de aspecto feroz con el que ella dialogaba seriamente
acerca d elos problemas de su mundo.
En cierta ocasió, cuando ya avanzada la noche, dormían los moradores de la
quinta, los esposos fueron despertados por los furiosos ladridos de Marqués,
Don Tristán, teminedo que algún malhechor hubiese entrado en el predio, salió
armado en busca del bandido; pero sólo descubrió al perro, que, ya menos
enardecido, ladraba hacia una figura en forma de cuadrúpedo que se perdio en
el monte aledaño, y de lo cual dedujo el hombre que el escándola lo había
causado la prescencia de otro perro.
Pero una de aquellas noches ocurrió algo increíble.
Había transcurrido parte de la noche cuando Don Tristán, gracias a ese sentido
misterioso que actúa en el individuo en casos de peligro mortal, se incorporó de
su lecho. Al momento empezó a escuchar los ladridos de Marqués. Sin
embargo, ahora creyó oir, además de los aullidos del animal, rugidos emitidos
por laguna fiera. Y, cuadno fue capaz de coordinar sus ideas, Villanueva se dio
cuenta de que tanto los ladridos como los rugidos resonaban en el interior de la
mansión, y que provenían de la habitación de Ofelia.

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El cuadro que vieron los padres de la niña era para helar la sangre en las
venas. En medio de la pieza, Marués atacaba a dentelladas a una bestia
monstruosa, de figura indescriptible, cuyos ojos llenos de maldad brillaban
como carbones encendidos. El espantoso ente chorreaba sangre de producida
por las mordeduras que el perro le infería; y aunque a cada ataque Marués
recibía una fuerte manotada que le estrellaba contra el suelo y los muros del
cuarto, poseído de un vigor sobrenatural no cesaba de amargar el maligno
engendro con renovada furia.
La enloquecida mujer sólo acertó al exclamar: ¡Dios mío!, y se desvaneció.
Las palabras pronunciadas por Eugenia tuvieron un efecto mágico. Al oírlas, la
bestia, a la que continuaba acosando el perrazo, retrocedió, en su horrible
rostro reflejóse un miedo cerval, y huyó del lugar.
Huelga añadir que, pasados los acontecimientos, Don Tristán cambió
radicalmente su comportamiento y su postura recalcitrante y atea.
Solo hubo que lamentar la muerte del valeroso perro, que no pudo
sobreponerse a las consecuencias de las heridas que asimiló en el combate
sostenido con el mostruo. Y Don Tristán, para perpetuar la memoria del
defensor de su hija, mandó a construir sobre la azotea de su residencia la efige
en la piedra de Marqués en actitud vigilante; y es la misma que se admira en el
tejado de la casa que ocupa el sitio hoy conocido com la Esquina del Perro.
La figura vigilante del can que se menciona en esta leyenda y que fuese
construída en una de las esquinas de la casa, fue destruída. En realidad de la
casa poseía tres efigies: una con la figura de un perro en actitud vigilante, otra
parada en "cuatro patas" y otra más, en actitud dócil mirando hacia el frente.
Esta última fue llevada a la ciudad de Mérida, como un recuerdo, por Don
Víctor Manuel Moreno Aguilar, pariente de la antigua dueña de la Casa.

Leyenda Regional

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LA JOVEN DE LOS DOS PANTEONES

Cuentan que eran los años en que la economía de Cd. del Carmen dependía
en gran parte de la pesca del camarón gigante… lo que motivo a mucha gente
cambiar su residencia en busca de una mejor condición económica.
En aquellos años el grupo de agremiados del sindicato de taxistas de la ciudad,
la cual se encontraba en la fase de crecimiento, veían con agrado el negocio
resultante de prestar este servicio, el cual fue condicionado a horarios sin
restricciones, además de la fama de casanovas que adquirían en consecuencia
de la conducta que adoptaban de servir a las damas de la noche, así como al
público en general.

Una noche uno de ellos paso por el parque que lleva el nombre de ultimo
paseo y que se encuentra justo enfrente del panteón que lleva el mismo
nombre ubicados sobre la calle 47 que en esa parte además lleva el nombre de
Páez Urquidi, deteniendo justo frente a la entrada a solicitud de una muy bella
joven de algunos 23 o 25 años, quien a decir del mismo taxista, su belleza se
asomaba mas allá de lo normal, además de apreciarse un semblante sombrío y
frío…

Al subirse la chica le pidió que la llevara al que en esa época le llamaban el


panteón nuevo. Acto seguido el taxista quiso entablar platica con la joven quien
solo se concretaba a responder con “si” o “no”.

Dado el momento la chica le indico que si podía dar la vuelta y bajarla justo
frente a la entrada del panteón, a lo que el respondió que no se sintiera
incomoda pero que a el le parecía que ese lugar era bastante oscuro, además
de que ya casi era media noche, que le indicara exactamente a donde la debía
dejar y ella respondió que era ahí donde se quedaría, la chica antes de bajarse
busco entre sus cosas y le dijo que le daba mucha pena, pero que no tenía
dinero para pagarle la cuota de la dejada, en ese momento el taxista como era
de esperarse, quiso replicar por semejante actitud de la chica, se volteo para
comenzar su reclamo y lo envolvió un escalofrió cuando al voltear, ella ya no

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estaba en el auto, se encontraba afuera del mismo parada junto a la puerta del
lado derecho del conductor, mientras la escuchaba darle indicaciones de una
dirección donde podría cobrar el importe de la cuota.

El taxista asintió con la cabeza sin poder articular palabra, se dio la vuelta y
armándose de valor se dirigió a la dirección que le había indicado la joven.
Al llegar se tuvo que bajar y con un poco de recelo toco la puerta, le abrió una
Señora. de edad avanzada y quien le preguntó que deseaba, el taxista un
poco indeciso le dijo que le daba mucha pena lo que le diría, pero que una
joven le había pedido llevarla a las puertas del panteón nuevo y que le había
dado esa dirección para que cobrara la cuota ya que no traía dinero, además
de este comentario el quiso asegurarse que la Sra. conociera a la joven y se la
describió lo mejor que pudo, la Señora se disculpo y le dijo al taxista que le
daba mucha pena pero que no la tomara a mal, que por la descripción era su
hija pero que hacia exactamente un año que había muerto, que incluso por la
tarde habían ido a dejarle unas veladoras al panteón nuevo y que por falta de
dinero no pudo hacer los rezos que normalmente los católicos le hacen a sus
difuntos.

El taxista volvió a sentir el escalofrió y de igual modo le pidió disculpas a la


Señora.
al otro día, luego de haberle contado a su esposa lo ocurrido, le pidió que lo
acompañara para visitar a la Señora que le había atendido, al llegar a la
dirección se percataron que ahí no había mas que un terreno lleno de maleza y
casi baldío de no ser por una choza de pedazos de lámina de cartón y maderas
casi al fondo del terreno, esto consternó al taxista y trato de convencer a sus
esposa, optando por preguntar a los vecinos quienes les dijeron que la Señora,
luego de la muerte de su hija se fue a su tierra encargándoles su casita.

En la actualidad esta leyenda casi se ha olvidado por las nuevas generaciones


y aun hay muchos que no la consideran una leyenda si no un hecho real y del
que creen que es mejor no hablar.

Leyenda Local

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LA LLORONA

Dicen que en las noches se escuchaba su lamento. Que principalmente cuando


había luna, y apenas las campanas de la catedral habían dado la queda, la
quietud nocturna se rompía con largos y doloridos gritos de tristeza. Eran
sonidos de ultratumba, tan agudos que se escuchaban a la vez lejanos, a la
vez cercanos, como si aquella mujer les estuviera llorando al oído. Entonces la
piel se llenaba de miedo y el corazón latía con rapidez. Nadie se atrevía a salir;
todos cerraban sus puertas y ventanas mientras rezaban Padres Nuestros y se
invocaba el nombre de Dios para tratar de alejar a los espíritus malos.

Era el siglo XVI, consumada ya la conquista de México. Los vecinos de la


ciudad de México despertaban a media noche, llenos de temor, a causa de un
dolor muy hondo que recorría las calles; un dolor que llegaba transformado en
gritos de remordimiento. Era una mujer, quizá un fantasma, o un ánima en pena
atormentada por los siglos de los siglos, cuyo castigo era no encontrar
descanso.

Los más valientes se asomaban por los resquicios de las ventanas; algunos se
animaron a salir, a mirar de lejos y ser testigos de aquella aparición que vagaba
por callejuelas, por plazas y por callejones, y que se dirigía hasta la catedral.
Allí, se hincaba lentamente, mientras su vestido blanco y su velo blanquísimo la
cubrían completamente. Ella parecía rezar, pedir perdón por algo que traía
clavado en lo más profundo de su pecho, y entonces gritaba nuevamente.
Mirado hacia el terreno consagrado, lanzaba su grito atormentado que llenaba
el aire y el terror de todos.

¡Ay, mis hijos...!

Ése era su grito, su dolor intenso que debía exclamar todas las noches, como
si fuera una penitencia impuesta por Dios o por el diablo.

Nadie sabía quién era esa mujer, pero todos la llamaban La Llorona.

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Esta leyenda se remonta siglos atrás. En un principio, se aseguraba que su
pena se debía a una traición; a asuntos inconclusos que había dejado en vida,
por eso debía recorrer todas las noches las largas y oscuras calles de la capital
mexicana: caminar despacio, trabajosamente, como si arrastrara un costal lleno
de culpas, o como si sus pies estuvieran amarrados con cadenas, pesadas y
punzantes, hechas con el metal de sus pecados.

Su condena sería no encontrar jamás el descanso eterno; ése que se destina a


los justos y a los santos. En su lugar, tendría que pasear sus culpas, gritar el
motivo de su suerte para que todos se enteraran. Por eso hincaba sus rodillas
frente a la catedral; por eso lloraba con esa pena amarga y sin consuelo; por
eso se dirigía hacia el gran lago y allí desaparecía. Ésa era su penitencia...
aunque nadie sabía el motivo de aquella sentencia.

En realidad, la tradición de La Llorona se remonta a tiempos prehispánicos.


Según narran Sahagún y Muñoz Camargo, en relatos recogidos de boca de los
propios indios, diez años antes de la llegada de Cortés, sucedieron ocho
presagios que anunciaron la destrucción del gran imperio. Los dos últimos
fueron comunicados a Moctezuma, quien se llenó de terror y supo que su fin
estaba cerca.

Tales presagios o señales se trataron de una columna de fuego ardiente que


comenzaba en la tierra y se alargaba hasta el cielo, sin que nadie lograra ver
dónde acababa. Esta visión, que aparecía al mediodía y terminaba al alba, duró
un año entero, tiempo en el que los mexicas hicieron actos de penitencia y
gritaron angustiosamente.

El segundo presagio fue el incendio del templo de Huitzilopochtli, su dios de la


guerra, el cual, sin aviso alguno, comenzó a arder con llamas tan intensas, que
los esfuerzos por apagarlas fueron infructuosos: quedó convertido en cenizas.

El tercero se trató de la caída de un contundente rayo sobre el templo de


Tzonmolco, consagrado a Xiuhtecutli. Era un día claro, sin nubes en el cielo, y
no existió otro relámpago. Pero el templo quedó destruido.

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El siguiente presagio fue una oleada de cometas, cuyas caudas eran tan largas
y tan delgadas, que no se lograba ver el final. El quinto fue una gran tempestad
en el lago, cuyos efectos ocasionaron inundaciones desastrosas. Sin embargo,
ni un solo viento, ni pequeño ni grande, anunció la catástrofe.

El séptimo presagio consistió en la captura de un ave parecida a una grulla,


con plumaje gris. Lo que la hacía particular era que sobre su cabeza se
levantaba una diadema similar a un espejo, en el que Moctezuma observó las
estrellas. En una segunda mirada, encontró a hombres extraños, levantados y
listos para la guerra, que eran acompañados por animales desconocidos.

La señal número ocho fue la aparición de fenómenos inquietantes: dos


hombres unidos en un solo cuerpo; o bien, hombres con dos cabezas. Estas
visiones fueron frecuentes, pero apenas eran llevadas ante el gran Moctezuma,
desaparecían frente a los ojos llenos de temor de la corte imperial.

Pero quizá el presagio más angustioso y desconcertante, y el único que


sobrevivió a la llegada de los españoles, fue la señal número seis.

Se trató de la voz de una mujer. Una presencia fantasmal que durante las
noches paseaba su dolor por las calles de la gran capital azteca. Su lamento
era penetrante, y su grito inconfundible. Entre lágrimas, sollozos y suspiros,
atravesaba el silencio con su honda plegaria: “¡Oh, hijos míos! ¡Nuestra pérdida
es total y segura!”; “¡Hijos míos! ¿A dónde podría llevaros y ocultaros?”.

Del mismo modo, el mismo Sahagún refiere la historia de la diosa Cihuacoatl,


la cual “aparecía muchas veces como una señora compuesta con unos atavíos
como se usaban en Palacio: decían también que de noche voceaba y bramaba
en el aire... Los atavíos con que esta mujer aparecía eran blancos, y los
cabellos los tocaba de manera, que tenía como unos cornezuelos cruzados en
la frente”.

Una vez que la conquista fue consumada, esta leyenda se convirtió en parte
del folclor. Era tiempo de supersticiones, de apariciones de fantasmas y
demonios, de castigos emitidos por la Santa Inquisición, y del surgimiento de
una religión católica que mezclaba los ritos y creencias infundidos por los

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misioneros españoles, con la profunda religiosidad de los nativos. Era una
época oscura, como oscuras fueron sus leyendas.

Rápidamente, nacieron diversas versiones sobre la identidad de esta mujer


errante que arrastraba su dolor.

Algunos dijeron que era el alma de una madre que había asesinado a sus hijos;
que los había sumergido en el lago hasta arrancarles los últimos respiros. Por
ello, su castigo era pasar la eternidad lanzando gritos de pérdida y
arrepentimiento.

Otros más aseguraban que tal espectro no era nadie más sino Doña Marina, es
decir, la Malinche: condenada a vagar sobre la tierra para pagar el pecado de
haber traicionado a su propia raza.

Según diferentes, versiones, era una joven enamorada que había muerto en
vísperas de su matrimonio, y le traía a su esposo la corona de rosas blancas
que jamás logró ceñirse. También afirmaban que era la viuda muerta que venía
a llorar el destino de sus hijos. O bien, la fiel esposa, cuya muerte la había
sorprendido en ausencia de su marido; su urgencia era depositar sobre los
labios de su esposo un último beso de amor. Un beso de adiós, y también de
tormento.

Finalmente, se rumoraba que el espectro de largas y blancas vestiduras era


una mujer desgraciada, asesinada por su marido celoso; ella regresaba todas
las noches a lamentar su suerte y a gritar su inocencia.

Esta tradición ha llegado hasta nuestros días. En todos los lugares del país, en
todos los pueblos y caseríos; en barrancas y montes y desiertos, La Llorona
extiende su manto de temor, su grito de angustia, llora sus penas.

Gente de los lugares más variados asegura haberla escuchado. Dicen que
cuando se acerca, la luna brilla más, como si quisiera alumbrar su camino:
iluminar sus pasos muertos. Entonces, los perros ladran, el viento arrastra
murmullos, y la piel se eriza. El corazón comienza a latir de prisa sin ninguna
razón, y en el aire se percibe la angustia. De pronto, la noche se acorta,

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empujada por todos los miedos, y por fin se escucha su grito. Un grito largo,
apagado y vivo como si la mujer estuviera siendo torturada sin fin: ¡Ay, mis
hijos...!

La Llorona no envejece. Su historia y su mito siguen vivos en todos los


mexicanos. Se trata de una de las leyendas más ricas y antiguas. Parte de un
folclor mexicano que se nutre de aparecidos, de pueblos fantasmas, de
monedas de oro enterradas y resguardas por almas en pena; de curanderos
que se convierten en animales salvajes.

La leyenda de la mujer de blanco que vaga por las calles gritando su dolor es
una historia viva, rica en versiones, que se acrecienta por todas las bocas, por
multitud de recuerdos. Es una tradición que seguiremos oyendo en alguna
noche, cuando menos lo esperemos; cuando la luna esté llena y el alma
apretada.

Leyenda urbana

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La Mulata de Córdova

Cuenta la tradición, que hace más de dos siglos y en la poética ciudad de Córdoba, vivió
una célebre mujer, una joven que nunca envejecía a pesar de sus años. Nadie sabía hija
de quién era, pero todos la llamaban la Mulata.

En el sentir de la mayoría, la Mulata era una bruja, una hechicera que había hecho
pacto con el diablo, quien la visitaba todas las noches, pues muchos vecinos
aseguraban que al pasar a las doce por su casa habían visto que por las rendijas de las
ventanas y de las puertas salía una luz siniestra, como si por dentro un poderoso
incendio devorara aquella habitación.

Otros decían que la habían visto volar por los tejados en forma de mujer; pero
despidiendo por sus negros ojos miradas satánicas y sonriendo diabólicamente con sus
labios rojos y sus dientes blanquísimos.

De ella se referían prodigios.

Cuando apareció en la ciudad, los jóvenes, prendados de su hermosura, disputabanse


la conquista de su corazón.

Pero a nadie correspondía, a todos desdeñaba, y de ahí nació la creencia de que el


único dueño de sus encantos, era el señor de las tinieblas.

Empero, aquella mujer siempre joven, frecuentaba los sacramentos, asistía a misa,
hacía caridades, y todo aquel que imploraba su auxilio la tenía a su lado, en el umbral
de la choza del pobre, lo mismo que junto al lecho del moribundo.

Se decía que en todas partes estaba, en distintos puntos y a la misma hora; y llegó a
saberse que un día se la vio a un tiempo en Córdoba y en México; "tenía el don de
ubicuidad" - dice un escritor - y lo más común era encontrarla en una caverna. "Pero
éste - añade - la visitó en una accesoria; aquél la vio en una de esas casucas horrorosas
que tan mala fama tienen en los barrios más inmundos de las ciudades, y otro la
conoció en un modesto cuarto de vecindad, sencillamente vestida, con aire vulgar,
maneras desembarazadas, y sin revelar el mágico poder de que estaba dotada."

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La hechizera servía también como abogada de imposibles. Las muchachas sin novio, las
jamonas pasaditas, que iban perdiendo la esperanza de hallar marido, los empleados
cesantes, las damas que ambicionaban competir en túnicas y joyas con la Virreina, los
militares retirados, los médicos jóvenes sin fortuna, todos acudían a ella, todos
invocaban en sus cuitas, y a todos los dejaba contentos, hartos y satisfechos.

Por eso todavía hoy, cuando se solicita de alguien una cosa difícil, casi irrealizable, es
costumbre exclamar: -¡No soy la Mulata de Córdoba!

La fama de aquella mujer era grande, inmensa. Por todas partes se hablaba de ella y en
diferentes lugares de Nueva España su nombre era repetido de boca en boca.

"Era en suma -dice el mismo escritor- una Circe, una Medea, una Pitonisa, una Sibila,
una bruja, un ser extraordinario a quien nada había oculto, a quien todo obedecía y
cuyo poder alcanzaba hasta trastornar las leyes de la naturaleza... Era, en fin, una
mujer a quien hubiera colocado la antigüedad entre sus diosas, o a lo menos entre sus
más veneradas sacerdotisas; era un médium, y de los más privilegiados, de los más
favorecidos que disfrutó la escuela espirita de aquella época!...¡Lástima grande que no
viviera en la nuestra! ¡De qué portentos no fuéramos testigos! ¡Qué revelaciones no
haría en su tiempo! ¡Cuántas evocaciones, cuántos espíritus no vendrían sumisos a su
voz! ¡Cuántos incrédulos dejarían de serlo!"

¿Qué tiempo duró la fama de aquella mujer, verdadero prodigio de su época y


admiración de los futuros siglos? Nadie lo sabe.

Lo que sí se asegura es que un día la ciudad de México supo que desde la villa de
Córdoba había sido traída a las sombrías cárceles del Santo Oficio.

Noticia tan estupenda, escapada Dios sabe cómo de los impenetrables secretos de la
Inquisición, fue causa de atención profunda en todas las clases de la sociedad, y entre
los platicones de las tiendas del Parián se habló mucho de aquel suceso y hasta hubo
un atrevido que sostuvo que la Mulata, no era hechicera, ni bruja, ni cosa parecida, y
que el haber caído en garras del Santo Tribunal, lo debía a una inmensa fortuna,
consistente en diez grandes barriles de barro, llenos de polvo de oro. Otro de los

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tertulianos aseguró que además de esto se hallaba de por medio un amante desairado,
que ciego de despecho, denunció en Córdoba a la Mulata, porque ésta no había
correspondido a sus amores.

Pasaron los años, las hablillas se olvidaron, hasta que otro día de nuevo supo la ciudad,
con asombro, que en el próximo auto de fe que se preparaba, la hechicera, saldría con
coroza y vela verde. Pero el asombro creció de punto cuando pasados algunos días se
dijo que el pájaro había volado hasta Manila, burlando la vigilancia de sus
carceleros...más bien dicho, saliéndose delante de uno de ellos.

¿Cómo había sucedió esto? ¿Qué poder tenía aquella mujer, para dejar así con un
palmo de narices, a los muy respetables señores inquisidores?

Todos lo ignoraban. Las más extrañas y absurdas explicaciones circularon por la ciudad.
hubo quién afirmaba, haciendo la señal de la cruz, que todo era obra del mismo diablo,
que de incógnito se había introducido a las cárceles secretas para salvar a la Mulata.
Quién recordaba aquello de que dádivas quebrantan... rejas; y hubo algún malicioso
que dijese que todo lo vence el amor... y que los del Santo Oficio, como mortales eran
también de carne y hueso.

He aquí la verdad de los hechos.

Una vez, el carcelero penetró en el inmundo calabozo de la hechicera, y quedándose


verdaderamente maravillado al contemplar en una de las paredes, un navío dibujado
con carbón por la Mulata, la cual le preguntó con tono irónico:

-¿Que le falta a ese navío? -Desgraciada mujer- contestó el interrogado, si quisieras


salvar tu alma de las horribles penas del infierno, no estarías aquí, y ahorrarías al Santo
Oficio el que te juzgase! ¡A este barco únicamente le falta que ande! ¡Es perfecto! -
Pues si vuestra merced lo quiere, si en ello se empeña, andará, andará y muy lejos... -
¡Cómo! ¿A ver? - Así - dijo la Mulata. Y ligera saltó al navío, y éste, lento al principio, y
después rápido y a toda vela, desapareció con la hermosa mujer por uno de los
rincones del calabozo.

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El carcelero, mudo, inmóvil, con los ojos salidos de sus órbitas, con el cabello de punta,
y con la boca abierta, vio aquello sorprendido. ¿Y después? Hable un poeta:

Cuenta la tradición, que algunos años

Después de estos sucesos, hubo un hombre,

En la casa de locos detenido,

Y que hablaba de un barco que una noche

Bajo el suelo de México cruzaba

Llevando una mujer de altivo porte,

Era el inquisidor; de la Mulata

Nada volvió a saber, mas se supone

Que en poder del demonio está gimiendo.

¡Déjenla entre las llamas los lectores!

Leyenda urbana

La Xtabay

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Vivían en un pueblo dos mujeres; a una la apodaban los vecinos la XKEBAN,
que es como decir la pecadora, y a la otra la llamaba la UTZ-COLEL, que es
como decir mujer buena.

La XKEBAN era muy bella, pero se daba continuamente al pecado de amor.


Por esto, las gentes honradas del lugar la despreciaban y huían de ella como la
de cosa hedionda.

En más de una ocasión se había pretendido lanzarla del pueblo, aunque al fin
de cuentas prefirieron tenerla a mano para despreciarla. La UTZ-COLEL, era
virtuosa, recta y austera además de bella. Jamás había cometido un desliz de
amor y gozaba del aprecio de todo el vecindario. No obstante sus pecados, la
XKEBAN era muy compasiva y socorría a los mendigos que llegaban a ella en
demanda de auxilio, curaba a los enfermos abandonados, amparaba a los
animales; era humilde de corazón y sufría resignadamente las injurias de la
gente. Aunque virtuosa de cuerpo, la UTZ-COLEL era rígida y dura de carácter:
Desdeñaba a los humildes por considerarlos inferiores a ella y no curaba a los
enfermos por repugnancia.

Recta era su vida como un palo enhiesto, pero sufrió su corazón como la piel
de la serpiente. Un día ocurrió que los vecinos no vieron salir de su casa a la
XKEBAN, pasó otro día, y lo mismo; y otro, y otro. Pensaron que la XKEBAN
había muerto, abandonada; solamente sus animales cuidaban su cadáver,
lamiéndole las manos y ahuyentándole las moscas. El perfume que aromaba a
todo el pueblo se desprendía de su cuerpo. Cuando la noticia llegó a oídos de
la UTZ-COLEL, ésta rió despectivamente.

Es imposible que el cadáver de una gran pecadora pueda desprender perfume


alguno exclamó.

Más bien hedará a carne podrida. PERO era mujer curiosa y quiso
convencerse por sí misma. Fué al lugar, y al sentir el perfumado aroma dijo,
con sorna: Cosa del demonio debe ser, para embaucar a los hombres, y
añadió: Si el cadáver de esta mujer mala huele tan aromáticamente, mi cadáver
olerá mejor. Al entierro de la XKEBAN solo fueron los humildes a quienes había

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socorrido, los enfermos a los que había curado; pero por donde cruzó el cortejo
se fue dilatando el perfume, y al día siguiente la tumba amaneció cubierta de
flores silvestres.

Poco tiempo después falleció la UTZ-COLEL, había muerto virgen y


seguramente el cielo se abriría inmediatamente para su alma.

Pero ¡OH SORPRESA! contra lo que ella misma y todos habían esperado, su
cadáver empezó a desprender un hedor insoportable, como de carne podrida.

El vecindario lo atribuyó a malas artes del demonio y acudió en gran número a


su entierro llevando ramos de flores para adornar su tumba: Flores que al
amanecer desaparecieron por "malas artes del demonio", volvieron a decir.

Siguió pasando el tiempo, y es sabido que después de muerta la XKEBAN se


convirtió en una florecilla dulce, sencilla y olorosa llamada XTABENTUN. El
jugo de esa florecilla embriaga dulcemente tal como embriagó en vida el amor
de la XKEBAN.

En cambio, la UTZ-COLEL se convirtió después de muerta en la flor de


TZACAM, que es un cactus erizado de espinas del que brota una flor, hermosa
pero sin perfume alguno, antes bien, huele en forma desagradable y al tocarla
es fácil punzarse. Convertida la falsa mujer en la flor del TZACAM se dió a
reflexionar, envidiosa, en el extremo caso de la XKEBAN, hasta llegar a la
conclusión de que seguramente porque sus pecados habían sido de amor, le
ocurrió todo lo bueno que le ocurrió después de muerta. Y entonces pensó en
imitarla entregándose también al amor. Sin caer en la cuenta de que si las
cosas habían sucedido así, fue por la bondad del corazón de la XKEBAN, quien
se entregaba al amor por un impulso generoso y natural. Llamando en su
ayuda a los malos espíritus, la UTZ-COLEL consiguió la gracia de regresar al
mundo cada vez que lo quisiera, convertida nuevamente en mujer, para
enamorar a los hombres, pero con amor nefasto porque la dureza de su
corazón no le permitía otro.

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Pues bien, sepan los que quieran saberlo que ella es la mujer XTABAY la que
surge del TZACAM, la flor del cactus punzador y rígido, que cuando ve pasar a
un hombre vuelve a la vida y lo aguarda bajo las ceibas peinando su larga
cabellera con un trozo de TZACAM erizado de púas. Sigue a los hombres hasta
que consigue atraerlos, los seduce luego y al fin los asesina en el frenesí de un
amor infernal.

Leyenda urbana

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LA CHINA POBLANA

En la Iglesia de la Compañía, en Puebla, cerca de la puerta que comunica el


presbiterio con la sacristía, hay empotrada en la pared una lápida que señala el
lugar donde fueron enterrados los restos mortales de Catarina de San Juan. En
1907, existía una calle llamada De las Chinitas, donde Mirnha vivió.

Cuentan viejos cronistas que en el año 1609, nació en la ciudad de Indra


Prastha una princesa llamada Mirnha, de la estirpe de los mongoles de la India
Oriental. Al huir de los turcos, la familia llegó a la costa, donde arribaron los
portugueses dedicados al tráfico de esclavos. Mirnha era de color casi blanco,
cabellos claros, frente espaciosa, ojos vivos, nariz bien delineada y garboso
andar. Un día, la princesa paseaba por la playa, en compañía de un hermano
menor, fue hecha prisionera y llevada a Cochín, para después ser enviada a
Manila, en las Islas Filipinas.

El marqués de Gálvez, entonces virrey de México, encargó al gobernador de


Manila la compra "de esclavas de buen parecer y gracia para el ministerio de
su palacio". Trato de adquirir a Mirnha; pero el mercader tenía el encargo
anterior del capitán Miguel de Sosa y de su esposa, doña Margarita de Chávez.
"La chinita", fue sigilosamente embarcada para la Nueva España en 1620. Para
ser entregada al matrimonio que la recibió en México.

En el primer tercio del siglo XVII llegó al puerto de Acapulco, en la Nao de


China. La esclava oriental portaba una rara indumentaria, compuesta por una
camisa con ricos bordados, un zagalejo de brillantes colores, con lentejuelas,
unas chancletas de seda y largas trenzas. Era la primera vez que una mujer de
rasgos orientales llegaba a Acapulco y su vestimenta despertó la curiosidad de
los concurrentes a la feria que se celebraba a la llegada de la Nao. La gente se
preguntaba cómo había llegado a México aquella "China", como la llamaron de
inmediato; sin tomar en cuenta su origen hindú.

Sus dueños en Puebla bautizaron a la recién llegada en la iglesia del Santo


Ángel de Analco con el nombre de Catarina de San Juan. Se educó

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cristianamente y más que sirvienta, la vieron en todas partes como miembro de
la familia Sosa. Casó con un esclavo de origen chino, Domingo Suárez, con el
cual se rehusó a hacer vida marital. Con sus padres adoptivos seguía luciendo
sus raros ropajes, que mezcló con los indígenas, dando nacimiento al traje
típico de la China Poblana, como dio en llamarle la gente, hasta que por fin
ingresó al convento de Santa Catalina en donde logró fama de Santa.

En torno al vestido de la china poblana se conocen legendarias historias.


Catarina de San Juan vistió siempre trajes parecidos a los de la actual “China
Poblana”, por lo que se identificaba con las indias de la región y a la vez
recordaba sus trajes orientales.

Evocando sus atuendos cortesanos, la princesa copia el enredo confeccionado


con dos piezas de tela de contrastados tonos, para convertirlo en la falda
europea, amplia y con los bajos en picos, bordada de lentejuelas y chaquira. El
huipil, en la camisa española también bordada. La faja o chincuete en el rebozo
suelto, sobre los hombros y los brazos. Los colores verde, blanco y rojo fueron
adoptados más tarde, de la Bandera Nacional, una vez que México alcanzó su
independencia en el siglo XIX. Más que oriental el traje de China Poblana es
mestizo mexicano y habla claro de la fusión de las culturas indígena y
española, que cuajó en multitud de obras de gran belleza

El atuendo tradicional de la “China Poblana” se compone esencialmente de


rebozo, blusa zagalejo y zapatillas. El rebozo más apropiado es el llamado de
bolita en colores palomo y coyote. La blusa lleva bordados de chaquira en vivos
colores y es de manga corta. El castor o sea la falda, consta de dos secciones:
la superior, de unos 25 cm. aproximadamente, de percal o de seda verde, de
igual matiz que la pretina. La inferior recamada de bordados realizados en
lentejuela y chaquira en forma de flores, aves y mariposas multicolores.

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El peinado de dos trenzas, con raya en medio, lo rematan moños de listón de
los mismos colores del ceñidor. Lleva arracadas o zarcillos; en el cuello,
gargantilla de corales. En algunos casos se usa con sombrero jarano,
discretamente adornado con barbiquejo de gamuza o de cinta de popotillo. Las
zapatillas son forradas en seda verde o roja.

Muchos consideran que la leyenda de la “China Poblana” no pasa de ser eso;


leyenda. Pero la tradición ha dejado el traje, que sigue siendo usado a través
de los siglos por las mujeres mexicanas.

Leyenda nacional

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El Escudo

Una leyenda relata que los mexicas viajaron desde Aztlán, actualmente Nayarit,
buscando la señal que Huitzilopochtli les había dado para establecerse y fundar
su imperio con su centro: Tenochtitlan.

Esa señal que Huitzilopochtli les había dado era el águila y la serpiente, "un
águila posada sobre un nopal y desgarrando a una serpiente", y la hallaron en
el Valle de México, a las orillas del lago de Anáhuac, sobre un islote.

El escudo nacional presentó la señal de Huitzilopochtli: el águila, de perfil


izquierdo, erguida y posada sobre un nopal, apoyada sobre su pata izquierda
con la pata derecha y con el pico sostiene una serpiente de cascabel, que
representaba para los indígenas la renovación de la vida.

El islote presenta un listón con franjas de colores:

Verde: esperanza y victoria, blanco: pureza de ideales, rojo: sangre


derramada por los héroes de la Patria. Sobre el islote hay un nopal con tunas
rojas, símbolo del corazón de los hombres, para los aztecas. Una guirnalda
tiene un encino que simboliza la fuerza, del lado izquierdo y del lado derecho
presenta el laurel de la victoria.

Así lo describe la Ley:

El Escudo Nacional está constituido por un águila mexicana, con el perfil


izquierdo expuesto, la parte superior de las alas en un nivel más alto que el
penacho y ligeramente desplegadas en actitud de combate; con el plumaje de
sustentación hacia abajo tocando la cola y las plumas de ésta en abanico
natural. Posada su garra izquierda sobre un nopal florecido que nace en una
peña que emerge de un lago, sujeta con la derecha y con el pico, en actitud de
devorar, a una serpiente curvada, de modo que armonice con el conjunto.
Varias pencas del nopal se ramifican a los lados. Dos ramas, una de encino al
frente del águila y otra de laurel al lado opuesto, forman entre ambas un
semicírculo inferior y se unen por medio de un listón dividido en tres franjas

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que, cuando se representa el Escudo Nacional en colores naturales,
corresponden a los de la Bandera Nacional.

Cuando el Escudo Nacional se reproduzca en el reverso de la Bandera


Nacional, el águila mexicana se presentará posada en su garra derecha,
sujetando con la izquierda y el pico la serpiente curvada.

Un modelo del Escudo Nacional, autenticado por los tres poderes de la Unión,
permanecerá depositado en el Archivo General de la Nación, uno en el Museo
Nacional de Historia y otro en la Casa de Moneda.

Leyenda nacional

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LAS SANDALIAS DEL GUERRERO
(leyenda egipcia)

Hotep no siempre había sido un mendigo. Hijo de un fellah de los alrededores


de Tebas, su adversa suerte quiso que fuera incluido en una de las levas con
las que Ramsés I, el gran monarca conquistador, nutria las filas de los ejércitos
que guerreaban en Asia.

El joven no tuvo ocasión de distinguirse, pues justo en el primer encuentro con


los asirios un flechazo, traspasándole un muslo, le puso fuera de combate;
cuando finalmente pudo recobrar la salud se encontró con la pierna derecha
privada de movimiento.

Hotep no se desanimó por su adversa suerte y, uniéndose a una caterva de


guerreros, más o menos mutilados, emprendió el regreso a Tebas apoyándose
en un grueso garrote.

Con las peripecias y aventuras de tal viaje desde Mesopotamia al mar Rojo,
podría escribirse un buen volumen; habremos de contentarnos con saber que,
de guarnición en guarnición, unas veces comiendo y otras ayunando, dos
meses después de desdichada caravana llegó al delta del Nilo, lugar fijado para
la separación de los veteranos, que desde allí se desparramaron por todo
Egipto.

Hotep quedó solo con otro compañero que, nacido en una aldea inmediata a la
suya, seguía el mismo itinerario. Era el camarada un hombre ya viejo,
encanecido en la milicia debido a sus largos años de servicio y privado de la
vista, a consecuencia de una profunda herida en la cabeza.

El cojo tenía excelente fondo y, movido a compasión, se brindo a servir de


lazarillo al ciego; y así, una noche en que los dos inválidos descansaban al
abrigo de un espeso cañaveral, Hotep, que dormía plácidamente, oyó de pronto
un lastimero quejido que exhaló su compañero e incorporándose le dijo:

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-¡Hola veterano! ¿Qué es eso? Despierta, que sin duda te estás atormentando
con alguna horrible pesadilla.

-Hotep, me muero –murmuró el ciego-. Siendo que la vida se me acaba.

-¡Estás delirando! ¿Quién piensa ahora en morir?

-Me muerto, muchacho, me muero. Creía que tendría fuerzas para llegar allá,
pero no puedo. ¡Agua…! ¡Dame agua, me ahogo…!

Hotep, alarmado, corrió con cuanta ligereza permitía su cojera hasta un canal
inmediato y volvió con la calabaza llena del líquido pedido, diciendo:

-Bebe. Esto pasará, es un desvanecimiento ocasionado por el fuerte sol que


hoy nos ha hecho hervir la sangre.

-Gracias, camarada –respondió el ciego-. No temo a la muerte; hace años que


la he considerado siempre cercana. Después de todo, para no ver más la luz,
tanto me importa. Mira, en este saco va toda mi fortuna; un casco de bronce,
unos cuantos trapos y unas sandalias de cuero, que es lo que más valor tiene,
pues son casi nuevas, el material es superior y están bordadas en oro. No sé
de donde proceden, pues las encontré en la batalla en que me hirieron, atadas
a la cintura de un soldado muerto, sólo Dios sabe a quién se las robaría.
Cógelo todo si muero. Es la fortuna de un soldado que ha servido treinta años a
los faraones. ¡Bonita herencia!

Hotep se devanaban los sesos, pensando qué haría o diría en aquella


situación, que le parecía bastante grave y apurada. Por fin su compañero bebió
de nuevo y dijo:

-Puede que tengas razón y me haya equivocado; pasó la angustia y tengo


sueño. Durmamos y, si me muero, ya sabes; todo para ti.

Y volvió a tenderse entre las cañas, murmurando palabras confusas. Hotep

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siguió su ejemplo. Al poco tiempo roncaba haciendo ruda competencia a las
parleras ranas. Cuando despertó, al salir el sol, el ciego yacía a algunos pasos
de allí, tendido boca abajo.

Hotep llegó finalmente a su pueblo y continuó llevando la vida que había tenido
antes de ir a servir al faraón.

Un día, cuando el sol comenzaba a iluminar con sus espléndidos rayos, Hotep,
vistiendo su viejísimo calasiris de algodón listado, que dejaba ver por sus
múltiples desgarrones las oscuras carnes del mendigo, salió de su casa y
empezó a andar con alegría.

Apareció junto a una de las colosales esfinges que constituían la entrada del
templo. Se detuvo un momento y, sacando de un envoltorio el casco de bronce
y las sandalias que heredara del viejo guerrero, se atavió con ambas prendas,
quedando en breve espacio de tiempo convertido en la más grotesca figura que
imaginarse pueda nadie.

No parecía, sin embargo, el inválido descontento de su aparato indumentario,


pues con aire satisfecho se atusó la encrespada y revuelta cabellera, y
canturreando una canción popular se dirigió, apoyado en un grotesco bastón
que le servía de muleta, hacia una puertecilla que se divisaba casi oculta entre
las robustas piernas de la colosal estatua, que parecía guardar la entrada al
gran patio.

Hotep dio con su bastón un fuerte golpe en la hoja de la puerta y pocos


instantes después apareció en el dintel una mujer, cubierta por ajustada túnica
blanca, sostenida por una especie de tirantes de cuero rojo.

-¿Qué se te ofrece tan temprano y tan compuesto? –preguntó con burlona


sonrisa al reparar en el casco y las lujosas sandalias del mendigo-. Hoy no es
día de repartir los restos de las ofrendas…

-No vengo a pedir limosna –contestó Hotep. Y luciendo una gran sonrisa,

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añadió-: Vengo a hablar con un padre para decirle que es mi deseo pedirle tu
mano, pues quiero casarme contigo.

Los ecos del templo reprodujeron durante largo espacio de tiempo las más
sonoras y alegres carcajadas que jamás habían turbado la majestuosa calma
de aquel silencioso recinto. Hotep, sin desconcertarse por la manera como era
acogida su pretensión, dijo mirando con petulancia sus sandalias:

-Hermosa Amneris, veo que mi idea te regocija y esto me hace suponer que mi
figura no te disgusta y el resultado…

-El resultado –interrumpió la joven- será que mi padre te dará algunos palos y
te romperá la pierna que aún tienes sana.

-¡A mí, a un guerrero del faraón!

-¡Imbécil! Tú ya no eres guerrero, sino pordiosero; y si no fuera por lo que en


esta casa te hemos protegido, perjudicando a otros pobres más antiguos, hace
tiempo que estarías descansando en el cementerio en agradable compañía con
otros ilustres personajes de tu calaña.

-¿Olvidas acaso que soy propietario de una gran casa junto al canal del Castillo
Blanco?

-Sí, ya sé que tienes una barraca de adobes cuarteada y sin techo.

-No es tan mala, y además tengo… estas sandalias –dijo él mientras se miraba
los pies.

-Mira Hotep –dijo Amneris adoptando un aire protector-, sin duda algunas los
fuertes calores y todo el hambre que has sufrido en Asia han perturbado tu
razón. En primer lugar, debes saber que tengo un pretendiente muy bien
acomodado, y en segundo lugar, ¿cómo quieres que yo, hija de un guarda del
templo, corresponda al afecto de un buen muchacho como tú, pero que ha

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quedado completamente inútil para todo? ¿Cómo atenderás a mi subsistencia
con la pierna arrastrando y ese casco tan abollado…? ¡Ja…, Ja…, Ja…!

Y de nuevo la risa más retozona animó el semblante de la muchacha.

El pobre, cuya candidez le había hecho concebir las más lisonjeras


esperanzas, por única respuesta se rascó el cogote, miró a Amneris y, con
gesto de cómica desesperación, dio media vuelta y sin pronunciar una palabra
se alejó de la puerta acompañado por las carcajadas de Amneris.

-¡Pobre chico! –dijo ésta-. No es malo, pero… ¡es tan miserable!

Hotep, aunque verdaderamente anonadado por la escena narrada, tenía, como


todos los fellahs una gran dosis de mansedumbre y resignación; así que,
después de desahogar su cólera murmurando unas cuantas invectivas contra
Amneris, se encaminó hacia un grupo de palmeras que sombreaban el camino
que conducía al templo y se tumbó sobre la menuda hierba. Pocos instantes
después roncaba como un bienaventurado.

... ¡Lo que entregues, recibirás!...

Leyenda Internacional

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EL COFRE DE PANDORA (LEYENDA GRIEGA)

A pesar de haberse vengado de Prometeo de una manera muy cruel, Zeus aún
le guardaba odio por haberle enseñado a los humanos el secreto del fuego.
También estaba preocupado porque si los seres humanos se hacían más
poderosos, podían quitarle su trono en el Olimpo, por lo que ideó un plan: en
parte para vengarse aún más de Prometeo y en parte para resguardar su
posición.

Por voluntad de Zeus, su hija Nefesto modeló a una muchacha con una mezcla
de arcilla y agua. Atenea le infundió el soplo de la vida y la instruyó en las artes
femeninas de la costura y la cocina; Hermes, el dios alado, le enseñó la astucia
y el engaño, y Afrodita le mostró como conseguir que todos los hombres la
desearan. Otras diosas la vistieron de plata y le ciñeron la cabeza con una
guirnalda de flores, luego la llevaron a la presencia de Zeus.

-Toma este cofrecito-le dijo, entregándole una cajita de cobre bruñido-. Es tuyo,
llévalo siempre contigo, pero no lo abras por nada del mundo. No me preguntes
la razón y sé feliz, pues los dioses te han dado todo lo que las mujeres desean.

Pandora, que así se llamaba la muchacha, sonrió. Pensaba que el cofrecito


estaba lleno de piedras preciosas.

-Ahora tenemos que encontrarte un marido que te ame, y yo conozco al


hombre adecuado. Epimeteo. El te hará feliz.

Epimeteo era hermano de Prometeo, pero le faltaba toda la prudencia de su


hermano. Prometeo le había advertido a su hermano que no aceptara ningún
regalo de Zeus, pero él, un poco halagado y quizás temeroso de rechazarle,
aceptó a Pandora como esposa. Hermes acompañó a la muchacha a la casa
del flamante marido en el mundo de los hombres.

-Bueno, amigo Epimeteo-le dijo-. No olvides que Pandora tiene un estuche que
no debe abrir por ningún concepto.

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Epimeteo tomó el estuche y lo colocó en sitio seguro. Al principio, Pandora fue
feliz viviendo con él y olvidó el estuche, pero más tarde empezó a
reconcomerla el gusanillo de la curiosidad. "¿Por qué no podemos ver al
menos que contiene"? se preguntaba.

Luego, mientras Epimeteo dormida, abrió el cofrecito, y rápidos como el viento,


salieron todos los males que desde entonces nos afligen: el cansancio, la
pobreza, la vejez, la enfermedad, los celos, el vicio, las pasiones, la
suspicacia... Desesperada, Pandora intentó cerrar el cofrecito, pero ya era
demasiado tarde. La venganza de Zeus se había realizado: la raza humana no
podía ser tan noble como había querido Prometeo. La vida sería una lucha
constante contra dificultades de todo género. Había pocas probabilidades de
que el hombre pudiera aspirar al trono de Zeus.

Pero el triunfo del rey sobre los dioses no era completo. Una cosita de nada
había quedado en el fondo del estuche y Pandora consiguió encerrarla. Era la
esperanza. Con ella el género humano había encontrado la manera de
sobrevivir en este mundo hostil. La esperanza daba una razón para seguir
viviendo.

Leyenda Internacional

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CONCLUSIÓN

¿Las leyendas son verdaderas o falsas? Esta es una pregunta a la que no


podemos contestar con certeza, aunque podemos destacar que es una mezcla
de hechos y fantasía.
Después de haber hecho el trabajo, cuyo tema es “conociendo nuestras
leyendas”, llegamos a la conclusión de que las leyendas son parte de nuestra
historia. Escogimos estas leyendas porque encontramos información, que nos
intereso mucho y que al parecer al lector podría gustarle, pero al avanzar en
nuestro trabajo lo que en principio fue una obligación se convirtió en un interés,
así que seguimos buscando leyendas y lo único que encontramos fue
confusión y contradicción. Comparáramos varias leyendas de nuestra
comunidad así como de otros lugares y nos dimos cuenta de que en cada lugar
del mundo tenían leyendas muy diferentes pero todas muy interesantes.
Las grandes leyendas han sobrevivido y perdurado de generación en
generación por la memoria de los pueblos.

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BIBLIOGRAFIA

Leyendas prehispánicas

www.guiascostarica.com/mitos/mexico05.htm

http://www.guiascostarica.com/mitos/mexico03.htm

Leyendas Regionales o locales

http://esquinadelperro.blogspot.com/2007/09/la-esquina-del-perro-cuentan-que-
esta.html

Leyendas Urbanas

www.lointeresante.com/la-leyenda-de-la-llorona

www.angelfire.com/ne/bernardino3/xtabay.html

Leyendas Nacionales

www.uv.mx/popularte/esp/scriptphp.php?sid=502

www.redmexicana.com/.../escudo.asp

Leyendas Internacionales

egiptoblogs.wordpress.com/.../las-sandalias-del-guerrero/

leyendas-paganas.blogspot.com/.../el-cofre-de-pandora-leyenda-griega.html

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