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SERGIO CUETO FRAGMENTOS SOBRE LA ENTONACION ENSAYISTICA Kierkegaard: “Mi propia no-verdad no puedo descubrirla sino solo, s6lo es descubierta, en efecto, cuando soy yo quien la descubre; antes no Jo es en absoluto, aunque el mundo entero la hubiera sabido”. La frase de Kierkegaard que figura alli, cerca del titulo, negindose a hablar demasiado alto, suspende el lenguaje autoritario que siempre se cierne sobre la literatura. Seria, pues, desconocer su singular modestia ponerla all{ arriba para que vigile el discurso que de ella, como de una fuente, brota, ha brotado ya; para que a ella vuelva y repose, finalmente, bajo la forma de la conclusion. Una frase tal se sitta, en cambio, en me- dio de una abertura inmemorial, porque cerrada. Una frase tal nos en- frenta, cada vez de nuevo, con su sonrisa de Esfinge, a nuestra verdad de olvido. Una frase tal nos ensefia, calladamente, que todo punto es una en- crucijada. Una frase tal sitda, y se sitda en, el camino del ensayo. Mi propia no-verdad sélo puedo descubrirla solo. 4. tal descubri- miento lo lamaremos —y habré que mostrar la necesidad del nombre— ensayo. Por el ensayo, por la soledad que el ensayo me impone (una sole- dad extremadamente distante y distinta de la introspeccién y el recogi- miento), descubro que mi verdad es una no-verdad, descubro nada, la no-verdad que soy. (Afirmaciones apresuradas, sin duda. Pero no porque no hayan sido © no puedan nunca ser demostradas, sino precisamente por su tal vez in- salvable generalidad. Afirmaciones, pues, que seria indtil —e imposible— desarrollar, que s6lo pueden ser afirmadas, enyadas de nuevo en otro lugar). 18 Refiriéndose a Wakefield, Borges recuerda que Hawthorne conoci esa extraordinaria historia en un diario: “Hawthorne leyé con inquietud el curioso caso y traté de entenderlo, de imaginarlo. Cavilé sobre el tema; el cuento Wakefield es la historia conjetural de ese desterrado”. El ensayo no es un género. El cuento Wakefield, dice Borges. es un ensayo: ensaya la interpretacion de un enigma, para entenderlo lo imagi- na, lo cuenta, conjetura una respuesta que permanece conjetural, abre a otras interrogaciones, es la misma interrogacién que no se cierra (y que atrae a Borges al centro de su herida). El ensayo no es un género: es el experimento (la experiencia) de lo inquietante que no me deja generalizar. (Algo me inquieta, y a menudo ese algo soy yo mismo). EI ensayo es siempre la historia de un destierro, de un desterrado: no menos de Wakefield que de Hawthorne, no menos de Hawthorne que de Borges. . . Sabemus (Borges nus lo recuerda) de la reclusion de Hawthorne por el mismo Hawthorne. Un hombre se encierra en su cuarto, casi sin saber- lo, como en una tumba, como en la soledad sin salida de una tumba, y comienza, innumerablemente, a escribir. Y entre otras cosas escribe, tam- bién, de su curiosa reclusién. Wakefield seria, se ha dicho, una alegoria de la reclusion de Haw- thorne. Pero ello no significa que el hecho biogréfico explique la inven- cin literaria. “Los dioses —canta la Odisea— tejen desdichas para que a los hom- bres no les falte algo que cantar”. Hawthorne, dice Borges, se aparté de los hombres para que no faltara en el universo la singular historia de Wa- kefield. Tensién paradéjica ¢ irreductible. Hawthorne se destierra del mun- 19 do y de sf para que Wakefield exista, Hawthorne escribe Wakefield para entender su reclusidn, su destierro, para entender esa verdad que sdlo es la suya. Hacer de la vida un relato, un suefio. Relatar el suefio, atroz, de ese exilio. Los dos gestos son, de algtin modo, el mismo. (“Que un hombre escriba un cuento y compruebe que éste se desa- rrolla contra sus intenciones; que los personajes no obren como él que- ria; que ocurran hechos no previstos por él y que se acerque una ca- tdstrofe que él trate, en vano, de evitar. Ese cuento podria prefigurar su propio destino y uno de los personajes es 61”). “Hawthorne, el sofiador”, dice Borges. Podria haber puesto en su boca las palabras que Dios le dice a Shakespeare en el Cielo 0 en el um- bral del Cielo: “Yo tampoco soy: yo sofié el mundo como td sofiaste tu obra, mi Shakesperare, y entre las formas de mi suefio estas tu, que co- mo yo eres muchos y nadie’’. Hawthorne, el sonador. Nadie que suefla, en que se sueflan las for- mas del mundo. Tal el descubrimiento. Wakefield le ensefia a Hawthorne que él tam- poco es, que el destierro, la pesadilla los igualan en un espacio de absolu- ta desigualdad, donde no cabe el reconocimiento. Experiencia de ensayista. Trato de descubrir qué (me) pasa (a mi) cuando leo (por qué me inquieta eso que leo). ¥ no lo descubro sino es- cribiendo. Pero al escribir, la literatura me desposee de ese saber. Expe- rimento la medida de mi verdad en la imposibilidad de experimentarla, experimenténdola como no-verdad esencial. jA quién recurrir? “Mi propia no-verdad no puedo descubrisla si- no solo, sélo es descubierta, en efecto, cuando soy yo quien la descu- bre; antes no Io es cn absoluto, aunque el mundo entero la hubiera sa- bido”.

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