1 | La historia como conocimiento
Partiremos de una definicion ¥ nos preguntaremos: Qué
¢s la historia? Bien entendido, esto no es mas que un artificio,
pedagégico. Seria ingenuo imaginar que una definicion, elabo-
rada por via especulativa y planteada a priori, pudiese exprimir
de un modo satisfactorio la esencia, el quid sit, de la historia
No es asi como procede Ia filosofia de las ciencias, sino que
parte de un dato, que es una determinada disciplina ya consti
twida, y. aplicdndose a analizar el comportamient6 racional de
sus especialistas, deduce la evtructura légica de su método. Las
distintas ciencias fian ido desarroliindose, por lo general, a par-
tir de una tradicion-empirica (Ia geometria procede de la agri
mensura, la medicina eaperimental de {3 tradicién de fos curan-
deros, etc.) antes de que el filésofo se pusiese a establecer su
teoria sobre ell
Ta sociologia no constituye una excepci6n, sino una prue-
ba suplementaria de esta ley: su desarrollo se vio entorpecido
mas que favorecido por el cimulo de especulaciones metode-
logicas que Auguste Comte y Durkheim le ofrevieron a modo
de crisol
De modo andlogo, la historia existe; no pretendemos, en
nyestro punto de partida, definir i mejor historia que pueda
concebirse como posible; tenemos que constatar la existencia
de nuestro objeto, que eS ese sector de fa cultura humana ex-
plotado por un cuerpo especializado de tecnicos, los historia
dores; nuestro dato es la practica que competentes especialistas
han reconocido como valedera. La realidad de semejante dato
no admite duda: es bien cierto que ef cuerpo de historiadores
se halla en posesion de una vigorosa tradicién metodolgica
que, para nosotros Tos occidentales, comienza con Herodoto y
‘Tucidides y se contintia hasta digamos Fernand Braudel (por
elegir una de las Gltimas -obras maestras- presentadas por un
joven valor? al veredicto de los miembros de la corporacién),
Una tradicion bien ceterminada: nosotros fos del oficio sabe-
escrito en 1995, Hoy dirtamos Emenaniel Le Roy Lacusie (es Paysans de Lae
edie, 1968), en espera de poser remitirs Paul Veyne.
ou BB .H.-L Marron
mos perfectamente quiénes son nuestros pares; quiénes, entre
Jos historiadores de hoy o de ayer, cuentan con una labor vali-
da; quiénes, como se dice, -sientan cAtedra-, 0 quiénes, por el
contrasio, son sospechosos de un comportamiento mas 0 me-
nos irregular... En una primera aproximaci6n, tal como convie-
ne al punto de partida, esta realidad de la historia solamente se
halla delimitada a grandes rasgos y tiene que admitir, en cuanto
a sus fronteras, un margen mas o menos elastico. Nuestra tradi-
cién metodolégica no ha cesado de transformarse: Herodeto,
por ejemplo, nos parece hoy no tanto el -Padre de la historia:
como un abuelo que ha vuelto un poco a la infancia, y la vene-
racion que le profesamos’ por su ejemplo no esté’ exenta de
cierta sonrisa protectora. Si bien respecto de Tucidides 0 Poli-
bio reconoceremos que, en lo esencial, su manera de trabajar
coincide con I uestra, admitiremos que la historia verdadera-
mente cientifica no acab6 de constituirse hasta el siglo XIX,
cuando el rigor de los métodos criticos, puestos a punto por los
grancles eruditos de los siglos XVII y XVIML, se-extendio-desde
el ambito de las ciencias auxiliares (numismatica, paleografia,
etc.) a la construccién misma de la historia: strictiore sensu,
nuestra tradici6n solo la inauguraron definitivamente B, G. Nie~
buhr y, sobre todo, Leopold von Ranke.
14 misnia imprecision marginal rige por lo que tespecta a la
historia tal como actualmente se practica: si bien no puede ne-
garse que, d grandes rasgos, los expertos estan de acuerdo, en el
seno de la corporacién, en poner en tela de juicio la validez de
sus investigaciones, este consensus no se da sin algunas disonan-
cias y sin que sea discutido a cada paso: si bien, con demasiada
rigurosidad, los especialistas descalifican de buen grado al -ama-
teut, no dudan al propio tiempo en reprocharle su estrechez a la
sciencia oficial. De hecho, el Ambito de la historia, el terreno en
gu ttabajan tos hitorladores, se halla ocupado por un equipo
le investigadores desplegados en forma de abanico. En un extre-
mo se emplazan los eruditos minuciosos, que se dedican a »pei-
nat los documentos que han de publicar, hasta el punto de que
se lermina por sospechar que no son mas que fil6logos, sin lle-
gar a ser ent modo alguno historiadores: preparadores, o ayudan-
tes de laboratorio, pero atin no verdaderos cientificos. En el otro
extremo vernos a nobles espiritus, afanosos de realizar vastas sin-
tesis, que abarcan con vuelo de ‘guila inmensas fracciones del
devenis: desde abajo se les contempla con cierta inquietud, con
Ja sospecha dle que rebasan el nivel de Ia historia, esta vez por lo
alto.El conocimienio bistérico
‘Toleremos de momento esta flexibilidad en la delimitacion
de las fronteras; dejemos al gusto, o mas bien, a la vocacion de
cada cual el derecho de valorar, o descalificar, tal 0 cual aspecto
de esa prdctica multiforme. Vemos, por ejemplo, cémo algunos
condenan la biografia como un género fundamentalmente anti o
ahist6rico,’ mieniras que otros? quertian convertitla, por lo con-
irario, en el génezo historico por excelencia (entendiéndola co-
mo una vision concentrada de toda una época y aun de una ci-
vilizaci6n, captada en uno de sus hijos mas preclaros).
Yo he llegado a escribir, para impugnar la autoridad que la
teorfa de la historia expuesta por Croce le proporcionaba su ex-
periencia como historiador, lo siguiente: la obra hist6rica de Cro-
Ce oscila entre dos generos, la pequena historia local (La revolt
cién napolitana de 1799; El teatro en Napoles desde el Renaci-
miento basta finales del siglo XVTID y la gran sintesis que domina
Ios hechos, 10s «piensa», pero no irabaja clirectamente sobre las
fuentes (Historia de Itatia, 1871-1915; Historia de Europa en et
siglo XIX). ;Me atreveré a insinuar que el eje de la historia verda-
dera pasa por entre los dos? —Pero cada uno determinara este
eje.2 su manera, y sé muy bien que a mi teoria se le podra obje-
tar? que es la propia de un historiador de la Antigtiedad, de un
historiador de la cultura, demasiado exclusivamente orientado
hacia Jos problemas de orden espiritual o religioso, y que habria
sido matizada de distinto modo si hubiese tomado como campo
de experiencia Ia historia contemporinea y sus problemas eco-
nomicos y sociale:
‘Aceptemos provisionalmente esta diversidad de puntos de
vista, rehuyendo otorgar exchisividad a ninguno de ellos, y trate-
mos d¢ aprehender en su compleja realidad y en toda su varie-
dad la historia tal como existe, realizada por obra de los historia-
cores
Podemos dejar de lado las tentativas, continuamente reno-
vadas, de los teéricos que tratan de demostrar la posibilidad, la
necesidad, la urgencia de otra historia distinta de la de los histo-
riadores, de una shistoriae que seria mas cientifica, mas abstracta,
que trataria, por ejemplo, de establecer las leyes mas gencrales
del comportamiento humano tal como se manifiesta en la histo-
\ conuvewoon, Mew, p. 504 ARON; Introduction, Dp. 81-82
Como Diviney, euyas pronkles obras historicas son biograftas: Vide de
Sebleiermacher,{, 3870; Historia de fa juvenned de Hegel, 16
T Seqiin me objet Georges Bicault en ol cme de una diseusion memorable
sostenida en la Societe Lyonnase de Pllosophie el dia 18 de junio cle 1942.
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