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Y EL DIÁLOGO
INTERDISCIPLINAR
Colección Fronteras
Director Juan Arana
BIBLIOTECA NUEVA
grupo editorial
siglo veintiuno
siglo xxi editores, s. a. de c. v. siglo xxi editores, s. a.
CERRO DEL AGUA, 248, ROMERO DE TERREROS, GUATEMALA, 4824,
04310, MÉXICO, DF C 1425 BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
www.sigloxxieditores.com.mx www.sigloxxieditores.com.ar
ISBN: 978-84-9940-452-3
Edición digital
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y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org)
vela por el respeto de los citados derechos.
Índice
Presentación, Lourdes Flamarique .......................................................... 9
Primera parte
Indagando en las raíces.
El enfoque fenomenológico
Apelación, deber y ontología. Una consideración feno-
menológica, Ramón Rodríguez ......................................................... 15
La ética como imprescindible ficción antropológica,
Luciano Espinosa Rubio . .......................................................................... 27
Ser ciudadanos del mundo: la ética sin fronteras, Luis
Xavier López Farjeat .................................................................................. 43
La mirada indiferente. El problema de la neutralidad éti-
ca de la visión, Xavier Escribano ...................................................... 61
Mímesis y fetichismo. Sobre ética y estética, José A. Millán
Alba ................................................................................................................ 77
La contextura ética de la libertad, Jorge Peña Vial ................. 91
La paradoja de Maritain acerca de la fundamentación
de los derechos humanos, Ricardo Parellada ............................ 111
Segunda parte
La carta de ciudadanía de la ética:
¿autonomía o naturaleza?
Tercera parte
Conversaciones en torno
a la posibilidad de la ética
Lourdes Flamarique
Primera parte
II
1
Me he ocupado de este problema, en el contexto de la crítica de la subjetividad,
en el capítulo de Hermenéutica y subjetividad, Madrid, Trotta, 2010, titulado «El su-
jeto de la apelación».
18 Ramón Rodríguez
historia personal detrás, el que está afectado por la conciencia del deber.
Nada en mí queda fuera de esa llamada. No vivo ninguna distinción
entre mi yo racional (un «cualquiera») que comprende el sentido del
deber y mi yo empírico, interesado en sí mismo y en el mundo y, tal vez,
deseoso de escapar de esa situación. La conciencia del deber me afecta
en todo lo que soy, y produce, no una abstracción en el sujeto o una se-
paración respecto de todos sus intereses personales, sino más bien lo que
podemos llamar una reevaluación y reorganización del yo en torno al de-
ber de ayuda que de pronto surge: el sujeto se ve obligado a reconsiderar
su prisa, a sopesar su temor a verse involucrado en inquietantes interro-
gatorios y quizá a enderezar sus afectos naturales hacia la criatura desva-
lida. El deber actúa como un eje en torno al cual se rehace, durante un
tiempo, la vida entera del sujeto, que sigue siendo el mismo que era.
III
2
Esta conjunción de extrañeza y propiedad constituye la entraña del concepto
kantiano de autonomía. La ley moral es siempre deber, es decir, se impone constricti-
vamente como algo ajeno porque reprime las inclinaciones y deseos que pueden opo-
nerse a ella, pero a la vez es genuinamente mía porque se origina en la ineludible con-
dición racional de nuestra voluntad. La aparente exterioridad de la ley moral, su carác-
ter extraño, se debe a que no tiene en cuenta aquello que aparece como prima facie más
mío, mis deseos, hábitos e inclinaciones, pero sin embargo, cuando se comprende el
sentido de sus mandatos, no puedo dejar de estimarla como propia, como radicalmen-
te acorde, por su universalidad, con mi condición de ser racional. Kant atribuye la ex-
terioridad de la ley moral al hecho de que el hombre es una voluntad «patológicamen-
te afectada», determinable por deseos ajenos a su carácter racional. Es, pues, una cier-
ta condición humana la responsable de esa aparente heteronomía que comporta la
absoluta objetividad de la ley, heteronomía que en realidad es autoconstricción. En
nuestro ejemplo veremos más bien que la exigencia, antes de ser deber que me constri-
ñe, es reclamación ligada al ser menesteroso que requiere nuestra ayuda.
Apelación, deber y ontología. Una consideración fenomenológica 21
3
Esta es una afirmación que tiene el estatuto de creencia generalmente comparti-
da y que, como tal, es independiente de las concepciones de la ciencia que se tengan.
Vale lo mismo para el realismo puro como para las diversas formas de idealismo.
22 Ramón Rodríguez
tamente libre de él? Si nos parece que sigue estando obligado, diría
Kant, es porque la universalidad del deber de ayudar al ser desvalido ha
de sustentarse en sí misma, en la razón pura, sede de toda legalidad, de
lo contrario le sustraemos toda su fuerza obligante. La concepción kan-
tiana del deber, impecable en sus rasgos conceptuales básicos, se ve forza-
da sin embargo a prescindir del rasgo fenomenológico-descriptivo capi-
tal de la inmediata correlación entre el ser frágil y el deber de ayuda,
haciendo de este un momento autónomo y autosuficiente, no porque
aparezca así en la conciencia del sujeto, sino por las necesidades lógicas de
su fundamentación. Pero, naturalmente, no es este el lugar para llevar a
cabo una discusión fenomenológica de esa fundamentación. Me impor-
taba solo destacar una posible contraposición que contribuye a precisar
las implicaciones ontológicas, por el lado del objeto, de la conciencia del
deber4.
Todavía nos queda algo que decir de ellas por el lado del agente de
la acción moral, que podemos adelantar de forma asertórica: lo que el
fenómeno de la reclamación y del deber, tantas veces referido, supone
en el agente es su condición de sujeto5 (o, al menos, si no queremos dar a
«sujeto» toda la carga que en él deposita la metafísica moderna, lo que
he llamado en Hermenéutica y subjetividad «condición presubjetiva»).
Dicho brevemente: el llanto es una apelación que como tal requiere al-
guien que la oiga en el preciso sentido en que quiere ser entendida, como
una llamada de ayuda. Eso implica que el apelado tiene no solo que oír
físicamente la llamada, sino sentirla como reclamación, es decir, tiene
que saberse concernido por ella. Lo que la reclamación supone en quien
la oye no es solo una sensibilidad capaz de recibir las impresiones audi-
tivas, sino que esas impresiones sean percibidas como llamada y que tal
percepción le afecte a su vez con-moviéndole, es decir, poniéndole en
disposición de iniciar acciones de ayuda. El agente tiene que tener la
reflexividad elemental de sentir el llanto y sentirse afectado por él, saber
que es a él a quien se dirige la llamada, que, por tanto, ha de ponerse a sí
mismo en juego. Una relación consigo mismo en el momento inicial del
4
Discutir, desde el punto de vista fenomenológico, esa fundamentación requeri-
ría poner sobre el tapete la concepción que Kant tiene de la donación —el momento
primario del aparecer de algo— y de la función en él de una sensibilidad concebida al
modo empirista, su concepción hedonista de la facultad de desear, que hace que todo
objeto del querer afecte a la voluntad siempre empíricamente y, por tanto, a posteriori
y, por último, lo que Heidegger llamaba «el sentido genuino de lo a priori», que, a su
entender, había descubierto la fenomenología rectificando a Kant.
5
Hasta ahora he utilizado el término «sujeto» en el sentido corriente, el que
aplicamos al ser que es agente de la acción o que es consciente de algo (de la reclama-
ción, del deber, etc.). Ahora le damos un sentido preciso, a partir justamente de las
implicaciones del fenómeno moral.
Apelación, deber y ontología. Una consideración fenomenológica 25
6
El sujeto no es ciertamente el dueño de su experiencia moral pero es ya sujeto
para poder vivirla. Los filósofos contemporáneos, arriba citados, que han enfatizado la
idea de la apelación suelen poner el acento en el primer sentido de responsabilidad,
atribuyéndole una función de crítica radical de la subjetividad, en la medida en que
desposee al sujeto de su papel de fundamento y le coloca en el lugar secundario de ser
instituido por la apelación que le precede. Pero esto es solo parcialmente justo, al me-
nos en lo que se refiere a la experiencia moral. Si bien el sujeto no aparece para sí mis-
mo como fundamento de la apelación que le sorprende, su condición de sujeto no es
instituida por esta, sino que está ya vigente como condición del sentir la apelación,
como he tratado de mostrar. Una vez más es Paul Ricoeur quien mantiene una posi-
ción cargada de sensatez, al mostrar la mutua implicación entre apelación y subjetivi-
dad, es decir, entre los dos sentidos de responsabilidad. Su discurso de recepción del
doctorado honoris causa en la Universidad Complutense es todo un ejemplo. Para una
discusión de este problema, me remito de nuevo al capítulo de Hermenéutica y subje-
tividad, citado en la nota 1.