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VATICANO II.
UN INTENTO DE AMPLIACIÓN DEL DOCUMENTO DE LA FSSPX “DEL
ECUMENISMO A LA APOSTASÍA SILENCIOSA”.
“Los puntos capitales de la filosofía de Santo Tomás no deben colocarse en el género de las
opiniones a cuyo propósito cabe disputar en uno u en otro sentido, sino que deben más bien mirarse
como los fundamentos sobre los cuales se encuentra establecida toda la ciencia de las cosas humanas y
divinas; y si se los retira o se los altera de cualquier manera que sea, de ello resulta entonces
necesariamente la consecuencia de que los estudiantes en ciencias sagradas ni siquiera perciben ya el
significado de las palabras con las cuales los dogmas que Dios ha revelado se proponen por el
Magisterio de la Iglesia. Es por ello que hemos querido que todos aquéllos que se ocupan de enseñar la
filosofía y la sagrada teología fuesen advertidos de que si se alejasen un solo paso de Santo Tomás de
Aquino, no sería sin gran detrimento.” (Motu proprio Doctoris Angelici, S. Pío X, 1914).
INTRODUCCIÓN.
Finalmente, y siguiendo el criterio que Ntro. Señor nos dejó para que hasta la
mente más humilde pudiera, en caso de duda, seguir el camino correcto, analizaremos
los frutos derivados del árbol del Ecumenismo del Vaticano II y de su savia filosófica y
teológica.
1. EXPOSICIÓN DEL PENSAMIENTO ECUMÉNICO DEL CONCILIO
VATICANO II Y DE SUS FUNDAMENTOS FILOSÓFICOS Y
TEOLÓGICOS.
“El modernismo fue, en comparación con el neomodernismo, nada más que un constipado.” (El
campesino del Garona, 1966).
“El modernismo consiste esencialmente en afirmar que el alma religiosa debe sacar de sí misma y nada
más que de sí misma, el objeto y el motivo de su fe. Rechaza toda comunicación revelada que
pretenda imponerse de fuera a la conciencia y llega a ser de este modo, por una consecuencia
necesaria, la negación de la autoridad doctrinal de la Iglesia establecida por Jesucristo, y el
desconocimiento de la jerarquía establecida por mandato divino para regir la sociedad cristiana.” (C.
Mercier, Carta pastoral a la diócesis de Malinas, 1908).
“La persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los
hombres deben estar inmunes de coacción… por parte de cualquier potestad humana, y ello de tal
manera que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que
actúe conforme a ella en privado ni en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites
debidos.”
“Declara además (este Concilio) que el derecho a la libertad religiosa se funda realmente en la
dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la
misma razón. Este derecho… debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de forma
que se convierta en un derecho civil… Todos los hombres, por ser personas… son impulsados por su
propia naturaleza a buscar la verdad… sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados… a
adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad… (para lo
cual deben) gozar de libertad psicológica al tiempo que de inmunidad de coacción externa. Por
consiguiente el derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de la persona,
sino en su misma naturaleza. Por lo cual el derecho a esta inmunidad permanece también en aquéllos
que no cumplen la obligación de buscar la verdad y adherirse a ella; y no puede impedirse su ejercicio
con tal de que se respete el justo orden público.” (DH 2).
El despropósito de este artículo es tal, y sus consecuencias son tan graves, que
fue uno de los puntos más polémicos dentro del Concilio y suscitó el nacimiento del
Coetus internationalis patrum, un grupo de aproximadamente doscientos cincuenta
padres conciliares que empezó a actuar, a raíz de este punto de la libertad religiosa,
como oposición organizada ante la deriva que estaba tomando el Vaticano II. En
efecto, según el texto que acabamos de ver, se declara de una parte el derecho
natural y civil al error y a profesar públicamente una religión falsa, supuesto que la
religión católica sea la única verdadera, Jesucristo sea Hijo de Dios, y sea cierto aquello
de que “yo soy el camino, la verdad y la vida“ (Jn. 14, 6), cosas que parecen ponerse en
duda. Nótese que nos referimos al fuero externo de la persona; nada habría que decir
en torno al fuero interior de la conciencia, que sabemos que es libérrimo e incoercible
por esencia. También se habla del derecho a la inmunidad e impunidad del que
rechace pública y formalmente la verdad, concepto éste que tampoco queda nada
claro en el texto. Se impide a toda autoridad humana, y eso incluye a la Iglesia Católica,
coartar esta libertad cuando no esté dirigida a la verdad, con lo que se sientan las
bases para deslegitimar toda condena y pena civil y, sobre todo, eclesiástica, en
contra de aquello de “enseñar a todas las gentes a guardar todas cuantas cosas os
ordené” (Mt. 28,20). Se fijan unos límites vagos a esta libertad omnímoda, los cuales
parecen estar en un “justo orden público” indefinido. No parece basarse en una simple
opinión o “disposición subjetiva de la persona”, sino en su propia esencia humana, que
sabemos afectada por el pecado original; y por si fuera poco, parece que se trata de
doctrina infalible que todo católico debe asumir de fide cathólica, pues está fundado
en la “palabra revelada de Dios”, a más de en el Derecho natural y en la razón. Con lo
que nos encontramos de cara con una puerta abierta al relativismo no sólo religioso,
puesto que todas las religiones están en plan de igualdad, sino además, por el
argumento a maiore ad minus, ético, político y filosófico; y por tanto nos hallamos en
una vía directa al indiferentismo intelectual, a la apostasía religiosa y a la abdicación
de la razón. Y así de todo esto se ha de concluír que cada uno puede elegir sin límite
claro alguno, y cual supermercado de ideas, su verdad particular y su religión propia, o
la filosofía de su gusto, o la ética o la política que le plazca, con la bendición de la
Iglesia y el amparo de las leyes. Y sobre todo, se rechaza a priori la misión
fundamental encomendada por Cristo a su Iglesia, que constituye su fin supremo: la
conversión de las almas para su salvación (Mc. 16, 16; Mt. 28, 19), cosa que ha de
pasar necesariamente por la asunción de la verdad en su única religión.
“Siempre se opuso la Iglesia a estos errores… Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En
nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más
que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su
doctrina sagrada más que condenándolos.” (Pablo VI, Discurso de inauguración de la 2ª sesión del
Concilio, 29/9/1963).
“El Concilio evitó dar definiciones dogmáticas solemnes que empeñasen la infalibilidad del magisterio
eclesiástico.” (12/1/1966). En el mismo sentido, discurso inaugural de Juan XXIII del 11/10/1962.
“Ninguna iglesia particular puede decidir y rechazar como contraria a la fe una afirmación que otra
iglesia particular profesa como dogma obligatorio… Lo que en una iglesia particular es confesión
expresa y positiva no puede imponerse como dogma obligatorio en otra iglesia particular, sino que debe
encomendarse a un amplio consenso. Lo dicho es aplicable, en primer lugar, a las declaraciones
doctrinales auténticas pero no definidas de la Iglesia Romana.” (1983).
El diálogo al estilo del judío Martín Buber y el consiguiente consenso con herejes,
cismáticos, judíos y paganos parece ser, por tanto, y en lugar de las definiciones y las
condenas, el medio que a partir de ahora debe utilizar la Iglesia para completar o quizá
modificar la palabra revelada de Jesucristo:
“La verdad debe buscarse mediante la libre investigación… y el diálogo, mediante los cuales unos
exponen a otros la verdad que han encontrado o que creen haber encontrado… en lo tocante a la ley
divina, eterna objetiva y universal de Dios.” (DH 3).
En el terreno moral:
“La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y
resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad.”
(Gaudium et Spes 16; en el mismo sentido GS 40).
“El diálogo ecuménico… no contradice a la verdad o a la caridad, sino que, por el contrario, se pone a
su servicio… Es un camino por medio del cual el Espíritu de Dios habla a la Iglesia y la enriquece con
percepciones más profundas y aspectos nuevos, hasta ahora no contemplados, de la verdad única, que
es Jesucristo.” (Declaraciones en la Comisión Episcopal Nacional Italiana, 5 al 7/11/2001).
“La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión –porque tal es- del
Hombre que se hace Dios… Una simpatía inmensa hacia todo hombre ha penetrado todo el Concilio…
Vosotros, humanistas modernos… reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros, y más que
nadie, rendimos culto al Hombre.” (Pablo VI, discurso en la IX sesión del CV II, 7/12/1965).
“El Verbo se unió a toda carne, en especial al hombre: éste es el alcance cósmico de la redención. Dios
es inmanente al mundo y lo vivifica desde dentro… La encarnación del Hijo de Dios significa la asunción
a la unidad con Dios, no sólo de la naturaleza humana, sino en ella, en cierto sentido, de todo lo que es
carne… de todo el mundo visible y material… El primogénito de toda criatura, al encarnarse… se une, de
algún modo, a la realidad entera del Hombre… y en ella a toda carne, a toda la Creación.” (Juan Pablo II,
Dominum et vivificantem 50).
Una “conjugación orgánica y profunda del teocentrismo y del antropocentrismo como el punto más
importante del magisterio del pasado concilio (Vaticano II).” (Juan Pablo II, Dives in Misericordia 1).
“No se trata del Hombre abstracto, sino real, concreto, histórico: se trata de cada Hombre porque…
Cristo se unió para siempre con cada uno… El Hombre, sin excepción alguna fue redimido por Cristo
porque Éste se une de algún modo con el Hombre, con cada Hombre sin excepción, aunque el Hombre
no sea consciente de ello, desde el momento en que es concebido bajo el corazón de la madre…
misterio del que participa cada uno de los cuatro mil millones de hombres que viven en nuestro planeta.”
(Juan Pablo II, Redemptor hominis 13).
“El texto conciliar, aplicando a su vez al Hombre la categoría del misterio, explica el carácter
antropológico, o incluso antropocéntrico, de la revelación que se ofrece a los hombres en Cristo. Esta
revelación se concentra en el Hombre… El Hijo de Dios se unió a todo Hombre por conducto de su
Encarnación, llegó a ser, como Hombre, uno de nosotros… He aquí los puntos centrales a los cuales
podría reducirse la enseñanza conciliar relativa al Hombre y a su misterio.” (Cristo desvela plenamente
el Hombre al Hombre. Meditaciones de Juan Pablo II en Signo de contradicción, 1977).
“Nuestro valor personal no depende de nuestras obras, sean buenas o malas. Aun antes de actuar,
somos aceptados y hemos recibido el ‘sí’ de Dios.” (La declaración común sobre la doctrina de la
justificación, L’Osservatore Romano 4/2/2000).
Mas será sin duda otro jesuíta, Carlos Rahner (1904-1984) quien acabe de
perfilar la proposición y quien le saque todas sus consecuencias lógicas, en especial en
cuanto al ecumenismo y a la libertad religiosa, dos pilares fundamentales muy
definidores del Concilio Vaticano II. Será él también principalmente el que elabore,
sobre la base de otros autores anteriores, nuestro segundo punto, un nuevo concepto
de verdad, de fe y de dogma, como veremos a continuación. No en vano se lo tiene
como el más fino, sutil y omnicomprensivo de todos los nuevos teólogos que dejaron
su impronta en el Vaticano II.
En el ámbito de la fe, esto debe ser conectado con lo que veremos a continuación
en torno al sentimiento o experiencia de lo divino que constituye una autorrevelación
de la idea de Dios en el ser humano, un Dios que por lo demás es fenoménico,
inmanente y pensado, pues es incognoscible en sí. El noumenos desconocido pasa a
ser así una especie de ente que se identifica panteísticamente con el hombre, y se
revela a él en él porque forma parte de él, de modo que hombre y Dios se
confundirían, razón por la cual sería inadmisible una revelación externa, al contrario
de lo que siempre ha propuesto la fe católica (D. 2108).
“El Hijo de Dios, encarnado en la naturaleza humana, redimió al hombre y lo transformó en una nueva
criatura, superando la muerte con su muerte y resurrección.” (Lumen Gentium 7).
“Venerables hermanos: esto es lo que se propone el concilio ecuménico… prepara y consolida ese camino
hacia la unidad del género humano, que constituye el fundamento necesario para que la ciudad terrenal
se organice a semejanza de la ciudad celeste…” (Discurso de Juan XXIII de apertura del Concilio Vaticano
II, 13/1/1963).
“La Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la unión íntima con Dios y de la
unidad de todo el género humano” (LG 1; GS 54), o la “fraternidad universal” (GS 3), que es “misión
íntima de la Iglesia” (GS 42) para que la humanidad alcance “la plena unidad en Cristo.”
Otra importante consecuencia será, como ya hemos podido entrever, que los
errores y los vicios parecen desgajarse en todo caso de cualquier consideración en
torno a la voluntad: efectivamente, puesto que todo hombre estaría divinizado o
sobrenaturalizado ab initio y no habría en él ninguna naturalidad, ni ningún pecado
original, sus errores y vicios irían por un lado, y él con su santa voluntad iría por otro,
en una especie de completa irresponsabilidad que le garantiza derechos absolutos
frente a la verdad y al bien, así como la salvación al margen de sus actos:
“Es necesario distinguir entre el error… y el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la
persona incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia religiosa… Dios nos
prohíbe juzgar la culpabilidad interna de los demás… Quienes sienten u obran en modo distinto al
nuestro en materia social, política o incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y
amor.” (GS 28, en el mismo sentido que la Pacem in terris 5 de Juan XXIII: “El que yerra no deja de ser
nunca un ser humano y conserva en cualquier circunstancia la dignidad humana”).
“Las divergencias religiosas han de ser superadas en el progreso hacia la actuación del gran designio de
unidad que domina la creación… La unidad oculta pero radical que el Verbo divino… ha establecido
entre los hombres y mujeres del mundo.” (La situación del mundo y el espíritu de Asís, 22/12/1986).
“Cristo es el cumplimiento del anhelo de todas las religiones del mundo, y por eso mismo, su única y
definitiva culminación.” (Tertio millennio adveniente 6).
“La Iglesia del Dios viviente congrega a todos los hombres, que en cualquier forma (religiosa) toman
parte en esta maravillosa trascendencia del espíritu humano.” (K. Wojtyla, signo de contradicción, BAC
1972).
El gran problema lógico que plantea este propósito es evidente: religiones con
profesiones de fe, cultos, moral e incluso basamentos filosóficos y teológicos no ya
diferentes, sino contradictorios, no pueden todas venir de Dios ni estar fundadas en su
revelación, por aquello del principio de no contradicción, en virtud del cual dos
proposiciones contrarias no pueden ser las dos ciertas a la vez y bajo el mismo punto
de vista, hecho agravado porque además imputamos tal contradicción directamente a
Dios. Es por ello que los dogmas de fe de la Iglesia Católica, propuestos por ésta de
modo unívoco y constante a partir de la revelación de Dios-Jesucristo que
necesariamente termina con el último de los Apóstoles (Lamentabili 21) se han
mostrado siempre como un problema para las pretensiones ecumenistas, de suerte
que su propósito de unir a contrarios, ya sean religiones distintas, ya diferentes iglesias
cristianas en una única Religión de la humanidad o en una Iglesia de Cristo que ya no
es la Iglesia Católica, pasa necesariamente por relativizar, humanizar e historicizar
estos dogmas para limpiar a Dios de contradicciones, lo cual sólo puede conseguirse
cambiando los conceptos de Fe y de verdad, y alterando el concepto de Tradición y
Magisterio según veremos a continuación.
“Principio de la humana salvación” y “virtud sobrenatural por la que, con inspiración y ayuda de la gracia
de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas
percibida por la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no
puede engañarse ni engañarnos.” (D. 1789).
Este sentido ortodoxo y objetivo se remonta sin solución de continuidad a San Pablo:
“¿Cómo, pues, invocarán a aquél en quien no creyeron? ¿Y cómo creerán en aquél de quien no oyeron?
¿Y cómo oirán sin haber quien predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? …La Fe viene de la
audición, y la audición, por la palabra de Cristo.” (Rom. 10, 14-17).
Por otra parte, Santo Tomás define la verdad como “la adecuación del intelecto con la
realidad, según la modalidad del que conoce.”
“Cada escalón del desarrollo de la ciencia aporta nuevos granos a esta suma que constituye la verdad
absoluta; pero los límites de verdad de cada tesis científica son relativos, ora dilatándose, ora
restringiéndose por el desarrollo sucesivo del saber.” (Lenin, Materialismo y empiriocriticismo).
Del mismo modo la define Pío XI, condenándola, en Mortalium animos (1928):
“La verdad dogmática no es absoluta, sino relativa, es decir, proporcionada a las diversas necesidades
de lugares y tiempos, y a las varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una
revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los hombres.”
“La verdad (de la fe) no se impone de otra manera sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra
suave y fuertemente en las almas.” (DH 1).
“La Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la
comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian
repasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las
proclaman los Obispos… La Iglesia tiende constantemente, en el decurso de los siglos, a la plenitud de
la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios”. “El Espíritu… va introduciendo a los
fieles en la verdad plena.” (Dei Verbum 8).
Por lo que deducimos que la Tradición de la Iglesia no posee ninguna verdad definitiva
ni ningún depósito de la Fe completo, ni la Revelación ha terminado con el último
apóstol. Quien no posee una perfección en acto (la verdad) en relación a su fin propio
parte de una posición de imperfección o de potencia que por lo demás afecta a su
esencia. La Iglesia, que está llamada a la salvación de las almas por la predicación de la
verdad, en consecuencia, no es maestra de verdad, ni es sociedad perfecta, ni posee la
verdad en acto, sino sólo en potencia, y no es por tanto Iglesia, porque no puede
atender a su fin propio, lo que implica impotencia o ignorancia de su fundador, lo cual
es blasfemo. La manipulación del texto de Juan 16, 13 aparece evidente: la “verdad
plena” no es la revelada, sino algo indefinido por descubrir en el tiempo a través del
sentimiento religioso subjetivo y democrático de los fieles, de su autorrevelación
inspirada por el Espíritu, de la que los Obispos se hacen portavoces.
“Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una reforma perenne, de la cual tiene siempre necesidad la
propia Iglesia en cuanto institución humana y terrena”, reforma que incluye “el modo de exponer la
doctrina, el cual debe distinguirse… del depósito mismo de la fe”, la cual “tiene extraordinaria
importancia ecuménica.” (Unitatis Redintegratio 6).
“Los más recientes estudios y los nuevos hallazgos… de la filosofía suscitan problemas nuevos… e
incluso reclaman nuevas investigaciones teológicas… Los teólogos… están invitados a buscar siempre un
modo más apropiado de comunicar la doctrina a los hombres de su época; porque una cosa es el
depósito mismo de la fe, o sea sus verdades, y otra cosa es el modo de formularlas…” (GS 62).
“Una cosa es la sustancia del depósito de la fe, es decir, las verdades que contiene nuestra venerada
doctrina, y otra la manera como se expresa”; manera que supone poner la doctrina “en conformidad
con los métodos actuales.” (Discurso de Juan XXIII del 13/1/1963) o “según las exigencias de nuestro
tiempo.” (11/10/1962) o según “las formas de investigación y de formulación literaria del pensamiento
moderno.” (23/12/1962).
“La cultura de las Luces, que se define en sustancia por los derechos de la libertad como valor
fundamental por cuyo rasero todo se mide.” (1/4/2005).
“Ellos del mundo son y por eso hablan inspirados por el mundo, y el mundo los escucha.” (1 Jn. 4, 5).
Como podemos ver, el truco para relativizar el dogma y su objeto revelado que
supone la verdad en torno a una realidad, sobre los que recae el acto de fe, es separar
el dogma (modo de expresión humana según parámetros filosóficos variables en el
tiempo y el espacio) del depósito de la fe, que ya no es una verdad objetiva revelada,
referida a una realidad inteligible y fundada en la autoridad divina, sino una verdad
relativa, subjetiva e interior que surge del sentimiento humano en relación con lo
divino (el hombre se revela a sí mismo, pues es imposible conocer conceptualmente
nada sobre Dios) y que va adquiriéndose progresivamente a lo largo del tiempo. Si la
Iglesia en su momento habría utilizado los moldes aristotélicos de la filosofía griega
para expresar esa vivencia interior de la fe a través de dogmas o construcciones
simbólicas necesariamente imperfectas, por no decir fantasiosas, que permitían al
creyente entrever o medio comprender progresivamente unas realidades divinas
incognoscibles y numénicas (se rechaza la analogía del ser y la posibilidad de conocer
lo divino, cfr. Daniélou), ahora debe adaptarse a los nuevos métodos filosóficos (el
idealismo kantiano, el evolucionismo hegeliano o el existencialismo nihilista) para
adaptar su comprensión imposible de lo divino a los nuevos tiempos, en un nivel
superior o más pleno. Queda así abierta la puerta a aceptar filosófica y
teológicamente una proposición y su contraria, sin que pueda hablarse de verdad o
de error, sino a lo sumo, de verdad relativa o comodín en manos de todo hombre y de
toda creencia. Esta verdad expresada en dogmas religiosos y símbolos sacramentales
estaría fundada en último término en la inclinación de una voluntad moralmente
buena presente en todo hombre, a modo de imperativo categórico kantiano
(dogmatismo moral), mas en ningún caso tiene nada que ver objetivamente con Dios.
No es en vano que toda esta teología inmanentista e historicista haga constante
referencia a la historia de los dogmas (D. 2104; Sesboüé, Daniélou o Ratzinger: “Todo
dogma que no se elabora como historia de los dogmas es inconcebible” Teología e
Historia, 1972), en especial en referencia a las más antiguas etapas de la teología de la
Iglesia (Santos Padres y controversias cristológicas de los primeros concilios), que se
pretenden hacer pasar por las más auténticas o legítimas por su antigüedad; aguas en
las que, puesto que los dogmas estaban menos definidos sistemáticamente, algunos
han querido pescar para denunciar contradicciones donde no las hay y para justificar
sentencias teológicas que jamás se expresaron en tales términos (Pío XII, D. 2309 y
2313; Cardenal Louis Billot, La inmutabilidad de la Tradición contra la moderna herejía
evolucionista, 1929, cap. II).
“La fe, fundamento y principio de toda la religión, debe colocarse en cierto sentimiento íntimo que nace
de la indigencia de lo divino… A este sentimiento los modernistas lo llaman fe y es para ellos el principio
de la religión.” (D. 2074).
”Advirtamos por de pronto que de esta doctrina de la experiencia… se sigue que toda religión, sin
exceptuar el paganismo, ha de tenerse por verdadera… Los modernistas, unos más o menos
oscuramente, otros con toda claridad, pretenden que todas las religiones son verdaderas.” (D. 2082).
El modernismo exegético (D. 2076, 2084, 2096, 2097) aplicaría a las Escrituras los
principios del racionalismo bíblico protestante (Bultmann), de suerte que todo
elemento sobrenatural en ellas quedaría inmediatamente invalidado por
empíricamente improbable y racionalmente imposible. Ello es fruto de la radical
separación entre la ciencia de los fenómenos naturales, cognoscibles empíricamente, y
la fe que se ocupa del sentimiento religioso y la experiencia íntima de lo sobrenatural
cognoscible sentimentalmente. Así, habría dos Cristos, uno histórico real, desdibujado
y desdivinizado, que sin duda los judíos nos han de enseñar a comprender mejor, y
otro fruto de la fe de los Apóstoles y de las primeras comunidades cristianas, todos los
cuales habrían creado un relato histórico y teológico inventado según sus propios
sentimientos y experiencias en torno a Jesús, y sus propias necesidades prácticas en
relación con lo divino; de modo que especulando con sus categorías subjetivas a partir
de una experiencia y de un hombre extraordinario, Jesús, la Iglesia habría elaborado
una fe en un Cristo divinizado que en el fondo no pasaba de ser un simple carpintero
con estudios. Mas como todas las conciencias cristianas estuvieron virtualmente
incluídas en la conciencia de Cristo, desde el punto de vista de la fe, y sólo desde ese
punto de vista inmanente, subjetivo y sentimental, concluyen los modernistas que
todo lo que afirman los cristianos respecto de Cristo es verdadero y viene de Dios (D.
2088).
“La Escritura es absolutamente soberana: es Dios hasta en su forma. Es regla para la Tradición y para
la Iglesia, mientras que ni la Tradición ni la Iglesia son regla para la Escritura… (Ésta), pues, se presta de
una manera superior a desempeñar la función de testigo irrefutable.” (Congar, La Tradición y las
tradiciones, 1961; en el mismo sentido La Tradición y la vida de la Iglesia, 1964).
“Diecinueve siglos de cristianismo se han ocupado casi exclusivamente de Dios. Hoy conocemos el
mundo, el cual se impone de tal manera a nuestros ojos, que ciertas afirmaciones cristianas parecen, si
no vacilar realmente, hallarse superadas al menos por la evidencia proveniente de las cosas.” (Congar,
Situación y tareas presentes de la Teología, 1967).
Finalmente, Congar pergeñó también la hermenéutica de la continuidad de
Ratzinger, a partir del método interpretativo del protestantismo liberal de
Schleiermacher (fundamentar en la unidad del sujeto la disparidad del objeto),
afirmando su tesis ecumenista de la reincorporación de los luteranos a un cuerpo al
que ya pertenecerían (la Iglesia), si bien no con plena comunión, sin la renuncia a
ninguno de los elementos positivos en cuya posesión estaban.
“Quien quiere ser obediente al Concilio Vaticano II, debe aceptar la fe profesada en el curso de los
siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.” (Carta de Benedicto XVI a los obispos,
10/3/2009).
“No hemos colocado al comienzo el Magisterio, sino más bien el tema de la verdad como don de Dios a
su Pueblo; la verdad de la fe no se da al individuo aislado (Papa u Obispo), sino que por ella Dios ha
querido dar a luz una historia y una comunidad. La verdad reside en el sujeto comunitario del Pueblo de
Dios, en la Iglesia.” (Presentación de Ratzinger a la citada instrucción).
“En la Iglesia… obispos y fieles son todos condiscípulos y todos necesitan ser instruídos por el Espíritu.
(Éste) imparte su enseñanza interior de muchas maneras… mediante lenguajes conocidos, pero
también diversos y nuevos.” (nº 27 de la Exhortación Pastores Gregis).
De este modo, todos los fieles no sólo son destinatarios de la verdad que debe
salvarles (realmente, todo hombre lo es), sino que además serían sus depositarios e
intérpretes, borrándose con ello la tradicional distinción entre Iglesia docente y
discente y poniéndose en solfa toda autoridad y jerarquía.
En el mismo sentido que Congar, los fundamentos de esa nueva verdad están
exclusivamente, al modo protestante, en la sola Escritura, que más que palabra de
Dios, parece sólo la del Pueblo, la cual parece absorber a la Tradición y al Magisterio:
“(La Escritura) no puede convertirse en el fundamento de una vida, salvo si es confiada a un sujeto vivo:
aquél mismo del cual ha nacido. Ha tenido su origen en el Pueblo de Dios guiado por el Espíritu Santo, y
ese pueblo, ese sujeto, no ha dejado de subsistir… Según la visión del Vaticano II, la Escritura, la
Tradición y el Magisterio no deben considerarse como tres realidades separadas… El Magisterio tiene
por tarea confirmar esta interpretación de la Escritura hecha posible por la escucha de la Tradición en
la Fe (de la Iglesia).” (Comentario a la Ordinatio Sacerdotalis, 1994).
“Esta actualización permanente de la presencia activa del Señor Jesús en su pueblo, operada por el
Espíritu Santo y expresada en la Iglesia a través del ministerio apostólico y la comunión fraterna, es lo
que se entiende en sentido teológico con el término Tradición”; la cual manifiesta una continuidad no
por su contenido de fe, sino por la “vinculación que el Espíritu asegura entre la experiencia de la fe
apostólica vivida en la comunidad original de los discípulos y la experiencia actual de Cristo en su
Iglesia.” (La comunión en el tiempo: la Tradición, 26/4/2006).
“Las fórmulas dogmáticas del Magisterio… han sido aptas desde el principio para comunicar la verdad
revelada y, mientras se mantengan, serán siempre aptas… Sin embargo, de esto no se deduce que cada
una de ellas lo haya sido o lo seguirá siendo en la misma medida” pues “las verdades que la Iglesia
quiere enseñar… con sus fórmulas dogmáticas… pueden ser enunciadas por el sagrado Magisterio con
términos que contienen huellas de concepciones y de pensamientos mutables de una época dada.”
(Mysterium Ecclesiae, 1973).
“Existen decisiones del Magisterio que no pueden constituir la última palabra sobre una materia… sino
un estímulo sustancial respecto del problema… una expresión de prudencia pastoral, una suerte de
disposición provisional. A este respecto se puede pensar tanto en las declaraciones de los papas del
siglo pasado sobre la libertad religiosa, como en las decisiones anti-modernistas de comienzos de este
siglo… En los detalles relativos a los contenidos han sido superadas, después de haber cumplido su
deber pastoral en un momento preciso.” (Presentación de la Donum Veritatis en L’Osservatore Romano,
10/7/1990).
“El paso dado por el Concilio hacia la edad moderna, que de un modo muy impreciso se ha presentado
como apertura al mundo, pertenece en último término al problema perenne de la relación entre la Fe y
la razón, que se vuelve a presentar históricamente de formas siempre nuevas… poniendo la fe en una
relación positiva con la forma de razón dominante en su tiempo.” (Discurso del 22/12/2015).
“En este proceso de novedad en la continuidad debíamos aprender a captar más concretamente que las
decisiones de la Iglesia relativas a temas contingentes… necesariamente debían ser contingentes
también ellas, precisamente porque se referían a una realidad determinada en sí misma mudable.”
(Discurso del 22/12/2005).
“La formación del concepto de Tradición en el catolicismo post-tridentino… y el axioma del fin de la
revelación con la muerte del último apóstol (Lamentabili 21) constituye el mayor obstáculo a una
comprensión histórica de la realidad cristiana. Con tal axioma “se concibe objetivamente la Revelación
como un conjunto de doctrinas que Dios comunicó a la humanidad…”. Al haber cesado tal comunicación
“los límites de este conjunto de doctrinas reveladas permanecerían así fijados en el tiempo… lo cual es
opuesto a una plena comprensión del desarrollo histórico del cristianismo… y está en contradicción con
los datos bíblicos.” (Teología e Historia, 1972).
Y por tanto esas doctrinas serían inmutables en su esencia, cosa que Ratzinger quiere
evitar a toda costa.
Hans Urs Von Balthasar SJ (1905-1988) fue también un adalid del progreso
dogmático, y como los anteriores sostuvo que a la Revelación “no se la puede poner
aparte y conservar porque hoy está fresca y mañana se marchita”; es necesario
“repensarla a fondo”, es decir, mudarla sustancialmente en un devenir contínuo para
que no acabe pereciendo. Balthasar concibe pues la verdad como un proceso histórico
en el que el Dios de los patriarcas se inserta en una obra salvífica con Cristo como
centro, en el sentido origenista que ya vimos al hablar de Daniélou, que prima la
muerte de Jesucristo y su resurrección como punto fundamental salvífico de la historia
al margen de la escatología o final de los tiempos, en virtud de lo cual todos
estaríamos salvados; no en vano es famosa la tesis de Balthasar del infierno vacío,
como ya dijimos.
Esta Iglesia por lo demás de no ser exactamente la católica no sería santa pues
estaría “necesitada de purificación constante y busca sin cesar la penitencia y la
renovación” (LG 8), en vez de proporcionárselos Ella de su parte al pecador; o tendría,
paralelamente, una “santidad imperfecta” (48) propia de una casta meretrix, simul
iusta et peccatrix. Se trata de la confusión entre el todo y la parte, es decir, atribuir los
pecados de algunos miembros de la Iglesia a la propia esencia o estructura de Ésta. En
palabras del Cardenal Kasper:
“El Concilio Vaticano II reconoció una responsabilidad de la Iglesia católica en la división de los
cristianos y subrayó que el restablecimiento de la unidad suponía la conversión de unos y otros al
Señor.” (Declaración común sobre la doctrina de la justificación, L’Osservatore Romano, 4/2/2000).
“No existe el acercamiento ecuménico sin conversión ni renovación… Todos deben convertirse. No
debemos empezar preguntándonos ‘¿qué problema hay con el otro?’ sino ‘¿qué hemos de arreglar en
nosotros, por dónde empezar en nosotros el arreglo’?” (Conferencia al Kirchentag ecuménico de Berlín,
21/9/2003).
“Cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de
Dios en el lenguaje de la Creación.” (Gaudium et Spes 36).
“La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en las (demás) religiones hay de santo y verdadero.
Considera con sincero respeto los modos de obrar y vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que
discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces refleja un destello de aquella
verdad que ilumina a todos los hombres.” (Nostra Aetate 2).
No nos extrañemos de esto porque para estas alturas ya sabemos que el Vaticano II no
se asusta en aceptar una cosa y su contraria, la luz y las tinieblas, sin escrúpulo alguno.
“Los fautores de la unión de las ‘iglesias cristianas’ suelen citar las palabras de Jesús ‘que todos sean
uno’ (Jn. 17, 21) y ‘habrá un solo rebaño y un solo Pastor’ (Jn. 10, 16) como si en dichas palabras el
deseo y la plegaria de Jesucristo hubiesen quedado sin efecto. Piensan que la unidad de fe y de
régimen, nota distintiva de la única y verdadera Iglesia de Cristo, no ha existido nunca en el fondo hasta
ahora, y que aún hoy sigue sin existir.” (Mortalium Animos, 1928).
“La congregación de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de la
unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituída por Dios.” (LG 9).
En ningún caso se habla de la necesidad de adherirse a través de la fe, desde la
inteligencia y con la voluntad a la verdad revelada de Jesucristo que sólo la Iglesia a
través de sus autoridades, con Pedro a la cabeza, propone para ser creída y cumplida,
de acuerdo con la doctrina tradicional (Trento, sesión VI, caps 6 y 7; Vaticano I sesión
III, caps. 3 y 4; Juramento antimodernista, D. 2145).
“La Iglesia se siente unida por varios vínculos con todos los que, por estar bautizados, se honran con el
nombre de cristianos, aunque no profesen íntegramente la Fe o no conserven la unidad de comunión
bajo el sucesor de Pedro.” (LG 15).
“Al confrontar las doctrinas (entre teólogos católicos y los hermanos separados) no olviden que hay un
orden o jerarquía de las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento
de la fe cristiana.”
“Hoy se tiende a substituir incluso el uso de la expresión ‘hermanos separados’ por términos más
adecuados para evocar la profundidad de la comunión –vinculada al carácter bautismal- que el Espíritu
alimenta a pesar de las roturas históricas y canónicas.” (Ut unum sint 42; en el mismo sentido de
“cierta unión con el Espíritu” de los herejes y cismáticos, LG 15).
El Espíritu, por tanto, garantizaría una comunión dentro de la Iglesia entre los
ortodoxos y los herejes, los obedientes y los desobedientes. La comunión puede ser
más o menos “profunda” o plena, de modo que se admiten grados en cuanto a la
aceptación de la fe y la moral, la autoridad o los sacramentos, sin que en ningún caso
aquélla quede rota.
“Además de los elementos o bienes que conjuntamente edifican y dan vida a la propia Iglesia, se pueden
encontrar algunos, más aún, muchísimos y muy valiosos, fuera del recinto visible de la Iglesia
Católica… Todas estas realidades que proceden de Cristo y conducen a Él, pertenecen por derecho a la
única Iglesia de Cristo.” (que ya no es la Iglesia Católica; UR 3).
Con lo que tenemos que tanto una plenitud de medios (Iglesia Católica) como una no
plenitud de medios (otras iglesias) pueden conducir a un pleno fin que es la salvación
(salvo que entendamos que uno puede salvarse a medias), con lo que la Iglesia Católica
no es propiamente necesaria para salvarse, ni es la única con poder salvífico, ni su
plenitud de medios tiene ningún valor específico; por tanto, queda abierta la puerta a
la libre opción y al indiferentismo religioso. Del mismo modo se sugiere que elementos
materiales en las iglesias heréticas y cismáticas puedan generar efectos salvíficos sin el
concurso de la voluntad del sujeto y de una disposición específica en él, y sin su
pertenencia, siquiera sea por deseo implícito, a la Iglesia Católica (D. 714). San Agustín
afirma al respecto que “por aquellas pocas cosas en que no están conmigo, no les
aprovechan las muchas en que están” (In Psalmos 54, 19).
“Los que creen en Cristo y han recibido el bautismo están en una cierta comunión, aunque no perfecta,
con la Iglesia Católica”; están “justificados por la fe en el bautismo, se han incorporado a Cristo… se
honran con el nombre de cristianos, y son reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia Católica como
hermanos en el Señor.” (UR 3).
Repite la magnífica sentencia del párrafo anterior, por la que una imperfecta
comunión lleva a una perfecta salvación. Quedan, por lo demás, herejes y cismáticos
exentos del pecado de cisma, según el texto, a pesar de su disidencia exterior y su
pertenencia explícita y voluntaria a sus comunidades heréticas o cismáticas, en lo cual
no puede ser presumida la buena fe:
“¿Quién será tan arrogante que presuma que puede señalar los límites de esta soberbia?” (Alocución
Singulari Quadam, Pío IX, 1854, D. 1647).
“El Espíritu de Cristo no rehuyó servirse (de las iglesias separadas) como medios de salvación, cuya
virtud deriva de la misma plenitud de gracia y verdad que se confió a la Iglesia Católica.” (UR 3).
Con lo que huelga ser católico para salvarse, y una fe incompleta, unos principios
morales imperfectos, y unos sacramentos mutilados otorgan igual salvación que los
completos y perfectos, como acabamos de ver.
Si damos por bueno que existe un movimiento hacia una perfección última (la
unidad), admitimos con ello que existe una imperfección de partida, porque la
presencia de una potencia dirigida a una perfección implica que no está totalmente en
acto. Admitir, por tanto una unidad subsistente en forma imperfecta supone afirmar
una imperfección, una unidad potencial, una unidad no realizada, y, en consecuencia, y
aplicándolo a la Iglesia, negar su unidad esencial y su mismo carácter de ser: en
términos de Santo Tomás, “ens et unum convertuntur”. Algo parecido sucede con la
unidad matrimonial: o existe perfectamente, por ser válida, o no existe de ninguna
manera, por lo que no se puede estar casado parcialmente o imperfectamente o no
plenamente. Y la validez radica precisamente en la asunción de ambos cónyuges de
todos los deberes que constituyen tal unidad. Lo mismo se puede decir, como ya
apuntamos, del término comunión, que no admite porciones, de modo que se es parte
del todo o no se es; o del término verdad, que más adelante tendremos la oportunidad
de analizar.
“La Iglesia era mucho más que una organización: era el organismo del Espíritu Santo, algo vital, algo
que a todos prende en nuestra intimidad.” (J. Ratzinger, La eclesiología del CV II, 15/9/2001).
“La verdadera naturaleza de la Iglesia… está oculta y sólo la fe puede captarla… Esa naturaleza que
sólo la fe puede captar, se actualiza bajo formas visibles: en la proclamación de la Palabra, en la
administración de los sacramentos, en los ministerios y en el servicio cristiano.” (W. Kasper, El
compromiso ecuménico de la Iglesia Católica, 23/3/2002).
“El Pueblo de Dios es la Iglesia amplia que subsiste en la Iglesia Católica pero que no se reduce sólo a
ella.”
“La Iglesia no se considera ya como la comunidad exclusiva de los candidatos a la salvación sino como la
vanguardia histórica y social de esta realidad oculta.”
Propuso Congar también la tesis condenada por Trento del sacerdocio universal
de los fieles, en una suerte de democracia eclesiástico-litúrgica, tesis ya defendida
anteriormente por Lutero y Calvino:
“El laico es miembro activo y responsable del Pueblo de Dios… como partícipe de la vida y de las
funciones sacerdotales.” (Pasos para una teología del laicado, 1953).
La figura de Hans Küng (1928) puede servirnos para hacer una recapitulación de
todo lo visto hasta aquí. Él lo resume todo y lo lleva hasta sus últimas consecuencias
lógicas; quizá por esta intachable coherencia y honestidad intelectual ha sido
condenado por la misma Iglesia que ha recogido sus postulados en el Vaticano II, al
tiempo que los otros autores que hemos visto han pasado por ser reconocidos como
grandes teólogos e incluso han sido recompensados con el birrete cardenalicio; los
diferencia en todo caso una cuestión de grado y explicitación, pues todos han venido a
predicar esencialmente lo mismo.
f) Balance final.
“Tocamos ahora otra causa ubérrima de males…: el indiferentismo…, aquella perversa opinión de que,
por engaño de hombres malvados… la eterna salvación del alma puede conseguirse con cualquier
profesión de fe, con tal de que las costumbres se ajusten a la regla de lo recto y de lo honesto… Y de esta
de todo punto pestífera fuente del indiferentismo, mana aquella sentencia absurda y errónea… aquel
delirio de que la libertad de conciencia ha de ser afirmada y reivindicada para cada uno.” (D. 1613).
“A este pestilentísimo error le prepara el camino aquella plena e ilimitada libertad de opinión… para
ruina de lo sagrado y de lo civil… Pero ‘¿qué muerte peor para el alma que la libertad de error?’, decía S.
Agustín…” (D. 1614).
“Concede a la misma razón tal libertad de opinar de todo y de atreverse siempre a todo, que totalmente
quedan suprimidos los derechos, el deber y la autoridad de la Iglesia…” (D. 1668).
“La Iglesia, por la potestad que le fue encomendada por su divino Fundador, tiene no sólo el derecho,
sino principalmente el deber de no tolerar, sino proscribir y condenar todos los errores, si así lo
reclamaren la integridad de la fe y la salud de las almas.” (D. 1676).
15. “Todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que, guiado por la luz de la razón, tuviere
por verdadera.” (D. 1715).
78. “Laudablemente se ha provisto por ley en algunas regiones católicas que los hombres que allá
emigran puedan públicamente ejercer su propio culto cualquiera que fuere.” (D. 1778).
79. “Es falso que la libertad civil de cualquier culto, así como la plena libertad concedida a todos de
manifestar abierta y públicamente cualesquiera opiniones y pensamientos, conduzca a corromper más
fácilmente las costumbres y espíritu de los pueblos y a propagar la peste del indiferentismo.” (D.
1779).
“Hay no pocos en nuestro tiempo, que aplicando a la sociedad civil el impío y absurdo principio… del
naturalismo, se atreven a enseñar que la óptima organización del Estado y progreso civil exigen
absolutamente que la sociedad humana se constituya y gobierne sin tener para nada en cuenta la
religión, como si ésta no existiera, o, por lo menos, sin hacer distinción alguna entre la verdadera y las
falsas religiones. Y contra la doctrina de las Sagradas Escrituras, de la Iglesia y de los Santos Padres,
no dudan en afirmar que la mejor condición de la sociedad es aquélla en la que no se le reconoce al
gobierno el deber de reprimir con penas… a los violadores de la religión católica, sino en cuanto lo
exige la paz pública.” (D. 1689).
“No temen favorecer la errónea opinión, sobremanera perniciosa a la Iglesia Católica y a la salvación
de las almas… de que la libertad de conciencia y de cultos es derecho propio de cada hombre, que
debe ser proclamado y asegurado por la ley… y que los ciudadanos tienen derecho a una omnímoda
libertad, que no debe ser coartada por ninguna autoridad eclesiástica o civil, (derecho) por el que
puedan manifestar y declarar… públicamente cualesquiera conceptos suyos… Al sentar esa temeraria
afirmación… están proclamando una libertad de perdición… y nunca podrán faltar quienes se atrevan a
oponerse a la verdad… Nuestro Señor Jesucristo mismo enseña cuánto la fe y la prudencia cristianas
han de evitar esta locura tan dañosa.” (D. 1690).
“La Iglesia, que recibió juntamente con el cargo apostólico de enseñar, el mandato de custodiar el
depósito de la fe, tiene también divinamente el derecho y el deber de proscribir la ciencia de falso
nombre (1 Tim. 6, 20) a fin de que nadie se deje engañar por la filosofía y la vana falacia (Col. 2, 8).” (D.
1798).
“Si alguno dijere que las disciplinas humanas han de ser tratadas con tal libertad que sus afirmaciones
han de tenerse por verdaderas aunque se opongan a la doctrina revelada, y que no pueden ser
proscritas por la Iglesia, sea anatema.” (D. 1817).
“Así Gregorio XVI… condenó con grande gravedad… que en cuestión de religión no hay que hacer
distinción ninguna; que cada uno puede juzgar de la religión lo que mejor le plazca; que nadie tiene
otro juez que la conciencia; que es igualmente lícito publicar lo que cada uno sienta…” (D. 1867).
“No tener en nada los deberes de la religión, o guardar la misma actitud ante las varias formas de
religión, no es lícito a los particulares ni es lícito a los Estados. La inmoderada libertad de sentir y de
manifestar públicamente lo que se sienta no está entre los derechos de los ciudadanos ni debe en
modo alguno ponerse entre las cosas dignas de gracia y protección.” (D. 1868).
“Si es cierto que la Iglesia juzga no ser lícito que las diversas formas de culto divino gocen del mismo
derecho que la verdadera religión, sin embargo, no por ello condena a aquellos gobernantes que para
alcanzar algún bien o evitar un mal importante, toleran por uso y costumbre que aquellas diversas
formas tengan lugar en el Estado.” (D. 1874).
“Cuando la Iglesia condena errores, no puede exigir a los fieles un asentimiento interno, por el que se
adhieran a los juicios por ella emitidos.” (D. 2007).
La universalidad de la redención.
“Es del todo punto imposible admitir que la encarnación del Verbo y la redención sean momentos de la
evolución. Y si dicha evolución se explicara en el sentido de la metafísica hegeliana, que fue
condenada por el Concilio Vaticano I… sería un herejía propiamente dicha, y aún más que tal, pues se
trataría de una apostasía completa, como que el evolucionismo absoluto y panteísta de Hegel no deja
subsistir ninguno de los dogmas cristianos: al negar al Dios verdadero, real y esencialmente distinto
del mundo, niega todos los misterios revelados, de los que no conserva otra cosa que el nombre.”
(Verdad e inmutabilidad del dogma, 1947).
“Si alguno dijere que es una sola y la misma la sustancia o esencia de Dios y la de todas las cosas, sea
anatema.” (D. 1803).
“Si alguno dijere que las cosas… han emanado de la substancia divina, o que la divina esencia por
manifestación o evolución de sí, se hace todas las cosas, o que Dios es el ente universal o indefinido
que, determinándose a sí mismo, constituye la universalidad de las cosas… sea anatema.” (D. 1804).
“Se niega que el mundo haya tenido principio y se pretende que la creación del mundo es necesaria,
como quiera que procede de la liberalidad necesaria del amor divino… lo cual es contrario a las
definiciones del Concilio Vaticano I.” (Humani Generis, D. 2317).
“Algunos plantean también la cuestión de si la materia difiere esencialmente del espíritu…” (D. 2318).
La tesis de De Lubac por la que la gracia y la salvación son debidas por naturaleza
al hombre por parte de Dios (confusión entre el orden natural y el sobrenatural de la
gracia) es un error condenado infinitud de veces por la Iglesia: naturalismo pelagiano
en el Concilio de Cartago (418) y el Concilio II de Orange (529); concepción protestante
de la justificación por la sola fe en Trento (1545-63), errores de Miguel Bayo (1567 y
1794), Antonio Rosmini (1887) y modernismo (“cloaca y colector de todas las herejías”)
en la Pascendi de S. Pío X (1907):
“Se trata… del viejo error que le concede a la naturaleza humana una especie de derecho al orden
sobrenatural… Por eso el Concilio Vaticano I (D. 1808) declaró (contra los progresistas) que ‘si alguno
dijere que el hombre no puede ser levantado por Dios a un conocimiento y perfección sobrenaturales,
sino que por sí mismo, mediante un progreso continuado, puede al fin y debe llegar a la posesión de
toda verdad y de todo bien, sea anatema’.” (nº8). En el mismo sentido D. 2103.
“Algunos deforman la verdadera noción de la gratuidad del orden sobrenatural cuando pretenden que
Dios no puede crear seres inteligentes sin ordenarlos y llamarlos a la visión beatífica… pervirtiéndose
el concepto de pecado original… y el de satisfacción que Cristo pagó por nosotros.” (D. 2318).
De Lubac fue rehabilitado por Juan XXIII tras su inhabilitación como enseñante en
1950; formó pareja en el Vaticano II con Wojtyla en la confección de la Gaudium et
Spes y fue miembro de la comisión teológica preparatoria del Vaticano II. Se lo elevó al
cardenalato en 1983.
“El más peligroso de los teólogos no es Hans Küng porque sostiene tesis tan disparatadas que nadie lo
toma en serio. El más peligroso es el jesuita Carlos Rahner, que escribe muy bien y tiene toda la
apariencia de ser ortodoxo, pero siempre ha sostenido que es necesaria una nueva teología; una
teología que deje a Jesucristo de lado y que sea del gusto de nuestro siglo.” (Benito Lai, El Papa no
elegido, 1993).
“El que creyere y fuere bautizado, se salvará, mas el que no creyere, será condenado.” (Mc. 16, 15).
“El que no cree, ya está juzgado, porque no creyó en el nombre del Unigénito Hijo de Dios.” (Jn. 3, 18).
“Y dirá a los cabritos de la izquierda: ‘apartaos de mí, vosotros, los malditos, al fuego eterno que
preparó mi Padre para el demonio y sus ángeles’.” (Mt. 25, 41).
“Quien escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene la vida eterna y no va a juicio.” (Jn. 5,
24).
“Muchos tratarán de entrar por la puerta estrecha y no lo lograrán.” (Lc. 13, 24).
Efectivamente:
“La inteligencia y la voluntad que se adhieren al mal decaen de su dignidad nativa y se corrompen.”
(Immortale Dei, León XIII, 1885).
“El hombre abandona el orden de la razón con el pecado, y por eso decae de la dignidad humana que
estriba en ser libre y obrar por sí mismo, por lo que cae de algún modo en la esclavitud de las bestias
(Jn. 8, 34)… De hecho, un hombre malo es peor y más nocivo que una bestia.” (Santo Tomás, op. cit.)
“Ésta es mi sangre de la Alianza, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” (Mt. 26,
28; Mc. 14, 24).
“Si atendemos al valor (de las palabras de la consagración), habrá que reconocer que el Salvador
derramó su sangre por la salvación de todos (suficiencia); pero si nos fijamos en el fruto que de ella
sacan los hombres, sin dificultad comprenderemos que su utilidad no se extiende a todos, sino
únicamente a muchos (eficacia)… Muy sabiamente obró Jesucristo no diciendo por todos, puesto que
entonces sólo hablaba de los frutos de su pasión, la cual sólo para los escogidos produce frutos de
salvación.” (Catecismo de Trento, II, 4, 24).
“Guardaos de que alguno os engañe por la filosofía y la vacía falacia, según la tradición de los
hombres, y no de Cristo.” (Col. 11, 18).
Así pues, o hay adecuación, o no la hay; no puede haber una adecuación relativa,
con lo que rechazamos el concepto de verdad relativa o incompleta. Es evidente que
el intelecto humano no puede conocerlo todo sobre la esencia de las cosas, pues ese
es privilegio exclusivo de Dios, en cuanto que creador de dicha esencia. Pero verdad
no es conocerlo todo de una cosa, sino tan sólo hacer una relación conceptual entre
sujeto y predicado que se dé en la esencia de la cosa. Por eso cuando decimos que
Dios es bueno, decimos verdad plena y perfecta sin pretender por ello conocer todo de
Dios ni de su bondad.
Las cosas inmateriales externas a nosotros no pueden ser aprehendidas por los
sentidos, por lo que los conceptos que nos formemos sobre ellas deben tener otra
fuente diferente a aquéllos. Sucede lo mismo con cosas materiales que escapan a los
sentidos. Pongamos el caso de Dios, de los ángeles, o del big-bang. Hay otras vías para
tener certeza de la realidad, que enumeraremos brevemente: aparte de nuestros
sentidos, que sin embargo siempre están en la base de todas las demás vías de
conocimiento, la conciencia nos permite hacer juicios verdaderos sobre las realidades
interiores a nosotros (unidad y espiritualidad del yo, pensamientos). El sentido común
nos da certeza sobre lo que todo hombre en todo tiempo ha tenido por cierto. La fe en
la autoridad nos da certeza sobre cosas que no han pasado por nuestros sentidos, y
finalmente, los cuatro principios primarios de certeza (identidad más contradicción,
causa y finalidad, que se remiten al primero) nos permiten igualmente unir sujetos y
predicados con toda seguridad. Es así como podemos hacer juicios verdaderos sobre
Dios, los ángeles o el big-bang.
La revelación divina se reduce a una unión entre sujeto y predicado que nosotros
no tenemos modo humano de efectuar. Tenemos fe en ella por su autoridad
eminentísima, del mismo modo, a otro nivel, que creemos a Newton cuando nos habla
de sus teoremas sin que jamás los hayamos experimentado por los sentidos. Si Dios
nos dice que los ángeles existen, nosotros podemos tener certeza de que existen, y de
que con ello decimos verdad. Entendemos también cuando nos dice que son espíritus,
porque conocemos cosas espirituales, como nuestros pensamientos o nuestro yo, por
propia conciencia, y así hacemos un juicio analógico verdadero sobre los ángeles, que
corresponde con la realidad, según nuestro modo de entender, por razón de fe en
autoridad creíble. Mas ¿quién está capacitado para hacer tales juicios y unir tal sujeto
con tal predicado, si Dios no le revela dicha unión? ¿A quién se le ocurriría decir por su
cuenta y riesgo, aun entendiendo lo que es Dios, analógicamente persona, padre, hijo y
substancia, que Dios es un ser pero tres personas, o que la substancia del Padre es la
del Hijo? En ocasiones, esas uniones que Dios nos revela nos llevan a nuevos conceptos
explicativos del juicio de Dios, sin los cuales no podríamos entender bien esa relación
sujeto y predicado, como el caso de la consubstancialidad y de la transubstanciación.
Es por tanto absolutamente falso que los hombres hayan entendido la realidad
de modo diferente a lo largo de los siglos. Sí que es cierto que han ido conociendo
verdaderamente realidades nuevas o aspectos nuevos de una misma realidad, y que
en consecuencia han tenido que perfeccionar progresivamente su aparataje intelectual
para la enunciación de conceptos, juicios y raciocinios cada vez más complejos, pero
siempre dentro de la misma lógica, aun antes de que ésta fuese enunciada por
Aristóteles. Así, el autor del Génesis no utiliza los conceptos nada, substancia, forma o
creación, pero sí los conceptos de no es (`ayin), ser (yesh), modelar (yetser) y cortar
(bara´) que se van perfeccionando analógicamente ya en tiempos bíblicos a partir de
significados más concretos y limitados, lo mismo que hemos hecho en otros lugares
formando el concepto complejo de transubstanciación a partir de otros más simples
como pasar, ser una cosa, ser otra cosa diferente.
Y por supuesto es del mismo modo falso también que los teólogos hayan
reflexionado conceptualmente sobre el mensaje unívoco de la revelación haciendo
juicios contrarios a los divinos porque en su fuero interno sintiesen o experimentasen
de otro modo, o les apeteciese enmendar la plana a Dios, o simplemente
inventándoselos por su cuenta según el signo de los tiempos, entendiéndose así que
primero en Éfeso Jesucristo tenía una naturaleza y luego en Calcedonia dos, o que
Jesucristo no resucitó ni hizo milagros sino que a ellos les pareció que sí (D. 2076,
2084).
La Encíclica Humani Generis de Pío XII, 1950, condenando algunas “falsas opiniones
que amenazan destruir los fundamentos de la doctrina católica”:
Con esta Encíclica el papa Pío XII pretendió resumir, para su condena, todas las
doctrinas modernistas que habían renacido en el periodo de entreguerras tras el golpe
que sufrieron por su primera condenación con la Pascendi, en 1907. Por ello se la
considera la gran bestia del neomodernismo, el cual, sin embargo, triunfó en la Iglesia
doce años después al modelar completamente el Concilio Vaticano II.
“No faltan hoy día… quienes, aficionados más de lo justo a las novedades, o temiendo también sentar
plaza de ignorantes de los progresos de la ciencia, tratan de sustraerse a la dirección del sagrado
Magisterio, y se hallan consiguientemente en peligro de irse insensiblemente desviando de la misma
verdad divinamente revelada y de arrastrar a otros consigo hacia el error.” (D. 2308).
“Piensan que queda así abierto el camino por el que, satisfaciendo a las exigencias actuales, pueda
expresarse también el dogma por las nociones de la filosofía moderna, ya del inmanentismo, ya del
idealismo, ya del existencialismo, ya de cualquier otro sistema.”
“Algunos más audaces afirman que ello puede y debe hacerse porque, según ellos, los misterios de la fe
jamás pueden significarse por nociones adecuadamente verdaderas, sino solamente por nociones
‘aproximativas’, como ellos las llaman, y siempre cambiantes, por las cuales, efectivamente, la verdad
se indica, en cierto modo, pero forzosamente también se deforma.” (D. 2310).
“Los delirios de semejante evolución por los que se repudia todo lo que es absoluto, firme e inmutable
han abierto el camino a la nueva filosofía aberrante que, en concurrencia con el idealismo,
inmanentismo y pragmatismo, ha recibido el nombre de existencialismo, como quiera que, desdeñadas
las esencias de las cosas, sólo se preocupa de la existencia de cada una singularmente.”
“Añádese un falso historicismo, que ateniéndose sólo a los acontecimientos de la vida humana, socava
los fundamentos de toda verdad y ley absoluta, lo mismo en el terreno de la filosofía que en el de los
dogmas cristianos.” (D. 2306).
“Lo que pretenden estos innovadores es atribuír a las facultades volitiva y afectiva cierta fuerza de
intuición, y que el hombre, cuando por el discurso de la razón no pueda determinar qué es lo que deba
abrazar como verdadero, se incline a la voluntad, por la que, decidiendo libremente, elija entre
opiniones opuestas, en una confusa mezcolanza de conocimiento y acto de voluntad.” (D. 2324).
“De ahí que no tienen por absurdo, sino por absolutamente necesario, que la teología, al hilo de las
varias filosofías de que en el decurso de los tiempos se vale como instrumento, vaya substituyendo las
antiguas nociones por otras nuevas, de suerte que por modos diversos, y hasta en algún modo
opuestos, pero según ellos equivalentes, traduzca a estilo humano las mismas verdades divinas.”
“Añaden en fin, que la historia de los dogmas consiste en exponer las varias formas sucesivas que la
verdad revelada ha ido tomando, conforme a las varias doctrinas e ideas que han aparecido en el
decurso de los siglos… lo cual conduce al relativismo dogmático.” (D. 2310).
“Todo está perdido con la modernidad o el neomodernismo, pero todo puede restaurarse con la
clasicidad o el neotomismo.”
Dijimos ya que la razón humana tiene un modo especial de entender, y ese modo
queda perfectamente explicado por la filosofía aristotélica complementada por Santo
Tomás y los filósofos neotomistas, de ahí que, como acabamos de ver, sea la única de
la que se ha servido la Iglesia, y la única de la que se haya de servir válidamente en el
futuro: todo lo demás en la Historia de la Filosofía, quitando a los precusores griegos,
no son sino partos de los hombres, y monumento a su estulticia original. Dijimos
también que la verdad humana se adecúa a ese sistema de entender, por lo que la
Revelación de Jesucristo, explicada por un hombre a otros hombres, debe adecuarse
necesariamente al mismo.
“La obligación (de adherirse a las verdades reveladas) que absolutamente tienen los maestros y
escritores católicos no se reduce sólo a aquellas materias que son propuestas por el juicio infalible de
la Iglesia para ser por todos creídas como dogmas de fe (Sílabo 22)… expresamente definidos… por
decretos expresos de los Concilios ecuménicos o de los Romanos Pontífices, sino que habría también de
extenderse a las que se enseñan como divinamente reveladas por el Magisterio ordinario de toda la
Iglesia… y que con universal y constante consentimiento son consideradas por los teólogos católicos
como pertenecientes a la fe…” (Tuas libenter, D. 1683).
“Es menester también que (los cristianos) se sometan a las decisiones que, pertenecientes a la doctrina,
emanan de las Congregaciones pontificias, lo mismo que a aquéllos capítulos de la doctrina que, por
común y constante sentir de los católicos, son considerados como verdades teológicas y conclusiones
tan ciertas, que las opiniones contrarias… aun cuando no puedan ser llamadas heréticas, merecen sin
embargo una censura teológica de otra especie.” (Tuas libenter, D. 1684).
“El Magisterio de la Iglesia, no ciertamente por industria meramente humana, sino por la asistencia del
Espíritu de Verdad, y por eso infaliblemente, cumple su mandato de conservar perennemente puras e
íntegras las verdades reveladas, y las transmite sin contaminaciones, sin añadiduras y sin
disminuciones.” (Munificentissimus Deus, 1950).
“En efecto, como enseña el Concilio Vaticano, a los sucesores de Pedro no les fue prometido el Espíritu
Santo para que, por su revelación, manifestasen una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia,
custodiasen inviolablemente y expresasen con fidelidad la revelación transmitida por los Apóstoles, o
sea, el depósito de la Fe.” (Ibídem).
Por esta misma razón, todas las encíclicas papales que recogen esa verdad
revelada constante en el Magisterio y en toda la Iglesia en todo tiempo y lugar, motivo
por el cual suelen remitirse en ellas a sus predecesores, son igualmente infalibles, y no
sólo deben ser acatadas, sino cumplidas.
“Tampoco ha de pensarse que no exige de suyo asentimiento lo que en las Encíclicas se expone, por el
hecho de que en ellas no ejercen los Pontífices la suprema potestad de su magisterio; puesto que estas
cosas se enseñan por el magisterio ordinario… y las más de las veces, lo que en las Encíclicas se propone
y se inculca, pertenece ya por otros conceptos a la doctrina católica.” (Humani Generis).
“Y si los Sumos Pontífices en sus documentos pronuncian de propósito sentencia sobre alguna cuestión
hasta entonces discutida, es evidente que esa cuestión, según la mente y la voluntad de los mismos
Pontífices, no puede ya tenerse por objeto de libre discusión entre los teólogos.” (Humani Generis, D.
2313 final).
“No basta aceptar con docilidad los antiguos documentos del Magisterio eclesiástico, sino que es
necesario además abrazar con fiel sumisión todas las definiciones que la suprema autoridad de la
Iglesia nos ha presentado a lo largo del tiempo.” (Orientalis Ecclesiae, Pío XII).
“Por el ejercicio extraordinario del Magisterio no se introduce ninguna invención ni se añade ninguna
novedad al acervo de aquellas verdades que en el depósito de la Revelación… no están contenidas sino
implícitamente, sino que se explican puntos… oscuros o se establecen como cosas de fe lo que algunos
han puesto en tela de juicio.” (Mortalium Animos, Pío XI).
“No porque la Iglesia sancionara con solemne decreto (de Magisterio extraordinario) y definiera las
mismas verdades de un modo distinto en diferentes edades, o en tiempos más recientes, han de
tenerse por no igualmente ciertas ni ser creídas del mismo modo.” (Ibidem).
“Este singular consentimiento del episcopado católico y de los fieles… presentándonos la enseñanza
concorde del magisterio ordinario de la Iglesia y la fe concorde del pueblo cristiano, por él sostenida y
dirigida, manifestó por sí mismo de modo cierto e infalible que… es verdad revelada por Dios y
contenida en aquel divino depósito que Cristo confió a su Esposa para que lo custodiase fielmente e
infaliblemente lo declarase.” (Munificentissimus Deus).
Por eso mismo también, una decisión extraordinaria con carácter obligatorio que
contradijese ese acervo tradicional y presente, sería inmediatamente contestada y no
recibida. Así ha sucedido en algunas ocasiones en relación con temas menores que no
afectan a la fe o a las costumbres ni son de revelación divina ni van necesariamente
unidos a ella, como la Bula De Salute Gregis de 1567, que, por la temeridad que
suponían, prohibía las fiestas taurinas y excomulgaba a los príncipes que las celebrasen
en sus reinos, la cual no fue recibida en absoluto en España y sus posesiones y fue
desatendida sin escrúpulo alguno. En relación con la fe y las costumbres y en
cuestiones de institución divina o consustanciales con ellas, sin embargo, ello no es
posible, porque, como veremos, un acto magisterial de tal índole o no pretende
obligar, razón por la cual no sería magisterio extraordinario, y por tanto puede ser
ignorado por razón de su contenido contrario al depósito de la fe; o, si lo pretende en
cuanto magisterio extraordinario, no obliga, porque la propia autoridad de quien
emana y su carácter magisterial quedarían gravemente en entredicho por razón del
contenido del propio acto, y sólo por la indiscutible infalibilidad formal del acto e
indubitada autoridad de su autor podría parte del rebaño sentirse obligado, cierto que
bajo una posición de obediencia ciega y de absoluta dejación de los principios más
elementales de la recta razón, lo que no permite alegar eximentes. La otra parte de la
grey simplemente apostataría.
“Si en una época u otra se da del dogma de la fe una explicación extraña a la que se daba hasta
entonces, esta explicación será considerada como heterodoxa por oposición a la ortodoxia, y se podrá
reconocer fácilmente y sin examen como herética una afirmación por el simple hecho de que es
absolutamente nueva, es decir, si introduce un significado diferente del recibido en la Tradición.”
(Tradición y Modernismo, Cardenal Luis Billot, 1907).
La Iglesia no puede inducir a error a sus fieles, por razón de su santidad y por
cuanto que está asistida por Jesucristo y el Espíritu hasta el fin de los tiempos. Es
posible que de ella emane un magisterio no infalible o meramente auténtico que debe
ser seguido con reverencia por razón de la autoridad de la que emana, pero en ningún
caso puede seguirse de él la perdición de las almas por contener algo contrario a la fe
o a las buenas costumbres:
“Como si la Iglesia que se rige por el Espíritu de Dios pudiera constituír una disciplina no sólo inútil u
onerosa para la libertad cristiana, sino incluso peligrosa, nociva e inducente a la superstición y al
materialismo, la cual proposición es falsa, temeraria, escandalosa, perniciosa, ofensiva a los oídos
piadosos, injuriosa al Espíritu de Dios y errónea.” (Auctorem Fidei, Pío VI, 1794, D. 1578, recogido
posteriormente por León XIII en Testem Benevolentiae).
“¿Es que la Iglesia, que es la columna y el sostén de la verdad y que manifiestamente recibe sin cesar
del Espíritu Santo la enseñanza de toda verdad, pudiera ordenar, determinar o permitir aquello que
vendría en detrimento de la salud de las almas, y en desprecio y menoscabo de un sacramento
instituído por Jesucristo?” (Quo Graviora, Gregorio XVI, 1833).
Doctrina pontificia.
Qui pluribus, Pío IX, 1846. (En el mismo sentido, Singulari quadam, 1854, D.
1642).
“Falacia…con que estos enemigos de la divina Revelación, exaltando con sumas alabanzas el progreso
humano, con atrevimiento de todo punto temerario y sacrílego querrían introducirlo en la religión
católica, como si (ésta) no fuera obra de Dios, sino de los hombres, o algún invento filosófico que pueda
perfeccionarse por procedimientos humanos… La religión misma toma toda su fuerza de la autoridad
del mismo Dios que habla, y no puede ser jamás guiada ni perfeccionada por la razón humana.” (D.
1636).
“Es totalmente ajena a la doctrina de la Iglesia Católica la sentencia… de que todos los dogmas de la
religión cristiana son indistintamente objeto de la filosofía, y que la razón humana… si se le proponen
estos dogmas como objeto, por sus fuerzas y principios naturales (y no por el principio de la divina
autoridad), puede llegar a verdadera ciencia sobre ellos.” (D. 1673).
“La verdadera y sana filosofía ocupa su notabilísimo lugar, como quiera que a (ella) incumbe inquirir
diligentemente la verdad, cultivar recta y cuidadosamente e ilustrar a la razón humana… Percibir,
entender bien y promover el objeto de su conocimiento y muchísimas verdades, y demostrar, vindicar y
defender por argumentos tomados de sus propios principios muchas de las verdades que también la fe
propone para creer… preparando de este modo el camino para que estos dogmas sean más
rectamente mantenidos por la fe, y aun para que de algún modo puedan ser entendidos por la razón
aquellos otros dogmas más recónditos que sólo por la fe pueden primeramente ser percibidos.” (D.
1670).
“Porque jamás será lícito, no sólo al filósofo, ni a la filosofía tampoco, decir nada contrario a lo que la
Revelación divina y la Iglesia enseñan, o poner algo de ello en duda… o no aceptar el juicio que la
autoridad de la Iglesia determina proferir… (D. 1674). Porque la Iglesia, por su divina institución, debe
custodiar diligentísimamente íntegro e inviolado el depósito de la fe, y vigilar… por la salvación de las
almas.” (D. 1675). (En el mismo sentido, Tuas libenter, de Pío IX, 1863, D. 1682).
5. “La revelación divina es imperfecta y, por tanto, sujeta a progreso continuo e indefinido, en
consonancia con el progreso de la razón humana.” (D.1705).
7. “Las profecías y milagros expuestos y narrados en las Sagradas Escrituras son ficciones de poetas; los
misterios de la Fe cristiana, un conjunto de investigaciones filosóficas… y el mismo Jesucristo es una
ficción mítica.” (El Cristo de la fe). (D.1707).
8. “Como quiera que la razón humana se equipara a la religión misma, las ciencias teológicas han de
tratarse lo mismo que las filosóficas.” (D. 1708).
9. “Todos los dogmas de la religión cristiana son indistintamente objeto… de la filosofía, y la razón
humana… puede llegar por sus fuerzas y principios naturales a una verdadera ciencia de todos los
dogmas…” (D. 1709).
11. “La Iglesia no sólo no debe reprender jamás a la filosofía, sino que debe tolerar sus errores…” (D.
1711).
13. “El método y los principios con que los antiguos doctores escolásticos cultivaron la teología, no
convienen a las necesidades de nuestros tiempos y al progreso de las ciencias.” (D.1713).
22. “La obligación que liga totalmente a los maestros y escritores católicos se limita sólo a aquéllos
puntos que han sido propuestos por el juicio infalible de la Iglesia como dogmas de fe…” (D. 1722; cfr.
Tuas Libenter).
80. “El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y
con la civilización moderna.” (D. 1780).
Concilio Vaticano I, Pío IX, (1869-70). Ex cathedra (Concilio que es “norma
inmutable de la Fe”, Inter gravissimas afflictiones, 28/10/ 1870).
“La revelación sobrenatural, según la fe de la Iglesia universal declarada por el santo Concilio de Trento
(D. 783), se contiene en los libros escritos y en las tradiciones no escritas, que recibidas por los
Apóstoles de boca de Cristo mismo, o por los mismos Apóstoles bajo la inspiración del Espíritu Santo,
transmitidas de mano en mano, han llegado hasta nosotros.” (D. 1787).
“Cuando Dios revela, estamos obligados a prestarle por la fe plena obediencia de entendimiento y
voluntad… Por ella, con inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha
sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas percibida por la luz natural de la razón, sino por la
autoridad del mismo Dios que revela.” (D. 1789). A ese mismo fin acompaña Dios los milagros y
profecías en su Iglesia (D. 1790).
“Deben creerse con fe católica y divina todas aquéllas cosas que se contienen en la palabra de Dios
escrita o tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ora
por solemne juicio, ora por su ordinario y universal magisterio.” (D. 1792).
“No sólo se prohíbe a todos los fieles cristianos defender como legítimas conclusiones de la ciencia las
opiniones que se reconocen como contrarias a la doctrina de la fe, sobre todo si han sido reprobadas
por la Iglesia, sino que están absolutamente obligados a tenerlas más bien por errores que ostentan la
falaz apariencia de verdad.” (D. 1798).
“Si alguno dijere que el Hombre no puede ser por la acción de Dios levantado a un conocimiento y
perfección que supere la natural, sino que puede y debe finalmente llegar por sí mismo, en constante
progreso, a la posesión de toda verdad y de todo bien, sea anatema.” (D. 1808).
“Si alguno dijere… que no se requiere para la fe divina que la verdad revelada sea creída por la
autoridad de Dios que revela, sea anatema.” (D. 1811).
“Si alguno dijere… que deben los hombres moverse a la fe por la sola experiencia interna de cada uno y
por la inspiración privada, sea anatema.” (D. 1812).
“Si alguno dijere que puede suceder que, según el progreso de la ciencia, haya que atribuir alguna vez a
los dogmas propuestos por la Iglesia un sentido distinto del que entendió y entiende la misma Iglesia,
sea anatema.” (D. 1818).
“Los Romanos Pontífices… definieron que habían de mantenerse aquellas cosas que… habían
reconocido ser conformes a las Sagradas Escrituras y a las tradiciones apostólicas, pues no les fue
prometido el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para
que con su asistencia santamente custodiaran y fielmente expusieran la Revelación transmitida por los
Apóstoles o depósito de la Fe” de modo que “esta Sede de S. Pedro permanece siempre intacta de todo
error según la promesa de nuestro divino Salvador (Lc. 22, 32).” (D. 1836).
“El que en un solo punto niega su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, abdica
realmente de toda la Fe, pues se niega a someterse a Dios como suprema verdad y motivo propio de la
Fe.” (16).
“Para el acuerdo y unión de las inteligencias en un solo cuerpo, y por tanto la unión de voluntades y la
semejanza de acciones… instituyó Jesucristo en su Iglesia un magisterio vivo, auténtico y perenne, al
que dotó de su propia autoridad, le proveyó del Espíritu de la verdad… El deber de la Iglesia es
conservar la doctrina de Cristo y propagarla íntegra e incorrupta.” (D. 1956 y 57).
“Piensan muchos que, con el fin de atraer más fácilmente a los disidentes a la doctrina católica, debe
por fin la Iglesia acercarse algo más a la cultura de este siglo y, aflojando su antigua severidad,
condescender con los modos y principios recientemente introducidos en los pueblos… también en
cuanto a las enseñanzas en que se contiene el depósito de la fe… y así omitir ciertos puntos de doctrina,
como si fueran de menor importancia, o mitigarlos de manera que no conserven el mismo sentido que
constantemente mantuvo la Iglesia.” (D. 1967).
“Yo abrazo y acepto firmemente todas y cada una de las cosas que han sido definidas, afirmadas y
declaradas por el magisterio inerrante de la Iglesia, principalmente aquellos puntos de doctrina que
directamente se oponen a los errores de la época presente…”
“Acepto sinceramente la doctrina de la Fe transmitida hasta nosotros desde los apóstoles por medio de
los Padres ortodoxos siempre en el mismo sentido y en la misma sentencia (S. Vicente de Lerín); y por
tanto, de todo punto rechazo la invención herética de la evolución de los dogmas, que pasarían de un
sentido a otro diverso del que primero mantuvo la Iglesia.”
“Igualmente condeno todo error por el que al depósito divino, entregado a la Esposa de Cristo, y que por
ella ha de ser fielmente custodiado, substituye un invento filosófico o una creación de la conciencia
humana, lentamente formada por el esfuerzo de los hombres y que en adelante ha de perfeccionarse
por progreso indefinido…”
“Sostengo con toda certeza y sinceramente profeso que la fe no es un sentimiento ciego de la religión
que brota de los escondrijos de la subconsciencia, bajo la presión del corazón y la inclinación de la
voluntad formada moralmente, sino un verdadero asentimiento a la verdad recibida de fuera por oído,
por el que creemos ser verdaderas las cosas que han sido dichas, atestiguadas y reveladas por Dios…
por cuya autoridad, sumamente veraz lo creemos.” (D. 2145).
“También me someto con la debida reverencia y de todo corazón me adhiero a las condenaciones,
declaraciones y prescripciones todas que se contienen en la Encíclica Pascendi y en el Decreto
Lamentabili, particularmente en lo relativo a la que llaman historia de los dogmas…” (D. 2146).
“Por tanto mantengo firmísimamente la Fe de los Padres y la mantendré hasta el postrer aliento de mi
vida sobre el carisma cierto de la verdad, que está, estuvo y estará siempre en la sucesión del
episcopado desde los apóstoles; no para que se mantenga lo que mejor y más apto pueda parecer
conforme a la cultura de cada edad, sino para que nunca se crea de otro modo, y nunca de otro modo se
entienda la verdad absoluta e inmutable predicada desde el principio por los Apóstoles.” (D. 2147).
“Que el dogma no sólo puede, sino que debe evolucionar y cambiar, no sólo lo afirman en realidad
desvergonzadamente los modernistas, sino que es consecuencia que se sigue evidentemente de sus
principios…”
“Ciegos y guías de ciegos que, hinchados con soberbio nombre de ciencia, llegan a extremo tal de locura,
que pervierten la eterna noción de la verdad y el genuíno sentimiento de la religión, con la
introducción de un sistema nuevo en el que, por temerario y desenfrenado afán de novedades, no se
busca la verdad donde realmente se halla y, desdeñadas las santas tradiciones apostólicas, se invocan
otras doctrinas vanas, fútiles e inciertas que la Iglesia no ha aprobado, sobre las que hombres en todo
vanos se imaginan que se apoya y sostiene la verdad misma. Esto, Venerables Hermanos, por lo que se
refiere al modernista como filósofo.” (D. 2080).
“¿Qué decir…de los dogmas de la Iglesia? También éstos están llenos de manifiestas contradicciones;
pero, aparte de que éstas son admitidas por la lógica de la vida, no se oponen a la verdad simbólica
(que hay en ellos), puesto que en ellos se trata del Infinito, y éste tiene aspectos infinitos. En fin, hasta tal
punto aprueban y defienden todo esto (los modernistas), que no vacilan en afirmar que ningún honor
más excelente se le puede tributar al Infinito que afirmar de él verdades contradictorias. Ahora bien;
admitida la contradicción ¿qué no se admitirá ya?” (D. 2102).
“Quieren (los modernistas) que se innove la filosofía, sobre todo en los sagrados Seminarios, de suerte
que, relegada la escolástica a la historia de la filosofía entre los demás sistemas que ya están
envejecidos, se enseñe a los estudiantes la filosofía moderna que es la única verdadera y que responde
a nuestra época.” (D. 2104).
“Para innovar la teología, quieren que la que llamamos teología racional tenga por fundamento la
filosofía moderna, y la teología positiva piden que se funde sobre todo en la historia de los dogmas.”
(D. 2104).
“A la verdad, si alguien se propusiera juntar, como si dijéramos, el jugo y la sangre de cuantos errores
acerca de la fe han existido, jamás lo hubiera hecho mejor de cómo lo han hecho los modernistas. Es
más, han llegado éstos tan lejos que no sólo han destruido la religión católica, sino toda religión en
absoluto.” (D. 2105).
Decreto Lamentabili, S.Pío X (1910): proposiciones condenadas:
21. “La Revelación, que constituye el objeto de la fe católica, no quedó cerrada con los apóstoles.” (D.
2021).
22. “Los dogmas que la Iglesia presenta como revelados no son verdades venidas del cielo, sino sólo una
interpretación de hechos religiosos que la mente humana se ha proporcionado por medio de un
esfuerzo laborioso.” (D. 2022).
23. “Puede existir, y de hecho existe, oposición entre los hechos que la Sagrada Escritura narra y los
dogmas de la Iglesia que en ellos se apoyan; por consiguiente, el crítico puede rechazar como falsos
hechos que la Iglesia cree absolutamente ciertos.” (D. 2023).
54. “Los dogmas, los sacramentos, la Jerarquía… no son más que interpretaciones y evoluciones de la
mente cristiana…” (D. 2054).
58. “La verdad no es más inmutable que el Hombre mismo, ya que con él, en él y por él evoluciona.”
(Contra Blondel, D. 2058).
59. “Cristo no enseñó un determinado cuerpo de doctrina aplicable en todo tiempo y a todos los
hombres, sino que más bien inició un movimiento religioso adaptado o adaptable a los diversos
tiempos y lugares.” (D. 2059).
“No es propiamente vuestro (el sacramento del bautismo) sino el sentir malvado, el obrar
sacrílego y la separación impía. Podrá ser verdad todo lo demás que penséis y sintáis, pero si os
mantenéis en la misma separación… una sola cosa os falta: lo que le falta a quien no tiene caridad.”
(S. Agustín, Sobre el bautismo a los donatistas 1, 14).
“Quienquiera que, segregado de la Iglesia, se une a una iglesia adúltera, se separa de las
promesas hechas a la Iglesia, por lo que no alcanzará los premios de Cristo quien abandone a la Iglesia
de Éste. El que no mantiene tal unidad, no observa la ley de Dios, ni tiene la Fe del Padre y del Hijo, ni
alcanza la vida y la salvación.” (San Cipriano, De la unidad de la Iglesia Católica, 6).
“Entre los miembros de la Iglesia sólo se han de contar los que recibieron…las aguas del bautismo y
profesan la verdadera fe, y ni se han separado ellos mismos miserablemente de la contextura del
cuerpo, ni han sido apartados de él por la legítima autoridad a causa de gravísimas culpas… Así, no
puede haber más que una sola fe (Ef. 4, 5), y, por tanto, quien rehusare oír a la Iglesia según el
mandato del Señor, ha de ser tenido por gentil y publicano (Mt. 18, 17). Por lo tanto, los que están
separados entre sí por la fe o por el gobierno, no pueden vivir en este cuerpo único ni de éste su único
Espíritu divino.” (D. 2286).
“Deseamos que la incesante plegaria común de todo este Cuerpo Místico se eleve a Dios para que todos
los descarriados entren cuanto antes en el único redil de Jesucristo.”
La Fe tiene, como hemos visto, una prioridad lógica en la pertenencia a la Iglesia
con respecto a los otros dos elementos, en cuanto que lo primero antes que nada es su
inteligencia frente al posterior movimiento que genere en la voluntad (moral); la Fe es
fundamento de la vida cristiana (Heb. 11, 6), presupuesto de todas las demás virtudes
sobrenaturales, lo primero que se pide a la Iglesia en el bautismo, lo que nos hace en
primera instancia cristianos, lo que alimentan los sacramentos, el contenido de la
Revelación que se predica, la base y el complemento de lo que se actúa día a día, el
fundamento de la liturgia, el objeto del Magisterio, y lo que da unidad a la Iglesia por la
autoridad de Dios revelante bajo la dirección de Pedro. Y, sobre todo, la Fe es la única
puerta para la vida eterna y para la salvación de las almas, fin de la Iglesia, por lo que
resulta imposible salvarse con parte del contenido de la fe, a no ser que se admita que
podemos salvarnos parcialmente, o creer a Dios a medias.
La Iglesia, por razón de su misión, tiene un carácter humano visible que no obsta
a su carácter místico o espiritual (D. 1959), por la misma razón que el hombre es
cuerpo y es alma a la vez, y Jesucristo tiene dos naturalezas. Por ello, porque se dirige
a hombres en este mundo, debe tener indefectiblemente, como toda otra sociedad
humana, jerarquía gobernante, leyes y contenidos doctrinales expresados a través de
fórmulas humanas que se instrumentan a través de las reglas básicas de nuestra
naturaleza racional: conocimiento ab extra del ser, inteligencia operativa a través de
ideas abstractas, juicios y raciocinios regidos por la recta lógica, y voluntad libre que
opera en función de lo recibido; y todo ello en el marco de una naturaleza caída que
necesita la ayuda sobrenatural de la gracia habitual vivificante que de la cabeza y por
el cuerpo llega a sus fieles (D. 2288). A este cuerpo social humano gobernado
visiblemente por Pedro, por tanto, se solapa el Cuerpo Místico del que Cristo es cabeza
principal invisible, con su Espíritu como alma, no en una bicefalia imposible, sino en
una unión misteriosa por la que el segundo gobierna a través del primero, de suerte
que quien desobedezca a Pedro, desobedece a Cristo y al que lo envió (Mt. 10, 40 y Lc.
10, 16). Necesario es que así sea desde el momento en que el hombre está destinado a
vivir una vida material temporal y una vida espiritual eterna. Y en ese Cuerpo los
hombres están llamados a unirse en sociedad solidaria para cooperar voluntariamente
con Cristo en su salvación y comunicarse para ello los frutos de su redención a través
del orden sacerdotal y por medio de la oración, los sacramentos y las indulgencias, y
en eso consiste la comunión de los santos, tanto los que viven en la tierra, como en el
purgatorio como en la gloria divina.
La Iglesia condenó las tesis de Wicleff y de Calvino en torno a que la Iglesia era
una sociedad invisible, solamente espiritual, de los predestinados (D. 627 contra Juan
Hus), lo mismo que la opinión racionalista contraria de que es sólo sociedad humana;
ambas sentencias son vueltas a condenar por Pío XII en esta su Mystici Corporis (5 y
10), y en particular la que afirma que herejes y cismáticos están unidos con el alma o
espíritu invisible de la Iglesia aunque no con su cuerpo visible (7). Como vimos, ambos
errores en torno a la naturaleza de la Iglesia, en especial el primero, andan campando
por el Vaticano II con el fin de acabar con su carácter jerárquico: según el primero, no
puede haber jerarquías en el orden espiritual; según el segundo, una sociedad humana
moderna no puede ser sino democrática.
“Tales tentativas no pueden de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos, puesto que
están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia,
buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el
ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su
imperio.”
“Cuantos sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan, sino también rechazan la verdadera
religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y al ateísmo, de
donde claramente se sigue que cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan
totalmente de la religión revelada por Dios… Pero donde con falaz apariencia de bien se engañan más
fácilmente algunos, es cuando se trata de fomentar la unión de todos los cristianos…”
“No os unáis en yunta desigual con los infieles. ¿Qué consorcio hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué
comunidad entre la luz y las tinieblas? ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? (2 Cor. 6, 14-15).
“Si alguno viene a vosotros y no lleva esa doctrina, no le recibáis en casa ni le saludéis.” (2 Jn. 10).
“¿Cómo es posible imaginar una confederación cristiana, cada uno de cuyos miembros pueda, hasta en
materias de fe, conservar su sentir y juicio propios aunque contradigan al juicio y sentir de los
demás?”
“Ninguna religión puede ser verdadera fuera de aquélla que se funda en la Palabra revelada de Dios…
Y si Dios ha hablado, es evidente que el Hombre está obligado a creer absolutamente la revelación de
Dios, y obedecer totalmente sus preceptos. Y con el fin de que cumpliésemos bien lo uno y lo otro, para
gloria de Dios y salvación nuestra, el Hijo Unigénito de Dios fundó en la tierra su Iglesia… Y los que se
proclaman cristianos es imposible no crean que Cristo fundó una Iglesia, y precisamente una sola…
depositaria infalible de la verdad… Quien, pues, no estuviere unido con el Cuerpo Místico que es la
Iglesia, no es miembro suyo ni está unido con su cabeza que es Cristo.”
“Necedad es decir que el Cuerpo Místico puede constar de miembros divididos y separados;
quienquiera que no esté unido con él no es su miembro ni está unido con su cabeza que es Cristo.”
“Muchos de ellos… niegan que la Iglesia de Cristo haya de ser visible… en el sentido de que deba
mostrarse como un solo cuerpo de fieles concordes en una misma doctrina y bajo un solo magisterio y
gobierno. Estos tales entienden que la Iglesia visible no es más que la alianza de varias comunidades
cristianas, aunque las doctrinas de cada una de ellas sean distintas.”
Sin embargo, considera Pío XI que insisten los pancrististas en proponer una
norma fraternal común de fe entre la ortodoxia católica y la herejía, dejando de lado
viejas rencillas, controversias y opiniones (católicas) rancias entre las que destaca el
Primado de Pedro que indudablemente debe rebajarse o descafeinarse convirtiéndolo
en algo ornamental. Ello supondría dinamitar directamente todos los pilares de la
Iglesia, la Fe revelada con la liturgia y los sacramentos, y la autoridad magisterial. El
principio de no contradicción saltaría por los aires y el concepto de verdad se
relativizaría, quedando en entredicho la autoridad del Autor de la Revelación y el
constante poder de salvaguarda del Espíritu sobre la misma, a lo cual llama Pío XI
“blasfemia”.
“Parecen algunos haber visto esperanza de que no será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de
otros en materia de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas doctrinas que sean
como fundamento común de la vida espiritual, a cuyo fin suelen organizar congresos, reuniones y
conferencias… e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, infieles de todo género, cristianos y hasta
aquéllos que apostataron miserablemente de Cristo, o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su
persona o misión…”
“Siendo todo esto así, claramente se ve que ni la Sede Apostólica puede en manera alguna tener parte
en dichos congresos, ni de ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar a semejantes
intentos; y si lo hicieren, darían autoridad a una falsa religión cristiana , totalmente ajena a la única y
verdadera Iglesia de Cristo… Porque de lo que ahora se trata es de defender la verdad revelada frente a
transacciones. ¿Acaso esta doctrina de los Apóstoles ha decaído del todo… esta doctrina de la Fe se ha
hecho tan oscura e incierta… que sería hoy conveniente tolerar en ella hasta las opiniones contrarias
entre sí?”
La conclusión parece clara: no hay unidad que instaurar ni restaurar porque esa
unidad existe desde siempre en la Iglesia católica, única y verdadera Iglesia de Cristo
desde su fundación hasta el fin de los tiempos. Por tanto el único ecumenismo posible
es el que desde antiguo intentó la Iglesia con los herejes y cismáticos, desde los
concilios de Lyon en 1245, y de Florencia (1438-45) o la Magnus Dominus de Clemente
VIII en 1595:
“La unión de los cristianos no puede intentarse de otro modo más que favoreciendo el retorno de los
disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo que un día tuvieron la desgracia de abandonar.”
“Vuelvan los hijos disidentes, no ya con el deseo y la esperanza de que la Iglesia… abdique de la
integridad de su fe y consienta los errores de ellos, sino para someterse al magisterio y gobierno de
Ella.”
“La Sacrosanta Iglesia Romana, fundada por la palabra del Señor y Salvador nuestro, firmemente cree,
profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también
judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno
que está aparejado para el diablo y sus ángeles, a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que
es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes en él permanecen les
aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y
demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere,
aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el
seno y unidad de la Iglesia Católica.” (D. 714).
“La Iglesia católica es el único redil de Cristo, fuera del cual está sin duda el que no permanece unido a
esta Sede Apostólica de Pedro.”
“Otro error y no menos pernicioso… que se ha asentado en el ánimo de muchos católicos que piensan
que ha de tenerse buena esperanza de la salvación de todos aquéllos que no se hallan de modo alguno
en la verdadera Iglesia de Cristo… Impía y funesta opinión de que en cualquier religión es posible
hallar el camino de la eterna salvación… Por la fe debe sostenerse que fuera de la Iglesia Apostólica
Romana nadie puede salvarse, que Ésta es la única arca de salvación…” (D. 1646).
“También hay que tener por cierto que quienes sufren ignorancia de la verdadera religión, si aquélla es
invencible, no son ante los ojos del Señor reos por ello…” (D. 1647).
“Para que en su Iglesia se mantuviera siempre esta unidad de Fe y de doctrina, (Cristo) escogió a un
hombre entre los demás, Pedro… Dogma de nuestra divina religión que siempre ha sido predicado,
defendido y afirmado con voz y corazón unánimes por los Padres y los Concilios de todos los tiempos…
De la cátedra de Pedro dimanan todos los derechos a la unión divina (S. Ambrosio)… Quien la
abandona ya no puede esperar permanecer en la Iglesia (S. Cipriano); quien come el Cordero fuera de
ella no tiene parte con Dios (S. Jerónimo).”
“La Iglesia católica que Cristo instituyó, adquirida por su sangre, única morada del Dios vivo… Cuerpo
único animado y vivificado por un Espíritu único, mantenido en cohesión y concordia por la unidad de
Fe, de esperanza y de caridad, y por los lazos de los sacramentos, el culto y la doctrina.”
“Error… en algunos católicos al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a
la unidad católica puedan llegar a la eterna salvación, lo que ciertamente se opone en sumo grado a la
doctrina católica.”
“Notoria cosa es que aquéllos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima religión,
que… guardan la ley natural y sus preceptos… y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida
honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la
gracia” (y no por la religión, la secta herética o la iglesia cismática en que se hallen).
“Pero bien conocido es también el dogma católico… de que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia
Católica, y de que los contumaces contra la autoridad y las definiciones de la misma Iglesia, y los
pertinazmente divididos de la unidad de la misma Iglesia y del Romano Pontífice… no pueden alcanzar
la eterna salvación.” (D. 1677).
Carta del Santo Oficio a los obispos de Inglaterra, Pío IX, 1864:
“No hay otra Iglesia Católica sino la que, edificada sobre el único Pedro, se levanta por la unidad de la
fe y de la caridad.”
“El fundamento en que esta reunión (ecuménica de Londres de 1857) se apoya es tal que trastorna de
arriba abajo la constitución divina de la Iglesia, (pues) consiste en suponer que la verdadera Iglesia de
Jesucristo consta parte de la Iglesia Romana… parte del cisma de Focio y de la herejía anglicana, para
las que… hay un solo Señor, una sola Fe y un solo bautismo (Ef. 4, 5)…”
“Que los fieles de Cristo y los varones eclesiásticos oren por la unidad cristiana guiados por los herejes y…
según una intención en gran manera manchada e infecta de herejía, no puede de ningún modo
tolerarse.”
“La verdadera Iglesia de Jesucristo se constituye y reconoce por autoridad divina con la cuádruple nota
(una, santa, católica y apostólica)… La Iglesia Católica es una con unidad visible y perfecta… de la que
es principio, raíz y origen indefectible la suprema autoridad… de Pedro y de sus sucesores…” (D. 1686).
Proposiciones condenadas por el Sílabo, Pío IX, 1864:
16. “Los hombres pueden encontrar en el culto de cualquier religión el camino de la salvación eterna.”
(D. 1716).
17. “Deben tenerse fundadas esperanzas acerca de la eterna salvación de todos aquéllos que no se
hallan de modo alguno en la verdadera Iglesia de Cristo.” (D. 1717).
18. “El protestantismo no es otra cosa que una forma diversa de la misma verdadera religión cristiana,
y en él, lo mismo que en la Iglesia Católica, se puede agradar a Dios.” (D. 1718).
21. “La Iglesia no tiene potestad de definir dogmáticamente que la religión católica es la única
verdadera.” (D. 1721).
38. “Las demasiadas arbitrariedades de los Romanos Pontífices contribuyeron a la división de la Iglesia
en oriental y occidental.” (D. 1738).
“Todo el que pare mientes en la situación en que se debaten las distintas sociedades religiosas, en
discordia entre sí y separadas de la Iglesia Católica… deberá convencerse fácilmente de que en ninguna
de ellas, ni por separado ni en conjunto, puede reconocerse en modo alguno aquella Iglesia única y
católica que nuestro Señor Jesucristo edificó y constituyó… ni se podrá decir nunca que sean miembros
y partes de dicha Iglesia mientras sigan estando separadas visiblemente de la unidad católica.”
“Sin la Fe es imposible agradar a Dios (Heb. 11, 6)… de ahí que nadie obtuvo jamás la justificación sin
ella, y nadie alcanzará la salvación eterna si no perseverare en ella hasta el fin (Mt. 10, 22; 24, 13)”.
Para cumplir ese deber “instituyó Dios la Iglesia por medio de su Hijo unigénito y la proveyó de notas
claras de su institución, a fin de que pudiera ser reconocida por todos como guardiana y maestra de la
palabra revelada.” (D. 1793).
“A la Iglesia Católica sola pertenecen todas aquellas cosas… que han sido divinamente dispuestas para
la evidente credibilidad de la fe cristiana..: por sí misma, por su admirable propagación, su eximia
santidad e inexhausta fecundidad en toda suerte de bienes, por su unidad católica y su invicta
estabilidad… por ello es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y testimonio irrefragable de su
divina legación.”
“No es en manera alguna igual la situación de aquéllos que por el don celeste de la Fe se han adherido
a la verdad católica y la de aquéllos que, llevados de opiniones humanas, siguen una religión falsa;
porque los que han recibido la Fe bajo el Magisterio de la Iglesia no pueden jamás tener causa justa de
cambiar o poner en duda esa misma Fe.” (D. 1794).
“Si alguno dijere que es igual la condición de los fieles y la de aquéllos que todavía no han llegado a la
única Fe verdadera… sea anatema.” (D. 1815).
“Quiso (Jesucristo) que en su Iglesia hubiera pastores y doctores hasta la consumación de los siglos
(Mt. 28, 20). Mas para que el episcopado mismo fuera uno e indiviso y la universal muchedumbre de los
creyentes se conservara en la unidad de la Fe y de la comunión por medio de los sacerdotes coherentes
entre sí, al anteponer al bienaventurado Pedro a los demás Apóstoles, en él instituyó un principio
perpetuo de una y otra unidad y un fundamento visible…” (D. 1821).
“El primado de jurisdicción sobre la Iglesia universal de Dios fue prometido y conferido inmediata y
directamente al bienaventurado Pedro por Cristo… pastor y rector supremo sobre todo su rebaño…”
“A esta tan manifiesta doctrina de las Sagradas Escrituras, como ha sido siempre entendida por la
Iglesia Católica, se oponen abiertamente las torcidas sentencias de quienes, trastornando la forma de
régimen instituída por Cristo… niegan que sólo Pedro fuera provisto… del primado de jurisdicción…
sobre los demás Apóstoles, sino aparte a cada uno, o a todos conjuntamente, o que fue otorgado a la
Iglesia y por medio de Ésta a Pedro.” (D.1822).
“Fue siempre necesario que a esta Romana Iglesia por su más poderosa principalidad, se uniera toda la
Iglesia, es decir, cuantos fieles hay… a fin de que en aquella Sede de la que dimanan todos los derechos
de la veneranda comunión, unidos como miembros en su cabeza, se trabaran en una sola trabazón de
cuerpo.” (D. 1824).
“Enseñamos por ende, y declaramos, que la Iglesia Romana, por disposición del Señor, posee el
principado de potestad ordinaria sobre todas las otras, y que esta potestad de jurisdicción del Romano
Pontífice, que es verdaderamente episcopal, es inmediata. A esta potestad están obligados por el deber
de subordinación jerárquica y de verdadera obediencia los pastores y fieles de cualquier rito y dignidad,
ora cada uno separadamente, ora todos juntamente, no sólo en las materias que atañen a la fe y a las
costumbres, sino también en lo que pertenece a la disciplina y régimen de la Iglesia difundida por todo
el Orbe, de suerte que, guardada con el Romano Pontífice esta unidad tanto de comunión como de
profesión de la misma Fe, la Iglesia de Cristo sea un solo rebaño bajo un solo pastor supremo. Tal es la
doctrina de la verdad católica de la que nadie puede desviarse sin menoscabo de su fe y salvación…”
(D. 1827).
“Así pues, si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene sólo deber de inspección y dirección, pero no
plena y suprema potestad de jurisdicción sobre la Iglesia universal, no sólo en las materias que
pertenecen a la Fe y a las costumbres, sino también en las de régimen y disciplina de la Iglesia
difundida por todo el orbe; o que tiene la parte principal, pero no toda la plenitud de esta suprema
potestad; o que esta potestad suya no es plena e inmediata, tanto sobre todas y cada una de las iglesias,
como sobre todos y cada uno de los pastores y de los fieles, sea anatema.” (D. 1831).
“El Romano Pontífice es verdadero vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia, padre y maestro de
todos los cristianos, y a él… le fue entregada por Jesucristo la plena potestad de apacentar, regir y
gobernar a la Iglesia Universal.” (D. 1835).
“El cargo de predicar y de enseñar compete por derecho divino a los maestros, que el Espíritu Santo
puso por obispos para regir a la Iglesia (Hechos, 20, 28) y señaladamente al Romano Pontífice.” (D. 1936
c).
“La auténtica Iglesia de Jesucristo es una… cosa que ningún cristiano puede atreverse a contradecir.
Mas cuando se trata de determinar y establecer la naturaleza de esa unidad, varios son los errores que a
muchos desvían del camino… Lo que hay que averiguar no es precisamente de qué modo puede la
Iglesia ser una, sino de qué modo quiso que fuera una Aquél que la fundó.” (D. 1954).
“Del mismo modo que la Iglesia, para ser una en su calidad de reunión de los fieles, requiere
necesariamente la unidad de la Fe, también para ser una en cuanto a su condición de sociedad
divinamente constituída, ha de tener de derecho divino la unidad de gobierno, que produce y
comprende la unidad de comunión… Por aquí se puede comprender que los hombres no se separan
menos de la unidad de la Iglesia por el cisma que por la herejía.”
“Tampoco a cualquiera del pueblo cristiano, sino a algunos escogidos, ha sido divinamente conferida
facultad de realizar y administrar los divinos misterios, juntamente con el poder de regir y gobernar.”
(D. 1958).
“Como el autor divino de la Iglesia hubiera decretado que fuera una por la Fe, por el régimen y por la
comunión, escogió a Pedro y a sus sucesores para que en ellos estuviese el principio y centro de
unidad… y autoridad suprema a que ha de someterse toda la comunidad.” (D. 1960).
“La Iglesia es una por su unidad de doctrina como por su unidad de gobierno y, a la vez, católica, y pues
Dios estableció su centro y fundamento en la cátedra del bienaventurado Pedro, con razón se llama
Romana, pues donde está Pedro, allá está la Iglesia.” (D. 1976).
“El régimen de la Iglesia gritan (los modernistas) que ha de reformarse en todos sus aspectos, sobre
todo en el disciplinar y dogmático; y, por tanto, que ha de conciliarse por dentro y por fuera con la
conciencia moderna que tiende toda a la democracia. Hay que dar, en consecuencia, al clero inferior y a
los mismos laicos su parte en el régimen, y distribuir una autoridad que está demasiado recogida y
centralizada.” (D. 2104).
“La constitución orgánica de la Iglesia no es inmutable, pues la sociedad cristiana está sujeta, como
toda sociedad humana, a una continua evolución.” (D. 2053).
“Nunca, en el transcurso de los siglos, se contaminó esta mística Esposa de Cristo, ni podrá
contaminarse jamás.”
“En esta única Iglesia de Cristo nadie vive ni persevera si no reconoce y acepta con obediencia la
suprema autoridad de Pedro y de sus legítimos sucesores.”
“El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en excomunión latae sententiae (automática y sin
declaración expresa).” (Canon 1364, 1).
“Se prohíbe al excomulgado; 1: tener cualquier participación ministerial en la celebración del sacrificio
eucarístico o en cualquiera otras ceremonias de culto. 2: administrar los sacramentos… o recibirlos.”
(Canon 1331).
No nos debe extrañar a estas alturas que las tesis gnoseológicas que subyacen al
Vaticano II relativicen todo dogma religioso y toda afirmación filosófica, con lo cual la
religión católica queda afectada en su línea de flotación, que es la fe en la verdad, y su
misión divina de convertir y salvar almas, frustrada de raíz. Puesto que ya no es faro de
verdad (Quid est veritas?) ni arca de salvación de almas, conceptos todos que por lo
dicho pierden completamente su sentido; y, dado que la razón ha quedado destruída a
favor de lo sentimental y de lo empíricamente demostrable, lo lógico es esperar el
indiferentismo religioso como paso previo a una apostasía discreta y general, ya
anunciada por S. Pablo en 2 Tes. 2.
“Con todo, no deberá hablarse de este tema de un modo tal que ellos vengan a creer que con su retorno
traen a la Iglesia un elemento sustancial que en la misma hasta ese momento hubiese faltado.”
(Instrucción De motione oecumenica del Sto. Oficio del 20/12/1949).
Jamás la Iglesia admitió que se pudiera aceptar una parte del depósito de la fe
revelada, dejando el resto de lado, pues a Dios, en cuanto que autor de la Revelación,
se le debe credibilidad completa, pues lo contrario sería poner en duda su autoridad
(D. 1789 y 2145). He aquí otro punto de relativización de la fe, al dar más importancia
a ciertos principios básicos frente a otros más accidentales, distinción del todo
acatólica. En ese sentido, el primer punto del documento ecumenista para la unión de
las iglesias de Rahner y Fries que propone la asunción obligatoria por parte de todas
ellas de ciertas “verdades fundamentales del cristianismo”, dejando el resto de
verdades al arbitrio de cada cual. Esta supuesta “jerarquía de verdades” que aparece
también en UR 11, que busca dar importancia a lo que une (lo esencial) frente a lo que
separa (lo accidental) y que distingue entre fe necesaria y fe prescindible, haciendo
caso omiso de la autoridad del que fijó el objeto de la Fe, ha sido varias veces
repudiada por la Iglesia, quien siempre ha afirmado la unidad de Fe:
“Todo el que quiera salvarse ante todo es menester que mantenga la Fe católica; y el que no la guardare
íntegra e inviolada sin duda perecerá para siempre.” (Símbolo de San Atanasio).
“Hay quien, bien por ignorancia, bien por ligereza, no se avergüenza sostener que los puntos en que los
greco-rusos o rutenos cismáticos disienten de la Iglesia Católica son de poca monta. Por el contrario…
están en desacuerdo… sobre materias atinentes a la verdadera Fe de Cristo, sin la cual es imposible
agradar a Dios (Heb. 11, 6).” (Has ad te litteras, Carta de Gregorio XVI al obispo de Chelm, 1840)
“Mantengámos firmísimamente según la doctrina católica que hay un solo Dios, una sola Fe y un solo
bautismo (Ef. 4, 5).” (Singulari Quadam, D. 1647)
“El que en un solo punto niega su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, abdica
realmente de toda la Fe, pues se niega a someterse a Dios como suprema verdad y motivo propio de la
Fe.” (Satis Cognitum).
“Aquéllos que escuchaban a Jesús tenían el deber, si querían salvarse, no sólo de aceptar en general
toda su doctrina, sino además de asentir plenamente a cada una de las cosas que enseñaba. Negarse
a creer a Dios cuando habla, aunque sólo sea en un punto, es contrario a la razón.” (Ibidem).
“Hay una jerarquía de verdades en la doctrina católica en el sentido de que ciertos dogmas se apoyan en
otros más fundamentales que los esclarecen. Pero habiendo sido revelados todos los dogmas, deben
ser creídos con la misma Fe divina.” (Congregación para la doctrina de la Fe, Declaración Mysterium
Ecclesiae 24/6/1973).
“Afirman que, para ganar los corazones extraviados, es oportuno relativizar ciertos puntos de doctrina
como siendo de menor importancia, o atenuarlos hasta el punto de privarles del sentido que la Iglesia
siempre les fijó.” (Testem Benevolentiae, D. 1967).
“Por lo que se refiere a las verdades que deben ser creídas, no es lícito introducir la llamada distinción
entre puntos fundamentales y no fundamentales… de las cuales las primeras deberían ser aceptadas
por todos, y las segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre arbitrio de los fieles… La virtud
sobrenatural de la Fe, en efecto, tiene por causa formal la autoridad de Dios que revela, y esta causa no
admite tal distinción.” (Mortalium Animos).
“No porque la Iglesia sancionara con solemne decreto (de ejercicio extraordinario del Magisterio) y
definiera las mismas verdades de un modo distinto en diferentes edades, o lo hiciera sólo en edades
más recientes, han de tenerse por no igualmente ciertas ni creerse del mismo modo.” (Ibidem).
“La comunión creciente en una reforma contínua, realizada a la luz de la Tradición apostólica (sic), es
sin duda, en la situación actual del pueblo cristiano, una de las características distintivas y más
importantes del ecumenismo… El decreto sobre el ecumenismo (UR 6) menciona el modo de exponer la
doctrina entre los elementos de continua reforma.” (US 17 y 18). En el mismo sentido de renovación:
UR 4.
Sin embargo, ya vimos que Pío XII rechazaba en su Humani Generis esta pretensión, al
afirmar que:
“Es intento de algunos atenuar lo más posible el significado de los dogmas y librar a éstos de la
terminología de tiempo atrás recibida por la Iglesia, así como de las nociones filosóficas vigentes entre
los doctores católicos… y que por este camino vengan paulatinamente a equilibrarse el dogma católico
y las opiniones de los disidentes separados de la unidad de la Iglesia… Tales conatos no sólo conducen
al relativismo dogmático, sino que ya en sí mismos lo contienen… La Iglesia no puede ligarse a
cualquier efímero sistema filosófico; los conceptos y términos que en el decurso de muchos siglos fueron
elaborados con unánime consentimiento por los doctores católicos, indudablemente no se basan en tan
deleznable fundamento… No hay que maravillarse de que algunos de esos conceptos hayan sido no sólo
empleados, sino sancionados por los Concilios ecuménicos, de suerte que no sea lícito separarse de
ellos.” (D. 2309-11).
De modo similar se pretende por el ecumenismo del Vaticano II que “el modo y el
sistema de expresar la fe católica no deben convertirse de ninguna manera en un
obstáculo para el diálogo con los hermanos” (UR 11 y US 36), lo que supone ante todo
desterrar el tomismo y la filosofía escolástica para sustituírlos por nuevas filosofías
modernas que llevan en sí, por su inmanencia y relativismo, el germen de la
destrucción de toda certeza y de todo dogma. Porque el dogma ya no es algo que
deba creerse, sino algo que debe sentirse conforme a los signos de los tiempos y al
devenir vital. Y en segundo lugar, implica jugar con la doctrina católica de modo que se
muestren ciertas cartas y se oculten otras por aquello de seducir al contrincante
dejándole ganar alguna partida, por razones de caridad mal entendida, a costa de la Fe
y de la verdad. La Congregación del Santo Oficio nos decía en 1949 que:
“La doctrina católica se ha de proponer y exponer toda íntegra. No se podrá en manera alguna pasar en
silencio o encubrir con palabras ambiguas lo que la verdad católica abraza… sobre la justificación, la
constitución de la Iglesia, el primado de jurisdicción del Romano Pontífice, o sobre la única verdadera
unión que se cumple con el retorno de los disidentes a la única verdadera Iglesia de Cristo.” (De
motione oecumenica, 20/12/1949).
“Nadie… aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere
en el seno y unidad de la Iglesia Católica.” (Cantate Domino, D. 714).
“Si alguien fuera de la Iglesia sufre de parte de un enemigo de Cristo, y, estando fuera de la Iglesia de
Cristo, ese enemigo de Cristo le dice: ‘ofrece incienso a los ídolos y adora a mis dioses’, y ese mismo
enemigo de Cristo lo mata por no adorarlos, puede derramar la sangre, pero no puede recibir la
corona.” (S. Agustín).
“Si un hereje que tiene ignorancia invencible de la verdadera fe, da su vida por un punto de la doctrina
católica, no puede, ni siquiera en este caso, ser considerado mártir. Podrá ser mártir ante Dios (por su
ignorancia inculpable y por su acto de defensa de un punto de la fe) pero no ante la Iglesia, porque Ella
no juzga sino del fuero exterior, y la herejía profesada públicamente obliga a conjeturar (salvo prueba
en contrario) la herejía interna.” (De la beatificación de los siervos de Dios, Benedicto XIV).
“Y si repartiere todos mis haberes, y si entregare mi cuerpo para ser abrasado, mas no tuviere caridad,
ningún provecho saco.” (1 Cor. 13, 3).
Dando por hecho que la caridad empieza por Jesucristo, su Iglesia y los hermanos que
en Ella se hallan compartiendo fe, autoridad y sacramentos.
b) El alejamiento de la Iglesia.
El ecumenismo del Vaticano II, por sus propios fundamentos filosóficos, aleja a
todo el mundo de la verdadera Iglesia, tanto a los que ya estaban en ella, como a
aquéllos que se habían separado de ella, y, por supuesto, a todos los que nunca
estuvieron, con lo que toda acción pastoral o misionera por su parte resulta inútil
desde el principio, pues todo es verdad, todo vale, todo salva y todo es de Dios:
El hecho de considerar iguales a todas las “iglesias hermanas” (UR 16) en una
especie de “fraternidad universal cristiana” (US 42) a costa de limar sus diferencias a
base de dinamitar el dogma católico con las cargas de profundidad de las nuevas
filosofías absurdas de la modernidad, de protestantizar la teología y la liturgia católicas
y de demoler miserablemente las magníficas condenaciones infalibles que durante
siglos guardaron a la Iglesia de todo error e infección, no ha de animar precisamente ni
a cismáticos ni a protestantes a incorporarse a la única Iglesia de Cristo, los unos
porque ya no se reconocen en una nueva Iglesia protestantizada con la que antes
compartían gran número de cosas; y los otros porque no van a buscar fuera de casa lo
que ya tienen sobradamente dentro de ella.
“Las comunidades cismáticas existen por las artes maléficas y las maquinaciones de aquél que primero
suscitó un cisma en el cielo, que es el Diablo.” (Arcano Divinae Providentiae, 1868).
“Los obispos tomarán diligentes precauciones e insistirán en ellas con firmeza, no sea que, al exponer la
historia de la Reforma y de los reformados, se exageren de tal modo los defectos de los católicos y
disimulen las culpas de los reformados, o de tal modo se ilustre lo que es más bien accidental que lo que
es principalmente esencial, es decir, la apostasía de la fe católica de los reformados, de modo que
apenas ya aparezca ésta como evidente.” (Congregación del Sto. Oficio, De motione oecumenica,
20/12/1949).
Por el contrario, nota fundamental de la Iglesia es su santidad, por razón de su
fundador y de su credibilidad de obras, profecías y milagros, sin la cual no podría
transmitir la Fe, requisito indispensable de la salvación. En ella hay fundamentos
divinos que dan santidad a todos sus principios, y elementos activos suficientes para
generar la santidad y la unión de los miembros con Dios (ante todo, la unidad de la
verdad de la Fe predicada ininterrumpidamente por el Magisterio, y después los
sacramentos que traen gracia y la asistencia constante del Espíritu y de Jesucristo
como su cabeza), que si bien no todos ellos lo estén en acto, todos lo están en
potencia y con medios suficientes que no se encuentran en modo alguno fuera de la
Iglesia.
“Rechazamos el uniatismo como método para lograr la unidad. La acción pastoral de la Iglesia católica,
tanto latina como oriental, ya no pretende hacer pasar a los fieles de una iglesia a otra.” (Walter
Kasper, Declaración de Balamand, 23/6/1993).
“El ecumenismo no se hace renunciando a nuestra propia tradición de fe. Ninguna iglesia puede hacer
esa renuncia.” (W. Kasper, Declaración común sobre la doctrina de la justificación, L’Osservatore
Romano 4/2/2000).
“No podemos echar por la borda nuestro pasado ni todo aquello de lo que nuestros antecesores han
vivido… Y no debemos esperar que lo hagan nuestros hermanos y hermanas del protestantismo y la
ortodoxia. Ni ellos ni nosotros podemos ser infieles.” (W. Kasper, Conferencia al Kirchentag ecuménico
de Berlín, 21/9/2003).
“Podemos describir el ethos propio del ecumenismo de vida como la renuncia a toda forma de
proselitismo, ya sea abierto o camuflado.” (W. Kasper, El compromiso ecuménico de la Iglesia católica,
23/3/2002). En el mismo sentido Juan Pablo II, Discurso con Demetrio I, 7/12/1988.
“El que quiere ser una oveja de Cristo debe ser pastoreado por Pedro, que es el Pastor; no son las
ovejas (los obispos) quienes deben dirigir a Pedro, sino que es Pedro el que ha de guiar a las ovejas y a
los corderos (los fieles).” (Respuesta del Cardenal Ottaviani al Cardenal Frings en las sesiones del
Vaticano II, 8/11/1963. En el mismo sentido Ecclesiam Dei de Pío XI y repetición de la cita en Satis
Cognitum de León XIII).
Evita la Lumen Gentium hablar del Romano Pontífice como la piedra sobre la que
se apoya la Iglesia; no lo describe como el Vicario de Cristo que confirma a sus
hermanos y apacienta a sus ovejas; y no lo presenta como el único en tener el poder
sobre las llaves. Subyace a esta tendencia disolvente del poder de Pedro la errónea
creencia de que la democracia asamblearia imperaba en los primeros tiempos de la
Iglesia, y de que fueron los Papas medievales, en especial S. Gregorio Magno, quienes
se sacaron de la manga aquello de la suprema potestad de jurisdicción; no obstante, ya
se reconocía ésta por el Papa Gelasio a finales del S. V; por San Agustín en el mismo
siglo; por los cánones 28º de Calcedonia (s. V) y 3º del primer constantinopolitano (s.
IV); o por S. Ireneo cuando habla de la potentior principalitas de la Iglesia de Roma
(finales del s. II). Al respecto afirma Pío IX que:
“Es necesario de hecho que todas las demás iglesias, o sea, todos los fieles dispersos por el mundo, estén
de acuerdo con esta Sede a causa de su primado soberano (cfr. San Ireneo, Contra los herejes 3, 3), y
quien se separa de la cátedra de Pedro, sobre la cual se funda la Iglesia, se engaña pensando que está
en Ésta (San Cipriano, De la unidad de la Iglesia 4), porque ese tal es ya un cismático y un pecador que
levanta una cátedra contra la cátedra única de Pedro (Optato de Milevi, Sobre el cisma donatista, 2, 2),
de la cual emanan para todas las otras los sagrados derechos de comunión (S. Ambrosio, Epístola XI a
los Emperadores).” (Quartus supra vigessimum, 1873).
“No se introdujo una nueva verdad con el decreto del Vaticano I relativo a la naturaleza y a la
extensión del Primado del Romano Pontífice, sino que se afirma la fe antigua y constante de todos los
siglos del cristianismo.” (Satis Cognitum D. 1961).
“Para que el episcopado mismo fuese uno e indiviso (y no una multiplicidad confusa y desordenada), y
la universal muchedumbre de los creyentes se conservara en la unidad de la Fe y de la comunión por
medio de los sacerdotes coherentes entre sí, al anteponer (Jesucristo) el bienaventurado Pedro a los
demás Apóstoles, en Pedro instituyó un principio perpetuo de una y de otra unidad.” (Satis Cognitum).
“Hay en Pablo VI una intención ecuménica de eliminar, o al menos de atenuar, lo que en la Misa hay
de demasiado católico en el sentido tradicional y de aproximarse a la misa calvinista.” (Juan Guitton,
amigo personal de Pablo VI, El infinito en el fondo del corazón).
“Deseo eliminar en el nuevo rito de la Misa que estamos preparando cada piedra que pudiese ser aun
sólo una sombra de posibilidad de obstáculo o de desagrado para con los hermanos separados.”
(Mons. Aníbal Bugnini, francmasón y secretario de la Comisión para la elaboración del nuevo rito de la
Misa, L’Osservatore Romano, 11/3/1965).
“El apartarse de la tradición litúrgica… para sustituírla por otra (Misa) nueva… la cual pulula ella misma
de gravísimas ambigüedades, por no decir errores manifiestos contra la pureza de la Fe católica, nos
parece, por expresar nuestra expresión más benigna, el error más monstruoso.” (Breve examen del
nuevo orden de la Misa, escrito por los cardenales Ottaviani y Bacci a Pablo VI en 1969).
La nueva misa de 1968, que es la que hoy celebra la Iglesia en todo el mundo es
un remedo de las misas luteranas alemanas del XVIII y el resultado de podar todos los
elementos católicos de la vieja Misa tridentina que pudieran molestar a los
protestantes en orden a una unión ecuménica. En ese sentido se puede afirmar sin
ningún género de duda que el ecumenismo del concilio Vaticano II es el responsable
directo de la aniquilación de una Misa de cerca de dos mil años en favor de una
“monstruosidad” luterana que “se aleja de manera impresionante de la teología
católica de la Santa Misa” (Breve examen citado). Como ya hicieran Lutero en
Alemania y Cranmer en Inglaterra, y puesto que la Liturgia es simple expresión y fruto
de la Fe, un cambio programado en la lex orandi ha de generar lógicamente un cambio
paralelo en la lex credendi: variando la Liturgia se altera la Fe. Los puntos de
divergencia de la nueva misa o “sinaxis” con la tradicional se pueden resumir en seis:
A) LA FÓRMULA SACRAMENTAL.
“La Iglesia Católica, desde hace ya varios siglos, ha configurado el santo canon tan puro y tan
exento de todo error, que nada contiene que no refleje completamente la santidad y la piedad, y que
no eleve a Dios el espíritu de aquéllos que ofrecen el sacrificio…” (Sesión 22, cap. IV del Sto. Concilio de
Trento).
Nadie que bautice, por ejemplo, “en el nombre del Padre y de la Madre”, o
“en el nombre del Padre que es más que el Hijo”, logra el efecto sacramental
pretendido con el Bautismo. El propio Papa Pío XII, muy consciente de la importancia
capital de las fórmulas sacramentales, dejó perfectamente claro que éstas debían ser
completas e inequívocas para lograr el efecto sacramental pretendido, cosa que no
admite discusión:
“La forma la constituyen todas las palabras que determinan la aplicación de la materia, por las
que unívocamente se significan los efectos sacramentales.” (Sacramentum Ordinis, 1947).
León XIII, por su parte, en Apostolicae Curae ya tenía dicho en 1896 que:
“Los sacramentos, en cuanto signos sensibles y eficaces de una Gracia invisible, deben a un
tiempo significar la Gracia que realizan y realizar la Gracia que significan… Una forma sacramental no
puede considerarse apta o suficiente para un sacramento si omite lo que debe significar
esencialmente.”
“Las palabras de consagración son la forma de este sacramento (las cita según la forma
tradicional del propio Misal). Si alguien omitiera o cambiara cualquier cosa en la dicha forma de
consagración del Cuerpo y de la Sangre, y en ese cambio de palabras, las nuevas no significaren lo
mismo, no confeccionaría el sacramento; y si añadiere algo que no cambiara el significado,
ciertamente consagraría, pero pecaría gravísimamente.”
Santo Tomás, por su parte (III.60.7), sentencia que en los sacramentos las
formas de palabras determinadas y específicas son más esenciales aún que la
específica materia determinada (el pan y el vino, en el caso de la Eucaristía), añadiendo
que la fórmula de consagración de la Sangre no se limita, para ser válido, al “Éste es el
Cáliz de mi Sangre” (III.78.3), cosa que como veremos, refrendará después el
Catecismo de Trento.
“Accipite et manducate ex hoc omnes. Hoc est enim corpus meum quod pro vobis tradetur.’’
(Tomad y comed todos de él. Éste es mi cuerpo, que será entregado por vosotros).
“Accipite et bibite ex eo omnes. Hic est enim Calix Sanguinis mei, Novi et Aeterni Testamenti,
( ) qui pro vobis et pro multis effundetur in remissionem peccatorum. Hoc facite in meam
commemorationem.’’ (Tomad y bebed todos de él. Éste es el Cáliz de mi Sangre, del Nuevo y Eterno
Testamento, ( ) que será derramado por vosotros y por muchos en/para remisión de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía).
La fórmula tradicional era muy parecida, pero con varias diferencias esenciales:
La fórmula tradicional para consagrar el Cuerpo era “Hoc est enim Corpus
meum”, “Éste es mi Cuerpo”. Es esencial porque marca la presencia real de Nuestro
Señor sobre el altar; sólo cuando se consagra el Cáliz, separando, en efusión mística,
la Sangre del Cuerpo, se produce la renovación del Sacrificio y sus efectos, ni un
segundo antes. Es por ello que, si un sacerdote muriere en el ínterin, caso que ya se ha
dado alguna vez, otro tendría que venir inmediatamente a consumar el Sacrificio, pues
la presencia real de Jesucristo bajo la especie de pan es cierta e indubitable. Al añadir a
la fórmula consacratoria tradicional, como esencial, el pegote de “quod pro vobis
tradetur” (“que será entregado por vosotros”), la cual también fue añadida por Lutero,
se genera una inadmisible confusión en torno al momento del sacrificio, que parece
ser simultáneo al de la presencia. Esta misma presencia –real- se desvanece desde el
momento en que la fórmula se refiere en exclusiva a aquel sacrificio original de Viernes
Santo, y no al Sacrificio Universal y Eterno, que se renueva sacramentalmente sobre el
altar cada vez que un sacerdote consagra el Cuerpo y la Sangre, sin que haya entrega
real de Cuerpo o de Sangre, ni sean éstos separados del Alma, al contrario de lo que sí
sucedió hace dos mil años, con lo que más que fórmula consacratoria eficaz, parece
que estamos más bien ante una fórmula de recuerdo laudatorio, rememoración
solemne o devoción del misterio de la Cena Pascual, al estilo judío y, más
dudosamente, del posterior sacrificio original. Y a este respecto el Santo Concilio de
Trento afirma tajantemente (Sesión 22, canon III) que:
“El augusto Sacrificio del altar no es, pues, una pura y simple conmemoración de la Pasión y
la muerte de Cristo, sino que es un sacrificio propio y verdadero.” (86).
La Institución General del Nuevo Orden de la Misa de 1969 deja sin embargo la
cuestión muy clara:
“La Misa es una Cena dominical, sinaxis sagrada, reunión del Pueblo de Dios bajo la
presidencia del sacerdote para celebrar el memorial del Señor.” (II, 7).
“La oración eucarística es una oración de acción de gracias y de santificación.” (II, 54).
“El empleo del latín, en uso en gran parte de la Iglesia, es un signo de unidad manifiesta de la
misma, y una protección eficaz contra toda corrupción de la doctrina original. Hay que reprobar la
audacia temeraria de aquéllos que deliberadamente introducen nuevas costumbres litúrgicas o
reviven ritos periclitados en desacuerdo con las leyes ahora vigentes.” (77).
El canon IX de la sesión 22ª del Concilio de Trento afirmaba por su parte que:
“Si alguno dijere que el uso de la Iglesia de pronunciar en voz baja una parte del canon de la
Misa y las palabras de la consagración debe ser condenado, sea anatema. Si alguno dijere que la Misa
no debe ser celebrada más que en lengua vulgar, sea anatema.”
Con la vía abierta tras el Vaticano II a las lenguas vernáculas en todos los
sacramentos en detrimento del latín, por vía de traducción, se ha llegado a cambios de
sentido, el principal de los cuales ha tenido lugar precisamente, y en sentido
claramente invalidante, en la fórmula de consagración de la Sangre en la Misa.
Efectivamente, el “multis” tradicional de dicha consagración, que no fue variado en
absoluto por Pablo VI, ha sido normal y comúnmente traducido por “todos” por la
práctica totalidad de las conferencias episcopales de todo el mundo. Para cualquier
estudiante de latín debería resultar evidente que “multis” se traduce por “muchos”, y
para el de griego, que el “polloi” del texto evangélico (porque Mateo y Marcos dicen
“muchos” y en ningún sitio se dice “todos”) se traduce del mismo modo. No faltan sin
embargo quienes afirman que en arameo se dice “todos” cuando se quiere decir
”muchos”, pero olvidan sin duda que no tenemos ningún evangelio en tal lengua.
“Pues si nos fijamos en su virtud, se debe confesar que Nuestro Salvador derramó su sangre
por la salvación de todos los hombres (Rom. 8, 32; 1 Tim. 2, 6). Pero si nos fijamos en el fruto que todos
los hombres obtienen de ahí, fácilmente comprendemos que la ventaja no alcanza a todos los hombres,
sino sólo a algunos. Por tanto, cuando dijo ‘por vosotros’ significaba o bien aquéllos que estaban
presentes, o bien aquéllos que había escogido de entre el pueblo judío, tales como eran sus discípulos.
Pero cuando añadió ‘por muchos’, quiso que se entendiera el resto de los que habían sido elegidos, ya
fueran judíos o gentiles. Y fue muy bien no decir ‘por todos’ porque aquí se trataba solamente de los
frutos de la Pasión la cual sólo a los escogidos reportó el fruto de la salud eterna.”
“Infunde ahora sobre éste tu elegido la fuerza que de ti procede: el espíritu de gobierno que
diste a tu amado Hijo Jesucristo, y que Él a su vez comunicó a los Santos Apóstoles, quienes
establecieron la Iglesia como santuario tuyo en cada lugar para gloria y alabanza incesante de tu
nombre”. (Pontificalis Romani. Fórmula actualmente vigente en la Iglesia Católica desde 1968).
”Recibid el Espíritu Santo, para el oficio y obra de Obispo en la Iglesia de Dios, que ahora se os
confiere por la imposición de nuestras manos”. (Book of Common Prayer, 1549).
“Si alguno dijere que en la Misa no se ofrece a Dios un auténtico y verdadero sacrificio, o que,
siendo ofrecido, no es otra cosa que Jesucristo que nos ha sido dado a comer, sea anatema”.
Lutero no admitía la remisión de los pecados a través del Sacrificio. Para él, no
había perdón posible para el Hombre, ya que, a lo más, podía aspirar a un apaño, a ser
cubierto en su inmundicia pecaminosa por la inmaculada capa de la misericordia de
Jesucristo, con lo que quedaba así “justificado” por sus pecados, pero no limpio de
ellos. En lógica con esta visión, todo aquello que en la Santa Misa tuviese que ver con
la idea de sacrificio propiciatorio y la remisión de los pecados fue sistemáticamente
expurgado de su “misa” protestante. En el Nuevo Orden de la “misa” de Pablo VI se
siguen idénticas medidas sin contemplaciones: el ofertorio es completamente
eliminado; las ofrendas a la Santísima Trinidad (Suscipe, Placeat tibi) desaparecen; el
prefacio de Ésta queda reducido a un solo día al año, cuando antes era el más habitual;
del Hanc igitur u oración votiva por quien se hacía el sacrificio, no queda ni rastro;
igualmente en cuanto a la absolución final: Misereatur vestri, Indulgentiam
absolutionem; y a otras tantas oraciones relacionadas con la Redención y el Sacrificio,
que desaparecen: Aufer a nobis, Munda cor meum, Perceptio corporis, Corpus tuum…
Si a esta fobia rabiosa hacia la remisión de los pecados a través del Sacrificio le unimos
la eliminación prácticamente completa de las menciones a la Iglesia Triunfante, a la
Comunión de los Santos, a la santísima Virgen y a los Apóstoles, Santos, Ángeles,
Pontífices, Vírgenes y Mártires (Confiteor, Communicantes, Libera nos, Nobis quoque
peccatoribus, preces finales…), el tufo protestante en la reforma litúrgica de Pablo VI
en 1969 resulta francamente insoportable.
C) LA EUCARISTÍA ASAMBLEARIA.
Acabamos con las palabras de Pío XII en su Mediator Dei y con una cita del
Concilio de Trento:
“Se alejan del camino de la verdad los que no quieran cumplir el Santo Sacrificio más que si
el Pueblo cristiano se reúne en torno a la santa mesa; y más se alejan aún los que, pretendiendo que
sea absolutamente necesario que los fieles comulguen con el sacerdote, afirman peligrosamente que la
Santa Misa no sólo es un sacrificio, sino una comida de comunidad fraterna, y hacen de la comunión
en común el punto culminante de la ceremonia.” (140).
“Si alguno dijere que por sus palabras ‘Haced esto en conmemoración mía’ Jesucristo no ha
hecho sacerdotes a sus Apóstoles, o no ha determinado que ellos y los demás sacerdotes ofrezcan su
Cuerpo y su Sangre, sea anatema.” (Canon II, sesión 7ª).
Una numerosa serie de detalles en la “misa” moderna nos indica que sus
autores no tenían mucha convicción en la presencia real sobre el altar del Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor en su sacrificio eucarístico. El término
clásico de transubstanciación o cambio de la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo
y la Sangre es deliberadamente omitido, y los de hostia, altar y sacrificio son
desplazados por los de alimento, mesa y cena, muy del gusto de Lutero éste último.
Acción de gracias, Misterio pascual, sinaxis sagrada, reunión del Pueblo de Dios,
celebración pascual, memorial del Señor, asamblea de fieles, Misterio de la Iglesia
reunida son otros ejemplos de la nueva jerga modernista del concilio Vaticano II para
referirse a lo que antaño era la Santa Misa, sacrificio propiciatorio con presencia real
de Nuestro Señor. De hecho, el uso de tal o cual palabra, o su no uso, o su cambio de
significado es sin duda reflejo de un estado de ideas que siempre acaba trayendo
consecuencias; no en vano Pío VI en su Auctorem fidei advierte de que:
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“Por esta Nuestra presente Constitución, que es válida a perpetuidad, hemos decidido y
ordenado, bajo pena de Nuestra maldición, que jamás nada sea añadido, recortado o modificado de
este Nuestro Misal que venimos a promulgar… el cual podrá ser seguido en cualquier iglesia que sea,
sin ningún escrúpulo de conciencia, y sin incurrir en castigo, condenación o censura algunos, y que se
podrá utilizar válida, libre y lícitamente a perpetuidad.”
“Que no haya en la Iglesia de Dios más que una sola forma de salmodiar y un solo rito para
celebrar la Misa.”
“Que no se canten ni se reciten otras fórmulas que aquéllas conforme al Misal que hemos
publicado.”
“Que ningún sacerdote tenga obligación de celebrar la Misa de otra manera diferente a como
Nosotros hemos fijado, y que jamás y en ningún tiempo que sea se le pueda obligar o forzar a
abandonar éste nuestro Misal, o a abolir o modificar la presente instrucción, sino que permanecerá
siempre válida y en vigor con toda su eficacia.”
“Que absolutamente nadie pueda derogar este decreto que expresa Nuestro permiso, Nuestra
decisión, Nuestra ordenación, Nuestro mandato, Nuestro precepto, Nuestra concesión, Nuestro indulto,
Nuestra declaración, Nuestra determinación y Nuestra prohibición, y que no se atreva a ir
temerariamente contra sus disposiciones, porque, si alguno se permitiere tal alteración, sepa que
atraería sobre sí la indignación de Dios Todopoderoso y de sus bienaventurados apóstoles Pedro y
Pablo.”
(Extractos de la bula Quo primum tempore de 1570, por la que el Papa San Pío V organiza
definitivamente y a perpetuidad la Santa Misa según los cánones de la sesión 22º del Santo Concilio de
Trento).
“Se verán entre vosotros maestros embusteros que introducirán sectas de perdición… por cuya causa
el camino de la Verdad será infamado.” (2 Pedro 2, 1).
“Vosotros, lo que oísteis desde el principio, que se mantenga entre vosotros.” (1 Jn. 2, 24).
“Pero aun cuando nosotros o un ángel bajado del cielo os anuncie un Evangelio fuera del que os
hemos anunciado, sea anatema.” (Gal. 1, 8).
“Pues cada árbol por su fruto se conoce, que ni de los espinos se cogen higos, ni de la zarza se cosecha
uva.” (Lc. 6, 44).
“Que vuestro modo de hablar sea ‘sí’ es ‘sí’, y ‘no’ es ‘no’, porque todo lo demás viene del Maligno.”
(Mt. 5, 37).
“Cuando el pastor se torna lobo, lo primero que ha de hacer el rebaño es defenderse.” (S. Cirilo de
Alejandría contra los nestorianos).
El fiel católico debe utilizar un precioso instrumento dado por Dios que es su
razón en relación con la Fe. Con la razón, sometida básicamente al principio de no
contradicción, más la doctrina propuesta desde siempre por la Iglesia, puede
identificar aquello que es contrario a la misma. Todo fiel, en cuanto que ser racional,
debe operar un juicio en su mente: la voz de la Iglesia, regla próxima de fe, le propone
al oído una sentencia de sujeto y predicado, que él debe creer, acatar y cumplir, por
razón de la autoridad revelante: Jesucristo a través de su Iglesia. Para ello debe
examinar la proposición que se le hace, entenderla y darla por buena, por verdad
revelada avalada por la Iglesia. En ese sentido, decimos que todo acto de fe es un acto
intelectual, y todo acto intelectual es capaz de discernir lo que es contrario a su objeto,
y así, si se diese el caso de que la Iglesia le propusiese una sentencia contraria a otra
que le fue planteada con anterioridad, surge la perplejidad, que debe resolverse
inmediatamente a favor de la sentencia más antigua, o si se quiere, tradicional. Esto
implica que el fiel debe desobedecer a la autoridad que en nombre de la Iglesia y
Jesucristo le propone la segunda sentencia, pero no debemos olvidar que con ello
obedece a la vez a la autoridad que le propuso la primera. Y la cuestión no es baladí,
porque de la asunción de la sentencia correcta depende la pertenencia a la Iglesia y la
salvación del fiel en cuestión.
b) El misterio de Ticonio.
Surge sin embargo la importante cuestión de aclarar cómo pueda ser posible que
de Pedro, Vicario de Cristo; de la Iglesia, su Cuerpo místico regido por Él y asistido por
el Espíritu; y de la unanimidad moral de todos los obispos legítimos del Orbe reunidos
en legítimo Concilio, pueda surgir una doctrina radicalmente contraria a la tradicional,
doctrina que por lo demás está infaliblemente condenada hasta la saciedad por
numerosos pontífices hasta 1958, y que indudablemente es disolvente de la Fe y
nociva y sumamente perniciosa para las almas, hasta tal punto de que el fruto que
cincuenta años después queda claro que ha dado es, sencillamente, la apostasía
general y silenciosa de la verdadera Fe católica.
Quien haya llegado hasta aquí en la lectura de este trabajo y quien conozca la
historia de la Iglesia en los últimos cien años no podrá negar la realidad de la terrible
contradicción, pero al mismo tiempo objetará, con razón, que es contrario a la Fe
afirmar esa contradicción en la Iglesia, porque ni Ésta ni Pedro pueden errar en tema
tan fundamental relativo a la Fe, ni dictar resoluciones ni leyes malas, ni mucho
menos llevar a la perdición a las almas por la prédica de errores y herejías. En
definitiva: hay contradicción patente y evidente, pero no es católico afirmarla en tales
términos. Luego habrá que plantearla en otros.
Sin embargo, no queda del todo claro que su contenido no sea fundamental
para la conservación, comprensión o defensa del depósito revelado, ni que sus
contenidos no afecten a la Fe o a la salvación, sino más bien lo contrario. Por otra
parte, Dei Verbum y Lumen Gentium se definen formalmente como constituciones
dogmáticas. En tercer lugar, Dignitatis Humanae se remite directamente en su
proposición principal sobre la libertad religiosa a la divina Revelación; y, finalmente,
el Magisterio ordinario universal presente hoy unánimemente en toda la Iglesia
visible, así como el de los últimos cincuenta años, es, en Pedro, en todos los obispos,
en todos los fieles sujetos a ellos y en todos los teólogos reconocidos por la Iglesia, el
del Vaticano II con todos y cada uno de sus errores y en ningún caso el Magisterio
anterior con su doctrina tradicional. Y en ese sentido hay pie para hablar de
infalibilidad a todos los efectos del Vaticano II en cuanto que Magisterio
extraordinario conciliar; y también se puede afirmar lo mismo en lo que se refiere a
su doctrina, en cuanto que ésta es Magisterio ordinario universal presente de la
única Iglesia visible.
“…Tenemos en cuenta lo que fue prometido acerca de la Santa Iglesia y a Aquél que dijo que las puertas
del Infierno no prevalecerían contra Ella, entendiendo por tales las lenguas mortales de los herejes…”
Papa Vigilio, 2º Concilio de Constantinopla).
“…Porque en modo alguno habría de ser vencida la Iglesia por las puertas del Infierno, es decir, por las
disputas de los herejes, que seducen a los vanos para su ruína” (S. León IX, D. 351).
“La sabiduría puede llenar los corazones de los fieles y silenciar la terrible insensatez de los herejes,
adecuadamente representados como las puertas del Infierno” (Santo Tomás, Introducción a la Catena
Aurea).
Resulta claro para cualquier católico que al final de los tiempos se producirá una
apostasía general, en términos de San Pablo (2 Tes. 2), y que tan sólo un reducto de
fieles guardará íntegra la fe de la Iglesia, un resto fiel de Israel en palabras de los
profetas, como Amós y Sofonías. Revelaciones de Nuestra Señora como las de La
Salette inciden en el mismo punto. La razón de la apostasía de los fieles católicos
parece que provendrá de la acción de los herejes dentro de la propia Iglesia, y en
especial en su cabeza, de modo que dicha acción se extendería de arriba hacia abajo
(“Roma perderá la Fe y será la sede del Anticristo”) como se deja claro además de en La
Salette en las revelaciones de Akita y de Garabandal (“Muchos cardenales, obispos y
sacerdotes van por el camino de la perdición y llevan a la misma a muchos fieles”) y
probablemente en el desconocido tercer secreto de Fátima (“En Portugal se
conservará siempre el dogma de la Fe…”, lo que parece indicar que en otros lugares no
será así). En ese sentido nos dice San Atanasio, quien vivió una situación parecida en el
s. IV, cuando la herejía arriana estuvo a punto de engullir a toda la Iglesia, incluído su
Papa, que “los católicos que se mantienen fieles a la Tradición, aun si son todos
reducidos a un manojo, ellos son la verdadera Iglesia de Jesucristo.” La Iglesia, por
tanto, no se define por el número de fieles, sino por la fidelidad de éstos, los muchos o
pocos que fueren, al depósito de la Fe y a la Tradición del Magisterio constante, así
como por su obediencia a una única autoridad que defienda y transmita sin mudanza
alguna lo recibido. La Iglesia terrena siempre será lo que es y ha sido hasta el fin del
mundo. Y esta afirmación entronca directamente con el tema de su visibilidad, que
pasamos a tratar a continuación.
La Iglesia fue fundada con unas notas visibles por Dios mismo a través de su
Segunda Persona de la Santísima Trinidad Jesucristo, quien la gobierna, asiste y
ampara en primera instancia, junto con la Santísima Virgen y San José, e impulsada
posteriormente por la acción de la Tercera, el Espíritu Santo. Esas notas visibles se
resumen en la cita una, santa, católica, apostólica y romana, y del mismo modo en el
esquema del Catecismo: el Credo, los Mandamientos y los Sacramentos.
Sólo hay una Iglesia, y es la fundada por Jesucristo, no por hombres como
Lutero, Buda, Miguel Cerulario o Mahoma, y extendida después a todo el mundo. Es
una Iglesia de la que manan frutos, obras y personas santas (aunque pueda haber
ramas muertas por el pecado que sin embargo siguen siendo miembros visibles de la
Iglesia) por obra de unos sacramentos comunes transmisores de gracia (comunión de
los santos) establecidos por su Divino Fundador, en especial el Santo Sacrificio de la
Misa, y se gobierna jerárquicamente por los sucesores directos y sin discontinuidad
de los apóstoles de Jesucristo, creyendo, conservando y transmitiendo íntegra su
Revelación, bajo la autoridad única de Pedro, obispo de Roma.
La visibilidad implica, por tanto, como ya dijimos, que la Iglesia siga siendo lo
que fue desde el principio, en relación con estas notas visibles e inmutables. Es
indiferente que haya más o menos fieles, que queden más o menos sacerdotes u
obispos, o que haya o no un Papa en Roma o donde fuere. Puede existir una sede
vacante durante meses o años, puede haber antipapas, pésimos obispos, o cualquier
situación complicada o delicada como ya la hubo, como la hay, y como la puede seguir
habiendo en el futuro. Lo importante es que las notas visibles permanezcan entre los
fieles que sean, que se haga, ante todo y como primer principio fundamental,
profesión pública de la misma Fe tradicional de siempre, que se haga la Misa de
siempre, que se guarden los mandamientos y sacramentos de siempre, que se
mantenga el sacerdocio, el episcopado y el pontificado y la organización divina de la
Iglesia, aunque no haya sacerdotes, obispos ni papas. La Iglesia de Japón sobrevivió
cerca de trescientos años sin obispos, sin sacerdotes y sin más sacramentos que el
bautismo y el matrimonio (que no necesitan presencia sacerdotal) porque sus fieles
mantuvieron sin cambio lo esencial de las notas de visibilidad, porque no renunciaron
a sus principios fundamentales, aunque no pudieran materializarlos en muchos casos.
Sabemos además que al final de los tiempos el sacrificio perpetuo será abolido
(Daniel 12, 11) sin que esto obste para la continuidad de la Iglesia. También sabemos
que al tiempo de la segunda venida la fe estará prácticamente extinta (Lucas 18, 8), lo
que confirma un número escaso de fieles en todo el mundo. San Malaquías habla de
un último Papa, el de la Gran Tribulación, al tiempo de esa segunda venida y de la
destrucción de Roma, con lo que se abre la posibilidad de un largo tiempo de sede
vacante, dadas las circunstancias sumamente adversas que se vivirán. Y recordemos
que la parte revelada del tercer secreto de Fátima habla de obispos, cardenales y un
gran número de fieles asesinados en una gran ciudad y de un Papa fusilado por
soldados.
Dejemos que hablen los textos que al respecto hemos recogido, y que inspiren al
lector:
“Donde está Pedro, allí está la Iglesia.” (Testem Benevolentiae, citando a S. Ambrosio, León XIII, 1889).
“Como la Iglesia es un cuerpo, es visible a los ojos.” (Satis Cognitum, León XIII, 1896).
“Nunca, en el transcurso de los siglos, se contaminó esta mística Esposa de Cristo, ni podrá
contaminarse jamás.” (Mortalium Animos, Pío XI, 1928).
“Esta Sede de S. Pedro permanece siempre intacta de todo error según la promesa de nuestro divino
Salvador (Lc. 22, 32).” (Concilio Vaticano I, D. 1836).
“Los obispos pierden el derecho y el poder de gobernar si se separan de Pedro y de sus sucesores… Por
la misma razón quedan excluídos del rebaño que gobierna el Pastor Supremo y desterrados del Reino…
Nadie, pues, puede tener parte en la autoridad si no está unido a Pedro, pues sería absurdo pretender
que un hombre excluído de la Iglesia tuviera autoridad en Ella.” (Satis Cognitum, León XIII, 1896).
“El apóstata de la Fe y el hereje… incurren en excomunión latae sententiae (inmediata y sin declaración
previa).” (Código de Derecho Canónico de 1983, canon 1364,1).
“Considerando la gravedad particular de esta situación y sus peligros, al punto que el Romano Pontífice
que en la tierra es Vicario de Dios Nuestro Señor, y que ha recibido plena potestad sobre pueblos y
reinos, y a todos juzga y no puede ser juzgado por nadie, si fuese sorprendido en la desviación de la Fe
podría ser acusado; y dado que donde surge un peligro mayor, ahí es preciso resolver con mayor
diligencia, para que los falsos profetas y otros personajes que detentan las jurisdicciones seculares no
tiendan lamentables lazos a las almas simples, y arrastren consigo a la perdición eterna a pueblos
innumerables sometidos a su cuidado, y para que no acontezca algún día que nosotros veamos en el
lugar santo la abominación de la desolación predicha por el profeta Daniel…” (La abolición del sacrificio
perpetuo, y los dos altares de 1 Mac. 1, 62: “sacrificabant super aram quae erat contra altare”).
“Los prelados y Papas que resulten haberse desviado de la Fe Católica antes de su promoción, están
absolutamente privados de toda autoridad y oficio, y su promoción es inválida, y no puede ser
revalidada. Debe en este caso permitirse a los súbditos desistirse de la obediencia y fidelidad,
impunemente. Los que no desistan de la lealtad y obediencia a estos herejes de este modo promovidos e
instalados actúan, por así decirlo, como desgarradores de la túnica del Señor, y serán sujetos a penas y
castigos…”
“Los súbditos, no obstante, permanecen unidos por la lealtad y obediencia a futuros obispos,
arzobispos, patriarcas y primados, y al futuro Romano Pontífice que atienda a su ministerio de una
manera canónicamente correcta.” (Bula Cum ex Apostolatus Officio de Pablo IV, 1559, válida a
perpetuidad).
“El Romano Pontífice, si cayere en herejía notoria y públicamente divulgada, por el mismo hecho y aun
antes de cualquier sentencia declaratoria de la Iglesia, queda privado de su potestad de jurisdicción…
Porque no puede ser cabeza de la Iglesia quien no forma ya parte de su Cuerpo… Esta es la sentencia
más común y cierta.”
“El Papa hereje manifiesto deja por sí mismo de ser Papa y cabeza de la Iglesia, del mismo modo que
deja por sí mismo de ser cristiano y miembro del cuerpo de la Iglesia, y por eso puede ser juzgado y
punido por la Iglesia. Esta es la sentencia de todos los antiguos Padres, que enseñan que los herejes
manifiestos pierden inmediatamente toda jurisdicción.”
“Cuando el Papa es explícitamente un hereje cae ipso facto de su dignidad y fuera de la Iglesia” (S.
Francisco de Sales, La controversia católica).
“Yo prometo no cambiar nada de la Tradición recibida tal como la he hallado guardada antes que yo
por mis predecesores gratos a Dios, y en nada de ella inmiscuirme, ni alterarla, ni permitirle innovación
alguna. Juro, al contrario, con afecto ardiente, como su estudioso y sucesor fiel de verdad, salvaguardar
reverentemente el bien transmitido… Juro guardar los sagrados cánones y decretos de nuestros Papas
como si fueran la ordenanza divina del cielo… Juro a Dios Todopoderoso y a Jesucristo Salvador que
mantendré todo lo que ha sido revelado por Cristo y sus sucesores y todo lo que los primeros concilios
y mis predecesores han definido y declarado… que mantendré…la disciplina y el rito de la Iglesia… En
consecuencia y sin exclusión, sometemos a severísima excomunión a quienquiera, ya sea Nos u otro,
que osare emprender novedad alguna en contradicción con la constituída Tradición evangélica y la
pureza de la Fe…” (Liber diurnus Romanorum Pontificum. Juramento atribuído al Papa S. Agatón en el s.
VII, y de probable uso anterior; ha sido pronunciado por todos los Pontífices hasta Pablo VI).
“Los enemigos llenos de astucia han colmado de oprobios y amarguras a la Iglesia, esposa del Cordero
Inmaculado, y le han dado a beber ajenjo, y sobre sus bienes más sagrados han puesto sus manos
criminales para realizar todos sus impíos designios. Allí, en el lugar sagrado en el que está constituída la
Sede del beatísimo Pedro y Cátedra de la verdad para iluminar a los pueblos, allí colocaron el trono de
la abominación de su impiedad, para que, con el designio inicuo de herir al Pastor, se dispersen las
ovejas… Dígnate auxiliarnos contra Satanás y todos los otros espíritus inmundos que recorren la tierra
para dañar al género humano y perder las almas…”. (Oración instituída por León XIII en 1888 para ser
rezada al final de todas las misas. Se cambió a su versión corta en 1934 y continuó rezándose hasta el
Concilio Vaticano II).
“Hijos míos, es la última hora y, según oísteis que el anticristo viene, ahora pues han aparecido muchos
anticristos, de donde conocemos que es la última hora. De nosotros salieron, mas no eran de
nosotros… ¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesucristo sea el Mesías? Éste es el anticristo…
todo el que niega al Hijo y con ello niega al Padre… Que se mantenga entre vosotros lo que oísteis
desde el principio… y así también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre.” (1 Jn. 2, 18-26).
“Todo espíritu que rompe la unidad de Jesús no es de Dios, y éste es el espíritu del anticristo, el cual
habéis oído que viene, y ahora ya está en el mundo… Ellos del mundo son, por eso hablan inspirados
por el mundo, y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios, y el que conoce a Dios nos escucha, y el
que no es de Dios no nos escucha. De esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu de la
seducción.” (1 Jn. 4, 3-6).
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“Reprobamos la impiedad de quienes cierran a los hombres la entrada en el Reino de los cielos, cuando
aseguran bajo falsos pretextos que es deshonroso y no es en modo alguno necesario para la salvación
abandonar la religión falsa en la que uno ha nacido y ha sido educado e instruído; y cuando dicen que
perjudica a la propia Iglesia el presentarse como la única religión verdadera, así como el proscribir y
condenar a todas las religiones y sectas separadas de su comunión, como si fuera posible la
participación entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y Belial.” (Primer esquema preparatorio del
Concilio Vaticano I).