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Mi Amada Claudia

Huancayo, la ciudad más importante de la sierra central del Perú y ubicada al


sur del valle del Mantaro, poseedora de lindos ríos y amplios jardines, cuya
distracción para los niños y jóvenes son los carruseles, parques, circos y paseos
en botes.

Cerca del hermoso río Sullcas, existe un barrio denominado “Barrio de los
Próceres”; nací en este humilde pueblo de apenas 2700 habitantes; transcurrían
los años 60 y yo con apenas 17 años de edad ya dejaría mi hogar y marcharía
asía la capital para hacer realidad mi deseo que era estudiar en la mejor
universidad del Perú, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

De niño recuerdo a mi padre cuando enojado repetía su clásica frase, “muchacho


del demonio todo lo que llega a tus manos lo desarmas, acaso te pican las
manos” tal vez ya en el fondo de su ser tenía el presentimiento que estaba
criando a un futuro ingeniero y es por eso que aun que desarmaba todo y casi
nunca podía volver a armarlo el seguía obsequiándome cosas cada vez más
difíciles de armar.

Era viernes, aquella noche en la estación de tranvía, mi hermana Anita con


apenas 13 añitos no dejaba de sollozar, recostada ella en los hombros de su
inseparable amiga Claudia, aquella compañera de clases de cabellos largos y
pequeñas pequitas en su mejilla. Me despedí de mamá quien enjuagaba sus
lágrimas en mi rostro y no dejaba de darme la bendición, luego siguieron todos
mis familiares, pero sabía que faltaba alguien… si, Claudita, aquella jovencita
espero pacientemente su turno, me abrazo y sentí su mejilla sonrosada y muy
tibia, la abrase y le quede mirando, no pude pronunciar palabra alguna, pero en
mi interior solo quería decirle “te cuidas mucho y espérame que un día volveré”.

Subí al tranvía con la tía Lupita; Logré conciliar el sueño llorando como un niño,
nunca quise que los míos observaran mi pesar. Tendría muchos retos que
cumplir y metas que lograr en Lima; esa ciudad me daba miedo, siempre escuche
comentar a mis tíos que en ese lugar había mucha gente y que no eran muy
buenos, que existía mucho ruido, pero sabía que mi destino se escribiría allí, con
costumbres diferentes, con alimentos diferentes y sobretodo alejado de mis
familiares y de Claudia, aquella jovencita que desde que la vi despertó en mí una
sensación de amor y respeto. Tendría que convertirme en un gran Ingeniero
Mecánico y ella sería mi inspiración.

No existía semana alguna que no recibiera carta de mis padres y de mi Claudita,


esa jovencita que cada día me inspiraba para seguir adelante; sin darme cuenta
había transcurrido 4 años de mi partida y como comprenderán en los años 60 no
era muy común viajar de lima a mi tierra amada.

Me quede observando una foto en la que aparecía ella junto a sus padres, estaba
hermosa y hecha toda una mujer, había concluido sus estudios secundarios y su
deseo era llegar a la capital e iniciar sus estudios de medicina.

Aquel domingo espere pacientemente la llegada del tranvía proveniente de


Huancayo, mi gran deseo era volver a verla y poder escuchar de sus propios
labios todo lo que expresaba en sus cartas y las cuales fueron retribuidas por mi
inspiración.

No me fue muy difícil reconocerla, sus facciones eran bien dibujadas, sus
pestañas largas y media rizar y sus labios incitaban besarlas, había convertidose
en una bella mujer. Me sonrió y yo me sonroje como un niño como cuando una
madre acaricia sus mejillas de uno delante de sus compañeros.

Yo me daba tiempo para acompañarla en esta nueva ciudad, realizo sus trámites
correspondientes para poder intentar una vacante en la UNMSM.

Aquel día que ingreso a la facultad de medicina lo recuerdo como el día más feliz
de ella, lloro como una niña, salto como una atleta, reía como loca y me abrazaba
y me besaba como cuando uno logra el mayor de sus sueños y espera que ese
momento nunca acabe. pero también lo recuerdo como el día más triste para mí
porque nunca más poder verla, y hoy a mis 65 años de edad siento la nostalgia
de tenerla a mi lado, porque siempre supe que pude haber hecho más por ella y
no lo hice, lloro y nadie entiende mi pesar. Nunca conté a mis hijos de esto, pero
aun hoy al escribir estas palabras no logro contenerme y me quiebro y no logro
completar la siguiente frase.
Fue un jueves después de su examen de anatomía que ella comenzó a sentir
ese dolor en el pecho, pensamos que aquella comida fue la causante, pero
comprendimos luego que solo era el inicio de un final triste… cuando le
practicaron los análisis en la misma facultad y le detectaron que posiblemente
tendría una arteria que no trabajaba bien y que esta irrigaba el corazón, yo
debería haber investigado más de este caso, pero mi mundo giraba en torno a
números, formulas y trazos.

Dos días después cuando nos dirigíamos al comedor de su facultad y ella me


contaba de un extraño dolor en el brazo que le había aparecido la noche anterior
y yo confundiéndola con mi hidrodinámica y mis proyectos de aerostática no me
di cuenta lo que me trataba de decir y cuando volteé a verla ella ya se había
desvanecido a mi costado. No supe nunca que hacer solo recuerdo que le
echaba aire, que gritaba por ayuda, que lloraba pronunciando su nombre, que le
imploraba que no se vaya, que no me deje…

Si hubiera investigado algo más de tu enfermedad, si hubiera aprendido a


cuidarte, si hubiera vivido para ti, tal vez hoy no estuviera contando mi triste
historia. Mi Claudia dulce y pura, nunca cumplí mi promesa de cuidarte hasta mi
muerte y hoy solo lloro tu partida recordando tus frases escritas en esas cartas
que guardo para mí, aquellas líneas borrosas por mis lágrimas que solo yo las
entiendo y comprendo.

FIN

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