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La frase que inicia este texto fue pronunciada por Mercedes, esposa de
Gabo, cuando éste finalmente concluyó su obra después de meses de
penurias económicas e incertidumbre, pero lleno de apoyo familiar
cuando desistía de escribir la novela. Finalmente, de las mil 300 páginas
sólo quedaron 490, escritas con la ayuda de 30 mil cigarros. Gabo le
envió la novela a Carlos Barral, encargado de una de las casas
editoriales más importantes de habla hispana, quien se limitó a responder
que la "novela era mala y que definitivamente no tendría éxito". Con la
perseverancia de quien ha volcado su vida en el acomodo de las letras,
Gabo la envió a Francisco Porrúa, director literario de la editorial
Sudamericana en Buenos Aires, las 590 cuartillas de su obra fueron
divididas en dos partes debido al poco dinero con el que la familia
contaba. Porrúa, quien ya conocía la obra de Márquez gracias a Luis
Hars, terminó de leerla y la publicó en Argentina. El resto es historia.
Sin embargo, detrás de la historia que bien podría inspirar otra novela,
existe otra versión, una que parece se develará gracias a los estudios de
Álvaro Santana Acuña, docente de la Universidad de Harvard, y quien
escribe un libro sobre la transformación de unos de los clásicos
mundiales.
Según lo escrito por Santana, y de lo que podemos tener un adelanto en
la revista Nexos en 2014, el trasfondo de la historia de Cien años de
soledad incluye a William Faulkner, Fidel Castro, la familia Rockefeller y
la CIA. La investigación de Santana sostiene que Gabo comenzó a
escribir Cien años de soledad en 1950, cuando publicó en la
revista Crónica -publicación colombiana- La casa de los
Buendía (Apuntes para una novela), en el que ya figuraban algunos de
los elementos característicos de Macondo.