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Formación de la Tierra

La Tierra que conocemos tiene un aspecto muy distinto del que


tenía poco después de su nacimiento, hace unos 4.470 millones
de años. Entonces era un amasijo de rocas conglomeradas cuyo
interior se calentó y fundió todo el planeta.
Con el tiempo la corteza se secó y se volvió sólida. En las partes más
bajas se acumuló el agua mientras que, por encima de la corteza
terrestre, se formaba una capa de gases, la atmósfera.

Agua, tierra y aire empezaron a inteactuar de forma bastante violenta


ya que, mientras tanto, la lava manaba en abundancia por múltiples
grietas de la corteza, que se enriquecía y transformaba gracias a toda
esta actividad.

Sólido, líquido y gaseoso

Después de un periodo inicial en que la Tierra era una masa


incandescente, las capas exteriores empezaron a solidificarse, pero el
calor procedente del interior las fundía de nuevo. Finalmente, la
temperatura bajó lo suficiente como para permitir la formación de una
corteza terrestre estable.
Al principio no tenía atmósfera, y recibia muchos impactos de
meteoritos. La actividad volcánica era intensa, lo que motivaba que
grandes masas de lava candente saliesen al exterior y aumentasen,
gradualmente, el espesor de la corteza al enfriarse y solidificarse.

Esta actividad de los volcanes generó una gran cantidad de gases que
acabaron formando una capa sobre la corteza. Su composición era muy
distinta de la actual, pero fue la primera capa protectora y permitió la
aparición del agua líquida. Algunos autores la llaman "Atmósfera I".

En las erupciones, a partir del oxígeno y del hidrógeno se generaba


vapor de agua, que al ascender por la atmósfera se condensaba, dando
origen a las primeras lluvias. Al cabo del tiempo, con la corteza más fría,
el agua de las precipitaciones se pudo mantener líquida en las zonas
más profundas de la corteza, formando mares y océanos, es decir, la
hidrosfera.
¿Cómo se formó la Tierra?
Las primeras ideas sobre la formación de la Tierra sugerían que se había
originado a partir de una esfera gaseosa que al principio se había enfriado y
licuado y después, probablemente, se había solidificado. Esto se conoce bajo la
denominación de "origen caliente de la Tierra".
A partir de entonces se creyó que esto era cierto, en parte a causa de razones
geológicas, ya que podían verse las erupciones de lava procedentes de la
Tierra y, por consiguiente, constatar que el interior del planeta era caliente;
antes del descubrimiento de la radiactividad, se suponía que este calor estaba
presente en el interior del globo terráqueo en el momento de su formación. La
otra razón por la cual se admitía el "origen caliente" de la Tierra procedía de la
hipótesis que ésta y los demás planetas eran, en un principio, gases
encerrados en una estrella, el Sol.
Todo esto ha cambiado en los últimos años, primero porque el descubrimiento
de la radiactividad ha demostrado que la Tierra podía haber sido fría al
principio y haberse calentado después hasta alcanzar las altas temperaturas
internas actuales en el transcurso de miles de millones de años. Después, los
astrónomos descubrieron grandes nubes de polvo en el Universo. De este
modo, y de forma natural, se pensó que el Sol y la totalidad del sistema solar
se habían formado a partir de una nube de polvo, por condensación.

Ladera de un cráter producido por un meteorito

Esto mereció una aceptación general a propósito de la teoría de la acumulación


(accretion theory) , según la cual en un principio el Sol se formó por
condensación debida a la gravitación; después, la nube de polvo que giraba
alrededor del primer Sol se fraccionó en trozos que, por acumulación, formaron
los planetas. Esta idea ha sido generalmente aceptada por varias razones. Por
ejemplo: la Luna ha sufrido muy pocos cambios, ya que en ella no existen las
fuerzas de erosión de la Tierra.

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