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Cristianas
Francisco Briceño L
En todas las épocas los hombres y las
mujeres han adornado y colocado joyas
a sus cuerpos. El deseo de adornar el
cuerpo con cosméticos coloridos, joyas
costosas y prendas llamativas, ha
dejado sin tocar a pocos. De modo que
no debe sorprender que a través de la
historia bíblica y cristiana hayan habido
frecuentes llamados a vestir modesta y
decentemente, sin joyas brillantes o ropa
suntuosa.
Las enseñanzas bíblicas sobre el vestido y los adornos
son especialmente importantes para nuestro tiempo,
cuando el interés de la industria de la moda es vender
ropa, joyas, y cosméticos que explotan los poderosos
instintos sexuales del cuerpo humano, aunque esto
signifique comercializar productos indecentes que solo
alimentan el orgullo y la sensualidad. Los cristianos no
son inmunes a estas presiones del mercado. Un
creciente número de ellos lleva puestos aros, collares,
pulseras, anillos en los dedos, o ropa provocativa. El
razonamiento parece ser: “¡Todo el mundo los usa! El
cristianismo es más que alhajas y ropa. No
debiéramos permitir que cosas menores oscurezcan
los temas más importantes de la fe cristiana”.
Esta nueva tendencia plantea un crucial
interrogante: ¿Debiera la iglesia cristiana
mantener en alto la norma bíblica sobre el
vestido y los adornos, o debiera suavizar
su norma como lo han hecho otras
denominaciones? Para encontrar una
respuesta a estas preguntas he
examinado los ejemplos, alegorías y
amonestaciones bíblicas con respecto a
las joyas, cosméticos y ropa.
Principio 1
Las vestimentas y la apariencia son un indicador
importante del carácter cristiano: somos lo que vestimos.
Nuestra apariencia exterior es un testimonio visible y
silencioso de los valores cristianos que adoptamos. Así
como el mundo se viste para agradar a otros y a sí mismos,
el cristiano se viste para agradar a Dios. Todo lo que hago
con mi tiempo, dinero, etc., refleja la manera como Cristo
ha transformado mi vida. El testimonio más eficiente del
cambio que Cristo operó en el interior, no es una sonrisa
con labios pintados de una mujer seductora, sino el rostro
radiante de una dama cristiana vestida con decoro.
Principio 2