JOSE MARTIPROLOGO
I
En LAs MAS significativas paginas de José Marti, desde Ei presidio politico
en Cuba (1871) hasta su ultimo Diario de campafia (1895), el contenido re-
volucionario y [a creacién verbal resultan inseparables. Nace de este hecho
la primera dificultad para presentar una seleccién de su obra especfficamente
“literaria’, de la que deben excluirse aquellos textos politicos —semblanzas
como la de Céspedes y Agraronte, articulos como “Nuestra América”, dis-
cursos como “Con todos y para el bien de todos”, testimonios de su accién
revolucionaria en cartas y diatios— donde sin embargo estd con frecuencia
lo mds granado y perdurable de su expresién. Paraddjicamente, pues, debe-
mos comenzar nuestra tarea remitiendo al lector a otros vohimenes de esta
coleccién en que se recoja una muestra amplia de lo que Marti escribié sobre
fos problemas politicos y sociales de Cuba y América Latina, en cuanto doc-
trinario y protagonista de Ja revolucién cubana y latinoamericana en marcha
hasta nuestros dias, como tinico medio para remediar las inevitables deficien-
cias de la presente seleccidn.
Por otra parte, realizada tan dolorosa renuncia, surge de inmediato otra
dificultad no menor: la planteada por la enorme obra periodistica de Marti,
en la que a su vez se halla, bajo la apariencia de meros reportajes o crénicas
de sucesos, buena parte de su mejor creacidn [teraria. Comprendemos enton-
ces que el verdadero obstdculo consiste en la esencia de Marti como escritor,
caracterizado por una obra en la gue literatura y revolucién, literatura y servi-
cio, literatura y redencién histérica del hombre, son elementos inextricable-
mente unidos desde el arranque mismo de Ja palabra. En rigor no es pasible
despojar a ninguna pagina de Marti de su cardcter nativamente stico, mora-
lizador, y, en el sentido mds profundo, politico y revolucionario. Tal es la
sustancia misma de su palabra, tanto en la obra lirica, como en la periodis-
IXtica, como en la de propaganda y concientizacién para la guerra liberadora
y antimperialista. Esto explica que su genio literario no se moviera tan a sus
anchas en los géneros convencionales —teatro, novela— como en la evocacién
de los héroes y en la prédica revolucionaria, o en la descripcién y comen-
tario de fenémenos sociales —especialmente a través de sus pletéricas Esce-
was Norteamericanas— que eran para él como las vertiginosas escenas del
drama humano, fos capitulos en carne viva de una novela multitedinaria, en
los que se encierran siempre una leccién y una clave para el porvenir del
hombre.
Sabiendo todo esto, fuerza es sin embargo que deslindemos el campo,
cifiendo nuestra seleccién —que de otro modo desbordaria los limites de un
volumen— a las p4ginas de género y tema especificamente literarios, entre
las que hay también, desde luego, ejemplos de mdxima creacién podtica y
critica.
I
Por LOS MISMOS afios en que Stéphane Mallarmé Jlevaba hasta sus ultimas
consecuencias el sentido hierdtico de la escritura, José Marti daba un ejemplo
magne de la escritura como encarnacién. Lo primero parece inscribirse en
la linea iniciada para Occidente por el Ordculo de Delfos que, segin Herd-
clito, “ni dice, ni oculta, sino hace sefiales": esencia del signo que va desde
el jeroglifico hasta Ia letra impresa (y sus blancos) como idolo de la literatura.
Lo segundo puede remontatse originariamente a la idea evangélica del verbo
encarnado al servicio de los hombres. Gon independencia de su sentido teolé-
gico, de esta idea se desprende una concepcién de la palabra humanizada como
participacién y sacrificio que es, en el mundo laico y politico, exactamente
el sentido de ia palabra de Marti. Su escritura no es portadora de una liturgia
sino de una pasién; no se define por la espacialidad sino por la temporali-
dad; no tiene un relieve icénico, sino un impulso misional y redentor. De
este modo, Marti se sittia en las antipadas de Ja tendencia dominante en Jas
décadas finales del siglo x1x —parnasianisma, decadentismo, modernismo en
su primeta fase—, para convertirse en maestro y heraldo de una literatura
de servicio y agonia cuyo fundamento no es el signa sino la voz, como ocu-
rrird también, por ejemplo, en Miguel de Unamuno y en César Vallejo.
Leemos y teleemos cientos, miles de paginas de Marti. Lo que esta pre-
sente en todas ellas, lo que no falta nunca, se nos escapa. No se nos escapa
por sutileza del contenido (su pensamiento es siempre claro) ni por oscuridad
de Ja expresién (su palabra es siempre cenital). Se nos escapa por su misma
presencia, como Ia luz en que estd inmerso un paisaje. Quisiéramos apresar
esa luz, saber qué significa, qué nos dice. "El discurso del escritor —observa
Roland Barthes— dice lo que dice pero también dice que es literatura.” | No
asi en el caso de Marti. Su Hteratura no dice que es literatura (aunque tam-
bién lo sea): por debajo de sus otros decires argumentales, dice que es vida,
| Le degré xéro de Véeriture. Paris, Editions du Seuil, 1964, p. 5.
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