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ESCUCHANDO VOCES
El mito de los juicios de género
Dana Ward
Pitzer College. Japón
RESUMEN ABSTRACT
Este articulo analiza el trabajo de Carol This article dealing with Carol Gilligan's
Gilligan sobre las diferencias de género work on gender differences in moral rea-
en el razonamiento moral. Un objetivo soning. A main purpose is to demonstrate
central será demostrar que a pesar de la that despite acceptance of her view, Gilli-
aceptación de su visión, Gilligan ha fal- gan have seriously misrepresented Pia-
seado seriamente la investigación de Pia- gets's research. I will identify one glaring
get. Identificaré una clara distorsión en la distorsion at the very core of Gilligan's
misma esencia de la teoría de Gilligan, y theory, and I will review the empirical
revisaré las polémicas empíricas y teóri- and theoretical controversies surrounding
cas en torno a la «voz diferente». El traba- the «different voice».The work Gilligan's
jo de Gilligan ha suscitado cuestiones has raised important issues, but it is un-
interesantes, pero es desafortunado que fortunate that she raised the issues in the
las haya planteado en el contexto de las context of gender differences, for the im-
diferencias de género, puesto que la im- portance of what she has to say may be
portancia de lo que ha dicho se oscurece obscured by a commitment to finding
por su compromiso de encontrar diferen- gender differences where there are none.
cias de género donde no las hay. De As Martha Mednick noted, the popularity
acuerdo con Martha Mednick, la popula- of Gilligan's notion of a different voice is
ridad de la noción de una voz diferente de more a political and ideological stance
Gilligan se debe más a razones políticas e than it is an intellectual one.
ideológicas que intelectuales.
«son parecidos por cuanto la cooperación entre los jugadores produce la dis-
minución gradual del misticismo de la norma: la norma ya no es un imperati-
vo que provenga del adulto y se acepte sin discusión, es un acuerdo resultante
de la cooperación misma. » (Piaget, 1965, p. 83).
Piaget llega a decir que las niñas están «menos interesadas en las ela-
boraciones legales», pero en el contexto de su teoría general esto tiene una
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Según Piaget, por tanto, las niñas empiezan antes que los niños a po-
der modificar las reglas para mantener el espíritu de cooperación necesario
en la interacción social y son capaces de renegociar democráticamente los
acuerdos. En términos de Piaget, la chica llega a ser «soberano y legisla-
dor» antes que el niño. La «innovación« no representa una orientación
hacia las normas menos desarrollada, tal como Gilligan argumentó, sino
que manifiesta precisamente la orientación necesaria para mantener el res-
peto al espíritu, más que a la letra, de la ley.
Quizás los niños son más vehementes con las reglas debido a que las
necesitan más que las niñas para controlar su agresión (una de las muy po-
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cas diferencias de sexo que parece haberse probado (Deaux, 1984), aunque
quizás se ha sobreestimado, (McNeely y Robinson-Simpson, 1987) y así
mantener orden social. El resultado es que los niños no manifiestan la
flexibilidad hacia reglas tan temprano como las niñas, pero unos y otros al
final llegan al mismo destino en materialmente el mismo tiempo. Fi-
nalmente, niños y niñas razonan sobre las normas de la manera misma. En
definitiva, la subordinación de Piaget de las mujeres es precisamente un mi-
to como el de la supuesta omisión de las niñas en sus temas de estudio.
Además, es cuestionable la importancia que Piaget concede al « sentido
legal» en su concepción del desarrollo de razonamiento moral. En realidad,
incluso hay menos referencias en el índice al «elemento legal» que las que
hay para las niñas. Si la importancia de un tema se refleja en el número de
referencias en el índice, tal como Gilligan argumenta respecto de las niñas
(1982, p. 18), entonces el elemento legal es prácticamente insignificante.
Claramente, para valorar la centralidad de cualquier concepto es mejor
fiarse del texto que del índice. Desde tal perspectiva, en lugar de centrarse
en el sentido legal en sí mismo, debe resaltarse el papel de las normas en el
desarrollo de la cooperación, y en que lo que es central para el desarrollo
moral es el reconocimiento de que de hecho las normas no son tan impor-
tantes en sí mismas, sino en cuanto que establecen el marco para la interac-
ción social. Las normas son importantes en la medida que son sociales, en
cuanto que unen a las personas en una comprensión compartida de como
comportase con otros. Si la aplicación concreta de una regla rompe el tejido
social, entonces el juicio moral maduro necesita cambios. No es el senti-
miento legal lo que es central al desarrollo moral, sino el conocimiento de
cuándo la norma es inadecuada y la autonomía necesaria para renegociar
las reglas de interacción humana o transgredir aquellas normas cuando no
ajustan la situación. En definitiva, la caracterización que Gilligan realiza
del trabajo de Piaget: 1) omite el hecho de que Piaget estudió a las niñas, 2)
fundamentalmente interpreta mal el significado que Piaget confiere a las
diferencias de sexos en el razonamiento moral y 3) interpreta equivocada-
mente la importancia del «elemento legal» en el desarrollo moral.
El mito de la omisión y el mito de la subordinación son significativos
porque el proyecto de Gilligan se basa en la idea de que «las teorías en
otros tiempos consideradas sexualmente neutrales en su objetividad cientí-
fica reflejan, en cambio, un consistente sesgo empírico y evaluativo» (1982,
p. 6). Estos sesgos se derivan, en la visión de Gilligan, del hecho que las
descripciones del desarrollo humano se han fundamentado en muestras que
han excluido a las mujeres y las teorías han sido desarrolladas por hombres.
Cuando las mujeres no se han ajustado a esas descripciones, se las ha con-
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siderado «diferentes» (1982, p. 6). Aunque existen muchas teorías que re-
flejan «la diferencia de las mujeres», la de Piaget, y como veremos, la de
Kohlberg no se pueden incluir entre ellas.
Antes de volver a Kohlberg, es importante considerar porqué los mitos
de omisión y subordinación persisten, incluso en casos en los que se reco-
noce explícitamente que Piaget estudió a las niñas (por ejemplo, Belenky y
cols. p. 101, a pesar de los comentarios de la página, 9). Parece ser algo
más que simplemente el uso descuidado de lenguaje. Estos mitos represen-
tan una inversión en el descubrimiento de diferencias de género en el razo-
namiento moral, que puede sesgar la interpretación de las teorías y los da-
tos. Los mitos asimismo pueden representar un tipo de inversión sexista en
la que se concibe a los varones como incapaces o reacios a comprender a
las mujeres.
Gilligan e incluso algunos de sus críticos aceptan que hay diferencias
de género inevitables basadas en el dimorfismo sexual. En los últimos es-
critos, Gilligan argumentó que:
«Existen experiencias que pertenecen a los hombres y a las mujeres como gé-
neros naturales biológicos, no como la consecuencia de la socialización ... Por
eso ... es irrazonable, y realmente injustificado, sacar conclusiones sobre la
madurez moral per se a partir de las experiencias que son, necesariamente, co-
nocibles sólo por mitad de la raza humano» (Code, 1983, p. 551).
En este punto, Gilligan más que rebatir nuestra concepción de cómo las
personas razonan sobre las cuestiones de la justicia, añade una dimensión a
nuestra concepción del razonamiento moral; una dimensión que es válida
para hombres y mujeres, pero que, argumenta, predomina más en las muje-
res porque los niños en la mayoría de culturas reciben los cuidados mater-
nos, produciendo dilemas diferentes en el desarrollo de los niños y las ni-
ñas, y en consecuencia orientaciones morales diferentes. Pero, como se ad-
vierte, se modifica el campo de debate no tanto porque Piaget y Kohlberg
no tuvieran en cuenta a las mujeres en sus esquemas conceptuales como
porque estudiaron un tema muy diferente de la cuestión planteada por Gi-
lligan. En resumen, el razonamiento sobre la justicia no es todo lo que exis-
te en el desarrollo moral, un punto de vista que tanto Piaget como Kohlberg
fácilmente reconocieron (Ver también Flanagan y Adler, 1983 y Flanagan y
Jackson, 1987). Queda por ver si la dimensión añadida, que Gilligan está
desarrollando, altera nuestra concepción del papel específico que el razo-
namiento de la justicia juega en el desarrollo moral en general. Hay que
prestar atención en primer lugar a las pruebas existentes sobre las diferen-
cias de género en la orientación moral y después entrar en las cuestiones
teóricas.
Si Gilligan tiene razón que el género origina diferencias en el modo en
que las personas razonan sobre las cuestiones morales, empíricamente debe
darse el caso de que la orientación de asistencia sea más frecuente entre las
mujeres y la de justicia más frecuente entre los hombres, aún cuando no
existan diferencias de género en las etapas de razonamiento moral, ya sea
de una orientación de asistencia o de justicia. Hasta ahora los datos sobre
esta cuestión son ambiguos. Langdale (1986) y Lyons (1983), utilizando los
mismos datos y métodos de análisis, encontraron una relación muy signifi-
cativa y fuerte entre el género y la orientación moral. Donenberg y Hoff-
man (1988), utilizando el sistema de codificación de Lyons con un conjunto
diferente de datos, también encontraron que en general los niños estaban
más orientados a la justicia que las niñas. Pero además encontraron que 1)
niños y niñas utilizaron ideas de asistencia más a menudo que considera-
ciones de justicia cuando construyeron un dilema que cuando lo resolvían,
y 2) en los dilemas interpersonales los niños no recalcaron la moralidad de
la justicia significativamente más que la asistencia. (Según parece la ten-
dencia a emplear la orientación de justicia o de asistencia está muy influida
por la naturaleza del dilema al que debe hacerse frente, por ejemplo, Clop-
ton, et al., 1993).
Sin embargo, otros dos estudios no encontraron diferencias significati-
vas entre la tendencia de los hombres y mujeres a utilizar orientaciones de
asistencia y justicia. Ford y Lowery (1986) encontraron que las mujeres
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puesta no puede ser codificada en las dos orientaciones, mientras que las
respuestas en el estudio de Rothbart y cols., y en el de Clopton y cols. podí-
an estar codificadas como asistencia y justicia. Esto es importante porque a
menudo no existe una separación nítida de las dos perspectivas: «Si se pre-
ocupa por y es consciente del bienestar de otras personas, se deduce casi
por definición que les tratará en un modo que se ajuste a sus normas de lo
que es moralmente justo» (Furby, 1986, p. 175). Es decir, se preocupará por
alguien, tratándole justamente. Realmente, «es difícil comprender cómo
podemos enseñar a los niños la bondad sin enseñarles ciertas cosas sobre la
justicia, pero es igualmente difícil comprender cómo podemos inculcarles
la justicia sin enseñarles ciertas cosas sobre la bondad y la sensibilidad».
(Flanagan y Jackson, 1987, p. 635). Así, un sistema de codificación que
exige puntuaciones en la justicia o la asistencia, y no en ambas, limita arti-
ficialmente la complejidad de la relación entre asistencia y justicia.
Hay también pruebas a partir del material de Lyon que ponen en cues-
tión un procedimiento que prohíbe la doble puntuación en asistencia y jus-
ticia. Lyons (1983) cita a uno de sus sujetos varones como sigue: «Pienso
en mis amigos y luego en mi madre. Y entonces pienso en lo que es correc-
to hacer». Se le pregunta entonces a Jeff cómo sabe lo que es correcto hacer
y responde, «porque usualmente las cosas diferentes van antes que las otras
cosas. Puesto que su madre —aunque debe preguntarle de nuevo— está en
su casa». Lyons comenta,«Para Jeffrey, el tener una regla ... le permite re-
solver el dilema de elección». (p, 131). Sin embargo, la regla es expresada
en términos de relaciones del interpersonales. En este caso hay una norma
para determinar lo bueno y lo malo, pero es una norma que ordena las rela-
ciones de forma que la familia está antes que los amigos. Jeff responde a las
necesidades de su familia antes que a las del amigo. Necesitamos tener mu-
cha más información para comprender esta afirmación en su contexto más
general, pero es evidente que una u otra puntuación restringe la riqueza de
los datos y menosprecia la complejidad del razonamiento.
En la nueva guía de Gilligan para leer dilemas morales (Brown, y cola-
boradores, 1988), las contestaciones pueden ser puntuadas bien como justi-
cia o asistencia o bien ambas. Por eso, no debemos tomar los resultados de
los artículos iniciales de Lyons y Langsdale demasiado en serio en vista de
que se basaron en un sistema de puntuación ya no en uso, y que exageraba
las diferencias en la utilización de las orientaciones de asistencia y de jus-
ticia.
En resumen, la cuestión de si hay diferencias de género en el uso de la
orientación de asistencia y de justicia, aunque no está resuelta, parece estar
en la misma dirección que la investigación sobre la orientación de la justi-
cia. Es decir, hombres y mujeres utilizan ambas orientaciones con la misma
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ción del género. Para abreviar, nos enfrentamos a un dilema. ¿Podría consi-
derarse la teoría de Gilligan como una mejora de la teoría de Piaget y de
Kohlberg, reemplazando su teoría, o no guarda ninguna relación?.
Para decidir esta cuestión debe hacerse notar que Piaget y Kohlberg re-
conocieron que el razonamiento sobre cuestiones de justicia no agota la fi-
losofía moral y psicología moral. En la literatura sobre la justicia existe una
literatura completamente diferente con un conjunto distinto de temas que
plantean la cuestión del bien. Algunos críticos han argumentado que la teo-
ría de Gilligan plantea las cuestiones del bien, no de la justicia. Sin embar-
go, a diferencia de la justicia, no existe ninguna concepción universal del
bien. En cuanto uno comienza a formular una concepción de ese tipo, se
desplaza hacia los tipos de afirmaciones más fácilmente asociados a temas
de la justicia. Por ejemplo, Braebeck ha sugerido que «la propia ética de
asistencia de Gilligan una abstracción universal de un imperativo concreto
que argumenta que debe gobernar la elección moral: No infligir daño, no
dejar abandonado a nadie». (1983, p. 288). Pero dado que la ética de asis-
tencia requiere contextualización, está claro que hay contextos en que es
imposible no infligir daño o abandonar alguien si uno debe escoger entre
dos cursos de acción.
Me parece que la ética de asistencia y la ética de la justicia no son ni
complementarias ni mutuamente exclusivas, pero se ponen en marcha en
momentos diferentes entre el juicio moral y la acción. En este punto argu-
mentaría que el razonamiento de justicia responde a la cuestión de lo que
una persona haría en una situación particular. La ética de asistencia entrar
en juego en el proceso de juicios contextualizados, en el proceso de decidir
qué hará. La teoría de Piaget y Kohlberg, entonces, es una teoría del juicio
moral. La de Gilligan es una teoría de acción moral (como en el caso, por
ejemplo, de si decirle a un amigo quién le estafó). Esto no quiere decir que
estén totalmente disociados, el acto de juzgar es el acto de llevar a cabo ac-
ciones en la mente de uno. Pero sabemos que las situaciones pueden muy a
menudo sobreponerse a las características la personalidad, incluyendo los
juicios morales, como demuestran los experimentos de Milgram. Como Gi-
lligan hizo notar en Justice and Responsibility «los principios éticos cuando
se ponen en práctica se enredan con los hechos de la experiencia ... Mien-
tras el juicio es hipotético, esta tensión permanece en el fondo, pero fácil-
mente aparece en la combinación de lo ideal con lo real.» (1980, p. 225).
Podría ser también el caso, como Kohlberg argumentó, que la ética de asis-
tencia entrara en juego en las etapas más superiores del razonamiento mo-
ral, cuando el individuo puede evaluar lo real a partir de lo ideal. En ese
caso, el trabajo de Gilligan puede ayudarnos a poner en orden las polémicas
que rodean los niveles más altos de razonamiento moral (ver Fishkin, et al.,
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por alto el hecho de que su doctrina sirve para segregar a las mujeres en su
propia cultura, lo que aumenta la división social a lo largo del género, y que
puede seriamente debilitar la academia americana. Tampoco les preocupa a es-
tas feministas que su enseñanza permita a los hombres inseguros una vez más
patrocinar y denigrar a las mujeres como el sexo ingenuo que piensa con su
corazón, no con su cabeza. » (Sommers, 1994, pp. 76-77).
Referencias