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LA INDEPENDENCIA, 1808-1825
El c o l a p s o d e l ré g im e n e s p a ñ o l, 1808-1810
E N T R E 1780 Y 1808, las elites criollas ac en tu aro n sus críticas contra el régim en
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f I SIXIKJA nr: G n omhia. I ’ ais i RACMi:\r\rx'), síx urjAO d ivid id a 149
ellos dijo qu e en ese m o m ento había q u erid o convocar u n a junta en Santa Fe). El
cabildo, d o m in ad o p o r criollos, tam bién p ro p u so q u e el juram ento de lealtad a
F ernando vii fuera ex p resad o p o r un notable hispanoam ericano, pero la A u d ien
cia le confirió este h o n o r a un español. C uando los líderes criollos p ro p u siero n
la form ación d e n u ev a s m ilicias locales para d efender el reino, el virrey se negó,
pues tem ía q u e se v olviesen en su contra. No obstante, a p artir de septiem bre de
1808, los criollos n eo g ran ad in o s parecen haber q u erid o ap o y ar a E spaña y a su
fam ilia real co n tra el enem igo francés.
Pero las d iv ersas ju n tas en España no p u d iero n conservar la lealtad crio
lla d u ra n te m u ch o tiem po. Si la desaparición del rey justificaba la creación de
juntas en E spaña, ¿p o r q u é no habrían de crearse ju n tas autónom as tam bién en
H ispanoam érica? A d em ás, la a u to rid a d de los gobiernos ad hoc en la península
se veía m in ad a p o r su m ism a precariedad. Pese a algunas victorias significativas
contra los franceses a m ed iad o s de 1808, hacia fines de ese año el ejército francés,
por entonces con 300.000 efectivos, dom inaba gran p arte de la península. En d i
ciem bre de 1808, los franceses se tom aron M adrid y obligaron a la Junta C entral
de A ranjuez a esc ap ar a Sevilla; m ás tarde, la Junta C entral tuvo que h u ir aú n
m ás al sur, a C ádiz, y to do pareció indicar que m uy p ro n to se vería expulsada
del to d o de España.
La cred ib ilid ad d e la Junta C entral sufrió aú n m ás p o r su em peño en im
p ed ir q u e las noticias so b re las d erro tas españolas llegaran a H ispanoam érica, y
en hacer aparecer los descalabros com o si fueran victorias. En 1809, ya los h isp a
noam ericanos co m en z aro n a percibir la Junta C entral com o débil y evasiva. Los
notables criollos, q u e no confiaban en las noticias que recibían de España, creían
lo peor: que los franceses estaban por elim inar los últim os vestigios de au to rid ad
españ o la en la p en ín su la. Y si los franceses conseguían abolir la últim a junta
española, se p re g u n ta b a n los notables, ¿acaso sus g obernadores coloniales reco
nocerían el rég im en francés, así com o habían reconocido a las juntas españolas,
con tal d e co n serv ar su s cargos?
Irónicam ente, los esfuerzos desplegados p o r las sucesivas juntas en E spa
ña para fortalecer su p ro p ia au to rid a d m inaron la de los funcionarios coloniales.
En la p ro p a g an d a autojustificatoria que enviaban a las colonias, las juntas hacían
hincapié en la co rru p ció n d e M anuel G odoy y en la connivencia con N apoleón
en los años an terio res a la crisis im perial. Esta p ro p ag an d a, originada en la p e
nínsu la m ism a, allan ó el cam ino para que los criollos cuestionaran la au to rid ad
de los funcionarios coloniales, m uchos de los cuales habían sido nom brados
por G odoy o d u ra n te la época en que este ejerció el p o d er d etrás del trono. Los
criollos n eo g ran ad in o s com enzaron a criticar al virrey en Santa Fe y a m uchos
g obern ad o res p ro v in ciales españoles, tildándolos de "criatu ras del vil G odoy".
Al esfum arse el control español de la península, creció enorm em ente la im
portancia de H isp an o am érica en el im perio. U na inm ensa cola colonial aparecía
p egad a d ébilm ente a u n perro m etropolitano casi im perceptible. Para ganarse la
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H iv io r ia nt: Coi o m b i a . P a ís i-r a c a h m -m x ), s íx u-i m o d iv id id a 151
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José A cev e d o y C on q u istad ores, El Rosario, C om ercio. Procurador, San G il, 1797.
G ó m ez, n. en M on- en com en d eros, gram ática y D ip u ta d o con su lar, Santa Fe, 1799.
g u í d e Charalá (San cargos en el ca filosofía; no Juez d e com ercio, Santa Fe, 1801.
Gil), 1773. b ild o, San Gil. d erecho. R egidor p erp etu o, Santa Fe. 1808.
José María C astillo Padre n. en Es El Rosario, Profesor, d erech o civil. El Rosario.
y Rada, n. en Carta paña, alto oficial derecho. A bogado. Regidor, síndico p rocu ra
gena, 1776. m ilitar, Cartagena; dor cab ild o d e Santa Fe, 1808.
m adre d e fam ilia
criolla notable.
(Continúa)
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H iv i 'o r i a o c C o l o m b ia . I ’ .m s i-r a c m l m a i x ), s c x il d a o u i\ id id a 153
Pedro G root y Padre n. en S e San Bartolom é, A lférez real, sín d ico, alcalde, Santa
A lea, n. en Santa villa, co m ercian te, derecho. Fe, ca. 1782. Fiel ejecutor en p rop ie
Fe, 1755. cap itán, m ilicia d ad , 1784. T esorero oficial. C onta
d e caballería en dor, P opayán , 1788. T esorero real,
Santa Fe, alcald e Santa Fe, 1795-1810.
y regid or en Santa
Fe, 1759-1761, fiel
ejecutor en p ro p ie
dad.
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Los males de las Américas no son para ellos, que no los sienten... Un mal camino
se les allana provisionalm ente para su tránsito; no lo han de pasar por segunda
vez, y así nada les im porta que el infeliz labrador, que arrastra sus frutos sobre sus
hombros, lo riegue con su sudor o con su sangre.
El g o b ern an te español, "en fin, ignora los bienes y los m ales del pueblo
que rige... solo se ap re su ra a atesorar riquezas para transplantarlas al suelo que
le vio nacer". T orres concluyó que solam ente el español am ericano conocía sus
intereses. Por consiguiente, era necesario no solo au m en tar la representación
am ericana en E spaña, sino crear tam bién juntas autónom as en Am érica, iguales
a las peninsulares.
En el contexto del recelo creciente entre españoles y criollos después de la
revolución fru strad a de Q uito, la A udiencia de Santa Fe pensó que el cabildo de
la capital, co n tro lad o p o r criollos, tam bién podría intentar sublevarse contra las
au to rid ad es virreinales, o m anifestar su deslealtad de otras m aneras. Por consejo
de la A udiencia, en diciem bre de 1809, el virrey introdujo a seis españoles de
confianza en el cabildo y nom bró a otro peninsular com o alférez real. La descon
fianza creciente en tre los españoles y los notables criollos se expresó m ás tard e
en u n altercado en el cabildo, entre el abogado criollo Ignacio H errera y el alférez
real español.
La sensación creciente de crisis se intensificó por el colapso aparente de
los últim os vestigios de au to rid ad en España. En febrero de 1810, el Consejo
de Regencia recién form ado gobernaba prácticam ente solo en el puerto de C á
diz. Com o las fuerzas francesas controlaban casi toda la península ibérica, los
tem ores criollos d e u n a posible colaboración de los adm inistradores españoles
coloniales con el régim en francés se acentuaron. Entre tanto, el Consejo de Re
gencia m inaba in ad v ertid a m e n te tanto su au to rid ad com o la de los funcionarios
coloniales. D esesp erad o por preservar la lealtad de H ispanoam érica, el Consejo,
al p ed ir la incorporación de un m ayor núm ero de delegados am ericanos al go
bierno español, an u n ció con im prudencia:
Sem ejante retórica, u nida al débil asidero que tenía el Consejo de Regen
cia en España, instó a los criollos a d esp ren d erse del yugo y reclam ar la dignidad
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I llS U W IA n r. COLO.MBIA. I’ a IS ITM CM I.N I A fX ), SCX D.-DAD DIVIDIDA 1 57
una vez iniciado el proceso. R om ero y sus Lanceros de G etsem aní fueron fuerzas
im p o rtan tes en el m ov im iento de independencia de C artagena. M ás tard e se les
m ovilizó p ara p resio n ar a los notables criollos de C artagena a que declararan la
in d ep en d en cia absoluta, el 11 de noviem bre de 1811.
A nte las noticias d e C aracas y C artagena, los cabildos del interior de la
N uev a G ran ad a, d o m in ad o s p o r criollos, se lanzaron a la acción. Sus gestiones
no fu ero n aisladas, p o rq u e algunos líderes en las ciu d ad es estaban en co m u n i
cación. José M aría C astillo y Rada, o riu n d o de C artagena pero ed u cad o en Santa
Fe, d o n d e practicaba la abogacía, había sido uno de los principales voceros de
la capital en septiem bre d e 1809; poco d espués resgresó a C artagena, en d o n d e
sirvió d e enlace con los líderes criollos de Santa Fe. O tro enlace regional fue
A ntonio d e Villavicencio, u n oficial naval criollo de origen aristócrata, que había
sido en v iad o a C artagena com o rep resen tan te del Consejo de Regencia español
para ase g u rar la lealtad d e los criollos, pero que sim patizaba con los agravios de
los n o tables h isp an o am ericanos. A unque Villavicencio era quiteño de nacim ien
to, había estu d iad o en el C olegio del R osario y m antenía u n a correspondencia
asid u a con su s an tig u o s condiscípulos y con otros criollos del interior.
Los notables criollos d e otras ciudades tam bién se com unicaban unos con
otros. Jo aquín d e C aycedo y C uero, u n aristócrata criollo de Cali, quien ya em er
gía com o el líder de la in d ep en d en cia en aquella región, anticipó en junio y julio
de 1810 a su s am igos d e Santa Fe y de otros lugares la necesidad de establecer
una ju n ta su p re m a criolla en la capital del virreinato y ap o y ar juntas provincia
les. En el m ism o sentido, a fines de junio José A cevedo y G óm ez escribió a un
am igo en C artag en a qu e era im perativo establecer u n a junta en la capital con re
presen tació n d e las provincias. Se m ostraba confiado en que aquellas enviarían
re p resen ta n te s a dicha ju n ta. Los criollos del Socorro, P am plona y Tunja habían
escrito al cabildo de Santa Fe acusando a sus corregidores españoles de opresión
y o p o n ién d o se al reconocim iento del Consejo de Regencia. Poco después, se
rían d erro ca d as las a u to rid a d e s españolas en estas ciu d ad es y reem plazadas por
juntas locales q u e fu n cio naron com o gobiernos provisionales: P am plona el 4 de
julio, Socorro el 10 d e julio y, finalm ente, la m ism a capital el 20 de julio.
Los sucesos del Socorro fueron típicos. Com o en el caso de Q uito en 1809,
corrió el ru m o r de qu e el corregidor y las tropas bajo su com ando planeaban
arrestar y q u izás asesinar a los criollos locales, en particular a M iguel Tadeo
G óm ez. Las m anifestaciones de los socórranos provocaron a la guarnición local
a ab rir fuego, lo qu e fue seg u id o de u n levantam iento de las m asas p o pulares y
la ren d ició n del co rreg id o r y todas sus fuerzas. Las elites del Socorro form aron
u n a ju n ta q u e juró lealtad al ausente F ernando vii y resistencia a los "favoritos
de G o doy" (es decir, a los actuales funcionarios españoles), así com o a cualquier
"em isario d e B onaparte". T am bién se dirigió a Santa Fe an u n cian d o q u e enviaría
u n a fu erza d e dos mil h o m b res para presionar el establecim iento de una junta
en la capital.
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}lisroKjA nt; Cot ombia. P a is fra c a iiln l Arx), scxti-uad d ivid id a 159
para tap ar oídos". D espués, las m ujeres del notablato escoltarían a la dam a a la
residencia virreinal.
La junta se esforzó por controlar al populacho. Buscó acallar los ru m o res
que circulaban sobre una contrarrevolución de la guarnición española y otras
fuerzas realistas y predicó la conducta am istosa hacia los "españoles buenos".
En cu an to creció la agitación p o p u lar contra el virrey encarcelado y su esposa, la
ju n ta decidió sacarlos rá p id a m en te de la ciudad y encarceló a José M aría C arbo-
nell y a o tro s agitad o res criollos. Inm ediatam ente después, la junta decidió q u e
cualquiera q u e prom oviera reuniones en la plaza incurriría en el delito de lesa
m ajestad.
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Los historiadores difieren en sus opiniones sobre si las d octrinas del con
trato social adu cidas en 1810 reflejaban las influencias d e la Ilustración, o m ás
bien se inspiraban en la teoría política española del siglo xvi. En alg u n o s casos,
las declaraciones de 1810 adm iten cu alq u iera de estas interpretaciones, o incluso
am bas. Pero en otros, los indicios d e la ilustración son claros. Por ejem plo, tanto
en el Socorro com o en Santa Fe de Bogotá, las declaraciones iniciales de julio de
1810 se fu n d am entaron en "Los derechos im p rescriptibles" del pueblo, u n len
guaje directam ente tom ado del Contrato social d e R ousseau. A p a rtir de 1810, a
m ed id a que se fue acentuando la ru p tu ra con la a u to rid a d española, la retórica
política criolla reflejó m ás fielm ente las influencias de la Ilustración y de las re
voluciones angloam ericana y francesa.
La m ezcla de influencia de la Ilustración francesa, las instituciones an
gloam ericanas y las tradiciones coloniales españolas se aprecia en las tem p ra
nas constituciones provinciales de 1811 y 1812. El influjo d e R ousseau y de la
revolución francesa se siente sobre todo en los fu n d a m e n to s filosóficos de las
constituciones. La prim era C onstitución, q u e fue la de C u n d in am arc a (la anti
gua provincia de Santa Fe), de abril de 1811, com binó la retórica de R ousseau y
de la revolución francesa al declarar com o p ro p ó sito la garantía de "los derechos
im prescriptibles del hom bre y del c iu d ad a n o ". M ás tarde, alg u n as constitucio
nes com o la de la R epública de Tunja (9 de diciem bre de 1811) o la del Estado
de A ntioquia se refirieron a la "v o lu n tad general" y se in sp iraro n en el Contrato
social de R ousseau al proclam ar que la soberan ía del p u eblo "es una, indivisible,
im prescriptible e inajenable". La influencia d e M ontesquieu, R ousseau y las ex
periencias angloam ericanas se refleja en la estricta adherencia de las constitucio
nes a la división de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Por otra parte,
la m arca de la tradición colonial española se evidencia en la perp etu ació n de la
residencia (el exam en de la conducta d e los funcionarios al finalizar sus perio
dos) y en un com prom iso irrestricto con la Iglesia católica rom ana, no solo como
religión estatal sino com o la única religión aceptable.
A dem ás del establecim iento de gobiernos au tó n o m o s en capitales pro
vinciales com o Tunja y C artagena, h ubo una fragm entación adicional a m edida
que pueblos secundarios buscaron sep ararse de las capitales provinciales para
p o n erse a la cabeza de nuevas provincias. M om pox desafió p o r algún tiem po la
au to rid a d de C artagena, arg u m e n tan d o q u e los lazos de au to rid a d estab an rotos
y cada localidad recuperaba su soberanía. En la región oriental prevaleció un
espíritu sim ilar. G irón se separó de P am plona; San Gil y Vélez del Socorro; So
gam oso de Tunja; A m balem a de M ariquita. En el valle del C auca, Cali encabezó
una confederación que incluía a Buga, A nserm a, Toro, C artago y C aloto, form a
da contra la antigua capital provincial d e P opayán, controlada a la sazón por el
gob ern ad o r español y do n d e parecía p re d o m in a r el sentim iento m onárquico.
A lgunos de estos rom pim ientos reflejaban riv alid ad es pro fu n d am en te
arraig ad as desde la Colonia. Cali y P opayán, p o r ejem plo, d isp u ta ro n la pre
m inencia en el valle geográfico del C auca d esd e la tem p ran a colonización de la
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1llSrOKIA Of: COI O.MBIA. P aIS KRACMEXTArXI, SCX11-DAD DIVIDIDA 161
región. Igualm ente, San Gil y Socorro hab ían rivalizado desde sus años iniciales.
En todos estos intentos sep aratistas contaba la arraigada am bición localista de
p ro d ig ar a sus pueblos p o d er y prestigio, en com petencia con sus vecinos. Pero
en esta fragm entación intraprovincial tam bién jugó el interés de Santa Fe por
m an ten er su au to rid a d central. C u an d o las capitales provinciales se negaban
a colaborar con Santa Fe, la ju n ta d e la capital alentaba a los secesionistas y en
algunos casos enviaba tro p as p a ra a p o y a r su independencia.
En abril de 1811 Santa Fe form ó el n u ev o estado de C undinam arca. Jorge
Tadeo Lozano, su p rim er presidente, sostenía que una federación de m uchas
provincias p eq u eñ as no sobreviviría. P ro p u so u n a federación integrada por cua
tro d ep artam entos: el de Q uito, q u e co m p ren d ería la actual república del Ecua
dor; el de P opayán, q u e incluiría, ad e m á s d e la provincia de P opayán, el Chocó,
región q ue había d o m in ad o p o r m u cho tiem po; un d ep artam en to de Calam ari,
con capital en C artagena, que ad e m á s incorporaría a P anam á y A ntioquia. El
m ás g ran d e y p o p u lo so d e los d e p a rta m e n to s pro p u esto s p o r Lozano sería C un
dinam arca, q u e co m p ren d ería to d a la C olom bia de hoy al oriente del río M ag
dalena, in cluyendo S anta M arta y R iohacha en la costa atlántica y toda la región
de los Llanos O rientales. Esta p ro p u e sta solo sirvió para alarm ar a las elites de
fuera de Santa Fe.
El inten to san tafereño d e re co n stru ir la au to rid a d centralizada sobre una
gran p arte d e lo q ue h abía sido el v irrein ato halló una expresión todavía más
vigorosa en 1811 bajo el liderazgo d e A ntonio N ariño. P uesto en libertad en C ar
tagena en 1810, d esp u és de su regreso a S anta Fe, N ariño em pezó a publicar sus
com entarios en form a d e periódico. La Bagatela, d o n d e argum entaba contra la
idea de u n gobierno federal. Sostenía q u e los inevitables intentos españoles de
recu p erar el país hacían in dispensable in sta u ra r u n a fuerte au to rid ad central. En
septiem b re de 1811 apro vechó ru m o re s catastrofistas sobre tales intentos penin
sulares y provocó u n m o vim iento p o p u la r q u e d ep o n d ría a Lozano y lo dejaría
en el m ando.
M ientras N ariño consolidaba su a u to rid a d en Santa Fe, en noviem bre de
1811 los rep resen tan tes d e varias provincias (C artagena, A ntioquia, Tunja, Pam
plona y N eiva) in ten taro n sen tar las bases d e un gobierno federal. C undina
m arca, d o m in ad a p o r N ariño, no quiso cooperar. N ariño creía, probablem ente
con acierto, q u e un sistem a federal sería d em asiad o débil. Sin em bargo, él y sus
p artid a rio s san tafereñ o s tam bién se o p o n ían al plan federalista porque no que
rían debilitar los p o d eres y las p re rro g ativ as coloniales de la ciudad. Por con
siguiente, a fines de 1811 estalló u n conflicto entre la Santa Fe de N ariño y una
coalición federalista, p u g n a q u e se p ro lo n g ó hasta fines de 1814, cuando Santa
Fe fue finalm ente d e rro ta d a p o r los federalistas.
N ariño asp irab a a po n er bajo el control directo de Santa Fe todo el Alto
M agdalena y la región de la cordillera O riental. Flacia m ayo de 1812 había con
seg u id o incorporar, a veces a la fuerza, las provincias de Neiva, M ariquita y el
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i liSrO K IA OL Coi OMBIA. P.AIS HRACMI \ T A r X \ SCX II-DAP DI\ IDIDA 163
Al sur, en la región del C auca, tam bién era ev idente la am en aza realista.
D esde la seg u n d a m itad d e 1810, Cali y los pueblos al n o rte del valle del río
C auca estaban en fren tad o s con P o p ay án y las provincias hacia el sur, d o n d e el
control realista era m a n ten id o en p arte p o r soldados del P erú, pero m ucho m ás
sustancialm ente p o r los indios d e la región de Pasto y afrocolom bianos de los
valles del Patía, u n o s y o tro s g uerrilleros ex trem ad am en te efectivos. Los in d íg e
nas de la provincia d e P asto fueron m ovilizados a favor d e la causa del rey por
las filípicas de alg u n o s curas q u e describían a los p atrio tas criollos com o ateos.
Los negros del Patía fu eron in d u cid o s a luchar por la C orona con la prom esa
del g o b ern ad o r esp añ o l d e liberar a los esclavos que se alistaran en sus tropas.
Pero la lealtad d e los p atian o s tam bién p ro v en ía d e su an tag o n ism o con las elites
criollas. C u an d o alg u n o s patian o s se to m aro n u n a recua d e m uías y m ataro n a
los com erciantes q u e viajaban con ella, los p atriotas re sp o n d ie ro n q u em an d o la
población d e Patía. En ese m om ento q u e d ó sellado el co m prom iso realista de los
patianos. El p o d e r realista d e la región d e P o payán se vio fortalecido en noviem
bre d e 1812 p o r el an iq u ilam ien to del gobierno republicano d e Q uito a m anos de
trop as realistas del P erú y del su r del E cuador. En junio d e 1813, los realistas ya
controlaban todo el valle del Cauca.
C u an d o la reacción realista em p ezó a am en azar a los gobiernos criollos
atom izados, los p atrio tas ro m p iero n a ú n m ás decisivam ente con España. En n o
viem bre de 1811, u n a rev u elta faccional en C artagena ya había llevado a la p ro
vincia a p ro clam ar su in d ep en d e n cia ab so lu ta de España. D espués de la d errota
de N ariño en P asto y la ocupación d e todo el valle del C auca p o r las fuerzas
realistas, en julio d e 1813, el gobierno d e C u n d in am arca tam bién proclam ó su
indep en d en cia ab so lu ta d e F ern an d o vii y A ntioquia hizo lo m ism o en agosto.
M ientras se su ced ían estas proclam as de in d ep en d en cia absoluta, los d iri
gentes criollos b u scaro n exaltar sen tim ien to s patrióticos a través d e la expresión
sim bólica de m otivos revolucionarios p ro p io s de la in d ep en d e n cia am ericana.
D esde la d écad a d e los años 1790, los criollos ya habían e m p ez ad o a identificar
se, al m enos retóricam ente, con la población indígena co n q u istad a. A u n q u e los
m ism os criollos d escen d ían d e co n q u istad o res, en su h o stilid ad creciente hacia
la do m inación esp añ o la m uchos d e ellos vieron la conquista com o un ejem plo
de la barbarie ibérica. D espués d e 1810 se acentuó este aspecto. A hora los líde
res in d ep en d e n tistas rech azaro n ex plícitam ente la conquista com o base de la
au to rid a d española. En estos años los sacerdotes patriotas, para atra er apoyo a
los nu ev o s g o biernos criollos, publicaron catecism os políticos q u e den u n ciab an
la co n q u ista com o fu n d a m e n to d e la a u to rid a d española. A la vez, los gobier
nos criollos b u scaro n reforzar su a u to rid a d p o r m edio d e em blem as indígenas
qu e re p resen tab an lo au tó cto n o en contraposición a lo español. La adopción de
nom b res concebidos com o in d íg en as —C u n d in am arca p ara el área d o m in ad a
p o r Santa Fe, y C alam arí para C a rta g e n a — fueron ejem plos tem p ran o s. Tales
expresiones sim bólicas g an a ro n relieve en las declaraciones de in d ep en d en cia
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acu m u lán d o se uno tras otro, el C ongreso de las Provincias U nidas, tan com pro
m etido an tes con las débiles estructuras federales, viró tardíam ente, en julio y
agosto d e 1814 , hacia u n control m ás centralizado, al m enos en las operaciones
financieras y m ilitares. El C ongreso tam bién quiso incorporar a C undinam arca
d en tro d e u n sistem a m ás unificado. A pesar del inm inente peligro de una re
conquista española, el h om bre que N ariño había dejado encargado del gobierno
de C un d in am arca, su tío M anuel B ernardo Á lvarez, se negó a colaborar. En
frentado a la terca n egativa de Á lvarez, el C ongreso decidió, por segunda vez,
forzar a Santa Fe. En esta ocasión, bajo la dirección m ilitar de Sim ón Bolívar, las
fuerzas del C ongreso o cuparon la capital en diciem bre de 1814 . Reconociendo
la im p ortancia y el prestigio de la vieja capital virreinal, el C ongreso se trasladó
in m ed iatam en te de Tunja a Santa Fe.
Sin em bargo, la ciu d ad no fue tan receptiva al C ongreso. A nte el ataque
de Bolívar, Á lvarez encarceló y persiguió a los patriotas federalistas y entregó
arm as a los esp añ o les y realistas criollos creyendo que ellos serían leales en la
defensa d e la in d ep en d encia y prerrogativas de Santa Fe. Por esos días, el clero
san tan fereñ o había atacado a Bolívar y a sus tropas venezolanas calificándolos
de d em onios ateos. D espués de la tom a de la capital, al m enos un tercio de sus
residentes, según el testim onio de un contem poráneo, José M anuel Restrepo,
se convirtió secretam ente a la causa realista. D urante 1815, algunos antiguos
ad h e ren tes a C u n d in am arca conspiraron con los realistas de Santa Fe contra el
C ongreso.
D espués de la tom a de Santa Fe p o r las fuerzas del C ongreso, los patrio
tas, bastan te d iv id id o s, sucum bieron ante los realistas. A principios de 1815, Bo
lívar condujo u na cam p añ a p o r el río M agdalena para som eter a los realistas
d e Santa M arta. Pero el gobierno patriota de C artagena, bajo la influencia del
coronel M anuel C astillo y Rada, un rival de Bolívar, vio la operación com o una
am en aza y se negó a cooperar. C reyendo que Bolívar atacaría a C artagena, su
gobierno retiró to das las fuerzas del río M agdalena y las trasladó a la defensa
d e la ciu d ad . Así, el río q uedó sin protección contra los realistas de Santa M arta.
Al fin Bolívar, con su s hom bres enferm os y m uriéndose en el m alsano am biente
del Bajo M agdalena, se dio p o r vencido y, hastiado, se fue al exilio en Jamaica.
A consecuencia de este fiasco, los patriotas perd iero n ante los realistas de Santa
M arta el control del Bajo M agdalena.
M ientras tan to desem barcaba en V enezuela una fuerza expedicionaria de
10.000 hom bres, qu e llegaba desde E spaña bajo el m ando del general Pablo M o
rillo. En julio de 1815, M orillo navegaba con 8.500 de ellos hacia Santa M arta y
en agosto sitió a C artagena. La ciudad ag u an tó heroicam ente d u ra n te 108 días,
pero finalm ente, d esp u é s de que m ás de un tercio de su población de 18.000 ha
bitan tes m u riera de h am b re o enferm edad, C artagena capituló el 5 de diciem bre
de 1815. Siguió entonces una m uy ráp id a reconquista de las restantes áreas d e la
N u ev a G ran ad a. Las fuerzas realistas acantonadas en V enezuela, de cam ino h a
cia Santa Fe, b arriero n d e patriotas las provincias de P am plona y del Socorro en
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16b M a RCG P a 1.ACU')S - F k a n 'k S a f f o k d
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H istoria ni; Coi ombia . P aís FRACMf;.\ rArxi, scxifdad dividida 167
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168 N4 akco P a i a c io s - 1 k a n k S a o o k d
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1 lis iO R iA d i : C o i o m b i a . P a ís it ía c a u \ l A rx i, scx ii d a d d iv i d i d a 169
La re c u p e ra c ió n p a tr io ta , 1819-1825
De m ed iad o s d e 1816 a 1819, las fuerzas m ilitares esp añ o las y sus colabo
radores d om inaron casi com pletam ente la N ueva G ranada, E cuador y V enezue
la. Las guerrillas p atrio tas ofrecieron resistencia esp o rád ica en alg u n as áreas,
pero solo actu aro n co n tin u am en te en los llanos del C asanare. Sin em bargo, en
agosto de 1819, los p atrio tas re to m a ro n súbita y decisivam ente la iniciativa, con
la victoria de Sim ón Bolívar sobre las fuerzas realistas en la batalla de Boyacá.
D espués d e Boyacá las au to rid a d e s españolas h u y ero n en pánico d e la capital
virreinal. T am bién fu ero n d e rrib ad o s d e n u ev o los gobiernos españoles locales
en la m ayoría de las ciu d ad e s de la N u ev a G ranada. A un así, u n a resistencia re a
lista significativa co n tin u ó am e n a z a n d o en la costa atlántica h asta fines de 1821 y
en la m o n tañ o sa pro v in cia d e P asto hasta 1825, en tan to q u e guerrillas realistas
siguieron p elean d o en V enezuela hasta el final de la década.
A lo largo de este p erio d o de dom in io p atrio ta (1819-1825), com o en p erio
dos anteriores, la lucha tuvo varias características com unes. Al igual q u e antes,
contin u ó la ten d en cia bien p ro n u n c ia d a d e ejecutar p risio n ero s d e uno y otro
bando, tanto oficiales com o soldados. O tro rasgo notable fue el im pacto del cli
m a y otros factores geográficos sobre to d o s los com batientes. U n claro ejem plo
de esta situación fue la relación en tre las frescas altiplanicies y los cálidos lla
nos en el oriente del país. S egún José M anuel R estrepo, u n a de las razones p o r
las cuales los realistas no p u d ie ro n som eter m ilitarm en te los Llanos d esp u és de
1816 fue la in cap acid ad d e los caballos del altip lan o de a d a p ta rse a los pastos de
la llanura. Sin caballería, los realistas no p o d ían o p e ra r efectivam ente contra los
jinetes llaneros. M ás aú n , los Llanos d u ra b a n in u n d a d o s la m itad del año, en to r
p eciendo las operacio n es realistas. Así, aquellas com arcas co n tin u aro n ofrecien
do refugio seg u ro a los p atrio tas d u ra n te los años d e la reco n q u ista española.
En estas condiciones, Bolívar p u d o co n so lid ar en los Llanos u n a base d es
de la cual atacó en 1819 a las fuerzas realistas q u e sojuzgaban las altiplanicies
d en sam en te p o b lad as. Al hacerlo tuvo q u e en fren tar el m ism o desafío del m edio.
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170 M arco I^a i .a c io s - í ' k a x k S a k f o r d
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H ISTORI A of: C o i o m b i a . P a is t r a c m t n rA rx \ sex i i -d a d d i \t d id a 171
de Suram érica se negoció u n arm isticio tem poral. El m ism o acto de negociar
im plicó un reconocim iento a los sublevados y fortaleció su legitim idad. D urante
la negociación y el arm isticio en sí (agosto de 1820 a abril de 1821) hubo m uchas
deserciones realistas y el entusiasm o patriota se generalizó.
S im ultáneam ente, otros gobiernos se orientaban hacia el reconocim iento
de la ind ep en d en cia hispanoam ericana. En esto los norteam ericanos tom aron la
iniciativa. En 1820, la C ám ara de R epresentantes de los Estados U nidos aprobó
un a proposición que favorecía dicho reconocim iento y el p residente n o rteam e
ricano recibió al p rim er agente diplom ático de Colom bia. En 1822, los E stados
U nidos reconocieron form alm ente a Colom bia, así com o a otros Estados h isp a
noam ericanos. El gobierno británico dem oró el reconocim iento hasta enero de
1825, pero en tre tanto d esem peñó un papel im portante al im p ed ir que la m o n a r
quía francesa in terviniera directam ente en la A m érica española.
En C olom bia los patriotas se consagraron a consolidar la independencia
m ed ian te el establecim iento de un gobierno constitucional. En m ayo de 1821
se reu n iero n en C úcuta delegados de la N ueva C ran a d a y V enezuela, con el
objetivo d e ex p ed ir u n a C onstitución para la nueva R epública de Colom bia y en
septiem bre eligieron a Sim ón Bolívar com o su prim er presidente.
A p esar de esta m archa positiva, la guerra aú n no había term in ad o en
Colom bia. A principios de 1820, los realistas todavía dom inaban toda la costa
atlántica, el Bajo M agdalena y la región caucana. Era im perativo expulsarlos del
norte. M ientras controlaran las ciudades portuarias de C artagena y Santa M arta,
y sectores del río M agdalena, podían bloquear el sum inistro de arm as y otros
bienes extranjeros requeridos por las regiones patriotas. Sin com ercio exterior,
los patriotas no podían recaudar los im puestos aduaneros. A m ediados de 1820
los patriotas habían tom ado el dom inio del Bajo M agdalena y ya tenían sitiada
p o r tierra a C artagena. Pero al no poder controlar el m ar, fue posible, al m enos
por un tiem po, que los realistas abastecieran la ciudad. A dem ás m uchas de las
poblaciones circundantes sim patizaban con los realistas y colaboraron en el a p ro
visionam iento. En consecuencia, los realistas p u dieron ag u an tar el sitio d u ra n te
quince m eses, hasta octubre de 1821. En otras com arcas del Bajo M agdalena y
de la costa, así com o en O caña, V alledupar y Santa M arta, las guerrillas realistas
lucharon hasta fines de 1821. Todavía en 1823 estalló una rebelión realista en la
región de Santa M arta, cuyo foco fue la población indígena de Ciénaga.
La g u erra contra los realistas en la costa atlántica y en el Bajo M agdalena
fue costosa en v idas h u m anas. En su m ayoría los reclutas patriotas provenían
del interior y estaban desacostum brados al am biente cálido y h ú m ed o de las tie
rras costeras. M uchos cayeron a causa de la disentería y el "vóm ito negro", otros
fuero n m u erto s en com bate y m uchos desertaron. En un solo año un batallón
p erd ió el 90 p o r ciento de sus hom bres.
A dem ás de la costa, la resistencia en el C auca tam bién fue una fuente de
in q u ietu d patriota. En enero de 1820, tropas españolas se tom aron P opayán y
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1 lisìO R iA Dt C o i o m b i a . P a í s i k a g m i n T A r x > , s c x i i -d a d d i v i d i d a 173
"Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte,
dando aquel país a una colonia militar. De otro modo, Colombia se acordará de los
pastusos cuando haya el m enor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien
años, porque jam ás se olvidarán de nuestros estragos, aunque dem asiado merecidos".
Fuente: Carta d e S im ó n B olívar a Francisco d e Paula Santander, P otosí, 21 d e octubre d e 1825, en:
Lecuna, V icen te, Cartas del Libertador, Caracas, 1929, tom o v, p .l4 2 .
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1 ilSIO KI \ DI Q ' l OM BIA. I ’ .\I.S l'U.\C.MI \ IA IX ), S(X. II DAD Dl\ IDIDA 1 75
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126 M arcx' P alack '« - F kank S affo rd
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LA COLOMBIA DE BOLÍVAR, 1819-1831
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L a fu n d a c ió n d e C o lo m b ia
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1 I r U IRIA 1 >t: G >1 > )M BIA. Í ’a|>:. I-R \C A tL N F A r x ) , s c x T i r M n d iv id id a 179
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{ llSTOKIA l)f. CCH OM BIA. I ’ AI s I R.NCAII X I A fX), SCX ll'O A P DI\’IDI(>A 181
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182 M akc at P a i .a c r a s - F r a n k S a l í o r í )
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m eritoria de las asp iraciones republicanas, pero m uchas com unidades, a las q u e
les co rresp o n d ía financiar las escuelas prim arias, no contaban con los recursos
necesarios p ara llevar este ideal a la práctica. A dem ás, m uchos lugares carecían
d e liderazgo, u n p ro b lem a q u e acaso se agravó porque en la época republicana
m uchos jóvenes de las fam ilias provinciales influyentes orientaron sus pasos h a
cia Bogotá en busca de educación superior, carreras públicas y dem ás ventajas
qu e b rin d ab a la capital.
Por o tra parte, a m uchas localidades se les dificultaba conseguir m aestros.
El gobierno rep u b lican o au m en tó el n ú m ero de los cargos públicos, que atraían
a las pocas p erso n as e d u c ad as en el país; en contraste, los bajos salarios y el
estatu s insignificante d e los m aestros d e escuela prim aria resultaban m uy poco
atractivos. En las p rim era s d écadas republicanas, C olom bia intentó com pensar
la escasez de m aestro s recu rrie n d o al sistem a lancasteriano, según el cual los
estu d ian tes m ás av a n zad o s a y u d a b a n a enseñar a los otros alum nos. Pese a la
carencia de recursos y d e ed u cad o res, d u ra n te la década de los años 1820 h u b o
un n otable in crem en to en la educación p rim aria pública, en com paración con la
q u e existía en las p o strim erías del p erio d o colonial. Las estadísticas escolares del
perio d o son frag m en tarias, pero hay un ejem plo sugerente: en 1810 la provincia
d e P am p lo n a tenía solo u n a escuela p rim aria pública, en 1822 tenía 30.
Si bien las elites colom bianas consideraban la educación prim aria un req u i
sito para el éxito d e la república, la educación secundaria y superior les suscitaba
un interés m ucho m ás inm ediato y personal: un título en derecho les brindaría
a su s hijos no solo estatu s social y económ ico, sino tam bién las bases para una
carrera política. Las fam ilias p rom inentes de las ciudades provinciales tenían,
por consiguiente, u n interés especial en establecer colegios en las capitales de
provincia. Esta in q u ietu d se reflejó en la expansión del núm ero de colegios en la
república, q u e pasó de cinco en 1821 a 22 en 1827. A dem ás, para facilitarles a los
jóvenes d e provincia la obtención de títulos en derecho, en la década de los años
1820 y en los años sig uientes se ejerció u n a presión considerable para que los cole
gios provinciales incluyeran en su p én su m alguna instrucción en jurisprudencia.
El C on g reso d e C ú cu ta qu iso re fo rm ar el sistem a de rentas públicas h e
re d a d o d e la C olonia. En 1821, los d o g m as económ icos liberales se habían d i
fu n d id o a m p liam en te e n tre la gente d e form ación universitaria, y los delegados
b u scaro n cam b iar el sistem a trib u tario d e acuerdo con ellos. En el discurso que
in a u g u ró la co nvención, A ntonio N ariñ o esbozó los principios liberales que d e
b erían reg ir la política fiscal: debían g ra v arse los ingresos, m as no así la p ro p ie
d ad ; el g o b iern o deb ía e v ita r la práctica colonial de re cau d a r fondos m ediante
m o n o p o lio s g u b e rn a m e n ta le s sobre la p roducción y venta de productos com o
el tab aco y el a g u a rd ien te; los legisladores tam bién debían p rocurar que los
im p u e sto s in d irecto s (com o la alcabala) no perjudicaran la actividad económ i
ca p riv a d a . Las reco m en d acio n es de N a riñ o en m ateria de legislación trib u ta
ria co in cid ían con el sen tir general del C ongreso. Pero, p o r prudencia fiscal.
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184 M akco P a l a c io s - F k a n k S a u o k d
se m an tu v iero n m uchas de las rentas tradicionales, sobre todo los estancos del
tabaco, la sal y la pólvora, así com o el diezm o (el im puesto del d iez p o r ciento
sobre la producción agrícola bruta). Sin em bargo, el C ongreso de C ú cu ta elim inó
la alcabala para los productos nacionales, conservándola tan solo p a ra los bienes
im portados. Así m ism o, abolió el m onopolio estatal del ag u ard ien te. Trató de
reem p lazar las rentas p erd id as con la im posición de u n a "contribución directa"
sobre los ingresos (10 por ciento sobre ingresos provenientes de tierra y capital,
y en tre dos y tres por ciento sobre los salarios).
Pero la n ueva contribución directa resultó difícil de recaudar, y los fu n
cionarios no quisieron correr el riesgo de provocar la hostilidad q u e m u y p ro
bablem ente generaría u n cobro enérgico. Por lo dem ás, el gobierno carecía de
los m ecanism os necesarios para forzar a la gente a declarar honestam ente sus in
gresos. En cuanto a los terratenientes, al gobierno le quedaba m ás fácil hacer un
cálculo global del m onto que podría rendir un terreno, con base en el valor de
capital de la tierra. Pero los com erciantes podían ocultar sin m ayores problem as
su capital, cosa que en efecto hacían. M uchos no presentaban declaraciones ho
nestas por el peligro de perder sus capitales en préstam os forzosos, u n a práctica
frecuente de los gobiernos durante los conflictos posteriores a 1810. N o obstante,
com o era incapaz de recaudar im puestos directos con regularidad, el gobierno no
tenía otra opción que seguir valiéndose de los préstam os forzosos. Así, existía un
círculo vicioso. Finalmente, los funcionarios oficiales concluyeron que, si bien a la
gente le disgustaban los antiguos im puestos coloniales, estaba hab itu ad a a ellos y
en consecuencia eran m ás fáciles de recaudar. Por tanto, en la década siguiente se
restauraron varios de los im puestos que habían sido abolidos o reducidos en 1821.
A u nque la abolición de algunos im puestos tradicionales redujo los ingre
sos fiscales p o r una parte, las rentas de las ad u a n as crecieron por el au m en to de
las im portaciones después de 1821. El derecho al libre com ercio con naciones
distin tas de E spaña había sido u n a am bición criolla desd e los días iniciales de
la Independencia, y la ap e rtu ra de los puertos colom bianos a un com ercio ex
terior irrestricto perm itió liberar la d em an d a rep resad a de bienes d e consum o
extranjeros. La im portación de p roductos a la N ueva G ranada se vio ob stru id a
hasta 1821, d ebido al control m ilitar que ejercían los realistas en gran p arte de la
costa atlántica. Sin em bargo, a p artir de esa fecha las im portaciones, sobre todo
de bienes británicos, au m en taro n significativam ente, y eso increm entó bastante
la ren ta de la aduana. En 1825-1826, u n año bastante excepcional, en el cual las
im portaciones de G ran Bretaña alcanzaron su p u n to m ás alto en aq u ella época,
los ingresos provenientes de la ad u an a parecen haber sido seis veces superiores
a los q ue se recibían antes de 1810. M ientras la a d u a n a solo rep resen tó cerca
de u n a octava parte del total de las rentas en los últim os años de la C olonia, en
1825-1826 constituyó m ás de la m itad de los recaudos nacionales.
A pesar del increm ento en los ingresos de la ad u an a, la n u ev a república
estaba lejos de p o d er hacer frente a sus gastos. Tenía m ás em pleados en nóm ina
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H is t m k ia i '( C V b o m d i a . P a ís i fs’A C .M iM A ix ', í x x i i d a d d im it id a iS 5
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C o n f l ic t o s
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si los censos eclesiáticos podían alterarse de alguna m anera. Pero estos asu n to s,
a u n q u e revestían gran interés para el clero y la clase dom inante, no g en eraro n
in q u ietu d en el grueso de la población. La cuestión del p atronato era m ás u n a
cuestión de negociación diplom ática con el Vaticano que un asu n to de política
interna. Los derechos de p ro p ied ad de la Iglesia tocaban directam ente los in tere
ses económ icos de m uchas personas, pero por lo m enos en la d écada de los años
1820 no suscitaron reacciones apasionadas.
En cam bio, varias innovaciones de la época afectaban arraig ad a s creen
cias tradicionales, y el clero resistente se valió de esto para pro m o v er la ho stili
d ad del pueblo. Los tem as que desataron las discusiones m ás acaloradas en la
d écad a de los años 1820 fueron sobre todo los referentes a la introducción de
ideas n u evas o extranjeras, que parecían estar en conflicto con las doctrinas de
la Iglesia. En parte, los problem as planteados por creencias recién im p o rtad as
pro v en ían del deseo de la clase política de fom entar la inm igración eu ropea. El
principal m otivo para atraer inm igrantes europeos era hacer venir a C olom bia
gente con capital, educación y habilidades técnicas que pu d iera co n trib u ir al
desarrollo económ ico del país. Pero el fom ento de la inm igración eu ro p ea exigía
una atm ósfera de m ayor tolerancia religiosa, de ap e rtu ra a nuevas ideas y de
prácticas laicas ya habituales en Europa. A lgunos eclesiásticos se o p u siero n a
la inm igración de los extranjeros y a los gestos de tolerancia religiosa ten d ie n
tes a alen tar la inm igración. En octubre de 1823, el secretario del Interior, José
M anuel Restrepo, un hom bre ilustrado pero de inclinación conservadora, anotó
en su diario el surgim iento de "u n a m u ltitu d de escritores... que, ap a re n ta n d o
celo p o r la religión católica, predican la intolerancia absoluta, q u e no a d m ita
m os n in g ú n extranjero, y que Colom bia vuelva a las tinieblas que la cu b rían en
1800". Este discurso fanático, observó Restrepo, "nace de los eclesiásticos que
con la Ilustración com ienzan a p erd er su influjo y defienden el terreno palm o a
palm o". (También sostuvo que estos eclesiásticos se oponían a la in d ep en d en cia
y estab an utilizando el "pretexto de religión" para desacreditar a la república).
A R estrepo le preocupaba el im pacto que estas arengas pu d ieran ten er sobre el
pueblo, que sería "capaz de com eter asesinatos".
La reacción del clero ante el ingreso de personas y costum bres extranjeras
halló expresión, ya desde 1822, en las críticas vehem entes contra la p ro p a g a
ción de la francm asonería entre la clase política. La m asonería llegó a la N u e
va G ran ad a com o resultado del com ercio exterior; la prim era logia se fu n d ó en
C artagena en 1808, con patente expedida por una logia m asónica d e Jam aica. A
com ienzos de la década de los años 1820, no pocos colom bianos d e la clase d o
m in an te —en tre ellos el vicepresidente S antander, varios m inistros del gabinete
e incluso algunos eclesiásticos— se volvieron m asones. A lgunos de los prim eros
m iem bros d en u n ciaron m ás tarde la m asonería, cuando co m p rendieron m ejor la
h o stilid ad que le profesaba la Iglesia católica rom ana. Sin em bargo, la m asonería
siguió siendo un vínculo fuerte entre m uchos hom bres de la corriente política
qu e finalm ente surgió com o el p artido liberal.
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1l i s T O K i A r n ; C o i . O M m A . I ’ a Ix F R A c : M i \ r A r x \ scx ii d a o u iv id iü a 189
O tro tem a que desató las p rotestas de p arte del clero fue la fundación de
las sociedades bíblicas, cuyo propósito era d ifu n d ir el conocim iento de las S agra
das E scrituras entre el pueblo. Estas sociedades eran prom ovidas p o r un ag en te
de la Sociedad Bíblica Extranjera y Británica, que llegó a la república a fines de
1824. En 1825, n u m erosos m iem bros d e la elite bogotana, incluidos m inistros del
gabinete y alg unos altos eclesiásticos, se reunieron para establecer u n a sociedad
bíblica en la capital. M ás tarde, cu an d o se hizo evidente que las sociedades bí
blicas era n u n in stru m ento d e penetración protestante, m uchos eclesiásticos, y
adem ás laicos, se o p u sieron a ellas.
En no v iem b re de 1825, el gobierno de S an tan d er ord en ó el uso en las
u n iv ersid ad e s de la obra de Jerem ías B entham sobre principios d e legislación.
La Iglesia y los laicos p iadosos objetaban el trabajo de B entham p o r varias ra
zones. Se o p o n ían a la teoría de las decisiones m orales to m ad as de acu erd o
con un cálculo utilitario en vez de a la luz de la doctrina cristiana. M uchos
críticos in te rp re ta ro n el cálculo de placer-dolor de B entham com o u n a incita
ción al co m p o rta m ien to sibarita y am oral. En otro nivel, la filosofía de B entham
se basaba en u na epistem ología sensorial, es decir, en la idea de que la fuente
de la v erd ad es la experiencia en vez de la inspiración divina. D enunciando a
B entham com o "m aterialista", algunos eclesiásticos y laicos hicieron una cam
paña para q u itar su texto sobre legislación del currículo de derecho. Vicente
A zuero, liberal notable, encabezó la defensa de Bentham en la prensa y urgió la
aplicación de sanciones contra los sacerdotes apasionados. La controversia en
torno a B entham resu rg ió periódicam ente a lo largo del siglo xix.
A dem ás de su enfrentam iento con el clero, los abogados liberales e n tra
ron en conflicto con los m ilitares. Este antagonism o tuvo varias causas a p a re n
tes. En p arte se trató de una p u g n a por el p o d er entre dos g ru p o s con distintas
pretensiones a la au to rid ad : los m ilitares por haber liberado el país, los abogados
por su form ación legal. T am bién diferían en térm inos de ideología y cultura; p o r
su profesión, los ab o g ados estaban com prom etidos, al m enos de u n a m anera
form al, con el E stado de derecho, y acusaban a los m ilitares de actuar con arb i
traried ad y violencia. A su vez, los m ilitares veían a los abogados com o gente
pom posa y arro g an te, y percibían sus leyes com o obstáculos ajenos a la realidad,
que im pedían la acción efectiva. Según José M anuel Restrepo, algunos m ilitares
no q u erían ten er u n a C onstitución, p orque esta les restringiría su a u to rid a d a r
bitraria.
D esde la reu n ió n del C ongreso de C úcuta, las tensiones en tre los m ilitares
y los ab o gados se hicieron evidentes. U na de las expresiones tem pranas d e la
antip atía m ilitar hacia los letrados vino de la m ano de Bolívar. Ya en junio de
1821, cu an d o el C ongreso había deliberado ap enas d u ran te un m es, el Liberta
d o r expresó su im paciencia con los delegados neogranadinos. Bolívar escribió
a S an tan d er d escarg an d o su irritación p o rq u e "se dice que m uchos cundina-
m arqueses quieren federación". Pero, añadió, "m e consuelo con que ni usted, ni
N ariño, ni Zea, ni yo, ni Páez, ni otras m uchas au to rid ad es venerables que tiene
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190 M arco P a l a c i o s - F k a n k S a it o r d
Por fin, por fin han de hacer tanto los letrados, que se proscriban de la república de
Colombia, como hizo Platón con los poetas en la suya. Esos señores piensan que
la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo
está en el ejército, porque realmente está, y porque ha conquistado sus pueblos
de manos de los tiranos, porque adem ás es el pueblo que quiere, el pueblo que
obra y el pueblo que puede; todo lo dem ás es gente que vegeta, con más o menos
malignidad, o con más o menos patriotismo; pero todos sin ningún derecho a ser
otra cosa que ciudadanos pasivos [...] Piensan esos caballeros [los letrados] que
Colombia está cubierta de lanudos, arropados en las chim eneas de Bogotá, Tun
ja y Pamplona. No han echado sus m iradas sobre los caribes del Orinoco, sobre
los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del
Magdalena, sobre los bandidos del Patía, sobre los indóm itos pastusos, sobre los
guajibos de Casanare y sobre todas las hordas salvajes de Africa y América, que
como gamas recorren las soledades de Colombia.
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} Ib rO K lA DL C m I.OMBIA. P a IS I RAC'.MFM A IX ), s c x t f .d a d d im it id a 191
El descontento de los m ilitares se generaliza porque en todas partes se les trata con
desconfianza, y aun con desprecio, efecto en parte de la mala conducta y peores
m odales de algunos de nuestros oficiales, y de la otra de que los ambiciosos letra
dos quieren destruir a todo hom bre que pueda hacerles contrapeso.
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192 M arco P a l a c io s - Fran k S a it c f r d
Bogotá, dejando a V enezuela en una condición sem icolonia!. (Es cierto q u e los
n eo granadinos dom inaban el gobierno en Bogotá, po rq u e las distancias y las
dificultades de viajar dism inuían la representación tanto de venezolanos com o
de ecuatorianos). Poco d espués de la adopción de la C onstitución de 1821, unos
disidentes caraqueños p ro pusieron u n a estructura federal que colocara a C ara
cas com o cabeza de una V enezuela m ás autónom a.
Las tensas relaciones entre Bogotá y Caracas, y entre los civiles neogra
n ad inos y los m ilitares venezolanos, se exacerbaron por u n a serie de sucesos
iniciados con el juicio p o r asesinato del coronel L eonardo Infante, un llanero ve
nezolano que, se alegaba, había aterrorizado al vecindario de Bogotá en do n d e
vivía y que en 1824 fue acusado de m atar a otro oficial venezolano en la capital.
C u ando una corte m arcial de Bogotá, en una decisión dividida, dictó sentencia de
m uerte a Infante, el presidente de la corte, el venezolano M iguel Peña, se negó a
firm ar la sentencia. Por eso, en 1825, el Senado suspendió a Peña de su cargo en
la corte. Peña reaccionó quejándose ante Bolívar de que el gobierno de Santander
se m ostraba hostil contra los venezolanos y contra los m ilitares. Después, se unió
a los caraqueños que ya estaban agitando a favor de la separación de V enezuela
del gobierno de Bogotá. La pena de m uerte finalm ente ejecutada contra Infante
encolerizó a los m ilitares venezolanos, en tanto que el tratam iento de Peña en
Bogotá propició nuevos ataques de los caraqueños contra el gobierno central. Las
divergencias entre V enezuela y Bogotá, que crecieron después hasta el p u n to de
estim ular la separación de Venezuela, bajo el liderazgo del general Páez en 1826,
figuraban entre las causas que contribuyeron a un rom pim iento perm anente de
relaciones entre el Liberador y el vicepresidente S antander en 1827.
Las relaciones entre los dos m andatarios habían sufrido alguna tirantez
m om entánea en 1823 y 1824 por las distintas presiones que ellos estaban expe
rim entando: S an tander en el m anejo del gobierno en Colom bia y Bolívar con
las exigencias de la guerra contra los realistas en el Perú. D urante estos años, el
L ibertador se disgustó p o r la aparente renuencia de S antander a enviar el apoyo
m ilitar que Bolívar creía necesitar en el sur. Por su parte, S antander consideraba
q u e el L ibertador no com prendía las dificultades que afrontaba su gobierno para
recau d ar fondos en un país pobre y devastado por la guerra. El celo legalista
de S antander tam bién enojó al L ibertador. S antander planteó ante el C ongreso
colom biano un a d u d a en relación con la au to rid ad de Bolívar en el Perú: ¿podría
ejercer legalm ente sus facultades extraordinarias com o presidente de C olom bia
m ientras estaba fuera del país? En respuesta, en julio de 1824, el C ongreso decre
tó q ue Bolívar no podía ejercer p o d er alguno en Colom bia m ientras se encontra
ra en el Perú. En reacción, el iracundo Libertador renunció al com ando directo
del ejército colom biano en el Perú, poniéndolo en m anos del general A ntonio
José de Sucre.
Sin em bargo, a pesar de estas irritaciones Bolívar y S antander recupera
ron sus buenas relaciones, que fueron evidentes d u ra n te todo el año d e 1825.
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[ lisix iRiA [)F C o l o m b i a . I ’ a i s LRAO.Mi.-NrAixi, sex ii -d a d d iv id id a i9 3
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194 M arco P a i .a c t o s - F kank S aj io k d
todo caso. El p residente vitalicio sería u n verd ad ero rey, po rq u e no le ren d iría
cuentas a nadie. Por debajo del presidente, Bolívar concibió u n gobierno cons
titucional. El vicepresidente sería com o u n p rim er m inistro encargado de la a d
m inistración. La legislatura tendría tres cám aras. La cám ara de los censores, los
cuales tam bién serían vitalicios, tendría la facultad de acusar al vicepresidente
y a los m inistros del E stado (pero no al presidente) p o r "violación m anifiesta de
las leyes del Estado". El conjunto resultó, com o m uchos contem poráneos dije
ron, una m o n arq u ía constitucional con vestim enta republicana.
Bolívar creía que su invención constitucional era una solución ideal, no
solo para Bolivia sino para todos los países andinos. Según el L ibertador, su
C onstitución conciliaba todas las opiniones, y en febrero de 1826 em pezó a reco
m en d arla en to das partes. C u an d o el general Páez le pidió a Bolívar que estable
ciera un régim en napoleónico, el L ibertador rechazó la sugerencia y le p ro p u so
a Páez la C onstitución boliviana:
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f l i v i l IR IA I 'I C ‘ )i.< ' M U I A . P a í s i r a c a h n t a i x ' , s c x i r d a o d a i d i o a 195
Fuente: Carta d e S im ó n B olívar a F rancisco d e P aula S antander, Perú, 21 d e febrero d e 1826, en:
L ecu n a , V icente, co m p ila d o r. Cartas del Libertador, C aracas, 1929, to m o v, p p. 223-24.
seg ú n el general venezolano, in ten tab an reducir a los héroes m ilitares d e la in
d e p e n d en cia "a la condición d e esclavos".
La furia d e Páez contra el gobierno d e la capital se intensificó cuando, en
m arz o d e 1826, la C ám ara de R epresentantes form uló cargos en su contra por
ab u so d e p o d er en el reclutam iento m ilitar en C aracas. Las den u n cias contra
Páez fueron iniciadas p or las au to rid a d es rivales en C aracas, incluido el gobier
no m u n icip al, y ex p u estas an te el C ongreso nacional p o r congresistas venezola
nos. El vicep resid en te S an tan d er intentó d isu ad ir al C ongreso de tom ar acción
co n tra Páez, p o rq u e tem ía una reacción violenta del general venezolano. El C on
greso, sin em bargo, em p eñ a d o en hacer valer la au to rid a d civil sobre la m ilitar,
sig u ió adelante. Irónicam ente, Páez culpó a S an tan d er y a su gobierno, m ás que
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1% M akco P A LA ru T s - P k a n k S m -
tord
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H lb lO K lA DI: C d I.O M B IA . I ’ a IS F R A G M r.N IA IX ) , S C X 'IF D A D D IV ID ID A 197
H asta José M anuel R estrepo, que siem pre se orientó hacia el ord en a toda
costa, criticó en su d iario la form a m onárquica de la C onstitución boliviana, y
ad em ás lam en tó q u e el p resid en te Bolívar prom oviera m anifestaciones públicas
para im p lan tarla. D esp ués de la seg u n d a m anifestación d e C uayaquil, R estrepo
escribió en su diario: "Este es un golpe m ortal para el o rd en público, y ahora no
habrá m u n icip io ni p arro q u ia q u e no pida reform a". Y siguió:
Por otra parte, la Constitución dada para Bolivia con presidente perpetuo y vice
presidente hereditario desagrada a todos los hom bres que desde el principio de la
revolución se decidieron por el gobierno republicano [...1 Sin embargo, si Bolívar
lo quiere, es probable que sea adoptada porque no habrá quién pueda hacer una
resistencia efectiva [...] Como en todo el sur de Colombia y en el Perú hay tantas
ideas m onárquicas, se teme por los hom bres liberales que el presidente Bolívar
haya variado de ideas y venga a d ar las instituciones que le acom oden y a oprim ir
en parte las libertades públicas. ¡Ojalá salgan vanos tales temores!
Poco d esp u és, R estrepo declaró que el ap aren te consentim iento del Liber
tad o r p a ra la o rg anización de tales m anifestaciones y proclam as fue
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19 8 VI a k c .'O P alacras - F kank S a it o r d
los que hacen ostentación de saber mucho, son los que nos enredan con sus teo
rías, cuando nosotros no necesitamos recurrir a teorías escritas, teniendo la mano
y el talento de Bolívar, para que nos diga lo que debemos hacer[...] Si la opinión es
libre en Colombia, la mía es por el Libertador y yo no sirvo sino a él, no reconozco
más gobierno que él, ni quiero a Colombia sin él.
Si bien num erosos m ilitares se contaban entre los p artid a rio s m ás incondi
cionales de Bolívar, el L ibertador tam bién tenía partidarios en tre no pocos civi
les neogranadinos, sobre todo entre las fam ilias m ás p restantes de las ciudades
m ás im portantes de la Colonia; Bogotá, C artagena y P opayán. Varios de estos
notables colom bianos estaban dispuestos a concentrar la au to rid a d en m anos del
Libertador, por considerarlo el bastión m ás sólido contra la arrem etida de des
o rd en político y quizás tam bién social. Entre los m ás prom inentes de estos boli
varianos civiles estaban Juan de Francisco M artín, un com erciante de Cartagena,
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1llSTOKIA ui; C o l o m b i a . P a Ls l k a o .m i m a i x i , s c k t i d a d d a t d id a 199
el ju rista E usebio M aría C anabal, tam bién cartagenero, y varios abogados que
fueron m in istro s d e E stado en tre 1820 y 1830 (José M aría C astillo y Rada, de
C artagena, E stanislao V ergara y A lejandro O sorio, de Bogotá y, con algunas re
servas, el an tio q u eñ o José M anuel Restrepo).
Los del b an d o opositor, que tenía com o líder al vicepresidente S antander,
se llam aban a sí m ism os constitucionalistas (porque defendían la C onstitución de
1821) o liberales; su s d etractores los llam aban exaltados, dem agogos am biciosos
y a veces "jacobinos". Los abogados neogranadinos de las provincias norteñas de
la cordillera O riental —com o Vicente Azuero, Francisco Soto y Diego F ernando
G ó m e z — estaban en la v an g u ard ia ideológica d e este bando. Estos liberales m ás
bien in tran sig en tes contaban con el decidido apoyo de sus p artidarios en d iv er
sas regiones del valle del M agdalena, desde M om pox hasta N eiva, y con aliados
tam bién en A ntioquia. A dem ás, los liberales recibían apoyo m ilitar de oficiales
neo g ran ad in o s de la región del Socorro, pero los principales caudillos liberales,
los coroneles José M aría O bando y José H ilario López, provenían del Cauca.
L a d e s in te g r a c ió n d e l a G r a n C o lo m b ia
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2Ü0 M akcx ) P alack - F k \\K S a t io r d
te, sentara las bases de la unión colom biana. En julio d e 1827, el C ongreso co
lom biano acordó convocar la convención constitucional te m p ra n a que qu ería
Bolívar. Pero la convención, que se llevó a cabo en la c iu d a d d e O caña en tre
m arzo y junio de 1828, decepcionó a los bolivarianos p o rq u e los san tan d e ristas
consiguieron elegir u n m ayor n ú m ero de delegados d e los q u e p rev eían los
p artid ario s del L ibertador. Los bolivarianos atribuyeron el éxito d e los sa n ta n
deristas a sus m aquinaciones políticas. Sin em bargo, tam b ién los bolivarianos
p ro cu raro n m an ip u lar la elección de delegados en las regiones en d o n d e tenían
influencia. La causa bolivariana recibió el apoyo de d eleg a d o s d e C artagena,
E cuador y algunas regiones de V enezuela. Pero los sa n ta n d e rista s se q u ed a ro n
con la m ayor p arte de los delegados del interior n eo g ran ad in o . El re su ltad o
fue u n v irtu al em pate entre dos g ru p o s intransigentes, con alg u n o s m o d era d o s
com o Joaquín y Rafael M osquera, de P opayán, y José Ignacio d e M árquez, de
Boyacá, colocados entre las dos facciones antagónicas.
Los bolivarianos querían im plantar alguna variante de la C onstitución bo
liviana, o por lo m enos un sistem a centralizado con u n ejecutivo fuerte d o tado
de am plios poderes de acción. Por su parte, Santander, V icente A zuero y otros
dirigentes liberales, que fueron centralistas du ran te la convención constitucional
de C úcuta en 1821, buscaban abora una estructura m ás federal que actuara com o
freno contra una d ictadura bolivariana. A unque am bas partes estaban m uy pola
rizadas, cada facción m odificó sus propuestas con la esperanza de obtener el ap o
yo de los m oderados. El proyecto bolivariano proponía u n p eriodo de ocbo años
de gobierno para el presidente, sin restricciones de reelección, lo que constituía
un intento por reducir la frecuencia de comicios desestabilizantes, pero sin insis
tir en la presidencia vitalicia de Bolívar. Por el contrario, la facción de S antander
proponía un periodo presidencial de cuatro años y prohibía la reelección. Con
el ánim o de interponer una barrera de papel contra la d ictad u ra bolivariana, los
liberales propusieron reducir los poderes extraordinarios de em ergencia otorga
dos al ejecutivo en la C onstitución de 1821. Tam bién querían crear asam bleas de
partam entales que perm itieran el desarrollo de una m ayor autonom ía provincial.
A unque los bolivarianos m odificaron su p ro p u esta constitucional para
obtener los votos de los m oderados, no lo hicieron de buena gana ya que m uchos
de ellos pensaban que estaban im poniendo d em asiados lím ites a los poderes
ejecutivos que deseaban otorgarle al Libertador. De antem ano, los bolivarianos
habían decidido que si no podían salirse con la suya, a b a n d o n arían la conven
ción y establecerían un régim en de fuerza. El m ism o L ibertador le escribió en
este sentido al delegado bolivariano general P edro Briceño M éndez, en m arzo
de 1828, antes de que com enzara a sesionar la C onvención de Ocaña:
Dígale Ud. a los federales que no cuenten con patria si triunfan, pues el ejército y
el pueblo están resueltos a oponerse abiertamente. La sanción nacional está en
reserva para im pedir lo que no gusta al pueblo.
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H is 'i o r i a Dt; C o l o m b i a . I ’ a í s f r a o .m i s r A i x \ s c x i l d a d d iv i d i d a 201
Bolívar ag reg ó que sus p artid a rio s "d eb en retirarse antes que firm ar...
lo q u e no esté d e acu erdo con su conciencia". El 6 de m ayo, José M aría C astillo
y R ada, el líd er d e la delegación bolivariana en O caña, hizo eco a estas o p in io
nes: si los liberales obtienen cualquier p arte de su program a, escribió a Bolívar,
"estam o s resu elto s u n n ú m ero considerable sin el cual no p u ed e co n tin u ar sus
trabajos la C o n v en ció n ... a m archarnos, y d en u n ciar su crim en a la N ación, y
perseg u irlo s de m u erte". Dos días después. Castillo y R ada reiteró que si p re v a
lecía la C o n stitu ció n liberal, los bolivarianos disolverían la convención y los san-
tan d erista s "n o go zarían su triunfo, p o rq u e se les haría u n a g u erra de exterm inio
hasta an iq u ilar su raza". Así, el 10 de junio de 1828, los bolivarianos ab a n d o
naro n la co nvención y la dejaron sin qu ò ru m ; a su juicio, con esto allanaban el
cam ino p ara u n gobierno irrestricto del L ibertador.
M ientras la C onvención de O caña trastabillaba hacia el colapso, los boli
varian o s d ecid iero n p ro clam ar dictad o r al Libertador. El 7 de junio, antes d e que
la con v en ció n finalm ente se disolviera, el secretario de G uerra, general Rafael
U rd an eta, con la ap ro bación del resto del gabinete, estaba o rg an izan d o u n a re u
nión d e p ad res d e fam ilia en la capital para rechazar las decisiones d e la co n v en
ción (sean cuales fueren) y conferir a Bolívar una d ictad u ra absoluta. U rdaneta
se sintió esp ecialm en te com placido d e q u e Bogotá fuera la sede de este acto,
p o rq u e co n sid erab a que la capital era el centro del constitucionalism o santan-
derista: "E sta ciu d a d ha sido la m ás constitucional, el asiento de S an tan d er y su
facción, y d o n d e m ás se ha influido contra el L ibertador".
El 13 de junio, el coronel P edro A lcántara H errán, in ten d en te de C u n d i
nam arca, cu m p lió a la letra el plan de U rdaneta. En la ju n ta d e Bogotá, los pocos
que se atrev iero n a d isen tir fueron intim idados y silenciados. El siguiente paso
de U rd a n eta fue hacer q ue la guarnición local re sp ald ara a la junta de Bogotá:
Las tropas p restarán juram ento m añana de reconocer la voluntad pronunciada del
pueblo y sostener la voluntad del Libertador. Después de este acto toda oposición
se vencerá a viva fuerza.
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202 M a k i :o I ’ m .actcts - F r a n k S a i t o r d
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} iísT D K iA Df- C o l o m b ia . ['’ a Is F K .- \ c ,M i:\ rA rx > , s c x i e d a o d ix t o id a 203
cipitad am en te, parecía q u e m atarlo había llegado a ser su m eta. En una acción
ap resu rad a y mal o rg an izad a, los conspiradores intentaron asesinar (¿o a rre s
tar?) a Bolívar en el palacio presidencial en la noche del 25 de septiem bre de
1828. Sin em bargo, con la a y u d a de su am ante M anuela Sáenz, el L ibertador
logró escap ar saltan d o desde u n a ventana del palacio y ocultándose debajo de
un p u en te hasta q u e las fuerzas m ilitares que le eran leales lograron re sta u rar el
control d e la capital.
M uchos de los co n sp irad o res fueron arrestados, som etidos a juicio su m a
rio p o r u n a corte m ilitar, y catorce d e ellos fueron ejecutados. Uno de estos fue
el general José Padilla, u n o de los pocos negros que había alcanzado el rango d e
general en C olom bia. Padilla, q u ien estaba deten id o en la capital p o r una acu sa
ción de rebelión en C artagena, había sido escogido p o r los conspiradores com o
el h o m b re q u e debía a su m ir el m an d o m ilitar de Bogotá d esp u és del golpe, a u n
que parece m u y posible que el p ro p io Padilla no estuviera en terad o del com plot.
D esp u és del in ten to de asesinato, los bolivarianos redoblaron sus esfu er
zos p ara elim inar a S an tan d er y a sus p artidarios de la política colom biana. Bo
lívar confió tem p o ra lm en te a su m inistro de G uerra, el inflexible general Rafael
U rdaneta, el cargo d e co m an d a n te m ilitar de C undinam arca, para que p u d ie ra
presid ir el juicio d e los conspiradores. S antander fue uno de los co n denados a
m u erte p o r la corte m arcial. Sin em bargo, para disgusto de U rdaneta, el Consejo
de E stado le solicitó al L ibertador q u e conm utara la sentencia de m uerte de S an
tand er, ad u c ie n d o q u e la evidencia contra él era insuficiente, au n q u e era obvio
que, adem ás, no q u ería n ejecutar al ex vice presidente, para quien casi todos
hab ían serv id o com o m inistros. S an tan d er fue llevado prisionero a C artagena, y
luego en v iad o al exilio. Liberales notables que no tuvieron nacia que ver con la
con spiración tam bién fu eron exiliados o encarcelados. Entre los exiliados figu
raban V icente A zuero, q u e había sido m iem bro de la C orte S uprem a por varios
años, y Francisco Soto, u n sen a d o r perenne. En el m om ento del atentado am bos
vivían lejos d e la capital, A zuero en el Socorro y Soto en Pam plona, y solo se
e n teraro n del co m p lo t contra Bolívar cuando llegaron los soldados a arrestarlos.
Los bolivarianos quisieron elim inar no solo a los líderes liberales, sino
tam b ién el germ en d e los principios subversivos. C om o m uchos de los cons
p irad o res eran ab o g ad o s jóvenes y estudiantes universitarios, los bolivarianos
conclu y ero n q u e el cu rrículo u niversitario estaba perv irtien d o a la ju v en tu d co
lom biana. Bolívar ya h abía pro h ib id o el estudio de B entham en m arzo de 1828;
d e sp u é s d e la co n spiración septem brina, su sp en d ió del currículo los principios
de legislación, el derech o público, el derecho constitucional y las ciencias acimi-
nistrativ as, y agregó cu rso s obligatorios sobre los fu n d am en to s de la religión
católica rom ana.
El aten ta d o co n tra el L ibertador coincidió con un conato de guerra con
el P erú y con una rebelión alen tad a por los p eru an o s contra el régim en boli
v aria n o en la región del C auca, dirig id a por los caudillos san tan d eristas José
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204 M aro ' I’ a i, \ r ii r. - [’ r a n k S a it o r d
M aria O bando y José H ilario López. Esta insurrección, que com enzó en octubre
de 1828, tuvo com o epicentro el valle del Patía, en d o n d e O b an d o contaba con
apoyo. O bando y López lograron extender su control desd e P opayán hasta Pasto
en el sur, pero fueron rechazados por las principales poblaciones del valle del
Cauca. Bolívar, que había m archado hasta el C auca para ocuparse de la g uerra
con el Perú y adem ás su p rim ir la rebelión, concedió u n a am nistía a O bando y a
López. El L ibertador aceptó tácitam ente el control de Pasto y P o p ay án por los
rebeldes, sin q u erer com batir contra guerrillas locales en el difícil terreno del
Patía y de Pasto, en d onde tanta sangre se había v ertido d u ra n te la guerra de
independencia. Entre tanto, la rebelión en el Alto C auca y la g u erra con el Perú
revivieron tem poralm ente la agitación separatista en Venezuela.
En esta coyuntura, m ientras Bolívar estaba en el sur, tanto él com o su con
sejo de m inistros en Bogotá se sentían cada vez m ás p reo cu p ad o s p o r el fu tu ro
de Colombia. D esde abril de 1829 Colom bia disfrutó de paz interna. Sin em b ar
go, para entonces Buenos Aires, Chile, G uatem ala y México, así com o Perú y
Bolivia, habían sufrido m uchas perturbaciones, lo cual reforzaba el pesim ism o
de los bolivarianos con respecto al orden político en H ispanoam érica. El consejo
de m inistros tem ía que la unión de V enezuela, la N ueva G ran ad a y Ecuador no
sobreviviera la m uerte de Bolívar, y ya en 1829 era evidente el deterioro de su
salud. Por consiguiente, los m inistros de Estado com enzaron a p en sar en cóm o
m antener u n id a a Colom bia y preservar el orden cu an d o falleciera el Libertador.
En abril de 1829, Bolívar p ro p u so a sus m inistros que ex p lo raran con G ran
Bretaña la posibilidad de establecer un protectorado británico en Colom bia. Los
m inistros d u d aro n que los británicos estuvieron d ispuestos a asu m ir esa res
p onsabilidad si C olom bia parecía a p u n to de disolverse, por lo cual trataron de
encontrar otros m edios de consolidar el orden interno. P ropusieron una presi
dencia vitalicia del Libertador; a su m uerte debía ser reem plazado p o r un m o
narca de alguna dinastía europea. Sin em bargo, sabían que la p ro p u e sta abierta
de una m onarquía generaría problem as políticos. D urante casi dos decenios, los
dirigentes colom bianos habían proclam ado las v irtu d es del gobierno republica
no y condenado la m onarquía. La sola m ención de u n plan p ara establecer una
m onarquía los expondría a un ataque de los letrados republicanos. Sin em bargo,
de ser viable el proyecto, los m inistros consideraban q u e una m o n arq u ía consti
tucional dirigida por un príncipe europeo tendría varias ventajas. Por una parte,
haría de Colom bia un país m ás respetable a los ojos d e las m o n arquías europeas,
lo cual contribuiría a garantizar su seguridad externa. Así m ism o, se evitarían
las elecciones presidenciales nacionales, que m uy probablem ente incitarían a
hom bres "am biciosos" a sum ir a la nación en la guerra civil. E speraban que una
m onarquía constitucional frenara tanto las acciones arbitrarias de los m ilitares
com o la dem agogia de los letrados. De esta form a, im aginaban q u e su p ropuesta
le traería orden y estabilidad al país de diversas m aneras.
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p erm itir que su nom bre se vinculara con un proyecto abiertam ente m onárquico.
Bolívar era especialm ente sensible a la crítica de los constitucionalistas europeos,
p u esto que su dictadura ya estaba siendo condenada en E uropa por Benjamin
C o n stan t y otros escritores em inentes.
La negativa de Bolívar a cooperar echó al traste el proyecto m onárquico,
pero au n así el plan tuvo varias consecuencias indeseables. A unque el Liberta
d o r se había o p uesto al proyecto, sus detractores le achacaron la responsabili
d ad , y así sufrió m enoscabo su reputación. El general José M aría C órdova, que
en junio de 1828 había apoyado con vehem encia u n a d ictad u ra del Libertador,
se sublevó en A ntioquia, en septiem bre de 1829 con la oposición a una m o n ar
qu ía bolivariana com o una de sus consignas. El plan m onárquico tam bién su
m inistró m uniciones a los separatistas venezolanos para atacar tanto a Bolívar
com o al gobierno de Bogotá. El proyecto m onárquico y la rebelión frustrada de
C ó rd o v a en A ntioquia suplieron u n a excusa y una ocasión para la gestación de
u n m ovim iento definitivo en favor de la secesión venezolana en noviem bre de
1829, q ue culm inó en una proclam ación form al de separación bajo el liderazgo
del general Páez en enero de 1830.
M ientras Páez ratificaba la separación de V enezuela de la G ran Colom bia,
en Bogotá se reu n ían los delegados de una convención constitucional que, según
se esperaba, p o d ría salvar de alguna m anera la unión colom biana. La elección
d e los delegados se dispuso de m anera tal que se favoreciera el dom inio de los
sim p atizan tes del Libertador. Por ejem plo, a los soldados, a quienes se les había
p riv ad o del derecho al sufragio en 1827 antes de la conflictiva C onvención de
O caña, se les perm itió votar en la elección de los delegados a la C onvención
d e 1830. Se eligieron bolivarianos notables para representar a Bogotá y la costa
atlántica, y tam bién hubo partidarios del L ibertador en las delegaciones relati
v am en te p equeñas de V enezuela, Panam á y Ecuador. Los liberales m oderados
n o estab an del todo ausentes; figuraban en las delegaciones de A ntioquia, el So
corro y Neiva. Sin em bargo, los dirigentes liberales m ás destacados y esforzados
(com o S antander, Vicente A zuero y Francisco Soto) qued ab an afuera, ya que
h ab ían sido exiliados com o consecuencia de la conspiración de 1828. A Bolívar
le g u stó tanto la com posición del C ongreso que lo llam ó "adm irable".
La C onstitución de 1830 que redactó el C ongreso A dm irable fue un tér
m ino m edio entre los proyectos bolivariano y liberal presentados en la conflic
tiva C onvención de O caña. Los bolivarianos hicieron aprobar los periodos de
gobierno m ás prolongados, los cuales, según esperaban, traerían una m ayor es
tabilidad: ocho años para el presidente, el vicepresidente y los senadores. Sin
em bargo, a diferencia de la pro p u esta bolivariana en Ocaña, la C onstitución de
1830 prohibió la reelección del presidente y del vicepresidente. Al presidente
tam bién se le concedió m ayor autonom ía en el nom bram iento o rem oción de sus
su b o rd in ad o s de la que habían propuesto los liberales en 1828. Pero los delega
d o s del C ongreso A dm irable no incluyeron nin g u n a disposición que estipulara
p o d eres de em ergencia para el presidente.
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cuando reg resara Bolívar. Pero el Libertador, que por entonces se encontraba en
C artagena d esilu sio n ad o y bastante enferm o, no quiso volver. Poco después, en
diciem bre d e 1830, falleció en una hacienda cerca de Santa M arta.
C om o U rd an eta había definido su régim en com o u n gobierno interino
hasta el reg reso de Bolívar, la m u erte del Libertador lo dejó sin fundam ento. En
los p rim ero s m eses d e 1831, las fuerzas liberales av anzaron contra U rdaneta des
de el C auca y el valle del Alto M agdalena: bajo el liderazgo de los generales José
M aría O b a n d o y José H ilario López, y desde C asanare bajo el m an d o del general
Juan N ep o m u cen o M oreno. Entre tanto, varias rebeliones m ilitares p u sieron fin
al control b o liv arian o de A ntioquia y gran parte de la costa atlántica, al tiem po
que su rg iero n g ru p o s guerrilleros en Ibagué, el Socorro y en las inm ediaciones
de Bogotá. En abril d e 1831, previas negociaciones, U rd an eta renunció en favor
del v icep resid en te constitucional, el general Dom ingo Caicedo, con la garantía
de que no se to m arían represalias contra quienes lo habían apoyado. T anto los
bolivarianos en arm as com o m uchos de sus antagonistas liberales se opusieron
a cu alq u ier acuerdo. Sin em bargo, con la ayuda del general López el gobierno
p resid id o p o r C aicedo perm itió una transición m ás o m enos pacífica a una era
posbolivariana. Casi todos los m ilitares venezolanos q u e habían ap o y ad o al Li
bertad o r reg resaro n p ro nto a su tierra.
C on la p a rtid a de los venezolanos y, poco después, la rem oción d e los
bolivarianos n eo g ran ad in o s de las filas del ejército, el cu erp o de oficiales se re
dujo co n sid erab lem en te. En p arte p o r esta razón: desde 1832 hasta fines del siglo
XIX, los m ilitares ejercieron com o estam ento m enos influencia en la política d e la
N ueva G ra n ad a q u e en V enezuela, México o Perú. El país siguió librando g u e
rras civiles y ten ien d o generales com o presidentes nacionales, pero estos últim os
por lo general fu ero n elegidos. En m ayor grado que en otros países h isp an o a
m ericanos, la N u ev a G ranada y d esp u és Colom bia tuvieron en el siglo xix algo
parecido a go b iern o s constitucionales.
Así term in ó la C olom bia de Bolívar, un poco m ás de un decenio d esp u és
de iniciarse. El colapso d e la G ran C olom bia fue inevitable. La unión de V ene
zuela, la N ueva G ran ad a y E cuador había sido im pulsada por la exigencia de
un frente co o rd in a d o contra las fuerzas realistas españolas; una vez d erro tad as
estas, la n ecesidad d e la unión dism inuyó. Varios otros factores contribuyeron
al d eb ilitam ien to d e la unión. La au to rid ad adm inistrativa in d ep en d ien te que
d isfru taro n C aracas y Q uito d u ra n te la Colonia hacía difícil que los notables de
esas ciu d ad e s acep taran ser gobernados por Bogotá. Por otra parte, la dificultad
y la len titu d de los viajes desde V enezuela y Ecuador hasta Bogotá im pedían su
represen tació n en el C ongreso y en otras entidades del G obierno nacional. La
relativa falta de represen tación en el gobierno civil contribuyó al sentim iento de
rivalid ad regional tan to en V enezuela com o en Ecuador.
Las d iferen cias económ icas y sociales entre las regiones tam bién tu v ie
ron un p ap e l en la diso lución. La clase d o m in an te de la sierra ecuatoriana, q u e
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210 M arco P a l a c r is - (’ r a n k S ai k 'R d
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LA NUEVA GRANADA, 1831-1845
L a c o n s o lid a c ió n d e l t e r r i t o r i o n a c io n a l
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212 M .\R ro I ' a i .a c r í s - [ ' r a x k S m to rd
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214 M argo P m acto s - í' r a n k S a it o r d
L a p o lític a : e l s u rg im ie n to d e lo s d o s p a r tid o s t r a d i c i o n a le s
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H is io k ia in C o i C1M I31A. T a i s tkao m i \ i A fx \ s c x ii o a o D u in iD A 215
desarro llo d e las divisiones políticas en la década d e los años 1830. D espués de
la caíd a del régim en bolivariano, los liberales que habían resistido el gobierno
a u to ritario se dividieron en dos grupos: los liberales "exaltados" (que preferían
llam arse "progresistas") y los liberales m oderados. La división obedeció m ás
q u e to d o a la política que se debería seguir frente a los antiguos bolivarianos.
Los ex altad o s creían que se debería negar a los ad h eren tes del autoritarism o
cu alq u ier participación en la política, m ientras que los m oderados pensaban que
sería aconsejable conciliar e incorporar a los bolivarianos. Las cuestiones ecle
siásticas tam b ién tenían algo que ver con los conflictos políticos de la década de
los añ o s 1830, pero tal vez en un nivel m enos im p o rtan te que la reincorporación
de los b o livarianos a la vida política.
D ebe em p ezarse esta discusión de la política d e la época con u n bosquejo
de la conform ación social d e la vida política y las reglas del juego político. La po
lítica era d o m in ad a por los notables, tanto en los cantones y las provincias com o
en la escena nacional. En la constelación de los notables, los abogados y m ilitares
estab an en tre las figuras m ás visibles. Tam bién los sacerdotes, terratenientes y
com erciantes cum plían papeles im portantes pero m ás en el nivel local que en el
nacional. Estos notables controlaban y arreglaban los com icios locales y canto
nales, y u n o s cuantos, sobre todo los abogados y alg unos m ilitares, aparecieron
com o legisladores, m inistros o jefes del G obierno nacional. A unque los notables
d o m in ab an la política, no eran los únicos actores. O tras gentes que no figuraban
en tre la clase política participaban com o votantes, pero rara vez com o actores
visibles. E ntre estos participantes secundarios el g ru p o m ás significativo eran
los artesan o s, q u e por lo general eran m ás educados y tenían m ás conocim iento
político q u e o tros m iem bros del pueblo.
En el ju ego d e la política los notables observaban ciertas reglas. A com ien
zos d e la d écad a de los años 1830 todavía no se habían desarrollado partidos
claram en te o rg anizados, pero las elecciones sí podían ser m uy com petitivas. Sin
em bargo, los can d id ad o s debían ad h erir a un código de caballerosidad que les
exigía, p ara m an ten er el decoro, fingir que no am bicionaban o cupar cargos p ú
blicos. Así, las cam p añ as políticas se hacían de una m anera sigilosa. Para d a r la
im p resió n d e q u e era escogido por la voluntad espontánea de los votantes, el
ca n d id a to se abstenía de hacer m anifiestos o echar discursos. Todo se m anejaba
por cartas a los am igos y artículos anónim os en la prensa, y eran los am igos del
ca n d id a to q u ien es hacían el esfuerzo para conseguir su elección.
A ntes d e 1831 parece haber existido bastante consenso en tre los liberales
n eo g ran ad in o s. En la década d e los años 1820 tanto los que llegaron a ser id en ti
ficados com o ex altados com o los liberales que d esp u é s se llam aron m o d erados
c o m p artía n la creencia de q u e el E stado debería g o b ern arse p o r las reglas cons
titucionales. T anto los liberales m o d erad o s com o los exaltados se op u siero n al
pro y ecto co n stitu cio n al de Bolívar de 1826-1828, p o rq u e lo consideraban una
m o n arq u ía constitucional d isfrazad a con ropaje republicano. C u an d o oficia
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218 M A K G o IYa i . a c i c i s - F rank S a i -f o r d
exiliado), creían que el gobierno de Bogotá debía intentar revivir la idea d e Co
lom bia, ahora a m anera de confederación de la N ueva G ranada con V enezuela
y Ecuador, para fortalecer al país en su trato con potencias extranjeras. Por esta
razón, pro p u siero n llam ar a la nueva república N ueva G ranada, reservando el
nom bre de C olom bia para u n a posible confederación de m ayor tam año en el
futuro. Por el contrario, M árquez, que se había p ronunciado en contra d e una
un ió n dem asiado estrecha con V enezuela en el C ongreso de C úcuta de 1821,
se opuso ahora a cualquier conexión política con V enezuela y p ro p u so que el
área que seguía regida p o r Bogotá se apropiara del nom bre Colom bia. D espués
de dieciocho días de debate en torno a esta cuestión, la convención votó por
un m argen estrecho (31-30) en favor de llam ar N ueva G ranada a la república
renovada. En su voto sobre este tem a, los hom bres que se identificaban com o
liberales exaltados se aliaron casi todos con Soto y A zuero a favor del nom
bre N ueva G ran ada y de una posible confederación futura, m ientras que los
m oderados se inclinaron por el nom bre Colom bia. En térm inos regionales, los
hom bres qu e rep resentaban los centros tradicionales de la era colonial (Tunja,
Bogotá, C artagena) votaron en su m ayor parte con M árquez por Colom bia y la
separación definitiva, y quienes provenían de provincias m ás m arginales en la
colonia (Socorro, Neiva, M ariquita) tendieron a votar con Soto y A zuero a favor
del nom bre N ueva G ranada. (Com o una gran parte de la región del C auca estu
vo anexada a Ecuador hasta enero de 1832, esta región no tuvo representación
en la convención de 1831-1832).
O tro tem a contencioso fue la elección del general José M aría O bando com o
vicepresidente provisional en com petencia con M árquez, decisión que se tom ó
tras 17 votaciones. Poco d esp u és de la elección de O bando, los exaltados hicie
ron ap ro b ar m edidas que otorgaban facultades extraordinarias al vicepresidente
para enviar al exilio a civiles y m ilitares que hubieran apoyado el derrocam iento
del gobierno constitucional en agosto de 1830 y el subsiguiente régim en de U r
daneta. Estas m edidas fueron ap ro b ad as en una serie de votaciones estrechas,
debido a la resistencia de M árquez y los m oderados. En ese m om ento, Vicente
A zuero y Francisco Soto se convencieron de que M árquez intentaba atraer el
apoyo de los bolivarianos para enfrentarse con Francisco de Paula S antander en
los siguientes com icios presidenciales. Según inform ó A zuero, con esto M árquez
se había convertido en protector de "los perversos y egoístas" (refiriéndose a los
bolivarianos) y en defensor "d e la causa del fanatism o".
Más tarde, en m arzo d e 1832, la convención eligió a M árquez com o vi
cepresidente provisional en vez del general O bando, en otra larga serie de vo
taciones m uy reñidas. Luego d e su elección, M árquez reincorporó al ejército a
varios de los oficiales u rd an etistas que O bando había expulsado en los meses
anteriores. El general O bando y otros m ilitares antibolivarianos se m olestaron
por la restitución de esos oficiales "dictatoriales". El tem a de las exclusiones y
reincorporaciones de civiles y m ilitares bolivarianos siguió debatiéndose perió
dicam ente en la década de los años 1830. La "traición" de M árquez al restituir en
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} llSrO K lA Df, CoiXI.M BI \. I ’ a Is FK.AGMI NTArX), SCX1FDAD DIVIDIDA 21 9
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Fuente: G ó m e z , F em a n d o , "Los cen so s en C olom b ia an tes d e 1905", en: U rrutia, M igu el y A rrubla,
M ario, Com pendio de estadísticas históricas de Colombia, cu ad ros 2-5.
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222 M \K(-:o I’ a i .ac .tcts - F k w k S a i t o k d
religiosa corno un m edio para fom entar la inm igración. Sin em bargo, no q u i
sieron presionar p or la adopción de reform as radicales q u e p u d ie ra n correr el
riesgo de m otivar al clero a sublevar al populacho piadoso. En 1834, c u a n d o Flo
rentino G onzález, en su periódico El Cachaco, abogó por u n a tolerancia religiosa
absoluta, la su p resión total de las órdenes religiosas y la confiscación d e sus
p ro p ied ad es, el presidente S antander, por consejo del vicep resid en te m o d era d o
Joaquín M osquera, negó toda responsabilidad en estas id eas y pidió a G onzález
el cierre del periódico.
A unque S an tander com partía la orientación racionalista de los p ro g resis
tas e incluso instó al rebelde Botero a en tra r en sintonía con "el esp íritu del si
glo", estaba de acuerdo con los m o derados en cuanto a la necesidad d e contener
los proyectos anticlericales m ás provocadores. En 1836 p rev in o a la C ám ara de
R epresentantes sobre el riesgo de restringir el fuero eclesiástico. S an tan d er co n
sideraba que la opinión pública no estaba p re p ara d a p ara esta innovación y q u e
generaría un a reacción extrem a, dán d o les a los opositores del gobierno la o p o r
tu n id ad de m in ar su autoridad.
Si bien S an tander intentaba evitar reform as eclesiásticas excesivam ente
audaces, reaccionaba con furia cu an d o creía que la agitación religiosa estaba
siendo utilizada com o arm a para debilitar el gobierno. U n ejem plo de esto fue
su respuesta a la segunda gran controversia en torno al uso del tra ta d o de Je
rem y Bentham sobre principios de legislación com o texto obligatorio p ara los
estu d ian tes de derecho. La adopción del texto de B entham d en tro del curricolo
universitario en 1826 suscitó críticas airadas tanto del clero com o d e los laicos
piadosos, y en m arzo de 1828 Bolívar prohibió su uso en las un iv ersid ad es. En
m ayo de 1835, el C ongreso restauró el curricolo de 1826, B entham incluido, pese
a las protestas de los altos prelados y de m uchos p ad res d e fam ilia. T odos es
tos opositores creían que las doctrinas utilitaristas de B entham su b v ertiría n las
creencias religiosas y la m oralidad. En octubre de 1835, el gobierno d e S an tan d er
trató de tran q u ilizar a los críticos de B entham con instrucciones de q u e los textos
recom endados "n o se deben ad o p tar ciegam ente p o r los profesores en to d as sus
partes" y que los instructores debían om itir cualesquiera doctrinas "co n trarias a
la religión, a la m oral, y a la tran q u ilid ad pública, o erró n eas por alg ú n otro m o
tivo". Los instructores tam bién p o dían indicarles a los estu d ian tes las m aneras
en qu e las doctrinas peligrosas eran erróneas.
El intento de S antander de conciliar con los censores del texto sobre legis
lación dio paso a una posición m ucho m ás dura, cu an d o se convenció de q u e las
críticas contra B entham tenían en realidad com o p ro p ó sito atacar a su gobierno.
No m ucho d esp u és de publicadas las concesiones, los p ad res de la o rd e n de la
C andelaria p ro p u siero n negar la absolución a los universitarios q u e estu d iara n
el controvertido texto. El presidente S antander in terp retó esto com o u n desafío
abierto a la au to rid ad del gobierno. En una carta en v iad a al vicepresidente Joa
quín M osquera, am enazó con p ed ir al C ongreso que clau su rara el m o n asterio de
la C andelaria, al que describió com o "lleno de frailes godos, ignorantes, boliva-
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1 I is io K iA d í ; C o i .OMBIA. I’ a is r K A r . \ t r \ r \ [ x i , s c x t i o a d div id id a 223
ríanos e insolentes". "N o p u ed e haber república", añadió, "con sem ejante cana
lla". En d iciem bre de 1835, S an tan d er interpretó los ataq u es de la prensa contra
B entham com o un esfuerzo concertado para d esacred itar al gobierno utilizando
" u n arm a tan terrible" como la religión.
A m ed id a que S antander se convencía de que las críticas contra Bentham
co n stitu ían en realid ad un intento de debilitar el gobierno, se fue volviendo cada
vez m ás in transigente. Como le escribió al v icepresidente M osquera, quien a su
vez era u n firm e crítico de Bentham , "yo soy de los q u e no m e gusta q u ed a r ca
llado cu a n d o se hostiliza al gobierno tan vilm ente". S an tan d er explicó que había
p u b licad o u n a defensa enérgica de Bentham , a la cual M osquera había puesto
rep aro s, p o rq u e "fue preciso... para d a r a en ten d er a los enem igos del gobierno
qu e estáb am o s resu elto s a m antenernos firm es". Y añadió: "yo soy capaz de h a
cerm e hereje o m ah o m etano p o r no ceder una línea de terreno a los em pecinados
enem igos del gobierno actual". Dos sem anas después, S an tan d er retom ó el tem a
de m an era m ás am enazante. Estaba d ispuesto a aceptar críticas constructivas
contra B entham , p ero si las críticas se hacían con intención de atacar, desacredi
tar o d erro ca r el gobierno, eso ya era u n asunto com pletam ente distinto. "A quí
[en Bogotá] no se ha arm ad o una jarana p o r este negocio de B entham , po rq u e m e
tienen m ied o y la fuerza arm ada está fielm ente por el gobierno".
N o m u ch o d espués, el propio vicepresidente M osquera fue blanco de la
ira san tan d e rista. M ientras M osquera estaba re d actan d o una crítica am plia de
B entham , él y S an tan d er intercam biaron varias cartas en las q u e intentaron d e
batir su s convicciones contrarias sin afectar el respeto que am bos se profesa
ban. Sin em bargo, casi se produce un rom pim iento irrep arab le de sus relaciones
c u a n d o El Constitucional de Cundinamarca, uno de los periódicos oficiales de Bo
gotá, publicó un artículo que, refiriéndose inequívocam ente al vicepresidente
M osquera, sin m encionarlo p o r su nom bre, lo acusó d e fom entar la cam paña
"fan ática" del sacerd o te José M aría Botero en A ntioquia, y p o r en d e de ap o
y a r la su b v ersió n del orden público. El artículo decía, adem ás, que M osquera
ap o y ab a el "fan atism o " para favorecer sus propias am biciones presidenciales.
Esta acusación era m ás ofensiva e insultante que la prim era, po rq u e M osquera,
ad e m á s d e ad h e rir siem pre a la regla de no m ostrar am bición, en realidad no
q u ería ser p re sid e n te po rque gen u in am en te no se creía ap to para el cargo. A u n
q u e S an tan d er le aseg u ró a M osquera q u e no era el a u to r de este infundio, casi
n ad ie le creyó. N o m ucho d espués las relaciones en tre S an tan d er y M osquera
m ejoraron, e incluso este apoyó al can d id ato san tan d erista a la presidencia, el
g en eral José M aría O bando. Pero ya el dañ o estaba hecho, quizás no tanto para
la am istad en tre los d o s hom bres com o para la reputación de S antander, porque
fue u n ejem plo m u y visible de los m uchos en que el p resid en te o sus subalternos
se v aliero n de ataq u e s m ordaces en la prensa para contestar a quienquiera que
criticara sus políticas.
En m arzo d e 1836, cuando seguía can d en te la controversia en torno a
B entham , el go b iern o de S antander afrontó otro desafío cu an d o la C ám ara de
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L a s e le c c io n e s p re s id e n c ia le s d e 1836
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1llSIOKIA Di, C oi OMBIA. P a IS l-R.Af All \ I AIX), «XII OAD DIVIDIDA 225
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ira d e los fanáticos. Por otra parte, M árquez no hizo n ad a p o r proscribir la ense
ñanza de B entham de las aulas universitarias.
La religión se convirtió en una fuerza m anifiesta en las elecciones vicepre-
sidenciales de 1836, cu ando se creó una sociedad católica cuyo objetivo expreso
era p ro m o v er u n p rogram a ultrarreligioso y elegir ca n d id ato s proclericales. La
pren sa p ro g resista aseguró que M árquez estaba aliado con la Sociedad Católica.
De hecho, ni M árquez ni sus partidarios m o d erad o s profesaban sim patía por
esa organización. La Sociedad Católica era u n rival político de los m oderados, y
a m u ch o s d e estos les m olestaba su tendencia al fanatism o. El o rg an izad o r de la
Sociedad C atólica, Ignacio M orales, buscó el apoyo del arzobispo M anuel José
M osquera c u a n d o este llegó a Bogotá en 1835. Pero el aristocrático M osquera,
q u e sim p atizab a con los m oderados, percibió de inm ediato que M orales podría
ser u n ex trem ista peligroso y m an tu v o una p ru d e n te distancia. O tros m iem bros
del clero, d e alto rango pero m enos astutos, sí ap o y aro n a M orales y la Sociedad
Católica, en tre ellos el nuevo nuncio papal, m onseñor C ayetan o Baluffi, el canó
nigo A n to n io H errán d e Bogotá y el obispo de Popayán.
La ironía d e las acusaciones que lanzaron los san tan d eristas contra M ár
q u ez p o r su su p u esta alianza con los fanáticos religiosos fue evidente en 1839,
cu a n d o el go b iern o cerró cuatro conventos m enores en Pasto, m ed id a que im
pulsó u n a rebelión d e pastusos ultrarreligiosos. D ebido al fuerte sentim iento re
ligioso trad icio n alista d e Pasto, esta provincia había q u e d a d o exenta de las leyes
de 1821 y 1832, q u e exigían la clausura de conventos con pocos frailes. Pero en
1839, p o r iniciativa de un legislador pastuso, el C ongreso votó a b ru m a d o ram en
te a favor del cierre d e los conventos. La rebelión religiosa que se inició en Pasto
en julio d e 1839 se reprim ió en gran parte, au n q u e no del todo, hacia finales del
año. N o obstante, en enero de 1840 estalló una revuelta m uy diferente no lejos de
allí, al su r d e P o p ay án , liderada p o r el general José M aría O bando.
G u e r r a c iv il, 1839-1842
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1839
1840
Enero 21 Juan Gregorio Sarria se pronuncia a favor de O bando y la religión en Timbío; O bando se
une a la rebelión el 26 de enero; el 22 de febrero Obando pone fin a la insurrección, m ediante
un acuerdo pactado con el general Herrán en los Árboles.
Febrero 6-17 Revolución frustrada en Vélez, liderada por el exgobem ador N icolás Escobar (destituido
por el presidente Márquez el 31 de enero), su asesor, el progresista presbítero Rafael María
Vásquez, y José Azuero. El coronel Vicente V anegas es nom brado jefe suprem o; pronto es
subyugada por las fuerzas gubernam entales.
Septiem bre 18-22 Juan José Reyes Patria (coronel expulsado del ejército) se pronuncia en Sogam oso, con el
apoyo de José A zuero (antiguo rebelde en la provincia d e V élez) y el presbítero Juan N e
pom uceno Azuero. Reyes Patria marcha a Tunja, en d on d e había estallado una revolución
m om entánea, hasta la llegada de la fuerza gubernam ental.
S ep tie m b re 21 Revolución en el Socorro, dirigida por el gobernador, coronel Manuel G onzález; G onzález
proclama el Estado federal, con inclusión de Pamplona, el Socorro, Casanare, Tunja y Vélez.
El 29 de septiem bre, G onzález derrota a las fuerzas del gobierno en la batalla d e Polonia.
S ep tie m b re 23 El acuerdo del general Tomás Cipriano de M osquera con Flores introduce tropas ecuato
rianas en la lucha contra Obando en Pasto.
S ep tie m b re 30 Los generales Herrán y Mosquera, con el apoyo de tropas ecuatorianas, derrotan la pequeña
fuerza de Obando; Obando huye.
O ctu b re 10 A m edida que las fuerzas rebeldes del coronel G onzález se aproxim an a Bogotá, el presi
dente Márquez cae presa del pánico y huye a Popayán para consultar con los generales
Herrán y Mosquera.
O ctu b re 11 Rebelión en Ciénaga, y luego en Santa Marta, liderada por el general venezolano Francisco
Carmona, quien proclama el "Estado Federal de Manzanares"; los cantones de Barranquilla,
Sabanalarga y Soledad proclaman el "Estado Federal d e Barlovento".
O ctu bre 18 Cartagena se une a la revolución; el coronel Juan A ntonio Gutiérrez d e Piñeres es su jefe
militar.
O ctu b re 22 Bajo el m ando de Francisco M artínez Troncoso, M om pox se une a la rebelión en la costa
atlántica.
O ctu bre 24 El coronel G onzález ocupa Zipaquirá, am enazando la capital, pero es derrotado por el
coronel Juan José Neira y la caballería de hacendados d e la Sabana, el 27 de octubre.
N o v ie m b r e 8 Los generales Herrán y M osquera consultan con el presidente Márquez en Popayán; cre
yendo que Obando ya está derrotado, deciden regresar a Bogotá para iniciar una campaña
contra los rebeldes de las provincias del norte.
N o v iem b re 22-29 Bogotá se m oviliza para la defensa. Los notables de la oposición liberal (Vicente Azuero,
("Gran Sem ana") Florentino G onzález, etc.) son encarcelados y encadenados.
(Continúa)
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N o v ie m b r e 25 El coronel G onzález vu elve a ocupar Zipaquirá, pero el general Herrán llega a Bogotá el
27 de noviem bre, con sus tropas próximas a llegar. G onzález se retira hacia el norte el 4
d e diciembre.
D ic ie m b r e 16 El presidente Márquez le pide al presidente Flores, de Ecuador, que envíe 2.000 soldados
ecuatorianos a la N ueva Granada (800 para asegurar el control de Cauca y Antioquia, y
1.200 para ayudar a proteger Bogotá).
D ic ie m b r e 29 Llegan a Bogotá noticias de que Obando volvió a aparecer en su hacienda, cerca de Timbío.
D ic ie m b r e 31 Los rebeles controlan el istmo, la costa atlántica (incluida M om pox), las provincias del norte
(Pam plona, Socorro, Tunja, Casanare, V élez) y Mariquita y Antioquia.
1841
E nero 9 El general Herrán derrota a los rebeldes bajo el m ando d e G onzález en Aratoca, lo que
perm ite que el gobierno retome el control de la mayor parte de las provincias del norte.
F eb rero 3 D espu és de librar una batalla con el coronel rebelde Salvador Córdoba, el coronel Eusebio
Borrero acepta retirarse de Antioquia al valle del Cauca.
Febrero 12 En un golpe sorpresivo, Obando derrota a Borrero cerca d e Caloto, en el Cauca; Obando
recluta esclavos en la región de Caloto y en otras partes.
F eb rero 28 El general Herrán controla Honda, puerto clave sobre el río M agdalena.
Abril 1 El general Mosquera derrota al general Carmona en Tescua, com pletando la recuperación
gubernam ental de las provincias del norte.
Abril 30 El general Juan José Flores entra a la provincia de Pasto y com ienza a incorporarla a
Ecuador.
M ayo 4 El coron el Joaquín Posada G utiérrez derrota a Pedro A n ton io Sánchez, subalterno de
O bando, en Riofrío, bloqueando el ingreso d e O bando al valle del Alto M agdalena.
M ayo 22-24 El coronel Salvador Córdoba y otros son capturados cerca de Cartago; m ás tarde todos son
ejecutados por el general M osquera (julio 8).
1842
Fuentes: H elgu era , J. L eón y D avis, Robert H ., ed s., Archivo epistolar del generai Mosquera: Correspon
dencia co n ... Herrán, I, pp. 287-293; II, pp. 123-128; R estrepo, José M an u el, Diario politico y militar,
to m o 3; R estrepo, José M a n u el, Historia de la Nuexm Granada, I (1832-1845); R o d ríg u ez Plata, H oracio,
José M aría Obando, íntim o; Epistolario... Obando, tres tom os, co m p ila d o re s Luis M artín ez D e lg a d o y
S erg io E lias O rtiz.
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23b M AR(.:o I’ a i .actcis - F r a n k S a i f o r d
El proceso de form ación de los partidos entre 1835 y 1842 encierra varias
ironías. La estrid ente oposición santanderista al gobierno d e M árquez y la su b
siguiente g u erra civil em pujaron a los m oderados a forjar con los bolivarianos
y el clero las alianzas que tanto habían tem ido los santanderistas. En 1837-1838,
las quejas de los exaltados contra el gobierno de M árquez m olestaron a algunos
liberales notables que habían servido lealm ente a S an ta n d e r —com o Lino de
Pom bo, Joaquín Acosta y Rufino C uervo —, im peliéndolos a forjar u n a coalición
de m o d erad o s y bolivarianos. M uchos de estos liberales m o d era d o s conform a
ron la espina dorsal de lo que después vino a llam arse el p a rtid o conservador.
A dem ás, atacado por los santanderistas, M árquez buscó y recibió el apoyo de
antiguos bolivarianos com o los generales H errán y M osquera. Los liberales m o
d erad o s y los antiguos bolivarianos se unieron en ese m om ento y se les cono
ció com o "m inisteriales", es decir, p artidarios del gobierno. C u an d o estalló la
rebelión liberal, los m ilitares bolivarianos se volvieron in d isp en sab les para la
defensa del gobierno m inisterial, hasta tal p u n to que el general H errán , antiguo
bolivariano y uno de los salvadores m ilitares del gobierno, fue el sucesor de
M árquez a la presidencia en 1841. El general M osquera, otro antig u o bolivariano
que obtuvo victorias cruciales para el gobierno, sucedió a H errán com o presi
dente en 1845. Así, los ataques de los exaltados contra M árquez, acusándolo
de estar aliado con los bolivarianos, tuvieron precisam ente el efecto d e llevar a
algunos de los bolivarianos sobrevivientes al poder.
El vaticinio santanderista de que M árquez intentaba u tilizar la religión
com o arm a política tam bién se cum plió, otra vez por las acciones d e los m ism os
progresistas y contra las intenciones originales de M árquez y los otros m ode
rados. Com o resultado de la guerra civil de 1839-1842, m uchos m o d erad o s y
antiguos bolivarianos, algunos de ellos anticlericales en la década de los años
1830, se convencieron de que las generaciones m ás jóvenes estaban siendo co
rro m p id as p o r un a educación secundaria dem asiado laxa y por ideas peligrosas
(verbigracia las de Bentham). La rebelión sirvió de m otivo para form ar u n plan
para traer de nuevo a los jesuítas, que habían sido ex p u lsad o s por la C orona
española en 1767. Ignacio C utiérrez Vergara, un pilar del gobierno m oderado,
abogaba por el regreso de los jesuítas, según decía, " a u n q u e pase p o r retrógrado
y u ltram o n tan o ", para que su hijo p u d iera "vivir en u n a atm ósfera m enos con
tagiosa, au n q u e no tan ilustrada".
I n t e r p r e t a c io n e s s o c io e c o n ó m ic a s d e l a s a l in e a c io n e s p o l ít ic a s
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I lisit-K iA Pf. C o i o .\i i }|.\. í ’ a h i k v .m i \ r a i .x ', s c x ii p \ p p i \ i p i o a 23/
esta fó rm u la sim plista no resiste el escrutinio; am bos p artid o s tenían una com
posición social diversa y sus m iem bros tenían d istin tas ocupaciones. M uchos
co n serv ad o res d estacados eran abogados y / o com erciantes, y m uchos liberales
eran terraten ien tes y m ilitares. Incluso hubo varios eclesiásticos liberales, sobre
todo an tes d e 1850. En todo caso, estas categorizaciones por ocupación o interés
económ ico fallan porque, d u ra n te la m ayor parte del siglo xix, un solo in d iv id u o
de la elite política solía tener varias ocupaciones, sien d o por ejem plo terrate
niente y abo g ad o , o m ilitar y com erciante. Y au n q u e la persona no tuviera ocu
paciones tan variad as, lo m ás probable era que otros m iem bros de su fam ilia sí
ejercieran d istin to s oficios.
En alg u n o s lugares sí parece haber existido u n a diferenciación social bas
tante clara en tre hom bres que se convirtieron en liberales y otros que llegaron a
ser conocidos com o conservadores. En Cali, las g ra n d es fam ilias terratenientes,
entre q u ien es h abía num erosos abogados, se situaban m ás que todo del lado
conserv ad o r, m ien tras que quienes habían cu rsado la carrera de derecho pero
no p oseían p ro p ie d a d e s tan g ran d es tendieron a volverse dirigentes liberales.
C om o se an o tó an terio rm ente, algunas elites socialm ente em ergentes en la costa
atlántica tam b ién se situaron del lado liberal. Por el contrario, en la región del
Socorro, las d iferencias de clase eran m enos extrem as y se reflejaban m enos cla
ram en te en los alineam ientos políticos. En todo caso, los principales dirigentes
del liberalism o in cipiente form aban p arte del establecim iento regional del Soco
rro.
E ntre las in terpretaciones generales de las bases sociales de la división
p artid ista en la N u e v a G ranada antes de 1850 deben m encionarse tres variantes.
Una de ellas, fo rm u lad a por G erm án C olm enares, se concentra en la d iv erg en
cia en tre u n a so cied ad de esclavistas aristocráticos en el C auca, uno de varios
epicentros del conservatism o, y la ig ualdad social relativam ente m ayor en el
Socorro, el co razó n del liberalism o. O tra explicación sugiere que las ciudades
que fu ero n im p o rtan tes d u ra n te la C olonia (Bogotá, Tunja, P opayán, C artagena)
ten d iero n a co n v ertirse en centros conservadores, p o rq u e sus elites tenían m ejo
res conexiones sociales y políticas y d isfrutaban de m ayor acceso a la educación
su p erio r q u e los ho m b res de provincias m enos destacadas, quienes tendieron
a volverse liberales. U na tercera hipótesis, m ás reciente, percibe a las fam ilias
asociadas con la burocracia de fines del periodo colonial com o epicentro d e la
tradición política co n servadora en proceso de desarrollo, en tanto que los libe
rales de la d écad a d e los años 1830 no tenían tantos nexos con la m aquinaria
colonial. N in g u n a d e estas interpretaciones explica la orientación cada vez m ás
p ro n u n ciad a d e A n tio q uia hacia la política conservadora d e 1836 en adelante.
En todo caso, las diversas interpretaciones de la época parecen sugerir
que existió un sen tim ien to de diferenciación en tre u n establecim iento recono
cido e in d iv id u o s socialm ente em ergentes. En 1839-1840, e incluso m ás tarde,
en el decenio de los años 1850, hom bres de orientación conservadora m uchas
veces p en saro n q u e q u ienes abogaban por un sistem a federalista eran personas
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en los p rin cip ales centros coloniales (Bogotá, C artagena y Popayán). Esta políti
ca alcanzó su clím ax d u ran te los gobiernos m inisteriales de 1837-1845. D espués
de la g u e rra civil de 1839-1842, los m inisteriales atribuyeron el d eso rd en político
al p re su n to exceso d e abogados con instrucción universitaria. A com ienzos de
la d éc ad a d e los años 1840, los m inisteriales sostuvieron que los abogados jóve
nes, v ién d o se desem pleados, buscaban hacer carrera política y sus am biciones
fo m en ta b an los conflictos.
M ientras los m inisteriales consideraban la restricción de la educación su
perio r com o u n a política necesaria para p reserv ar el orden público, las elites de
las ciu d a d e s provinciales la percibieron com o un intento de fru strar las carreras
de su s hijos. Fue tanta la resistencia que provocó esta política que el gobierno
de T om ás C ip rian o de M osquera (1845-1849) m oderó las restricciones a la e d u
cación profesional en las provincias. D espués de la elección del general liberal
José H ilario L ópez en 1849, los liberales, m uchos de ellos de cuna provinciana,
bu scaron, en 1850, acabar del todo con el sistem a de control centralizado d e la
edu cació n sup erio r.
Los conflictos que rodearon las políticas d e educación su p e rio r en tre
1821 y 1850 ilu stran la rivalidad d e p o d e r en tre los descendientes de la aristo
cracia colonial d e Bogotá, C artagena y P opayán, p o r una parte, y h o m bres de
orig en pro v in cial m ás m odesto, p o r la otra. Sin em bargo, el tem a tam bién a p u n
ta a la n ecesid ad d e revaluar esta interpretación de la política colom biana en el
p erio d o en q u e com ienzan a form arse los dos partidos tradicionales (1827-1842).
En p rim er lugar, no todos los p artid ario s de un gobierno central fuerte (incluido
el control cen tralizad o de la educación) descendían de la aristocracia colonial
de Bogotá, C artag en a y Popayán. José M anuel Restrepo, o riu n d o de E nvigado,
A ntio q u ia, p ero en v iad o a Santa Fe de Bogotá a estu d iar en el Colegio d e San
B artolom é (1799-1806), no era hijo de la burocracia colonial. Sin em bargo, com o
secretario del In terio r (1821-1830) apoyó, junto a otros m iem bros del gabinete de
cu n a m ás aristó crata, la dictadura de Bolívar en 1828, y fue uno de los p rin cip a
les p ro p o n e n te s del proyecto m onárquico de 1829. R estrepo tam bién concibió
u n a política de educación superior m ás centralizada y restrictiva en 1826, y fue
u n o d e su s p rin cip ales defensores en las décadas de los años 1830 y 1840.
Así com o R estrepo fue un hom bre de origen provincial no relacionado con
la aristocracia colonial, tam bién M ariano O spina R odríguez, fuerza d o m in an te
de la reacción cen tralizadora que se dio d esp u és de la g uerra civil de 1839-1842,
fue ajeno a la burocracia tradicional. N acido en G uasca, un p equeño pueblo ag ri
cu lto r al n o rte d e Bogotá, en una fam ilia con tierras m odestas, O spina viajó a la
cap ital p ara e s tu d ia r en el Colegio de San Bartolom é. C om o estu d ian te u n iv e r
sitario fue liberal san tan derista y participó en la conspiración contra Bolívar, en
sep tiem b re d e 1828. C uando fracasó el com plot, O spina h uyó a A ntioquia, en
d o n d e, gracias a su evidente capacidad intelectual, pronto surgió com o líder
político en la provincia, proceso en el cual parece haber asim ilado sus valores
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2 40 M ari, o P a i .a c . r . ' a - F r \ n k S a i t o r d
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atlántica, d u ra n te los prim eros años de la república, los pu erto s de Santa M arta
y S abanilla-B arranquilla surgieron com o rivales liberales del p u erto establecido
pero d eclin an te de C artagena.
D esde el p u n to de vista ideológico, los dos p artid o s que surgieron en las
décad as de los años 1830 y 1840 no se dividieron claram ente en torno a la polí
tica económ ica. Si bien las ideas y políticas económ icas de la elite variaro n con
el tiem po, d esd e com ienzos del decenio de los años 1830 hasta 1880 ten d iero n a
m o v erse d en tro de u n consenso bipartidista global, inclinándose hacia el pro tec
cionism o a com ienzos de la década de los años 1830 pero evolucionando hacia
el libre com ercio d esde fines de los años 1840 hasta 1880. En cuanto a la o rg a n i
zación política, a p artir de 1837, los liberales tendieron a prom over una m ay o r
au to n o m ía regional, m ientras q u e sus rivales conservadores preferían u n a es
tru c tu ra m ás centralista. Sin em bargo, en el tem a de federalism o versus c e n tra
lism o am b o s p artid o s cam biaban de opinión de acu erd o con las o p o rtu n id ad e s
políticas. En este caso tam bién hubo m uchas veces consenso de la elite, a u n q u e
variab a seg ú n el m om ento.
Los dos p artid o s se diferenciaron m ucho m ás en sus actitudes frente al
p o d e r y la influencia de la Iglesia, sobre todo d esp u és d e la guerra civil d e 1839-
1842. Los liberales, si bien en su m ayor parte católicos, pensaban que la Iglesia
com o institu ció n era dem asiado poderosa y que tendía a constreñir la p ro d u c
tiv id ad económ ica y la ilustración pública. Al contrario, casi todos los políticos
conservadores creían que la Iglesia debía desem peñar un papel preponderante en
la preservació n del orden social y m oral, y por consiguiente estaban disp u esto s
a asig n ar al clero u n a función tutorial en la educación de la ju v en tu d y la o rien
tación d e la sociedad en general. Para los políticos conservadores, la Iglesia fue
no solo u na fu en te d e orden social, sino tam bién una aliada y un in stru m en to
para m o v ilizar ap o y o político. La influencia del clero sobre el pueblo en general
ten d ía a conferir a los conservadores una ventaja im p o rtan te en su com petencia
con los liberales, cuyas ideas, m uchas veces im p o rtad as del exterior, solían ser
inco m p ren sib les p ara sus com patriotas m enos instruidos, quienes las percibían
com o algo am en azan te. Las diferencias políticas e ideológicas en to m o a la Igle
sia, ya ev id en tes d e m anera soterrada a fines del decenio de los años 1830, se
ag u d iz a ro n en las décadas de los años 1850 y 1860.
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tasa de crecim iento dem ográfico de 1825 a 1835 m ucho m ay o r que la de cualquier
otro m om ento en el siglo. Sin em bargo, es m uy posible que d u ra n te la lucha p o r
la independencia la N ueva G ranada hubiera experim entado el tipo de pérdida de
población q u e sugieren estas cifras. Los censos efectuados en Cali, para citar un
ejemplo, indican que el núm ero de habitantes de dicha ciu d ad se redujo en casi
un 19 por ciento entre 1809 y 1830. Así m ism o, los registros de la década de los
años 1820 h ab lan de pérdidas sustanciales de población en m uchos otros lugares.
Según censos quizá m ás confiables, la población d e la N ueva G ran ad a
creció en cerca d e 74 por ciento entre 1835 y 1870. C om o indica el cu ad ro 9.3, este
crecim iento fue m u cho m ayor que el prom edio en A ntioquia, C auca y Panam á;
m ás bajo q ue el p ro m ed io en la cordillera O riental, y el m ás bajo fue el del valle
del M agdalena y la costa atlántica. G lobalm ente, en este p erio d o la población de
A ntioquia creció a u n ritm o casi el doble que el de la cordillera O riental y m ás de
tres veces q u e el de la costa atlántica (sin incluir Panam á). La cordillera O riental
siguió siendo la región m ás poblada, con un 48 p o r ciento d e la población nacio
nal en 1835 y u n 46 p o r ciento en 1870, m ientras que, en el occidente, A ntioquia
y C auca ju n to s co m ponían el 22 por ciento de la población en 1835, cifra que se
elevó a m ás del 27 p o r ciento en 1870. D urante estos años, el porcentaje de p o
blación en la costa altántica (sin incluir Panam á) se redujo del 14 al 11 por ciento.
La m ay o r p arte de la población vivía en pequeños reductos rurales. H abía
m uchas co m u n id ad e s agrícolas dispersas por el terreno q u eb rad o de la N ueva
G ranada; p o r lo general, los pueblos eran poco m ás q u e lugares en d o n d e se
celebraba sem an alm en te el m ercado, y la m ayor p arte de las ciudades seguían
siendo en re alid ad poblaciones pequeñas. Bogotá, capital política y educativa
y centro de d istribución de productos nacionales e im portados, tenía una p o
blación u rb an a que en 1835 y 1843 se calculaba en 40.000 habitantes, au n q u e
el censo de 1851 encontró m enos de 30.000 habitantes. En 1851, ninguna otra
ciu d ad del país su p erab a los 20.000 habitantes. A m ed iad o s del siglo, el Socorro
era el seg u n d o d istrito m unicipal m ás populoso, pero m uchos de sus habitantes
debían vivir en las afueras de la ciudad. M edellín se estaba desarrollando con
relativa ra p id e z com o epicentro com ercial dom inante en A ntioquia; Cali crecía
a un ritm o m u ch o m ás lento.
Varias ciu d ad e s que tuvieron una im portancia significativa d u ran te el
periodo colonial —C artagena, Tunja y P o p a y á n — ya no figuraban dentro de
las ciu d ad es m ás grandes. D urante las décadas d e los años 1830 y 1840, y d e
bido en p arte a la obstrucción del canal que conectaba a C artagena con el río
M agdalena, esta ciu d ad perdió su dom inio com o p u n to de ingreso de artículos
im portados, y S anta M arta surgió com o un co m petidor p o rtu ario m ás efectivo,
sucedido a su vez en la segunda m itad del siglo por B arranquilla. A m ediados
del siglo, C artag ena, con m enos de 10.000 habitantes, ni siquiera se contaba entre
las doce ciu d ad es m ás grandes del país. Popayán, con 7.000 habitantes, y Tunja,
con 5.000, estab an lejos de situarse entre las prim eras veinte m unicipalidades.
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} ils iO K iA ni: Q u o m bia. í ’a n frac a u \ t a i x i , scx i f d a o dix i d i d a 243
Cuadro 9.3. Población de la N ueva Granada por region es, 1810-1870, en m iles
(cifras aproxim adas).
C o rd ille ra O rie n ta l
C u n d in a m a rca (189) (189) 256 279 317 414 62
A lto M a g d a le n a
Tolima (100) (98) 157 183 208 231 47
Fuentes: G ó m e z . "Los cen so s en C olom bia", en Urrutia y Arrubla, ed s.. Com pendio de estadísticas histó
ricas de Colombia, pp. 9-30, y M eló, Jorge O rlan d o, "La e v o lu c ió n eco n ó m ica d e C olom b ia, 1830-1900".
C u a d ro N o . 1, en M anual de historia de Colombia, t. II, p. 138.
Sin em bargo, estas ciu dades coloniales tradicionales co n serv aro n su im p o rtan
cia com o cen tro s d e gobierno provincial y de educación su p erio r. P opayán y
C artag en a tenían, ju n to a Bogotá, las tres u niversidades nacionales que existie
ron en las d écad as de los años 1830 y 1840, y Tunja ostentaba u n o d e los colegios
d e secu n d aria m ejor dotados. Así pues, estas ciudades coloniales tradicionales
qu e ahora eran relativam ente estáticas siguieron teniendo un peso político m uy
su p erio r a lo q u e su g erirían el tam año de sus poblaciones o su im portancia eco
nóm ica.
C om o capital de la república, Bogotá era la ciudad n eo g ran ad in a m ás des
crita p o r los visitantes. A los viajeros les parecía una ciu d ad b astan te retrasada.
La S abana d e Bogotá q ue rodeaba la ciudad parecía tener tierras ricas, pero com o
g ran p arte de su s árboles habían sido talados, lucía, según algunos, un tanto
m o n ó to n a. Las técnicas agrícolas seguían su m id as en el atraso; los labriegos to
dav ía cu ltiv ab an sus parcelas con arados de m adera. No o b stan te ser la ciudad
m ás g ra n d e del país, Bogotá todavía era relativam ente peq u eñ a. La ciudad en sí
ocu p ab a 195 m an zan as. Sus calles estrechas y ad o q u in ad a s no tenían que aco
m o d ar m u ch o tráfico sobre ruedas, salvo por una q u e otra carreta, pues en la
décad a d e los añ o s 1830 la capital tan solo ostentaba tres coches y unas pocas
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244 M P a l a c i o s - [ 'k a n k S a l l o r u
C o rd ille ra O rie n ta l
Bogotá 40.086 29.649 40.883
O ccid en te
Cali 10.376 11.848 12.743
Fuente: A d a p ta d o d e M eló, Jorge O rlan d o, "La ev o lu c ió n econ óm ica d e C olom b ia, 1830-1900", en:
M anual de historia de Colombia, T. 11, p. 142.
calesas. La Calle Real o Calle de C om ercio (hoy día la carrera séptim a) era la
única calle con lám paras y aceras, estas últim as de ap enas sesenta centím etros
de ancho. Con la ay u d a de la lluvia o del ag u a que bajaba d e los arroyos, se s u
ponía que los canales en el centro de las calles se llevaban las aguas residuales,
especialm ente en las calles descendentes, que iban de oriente a occidente. Sin
em bargo, las condiciones sanitarias de la ciu d ad tam bién d ep e n d ía n del apetito
de los gallinazos, los burros y los cerdos. Dos ríos que atravesaban la ciudad
tam bién se llevaban la basura. Las m ujeres lavaban la ropa en el río, un poco m ás
arriba de los lugares en d o n d e se arrojaba la basura. M uchas casas d e p e n d ía n de
las aguadoras, quienes les llevaban agua en jarras de barro.
La m ayor parte d e las casas tenía un solo piso. Sus m u ro s solían ser descri
tos por los visitantes com o hechos de ladrillos de adobe o tapia pisada. Las casas
m ás augustas de Bogotá, que constaban de dos pisos, tenían patios, siguiendo
la tradición m editerránea española. Con pocas excepciones, en las décadas de
los años 1820 y 1830, las casas estaban pobrem ente am obladas en com paración
con los estándares europeos. A com ienzos de la década d e 1820, pocas tenían
ventanas de vidrio; hacia m ediados de los años 1830 las v entanas de vidrio ya se
habían po p u larizado un poco, pero todavía m ás de la m itad de las casas carecían
de ellas. Las esteras de paja, que d u ran te la Colonia cubrían los pisos incluso de
las viviendas de la clase alta, seguían usándose bastante, en vez de alfom bras.
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H i s i i ’K i a Dt. C o i ( w t B i A . í ’ a n í r a t a i í A : v. ii ¡ ' \ i ' i; > i\ id ip •, 245
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246 M .\ií( o T a i a i k n - F k a n k S a ito k o
C lero Frailes M o n ja s P o b la c ió n de la
d iocesano p ro v in cia
Bogotá 161 215 161 255.569
Tunja 105 81 77 236.983
Cartagena 102 23 38 130.324
A ntioquia 101 18 158.017
Pasto 65 29 27 58.589
P opayán 62 13 33 48.236
Cauca 55 12 50.420
Pam plona 55 14 99.610
N ación 1.086 456 449 1.686.038
Fuente: G ó m ez. "Tos c e n s o s en C o lo m b ia " , en: U rru tia y A rru b la, C om pendio de estadísticas de
Colombia.
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H isio k ia d i Coi o m b i a . I ’ a is i<v.a" \ otv >
, x x ifpa i ■ dd i i )| i >a 247
De m o d o sim ilar, m uchos de los pro d u cto s m an u fa ctu rad o s de uso co
m ún se fabricaban en num erosas regiones, a u n q u e la m an u factu ra artesanal
estaba m u ch o m ás g en eralizada en la cordillera O riental y en Pasto que en el
área en tre P opayán y A ntioquia. Los p roductos de fique, com o cabuyas, costa
les o a lp arg atas (el calzado m ás utilizado por q uienes no an d a b an descalzos),
se fabricaban en toda la cordillera O riental y un poco m enos en gran p arte del
occidente. T am bién se producía una am plia varied ad de textiles de algodón o
lana en la m ay o r p arte de las provincias de la cordillera O riental, así com o en la
región d e Pasto. En las provincias entre P opayán y A ntioquia solo se fabricaba
una c a n tid a d lim itada de textiles especializados. Los artículos de cuero, com o
arreos y aparejos, zap atos y suelas, se producían ab u n d a n te m en te en la cordi
llera O riental; tam bién en este caso, en el occidente, la varied ad de artículos de
cuero d e pro d u cció n local era m ás lim itada.
El com ercio interregional estaba, entonces, lim itado p o r el hecho de que
m uchas regiones p ro d u cían bastantes p ro d u cto s sim ilares, en especial alim entos
prim arios, a u n q u e tam bién algunos bienes de consum o m anufacturados. El alto
costo del tran sp o rte terrestre restringía aú n m ás el com ercio interregional. En
el siglo XIX, al igual q ue d u ra n te la C olonia, las m uías tran sp o rta b an la m ayor
parte de la carga terrestre, incluso por las principales ru tas com erciales. En la
cordillera O riental, a m ediados del siglo, el tran sp o rte en m uía p o r terreno plano
costaba en tre 19 y 22 centavos por to n e la d a /k iló m e tro (diez veces lo que costaba
tra n sp o rta r carga por ferrocarril en Estados U nidos p o r la m ism a época). En los
cam inos de m o n tañ a, com o los que conectaban el altiplano con el río M agdalena,
el tran sp o rte d e carga costaba m ucho más. En una d e las ru tas m ás transitadas,
la que com u n icab a el p u erto fluvial de H onda con Bogotá, la carga costaba en
tre 24 y 37 centavos p o r to n ela d a /k iló m e tro en tre 1820 y 1860. En tiem pos de
guerra, c u a n d o escaseaban las m uías, o en épocas de lluvia, cu an d o las trochas
resbalosas y en lo d ad a s significaban un peligro para las bestias, las tarifas en los
cam inos de m o n tañ a subían incluso el 75 por ciento.
A lgunos cam inos de m ontaña eran d em asiad o tortuosos para las m uías, y
carg u ero s h u m an o s tran sp o rta b an tanto bienes com o pasajeros, a un costo entre
el 70 y el 100 p o r ciento su p erio r al del acarreo a lom o de m uía. En la década de
los años 1820 y pro b ab lem ente d u ra n te algún tiem po después, tanto la m ercan
cía com o los viajeros acom odados eran cargados por peones desd e la cabeza
de navegación en el río N are, en la cuenca del M agdalena, hasta las zonas altas
m ás p o b lad as d e A ntioquia. Por lo m enos hasta la décad a de los años 1840, los
carg u ero s h u m an o s tam bién tran sp o rtaro n carga y pasajeros a través del paso
del Q uindío.
Pese a los altos fletes que im plicaba el tran sp o rte d e carga desd e la cordi
llera O riental h asta el M agdalena y desde el M agdalena hasta la cordillera C en
tral, alg u n o s p ro d u cto s de alto valor por peso o artículos especializados viajaban
desd e el oriente h asta el occidente. H abía algún com ercio a distancia, no solo de
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2 4S \t o [>,x¡ K - Fkank S aí i i 'k p
textiles sino tam bién de sal, cacao y ganado en pie (reses, caballos y m uías). En
la década de los años 1850 Bogotá enviaba m uías, hierro y aparejos de m ontar,
junto con textiles nacionales, a A ntioquia; y Ocaña proveía a los an tioqueños de
anís, derivados del azúcar, harina de trigo y alpargatas, en am bos casos a cam bio
de oro. Sin em bargo, no pu ed e decirse que el país tuviera un m ercado nacional
para n ingún producto, y esta situación persistiría d u ra n te todo el siglo xix.
D entro de las regiones había un comercio m ás activo, sobre todo en tre
pro d u cto s com plem entarios de las zonas altas y frías y d e las m ás bajas y cálidas.
En la región de Bogotá, por ejem plo, el pueblo de La M esa, situado en la zona
cálida al su r de la capital, servía de pun to de intercam bio de p roductos de tie
rras bajas, com o cacao de Neiva, panela, m aíz y arroz, p o r p roductos básicos de
tierras altas com o la sal de Z ipaquirá, papas y textiles. En Boyacá, en el pueblo
de Sogam oso, el ganado de carne y el algodón de los llanos de C asanare se in ter
cam biaban por textiles fabricados en la zona andina. Sin em bargo, los altos fletes
debieron im poner algún límite a la distancia a la que se podían com erciar p ro
ductos pesados y de poco valor. En 1834 si una carga de p ap a a lom o de m uía se
tran sp o rtab a por m ás de 50 kilóm etros en tierra plana o 32 kilóm etros en tierra
quebrada, el costo del flete excedía el valor del prod u cto en su lugar de origen.
Por varias razones, antes de 1870 no hubo im portantes m ejoras en el
tran sp o rte terrestre. El hecho de que casi todas las regiones p u d ieran satisfa
cer la m ayor p arte'd e sus necesidades básicas m ediante el intercam bio regional
o local inm ediato, tendía a reducir la escala del com ercio y, por consiguiente,
los incentivos para invertir en grandes mejoras. Por otra parte, debido al lento
ritm o de su econom ía interna y a su debilidad en m ateria de com ercio exterior,
el gobierno nacional no contaba con los recursos fiscales necesarios para em
p ren d er g randes proyectos. Era tal la debilidad fiscal del gobierno que escasa
m ente podía pagarles los salarios a los m ilitares y a otros funcionarios oficiales.
Por otra parte, los pocos fondos gubernam entales disponibles para inversión en
com unicaciones terrestres d u ra n te la década de los años 1830 se distribuyeron
entre las provincias sobre una base per cápita. Esto elim inó el conflicto político
en torno a la asignación de partidas, pero tam bién restringió la gestación de
grandes proyectos. Por consiguiente, en las décadas de los años 1830 y 1840 casi
todas las reparaciones de los cam inos terrestres se realizaron m ediante trabajo
personal subsidiario, según el cual los pobres proveían m ano de obra obligatoria
y los m ás ricos contribuían con dinero para com prar el trabajo de otros. Estos
proyectos, dirigidos por au to rid ad es locales sin preparación técnica y em p lea n
do una fuerza laboral renuente, ap enas repararon algunos de los daños sufridos
por los cam inos de h errad u ra debido al tráfico y a la lluvia. Los nuevos cam inos
de h errad u ra solían ser construidos por em presarios particulares a cam bio del
derecho de cobrar peaje. Estos em presarios facilitaron la colonización de tierras
antes inexplotadas, sobre todo en A ntioquia, y el desarrollo de nuevas vías para
conectar el interior con el m undo exterior. Sin em bargo, antes de m ediados del
siglo hubo pocas m ejoras cualitativas, com o la construcción de cam inos aptos
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H i s t i x <i a i )(. C o i o m b i a I ’ a n i r \» a i i \ r \ r x ) , s t k ii p a u d i \ i d i d a 249
para carretas o, en otras p alabras, cam inos carreteras. Para lograr avances im
p o rtan te s en el transporte interno, la N ueva G ran ad a necesitaba el estím ulo de
u n com ercio exterior vigoroso q u e sum inistrara un m ayor volum en de tráfico,
para fo m en tar así la inversión en el m ejoram iento d e las ru tas terrestres.
D u ran te la p rim era época republicana, las elites n eo g ran ad in as quisieron
ex p a n d ir el com ercio exterior del país. D esde por lo m enos la d écada de los años
1790, la ap e rtu ra al com ercio exterior había sido la m eta d e alg u n as elites neo-
g ra n ad in as, y esta a p e rtu ra había sido uno de los objetivos y uno d e los logros
d e la in d ep en d en cia. In fortunadam ente, en el periodo republicano, al igual que
en la C olonia, los n eo g ran ad in o s resultaron ser m ás efectivos para ex p an d ir su
co n su m o d e bienes im p o rtad o s q u e para desarrollar exitosam ente p ro d u cto s de
expo rtación ap arte del oro.
H abía u n a creciente d em an d a de bienes im portados. A lgunos colom bia
nos se refugiaron en E uropa o en Estados U nidos d u ra n te la reconquista es
p añ o la de 1816-1819, y allí se volvieron m ás conscientes de los nu ev as norm as
d e consum o. Estas nociones fueron reforzadas por los n u m ero so s soldados y
com erciantes británicos y d e otras nacionalidades q u e buscaron fortuna en la
N uev a G ra n ad a d espués de 1815. A dem ás, la independencia había facilitado el
acceso a bienes extranjeros. El co n trab an d o con Jam aica d u ra n te la época colo
nial se legalizó y liberalizó con la em ancipación. En las décadas de los años 1820
y 1830, la m ay o r p arte de los pro d u cto s extranjeros llegaban a la N ueva G ranada
p o r la vía d e Jam aica, y a fines del decenio de los años 1830 cerca de la m itad de
las im p o rtaciones del país seguían llegando a través de in term ed iario s jam aiqui
nos. Sin em bargo, a m ed iados del siglo lo m ás corriente fue el com ercio directo
con Inglaterra y Francia.
La d em an d a de bienes im p o rtad o s se hizo evidente a fines de 1821, tan
p ro n to com o fue posible u n com ercio exterior libre y seguro. Entre 1822 y 1823,
el valor d e los p roductos británicos im portados a C olom bia casi se triplicó, y
en 1825 las im portaciones provenientes de G ran Bretaña alcanzaron un pico de
m ás de seis veces el nivel d e 1822. El volum en increm entado de im portaciones
en tre 1822 y 1826 se pagó en p arte m ediante em préstitos británicos y en p arte
m ed ian te inversiones británicas en em presas m ineras y d e otro tipo. El flujo de
d in ero británico a C olom bia, en especial en 1825-1826, alim entó u n a bonanza
tem p o ral d e im portaciones, estim uló la actividad com ercial y fom entó nuevos
p atro n es de consum o.
Pero con el colapso del m ercado de bonos británico y del co rred o r de C o
lom bia en G ran Bretaña en 1826, los em préstitos ingleses dejaron de ser un m e
dio viable p ara financiar las im portaciones. A p artir de ese año, C olom bia tuvo
q u e d e p e n d e r exclusivam ente de sus pro p ias exportaciones para generar divisas
extranjeras. Por desgracia, d u ra n te el periodo de in d ep en d en cia la capacidad
de ex portación del país se había reducido. La producción de oro se vio p e rtu r
b ad a p o r la g u erra de em ancipación, en especial por la h u id a d e los esclavos
o su alistam iento en el servicio m ilitar. La p érd id a de la m ano de obra esclava
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250 M a k c í.' I ^ \ i a g k k . - F k a n k S a u v 'kh
Fuente: R estrepo, V icen te, Estudio sobre las minas de oro y plata, 1952, p. 199.
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I H i ', I ( . ) K ì a p i Coi o m b ia . í ’ \is i k a <a h m a ix ), sxk i i -i ' a d u i\ id iiia 251
1 -------------------------------------------------------------------------
1834-35/38-39 184 0 -4 1 /4 4 ^ 5
P alo s d e tinte
D e p r e s i ó n y l i b r e c a m b ís im o v s . p r o t e c c i o n i s m o
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252 M \Rf ( ' I ’ a i Al Ik ''- - Fk w k S m t i ' r p
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H ig io k ia d i C o i o m b i a . P a ís i k .nc.m i ii m . \ d d í '.t d id a 253
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254 M \ k c á ' í ’aí a i u n - f kaxk b .\iK i
perjudicados con el libre comercio. Sin em bargo, m ientras en 1830 las elites de
Santa Fe de A ntioquia abogaban firm em ente por el libre com ercio, sus pares en
M edellín y Rionegro, las principales ciudades com erciales de A ntioquia pero
d o n d e tam bién babía algunos artesanos, querían prohibir la im portación d e bie
nes term inados que se pudieran fabricar localm ente. Y, au n q u e los com erciantes
en el pu erto de C artagena se oponían a la prohibición de las im portaciones, a p o
yaban la im posición de aranceles ad u an ero s proteccionistas.
Las opiniones individuales acerca del tem a tam poco coincidían con las
facciones políticas. Los argum entos librecam bistas fueron acogidos p o r an tig u o s
bolivarianos com o José M aría Castillo y Rada y José M anuel R estrepo, el m o d e
rado Lino de Pom bo y varios liberales exaltados. Los liberales tam bién estaban
d ivididos en torno a esta cuestión. D urante su exilio en 1831, Francisco de P aula
S antander encontró justificación para la protección en la N u ev a G ra n ad a en polí
ticas sim ilares que practicaba Estados U nidos en ese m om ento. C om o secretario
de H acienda d u ra n te el gobierno de S antander (1832-1837), Francisco Soto, que
había sido el prim er profesor de econom ía política liberal en la N u ev a G ra n ad a
en la década de los años 1820, tam bién adhirió a la línea m o d era d am en te p ro tec
cionista del presidente: aranceles elevados pero sin prohibir las im portaciones.
El m ovim iento proteccionista alcanzó su cénit en 1833. Ese año la C ám ara
de R epresentantes votó, por un m argen abrum ador, a favor de prohibir la im p o r
tación de diversos artículos. Sin em bargo, esta decisión fue neutralizada por el
Senado y, finalm ente, am bas cám aras optaron por una política de aranceles altos
pero sin prohibiciones. Los cultivadores de trigo en el interior fueron protegidos
con aranceles del ciento por ciento, en un intento fallido por reconquistar los m er
cados de la costa que hacía m ás de un siglo com praban harina norteam ericana.
A los artesanos urbanos, que tenían alguna participación política en ciudades
com o Bogotá y Medellín, tam bién se les acordó protección contra la im portación
de prendas confeccionadas; el arancel correspondiente aum entó del 30 por ciento
de su valor en 1831 al ciento por ciento en 1833. Sin em bargo, los legisladores
acordaron m enor protección a los tejedores, en su m ayor p arte m ujeres dispersas
en com unidades rurales que por m últiples razones no tenían voz política. Los
aranceles im puestos a los tejidos corrientes solo aum entaron al 25 por ciento de
su valor.
A partir de 1833 la ola proteccionista com enzó a ceder. El alto arancel im
p uesto a la harina de trigo había desalentado su im portación hasta tal p u n to que
en la costa atlántica prácticam ente no se conseguía el producto. En 1834 el C on
greso redujo los aranceles a la harina en un 50 por ciento, y tam bién com enzó a
rebajar los aranceles con que se gravaban los tejidos com unes. Los aranceles co
rrespondientes a prendas confeccionadas siguieron siendo elevados, quizás p o r
que no constituían una proporción tan alta de las im portaciones com o los tejidos
com unes, y tam bién debido a la influencia política de los artesanos urbanos.
En todo caso, los aranceles im puestos por los políticos de Bogotá difícil
m ente afectaban a la gran masa de fabricantes artesanales en la cordillera Oriental
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f ll S U 'K I A Di. C o i O .M BIA. P a IS I R.Af A I I \ ! : T'D \D Dl\ ID ID A
O la reg ió n d e Pasto. El alto costo del tran sp o rte p o r el río M agdalena, que h a
bía q u e re m o n ta r en cham panes im p u lsad o s p o r bogas, su m ad o a los aranceles
ad u an ero s, así fu eran m oderados, creaba una b arrera sustancial que los bienes
im p o rtad o s ten ían que franquear. C om o el costo ciel tra n sp o rte río arriba era un
factor d e p ro tección im p o rtan te para los artesanos del interior, la navegación
efectiva de b arcos d e v a p o r por el río M agdalena a m ed iad o s del siglo p ro b a
blem ente ejerció u n im pacto tan fuerte en las tejedoras locales com o cualquier
variación en los aranceles.
O tro d e los factores que afectaron n eg ativ am en te a las tejedoras del in
terior fue la d iferencia cada vez m ás m arcada en los costos de producción en
tre los artícu lo s salidos d e fábricas eu ro p eas y los q u e p ro d u c ía n m an u alm en te
los artesan o s locales. Por fortuna para los co n su m id o res neogranadinos, pero
d esg raciad a m e n te p ara las tejedoras artesanales del interior, los precios de los
textiles im p o rta d o s d ism in u y ero n co n tin u am en te d u ra n te la prim era m itad del
siglo XIX. En 1860 los precios de los artículos de alg o d ó n im p o rtad o s eran la te r
cera p arte d e los d e 1820. No obstante, hasta la décad a d e los años 1870 siguió
hab ien d o u n a g ra n ca n tid a d de artesanos en el interior, en p arte debido a h áb i
tos p ro fu n d a m e n te arraig ad o s en el consum o de cierto tipo de artículos que no
se fabricaban en E u ro p a (por ejem plo, ru a n as y alpargatas). Los artesanos del
interior tam b ién se a d a p ta ro n a la presión ejercida p o r las im portaciones a u m e n
tand o y m ejo ran d o la producción de som breros de palm a, algunos de los cuales
se ex p o rtaro n ex ito sam ente desde los años 1850 hasta los años 1870.
Bogotá y la c o r d il l e r a O r ie n t a l : e s p e r a n z a s d e f u n d a r f á b r ic a s
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Las dificultades experim entadas p o r estas prim eras fábricas se explican fá
cilm ente. N in g u n o de los em presarios neogranadinos tenía experiencia anterior
en la m an u factu ra, ni conocía los procesos técnicos qu e im plicaban la producción.
Por consiguiente, tenían que d ep en d er de técnicos extranjeros, no siem pre con
fiables. Los p rim eros em presarios industriales de Bogotá im portaban la m ayor
p arte de su m aquinaria, que a veces constaba de eq u ip o s m uy pesados y costosos
d e tran sp o rtar. Invirtieron la m ayor parte de su capital en equipos de p lanta (en
p o r lo m enos u n caso prestando ligera atención a la decoración) y subestim aron la
necesid ad posterio r de capital de trabajo. Luego de experim entar problem as ini
ciales, difícilm ente conseguían dinero adicional. A dem ás, se trataba de fábricas
aisladas, creadas en u n contexto en d o n d e no existía u n a co m u n id ad de m ecáni
cos q ue b rin d ara asistencia técnica. C uando la m aquinaria im portada se averiaba,
m uchas veces no había artesanos calificados que p u d ie ra n repararla. Por últim o,
con una población en su m ayor parte pobre, una econom ía regional estancada y
u n o s fletes d e tran sp o rte extrem adam ente altos, el m ercado potencial era lim ita
do. Estas fábricas relativam ente pequeñas y aisladas son sobre todo interesantes
com o expresión d e los intentos de la clase d om inante p o r m odernizar la econo
m ía nacional.
Las cu atro fábricas que aú n existían en 1840 se vieron, sin d u d a, afectadas
por la g u erra civil de 1839-1842 y por la cadena de quiebras y el lío de las su b
siguientes d em an d a s legales que hubo en Bogotá a com ienzos de 1842. La crisis
financiera b o g otana d e ese año se centró en la persona d e Judas Tadeo Landínez,
un ab o g ad o y político boyacense que ejerció varios cargos públicos d u ra n te el
gobierno de M árquez. Al dejar el gobierno en 1839, L andínez se benefició de una
especulación con bonos gubernam entales, cuyos precios se redujeron debido a la
g u erra civil. Esta ganancia inicial se convirtió en base de especulaciones m ucho
m ayores, en tre las cuales se destacan la com pra a gran escala de finca raíz urbana
y ru ral a precios inflados, así com o inversiones en la terrería, la fábrica de textiles
y las salinas. Sin em bargo, cuando la rebelión contra el gobierno alcanzó la cor
dillera O riental en 1840, sus inversiones industriales se fueron a pique. D urante
1840-1841, a m ed id a q ue su situación se tornaba cada vez m ás desesperada, Lan
dínez trató d e sobrevivir m ediante operaciones cada vez m ás costosas y frágiles.
En 1841 hizo tres g ran d es em préstitos al gobierno, que por entonces estaba corto
de dinero, según L andínez por m otivos patrióticos pero probablem ente tam bién
con la esp eran za d e q u e las obligaciones del gobierno con él fortalecieran su ca p a
cid ad crediticia. Sin em bargo, en diciem bre de 1841 la burbuja Landínez explotó;
su q u ieb ra p ro d u jo pérdidas sustanciales a num erosas fam ilias de la clase alta
de Bogotá, q ue no habían podido resistirse a los altos precios que les ofreció el
esp ecu lad o r p o r su s propiedades ni a las altas tasas de interés que les prom etió
p or su dinero.
La g u erra civil de 1839-1842 contribuyó a la crisis financiera de 1842. Sin
em bargo, en ú ltim o térm ino la crisis se debió a la h o n d a depresión que se había
arraig ad o en la cordillera Oriental en 1830. Precisam ente debido al estancam iento
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258 M akco I ’ ai A C K r- - [t c w k S ait o kd
L o s P A IS A S , EL SU R G IM IEN TO DE A n TIO Q U IA
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H ( S T ! ' í<I.' I ' : •'I G M B IA . [ ’ a i s iRA> A l l \ ! \rX>, S K II P Al) [ ) l \ I D I f " , 259
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2bO M \ i « A 'P a l x u in - F k a n k bA i I O KI'
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IM C o U 'MBIA. P !S ¡ A A ; . • ¡ ^ \ A T r O , || : \ | ; D I A 'D i ri A 2ó1
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262 M \ K c o P a i a g k > s - f'u A X K S a i k t r o
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l l i s i l ' k i x i»i G > i G \ m i \ . P an ; R . \ r . M i. \ i a po , n x ii-iy a i) i i i \ i í i i d a 2ò3
Cauca
Costa atlántica
A lto M agdalena
C ordillera O riental
Fuente: G ó m ez. "Los c e n s o s en C olom bia", C u ad ro 4, en; Urrutia y Arrubla, Compendio de estadísticas
históricas de Colombia.
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264 M . ■ I’ Al ii ''- - l'K A N K S a h a 'kd
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H i S I X ) R I . A D I . C i ’M ' M H I A . I ’ W . 'M ; , r ■ >X : . II 1 - A l : ; A >lf A 2bO
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266 ->1> . u - ÍY a n k S .
Fuente: K astos, Em iro [Juan d e D io s R estrepo], " A n tioq u ia y su s costu m b res" . El Tiempo, 20 d e
julio d e 1858, reim p reso en: K astos, Em iro, A rticulos escogidos, L ondres, 1885, p p . 262-67.
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\ I S IG R IA
i 1)1: C 'I O M h lA . Ì ’ a IS J :ì :à:i \ ì A ì - ), ‘ Il D A I) ' ì D L'IU A 2ò7
prim ero llegaban a una zona y se atrincheraban en ella, dom inaban las juntas de
pobladores y los concejos m unicipales, posiciones q u e utilizaban para repartir
tierras de m an era qu e resultaran favorecidos sus parientes y am igos, al tiem po
que excluían a los m ás pobres o m enos conectados. Los colonos que no lograban
obtener parcelas b u enas tenían que convertirse en arrendatarios, alquilarse com o
jornaleros o m arch arse a colonizar otro lugar. Así, la distribución desigual de la
tierra en cada etap a del proceso de colonización contribuyó al dinam ism o incesan
te de la exp an sió n antio q ueña hacia Caldas, el Q uindío y el valle del Alto Cauca.
La m an ip u lació n del proceso p o r la o ligarquía colonizadora fue especial
m ente e v id en te en la evolución de M anizales. Esta ciu d ad fue fu n d a d a por colo
n izad o res q u e saliero n de N eira, en d o n d e tenían u n a d isp u ta con los A ranzazu,
cuyos in tereses d efen d ía Elias C onzález Villegas. Los fu n d a d o res de M anizales
utilizaro n sus conexiones allí para acap arar para ellos y sus am igos las m ejores y
m ás extensas tierra s de los alrededores. M ás tard e esos m ism os hom bres, en su
calidad d e co m ercian tes capitalistas de M anizales, in ten taro n d o m in ar zonas de
colonización m ás ta rd ía en el Q uindío.
Las elites co lo m b ianas de otras regiones estab an encan tad as con los colo
nizad o res p aisas com o trabajadores. C u an d o los an tio q u eñ o s llegaron al Q u in
dío, las a u to rid a d e s políticas del C auca quisieron concederles tierra para que
establecieran allí c o m u n id ad e s perm anentes. Jorge Juan H oyos, el go b ern ad o r
de la pro v in cia del C auca, creía q u e los asentam ientos an tio q u eñ o s p odrían con
tribu ir a d esa rro llar las com unicaciones terrestres hasta A ntioquia y por el paso
del Q u in d ío h asta el valle del M agdalena, y que ten d ría n u n efecto positivo so
bre la a g ric u ltu ra en el valle del C auca m ism o. "U n peón an tio q u eñ o vale por
tres de los d e aq u í", le inform ó al presid en te H errán en 1844. "Estos hom bres no
descansan: a p e n as acab an de sem brar en sus posesiones vienen a concertarse
para el... in v ie rn o ...". M ás tarde. H oyos inform ó q u e había av an zad o m ucho
m ás en la a p e rtu ra d el cam ino del Q u in d ío de lo q u e esperaba, "ay u d a d o de
los peo n es an tio q u eñ o s, que hasta ahora no han descubierto m ás que una m ala
cualid ad , la d e no p a ra r..." .
E l C a u c a , a r is to c r a c ia y e s ta n c a m ie n to
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268 M arco 1’ \ i \i u«-- - Frank S mi oro
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H l S l i 'KIA D I G 'i I KAf AH \ ; \|H1, H Y H ; \|) I1|\ ID ID A 269
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270 Maki . > P,\i Al Rvs - Fkank S aha'kd
siendo ex trem ad am ente lim itadas hasta que el tránsito m ejorado a través del
istm o de P anam á, gracias a la construcción de un ferrocarril e stad o u n id e n se en
la década de los años 1850, sum inistró un incentivo para co m en z ar a com unicar
m ás efectivam ente a Cali con B uenaventura y el Pacífico.
L a c o s ta a tlá n tic a
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H i RM'-'T.- !'■( G jK A JB IA . I ’ A l b i r \ í , m i \ ! 1, s < K- I I ; i A l i ¡ i l ' . 271
E s c l a v o s e in d íg e n a s
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272 M \Ki o P a i a d u n - F k a n k b \ t h -k o
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f I h h 'R IA DI. C o i o m b i a . P . A b IT?.\( a h \ T ,\r,X', S<X II-DAI ■ 0 | \ IDIIVA 273
O c cid e n te d e l M a g d a le n a
Cauca 21.599 10,3 15.212 5,7 10.621 3,3
C o rd ille ra O rie n ta l
C u n d in a m a rca 1.245 0,5 802 0,3 216 0,07
Fuente: G ó m ez. "Los c e n s o s en C olom bia", cu ad ros 6, 7, 8, en: U rrutia y A rrubla, Compendio de esta
dísticas históricas.
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274 M \R( c ' í ’ a i a g k x s - F k a n k S a i h > r d
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I lisTL'KiA l h : C o i o m h i a . I ’ a :- g ; a a i í ^m a i k ), a ix k i i a d i ,'i \ id id a 275
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276 M \Rc:o P a i a c r x s - [ ' k a \ k S a i i d r i '
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eran inferiores y estúpidos. En opinión de la elite, los indios eran poco em p ren
dedores d esd e el p u n to de vista económ ico y tendían a retrasar el desarrollo del
país. D esde finales del siglo xviii, las clases dom inantes consideraron que la solu
ción para el "pro b lem a indígena" era hom ogeneizar a los nativos con la población
hispana, económ ica, cultural y genéticam ente. En las postrim erías de la Colonia,
esto significó ab rir las tierras com unitarias indígenas para que p u d ieran ser utili
zadas p o r cam pesinos blancos y m estizos. En los prim eros años de la República se
prosiguió con esta política, pero tam bién cobró im portancia otro aspecto, así fuera
solo tem poralm ente: la integración política. Esta m eta se reflejó especialm ente en
el C ongreso d e C úcuta de 1821, que declaró que en adelante los indios debían
considerarse ciudadanos. Sin em bargo, esta declaración resultó un sim ple form u
lism o retórico carente de contenido; m uy pronto las elites criollas dejaron de inte
resarse p o r in co rp o rar a los indios al sistem a político. D urante la m ayor parte del
siglo XIX, se hizo énfasis m ás bien en la integración económ ica de las poblaciones
indígenas sedentarias, m ediante la división de sus tierras com unitarias.
D u ran te casi toda la Colonia, los españoles habían insistido en que \asJ>f
tierras in d íg en as fu eran com unales, com o un m edio para protegerlas de las am
biciones de la población hispana dom inante. H acia fines de la Colonia, pero m ás
claram en te en el siglo xix, las elites hisp an as aseveraron q u e el aislam iento de
los re sg u ard o s in d íg en as era perjudicial para los nativos m ism os. M ientras los
indios p o sey eran la tierra com unalm ente y no se les perm itiera venderla, no p o
dían p articip ar activ am ente en el m ercado libre ni d isfru tar sus beneficios. Esto
im pedía q u e los in d io s fueran em p re n d ed o re s a título individual, y constreñía el
desarro llo de la econom ía nacional.
C on base en esta teoría, el prim er gobierno republicano de Santa Fe de
Bogotá —en 1810— había clam ado por la división de los resguardos, au n q u e
e stip u lan d o un p erio d o d e veinte años en el q u e los indios no p o d rían v ender
sus parcelas in d iv id u ales, para protegerlos de la m anipulación hispana. En la
conm oción y co n fu sió n de la P atria Boba, no se hizo n ad a para llevar esta polí
tica a la práctica. Sin em bargo, en 1821, el C ongreso de C úcuta retom ó la idea
y decretó q u e las tierras indígenas serían d iv id id as en tre los m iem bros de la
co m u n id ad , a u n q u e p arte de la tierra del resg u ard o tam bién se utilizaría para
re m u n e rar a los ag rim en sores y otras zonas se alquilarían para sostener las es
cuelas públicas. T am bién en este caso habría un periodo de protección d u ra n te
el cual a los in d io s no se les perm itía v en d e r sus parcelas individuales, au n q u e
se red u jo de v ein te a d iez años. D urante la década de los años 1820 se realizaron
alg u n o s in ten to s d e d iv id ir las tierras co m u n itarias indígenas, pero la guerra de
in d ep en d en cia y las distracciones de la política d espués d e 1826 im pidieron que
se hiciera m u ch o al respecto.
El p rim er g ran esfuerzo p o r d iv id ir los resguardos tuvo lugar en las déca
das de los años 1830 y 1840. La división d e las tierras indígenas resultó m ucho
m ás difícil de lo q u e las elites criollas habían im aginado. H abía m uy pocas per-
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\ ! \K>,,o P ai ai k n - Pkank S a h o k i»
sonas con la capacitación suficiente para efectuar los lev antam ientos topográfi
cos requeridos, y algunas de las que sí lo estaban no ac ep taro n la rem uneración
ofrecida por su trabajo. Tam bién hubo com plicaciones en d eterm in a r quién te
nía derecho a la tierra dividida. M uchos m estizos fo rm ab an p arte integral de
com u n id ad es indígenas y resultaba bastante problem ático decidir q uién debía
considerarse "indio". A dem ás, m uchos indios ya no vivían en sus co m u n id ad es
de origen: ¿qué derechos tenían estos? Pero m ás allá d e estas com plicaciones
legales estaba el hecho de que m uchas co m u n id ad es in d íg en as no querían que
su tierra se d iv idiera e hicieron todo lo posible por fren ar el proceso. Entre las
num erosas objeciones planteadas, no qu erían que p arte d e su tierra com unal se
utilizara para p agar a los agrim ensores por algo que p o r lo dem ás no querían
que se hiciera, ni querían que su tierra se utilizara para sostener escuelas que
utilizarían m ás los niños blancos que los indios. En general, las elites criollas no
estaban de acuerdo con la oposición indígena y p ro sig u iero n con sus planes. En
P opayán, sin em bargo, las elites locales, que ap a ren tem e n te estaban satisfechas
con los arreglos laborales que tenían con los indios vecinos, apo y aro n a las co
m u n id ad es nativas. M uchos indios en la cordillera C entral que b o rdea el valle
del C auca p u d iero n conservar sus tierras com unales hasta fines del siglo xix.
D urante las décadas de los años 1830 y 1840 la división de los resg u ard o s
se produjo sobre todo en la cordillera O riental. En el decenio de los años 1830, las
dos principales facciones políticas, los exaltados y los m o d erad o s, convinieron
en ejecutar esta política. Sin em bargo, hacia fines del decenio ya era evidente
que, pese a la prohibición de que los indios vendieran sus nuevos p red io s d u ra n
te un lapso de diez años, m uchos estaban perd ien d o sus tierras, q u e q u ed ab an
en posesión de blancos. A larm ados, los gobiernos de M árquez y H errán in ten
taron tard íam en te proteger a los indios de la enajenación d e sus tierras. En 1843,
el periodo de protección d u ra n te el cual no podían v en d e r la tierra se extendió
a veinte años. Sin em bargo, en 1850 este intento protector se revirtió, cu an d o el
C ongreso autorizó a las legislaturas provinciales a d iv id ir las tierras com unales
indígenas y p erm itir su venta. D urante la década de los años 1850, el ritm o de
enajenación de las parcelas indígenas se aceleró.
Ya por 1845, y cada vez m ás d u ra n te los años siguientes, u n o s pocos hom
bres notables en Bogotá, incluso algunos que habían d ese m p e ñ ad o un papel
activo en la división de las tierras indígenas, com enzaron a reconocer las conse
cuencias económ icas y sociales negativas de esta política. A ntes de la división
d e las tierras de resg u ard o en las cercanías de Bogotá, los pequeños cam pesinos
indígenas habían sido los principales proveedores de vegetales en el m ercado de
la capital. A m edida que estos labriegos indígenas fueron p erd ien d o sus parce
las, los nuevos d u eños utilizaron la tierra sobre todo para ap acen tar ganado. La
producción local de vegetales se redujo y los precios d e los alim entos crecieron
en la ciudad. Al m ism o tiem po, com o se necesitaba poca m ano de obra para
c u id ar del ganado, los indios que antes vivían en la tierra fueron expulsados
de ella. El excedente de m ano de obra resultante ten d ió a m an ten er bajos los
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H ik i o k i a o l C o i o m b i a . P a í s i - r a ( . m i m \ i a ), h x . ii d a i .) d i v i d i d a 279
salarios tan to en ocupaciones agrícolas com o urbanas. A dem ás, m uchos indios
tu v iero n q u e m archarse a otros lugares en su intento p o r sobrevivir. Según gente
de la época, m uchos m igraron de los altiplanos orientales a las tierras cálidas
del Tolim a p ara trabajar en el cultivo del tabaco, c u a n d o las exportaciones de
este p ro d u c to a E uropa se com enzaron a d esarro llar hacia fines de la década de
los años 1840. N o se sabe cuántas personas m igraron del altiplano al valle del
A lto M ag dalena, pero según relatos de la época los m ig ran tes de las tierras altas
e ran p articu larm en te susceptibles a las enferm ed ad es y es posible que su tasa de
m o rtalid ad hay a sido bastante alta.
La in s t r u c c ió n p r im a r ia
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280 M arco P a im k> . - I’ k axk S a r o r d
* Los datos de M ompox incluyen colegios privados; todos los dem ás se refieren únicam ente a escuelas públicas.
Fuentes: P om bo, Lino de, "E stadísticas escolares". M em oria d el Interior y R elacion es Exteriores,
1836, C u ad ro 2. Población: Urrutia y Arrubla, Compendio de estadísticas.
años 1830. Por otra parte, m ientras el núm ero de escuelas públicas dism inuyó,
la can tid ad de colegios privados aum entó. A fines de la década d e los años 1840
cerca d e tres quintas partes de las escuelas ya eran privadas, au n q u e m enos del
30 p o r ciento de los estudiantes asistía a colegios de particulares. H asta cierto
pu n to , el crecim iento de la escolaridad privada refleja el hecho de que u n m ayor
n ú m ero de niñas estaba recibiendo instrucción prim aria. Sin em bargo, el patrón
tam bién sugiere que la educación prim aria ya no estaba abarcando una porción
tan am plia de la sociedad.
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10
LA ERA LIBERAL: 1845-1876
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282 M arco P a i ac ic >i - í ' k a x k S a h o r d
H a c ia u n a e c o n o m ía d e e x p o r t a c ió n
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M is'i* iKiA 0 1 . i 'MIMA. F ' . r i< \ G \ i i ■. I a : ' - ü d i \ t i ; ; : 'A 28:
En la d écad a de los años 1830, los em presarios nacionales y extranjeros que in
ten taro n ex p o rtar tabaco com prado al m onopolio estatal m uchas veces perdieron
dinero. Esto se debió en parte a los precios internos. Pero tam bién a que el tabaco
p re p a ra d o en hojas p ara los consum idores n eo g ranadinos, no se adecuaba a las
exigencias d e los m ercados extranjeros, que preferían hojas aplanadas.
Pero el p ro b lem a m ás grave es que en la décad a de los años 1830 el tab a
co n e o g ran ad in o no p u d o encontrar un espacio claro en el m ercado europeo.
El tabaco cu b an o dom inaba el nicho de alta calidad, en tanto que el de Estados
U nidos se v en d ía a precios m enores que el p ro d u c id o p o r el estanco de la N ueva
G ra n ad a. A d em ás, el tabaco norteam ericano tenía fletes m ás bajos, debido en
p a rte al en o rm e flujo de inm igrantes europeos a E stados U nidos, quienes, al
p ro v e er carg a hacia el oeste, reducían los costos de tran sp o rte en los navios que
reg resab an d e E u ro p a a América. M ientras Estados U nidos exportó en tre 1836
y 1840 m ás d e 50.000 toneladas anuales de tabaco, la N u ev a G ran ad a vendió al
extran jero m en o s de 350 toneladas en su año pico, a fines de la década de los
años 1830.
En el decenio d e los años treinta, las elites neo g ran ad in as debatieron va
rias altern ativ as d istintas al estanco del tabaco. Ya en 1823 se había presentado
al C o n g reso u n a p ro p u esta para abolir el estanco, au n q u e por entonces no se le
prestó m ay o r atención. A com ienzos de la década d e los años 1830, varias le
g islatu ras provinciales plantearon la posibilidad de su p rim ir el m onopolio, y el
C ongreso nacional debatió la propuesta. Sin em bargo, los gobiernos de S antan
der, M árq u ez y H errán se opusieron a la abolición del estanco, creyendo que el
gobiern o no p o d ía prescindir de esa renta. Una de las alternativas p ropuestas fue
confiar la p ro d u cció n de tabaco para el estanco a com pañías privadas. En 1828,
Bolívar au to rizó el arrien do de zonas de producción tabacalera a particulares; el
p ro d u c to se v en d ería al estanco, que a su vez se encargaría d e su com ercializa
ción. Los d efensores d e la operación privada de las regiones tabacaleras adujeron
q u e las co m p añ ías particulares podían expandir la producción al au m en ta r el
capital req u erid o p ara adelantar dinero a los cultivadores, o incluso sim plem ente
para pagarles, algo q u e el gobierno no siem pre podía hacer. No obstante, esta
p ro p u e sta fue v etad a p o r el vicepresidente José Ignacio M árquez en 1832.
Pero a co m ien zo s de la década de los años 1840 revivió la idea de confiar
la p ro d u c ció n d e tabaco para el estanco a em presarios privados. La g uerra civil
de 1839-1842 h abía d ejad o al gobierno im posibilitado para a d e la n tar dinero a los
cu ltiv ad o res, e in cap acitado para im p ed ir el co n trab an d o . A dem ás, el au m en to
en los precios del tabaco en Europa hizo m ás atractiva la producción con destino
a la ex p ortación. Sin em bargo, algunos funcionarios to d av ía insistían en que el
estan co d ebía seg u ir concentrándose en el m ercado interno, confiable y con altos
m árg en es, en vez d e asu m ir los riesgos d e p ro d u c ir para m ercados extranjeros,
v ariab les y com petitivos.
Pese a estas o p iniones contrarias, en 1841-1842, el gobierno de H errán
estim u ló la p resen tació n de pro p u estas para co n tra tar la producción privada
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284 M \R co P ai A t R N - ['k a n k S a k h ir p
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286 M a rc a > P a ia c - Frank S a h o r d
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nuev as zonas del valle del Alto M agdalena, ad em ás d e los cultivos tradicionales
de A m balem a. Estos últim os contratos reflejaban y reforzaban el entusiasm o q u e
suscitaba el tabaco de exportación e intensificaron la presión para que se abolie
ran todas las restricciones im puestas al cultivo.
Irónicam ente, G onzález, cuyo nom bram iento fue a p la u d id o p o r quienes
querían que se elim inara el estanco del tabaco, d esp u é s m ostró una actitud m uy
diferente de la esp erad a. Dos m eses d esp u é s de in g resar al gobierno, G onzález
planteó la necesidad d e darle un com pás de espera a la abolición del estanco,
hasta qu e las com pañías de capitalistas a las que se había en treg ad o el control de
las zonas de pro d u cció n am pliaran los m ercados extranjeros. G onzález creía q u e
los peq u eñ o s em p resario s que ingresarían a la in d u stria u n a vez liberalizada no
iban a p o d er e x p a n d ir los m ercados, p o rq u e les haría falta el capital y la ex p e
riencia que sí tenían los com erciantes m ás grandes. A dem ás, solo las com pañías,
que ejercían un d o m inio m onopólico sobre la producción en sus respectivas
zonas, po dían ejercer los controles de calidad necesarios para triu n far en los
m ercados extranjeros. Por consiguiente, G onzález p rom ovió el m an ten im ien
to del estanco, con u n as pocas com pañías m anejando la producción, hasta q u e
las exportaciones tabacaleras de la N ueva G ra n ad a alcan zaran 50.000 quintales
(apro x im ad am en te 2.500 toneladas), un nivel que, seg ú n resultó, solo se logró
en 1855. A quien es lo acusaban de favorecer a los com erciantes acau d alad o s a
expensas de los em p resarios pequeños, G onzález respondió: "N o nos asustem os
p o rq u e m uchos se enriquezcan, p o rq u e se form en en el país g ran d es intereses;
los p eq ueños intereses no pro g resan sino a la som bra d e los g ra n d es [...] El d u e
ño d e m uías, el p o seed o r de botes en el M agdalena, el com erciante d e cueros, el
agricultor, g an arán todos [con el éxito de las g ran d es com pañías]".
Sin em bargo, las presiones a favor del libre cu ltivo se to rn aro n irresisti
bles y en 1848 el C ongreso anunció que la producción d e tabaco se liberaría p o r
com pleto en 1850. P ara com pensar la p érd id a de la seg u n d a fuente de rentas
de la nación, los legisladores p ro p u siero n un fuerte g rav am en para el tabaco
exportado, un im p u esto tan alto q u e habría im posibilitado la exportación de
la hoja, y por tan to fue necesario abandonarlo. Los cautelosos aú n tem ían las
consecuencias fiscales que acarrearía la elim inación del m onopolio. Pero el p re
siden te M osquera, u n autócrata progresista y un político consciente de lo p o p u
lar, no se dejó in tim id a r por estos tem ores y firm ó la m edida, declaran d o (según
José M anuel R estrepo) "que nadie le ganaba en liberalidad de principios ni en
atrevim iento p ara decretar m ed id as capitales".
Entre 1845 y 1849, las exportaciones de tabaco crecieron, pero esto se d e
bió solo en p arte a u n aum ento de la producción; al com ienzo, el crecim iento
de la exportación obedeció m ás bien a la transferencia al m ercado externo de
una p arte de las v en tas de tabaco q u e antes absorbía el m ercado interno. Entre
1844-46 (cuando el m onopolio seguía estan d o en gran p arte bajo control estatal)
y 1847-49 (cuando q u ed ó a cargo de particulares), la p ro ducción m edia anual
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288 Marco í ’ a i .- u . r x . - F k a n k S a m 'o r o
P ro m ed io s a n u a le s en to n e la d a s E x p o rta cio n es c o lo m b ia n a s
c o m o p o rcen ta je (%) d e las
C o lo m b ia E stad os U n id o s d e EE.UU.
1851-55 1.306 66.900 2,0
1856-60 3.570 76.877 4,6
1861-65 5.351 63.900 8,4
1866-70 5.968 95.000 6,3
Fuentes: C olom bia: O cam p o. Colombia y la economía mundial, C u ad ro 5.1, p p . 207-208; E stad os U n id os:
Historical Statistics o f the U nited States (1975), p. 899.
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t l l S lO R IA I'K C 'O IO M H I A. P \N I RA( A l l \ I A I K ', R K.TI P A D D IM O Il'A 289
(Los porcentajes entre paréntesis representan las proporciones de las im portaciones de cada país en las importa
ciones totales de C olom bia, con base en datos colom bianos).
Fuente: B asad o en: O ca m p o , Colombia y la economía mundial, 1830-1910, C u ad ros 3.13 y 3.14, pp. 162-
63 y 167.
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290 M xKi, o I ’ a i a cu n - I k a \ k S a h o rd
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H is t o r ia uk C 'o io m h ia .P a í s i r a i .m f m ih >a i ' í .'I'. i d i d a 291
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292 M A R a ) î ’ a i a ( id s - F r a n k S a h -o r o
R io arriba R ío a b ajo
Barcos d e Barcos d e
C h a m p a n es C h a m p a n es
vap or vap or
1823-42 9,00-16,00 1,50-6,50
1867 3,00-5,00
1868 5,00
Fuente: Safford. "C om m erce and Enterprise in Central C olom bia, 1820-1870", C uadro 11, pp. 464-467.
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I liS T U K IA IH , G ' K 'M HIA. Í ’ a N FK \> A l i ’ . : \ N V ! | | i.\¡ (M V Ü Jil' A 293
La r e v o l u c i ó n lib e r a l, 1849-1854
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294 \1 a k c :o Pai ac k>. - 1 'k a \ k S a i c o r i t
cuchillos, insistiendo que votaran por López. Con la clara intención d e deslegiti
m ar un a presidencia liberal, M ariano O spina R odríguez, co n serv ad o r d u ro y te
naz, escribió en su papeleta que votaba por López para im p ed ir q u e asesinaran a
los d ip u tad o s. Los liberales resp o n d iero n que, si bien la m u ch ed u m b re se había
m o strad o un tanto alborotada, quienes la com ponían no iban arm ad o s y que los
ú nicos que em p u ñ aro n arm as fueron algunos de los legisladores conservadores.
Esta d isp u ta partidista en torno a lo que ocurrió ese 7 de m arzo, im posible de
resolver, pone de relieve un hecho central: la adm inistración López de 1849-
1853 inició sus labores en m edio de sentim ientos partidistas m uy agrios. Los
liberales estaban conscientes de que seguían siendo m inoría, a p esar de ocupar
la presidencia; por su parte, los conservadores creían que el gobierno liberal era
ilegítim o.
En realidad, la revolución liberal que se inició con la elección de López
com binó varias revoluciones su p erpuestas. A nte todo fue un conflicto partidista
p o r el control político, en el que liberales y conservadores, deseosos de hege
m onía, recurrieron a una notable m ovilización p o p u lar y no poca violencia. Ese
conflicto se concentró sobre todo entre 1849 y 1852. En seg u n d o lugar, fue una
revolución institucional, en la que varios liberales y conservadores se pusieron
de acu erd o en torno a ciertos cam bios fundam entales (fom entar el com ercio ex
terior y al m ism o tiem po debilitar el gobierno central y fortalecer la autonom ía
provincial), pero divergieron acerca de otros (en especial los relacionados con la
Iglesia católica rom ana). Tam bién fue una revolución social parcial q u e ilum inó
y dio expresión política a las divisiones clasistas en la sociedad neogranadina.
H u b o varios conflictos de clase abiertos. Uno de ellos se presentó en tre la aristo
cracia terrateniente y la población pobre del valle del Cauca. O tro enfrentó una
alianza de los artesanos de Bogotá y elem entos del ejército contra gran parte de
la clase política de los partidos liberal y conservador (1853-1854).
De hecho, la revolución liberal de 1849-1854 com enzó antes d e la elección
del general López a la presidencia. Los sucesos del decenio anterior habían p re
p a ra d o el contexto para cada uno de los grupos en conflicto. En prim er lugar
estab an los políticos tradicionales, que habían ingresado a la política du ran te
las d écadas de los años 1820 y 1830. Para algunos de estos políticos veteranos,
ya fueran liberales o m inisteriales, el hecho de obtener y conservar el poder bien
p u d o haber sido m ás im portante que los principios m ism os. T anto los liberales
"progresistas" com o los "m inisteriales", m ás conservadores, de fines de la dé
cada de los años 1830 y com ienzos de la de los años 1840, com partían como
experiencia formativa la guerra civil de 1839-1842, que afianzó en los m inisteriales
un tem or al desorden y el deseo de m antener el control y que in sp iró en los li
berales un anhelo correspondiente de reclam ar el control del gobierno nacional.
P ara am bos g rupos el general José M aría O bando constituía un sím bolo focal:
un dem onio d esordenador para los m inisteriales, una víctima de la represión de
los m inisteriales según los liberales. A unque para la generación d e liberales an-
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1 llS IO R f A DK C o i O M B IA . I ’A b I K U , M I \ l \ IH \ R K 11 l)AI> ül\ ID II'A 295
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M a r c o P a i a c k n - 1h<a \ k S a u o r o
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H i s t o r i a oí; C o i o m h i a . P m s i k \ c a i i m a i 0 , ‘< < drnA i) im m ijip a 297
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298 M s k c t ' I ’a i a c r i s - I ' k a n k S a i ¡'o r d
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f llSrO KIA D l : X- -V ' I 1 ' M H I A . P \ N l-!' M % ' ■ ' , ; * , A Y i; . i a D (/!\ i L: : : 2 9 9
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3(10 M a r c ;o P ai ac k > ì - I'r a n k S a u o r d
1849
M ayo 7 Se d iv id e la p rovin cia d e Tunja en p rovin cias d e Tunja y T undam a.
M ayo 26 Se d iv id e la p rovin cia d e V eragu as en p ro v in cia s d e V eragu as y C hiriq’"'
luí.
M ayo 26 A b olid a la p en a d e m u erte para d elito s p olíticos.
M ayo 29 Se crea la p rovin cia d e O caña (en territorio to m a d o d e M om pox).
Junio 2 El istm o d e P anam á se d eclara zon a d e co m ercio libre.
Junio 27 Se organ iza la gu ard ia n acion al.
Julio 20 Se co n ced e am nistía por lo s d e só r d e n e s p o lítico s d e abril d e 1849.
1850
Abril 8 Se crea la n u eva p rovin cia d e A zu ero.
Abril 15 Se crea la n u eva p rovin cia d e V alled u p ar, tom ad a d e Santa Marta.
Abril 17 Se d iv id e la p rovin cia d e P am p lon a en tres provincias: Santander (C ú cu
ta), S oto (P ied ecu esta, G irón, Bucaram anga) y P am p lon a.
Junio 8 Se estab lecen escu ela s d e artes y o ficio s en las in stitu cio n es n acion ales.
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H i s '( i.)KI a 01 C oi (AMBIA. í ’ o ;v i¡ .ii'\ 3Ü1
M ayo 12 L os títulos u n iversitarios dejaron d e ser req u isito para ocu p ar cargos en el
gob iern o.
M ayo 27 Los ca b ild o s locales esco g ería n a lo s sacerd otes, d e ternas su m in istra d a s por
los o b isp os; las legislatu ras p rovin ciales serian resp o n sa b les d el a p o y o finan
ciero a la Iglesia en su s jurisd iccion es.
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302 M a r c o ì’ a i a i io s - I'k a n k S m iciro
d écada de los años 1820. Según M urillo, el experim ento inicial con la tributación
directa había fracasado porque la form a de los im puestos no era suficientem ente
sensible a los intereses locales. Decía que si se trasladaba u n a gran parte de la
responsabilidad fiscal a las provincias, estas hallarían m o d alid ad es de trib u ta
ción m ás ad ecuadas a los deseos locales.
En la opinión de M urillo, la descentralización de los ingresos no era sim
plem ente una m edida fiscal. Tam bién era una m anera de dem ocratizar el país.
Según esperaba, al debilitarse los poderes del gobierno central, se atenuaría la
causa principal de la lucha partidista: la pasión por controlar los puestos y el
clientelism o del gobierno nacional. Al otorgar u n a m ayor responsabilidad a las
provincias para crear im puestos y proveer servicios gubernam entales, tam bién
se contribuiría a instaurar una dem ocracia m ás vigorosa y efectiva a nivel local.
M urillo estaba consciente de que al com ienzo las provincias p o d rían com eter
errores por su inexperiencia, pero sostenía, a sem ejanza d e los p artid ario s del
federalism o en C úcuta en 1821, que ap ren d erían a gobernarse a sí m ism as sobre
la m archa. Esta idea de fom entar la dem ocracia local form ó p arte del sustrato
ideológico que ap untaló el m ovim iento a favor d e una estru c tu ra federalista en
la década de los años 1850.
Fuera de la descentralización de rentas y gastos en 1850, las innovacio
nes legislativas m ás radicales en esos dos años fueron la com plem entación del
ejército p erm anente con una g u ard ia nacional org an izad a y la elim inación del
requerim iento de un título universitario para ejercer las profesiones. Según p a
rece, estas dos m edidas aparentem ente dem ocráticas contaban con algún apoyo
bipartidista.
Pese a la m oderación de la actividad legislativa, los conservadores halla
ron un tem a de controversia en la decisión del gobierno de López de expulsar
a los jesuítas en m ayo de 1850. M uchos liberales desconfiaban de los jesuítas
po rq u e percibían a los hijos de Loyola com o un in stru m en to político del partido
conservador. Sin em bargo, ni el presidente López ni alg u n o s otros liberales ve
teranos de su gobierno querían expulsar a los jesuítas, p o r tem or a una posible
reacción popular. De hecho, miles de personas firm aron peticiones en contra de
la expulsión, y las dam as de clase alta de Bogotá le rogaron al p residente que no
com etiera sem ejante sacrilegio. Sin em bargo, López cedió a la presión liberal y
desterró a los jesuítas m ediante una orden ejecutiva, con base en el d u d o so a rg u
m ento jurídico de que la orden de expulsión em itida p o r C arlos iii en 1767 seguía
vigente. Si se tiene en cuenta la agitación que precedió a la expulsión de los jesuí
tas, la reacción cuando se produjo al acto en sí fue so rp re n d en tem en te lim itada.
En 1851, los liberales contaron por prim era vez con am plias m ayorías en
am bas cám aras del Congreso. (Los conservadores se quejaban, probablem ente
con razón, de que la intim idación del gobierno y el control de las elecciones h a
bían posibilitado las m ayorías liberales). El control del C ongreso perm itió a los
liberales ad o p tar m edidas m ás radicales. Una de estas fue la decisión de abolir la
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1 l r - U' KI \ AI C= ) a ':d H|A. F T ' . \ ■ . -v-i- I.- :A, : 303
esclavitud d e una vez. En abril de 1849, a com ienzos del gobierno de López, tres
jóvenes liberales, A ntonio M aría Pradilla, S alvador C am acho Roldán y M edardo
Rivas, lan zaro n una cam paña a favor de la abolición in m ed iata de la esclavitud.
Ni el C o n g reso ni el gobierno de López estaban listos p ara a d o p ta r una m edida
tan radical, au n q u e el proceso de m anum isiones co m p en sa d as sí se aceleró. A
fines d e 1850 y a com ienzos de 1851, las legislaturas d e provincias en d o n d e la
esclav itu d no era im p o rtante y las sociedades dem ocráticas del Cauca, en d o n
de sí lo era, pidieron la abolición inm ediata. Ya en ese m om ento las peticiones
en co n traro n acogida en el C ongreso y una ley d e m ayo de 1851 estipuló que la
esclav itu d se aboliría del todo a p artir de enero d e 1852.
De m ayores consecuencias políticas que la abolición d e la esclavitud fue la
legislación d e 1851 qu e afectaba a la Iglesia. Las leyes m ás im p o rtan tes fueron la
q u e abolió el fuero eclesiástico en m aterias civil y penal (m ayo 14), la que asignó
a los concejos m unicipales un papel en la selección d e los párrocos e hizo a la
Iglesia d e p e n d e r financieram ente d e las cám aras d e provincia (m ayo 27) y la que
perm itió a los pro p ietarios gravados con censos liberarse al p ag ar al gobierno la
m itad d e su valor de capital (m ayo 30). C ada u n a d e estas m ed id as expresaba
en alg ú n g ra d o un elem ento im portante de la ideología liberal. Los liberales m ás
radicales creían qu e la Iglesia católica, con su e stru c tu ra jerárquica, era incom
patible con la dem ocracia; los liberales m ás m o d erad o s no estaban de acuerdo
con esta posición tan radical, pero sí creían que era preciso reducir el p o d er y los
privilegios eclesiásticos, p o r m otivos tanto políticos com o económ icos. La abo
lición del fuero rep resen taba una afirm ación del principio d e ig u ald ad ante la
ley. Las leyes qu e asignaban a los concejos m unicipales u n papel en la selección
de los cu ras párrocos y q u e volvían a la Iglesia d ep e n d ie n te de las legislaturas
provinciales fueron esfuerzos tendientes a debilitar la e stru c tu ra jerárquica de
la Iglesia y a d a r m ás control local sobre los párrocos. A su vez, la am ortización
de los censos fue un a m edida económ ica q u e buscaba facilitar la circulación de
la tierra en un m ercad o abierto. Los conservadores, sin em bargo, no percibieron
las acciones liberales com o un asunto de principios sino com o un ataq u e contra
la Iglesia com o institución.
La r e b e lió n c o n s e r v a d o r a d e 1851
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3W M a rco Pai a < ras - F r a n k S A riiA R o
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V e n e z u e la
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mal inferoccánico ¡ / ¡ y í / i
1853-1854 \ ^ <
I Á / A Y
' ! Cultura Agustiniana
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L ' /Y
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Brasil
E cu ador
Perú
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L a d iv is ió n l ib e r a l
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3ÜS \!.\¡<i o P m \( KN - F kw k S aikiro
letrados les quisieron inculcar los principios de la econom ía política y las vir
tudes del libre com ercio, cosa que enfureció a los artesanos. Saltaron a la vista
las diferencias de clase entre los artesanos y los letrados, es decir, entre quienes
fabricaban objetos para consum o de la clase alta y los m iem bros d e esa clase alta
q ue preferían im portar versiones extranjeras de esos m ism os objetos. A partir
de los prim eros m eses de 1850, los artesanos de Bogotá em pezaron a reaccionar
contra la m anipulación de los jóvenes liberales de clase alta.
La fundación de la Escuela R epublicana de Bogotá, en septiem bre de 1850,
com o una organización elitista in dependiente de la Sociedad D em ocrática de
los artesanos fue sintom ática del creciente alejam iento en tre los artesanos, y sus
otrora m entores de la juventud letrada. Q uizás po rq u e ya para entonces se sen
tían incóm odos en la Sociedad D em ocrática, los jóvenes radicales fundaron su
propia organización independiente, la Escuela R epublicana. En las reuniones
de la Escuela, los jóvenes liberales exponían p ro p u estas tan progresistas com o
la libertad religiosa, el m atrim onio civil y la abolición del ejército. A lgunas de
estas nociones encontraban poco eco entre los artesanos, a quienes les parecían
incluso abom inables.
Las diferencias de clase entre la m ayor parte de las elites políticas y eco
nóm icas, por una parte, y los artesanos y otros g ru p o s subalternos, por la otra,
desem peñaron un papel fundam ental en el distanciam iento inicial (1850-1852)
y el subsiguiente antagonism o violento (1853-1854). Estas diferencias hallaron
expresión de diversas m aneras. En 1851, las clases p o p u lare s de las sociedades
dem ocráticas, o rganizadas en un id ad es m ilitares, habían sum inistrado parte de
la fuerza m ilitar que se utilizó para reprim ir la rebelión conservadora en el C au
ca y A ntioquia. Sin em bargo, después de la rebelión conservadora el gobierno
de López, tem eroso de que las sociedades dem ocráticas se convirtieran en una
fuerza política incontrolable, dejó de apoyarlas. Los líderes de los artesanos se
enfurecieron al ver que el gobierno de López, tras haberlos utilizado para repri
m ir a los conservadores, los dejaba ahora a un lado en vez d e recom pensarlos.
En particular los artesanos de Bogotá estaban furiosos por la falta de vo
luntad del gobierno para protegerlos contra la com petencia de las im portacio
nes de productos acabados. En 1849, el C ongreso había elevado los aranceles
adu an ero s en un diez por ciento, y en 1852 los volvió a subir en un 25 p o r ciento.
Pero estas m edidas buscaban ante todo increm entar las rentas; no protegían a
los artesanos urbanos porque la legislación establecía aum entos generales que
elevaban el costo de algunos textiles im portados utilizados por los artesanos y
no estipulaba ninguna protección para los bienes term inados, com o vestuario,
m onturas o m uebles.
Entre 1849 y 1853, los artesanos de Bogotá siguieron presionando al C on
greso en busca de protección especial. A veces obtenían pequeñas concesiones,
pero por lo general fueron rechazados con desprecio y condescendencia por la
m ayor parte de los legisladores. Ya en 1850 com enzaba a perfilarse un p atró n en
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1 l l S U . 'K lA DI C'Ol.OMLU I ’ \IK 1 K \i A l l M AIXU sCX H D \11 D l \ IDIDA 309
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31Ü ' I» ' | i. 1>: \\,-,S a ito ri;
2) T rozos d e la v id a d e un artesano
"Nací en esta ciudad de Bogotá a 9 de diciembre de 1809. Mis padres Jerónimo López
natural de Bogotá, maestro de sastrería, mi madre Rosa Pinzón natural de Vélez, chi
chera i panadera [...] Aunque nací entre ollas de chicha i botellas de aguardiente, jamás
he sido ébrio [...] Mi educación fue mui triste [...] a la edad de seis años me pusieron
en la escuela [...] donde pasé seis años sin haber aprendido ni jota, porque el sistema
de enseñanza de aquellos tiempos era pésimo [...] me pusieron de sastre [...] i me
incliné a este oficio porque la cabra tira al monte [...] Cuatro años duré ten el ejército]
I...] Del cuartel [...] pasé al comercio. Tuve la oportunidad de conocer el plan de la
revolución del 25 [de septiembre de 1828] i sin embargo de mi ignorancia, no aprobé
tan mostruoso atentado [...] Por la caida del intruso Urdaneta trabajé [...] ayudé una
guerrilla [...] El jeneral Santander i el Sr. Dr. Rufino Cuervo entonces Gobernador,
tuvieron por mí las mayores consideraciones [...] i el jeneral Santander [...] me hizo
oficial de la guardia nacional de artillería [...] Continué buscando mi vida haciendo
samarros [...] i destilando algunos licores [...] Vino la revolución de 40 [...] i hablo
con franquesa, que en aquella época era progresista como buen santanderista; pero tan
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H i s t o r i a DI C V u i A l i l i i ’ \i ‘ - 7 f - , ■ ; n > , y ¡ >i\,i h d a 311
luego como yo me desengañé, que los jefes suprem os eran unos locos intolerantes, sin
plan ni concierto, i que cada uno de ellos era un verdadero traidor i refinado anárquico,
tuve entónces que ser por conciencia i por convencim iento ministerial, de lo que no
me arrepiento [...] D espués de los desastres de la referida revolución, me he sostenido
con el oficio de panadero, i negocios de comercio. En la adm inistración de M árquez
Herrán i Mosquera, he sido nombrado juez, alcalde, capitán de la guardia nacional [...]".
3) El a p o y o d e la e le c c ió n de José H ilario L óp ez
"[A los artesanos, yo] "se les decía; trabajemos compañeros, que bajando á estos pérfidos
I tiranos conservadores, subirá el jeneral López el áncora de las salvaciones públicas
[...] nos harán felices haciendo valiosos nuestros artefactos, derogando esa lei dada
por los conservadores, esa lei que ha bajado tanto los derechos á las obras que nosotros
podem os trabajar en el país. ¡Ai amigos, [...] vuestros corazones presajiaban lo que
había de suceder, puesto que a mí [...] me decían: mire U. Sr. Ambrosio López que
llevamos chasco...".
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312 M \k aii - l ' K A X K S a i lO K D
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i í ISTORIA DI C o l o m b i a . I ’ i L n ' u ; \ i i \ ra u l scx i l d a d d i\ id i d a 313
D urante 1853 y 1854, los oficiales del ejército en servicio activo com enzaron
a figurar cada vez m ás com o un g ru p o de interés político y com o un posible ins
tru m en to de dictadura. Los altos oficiales de la N ueva G ran ad a estaban divididos
entre aquellos q u e provenían de fam ilias aristocráticas o que m ediante distinción
y recom pensas obtenidas en la lucha por la independencia habían ingresado a la
clase alta, y aqurllos cuyo sustento d ependía del estipendio m ilitar. Estos últim os
se vieron cada vez m ás alienados d u ra n te la década d e los años 1850, a m edida
que tanto los liberales radicales com o los conservadores buscaron reducir el ta
m año del ejército. Por m otivos fiscales y para consolidar la au to rid ad civil, todos
los gobiernos desd e la caída de los bolivarianos en 1831 se habían em peñado en
d ism in u ir el tam año del ejército perm anente, au n q u e periódicam ente los d istu r
bios internos req u erían que la fuerza m ilitar se increm entara de nuevo. En 1848,
la ad m inistración del general Tom ás C ipriano de M osquera había reducido el
ejército p erm an en te d e 3.400 a 2.500 hom bres. En 1849, d u ra n te el p rim er año
del general López, el C ongreso redujo el ejército a 1.500 efectivos. N o obstante,
esta dism inución en el n úm ero de hom bres en las filas no atacó directam ente a
los oficiales m ilitares en servicio activo, cuyo n úm ero perm aneció relativam ente
constan te (tres o cuatro generales y ocho coroneles, en tre 1849 y 1852). Solo en
1852, d esp u és d e la d errota de la rebelión conservadora de 1851, com enzó un
m ovim iento para debilitar y quizás elim inar al ejército com o institución.
La publicación, a p artir de noviem bre de 1852, d e El Orden, un periódico
con ap o y o financiero de oficiales del ejército, evidencia el tem or cada vez m ayor
q u e les causaba u n a posible legislación antim ilitar. Ya en 1852, la C ám ara de Re
p resen tan tes había d eb atido la posibilidad de red u cir o su sp en d e r las pensiones
m ilitares. En 1853, los congresistas liberales radicales y conservadores lanzaron
un ataq u e m ucho m ás generalizado contra el ejército perm anente. Ese año el
C ongreso rechazó los aum entos en la rem uneración de los m ilitares en servicio
activo y am en azó con reducir o elim inar sus pensiones.
En 1853, el general José M aría Melo, co m an d an te del cuartel de Bogotá,
era el m ás visible palad ín de los intereses m ilitares. N acido en la villa de C h ap a
rral en 1800 y cria d o en Ibagué, se había incorporado a la lucha p o r la in d ep en
dencia com o ten ien te en 1819; en 1829 había ascendido a teniente coronel. Con el
colapso de la C olom bia de Bolívar en 1830, viajó a V enezuela, en d o n d e se casó
bien p ero fue e x p u lsad o en 1836 por participar en una rebelión. D espués de una
vida erran te de com erciante en el C aribe y en Europa, regresó a Ibagué en 1846,
d o n d e se dedicó al com ercio y fue n o m b rad o jefe político. En 1847, el general
M osquera, bajo cu y as órdenes había com batido en la era de independencia, lo
reinco rp o ró al servicio m ilitar com o coronel. En el gobierno liberal de López,
Melo o b tuvo rá p id a s prom ociones, ap aren tem en te con el apoyo de su coterrá
neo, M anuel M urillo Toro. En contraste con los generales aristocráticos, com o
M osquera y E usebio Borrero, o con aquellos com o José H ilario López, cuyo ser
vicio m ilitar les h ab ía p erm itido ad q u irir p ro p ied ad es im portantes, la fortuna de
M elo d ep en d ía d e su carrera m ilitar.
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A m ed id a que crecía la polém ica sobre el futuro del ejército perm anente,
com enzó a foqarse una alianza en tre los artesanos de Bogotá y la guarnición m i
litar de la capital. El presidente O bando y el general Melo eran am bos m iem bros
de la Sociedad D em ocrática de Bogotá, y no pocos oficiales, incluido el p re sid e n
te m ism o, tenían casas en el barrio p red o m in an tem en te artesano de Las Nieves.
El estatus social al m argen de la clase alta y la hostilidad co m p artid a hacia las
elites políticas conservadoras y radicales u nieron a los m ilitares y a elem entos
de las clases populares, no solo en Bogotá sino tam bién en alg u n as provincias.
En m ayo y en junio de 1853 este sentim iento de sim patía m u tu a se m anifestó
en la tendencia de los m ilitares a tom ar p artid o por los artesanos en sus peleas
callejeras con los jóvenes de la clase acom odada.
El tem or que suscitaban los m ilitares y los artesanos en la clase alta halló
expresión en el C ongreso de 1854. Los liberales radicales y los conservadores
votaron para red ucir el ejército p erm an en te de 1.500 a 800 hom bres, con solo un
coronel y n in g ú n general en servicio activo, m edida que tenía la clara intención
d e retirar de la escena al general Melo. (S upuestam ente, todos los generales que
en ese m om ento no estaban en servicio activo aprobaron esta reducción). La
m ism a legislatura estipuló la disolución in m ediata de la guarnición de Bogotá.
O bando vetó esta m edida y, entretanto, prom etió a Melo u n puesto en su gabi
nete en caso de que se llegara a aprobar.
A dem ás de tem er a Melo y la guarnición de Bogotá, los liberales radicales
y los conservadores sentían resquem ores frente a la guardia nacional, que estaba
com puesta p o r artesanos y otros de la clase popular. En el C ongreso de 1854,
varios conservadores p ro pusieron reem plazar el ejército con las recientem ente
conform adas "g u ard ias m unicipales", que presum iblem ente estarían sujetas al
control de la clase dom inante en cada localidad. Al m ism o tiem po, tanto los libe
rales com o los conservadores presionaron a favor de la prom ulgación de una ley
sobre "libre com ercio de arm as", a fin de perm itirle a la clase d o m in an te arm arse
contra el ejército perm anente o la g u ard ia nacional, en caso d e necesidad.
El tem or que despertaba el general Melo entre los políticos civiles tam bién
se m anifestó en las acusaciones form uladas en contra de este m ilitar p o r haber
m atado a un so ldado en la guarnición de Bogotá. La intención de las au to rid ad es
civiles de u sar el caso para conseguir su destitución era evidente. Finalm ente
este caso, u n id o a la hostilidad acu m u lad a p o r Melo y m uchos otros oficiales
m ilitares hacia los políticos conservadores y liberales radicales, contribuyó a
precipitar el golpe de Estado del 17 de abril de 1854.
El g o l p e de 1854
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q u iera q u e fuera el general M osquera, los co n serv ad o res reem plazaban a los
liberales en los gobiernos regionales. D esde el p u n to d e vista conservador, todos
los liberales eran sospechosos de colaborar con Meló.
D espués de la d errota de Meló en Bogotá en diciem bre de 1854, alg u n o s
liberales co n sid erad o s com o d em asiado sim p atizan tes de los artesanos, com o
L orenzo M aría Lleras, fueron a d a r a la cárcel d u ra n te algún tiem po. Pero los
co n stitu cio n alistas se m ostraron especialm ente severos con los artesanos. Los
q u e se consid erab an m ás peligrosos fueron en v iad o s al exilio en P anam á, de
d o n d e pocos regresaron. En cam bio, varios hom bres d e la clase política q u e co
lab o raro n con Meló p ro nto se rein teg raro n a la activ id ad política.
La victoria constitucionalista tuvo su principal im pacto en las provincias.
En varias de ellas los oficiales m ilitares conservadores d estitu y ero n a las a u to ri
d ad e s liberales, ad u cien do una su p u esta sim patía p o r M eló, y las reem p lazaro n
p o r co n servadores. Los gobiernos locales y regionales conservadores, im puestos
p o r los m ilitares en 1854, retuvieron su hegem onía d e diversas m aneras. En 1855
las a u to rid a d e s co n servadoras de Cali im pidieron el registro electoral de u n o s
600 liberales, lo qu e indujo a los liberales caleños a abstenerse de votar en las
elecciones de ese año. En la costa caribe las a u to rid a d e s conservadoras n o m
b ra d as p o r el general M osquera excluyeron a la m ayor p arte d e los liberales de
la votación, diciendo que todos eran m elistas. D espués d e q u e el general M os
q u era d estitu y ó el gobierno provincial liberal de O caña en 1854, una legislatura
p rov isio n al co n serv ad o ra retuvo el p o d er al votar para ex ten d er su p eriodo de
gob iern o d u ra n te o tro s tres años.
Los indicios de estas m ed id as arb itrarias p lan tean interrogantes sobre si
las victorias electorales conservadoras en tre 1854 y 1856 re p resen taro n un ap o y o
p o p u la r al conservatism o en las únicas elecciones nacionales con sufragio m as
culino u n iversal realizadas en el siglo xix, o fueron m ás bien una consecuencia de
la exitosa contrarrevolución conservadora de 1854-1855. En 1855, los co n serv a
do res o b tu v iero n la m ayoría en el S enado y una ligera ventaja en la C ám ara de
R epresentantes. El pred o m inio electoral co n serv ad o r se hizo m ás evidente aú n
en 1856, cu a n d o el can d id ato co n serv ad o r a la presidencia, M ariano O spina Ro
dríg u ez, d erro tó decisivam ente, con 95.600 votos, al ca n d id a to liberal, M anuel
M urillo Toro (79.400), pese a la participación de un tercer can d id ato , el general
T om ás C ipriano de M osquera (32.700).
Sea cual fuere el grado en que se afectaron p o r acciones arbitrarias loca
les o regionales, las elecciones presidenciales de 1856 p u siero n de relieve claras
tend en cias políticas regionales. Los conservadores d o m in ab an en A ntioquia, en
los altip lan o s de C u n d in am arca y en Boyacá. Los liberales tenían bases de apoyo
en la zona del C aribe, en las tierras calientes de las faldas d e la cordillera O rie n
tal de C u n d in am arca, y ejercían un control m ayoritario en S antander, au n q u e
este estad o no carecía de fuerzas conservadoras. Los liberales y los co n serv ad o
res tam bién com p itiero n por el control del valle del C auca y del valle del A lto
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318 M ARGO I ’ a i . a c t o a - F r a n k S a i t o r d
M agdalena. En estos comicios surgió una nueva fuerza política, los partidarios
del general M osquera, que tenía influjo en el C aribe (el estado d e P anam á y las
provincias de C artagena y M om pox) y en su terruño natal en P opayán. M uchos
de los p artid ario s de M osquera en el C auca y en la costa caribe d u ra n te las d é
cadas de los años 1850 y 1860 transfirieron luego su lealtad al cartagenero Rafael
N úñez, en los decenios de los años 1870 y 1880.
E l a u g e d e l fe d e r a lis m o
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H ist o r ia d i C o i .o m h i a . í ’ M' i ra i a i i m a i k v s c x i i d n o iai \ i d i d a 319
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32Ü M a k u i P a i,\c k n - F rank S a ik ir o
Océano Atlántico
Santa Marta
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Fuente: Atlas de Mapas antiguos de Colombia siglos xvi a x/x. Litografía Arco.
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H ISTORI A I.1C C o lo m bia . IC ìsir m a ii \i m o i,- «x n dai • o i m o i l i '. 321
E l m e ló n d e P a n a m á : u n in t e r m e z z o
La creación del "estado federal soberano" d e P anam á tam bién tuvo otro
significado. Fue un indicio de la creciente im portancia del istm o y un presagio
de su fu tu ra in d ep en d en cia de la N ueva G ranada. A p artir de la década de los
años 1820, em p resario s británicos, franceses, norteam ericanos y neo g ran ad in o s
habían p ro p u e sto planes para construir carreteras y canales a través del istm o.
El establecim iento en 1843 de un servicio de v ap o r que conectaba a C hile y Perú
con P an am á reflejó y reforzó el desarrollo de la costa pacífica d e la A m érica his
pana y, p o r consiguiente, acentuó el interés en u n a conexión con el A tlántico a
través del istm o.
La im p o rtan cia económ ica cada vez m ayor que representaba el istm o para
el com ercio m u n d ial les planteó a los dirigentes políticos de Bogotá el in terro
gante so b re si la N u ev a G ran ad a podía conservar su soberanía en P anam á, a la
luz del creciente interés de potencias m u n d iales com o G ran Bretaña, Francia y
el em erg en te E stados Unidos. H asta 1845, el gobierno de Bogotá confió m ás que
todo en G ran B retaña com o g arante de la soberanía de la N u ev a G ran ad a en
Panam á. Pero el p rim er gobierno del general M osquera (1845-1849) com prendió
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322 M a k x o P a i. ack is - F k w k S a it o r ij
qu e ten d ría q ue tratar sobre todo con Estados U nidos; esta v erd ad se hizo p a l
pable cu an d o Estados U nidos se ap o d eró de gran parte de México en 1846-1848.
El creciente interés del gobierno estad o u n id en se en P anam á y la dep en d en cia
im plícita de la N ueva G ranada respecto a E stados U nidos se reflejaron en las
negociaciones del tratado M allarino-Bidlack (1846-1848), según el cual E stados
U nidos garantizaba la n eu tra lid a d del istm o y la libertad de tran sitar por él.
Poco d esp u és de ap ro b ad o el tratado, y d ebido al descubrim iento d e oro
en C alifornia y a la consiguiente m igración hacia el oeste n o rteam erican o , la
p resencia esta d o u n id e n se en el istm o llegó a ser u n a re alid ad in m ed iata y
ap rem ian te. En 1849, una com pañía neoyorquina celebró un contrato para co n s
tru ir u n ferrocarril a través del istm o, su p lan tan d o un contrato anterior suscrito
en 1847 con un a em presa francesa. C on la a y u d a de trabajadores im p o rtad o s de
C hina, India y diversas regiones de E uropa, pero sobre todo de Jam aica y C arta
gena, el ferrocarril de 80 kilóm etros se term inó en enero de 1855. El cruce d e n o r
team ericanos p o r P anam á no a g u a rd ó a la construcción del ferrocarril. En 1849,
antes de que se iniciaran siquiera las obras, cerca de 8.000 personas atravesaron
el istm o, casi to das con destino a California, y el siguiente año la cifra fue d e m ás
del doble. En 1853, cu an d o apenas se había construido la m itad del ferrocarril,
ya tran sp o rtab a m ás de 32.000 pasajeros.
La avalancha de estad o u n id en ses deseosos de cru zar el istm o le acarreó
g ran d es problem as a la N ueva G ranada. M uchos norteam ericanos que atra v e
saban el istm o d espreciaban a los habitantes y a las a u to rid a d es locales. Llega
ban hasta el p u n to de constituir sus propios gobiernos locales de facto en las
ciu d ad es p o rteñ as y de expedir decretos q u e aplicaban incluso a los residentes
n eo g ranadinos. Ya en 1850 buques de guerra norteam ericanos com enzaron a
in terv en ir en los m om entos de crisis.
Los hom bres pensantes del interior n eo g ran ad in o observaban con alar
m a el desarrollo de los sucesos en el istm o. José M anuel R estrepo, ya bastante
p reo cu p ad o p o r la tom a d e gran p arte de México p o r los Estados U nidos (1846-
1848), predijo en m arzo de 1850 que los norteam ericanos iban a term inar por
ap o d erarse de todo México y de C entroam érica, hasta el istm o de Panam á. En
julio de 1850, R estrepo concluyó que la p ro sp e rid ad de P anam á significaría la
p érd id a del istm o y su incorporación a los Estados U nidos. En 1855, el sen ad o r
p an am eñ o Justo A rosem ena dijo que la N ueva G ranada solo podría conservar a
Panam á si la convertía en un estado m ás autónom o. Sin em bargo, otros en Bo
gotá creían q u e la creación de un "estado soberano" en el istm o sería el prim er
paso hacia la in d ependencia de Panam á.
El tem or que suscitaba el expansionism o d e E stados U nidos se acentuó
en 1855 con las actividades de los filibusteros norteam ericanos en N icaragua.
La resp u esta m ás bien optim ista de los federalistas liberales de Bogotá fue idear
la form ación de una gran confederación colom biana, q u e incluyera no solo a
V enezuela y E cuador sino tam bién a toda C entroam érica o p arte de ella, y p o
siblem ente incluso a la R epública D om inicana. Se creía que la unión d e estas
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H is k ' ria Dt Col.twmiA. P a Is [KA(.;\ti \rAixT, acxildad dimdida 323
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H i s U 'K IA DI t. i : 'MUIA. T ' ■ a;M I N !!:I;A|A DIX'IDIDA 325
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326 M \R(. o I’ a i acux, - F r a n k Sa m - o rd
En los Estados de Santander, Boyacá, C undinam arca y Antioquia nada temo; pues
la raza blanca es en ellos bastante num erosa, y pueden conservar su importancia
[dentro de los Estados Unidosl. En estos Estados los am ericanos... se casarían con
nuestras hijas, y se efectuará... una fusión de las dos razas que sería provechosa.
Esto, lejos de asustarm e me halaga; y así es que mis esfuerzos para evitar la ane
xión son inspirados por un sentimiento desinteresado de filantropía a favor de los
africanos y mestizos que pueblan los otros estados.
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1llSIOKIA (5!. Coi.OMBIA. I ’ \l5> FKA(.:.\ll 1
\ .\I.XA, II.DAP Pl\ II >IO.\ 327
G u e r r a c iv il, 1859-1863
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32S M a k g o P m .a c . k n - I ' u w k S m u 'R d
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HiSI' 'Ría D( C ( >HAII31A. i ’ xis RAi.;Ml M A I X T , SCX II D A D DICTDIDA 329
estatal q u e im p u g n ara las leyes nacionales sería considerado penalm ente res
ponsable. Esta "ley d e ord en in tern o " trajo una g uerra abierta entre el general
M osquera y el G obierno nacional.
A ntes y d u ra n te el estallido d e u n a guerra a gran escala en 1860, algunos
liberales y co n serv ad o res buscaron la reconciliación, pero los vencieron las fac
ciones in tran sig en tes de uno y otro p artid o . En el lado liberal, M anuel M urillo,
S alvador C am acho R oldán y u n o s cu a n to s civiles radicales urgieron la p az en
El Tiempo, p ero o tros liberales, incluidos algunos que habían sido draconianos o
m elistas en 1854, ap o y aro n la rebelión d e M osquera. Del lado conservador, el ge
neral P ed ro A lcántara H errán, q u e había sido escogido com o candidato conser
v ad o r a la p resid en cia en las elecciones d e 1860, buscó la conciliación, apo y ad o
p o r los com erciantes de Bogotá y del estad o de A ntioquia. Pero los co n serv ad o
res in tran sig en tes desconfiaban d e H e rrán por su actitud conciliadora y tam bién
por ser yern o de M osquera. Poco an tes d e las elecciones, los conservadores de
línea d u ra rech azaro n a H errán com o can d id a to del p artid o y lo reem plazaron
p o r el fogoso Julio A rboleda. C om o le escribió O spina al g obernador de A ntio
quia explicando el retiro de H e rrán a ú ltim a hora: "to d o s com prendem os que
es necesario ex term in ar al p artid o co n trario a toda costa; eso dice la razón, eso
explica la conciencia pública".
La insistencia de O spina en reafirm ar la au to rid a d del G obierno nacional
y d estru ir a aq u ello s q ue se le o p o n ían llevó a una catástrofe para el p artid o que
había creado. G racias a la in cap acid ad táctica de los conservadores. M osquera
se tom ó Bogotá en julio d e 1861. Sin em bargo, la g uerra prosiguió tanto en la
cordillera O riental com o en el occidente, y las fuerzas conservadoras solo fueron
co m p letam en te su b y u g ad a s en febrero d e 1863.
C om o el p erio d o presidencial d e M ariano O spina había term inado el 1
d e abril de 1861 y la g uerra civil im p ed ía una sucesión norm al, el presidente
entreg ó la a u to rid a d ejecutiva al p ro c u ra d o r general, Bartolom é Calvo. Tras la
tom a de Bogotá p o r M osquera, O spina fue ca p tu rad o cu an d o trataba de huir.
M osquera o rd e n ó la ejecución d e M ariano O spina y de otros m iem bros d e su
gobierno, y solo desistió de fusilarlos gracias a la intercesión de varios d ip lo
m áticos extranjeros y de algunos liberales notables. No obstante. M osquera sí
ejecutó su m ariam e n te a otros tres con serv ad o res notables sin un juicio previo,
una acción q u e h o rro rizó a m uchos. M osquera quería, sin d u d a, que las ejecu
ciones in tim id aran a la clase política y q u e dejaran m uy en claro su au to rid ad
personal. M ás tard e, el sobrino d e M osquera, Julio A rboleda, ahora el principal
a b a n d era d o de los conservadores, se v en g ó con la ejecución arbitraria d e unas
dos docenas d e ho m b res en P o p ay án y o tras partes del Cauca. A rboleda fue ase
sin ad o luego, su p u estam en te p o r el hijo d e uno de los hom bres a quienes había
ejecutado.
D espués d e las ejecuciones en Bogotá, el general M osquera reafirm ó aún
m ás su au to rid a d con la expedición de u n a serie de decretos en contra d e la
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Iglesia. El 20 de julio de 1861, dos días d esp u és de tom arse la capital. M osquera
declaró que, en adelante, el presidente ejercería el "d erech o de tuición" con res
pecto a todas las religiones; esto significaba que n in g ú n "alto m inistro", p resu
m iblem ente q u eriendo decir obispos, podía ejercer sus funciones sin el perm iso
del presidente. Este decreto, que refrendaba el control estatal sobre la Iglesia, era
una revocación de la anterior política bipartidista de separación en tre la Iglesia
y el Estado ad o p tad a en 1853. Seis días después. M osquera expulsó a los jesuí
tas, quienes habían regresado al país d u ra n te la presidencia de M ariano O spina.
En septiem bre proclam ó que toda p ro p ied ad raíz tenida en m anos m u ertas por
la Iglesia u otras corporaciones sería ven d id a en su b asta pública. C u an d o los
dirigentes eclesiásticos protestaron contra estos decretos. M osquera encarceló
al arzobispo H errán y a otros prelados que se habían o p u esto a la m ed id a, y sus
pen d ió a todas las com unidades religiosas por resistirse a la ord en d e entregar
sus propiedades.
Los decretos anticlericales del general M osquera fueron actos d e vengan
za p o r el apoyo que el clero brindó a M ariano O spina en las elecciones d e 1856 y
d u ra n te la g u erra civil. M osquera, al igual que m uchos d e sus aliados liberales,
quería neu tralizar a la Iglesia en la política. Los decretos tam bién tu v iero n que
ver con las exigencias de la guerra en sí. La venta de la p ro p ied a d raíz obedeció
en parte a la necesidad de recau d ar dinero para p ro seg u ir la guerra. Sin em bar
go, la desam ortización de las p ro p ied ad es de la Iglesia tam bién tenía u n a razón
de m ás largo plazo; según la teoría económ ica liberal, la circulación libre de las
tierras en el m ercado procuraría una explotación m ás p ro d u ctiv a d e las m ism as.
En la venta de las p ro p ied ad es eclesiásticas. M osquera se inspiró en u n a m edida
sim ilar de la reform a m exicana de 1856-1857.
A lgunas interpretaciones posteriores de este p erio d o sostienen q u e Mos
quera, a sem ejanza de sus predecesores m exicanos, p re te n d ía que la venta de las
tierras de la Iglesia perm itiera que estas fueran a d q u irid a s por p eq u eñ o s agri
cultores, en vez de term inar m onopolizadas por latifundistas. Sin em bargo, los
m otivos enunciados en el decreto original de 1861 no m encionan n ad a sobre la
prom oción de parcelas m ás pequeñas. Es m ás, g ran p arte d e las p ro p ied ad es
eclesiásticas eran urbanas. En todo caso, al igual que en México, las necesidades
fiscales indujeron al gobierno neogranadino a v en d er las tierras rá p id a m en te, y
el resu ltad o fue que la m ayor parte la ad q u iriero n hom bres acaudalados.
R io n e g r o y su s s e c u e la s , 1863-1876
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M osquera y los radicales, quienes gozaban de una ligera m ayoría. Las ten d en
cias au to rita ria s de M osquera atem orizaban a los radicales, quienes tem ían que
el g eneral u tilizara las tropas cercanas para in tim id ar y controlar la convención.
De hecho. M osquera sí intentó presionar a los delegados que se oponían a sus
ideas, su g irien d o casu alm ente q u e podría fusilar a unos cuantos. Los radica
les reconocían qu e M osquera, com o líder m ilitar de la coalición victoriosa, era
la p erso n alid a d d o m in an te del m om ento. Sin em bargo, decidieron frenarlo de
m an eras sim bólicas y su stantivas, para hacerle ver que no p odía tran sg red ir los
lím ites constitucionales.
S uele afirm arse q u e el tem or de los radicales ante las propensiones dicta
toriales d e M osquera los instó a red actar una C onstitución que lim itaba el p e
riodo d e la presidencia nacional a dos años y prohibía la reelección inm ediata.
A u n q u e es p ro b ab le que esto haya influido en R ionegro, debe recordarse que en
1855, cu a n d o varios liberales e incluso unos conservadores estaban perfilando
sus id eas sobre constituciones federales, algunos p ro p u siero n periodos p resi
denciales de solo dos años. Por consiguiente, parece que, p o r lo m enos desde
1855, el p ro g ram a de dem ocratización federal de los radicales contem plaba un
ejecutivo nacional débil.
A d em ás de tem er al general M osquera, los radicales tam bién diferían de
él en los prin cip io s de gobierno. En 1845-1849, M osquera era un centralista con
vencido y un p resid en te enérgico. En 1857-1858, cu an d o O spina triunfó en las
elecciones presidenciales. M osquera se convirtió en un federalista o p o rtu n ista
q u e d efen d ía su d o m inio del Cauca. Sin em bargo, com o lo dem o stró d u ra n te la
g u erra civil d e 1861 y en R ionegro en 1863, seguía siendo, en esencia, un cau
dillo au to ritario . Por el contrario, los líderes radicales qu erían im p ed ir la con
centració n d e p o d er y d efen d er las libertades individuales. Por consiguiente,
eran p artid a rio s d e red u cir la au to rid a d ejecutiva en relación con el C ongreso y
p ro m o v ían la au to n o m ía regional.
U no d e los tem as en los q u e diferían el general M osquera y los radicales
era la relación ap ro p ia d a en tre la Iglesia y el Estado. A unque los radicales com-
parhan con M osquera el disgusto por la alianza del clero con el p artid o conser
v ad o r, eran m u ch o m enos propensos a form ular políticas pu n itiv as contra la
Iglesia. Los radicales ap ro b aro n m uchos d e los d ecreto s anticlericales ex p e d i
d o s p o r M osquera en 1861, por considerarlos esenciales d u ra n te la guerra. Sin
em b arg o , seg u ían crey endo en el ideal de una Iglesia libre d en tro de un Estado
libre, es decir, en la separación en tre Iglesia y Estado. Por su parte, el general
M osq u era q u ería re sta u rar el control gubernam ental sobre la Iglesia. M osquera
tam b ién ad o p tó m ed id as pu n itiv as con los líderes eclesiásticos q u e se negaron a
acep tar la C onstitución de R ionegro de 1863, en tanto q u e los radicales tendían a
ser conciliadores, sobre todo con los prelados m ás m oderados.
La diferencia de opiniones entre M osquera y los radicales tam bién se m ani
festó en el tema de la autonom ía estatal tanto en Rionegro como en años posteriores.
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En Rionegro, m ovidos por su am arga experiencia con O spina y por el tem or que
les inspiraba M osquera, y tam bién por sus principios liberales, los delegados no
le otorgaron al G obierno nacional la facultad explícita de g arantizar el orden p ú
blico en los estados. La C onstitución de 1863 estipuló am b ig u am en te q u e era d e
ber del ejecutivo nacional "velar por la conservación del ord en general", lo cual
podía interpretarse com o que debía "vigilar" o "salv ag u ard ar" o "p ro teg er" ese
orden. El grado en que el G obierno nacional tenía derecho a intervenir en los es
tados —y de qué m anera podía h acerlo — siguió siendo u n p u n to de controversia
d u ran te la vigencia de la C onstitución de Rionegro (1863-1886).
Las diferencias entre el general M osquera y el radical M anuel M urillo
Toro en torno a esta cuestión saltaron a la palestra en 1864, cu an d o u n a revolu
ción conservadora en A ntioquia d ep u so al g o bernador estatal im p u esto p o r el
general. C u an d o estalló la revolución en A ntioquia, el p resid en te M osquera no
p u d o resp o n d er porque estaba dirigiendo las tropas g ra n ad in as en u n a guerra
con el Ecuador. M osquera habría q u erido reprim ir al gobierno co n serv ad o r en
A ntioquia, pero M urillo, su sucesor en la presidencia, o ptó p o r aceptar el control
conservador, m edida que justificaba po rq u e el nuevo régim en en A ntioquia p ro
m etió resp etar la C onstitución de 1863. Sin d u d a a M urillo no le d isg u stó que el
go b ernador d ep u esto en A ntioquia fuera m osquerista. N o obstante, su decisión
de aceptar la revolución conservadora fue consistente con su m arcado pacifism o
y su adhesión al principio de la autonom ía estatal.
La cuestión de cóm o debía resp o n d er el G obierno nacional a las p e rtu r
baciones en los estados volvió a debatirse en 1867, d u ra n te otra presidencia del
general M osquera. Una serie de actos arbitrarios realizados p o r M osquera, entre
ellos el cierre del C ongreso y el encarcelam iento de varios radicales destacados,
provocó un golpe de estado contra el caudillo caucano. Según sus opositores,
uno d e los pecados del general M osquera fue la intervención m ilitar en el Estado
de M agdalena, que instó a los radicales y a los conservadores a p ro m u lg ar una
ley q ue estipulaba que el G obierno nacional debía o b servar una n eu tra lid a d es
tricta frente a los disturbios en los estados.
No obstante, los radicales m ism os estaban lejos de a d h e rir con firm eza al
principio de la no intervención federal en los estados. D espués del golpe rad i
cal qu e d ep u so a M osquera en 1867, el secretario del Interior, el radical C arlos
M artín, solicitó en 1868 al C ongreso que revocara la ley de n eu tralid ad . M artín
quería una legislación m oldeada de acuerdo con la garantía federal de ord en en
los estados estip u lada en la C onstitución de los Estados U nidos. N o obstante, el
C ongreso, do m in ado por los radicales, insistió en la n eu tra lid a d estricta del go
bierno federal con respecto a los conflictos internos en los estados. Irónicam ente,
no m ucho desp u és de que el C ongreso nacional insistiera en la n e u tra lid a d del
gobierno central, el presidente nacional radical, Santos G utiérrez, d ep u só al go
bierno conservador del Estado de C undinam arca. Debe observarse que, en este
caso, los radicales de Bogotá tem ían que si el G obierno nacional no dep o n ía al
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régim en estatal co n servador, este últim o, resp ald ad o por fuerzas irregulares que
fluían a la capital d esd e el área circundante, podría derrocar el gobierno de la
Unión.
Entre 1864 y 1876 el deseo de m an ten er el control del G obierno nacional
se im p u so so b re el p rin cipio de la au to n o m ía estatal com o regla de gobierno
de los radicales, p o r lo m enos tratá n d o se d e las elecciones. Según la C o n stitu
ción de 1863, el p re sid e n te nacional era elegido p o r u n a m ayoría d e los nueve
estad o s, ten ien d o cad a estado u n solo voto. Para reten er el gobierno central, los
radicales ten ían q u e triu n far en p o r lo m enos cinco estad o s en las elecciones bie
nales a la p resid en cia nacional. Por lo general, los radicales p ro cu rab an obtener
estas victorias electorales p o r m edios m ás o m enos pacíficos: m ovilizando los
votos de las g u arn icio n es m ilitares, m ed ian te intim idación local o p o r otras m o
d alid ad e s co rrien tes d e m anipulación electoral. Sin em bargo, de vez en cu a n d o
fue necesario q u e el ejército nacional, entonces d en o m in ad o la G u ard ia C olom
biana, in terv in iera p o r la fuerza en ciertos estados, p o r lo general en los m enos
pob lad o s, q u e ten ían m enos peso en la política nacional, com o los estados d e
M agdalena o P an am á. Los ab usos m ás flagrantes ocu rriero n en las elecciones
presid en ciales d e 1875-1876, precisam ente porque, en ese m om ento, la hegem o
nía radical estab a seriam en te am en azad a. El desafío em anó de las fuerzas com
b in ad as de liberales in d ep en d ie n te s y de m uchos conservadores, que tenían
influjo en la costa caribe y en el C auca, regiones estas que objetaban el control
del G o b iern o n acional por los radicales, m uchos de los cuales pro v en ían de la
cord illera O riental.
C u lt u r a e c o n ó m ic a y p o lít ic a e c o n ó m ic a , 1845-1876
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334 M ai« li P a i .a c k i s - F rank S a ik ik ii
C uadro 10.7. Los seis principales productos de exportación de Colom bia, 1834-91.
1834-39 1840-45
1854-58 1864-70
1870-75 1875-78
1881-83 1888-91
Fuente: O ca m p o , José A n ton io, Colombia y la economia mundial, 1830-19Í0, C u ad ro 2.7, pp. 100-101.
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i l|s n IRIA r'l C ‘ 'l.O M B IA . I’a !'' ( R A d M I M A U ) , S C X I I D A I ) | ) ) \ IDIDA 335
D u ran te la d écad a de los años 1850, gran p arte de esta inform ación se re
firió a la in d u stria tabacalera y, en m enor grado, a p ro d u cto s de exportación se
cund ario s, com o la q u in a y los som breros de palm a. Sin em bargo, antes de 1876,
las elites n eo g ran ad in as no se contentaron con un solo cultivo de exportación,
o siquiera con un o s pocos. El volum en de las exportaciones del país, incluso d e
tabaco, era relativ am en te pequeño, su posición en los m ercados atlánticos era
algo m arg in al y se veían m uy afectadas por las fluctuaciones en la d em an d a
externa. Por consiguiente, los em presarios experim entaron constantem ente con
d iversas altern ativ as, la m ayor p arte d e las cuales resultaron siendo de escala
m odesta y poca confiabilidad {véase cu ad ro 10.7). En el decenio de los años 1850
se inten tó ex p o rta r añil y, en el de los años 1860 y com ienzos de los 1870, este
form ó p a rte d e la v aria d a gam a de p ro d u cto s de exportación del país. La g u erra
civil esta d o u n id e n se generó esp eran zas para las exportaciones de algodón en la
década d e los años 1860, pero esta ilusión p rontó se desvaneció ante la rá p id a
recuperación de la pro d ucción algodonera en el su r de Estados U nidos en la
p osguerra. Los p ro d u c to s selváticos tam bién llam aron la atención d e los e m p re
sarios. El m ás im p o rtan te fue la quina, en tre las décadas de los años 1850 y 1880.
Los palos de tin te habían sido un p ro d u c to de exportación d esd e la era colonial;
a m ed iad o s del siglo xix su exportación continuaba, a u n q u e con m enor im p o r
tancia relativa. Los com erciantes q u e buscaban co nstantem ente nuevas fuentes
de div isas ex tranjeras tam bién experim entaron con otros pro d u cto s selváticos
m enos conocidos, com o la tagua y p lantas m edicinales com o la zarzaparrilla y
la ipecacuana. El café, q u e se cultivaba a pequeña escala en S an tan d er y otras
regiones, co m enzó a atraer m ayor atención en el decenio de los años 1860. Ya en
la d écad a d e los añ o s 1870, figuraba com o uno de los tres p ro d u cto s tropicales
de ex p o rtació n m ás im p o rtantes, junto al tabaco y quina, en tre u n a varied ad bas
tante am p lia d e p ro d u cto s. Sin em bargo, el café no se convirtió en el p ro d u cto d e
exportación d o m in an te sino a fines del decenio de los años 1880.
En vista del n u ev o en tusiasm o que suscitaba la posibilidad de ex p o rtar
p ro d u cto s tropicales, q uienes cultivaban y com ercializaban este tipo d e p ro d u c
tos fueron vistos, p o r lo m enos en algunos sectores de la sociedad, com o pione
ros heroicos. Francisco M ontoya, quien encabezó el desarrollo de la exportación
tabacalera a fines d e la d écada de los años 1840, era co n sid erad o m onopolista
por su s co m p etid o res m ás pequeños d u ra n te su p eriodo de p ro sp erid ad , pero
cu a n d o q u eb ró en 1857, se le vio com o un héroe trágico. H acia fines del siglo,
M ed ard o Rivas escribió Los trabajadores de tierra caliente, u n him no de alabanzas
a n u m ero so s señ o res de la clase alta que, desd e m ed iad o s del siglo, renunciaron
(según Rivas) a las co m o d id ad es de Bogotá para bajar al valle del A lto M agda
lena, co rrien d o el riesgo de enferm ar y m orir en el clim a cálido, a fin de buscar
fortu n a com o sem b ra d o res d e diversos cultivos tropicales.
Si bien los p io n ero s del desarrollo d e pro d u cto s d e exportación fueron los
héroes económ icos m ás visibles del periodo, quienes m ás se beneficiaron con la
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expansión de las exportaciones fueron los com erciantes m enos heroicos que se
concentraron en el negocio de im portación. En los prim eros decenios del siglo
XIX, el com ercio de im portación sí im plicaba algo de heroísm o. En esa época era
corriente que los com erciantes del interior viajaran hasta Jam aica para com prar
cargam entos y luego acom pañarlos de vuelta en el largo viaje río arriba por el
M agdalena, un viaje incóm odo y con frecuencia frustrante, que en los cham panes
con carga pesada tom aba entre dos y tres meses. Los costos y las dificultades del
comercio de im portación bajo estas condiciones lim itaban el ingreso a este ram o.
A m ediados del siglo estas características del com ercio de im portación co
m enzaron a cam biar. En 1840, au n q u e una gran proporción de las im portaciones
de la N ueva G ranada todavía provenía de centros de distribución en el C aribe,
m uchos cargam entos llegaban directam ente de Inglaterra y Francia, lo que in d i
ca que p o r lo m enos algunos de los com erciantes neo g ran ad in o s m ás im p o rtan
tes m antenían ahora relaciones directas con los países pro v eed o res en E uropa.
Pero entre 1845 y 1855 se produjo un cam bio radical, cu a n d o las exportaciones
crecientes de tabaco y en segundo lugar de quina y som breros prom ovieron u n a
m ayor can tid ad de im portaciones, y las exportaciones e im portaciones cada vez
m ás volum inosas sum inistraron un flujo de carga que p erm itió el establecim ien
to definitivo de la navegación en barcos de vapor por el río M agdalena.
De ahí en adelante, un núm ero cada vez m ayor d e im p o rtad o res del in
terior p u d o establecer relaciones de crédito con casas com erciales británicas y
francesas. En 1848, en el p uerto de Santa M arta, el valor d e los bienes directa
m ente p rocedentes de Inglaterra fue cinco veces su p erio r al de los que venían
de las A ntillas británicas. El establecim iento de relaciones directas con las casas
com isionistas de Inglaterra y Francia significó que los im p o rtad o re s n eo g ran ad i
nos po d ían o p erar a escala m ayor y con costos m enores. La instauración defi
nitiva del tran sp orte en barco ele vapor por el M agdalena no resolvió todos los
problem as del tráfico fluvial; los barcos encallaban y en ocasiones explotaban
y se quem aban; adem ás, los frustrados im portadores a veces tenían problem as
para obtener cupo en los vapores. N o obstante, los barcos de vap o r perm itieron
el tran sp o rte de m ercancía con m ayor seguridad y velocidad y a un m enor costo
que en los cham panes. Con este m ejoram iento en la eficiencia, el um bral para el
ingreso al negocio de las im portaciones se redujo, a la vez que au m en tó la com
petencia entre los im portadores.
Los im po rtadores tam bién llegaron a constituir u n g ru p o económ ico m ás
fuerte en Bogotá, M edellín y otros centros com erciales. A com ienzos de la d é
cada de los años 1850, los com erciantes se quejaron p o r el sistem a ad valoran
de aranceles ad u an ero s que regía en ese m om ento. El cálculo de los aranceles
de acuerdo con el valor exigía que se abrieran todos los fardos para evaluar su
contenido. Esto significaba que todos los bienes im p o rtad o s tenían que volverse
a em pacar desp u és de pasar por la aduana, un proceso costoso y q u e elevaba las
posibilidades de daños a la m ercancía que rem ontaba el río M agdalena y viajaba
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I ll s l i )KIA D f C m.OM IM A. ' I’ a IS 1 KAi .MI N I AÌAY N X ' H (.'AD DIV'IDIDA 337
luego p o r cam inos de h e rra d u ra enfangados, en el interior. En los prim eros años
d e la d écad a de los años 1850, los com erciantes ejercieron presión para q u e se
ad o p ta ra u n sistem a de recau d o basado en el peso bruto, según el cual los bie
nes de u na m ism a categoría (por ejem plo, textiles) pero de diferentes calidades
p ag arían el m ism o im puesto, y el m onto sería d eterm in a d o por el peso b ru to
del fardo. Este m étodo de cálculo de im puestos haría innecesario abrir todos los
fardos en la ad u a n a, y así reduciría los costos para los com erciantes. Tam bién
ofrecía beneficios para el E stado, p o rq u e este sistem a m ás sencillo rebajaría los
costos d e recau d o y alentaría el ingreso de m ás bienes com o m ercancía legal
y no com o co n trab an d o , con lo cual au m en taría la recaudación de los aran ce
les d e a d u a n a . El sistem a d e peso b ru to contó con el apoyo de com erciantes
y neg o cian tes de todos los m atices políticos. Fue p ro p u e sto en 1851 por Juan
N e p o m u cen o G óm ez, q uien en 1854 era el secretario de H acienda del gobier
no del p re sid e n te O bando. En 1853, sus m ás visibles defensores fueron m uchos
com ercian tes conserv ad ores o sin preferencias políticas de A ntioquia y Bogotá.
U no d e los p artid a rio s m ás v ehem entes dei sistem a de peso bruto fue Leopoldo
Borda, d e fam ilia co n servadora, que p o r esos años im portaba una cuarta p arte
de los bienes q u e llegaban al m ercado d e Bogotá. M ás tarde, cu an d o el general
M osquera decretó el establecim iento del sistem a de peso b ruto en 1861, este fue
d efen d id o p o r los escritores liberales A níbal G alindo y M iguel Sam per.
Si bien es cierto q u e el sistem a de peso b ru to d ism in u y ó los costos del
recau d o d e ad u a n a tanto p a ra los com erciantes com o para el gobierno, su a d o p
ción tam b ién reflejó im plícitam ente la devoción de la burguesía contem poránea
p o r las ventajas com erciales a expensas de los intereses de los pobres. El sistem a
de peso b ru to afectó a los artesan o s u rbanos p o rq u e redujo los aranceles con q u e
se g rav ab a la ro p a confeccionada. Los críticos de la época tam bién señalaron
que, al colocar todos los textiles en la m ism a categoría y gravarlos por peso, el
sistem a d e peso b ru to g ravaba m ucho m ás, en relación con su valor, los bienes
de alg o d ó n b arato s que u tilizaban los cam pesinos q u e los textiles m ás finos q u e
ú n icam en te los ricos com praban. Por ejem plo, a fines d e la década de los años
1870, la tela d e algodón corriente podía gravarse en 50 o 75 por ciento d e su
valor, y los m achetes y o tras h erram ien tas agrícolas en m ás del 50 por ciento,
en tan to q u e los aranceles a la seda podían llegar a rep resen ta r tan solo u n 4
p o r ciento de su valor. A níbal G alindo defendió esta situación anóm ala con el
a rg u m e n to cínico y en g añoso de que, al fin y al cabo, los ricos ad q u irían m ás
bienes d e lujo im p o rtad o s q u e lo q u e com praban los pobres en ro p a barata, de
m o d o q u e en últim o térm ino los ricos acabarían p a g a n d o su parte. El cobro de
aranceles p o r peso b ru to siguió existiendo hasta bien en tra d o el siglo xx, au n q u e
con refin am ien to s cada vez m ayores para reducir las d esig u ald ad es que caracte
rizaro n la era de d o m inio radical.
El a u g e com ercial q u e se experim entó a p artir d e m ed iad o s del siglo acen
tuó el in terés en to d o lo d irectam en te relacionado con la expansión del com ercio
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3 40 M a iu o i ’ - Al UN - 1h a \ k S a i d u--!'
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m o n tañ o sas d e C olom bia se acercaba a los 30.000 dólares. Pero la topografia no
fue el ùnico desafío geográfico: tam bién las lluvias torrenciales com plicaban la
construcción y el m an ten im ien to de las vías. A dem ás, en las zonas tropicales
calientes solía h ab e r un a alta tasa d e en ferm ed ad es y m o rtalid ad entre los tra
bajadores.
Sin em b arg o , los ferrocarriles de C olom bia se h ab rían p o d id o co n stru ir
m ás rá p id a m e n te si estas em p resas h u b ieran con seg u id o u n a financiación m ás
am plia. Los bajos in g resos d e C olom bia y su historial de no p ag a r las obligacio
nes cred iticias ex tran jeras co n v ertían al país en u n m al c a n d id a to para recibir
préstam o s. N o obstan te, si h u b iera co n tad o con alg ú n recurso m aterial im p o r
tante en el q u e se in tere sa ran seriam en te los m ercados m u n d iales, se habría
in v ertid o b a sta n te d in ero d irec tam en te en la construcción d e ferrocarriles. La
falta relativ a d e in v ersió n extranjera parece reflejar, sobre todo, la carencia de
p ro d u c to s ex p o rtab les q u e llam aran la atención. El capital extranjero facilitó
la co n stru cció n m u ch o m ás rá p id a de vías férreas en A rg en tin a y el n o rte de
México, no solo p o rq u e el terren o era m ás favorable, sino tam bién p o rq u e estos
países ten ían im p o rta n te s recu rso s p o r explotar. F inalm ente, en los prim eros
decenios del siglo xx, el café a y u d ó a su m in istra r la carga necesaria para la cons
trucción d e u n a red frag m en taria de ferrocarriles.
L a e d u c a c ió n
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} I m v - k i a di; t 'v 'í á 'M b i a . P a í s f k a g m i m a i ; d , s c x 'i i d a d d i v i d i d a 343
"La ignorancia, cuenta con una m ayoría de 98 individuos sobre cada 100; y aun hay
que añadir m uchos de los que han concurrido a las escuelas, por cuanto salen m uy
mal enseñados y en breve olvidan la indigesta instrucción que recibieron sin m étodo
y sin hacerles conocer cómo habrían de aplicarla a los negocios.
G eneralm ente [...] la tal enseñanza se reduce a fatigar la memoria de los niños con
preguntas y respuestas que sobre religión, gram ática y aritm ética aprenden al pie
de la letra [...1 a los niños se les pregunta por una especie de catecismo rutinero que
denom inan program a, fuera del cual no se puede preguntar nada, pues no aciertan a
responder; prueba de que la instrucción propiam ente dicha, que consiste en el ejercicio
del entendim iento, no existe, reduciéndose a un estéril recargo de la m emoria con
palabras que para el alum no cerecen de significación bien entendida. De aquí procede
que en saliendo de la escuela olvidan el necio catecismo y con él toda la ciencia postiza
que sacaron; y el pad re de familia que se ha privado de los servicios de su hijo d u ran
te cuatro años, m anteniéndolo en aprendizaje, se encuentra con un mocetón que no
acierta a sacarle una cuenta en el m ercado ni a leerle una carta, visto lo cual forma el
propósito de no m andar los otros m uchachos a la llam ada escuela, origen de gastos
inútiles y de habitudes de haraganería. Tal es la situación de la pretendida enseñanza
prim aria, con m uy raras excepciones: tal la base de esperanzas con que contamos para
realizar el sistem a de elecciones por m edio del sufragio universal directo, único ver
dadero, siem pre que se apoya, no en la renta, sino en la instrucción, siquiera prim aria,
de los sufragantes. Y lo peor es que las escuelas norm ales no han dado hasta ahora
los frutos que de ellas se aguardaban; la rutina y el em pirism o antiguos se perpetúan
de unos en otros: la ciencia de enseñar no ha penetrado todavía en nuestro país, y al
paso que vam os no penetrará en mucho tiempo".
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
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