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La educación ambiental. Elementos generales para la definición
de enfoques integrados en la educación básica
Edgar González Gaudiano*
En el marco de los acontecimientos mundiales de los últimos años, los problemas
ambientales han ocupado una posición relevante. La Cumbre de Río de 1992
representó un importante esfuerzo por otorgar un mayor peso político a esta temática,
y aunque sus resultados inmediatos han suscitado múltiples controversias, sus
verdaderos efectos empezarán a mostrarse en el mediano plazo. El Congreso Mundial
en Educación y Comunicación sobre Ambiente y Desarrollo celebrado en octubre, en
Toronto, Canadá y el Congreso Iberoamericano de Educación Ambiental realizado en
Guadalajara, Jalisco, en noviembre del mismo año, constituyen algunos de los
primeros grandes intentos post-Río para poner en claro los rumbos que habrán de
seguirse en materia de educación ambiental.
Es fácil observar, dentro del conjunto de campos emergentes en relación con el medio
ambiente, cómo la educación ambiental ha adquirido una patente internacional cada
vez más definida y estable, y comienza a afirmarse como un campo de acción
pedagógica, cuyo relevante papel nadie cuestiona, en tanto componente indispensable
de los procesos de gestión ambiental, de cambio tecnológico y de la nueva juris-
prudencia. Sin embargo, como ocurre con todos los distintos procesos educativos, no
existen fórmulas universales; es preciso analizar las condiciones y características
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* Ingeniero químico, tiene el grado de doctor en Ciencias de la Educación; ha brindado asistencia técnica a proyectos
de universidades nacionales y a gobiernos y universidades latinoamericanos, particularmente de Nicaragua, El
Salvador, Ecuador, Chile y Brasil. Ha sido consultor del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y de la UNESCO
para estudios orientados a la consolidación de la educación ambiental. También ha sido invitado oficialmente para
intercambiar experiencias en España, Francia y Estados Unidos. Ha sido miembro del consejo de Directores de la
Asociación Norteamericana de Educación Ambiental (NAAEE) y del Centro Ambiental Latinoamericano de Estudios
Integrados para el Desarrollo Sostenible. Durante 1994 funge como presidente del Memorándum de Entendimiento en
Educación Ambiental entre México, Estados Unidos y Canadá. Actualmente se desempeña como director de Educación
Ambiental del Instituto Nacional de Ecología. Ha publicado seis libros y más de treinta artículos sobre el tenla de la
educación ambiental y el currículum.
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específicas donde dichos procesos tienen lugar, a fin de determinar las estrategias
más adecuadas para obtener buenos resultados.
Esto es válido, desde luego, en cuanto a la educación ambiental. Hemos visto en
diferentes eventos los grandes adelantos y los maravillosos recursos que se ponen al
servicio de los procesos de educación ambiental. La informática, la tecnología
espacial y los medios electrónicos de comunicación masiva se aplican eficientemente
para inducir modificaciones en las pautas de conducta de los habitantes de los países
del Norte. Resulta un disfrute ver las calles limpias, el agua potable brotando de la
tubería y las áreas verdes urbanas perfectamente diseñadas de acuerdo con los
principios de la arquitectura del paisaje. Todo esto nos perturba y nos genera
pensamientos confusos y contradictorios.
Algunas de nuestras primeras ideas se dirigen a informamos sobre cuáles son los
materiales y procedimientos empleados para formar una ciudadanía tan educada. Pero
una reflexión más profunda nos conduce necesariamente a concluir que las
diferencias entre nuestros pueblos no son sólo educativas. Existen factores de base
que explican más cualitativamente las desigualdades observadas. El mundo se mueve
en términos de una relación «80-20»: el 80% de la población mundial consume el 20%
de los recursos planetarios y viceversa. Este sencillo dato numérico contiene una
urdimbre de complejos factores de raíz histórica, que permite comenzar a entender
por qué unos pocos tienen mucho y por qué tantos tienen tan poco.
Lo anterior, creo yo, debe ser el punto de partida de nuestros procesos de educación
ambiental dentro de los marcos de la escolarización; no para envenenar conciencias,
sino para luchar por una relación más equitativa, justa y evitar, por un lado, la
proliferación de proyectos educativos de corte ingenuo que se sustentan más en la
forma que en el contenido y que soslayan las verdaderas causas de los problemas y,
por otro, el maniqueísmo puritano de muchos grupos que emprenden campañas para
recabar fondos para la protección de una especie en peligro de extinción, pero son
incapaces de conmoverse ante los datos que publica la UNICEF sobre la
morbimortalidad infantil en los países en desarrollo.
No puedo pensar en una educación ambiental al margen de las desigualdades y las
carencias sociales. Una educación centrada en un conservacionismo a ultranza es
una educación estéril y esterilizante. Nuestros países del Sur poseen la mayor parte
de los recursos biológicos del planeta. Cinco paí ses han sido denominados como
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megadiversos; ellos concentran más de la mitad de todas las especies del planeta. Todos
ellos se encuentran en regiones tropicales; es decir, son países en desarrollo. Sólo
México tiene más especies que los Estados Unidos y Canadá juntos, con un territorio
que representa apenas el 10% de la suma de estos dos países, pero con un Producto
Nacional Bruto por habitante que no es ni la sexta parte del de aquellos.
Este es el enfoque que desearíamos tuviera el nuevo rostro de la educación ambiental en
México. Se han dado pasos en este sentido, dirigidos a organizar a los más de 600
grupos que se encuentran dispersos y aislados a lo largo del territorio nacional. Pero
persisten muchos problemas de diversa índole, económicos sobre todo, si bien creo que
no son los que más nos preocupan. Quisiéramos poder integrar el trabajo de aquellos
que, sin tener una formación universitaria, han desarrollado una labor importante a partir
de un enorme compromiso con su pueblo y con su tierra. Me refiero a los campesinos, a
los indígenas, a los luchadores urbanos, cuyo papel a menudo no es suficientemente
valorado sólo porque no pueden enunciamos sofisticados conceptos, aunque muchas
veces los dominan en la práctica mejor que nosotros y cuya propia vida cotidiana es
mucho más congruente con los preceptos ambientalistas.
Quisiéramos también poder tener un enfoque más integrado, que vinculara la gran
capacidad desarrollada por los profesionales de las ciencias naturales que se han
incorporado al trabajo de la educación ambiental, con la de aquellos provenientes de las
ciencias sociales y de las humanidades que comienzan a descubrir la valiosa veta en este
campo. Ambas aportaciones son fundamentales para construir propuestas más acordes
con nuestras necesidades.
Pero en cuanto a la educación ambiental y al papel que deben desempeñar las
instituciones educativas en este proceso, particularmente en lo que respecta a la
educación básica para adultos —tema del presente Encuentro—, me permitiré esbozar
algunas ideas generales orientadas a propiciar la reflexión en torno a las aportaciones de
la educación ambiental en la definición de las necesidades educativas.
Si bien podría decirse que los contenidos sobre el ambiente han formado parte del
tradicional currículum escolar dentro de lo que ha constituido el área de las Ciencias
Naturales, la educación ambiental como campo educativo es reciente, no sólo en
México sino en el mundo. De hecho, la patente internacional respectiva fue otorgada
en 1972, al formar parte de una de las resoluciones de la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre el Medio Humano, celebrada en Estocolmo y que dio origen al Programa
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Internacional de Educación Ambiental (PIEA), administrado conjuntamente por la
UNESCO y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
A partir de esa fechase han realizado numerosas reuniones internacionales, regionales
y nacionales para definir los principios básicos y aproximaciones metodológicas de la
educación ambiental, desde diferentes posiciones epistemológicas e ideológicas. El
nuevo campo de la educación ambiental aparece, sin embargo, con una gran
diversidad de problemas no resueltos que remiten no sólo a la carencia de respuestas
teóricas y didácticas, sino incluso al papel que ella misma desempeña dentro del
conjunto de conflictos de intereses que atraviesan de raíz los problemas ambientales,
locales y globales.
La educación ambiental es entendida demasiado a menudo como enseñanza de la
ecología, o se le restringe a un conjunto de acciones dirigidas a formar opinión sobre
los problemas ambientales y a motivar la participación pública. Lo cierto es que el
campo como tal presenta una serie de confusiones derivadas de su surgimiento,
eminentemente empírico; del hecho de que han sido profesionales de las ciencias
naturales y no de la educación, quienes han contribuido principalmente a la
sustentación de las propuestas y, recientemente, al surgimiento del variado espectro
de organismos y entidades públicas, privadas y sociales que, montados en la
creciente preocupación sobre los problemas ambientales, han capitalizado el
momento «pintando de verde» desde bienes y servicios hasta políticas y proyectos.
La educación ambiental constituye un campo con múltiples potencialidades y puede
verse, cuando menos, desde tres diferentes vertientes. Desde el espacio escolar, la
educación ambiental ofrece la posibilidad de articular áreas del currículum que
regularmente se encuentran segmentadas, en virtud de las características propias de
insertase que tiene lo ambiental, donde concurren las disciplinas sociales, naturales y
tecnológicas. Como estrategia de concientización pública, la educación ambiental
representa una respuesta a un conjunto de demandas de actualidad ante la crisis
ambiental que se vive en diferentes órdenes, resultante de la imposición de ciertos
estilos de desarrollo. Y, por último, la educación ambiental también puede verse en la
perspectiva de la formación de cuadros profesionales y especialidades para la
prevención y resolución de problemas ambientales específicos. Vertiente a la que
también se denomina formación ambiental.
No obstante, el desconocimiento de los procesos educativos asociados a cada una
de estasvertientesesmanifiesto.En el caso de los procesos escolarizados, la educación
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ambiental se ha expresado generalmente en la adición de contenidos ecológicos a
algunos programas de estudio y en la realización de eventuales campañas,
excursiones, itinerarios y otras «actividades ambientales». No se cuenta con
estrategias apropiadas de diseño del currículum, que incorporen lo ambiental como
un eje de vertebración de contenidos y métodos de enseñanza, que contribuyan a
generar esas totalidades de sentido deseables para que el estudiante pueda desarrollar
una mejor interpretación de la realidad.
En relación con la vertiente de concientización pública destaca la ausencia casi total
de proyectos de evaluación de impacto social de las campañas y acciones
emprendidas. Algunas actividades de educación ambiental sobre la protección de
especies o áreas naturales han estado vinculadas a proyectos de investigación, pero
éstos se refieren más a estudios ecológicos que educativos. Experiencias importantes,
en este sentido, son las desarrolladas por la Red de Educación Ambiental Popular
perteneciente al Comité de Educación de Adultos para América Latina (CEAAL),
cuyo punto focal para México y América Latina es el Centro de Estudios Sociales y
Ecológicos (CESE), con sede en Pátzcuaro, Michoacán. Dos líneas básicas se derivan
de estos trabajos: un diagnóstico de quienes se encuentran trabajando en el campo y
el análisis de los sujetos de la educación popular en general y de la educación
ambiental en particular. En este mismo sentido, el Grupo de Apoyo a Pescadores,
integrado por diversos organismos no gubernamentales, también pretende iniciarse
en la evaluación y recuperación de experiencias de educación ambiental integradas a
proyectos productivos con pescadores.
Es en la tercera vertiente donde se presenta un mayor avance. Un estudio
desarrollado por la Dirección General de Investigación y Desarrollo Tecnológico del
Instituto Nacional de Ecología de SEDESOL, permitió identificar la oferta educativa
de estudios ambientales en el país a nivel superior. Los resultados de una segunda
edición están por publicarse en la forma de un directorio comentado sobre la
situación actual y las tendencias existentes. Se cuenta con un registro de 446
programas académicos de 80 instituciones nacionales de educación superior.
Si bien el incremento de proyectos de educación ambiental en la educación superior
ha sido notable en los últimos años, este fenómeno no ha corrido paralelamente con
un reforzamiento equivalente en el currículum de la educación básica en el país.
Dentro del programa de modernización de la administración federal que está por
concluir, los aspectos ambientales fueron tomados en cuenta de manera definida,
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dentro de la educación básica, solamente en el área de Ciencias Naturales -y por los
mismo, con un enfoque que se inclina hacia lo ecológico-; aunque ninguno de los
libros de texto que se elaboraron en esta área, como resultado de la convocatoria
emitida para tal efecto, fueron finalmente publicados.
Lo anterior nos deja con un balance bastante negativo sobre el papel de la educación
ambiental dentro de los niveles básicos de escolarización; ello pese a que dentro del
discurso institucional la preocupación por el mejoramiento de las condiciones
ambientales del país vaya en aumento. Se requiere, por tanto, impulsar el campo de
la educación ambiental dentro de los procesos escolarizados del nivel básico, para
que las instituciones educativas respondan mejor y con más agilidad a uno de los
principales intereses y necesidades de nuestro tiempo.
Bibliografía
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