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CAPÍTULO 1
Tierras Altas, Escocia. Año 1370 DC.
Fue sólo un toque de su mano al pasar; la menor y más breve de las caricias,
pero prohibida, aunque ella lo deseaba. Al levantar la mirada, se encontró con la
suya y vio algo allí que no esperaba ver. Su garganta se apretó y su boca se secó,
sin permitir dejarle salir las palabras.
–Elizabeth – susurró, mientras frotaba su pulgar por la parte interior de su
palma.
El sonido de su nombre pronunciado en voz baja y ronca le envió escalofríos
por todo el cuerpo y animó su corazón. Elizabeth MacLerie disfrutaba de las
sensaciones a sabiendas de que nada de eso podía continuar.
Con la partida de ajedrez terminada, se levantó del taburete y se apartó de la
mesa esperando que ella lo siguiera. Y, maldito sea su corazón, lo hizo. Tratando
de dejar de lado su nerviosismo, Elizabeth comprendió que algo había cambiado
entre ellos, después de la inocente caricia de James.
Una línea había sido cruzada, aunque los dos eran conscientes de que no
tenían permitido atravesarla. Pero tan sólo con una caricia y un susurro sensual,
había claudicado.
Había estado enamorada antes, sólo una vez, y había sido como una tormenta
salvaje, llena de necedad y peligro. Esta vez, el amor la había hipnotizado,
sorprendiéndola, tranquilo y silencioso. Aunque, el peligro se mantenía como una
constante.
Elizabeth siguió a James, con la esperanza de hablarle, pero su padre le llamó,
y él acudió a la convocatoria de su progenitor que estaba con Ciara Robertson
involucrado en alguna discusión.
Ahora, los dos estaban viviendo el cielo y el infierno. Mirándole a los ojos, vio
la necesidad implícita en sus iris azules.
El corazón le latía con fuerza y su cuerpo le dolía cada vez que hablaban. Su
manera tranquila y sus provocaciones deliberadas apelaban a esa parte de ella que
deseaba evitar la calamidad que había amenazado su felicidad y su lugar en la
familia justo un año antes. Su actitud amable y cuidadosa, nunca se sobrepasaba,
nunca exigía, más bien le prometía que la vida a su lado sería dichosa y feliz. Ahora
con los planes del viaje a Lairig Dubh para pasar tiempo en su compañía estaba
casi convencida de que todo se resolvería a su favor.
Podía esperar.
Pero lo que hizo fue mirarle para convencerse de que había entrado en el
reino del infierno. James Murray estaba prometido y a punto de casarse con su
mejor amiga, Ciara Robertson y no con ella. Elizabeth fue la primera en apartar la
mirada cuando Ciara reclamó su atención una vez más.
Su prometida. Su amiga más cercana.
Si no hubiera estado observándolos en ese momento, se habría perdido la
mirada que Ciara lanzó en otra dirección. Elizabeth no tuvo que esforzarse por
descubrir quién estaba de pie en el extremo de la sala. La expresión que se dibujó
en el rostro de Ciara era una mezcla de nostalgia, amor y pérdida, y eso significaba
que Tavis MacLerie estaba allí.
No sorprendería a Elizabeth oír la voz severa del padre Micheil resonando en
la iglesia advirtiéndoles a todos del precio de los pecados cometidos y los que tan
ansiosamente cometerían si se les daba la oportunidad, ya que lo único que
mantenía sus díscolos anhelos pecaminosos bajo control era el compromiso a
mantener el honor y la honradez.
Ciara se había desprendido de una serie de compromisos matrimoniales y
Elizabeth comprendía, por qué estaba decidida a seguir adelante con éste. No
porque amara a James, ya que no era así, sino para cumplir la promesa hecha a
sus padres y a todos los demás que dependían de su matrimonio y de los
beneficios que traería la alianza de las dos familias.
James era el heredero de su padre y William Murray necesitaba ese ventajoso
matrimonio para mantener las posesiones de su familia y hacer alianzas con los
poderosos clanes MacLerie y Robertson. James entendía las razones por las que se
requería ese enlace, sin importar la dirección que deseara tomar su corazón.
Tavis MacLerie había enterrado una esposa y tratado a Ciara como amiga, sin
darse cuenta de que sus verdaderos sentimientos tenían poco que ver con la
amistad. Elizabeth había vivido cada etapa de su relación, desde la angustia
tumultuosa de Ciara cuando le pidió que se casara con ella y él la había rechazado,
hasta el día en que aceptó la oferta de matrimonio de James, renunciando a toda
esperanza de desposarse con Tavis. Aunque ahora, observando su rostro,
Elizabeth supo que lamentaba no haber aceptado su oferta y su amor, porque
amaba a Ciara, aunque no lo admitiera.
Así, que en lugar de seguir los dictados de su corazón, todos ellos cumplían
con sus lealtades y compromisos. Todos acabarían casados con alguien a quién no
amaban en aras del honor.
Elizabeth reconocía que aunque James era libre de casarse con quién quisiera,
ella no era la mujer que sus padres deseaban para su matrimonio. Sus propios
padres ofrecían una pequeña dote y no tenían las conexiones elevadas que ofrecía
Ciara.
Y, si la noticia de su desgracia de un año atrás saliera a la luz, la vergüenza le
impediría ser suya. Aunque Connor había prometido proteger su reputación, la
preocupaba que su comportamiento y los resultados se hicieran públicos. Si los
padres de James se enteraran de su traspié, nunca la permitirían convertirse en la
esposa de su hijo.
Ante el resultado inevitable, Elizabeth decidió disfrutar de los pocos
momentos de felicidad que podía arrebatar y recordarlos... para siempre. Los
siguientes días, en el viaje de regreso a su hogar, le proporcionarían varias
ocasiones especiales y las iba a atesorar.
Pero, cuando llegaron a Lairig Dubh, Elizabeth comprendió cómo serían las
cosas, aunque su corazón se negara a aceptarlo.
* * *
Lairig Dubh. Tierras del clan MacLerie
Cuando sus ojos ámbar brillaron con ira, James Murray pudo entender por
qué a Connor MacLerie todavía se le llamaba la Bestia de las Highlands. Y, por
desgracia, la ira de la Bestia estaba dirigida directamente a James.
–Estas preguntas que haces llegan con bastante retraso… ¿No es cierto,
James? – El tono de voz calmado del laird no hizo nada para aplacar la sensación
de inminente peligro de James.
Connor se levantó entonces, se acercó a la gran ventana que daba al patio y se
quedó en silencio unos momentos. James sintió la necesidad de confesar sus
pecados durante esa pausa, pero recitó las palabras detrás de sus dientes y esperó
la respuesta del laird. Cuanto menos se diga, menos transgresiones se revelarán.
–Si tienes preocupaciones acerca de tu próxima boda, sólo sé que muchos
matrimonios se enfrentan a comienzos más desagradables que éste – dijo sin
hacer frente a James. – Por ejemplo yo con Lady Jocelyn.
Una descripción sutil para una situación conocida por toda la región de las
Tierras Altas y la mayor parte de las Tierras Bajas también. Según la historia,
después de haber matado a su primera esposa por no darle un hijo, Connor
MacLerie había forzado el matrimonio con Jocelyn MacCallum a cambio de la vida
de su hermano. Desagradable no habría sido la palabra que James elegiría para
describir esa situación, pero no cuestionaba la elección de Connor.
–Ciara Robertson no parece una carga tan pesada que un hombre no pueda
soportar. Ella es preciosa, bien hablada, educada, amable... y rica. La mayoría de
los hombres lucharían por su mano en matrimonio – dijo Connor mientras se
volvía para enfrentar a James. – Antes de adoptar cualquier conducta, debes estar
seguro del camino que estás tomando. ¿Has considerado el precio para tu familia?
¿Para tu reputación? ¿Para la muchacha?
¿Tenía razón? ¿Podría romper el compromiso matrimonial y enfrentar todas
las consecuencias de esa acción? ¿Expondría a Elizabeth al repudio que ocasionaría
tal decisión? Estaba a punto de asentir con la cabeza cuando el laird hizo la
pregunta fundamental y más reveladora para él.
–¿Hay una mujer envuelta en la cuestión?
¿Podía Connor leer sus pensamientos? James había compartido más detalles
de su dilema con Lady Jocelyn, pero no con Connor. Ella había sugerido que
hablara con el laird para ver qué se podía hacer. ¿Se atrevería a confesar todo al
hombre que podría destruirle con sólo una palabra?
–Elizabeth – dijo James en voz baja antes de enfrentarse a esa mirada
intimidante una vez más. Entonces, dijo su nombre una vez más. –Elizabeth
MacLerie.
–¿La mejor amiga de Ciara? – preguntó Connor.
James hizo una mueca ante el tono en la voz del laird mientras asentía.
No le hacía feliz saber que rechazaría a Ciara. A decir verdad, era una
muchacha atractiva. Inteligente. Experta en números y lenguas. Entrenada en los
registros contables por su padrastro. Un verdadero regalo para el hombre que se
casara con ella. Pero durante el viaje de regreso a su casa, de vuelta para su boda,
su corazón había sido robado por otra.
Elizabeth era el contraste perfecto con Ciara. Con inmenso amor y lealtad le
había confesado que el corazón de Ciara pertenecía a otro hombre y también
había reconocido los sentimientos que crecían entre ellos y la fuerza de los
mismos. Ahora, sin embargo, después de ver la tristeza creciente en los ojos de su
prometida cuando su matrimonio se aproximaba y reconociendo su propia
tristeza, supo que tenía que tomar medidas para evitar la angustia de ambos.
Sin importar su precio.
–Sí, la amiga de Ciara. Laird, pero no fue algo que planeamos…
–No puedo creerlo – dijo Connor bruscamente. –¿Elizabeth sabe que estás
aquí? ¿Hablando conmigo de este asunto?
Ah, ahí estaba el problema, aún no lo había consultado con Elizabeth. Habían
hablado de sus sentimientos en voz baja durante la oscuridad de la noche, cuando
podían pasar juntos algún tiempo. Y otras veces durante el viaje. Pero no había
reunido el coraje hasta esta mañana, con la boda acercándose rápidamente.
–Yo... – No podía pensar en cómo responder.
Connor levantó la mano para detenerlo.
–No puedo tomar esta decisión por ti y no voy a hacértelo más fácil tampoco.
Puede haber muchos problemas, serios problemas y con efectos posiblemente
mortales, por renegar de tu deber hacia tu familia y su honor, James. Si mi esposa,
blanda de corazón, te llevó a creer que te apoyaría en esto, debes saber que se ha
equivocado.
El estómago de James se encogió ante sus palabras a pesar de haber
considerado todas esas cosas antes de poner un pie en la sala. Las expresiones de
la señora habían sonado prometedoras o ¿quién sabe si había oído simplemente
lo que quería?
–Otros hombres se han enfrentado a este mismo problema y han tomado sus
propias decisiones, como debe ser.
Connor se puso de pie. La discusión había llegado a su fin. Connor MacLerie,
Conde de Douran, le había escuchado y ya no diría nada más.
James lo intentó.
–¿Vas a hablar de esto con mis padres? – preguntó.
–¿Qué les diría? Sólo viniste a buscar mi consejo. Ni más, ni menos.
Sin nada más que decir James salió de la sala. Tenía mucho que hacer, pero
más que eso tenía que tomar una decisión.
Al salir de la torre del homenaje, mientras consideraba su siguiente paso,
sabía que su mente y su corazón ya se habían decidido.
Sólo faltaba que Elizabeth estuviera de acuerdo.
CAPÍTULO 2
Elizabeth MacLerie paseaba por el pequeño claro tratando de ordenar sus
sentimientos y pensamientos sobre su relación con James. La culpa crecía en su
corazón cada vez que le miraba y pensaba en su amiga. Tanto, que consideraba la
posibilidad de hablar con el padre Micheil y confesar sus pecados de orgullo y,
peor aún, codicia y lujuria, al hombre santo. Colocando su pelo sobre un hombro,
miró una vez más hacia el sendero en busca de James.
La escena que había interrumpido ayer le había dado una sacudida; era difícil
verle abrazar y besar a la mujer con la que se casaría, especialmente cuando esa
mujer no era ella sino su mejor amiga, Ciara. Si no fuera por la culpa y la tristeza
en sus ojos cuando sus miradas coincidieron, se habría negado a encontrarse con
él. Admitía que se debió obligar a negarse al pedido de su voluble corazón. Pero le
había rogado que lo escuchara y ella lo haría.
Aunque ese fuera el final de su sueño.
Estaban los tres en una situación terrible sin un final feliz, en donde todos
tenían el deber de cumplir con su parte por el bien de sus familias y de su honor.
Ciara, amaba a Tavis, pero se casaría con James debido a los beneficios que
aportaría a ambas familias. James, si sus palabras eran ciertas, la amaba, pero
debía casarse con Ciara por las mismas razones, la familia y el honor. Ella los
amaba a ambos, a su amiga y a James, pero debía dejar que se casaran y se
enfrentaran a una miserable vida juntos.
Era una situación desesperada que los llevaría a todos a una vida infeliz.
Se volvió al oír el sonido de las hojas crujiendo bajo los pies y encontró a
James allí, parado a la sombra de un árbol y mirándola. La expresión seria de su
rostro se iluminó por un breve momento cuando sus miradas se encontraron, pero
su seriedad regresó cuando llegó a su lado. Las rodillas de Elizabeth temblaban y la
respiración se le hizo difícil al enfrentarse a la realidad de su situación.
James le tomó la mano y se la llevó a la boca, besándole la parte interna de la
muñeca, enviando escalofríos por todo su cuerpo. Ella, que le había aconsejado a
Ciara en contra de la necesidad de sentir esas cosas, ahora era víctima de todas las
sensaciones que corrían a través de su piel y de su sangre. Colocó otro beso en su
palma antes de entrelazar sus dedos y adentrarse más profundamente en el
bosque.
Las palabras, las que quería decir y las que debía decir, se agolpaban en su
mente mientras caminaban alejándose por el espeso bosquecillo, escondiéndose
de la vista de cualquiera. Entonces se detuvo y la miró, sin soltar su mano. De
hecho, la acercó más y bajó su boca a la de ella. Y ¡maldita sea! levantó la suya
para aceptar el beso. Abrió paso a su lengua y la saboreó profundamente.
Elizabeth se apoyó en él, agarrando el cuero de su chaqueta con la mano libre.
Cuando su gemido de necesidad hizo eco a través de los árboles que los rodeaban
y flotó a lo largo de la cañada, se apartó de él.
Los recuerdos de la visión de su beso y su caricia a Ciara, la llegaron como un
balde de agua helada. Se frotó la parte posterior de la mano por la boca, tratando
de detener los impulsos que su beso había provocado en su interior. Le miró y vio
que su pecho subía y bajaba al respirar profundamente y de manera desigual, sin
apartar la mirada de su cara.
–Elizabeth, puedo explicarlo – dijo, dando un paso hacia ella.
–¿Los besos? ¿La forma en que la tocaste?
No pudo evitar el dolor o los celos que teñían su voz. No podía esconderlos de
él.
–Sí, todo eso y más – dijo, en voz baja, tratando de alcanzar sus manos. –He
encontrado un marido para ti después de todo.
Las lágrimas ardían en sus ojos y su garganta. Ciara había sugerido que James
encontrara un marido para Elizabeth entre su clan para que ella se quedara con
ellos en Perthshire después de su matrimonio. Ahora bien, tal oferta, viniendo de
él, sonaba a blasfemia.
–James, Yo... – comenzó.
Sacudiendo la cabeza, trató de formar las palabras.
–Escúchame, Elizabeth – dijo sacudiendo sus manos para ganar su atención. –
Ayer fue una prueba. Yo sospechaba que no había sentimientos entre Ciara y yo y
ese beso fue la mejor evidencia. Sus labios, su cuerpo, no me provocan lo que me
haces tú.
La tomó entre sus brazos y la besó hasta que ambos perdieron el aliento.
Deslizando su mano hasta que se detuvo sobre sus nalgas, la apretó contra su
cuerpo... y la prueba evidente de la creciente pasión entre ellos. Debería
empujarlo, pero cedió de una manera escandalosa por lo que la hacía sentir,
frotando sus caderas contra su cuerpo tenso. Entonces, él se apartó, tomando su
cara entre las manos.
–Mi corazón es tuyo, mi dulce Elizabeth – susurró.
Sus palabras, su promesa de amor, sólo sirvieron para romper su propio
corazón en pedazos.
–Pero, no se puede... no podemos...
Negó con la cabeza y la besó para detener sus palabras. Entonces la miró una
vez más.
–Cásate conmigo.
Se quedó inmóvil, parpadeando varias veces ante las palabras increíbles que
había pronunciado. Quería negarse a la realidad que vivían, pero no pudo despejar
su cabeza lo suficiente como para aceptar una cosa así.
Como si entendiera que no podía concebir tal idea, repitió.
–Cásate conmigo, Elizabeth. Sé mi esposa.
El tiempo se detuvo entre ellos mientras su corazón se debatía con su mente;
su corazón trataba de darle esperanzas. Pero no podía.
–James, es la peor locura pensar en cosas que puede que nunca, nunca se
hagan realidad. Es algo cruel y no esperaba eso de ti – acusó.
Soltándose de su mano, se volvió de modo que no pudiera ver el tormento
evidente en sus ojos.
–Estás prometido a otra y no eres libre para hacer esta propuesta.
Sin importar lo mucho que deseaba que lo hiciera.
–¿Y si yo fuera libre? ¿Te casarías conmigo entonces?
–No preguntes eso, James. – dijo, mientras él se acercaba y la tomaba entre
sus brazos.
–Quiero saber. ¿Lo harías?
Le tomó sólo un instante dar su respuesta, la palabra había estado en su boca
desde que se había enamorado de él y sólo esperaba el momento adecuado para
decirla. A pesar de la locura total y el peligro, ese momento era ahora.
–Sí, lo haría.
Decir las palabras no aligeró la carga de su corazón. En cambio, la culpa la
asaltó por traicionar a su amiga y su deber a su familia.
–Pero, no puede ser. Sería mejor si terminamos esto ahora.
Dio el primer paso para alejarse de él, del amor que le ofrecía, para volver a la
vida que pasaría sin él.
Una ruptura drástica, que comenzaría en ese momento y se extendería por el
resto de su vida iba a ser la única manera de salvar su honor y su corazón.
Rehusaría la oferta de Ciara para mudarse con ella a Perthshire y ser su
acompañante. Dado que Elizabeth sospechaba que Ciara sabía de la atracción
entre ella y James, lo más probable es que ni siquiera necesitara poner una excusa.
Su amiga no la obligaría a mentir para cubrir una verdad incómoda e
imperdonable entre ellos.
Elizabeth forzó un pie para moverse delante del otro, con la intención de
dejarle, pero sus manos en la espalda la impidieron hacerlo.
–No puedo casarme con ella, ni por la familia, ni por el honor, porque te amo
– dijo en voz baja. Su aliento haciéndole cosquillas en la oreja mientras hablaba. Y
las palabras calentando su corazón, sin importar que hablara de algo que no podía
ser. –Tengo la intención de romper el compromiso y quiero que vengas conmigo...
lejos de aquí.
Se enfrentó a él y le miró a los ojos, tratando de determinar si su intención era
cierta. Lo único que podía ver era el amor que brillaba allí.
Pero Ciara era la valiente. Ciara era quien asumía los riesgos, la que
cuestionaba la forma en que se hacían las cosas y hacía cosas que sólo los
hombres hacían. No ella. No Elizabeth. Con una sola excepción, y una lección que
había aprendido: ella seguía las reglas, hacía lo que le decían. ¿Cómo podría estar
de acuerdo con algo que podría romper todas las reglas y separarlos de su familia
y lealtad?
–¿Escapar juntos? Tus padres nunca permitirían que hicieras eso.
–No se lo preguntaré. Si tú aceptas mi propuesta, tomarás como marido a un
hombre que sólo posee lo que lleva puesto y que sólo puede prometer el amor
que siente en su corazón.
–Jamie... – susurró, tentada de aceptar su oferta. –Yo no, no... Nosotros... no
podemos hacer esto.
No podía recordar a nadie que hubiera traicionado al laird y viviera para
lamentarlo. Peor aún, no serían los únicos blancos de su furia, el clan y su familia
tendrían que soportarlo también.
–El laird se...
Ni siquiera podía pensar en lo que Connor MacLerie sería capaz de hacer
como castigo por un acto público contra su honor. Contra sus planes.
–Elizabeth, es una simple cuestión para mí ahora. Con tu consentimiento,
saldremos esta noche, una vez que todos en el castillo y en el pueblo estén
durmiendo.
–¿Esta misma noche, Jamie? – Elizabeth se mordió el labio y negó con la
cabeza. – Así… ¿tan pronto?
–Si tienes cualquier duda, cualquier razón por la que no deseas irte conmigo y
ser mi esposa, dilo ahora. He pasado toda mi vida accediendo a los planes de mi
familia y no voy a seguir haciéndolo si aceptas ser mía. – Sonrió entonces,
elevando ligeramente las comisuras de su boca. – Sí, tiene que ser esta noche.
Se debatía consigo misma. Dividida entre aceptar su amor y renunciar a él.
Dividida entre ser audaz y valiente y no poder reclamar el amor y la vida que le
ofrecía. Desgarrada entre ser siempre la que seguía las reglas y las costumbres y la
de desafiarlas. Ciara sabría qué hacer. Ciara haría...
En lugar de responderle con palabras, se apoderó de sus hombros, se acercó y
le besó. Sabía que el momento en que se entregó a ese beso cambió para
convertirse en uno de aceptación. Los fuertes brazos de Jamie la rodearon y ella se
fundió contra su cuerpo, abriéndose a su boca y a sus manos. Cuando su palma
cubrió su pecho, gimió contra su boca y se estremeció con anticipación. Volvió a
besarla, inclinando sus labios y tomándola.
Su cuerpo recordaba el entusiasmo y la emoción de la pasión y floreció bajo
su toque. Elizabeth se arqueó contra él. Deslizando sus brazos alrededor de su
cuello, se aferró a la espalda de su chaqueta y se apretó más fuerte. Su cuerpo
cobró vida en su abrazo y sintió la prueba de su excitación contra su vientre. El
calor combinado entre sus piernas y su respiración trabajosa le encendió la sangre.
Cuando el pulgar se movió sobre la punta de su pecho, quiso tirarse en el suelo y
arrastrarle con ella.
–Elizabeth – susurró contra su boca.
La besó en los labios, en las mejillas, y luego en la frente. Enredando sus
manos en el pelo, la sonrió mientras se inclinaba para probarla una última vez
antes de dar un paso hacia atrás y soltarla.
–Voy a hacer todos los arreglos. Continúa tu día como lo planeaste.
–¿Cuándo nos vamos? – preguntó ella, recogiendo el pelo suelto en una
trenza.
Le dolía el cuerpo de deseo, pero ese no era el momento.
–Después de la comida en el castillo. Será breve y sencilla, ya que hay
preparativos para mañana.
La sombra de la culpa se dibujó en su mirada y desapareció en un momento.
–Empaca sólo lo que necesites para un par de días y nos vemos aquí.
–Ciara me ha pedido que me quede con ella esta noche – susurró, tratando de
apaciguar la culpa que sentía en su corazón, y que detuviera sus planes.
Jamie sonrió.
–Estoy seguro de que puedes encontrar una excusa.
Se llevó su mano a la boca.
–Ahora, tenemos que cumplir nuestras tareas por el resto del día.
Luego dijo las palabras que sellaron el plan en su corazón.
–Me has hecho el más feliz de los hombres, Elizabeth. Tu amor me da el coraje
para reclamarte.
Sus labios tocaron los de ella en un beso suave y demasiado breve para su
gusto en ese momento. Jamie dio un paso atrás y esperó a que se fuera primero.
Sus primeros pasos fueron los más difíciles, pero luego la emoción de sus
planes y la esperanza de un futuro juntos dieron vida a sus pies y se encontró
corriendo por el bosque. Con los brazos extendidos, tocó las ramas y las hojas,
mientras corría, riendo en voz alta a cada paso.
Pronto llegó a casa de sus padres y Elizabeth hizo una pausa por un momento.
Tenía que recoger un poco de ropa y alimentos y esconderlos en el exterior.
Necesitaba volver a la torre del homenaje y atender a Ciara.
Ciara.
Y tenía que engañar a su mejor amiga para robarle a su prometido.
Iba a ser el día más largo de su vida.
CAPÍTULO 3
La luz de la luna iluminaba el camino poco familiar por donde James conducía
el caballo. Había caminado por allí varias veces desde que llegó a Lairig Dubh, pero
nunca pensó que sería su ruta de escape. A pesar de que sabía todos los peligros y
las consecuencias de la decisión que había tomado, cada paso lo volvía más firme
y resuelto.
Mirando hacia adelante y hacia atrás para asegurarse de que nadie lo siguiera
o descubriera su plan, se dirigió al lugar del encuentro y contuvo el aliento. Con la
mirada fija en las sombras de la arboleda, vio como una figura delgada se movía y
se presentaba ante él.
–Elizabeth – susurró, mientras se acercaba. Su pequeña mano se deslizó en la
suya y la apretó. –Tenía la esperanza... te esperaba.
A primera vista, no distinguió las prendas que llevaba, pero cuando su mirada
se movió hacia sus piernas embutidas en calzones de hombre, su cuerpo se tensó
en respuesta. ¿Tendría idea de lo que le hacía a su masculinidad? ¿O el efecto que
tenía sobre su capacidad de pensar? Estaba dejando de lado su patrimonio, su
nombre y, posiblemente, su vida por tenerla y nada de eso le preocupaba ahora
que la tenía a su alcance.
–¿Y ahora qué? – susurró ella.
–Tenemos que seguir camino. Con luna llena y buen tiempo podremos estar a
kilómetros de distancia antes de la mañana.
Aseguró la bolsa que sostenía a la silla y luego montó. Extendiendo su mano,
la ayudó a montar detrás de él. Una vez que se acomodó, y mientras trataba de
ignorar las piernas que le rodeaban, instó al caballo con las rodillas.
James había estudiado los caminos en la propiedad de Connor para la
planificación del viaje y había decidido seguir la ruta que iba hacia el sur. Una vez
cerca de la costa tomarían el desvío que llevaba a la frontera, hasta llegar a las
tierras de un primo lejano, donde podrían alojarse mientras planeaban dónde
establecerse. Tenía suficiente para comprar lo que necesitaban en el camino.
El silencio de la noche los envolvió mientras cabalgaban alejándose cada vez
más de Lairig Dubh. Sólo el sonido de los cascos del caballo resonaba a lo largo del
camino de tierra o algún pájaro ocasional rompía el silencio. Cada minuto que
pasaba le alejaba de su antigua vida y le acercaba a la nueva.
Cuando el camino cambió, las manos de Elizabeth se apretaron alrededor de
su cintura, aferrándose a la tela de su capa. Se movió un par de veces pegándose a
él, por lo que podía sentir su corazón golpeando contra su espalda. ¿O sería el
suyo?
Después de cabalgar durante algún tiempo, James supo que tenía que dar un
descanso a Elizabeth.
Redujo la marcha a un ritmo más lento y luego dejó que el caballo caminara
un trecho para que se enfriara. Una vez que se detuvo, se bajó y estiró su mano
para ayudar a Elizabeth. Sus manos le rodearon la cintura con facilidad, mientras
las piernas se deslizaban por su cuerpo. Cuando el rostro estuvo a su altura, se
inclinó y la besó. Su reacción le sorprendió porque le echó los brazos al cuello y se
abrió a él. Todo tipo de imágenes le llenaron el cerebro mientras la sangre hervía
por su cuerpo preparándose para reclamarla.
Esa no era su intención cuando detuvo su camino, pero diablos, ella era suya y
estaba en sus brazos. La abrazó con fuerza, mientras saboreaba la sensación de
sus encantadoras curvas. Era suya y sólo suya. La saboreó profundamente y tomó
el suave gemido de placer que hizo eco en el silencio de la noche. Con cada toque
de su boca, el control mermaba, mientras sus cuerpos se movían imitando el
movimiento milenario del ritual de amor. Cuando un viento frío agitó los árboles y
le recordó los kilómetros que todavía tenían por delante, levantó la cabeza y le
sonrió.
–Me tientas hasta la locura, muchacha – susurró mientras la dejaba sobre sus
pies. – Las nubes están amontonándose – dijo señalando con la cabeza las nubes
espesas que comenzaban a amortajar la luna llena... y su luz. –Si todavía puedes
andar, deberíamos recorrer otro tramo antes de que nos detenga la lluvia.
–No puedo – dijo Elizabeth. Al principio apartó los ojos, pero luego se
encontró con su mirada una vez más. –Me tientas, James.
Por ser hombre que había planeado vivir su vida tomando decisiones
prácticas, se recuperó de la pasión y controló su deseo rápidamente. Lleno de
anticipación, por su futuro, James, a regañadientes, la soltó.
–Atiende tus necesidades, Elizabeth. Luego nos pondremos en camino.
–¿A dónde vamos? – preguntó. –Éste parece el camino que lleva de vuelta a
Perth.
–Lo es. Seguiremos por él hasta llegar a la carretera que se dirige al sur de
Glasgow. Hay un pequeño pueblo cerca de allí... y un cura que nos casará.
–¿Cómo lo encontraste? – preguntó, sonriéndole de una manera que le
calentó el corazón.
–Me acordé de la aldea cuando la atravesamos. Cuando decidí... decidimos
fugarnos, hice averiguaciones sobre ella.
–¿No fue peligroso?
–Lady MacLerie parecía muy tolerante con sus sugerencias.
–¿La señora sabe de lo nuestro? – Elizabeth se quedó sin aliento. –¿Acerca de
esto?
–Aunque no se lo dije específicamente, sí, creo que ella sabe lo que planeaba
hacer. Habló de un primo del laird que fue casado por un sacerdote de la Iglesia
Vieja.
Sonrió, dando cuenta detallada de cómo la dama le había ayudado
indirectamente.
–Nadie sabe todavía nada de nuestros planes. Dejé una nota, pero no la
hallarán hasta la mañana. Por lo tanto, estamos a salvo por ahora.
Ella asintió con la cabeza y le dio la espalda y él vio como sus largas piernas
quedaban delineadas por los calzones que llevaba. Podría haber incluso revertido
su negativa a la pasión, antes de que se diera cuenta de que necesitaba un poco
de intimidad. Riendo, se dio la vuelta y miró la silla de montar y las bolsas atadas
en busca de algo de la comida que había empacado.
Elizabeth terminó sus necesidades y encontró a Jamie esperándola donde le
había dejado. Le tendió un trozo de pan y ella asintió en agradecimiento cuando lo
tomó. Su estómago se había hecho sentir la mayor parte del día, ya que no había
probado el almuerzo en la torre del homenaje ni la cena que su madre había
hecho, así que no se sorprendió cuando gruñó de hambre.
–No comí mucho hoy – admitió. –Estaba muy nerviosa después de hablar
contigo.
–Toma esto también, entonces – dijo, tendiéndole un pequeño pedazo de
queso amarillo y otro trozo de pan. –Vas a necesitar tu fuerza.
Sus miradas se encontraron, mientras pensaba en lo que les esperaba. La
expresión culpable que inundaba sus ojos azules le decía que pensaban sobre
asuntos distintos.
Aceptó la comida que le ofrecía sin comentarios y se lo comió todo. En el
momento en que tragó el último bocado, le tendió un pellejo de cerveza y bebió
un poco. Luego guardó las sobras en las bolsas y montó primero. Después le tomó
la mano y tiró de ella hasta ponerla detrás, lo que facilitaría que su cuerpo se
ubicara en una posición que no asustara al caballo. Elizabeth recogió su capa y
deslizó los brazos alrededor de su cintura para mantener el equilibrio mientras
cabalgaban.
En verdad le gustaba montar a caballo de esa manera. Podía abrazarlo,
sintiendo la fuerza de sus músculos bajo sus manos mientras cabalgaban. Con las
piernas apretadas contra su cuerpo, con una nueva conciencia de calor entre ellos.
Descaradamente había robado un par de calzones de su hermano, convencida de
que sería más fácil viajar y pasar desapercibida con ellos. Nunca consideró el
placer que le provocaría a Jamie que se vistiera así.
Mientras recorrían las millas a través de la noche, se quedó dormida apoyada
en su espalda, agarrada a su capa, para mantener y disfrutar del calor de su
cuerpo contra el de ella. Incluso él aferró sus manos para mantenerla segura
mientras cabalgaban. Interrumpieron el viaje sólo para unas breves paradas, por
su comodidad. Luego, poco después de que la primera luz del amanecer empezara
a iluminar el cielo, un trueno resonó por encima de sus cabezas, alertando de la
tormenta que se avecinaba.
Las primeras gotas de lluvia no les molestaron, pero cuando comenzó a caer
de forma torrencial, Jamie guió el caballo a un ritmo más lento y seguro;
finalmente, lo detuvo bajo una espesa arboleda. Incluso el escaso refugio que
ofrecía era mejor que nada y esperó un rato, con la esperanza de que la lluvia
cesara o al menos amainara un poco. La ayudó a bajar y la protegió con su capa
como pudo.
Al mirar a través de la lluvia se dio cuenta de que todavía estaban en las
tierras MacLerie, las tierras de pastoreo occidentales utilizadas para el ganado. Eso
significaba...
–Allí…– dijo ella, apuntando hacia la montaña al oeste de ellos. –Un refugio.
Era una choza tosca, con techo de paja y levantada a base de piedras, pero les
protegería de lo peor. Debido a la forma en que estaba construida en la ladera de
la montaña, no se veía fácilmente desde donde se encontraban.
Jamie se volvió, sonrió y asintió con la cabeza.
–Justo lo que necesitamos para refugiarnos de la tormenta.
Decidieron que sería más rápido caminar y guiar al caballo a lo largo del
estrecho sendero en la ladera de la montaña que montar, así que Elizabeth se
envolvió en su capa para impedir la mayor cantidad de humedad posible, pero
cuando llegaron a la cabaña estaba empapada. Jamie llevó el caballo al refugio que
formaban los árboles lindantes, mientras ella abría la puerta de la choza. Elizabeth
tuvo que empujar con todas sus fuerzas, ya que estaba atorada por la intemperie y
los años. Acababa de abrirla cuando Jamie se le unió, llevando sus bolsas y
suministros con él.
Elizabeth agachó la cabeza para pasar a través de la baja puerta. La cabaña era
pequeña pero limpia. Aunque los arrieros no la habían habitado en mucho tiempo,
la choza estaba abastecida con algunos suministros, un pequeño tarro de avena,
otro de harina y uno de miel, una cacerola, algunas tazas de metal maltratadas, y
algunas mantas de lana dobladas en un estante. El mayordomo de MacLerie
mantenía estos refugios equipados y limpios, y muchas veces estos lugares habían
salvado la vida de los arrieros cuando las tormentas de invierno los sorprendían en
medio de la montaña.
En ese momento los beneficiados eran ellos. Una rápida mirada mostró que el
interior estaba seco y sólo había una pequeña gotera en una esquina. Aparte de
dos taburetes bajos, carecía de muebles. Se puso fuera del paso para que Jamie
pudiera entrar.
–No es como nuestros alojamientos habituales, pero nos mantendrá secos por
ahora – dijo, poniendo las bolsas en el suelo. –Quítate el manto.
Se lo desabrochó y levantó la prenda empapada de sus hombros. Mirando el
resto de su ropa, se preguntó si Jamie se sorprendería por los calzones que
llevaba. Su hermano era mucho más alto y más grande, por lo que se había visto
obligada a doblarlos en la cintura ajustándolos con una lista de tela. Habían
pasado años desde que Ciara y ella se habían puesto unos escandalosos calzones
para correr a través de los bosques. Deslizando sus manos hacia abajo sobre sus
muslos, se dio cuenta de que estaban empapados también. Se estremeció cuando
la tela fría y húmeda se le pegó a la piel.
Jamie había encendido una fogata en el brasero de metal después de colgar
su capa en los soportes al lado de la puerta. Demostrando ser bastante
autosuficiente para ser un noble trajo algunos troncos cortados y turba para
agregarle. Haría humo pero les calentaría y ayudaría a secar sus ropas. Pronto, el
calor del fuego comenzó a inundar la cabaña.
–Esto debería ayudar – dijo frente a ella. Frunció el ceño y negó con la cabeza.
–Debes cambiarte esa ropa mojada. He traído tu bolsa.
Cogió su bolsa y descubrió exactamente lo que ella suponía, la bolsa de tela
había absorbido tanta agua como ellos y los vestidos estaban mojados. Cuando
descubrió su estado, se encogió de hombros.
–Bueno, eso no es una opción ahora, ¿verdad?
Sacó una de las mantas de la estantería y la sacudió.
–Al menos esto te mantendrá caliente mientras tus prendas se secan.
Ahora, escalofríos de otro tipo se dispararon a través de ella, que se sentiría
desnuda, con él tan cerca y observando. Sabía que iban a llegar a eso, una vez que
se casaran, o incluso antes, mientras todavía estaban viajando, ¿por qué no
ahora? Siendo tan audaz como pudo, extendió la mano para tomar la manta que le
ofrecía.
CAPÍTULO 4
James observó la incertidumbre en su mirada mientras tomaba la manta que
le ofrecía. Comprendió que acababa de percibir que verdaderamente estaban
solos y que esta aventura era para valientes o temerarios. Y entendió que el
matrimonio significaría que debían compartir la cama, antes de regresar a sus
familias. Un rubor encantador le enrojeció las mejillas de piel clara y su boca se
abrió ligeramente cuando él le sonrió.
Sólo si decían los votos y consumaban la relación, estaría protegida por la
institución del matrimonio. Y si los votos o la consumación cambiaban de orden no
era algo que había pensado mucho... ¡hasta ahora!
–¿Estás preocupada Elizabeth? ¿Acerca de lo que va a pasar entre nosotros?–
preguntó en voz baja.
Sólo el sonido de la lluvia hizo eco a su alrededor.
No había pensado que iba a tener miedo, no después de la audaz aceptación
de su propuesta y la fuga de la noche anterior. Pero, su reputación quedaría
arruinada si su oferta no era honorable. ¿Sería esa su preocupación?
Ella dejó escapar el aliento contenido y suspiró. Sacudiendo la cabeza, le dio la
espalda y comenzó a desatar la correa que sujetaba sus calzones. Él cogió la manta
y la sostuvo para que no se enfriara... o avergonzara. Aunque, a decir verdad,
quería verla desnuda. Desnuda y debajo de él. Desnuda y cubierta sólo por su
largo pelo castaño.
James se liberó de esos pensamientos, ya que no había suficiente tiempo para
todo eso, y volvió la cabeza, mirando hacia la puerta. No era un joven inexperto
que necesitara saltar sobre la mujer que quería, sobre todo porque pronto sería su
esposa. Y como su mujer, tendrían una larga vida por delante. Entonces, ¿cómo
podía pensar en dar un paso tan importante y comenzar la relación con alguna
torpeza?
–¿Tienes hambre? – preguntó, mientras evitaba mirar sobre la cortina que
había formado con la manta.
–Un poco – dijo, cogiendo los bordes de la cubierta de lana y envolviéndolos
alrededor de sus hombros. –Tengo un poco de comida en mi bolsa también. Mi
madre hizo pasteles de carne y había varios de más. Si miras en la parte inferior de
la bolsa, están envueltos.
Buscar los pasteles de carne le impedía mirar los hermosos hombros
desnudos. O la forma en que recogía sus ropas mojadas y las colgaba en varios
lugares alrededor de la choza. O el olor de su cabello cuando pasó por delante de
él y se acurrucó más cerca del calor del fuego de turba. Con los puños cerrados se
recordó que podía controlar el creciente deseo por ella. Cuando el borde de la
manta se deslizó de sus manos y expuso la pendiente de sus pechos, contuvo el
aliento ásperamente a través de sus dientes apretados.
Volviendo su atención a la búsqueda de la comida, encontró los pasteles y los
sacó junto con algunos otros alimentos y los colocó en el estante. Recuperó las
provisiones que había robado de la cocina MacLerie y las añadió para que
pudieran ver lo que tenían y planificar cómo las iban a racionar.
Les tomaría no más de un día completo de viaje llegar al cruce entre la
carretera y el pueblo. El sacerdote del que Lady MacLerie le habló vivía a las
afueras de la aldea, sirviendo a la gente de la zona como párroco de la Iglesia
Vieja. Pero, hasta que las lluvias disminuyeran y los caminos de tierra se secaran,
viajar sería casi imposible. Si esperaban allí a que la tormenta pasara, al menos
estarían secos.
–¿No estás mojado, también?
Su voz suave irrumpió en su momento de distracción.
Se detuvo para quitarse los calzones y la camisa, antes de enfrentarse a ella.
Una sonrisa maliciosa curvó los bordes de su boca y sus ojos brillaron. Trató de
entender su expresión… ¿lo consideraría una invitación?
–Un poco. Pero más hambriento que mojado – dijo, y olvidándose de la ropa
empapada, cogió uno de los pasteles de carne del estante y con cuidado de la
salsa que podría gotear, lo partió en dos pedazos. Le ofreció uno y ella se acercó
para tomarlo.
–¿Quieres uno?
Su respuesta llegó en forma de acción, tomó la mitad más pequeña y la
mordió, lamiendo la salsa de su labio inferior antes de masticar.
James la observó fascinado por todo lo que hacía. ¿Si estaba cansada, mojada
y con hambre y aún así su espíritu seguía vivo?, se preguntó qué haría cuando
estuviera en condiciones más favorables.
–Siéntate aquí, más cerca del calor. Nunca te secarás si no lo haces.
Acercó uno de los taburetes al fuego, lo señaló y se encontró rezando para
que la manta que la cubría se deslizara de nuevo.
Elizabeth agarró los bordes firmemente mientras se sentaba, acomodando el
tejido a su alrededor. Luego acabó el pastel en sólo unos pocos bocados.
–Tu madre es una buena cocinera. Espero que tengas sus habilidades.
–He aprendido a su lado durante años, aunque no te recomiendo que pruebes
el pan que cocino – dijo riendo suavemente. – Ése ha sido durante mucho tiempo
mi peor fracaso.
Él se acomodó en el otro taburete, interesado en conocer más sobre esa
faceta de ella.
–¿Cuál es tu comida favorita? ¿Pasteles? ¿O algo dulce?
Tenía debilidad por los pasteles y las tartas que la cocinera de la familia hacía.
Ella se sonrojó y luego apartó la mirada antes de tratar de contestarle. Ahora,
¡él estaba aún más curioso!
–Mi padre dice que yo hago el mejor... ale de brezo de todos los fabricantes
de cerveza en Lairig Dubh.
Inclinó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Ni una sola vez había
mencionado eso durante el tiempo que habían hablado. Y no tenía la menor idea
de su talento, pero luego él se había comprometido con Ciara y la mayor parte de
las conversaciones se centraron en ella y en sus extensas y más bien formidables
habilidades y talentos. Elizabeth era su sombra, que había crecido en el pueblo y
cuyos padres servían al laird.
–¿Y tu madre te enseñó eso también?
Aunque los montañeses eran conocidos más por su beatha uisge, el ale era la
bebida favorita de las Tierras Bajas y las tierras que pertenecían a los escandinavos
en el norte.
–No – dijo ella. –Mi madre es reconocida por su cocina, pero su hermana es
conocida por su cerveza.– Se echó a reír, calentando su corazón. – Ahora que es
viuda, el laird se ha ofrecido a comprar un lugar para ella en Glasgow o Aberdeen
para que pueda montar su propio negocio. Serán socios.
–Es muy bueno saberlo, Elizabeth. Por lo menos mi esposa podría tener un
trabajo.
Ella lo miró con los ojos como platos.
–¿Crees que eso es lo que sucederá después? – Agitó la mano entre ellos –
¿Eso? – Cuando él vaciló, se deslizó hasta las rodillas, a su alcance y le dijo. –Por
favor, te ruego que me lo digas.
Le puso sus manos sobre los hombros y le frotó los brazos, suavemente hacia
arriba y hacia abajo, en un esfuerzo por darle ánimos después de entristecerla.
Insultar a un hombre como Connor y perder su confianza era más peligroso de lo
que quería pensar. Con aliados y conexiones en todo el reino y más allá de las
tierras del laird, el nombre de Murray se consideraría deshonrado por sus
acciones, si MacLerie así lo quisiera.
–Yo no sé qué esperar. Aunque hablé con el MacLerie, no espero que esté
feliz con la elección que hice. Pero tú eres su pariente y no creo que vaya a tomar
medidas en tú contra.
Esa fue la razón por la que la nota que James había dejado hablaba de su
secuestro a Elizabeth en lugar de hacer que pareciera una compañera bien
dispuesta. Podría protegerla de la ira de Connor.
–¿Qué podría hacerte a ti? – susurró con la mirada llena de preocupación.
Aunque ahora prefería no pensar en esos temas debían hablar de ello.
–Cuando te pedí que te casaras conmigo supe que violaría los contratos
negociados por mi padre. No sólo el contrato de matrimonio, sino los acuerdos
comerciales también. Y al MacLerie no le gusta ser desafiado – dijo.
Ella asintió con la cabeza. Conociendo al laird mejor que él, sabía la verdad de
los rumores de sus actos hostiles por los pecados del pasado.
–Creo que sólo depende de lo enojado que mi padre esté y cuánto daño el
laird quiera infligir.
Ella palideció entonces, perdiendo el color en sus mejillas hasta pensar que
iba a desmayarse. Acercándose, la sostuvo contra él.
–Una vez que nuestro matrimonio sea un hecho que no pueda discutirse,
volveremos y le enfrentamos. Enfrentaré a mi padre también. Pero, en primer
lugar creo que debemos dejar que la ira se enfríe.
–¿Es mejor enfrentarse a ellos con el certificado de matrimonio entonces?–
preguntó ella levantando su cara hasta que no estuvo a más de una pulgada de la
suya.
¿Certificado de matrimonio? ¡Sí, pero él prefería la consumación del mismo en
ese momento!
–Sí. Es mejor pedir perdón que pedir permiso, creo – dijo sorprendido de lo
áspera que su voz sonaba mientras hablaba. Gruesa por el creciente deseo que
sentía por ella.
No podía resistir más. Sus labios rosados, ligeramente separados e invitantes,
lo llamaban. James cedió, tomando su boca con la suya, al tiempo que cogía la
manta que llevaba alrededor para abrazarla como quería. Si iban a estar juntos
quería comenzar ahora. Ahora, antes de que nada ni nadie se interpusiera entre
ellos.
–¿Elizabeth, serás mía? ¿Ahora? – susurró contra sus labios.
Respondió sin palabras. Sintió sus manos soltando la manta y rodeándole el
cuello para abrazarlo. A medida que su piel desnuda tocaba su ropa mojada, se
estremecía incluso cuando el calor de su boca la quemaba.
–Permíteme – dijo retrocediendo unos centímetros.
Se quitó la camisa mojada como había querido hacer antes y después aflojó el
cinturón y se bajó los calzones, pateándolos a un lado. James agarró los bordes de
la manta una vez más y atrajo a Elizabeth hacia él. Observó su rostro buscando
alguna señal de miedo, desaliento o vacilación pero no vio nada. Entonces la miró,
ella encontró su mirada y aceptó su abrazo.
Su miembro se levantó contra su ingle y la suavidad de su piel desnuda
simplemente le hizo desearla más. Con los pezones apretados contra su pecho, la
sangre se incendió y corrió por sus venas.
Elizabeth no quería respirar. No quería ver. Simplemente quería sentir, sentir
cómo Jamie reclamaba su cuerpo tal como había hecho con su corazón. Sólo
estaba nerviosa por su reacción a su condición impura, no dudó cuando la apretó a
él. Apoyándose en la cresta dura de carne que demostraba su deseo, frotó su
vientre contra él.
Y sintió su reacción.
Sus pechos se pusieron pesados contra su pecho musculoso, cubierto de vello
rizado que rozaba las puntas sensibles haciéndola jadear con cada movimiento. Un
calor dolorido comenzó a palpitar en su centro.
¿Era pecado, como su madre le había dicho? ¿Entregarse antes de decir sus
votos? Había tomado tantos riesgos para casarse con ella, enfrentarse a su familia,
enfurecer a uno de los hombres más poderosos y peligrosos del reino,
arriesgándolo todo para estar a su lado.
Su indecisión duró un breve momento mientras comprendía que valía la pena
correr el riesgo de perder lo que podía darle: su corazón, su cuerpo, su amor y su
apoyo como esposa.
Deslizó los dedos en su pelo, enredándolos en él mientras movía las manos
sobre su piel acariciándola hasta que levantó la mano y le ofreció su boca a él. La
atormentó acariciando su boca con toques suaves hasta que quiso gritar de placer
y frustración. Él se echó a reír y la miró a los ojos por un momento, antes de
inclinar la cabeza y saquear su boca... ¡y su aliento!
Ahora, con los dedos amasó los músculos de su espalda mientras su lengua la
saboreaba profundamente. Entonces, sus fuertes manos agarraron sus nalgas y la
levantó contra su erección. Cuando sus piernas abiertas rodearon sus caderas,
gimió mientras la carne dura se frotaba contra ese lugar dolorido y húmedo. Sin
ropa entre ellos era casi demasiado agradable de soportar. Elizabeth apretó sus
rodillas firmemente para mantenerlo cerca y luego se arqueó contra él.
Su reacción no se hizo esperar. Jamie levantó su boca de la de ella y dejó un
rastro de besos hambrientos por su cuello. Levantándola más usó sus dientes para
llevarse uno de sus pezones a la boca. Se arqueó sin pensar, como si una cuerda
tirara a través de ella con cada toque. Sus dientes jugaron con la punta hasta que
la hizo gritar. Su caricia se convirtió en una suave succión, pero su cuerpo era
como un animal salvaje con conducta propia. Sus manos se movieron, pero no la
soltó y ella no pudo hacer nada más que disfrutar de sus atenciones.
Con las manos enredadas en su cabello, no sabía si lo mantenía quieto o lo
instaba a seguir. No le importaba. Cuando su boca tomó el otro pecho y su lengua
lamió la punta sin descanso, dejó caer la cabeza hacia atrás y jadeó, mientras una
tensión insostenible se acumulaba en su interior. Buscó la liberación que esperaba
frotándose fuerte y más rápido contra su pelvis, pero él se mantuvo apenas fuera
de su alcance.
Por último, Jamie la sostuvo mientras se arrodillaba en la manta que notó
había dejado de lado en algún momento, con su cuerpo presionando el suyo en el
suelo, mientras esperaba la liberación dentro de ella, y sólo apretando los dientes
evitó pedirle que la tomara de una vez. En vez de palabras le instó a hacerlo con
sus caderas y su lugar caliente y húmedo entre sus piernas.
Él se echó a reír, un sonido gutural que salió ronco por la pasión y la lujuria.
Había llegado el momento. Había llegado el momento. Tenía que hacerlo...
Casi gritó cuando él se tumbó a su lado, pero el toque de su mano entre sus
piernas le hacía imposible hablar. Él la miró fijamente, observándola mientras
presionaba hacia abajo con la palma de la mano y deslizaba un dedo dentro de
ella. La sensación alivió la tensión, pero fue peor, porque al mismo tiempo la
estimuló y la encendió más. Un segundo dedo se movió junto con el primero y se
dejó caer con las rodillas abiertas para que pudiera tocarla más plenamente.
–Elizabeth – susurró, cuando esos dos dedos se convirtieron en instrumentos
de una tortura sensual. –Ábrete para mí, muchacha – Instó. Mientras le besaba los
pechos y comenzaba a mamar de uno y luego del otro, con un ritmo a juego con
sus dedos, sabía que se vendría abajo pronto.
Jamie movió su mano y usó su pulgar, encontrando por fin esa pequeña
protuberancia que le dolía. Una sólo caricia bastó para escuchar sus gritos de
liberación. Pero no se detuvo, la acarició una y otra vez mientras sus músculos se
tensaban por todo su cuerpo y explotaba. El placer y el calor fluían dentro de ella
mientras se estremecía al ritmo de sus caricias. Su mente vagó mientras su cuerpo
se estremecía y temblaba.
Elizabeth apenas había vuelto en sí, cuando Jamie se situó entre sus piernas. A
pesar de que el placer aún latía dentro de ella, sabía que se repetiría cuando la
llenara. Tendió la mano para tocar su carne y contuvo la respiración cuando
empezó a bajar su cuerpo.
Un relámpago llenó la cabaña, seguido por el ominoso sonido de un trueno
que resonó como una explosión. Jamie se volvió hacia el terrible rayo, y
rápidamente se puso de pie. Agarrando la manta, Elizabeth trató de seguirlo, pero
sus piernas temblaban tanto que no pudo sostenerse y se dejó caer al suelo, con
su cuerpo todavía en medio de la pasión, esperando a que Jamie volviera.
CAPÍTULO 5
Para cuando llegó y abrió la puerta, sólo pudo ver como el caballo asustado
bajaba por la colina hacia el bosque más poblado al sur. Caminando alrededor de
la parte de atrás de la choza, James descubrió una enorme rama en el suelo, cerca
de donde el caballo había estado atado, mientras espirales de humo salían en
donde la había golpeado el rayo. Sólo la lluvia abundante y el dosel mojado que
servía de techo impidieron que toda la cabaña se incendiara. Pasando sus manos
por el pelo, se quedó mirando el daño y luego miró hacia donde había visto por
última vez al caballo.
Sólo la fría lluvia torrencial sobre su piel desnuda le hizo recobrar el sentido.
Estaba de pie, parado en la lluvia, desnudo. El aguacero no había disminuido y le
mordía con astillas afiladas en lugares que no deseaba tener dañados.
Especialmente no con la encantadora Elizabeth igualmente desnuda esperando
dentro.
En primer lugar encontró un cubo y lo llenó de agua. Vertiéndolo sobre el
árbol donde aún ardía, observó hasta que los últimos rescoldos se extinguieron.
Arrojó otro balde para estar seguro, se volvió y buscó por la ladera cualquier signo
de la criatura aterrorizada.
¡Dulce Jesús, necesitaba encontrar ese caballo!
Tomaría días llegar a la aldea caminando, y los hombres del laird seguramente
podrían dar con ellos. No tenía dinero suficiente para comprar otro caballo,
además de los suministros que necesitarían para mantenerse lejos de su familia y
de la de ella hasta que lo peor hubiera pasado. Miró la lluvia incesante cayendo a
raudales desde el cielo negro y atemorizante, y negó con la cabeza.
Tenía que encontrar a ese caballo.
Caminando de regreso, no pudo evitar encogerse cuando otro rayo le recordó
el peligro de la tormenta.
Llamó a la puerta primero, por una razón que no podía comprender, antes de
abrirla y entrar. La había dejado desnuda mientras la pasión fluía a través de ella y
no sabía qué esperar ahora.
Elizabeth estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo, casi donde la
había dejado. Se había puesto la manta alrededor de ella y la punta de sus botas
blandas asomaban por debajo del borde. No hizo ningún intento por cubrirse y
sintió que su miembro se endurecía una vez más mientras le miraba caminar
desde la puerta hasta donde estaba sentada.
Su cabello estaba despeinado y su boca hinchada. Ella se había derretido bajo
su toque y su boca había hecho los sonidos más increíbles cuando acarició su
interior. Con una emocionante mezcla de pasión e inocencia, se había entregado a
él de una manera que nunca habría esperado. De una forma que rogaba fuera
siempre igual entre ellos una vez que estuvieran casados, lo que sin duda, era su
intención.
Si tan solo...
El sonido de otro trueno le trajo de vuelta al momento.
–El caballo se asustó por el rayo y salió corriendo. Tengo que ir a buscarlo –
dijo agarrando sus ropas mojadas de donde las había tirado. Luchando contra la
resistencia de la tela, se las arregló para vestirse y ponerse sus botas de nuevo. –
No puede haberse alejado demasiado con esta tormenta.
–¿Debo ir contigo? – preguntó ella, mirando por encima del hombro hacia
afuera de la puerta abierta a la tormenta exterior.
–No – dijo. –¿Por qué deberías mojarte de nuevo? Voy a buscarlo y traerlo de
vuelta.
Se inclinó y le acarició la mejilla con el dorso de la mano. Ella se apoyó
cerrando los párpados mientras lo hacía. Se dio cuenta de las manchas oscuras
debajo de sus ojos y entonces comprendió que estaba agotada.
–Descansa mientras yo no esté. Tenemos un largo camino por delante cuando
cese la lluvia. Tengo que encontrar a ese maldito caballo cobarde.
James dio la vuelta y se fue antes de que pudiera terminar lo que su cuerpo le
estaba instando a hacer. Siguió el camino por la ladera resbalando en el barro más
veces de lo que le gustaría admitir. La lluvia no mermó en absoluto durante el
resto de la mañana y parte de la tarde que pasó buscándolo. Tardó horas en
rastrearlo, cogerlo y conducirlo de nuevo a la choza de la colina. Para entonces, las
lluvias torrenciales habían disminuido y los relámpagos ya no se estrellaban en la
tierra.
Mientras caminaba con el caballo, tratando de no embarrarse más de lo que
ya estaba, se le ocurrió que había sido más aventurero y atrevido en el último día
que durante toda su vida anterior. Y aparte de la fuga del caballo, que se debía
completamente a la tormenta, había conseguido cumplir con su plan. Enfrentar las
consecuencias sería la parte más difícil, pero lo haría de buena gana con Elizabeth
a su lado.
Había vivido su vida siguiendo las reglas y siendo el hijo que sus padres
esperaban y haciendo lo necesario para serlo. Sólo el conocer a Elizabeth y darse
cuenta de lo que su vida sería sin ella, le había impulsado a abandonar el sentido
práctico y materialista y a buscar la vida que quería. Ahora, incluso después de la
aventura absurda de perseguir un caballo por el bosque, James creía que todo iba
a salir bien después de todo.
No había árboles ardientes y la choza tenía el mismo aspecto que cuando la
había dejado. Guiando al caballo por la empinada ladera, lo ató, con más
seguridad esta vez, detrás de la casa y abrió la puerta.
Ella yacía de lado, con una mano metida bajo la mejilla, dormida. El fuego
había calentado la cabaña muy bien y cerró la puerta para que el calor no se
escapara. Quitándose sus ropas chorreantes tomó otra manta y la envolvió a su
alrededor. Poco a poco, para no despertarla, James se acostó a su lado y la atrajo a
sus brazos. Como siempre, Elizabeth aceptó su abrazo y se acercó más a él.
La lluvia caía a un ritmo constante y James esperaba que significara que su fin
estaba cerca. Esas montañas eran mucho más húmedas que su casa en Perthshire.
No le gustaba la humedad y la tristeza constante del sur. La llevaría a la costa, a
ver el mar y caminar por las playas de arena.
Sus pensamientos se desvanecieron y pronto, el calor de su cuerpo y el sonido
hipnótico de la lluvia lo condujeron al sueño.
* * *
Elizabeth supo el momento en que regresó, pero fingió dormir. No estaba
segura de cómo enfrentarse a él después de la forma en que se había comportado;
prefirió dejar pasar algún tiempo antes de enfrentarse a él. Al verlo desnudarse
con los ojos medio cerrados admiró su cuerpo una vez más.
¡Dios mío!
Aunque no era tan musculoso como algunos de sus parientes MacLerie, su
cuerpo era fuerte y musculoso. Le había visto cabalgar y luchar, incluso venciendo
a Tavis MacLerie que era un guerrero consumado. Había sentido cada centímetro
de su anatomía cuando la abrazó, y durante sus... actividades de naturaleza
placentera y luego en el cómodo abrazo con que la acunó en el sueño. A diferencia
de Ciara, que anhelaba otra cosa, Jamie Murray era perfecto para ella.
Encontró uno de sus vestidos que estaba seco y se vistió con él. Después de
atender sus necesidades, puso agua a hervir en la olla para hacer té, mientras le
miraba dormir.
Si tan sólo hubiera llegado completa para él…
Suspiró, apoyando la mano en su mejilla, preocupada, ahora más de lo que
estaba antes de la fuga. Elizabeth no tenía idea hacía dos años, de cómo un error
de juicio, un error en el control, podría afectar a su futura felicidad. Pero ahora
que se enfrentaba a las verdaderas repercusiones de su vergonzoso
comportamiento, se preguntó cómo reaccionaría Jamie cuando descubriera que
otro hombre había sido su primer amante.
¿La echaría de su lado? ¿La expondría a la vergüenza pública cuando
descubriera que se había acostado con otro hombre? ¿Perdonaría tal omisión a la
mujer que llevaría su nombre y a sus hijos?
El matrimonio para reparar el error no había sido una opción, de modo que el
conde se había tomado el asunto de ella y el visitante, no para negociar un
tratado, sino con tranquilidad. El hombre, un noble de gran prestigio y riqueza y
con poderosos amigos y familia en la Corte, había afirmado que ella había ido muy
dispuesta a su cama. Había sido una joven estúpida, ingenua e inexperta que
pensaba que decía la verdad acerca de sus sentimientos, sin darse cuenta de que
todo era parte del engaño que utilizó para acostarse con ella.
Una vez que se confirmó que no estaba embarazada, Connor había manejado
la situación de manera muy eficiente, igual que la mayoría de las cosas en su vida.
El hombre en cuestión nunca fue bien recibido en Lairig Dubh de nuevo; de hecho,
nunca fue bien recibido por ninguno de los aliados de los MacLerie o de los amigos
del clan.
Aunque muy pocos sabían la verdadera razón, Elizabeth sabía exactamente
cómo Connor MacLerie demostró una preocupación genuina por su pariente,
mezclada con una implacable determinación de hacer que las cosas fueran de la
manera como él quería que fuesen. Había sido testigo muchas veces de que
Connor siempre conseguía lo que se proponía y rara vez se equivocaba.
Elizabeth tragó saliva al darse cuenta de que ellos habían hecho exactamente
eso. Y el precio que pagarían por su desafío aún era desconocido. Se agachó y dejó
caer algunas hojas de té en la olla, disfrutando del aroma de la hierba. Una taza de
té caliente le sentaría bien en esos momentos.
Envolvió el borde de su falda en su mano y levantó la olla humeante del fuego.
La llevó a la mesa cerca de los estantes, y sirvió dos tazas. Con una o dos gotas de
miel era la manera en que le gustaba. Cuando terminó, se volvió y vio que Jamie la
miraba.
–Creo que me gusta esto – dijo, mientras levantaba los brazos bajo la manta y
se estiraba. Apoyándose en los codos, aceptó la taza que le ofrecía. –No va a ser
nada desagradable tenerte como mi esposa.
–Todavía no has probado mi comida, así que no apresures tu juicio – bromeó.
Se sentó, sorbiendo el té humeante con cuidado, y asintió con la cabeza.
–Bueno, todavía tengo que experimentar eso, pero esto es maravilloso. ¿Qué
clase de té es?
–Té de jazmín del jardín de la señora. Con una gota de miel.
–Me gusta. Te lo agradezco.
Se puso de pie y luego, sosteniendo la manta alrededor de sus caderas le
devolvió la taza. Ella la tomó, con la boca seca, a pesar de tragar el té. Jamie buscó
sus calzones con la mano libre, poniendo a prueba el estado de la tela seca.
–¿Cuánto tiempo he dormido? – preguntó mientras dejaba caer la manta y se
ponía los pantalones.
Hubiera contestado de ser capaz de hacerlo, pero la visión, incluso desde la
parte de atrás, la dejó sin aliento. Peor aún, tenía la mano levantada para tocarlo
antes de que se diera cuenta. Para deslizar las manos sobre los fuertes músculos
de la espalda, para dejarlas caer sobre sus glúteos esculpidos y tocar los duros
músculos de sus muslos... Perdida por un momento por el deseo, se olvidó que la
había hecho una pregunta. Cuando se dio la vuelta y la miró a los ojos, la comisura
de su boca se levantó en una sonrisa que le dijo que sabía exactamente lo que
estaba pensando. Elizabeth dejó caer la mano y trató de pensar en lo que había
preguntado.
–¿Cuánto tiempo...? – repitió.
–Ya es pasado el atardecer – respondió ella. –Estabas agotado, así que no te
desperté.
Observó cuando encontró su camisa y se la pasó por la cabeza. Ahora, quería
correr sus dedos por el cabello, alisándole los mechones y sintiendo su textura.
Quitándose los pensamientos de la cabeza, se aclaró la garganta.
–Dado que seguía lloviendo, no pensé que tuvieras planeado salir todavía.
Elizabeth le dio su taza cuando llegó hasta él.
Jamie negó con la cabeza.
–Viajar por el camino lleno de lodo sería peligroso en la oscuridad. Por la
mañana, es de esperar que las lluvias cesen y los caminos se sequen.
Dio un paso por delante de ella y miró la provisión de alimentos en el estante.
–¿Tienes hambre?
Su estómago eligió ese momento para hacerle saber exactamente lo
hambriento que estaba gruñendo lo suficientemente fuerte como para ser
escuchado. Ella lo cubrió con sus manos, pero ya era demasiado tarde. Su madre
siempre decía que tenía un apetito saludable y admitía amar una buena comida.
–Supongo que lo estoy.
Jamie se echó a reír, retirando los dos pasteles restantes de sus envoltorios de
tela y colocándolos sobre la mesa. Trasladó los taburetes junto a la mesa y esperó
a que ella se sentara. Llenó las tazas con el té restante y comieron la comida en
amigable silencio.
–Lo inevitable sucederá – dijo Jamie, mientras limpiaba las migajas de su
comida.
Ella detuvo su movimiento y le miró fijamente, pensando que se refería a la
cama.
–Vas a tener que cocinar para mí en la mañana. – Él se rió entonces y asintió.
–Puedes hacer algunas de esas galletas de avena de las que tanto hablas.
–A cada niño y niña de las Highland se les enseña a hacer galletas de avena –
dijo ella, sonriéndole. –Te puedo enseñar si lo deseas.
–¿Para que no pueda culparte si se queman o salen demasiado secas?–
bromeó.
–Sí – admitió. –Quiero decir, ¡de ninguna manera! Domino perfectamente la
cocción de las galletas de avena, señor. Son los alimentos más elaborados los que
superan mis habilidades.
–Muy bien – dijo él, mirándola con una nueva intensidad en sus ojos azules. –
Si me prometes que me enseñarás cómo hacer galletas de avena en la mañana, yo
te voy a enseñar algo esta noche.
Su cuerpo reaccionó antes de que se diera cuenta de la promesa sensual
implícita en sus palabras, el calor se derramó a través de su vientre y sus pechos.
Los tonos profundos de su voz la hicieron querer deshacerse de su vestido y
derretirse a sus pies.
Debería estar avergonzada por la forma en que reaccionaba sin pensar, siendo
soltera, pero sabía que él era un hombre honorable y cumpliría sus promesas.
Rogó que lo hiciera aun cuando descubriera su secreto.
Pero, en realidad, su examen de conciencia parecía importar poco, o nada en
absoluto, cuando levantó la mano y trazó el contorno de sus labios con el dedo. Y
le importó menos aún cuando ese mismo dedo se deslizó hacia abajo y tocó su
pecho, dibujando un círculo alrededor de la punta sensible antes de frotarlo con el
pulgar. Le dolía el cuerpo y se arqueó hacia él. Antes de que pudiera tocarla en
cualquier otro lugar, ella cubrió la mano con la suya e hizo la pregunta que quería.
–¿Qué vas a enseñarme, Jamie?
CAPÍTULO 6
¿Qué iba a enseñarle?
Ya lo amaba. Ya lo deseaba. Había prometido su vida a él. Y la hacía arder más
que cualquier fuego.
¿Qué podría enseñarle?
James se acercó más y tocó apenas su boca, dejando unos centímetros entre
ellas. Tan cerca que podía sentir su aliento contra sus labios, le reveló algo de lo
que quería mostrarle esa noche... y cada noche de sus vidas.
–Quiero enseñarte lo bien que podemos estar juntos. – Le besó el borde de la
barbilla e hizo un camino de besos a lo largo de la línea de su mandíbula hasta que
llegó a su oído.
–Te enseñaré los lugares que te gusta que te toquen – le susurró al oído.
Trazó la curva de la oreja con su lengua, hasta ganar el suspiro que quería oír.
James sintió su cuerpo temblar y acercarse hacia él. Quería que estuviera
jadeando, caliente y lista, y desde esa mañana sabía cómo hacerlo. Sus pechos
eran muy sensibles a sus atenciones.
–Te voy a enseñar cómo buscar y obtener placer.
Entonces se movió para situarse detrás de ella, lo que facilitó recogerle el pelo
a un lado y morder el tendón entre el cuello y el hombro con suavidad. El vestido
que llevaba era una barrera. Su cuerpo reaccionó y su miembro estuvo listo para
unirse con ella. Ahora.
James desató la parte de atrás de su vestido, besando su espalda mientras le
deslizaba la prenda por los hombros, haciéndola caer hasta que se posó justo
debajo de sus pechos. Ella se apoyó en él, entonces, arqueándose contra su
cuerpo. Su piel caliente y suave inflamada por su deseo.
Pero, él controlaría la necesidad que hervía en su interior y haría que su
primera vez fuera memorable... e inmensamente placentera. James le besó el
cuello expuesto mientras ahuecaba sus pechos en sus manos, tirándola hacia atrás
para que pudiera sentir lo mucho que la deseaba. Ella abrió la boca una y otra vez
mientras frotaba los pulgares sobre sus pezones hasta que se tensaron.
–Jamie – susurró en un suspiro. –Me derrito.
Él sonrió entonces, anhelando lo que estaba por suceder entre ellos. Apenas
había comenzado su seducción. Cuando él cubrió sus pechos y los masajeó y luego
atormentó sus pezones de nuevo, ella rodó la cabeza en su hombro y gimió en voz
alta.
Acarició una vez más los hermosos montículos antes de pasar sobre su
estómago y luego aún más bajo, empujando el vestido hasta que se deslizó el
resto del camino hasta el suelo. Desnuda excepto por sus medias y sus botas de
caña baja, se arqueó contra sus manos, presionando su hermoso culo contra él.
Cerró los ojos y le imaginó sondeando sus profundidades femeninas desde atrás.
Empujó a continuación, perdiendo el control por un momento, pero ella sintió su
dureza y frotó el culo contra él con más fuerza.
Él puso sus manos en sus caderas y se restregó mientras ella le regalaba otro
delicioso gemido, pero el sonido que él quería oír vino cuando deslizó sus dedos
sobre el vientre y tocó su monte de Venus. Su boca se abrió y empezó a jadear.
James sonrió y movió sus dedos hasta que sintió la humedad entre sus piernas.
Con las dos manos, la acarició allí hasta que sintió que su cuerpo se relajaba contra
el suyo. Luego frotó fuerte, más rápido y más profundo hasta que encontró ese
pequeño brote enterrado que la haría gritar.
–Y te voy a enseñar a gritar – dijo mientras aumentaba la presión y el ritmo
contra esa parte de ella que le daba tanto placer. –Grita para mí, amor.
Ella lo hizo y empujó su cuerpo hacia atrás, contra su dolorosa erección
dispuesta a dar ese paso final. El sonido precioso, lujurioso de su voz, se expandió,
mientras gritaba su liberación. Casi perdió el control, pero aguantó y continuó
presionando su cuerpo una y otra vez hasta que su éxtasis comenzó a disiparse.
Pensó que se derretiría, así que su siguiente acción le sorprendió. Ella giró su
cabeza, plantando en su boca un beso tan profundo y tan caliente que lo dejó sin
aliento. Se dio la vuelta en su abrazo y se aferró a él. James la tomó en sus brazos,
mientras sus lenguas seguían degustándose y acariciándose profundamente, y la
depositó sobre las mantas extendidas.
Elizabeth levantó la mano y le desabrochó el cinturón, aflojando sus calzones
y empujándolos hacia abajo. Su pene se liberó, y ella se echó hacia atrás y lo miró.
James se arrodilló entre sus piernas se inclinó y la besó, usando sus manos para
abrirse camino. Cuando sus caderas se levantaron al encuentro de sus caricias, él
supo que estaba preparada.
–Elizabeth. Mi amor – susurró mientras se aferraba a sus caderas y se
acostaba sobre la manta. –Voy a tener mucho cuidado contigo, muchacha – le
prometió.
El toque de su mano en la suya y la expresión en su mirada lo sorprendieron.
No era exactamente pavor, pero evidentemente no era tan valiente como lo había
sido momentos antes. Entonces, dejó caer su cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Ya era hora de reclamarla y hacerla verdaderamente suya.
¡Al fin!
Se inclinó y comenzó a entrar en ella, poco a poco, pero sin dudarlo. No se
había acostado con muchas vírgenes, sólo una antes de ella y la tensión no le
sorprendió. Su carne se ajustaba alrededor de él mientras la penetraba más
profundamente. James no se detuvo hasta que estuvo completamente enterrado
dentro de ella. Sólo cuando empezó a moverse, deslizándose un poco y luego
empujando de nuevo, se dio cuenta de que no había habido nada que resistiera su
entrada.
Pero, cuando ella levantó las piernas rodeándole las caderas, llevándole aún
más profundo, perdió la capacidad de pensar en otra cosa que no fuera hacerla
gritar una vez más. Hundiéndose más profundo y más fuerte a medida que ella le
instaba, sintió que su cuerpo se tensaba. Su liberación estaba cerca. Demasiado
cerca. Buscando entre sus cuerpos, encontró la yema sensible y la acarició hasta
que comenzó su liberación. James la llenaba y salía fuera, la llenaba y salía fuera,
una y otra vez hasta que ella gritó, se estremeció, y sus músculos se apretaron
alrededor de su miembro.
No se detuvo hasta que ella se derrumbó, jadeando y sudando debajo de él.
Su simiente estalló en su vientre haciéndole gruñir con satisfacción. Sólo cuando el
último espasmo se detuvo, se sostuvo sobre los codos para que pudiera respirar.
Entonces, todavía dentro de ella, James la hizo rodar a su lado y esperó a que el
exquisito placer menguara.
Mientras yacían juntos, ninguno de los dos habló. Él le apartó el pelo de la
cara y la besó en la frente. En lugar de enfrentar su mirada, ella metió la cabeza
debajo de su barbilla en silencio. La acarició, frotando su espalda y abrazándola,
mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas.
¿Qué podía decirle un hombre a su amada, la mujer que sería su esposa,
cuando sabía que no había sido el primero en su vida?
Elizabeth no era virgen cuando la había reclamado.
* * *
El joven Dougal se paseaba por el patio exterior de Broch Dubh, esperando
alguna orden del laird. Seguramente Connor MacLerie no permitiría que este
insulto, este secuestro, pasara desapercibido. No importaba que hubiera
beneficiado a su amigo Tavis y a Ciara que ahora estaban casados, hacía apenas
unas horas, tal y como todos en el clan habían pensado siempre que terminarían.
El heredero de los Murray había raptado a una MacLerie, forzándola, según la
nota que había dejado, a irse con él. Elizabeth MacLerie estaría arruinada si James
Murray no la tomaba como esposa. Seguramente Connor tomaría acciones contra
él por esta flagrante falta de respeto.
Como segundo al mando, el joven Dougal sabía que Tavis era el encargado de
llevar a cabo la misión que ordenara el laird. Pero Tavis estaba recién casado, por
lo tanto, él seguía en la lista y estaba listo, armado y presto para cuando Connor
diera su orden. Pero ya había pasado casi un día desde que habían descubierto la
misiva de James y cuatro horas desde que Ciara y Tavis se habían casado y ni una
palabra había llegado. Él no había sido llamado por el laird.
La convocatoria llegó bien entrada la noche y caminó hacia la torre del
homenaje dirigiéndose a los aposentos del conde en la torre. Al subir las escaleras,
no se sorprendió al encontrar a la señora también presente. Si era indecoroso que
una mujer estuviera al tanto de lo que hacía su esposo, al conde no le importaba.
Durante el tiempo que Dougal podía recordar, la señora estaba siempre a su lado,
dando consejos y compartiendo sus opiniones como era su costumbre hacer.
Duncan, el hombre que el conde enviaba siempre a negociar los tratados del
clan estaba parado en una esquina de la habitación y Rurik, el comandante de
todos los guerreros MacLerie estaba a su lado. Ambos asintieron cuando entró,
pero no dijeron nada. Dougal se acercó al laird y a la señora y se inclinó, a la
espera de sus órdenes.
–¿Dougal, sabes que James Murray raptó a Elizabeth? – dijo Connor.
Dougal hizo una mueca, pero asintió con la cabeza.
–Quiero que escojas otros dos hombres y vayas a buscarlo. Mi mejor
conjetura...
El conde miró a su esposa antes de continuar. Él también la miró y notó el
avergonzado sonrojo repartido en su cara antes de volverse hacia el conde.
–Mi mejor conjetura es que se dirige a la aldea, cerca de la carretera al sur de
Glasgow. Hay un sacerdote en la antigua Iglesia de allí.
Dougal apretó los dientes ante esta noticia. Debía actuar según las órdenes
del laird y no hacer nada más o menos de lo que dijera. No importaba que
Elizabeth fuera su hermana más joven y que él deseara arrancar a ese hombre,
miembro por miembro, pieza por pieza, y hacerlo sufrir por secuestrarla. Respiró
hondo y exhaló, controlando su furia, y planeando la venganza para cuando
tuviera la oportunidad.
–Conozco el lugar. Pasamos por allí en nuestro viaje desde Perthshire.
Calculando la distancia y el tiempo que tardarían en llegar a la aldea, Dougal
se dio cuenta de que podrían estar allí en cuestión de horas si se apuraban. Más
rápido aun si utilizaban el atajo de la montaña.
–Quiero que lo traigan aquí – dijo Connor, su rostro no revelaba nada de lo
que sentía por las acciones de ese hombre. –Lo quiero vivo.
–Si le ha hecho daño o la forzó, voy a...– comenzó Dougal, apretando los
puños.
–Quiero que él regrese con vida, Dougal. Tavis me aseguró que estabas listo
para tener el mando en su lugar. Si estaba equivocado y no puedes manejar este
asunto, puedo a buscar a alguien más.
Sólo necesitaba cumplir trayendo vivo a James Murray, el laird no había dicho
que no podía impartirle ningún castigo, tenía ese derecho por ser hermano de
Elizabeth. El resto de sus planes de venganza podían esperar hasta después de que
el laird hubiera emitido su juicio sobre ese maldito perro.
–Lo entiendo, mi señor – dijo, asintiendo con la cabeza en aceptación de las
limitaciones impuestas. – ¿Quieres que salga ahora o con las primeras luces?
Connor empezó a hablar, pero se detuvo cuando su esposa le tocó el brazo.
Intercambiaron sólo una mirada, sin palabras, pero una cierta comprensión se
percibió en esa conversación silenciosa.
–Ahora – dijo.
–Connor – dijo secamente la señora.
Dougal hizo una mueca, esperando una reprimenda del conde, pero lo único
que escuchó fue la suave risa de los dos hombres que observaron el intercambio.
–Jocelyn, si es fiel a sus palabras, no se retractará y lo hecho, hecho está. Pero
si perdió el tiempo o se retrasó, lo traeré de vuelta aquí para que haga frente a su
falta de honor, más temprano que tarde, cuando las cosas no se puedan deshacer.
El conde nunca levantó la voz, pero Dougal se encogió ante el tono. ¿Y la
señora? No parecía comprender el peligro y siguió discutiendo. Dougal se obligó a
quedarse en el lugar y contuvo el impulso de dar varios pasos hacia atrás.
–Connor, te ruego, no...
El conde se puso de pie tan rápido que Dougal nunca lo vio moverse. Bloqueó
a Jocelyn de la vista de todos los demás en la sala y nadie pudo oír sus palabras
susurradas con dureza. Pasaron unos minutos muy incómodos mientras
conversaban, discutían en realidad, entonces el conde volvió a sentarse. La señora
llevaba el ceño fruncido en su cara que mostraba claramente que no estaba
satisfecha con la forma en que se estaban desarrollando las cosas.
–Puedes elegir a los hombres y partir cuando estén listos.
Las palabras resonaron en la sala y Dougal esperó que la señora protestara,
pero el silencio inundó la habitación, aunque a juzgar por la expresión rebelde en
su rostro, no estaría en silencio durante mucho tiempo después de que se fueran,
si el rubor furioso que teñía sus mejillas era indicación de ello.
–Muy bien, mi señor – respondió Dougal con una reverencia a la dama y
haciendo una señal a Duncan y Rurik para que lo siguieran.
Llegó a la parte inferior de la escalera, pensando en los hombres que debía
elegir. Esta era su primera situación de responsabilidad y debía reflexionar en su
elección de guerreros. Dado que se trataba de su hermana y su reputación, quería
hombres que fueran discretos. Y puesto que planeaba traer a James Murray con
vida, pero bastante maltrecho, quería hombres en los que se pudiera confiar.
Niall y Shaw.
–Dougal, espera un momento – le gritó Duncan antes de que abandonara la
torre. –Me gustaría hablar contigo.
Dougal se detuvo hasta que los dos le alcanzaron. Los dos estaban entre los
más experimentados y más leales de todos los hombres del laird y su consejo sería
valioso.
–No dejes que tus sentimientos personales se interpongan a tu deber –
aconsejó Rurik. –No importa que tu hermana esté involucrada.
Dougal asintió ante las palabras del comandante, aunque en verdad le
resultaría difícil no pensar en su hermana en este asunto en particular.
–No dejes que tu genio aflore. – aconsejó Duncan. –Aunque Connor dijo
solamente ‘vivo’ y no agregó ninguna salvedad, se pondría furioso si James Murray
volviera demasiado dañado.
El consejero había percibido exactamente lo que Dougal se proponía.
–Se cometen errores cuando un hombre actúa con la sangre caliente, ya sea
causado por la lujuria o por el insulto. No cometas ese error al tratar con el
heredero de los Murray.
Un buen consejo, a pesar de que Dougal ya había planeado cómo haría sufrir
al hombre por haber deshonrado a su hermana. Él estaría vivo a su regreso,
agotado, maltratado y denigrado, pero vivo.
Asintió con la cabeza a los dos y se despidió.
¿Por qué el laird había esperado tanto tiempo antes de enviar a buscarle? No
lo sabía. Dougal sólo sabía que iba a encontrarlos y evitar que su hermana
cometiera el mayor error de su vida.
A las pocas horas, los tres estaban en camino para localizar a su hermana y al
hombre que la había deshonrado.
CAPÍTULO 7
Elizabeth yacía envuelta en sus brazos, luchando por contener las lágrimas
durante horas. Desde entonces... Desde la experiencia más maravillosa de su vida.
Ahora esperaba que llegara el reproche y el repudio.
Era una cobarde por mentir en silencio, saboreando esos últimos momentos
en sus brazos antes del final inevitable.
El primer destello de la luz del sol la encontró todavía despierta y
preguntándose qué haría Jamie y qué diría. Había prometido enseñarle a hacer
galletas de avena esa mañana. Se deshizo de sus brazos, recogió su ropa y se
vistió. Sonrió al darse cuenta de que había dormido, con las medias y las botas
puestas.
Encontró sus ropas embarradas durante la búsqueda del díscolo caballo y las
llevó fuera, quitándoles la parte más gruesa de la suciedad, volviéndolas del revés
y enrollándolas, mientras planeaba lavarlas cuando encontrara un buen lugar para
hacerlo. Entonces, volvió a entrar para hacer lo que le había prometido antes de
que todo cambiara entre ellos.
Mezcló la avena, un poco de sal que había encontrado, una pequeña cantidad
de miel y un poco de agua. No tenía mantequilla para agregar, pero servirían para
llenar sus estómagos. Después de añadir algo de turba al fuego, puso la sartén a
calentar. Caminando despacio para no hacer ruido, sólo se dio cuenta que Jamie
estaba despierto cuando extendió la mano y agarró su vestido al pasar delante de
él.
–Tengo las tortas de avena listas para cocinar – dijo, tratando de sonar más
optimista de lo que se sentía. Y con el propósito de evitar cualquier conversación
acerca de lo que había pasado entre ellos.
Jamie se incorporó, empujando las mantas a un lado mientras se levantaba y
se desperezaba. ¡Y malditos sus ojos! Elizabeth observó cada movimiento que
hacía en caso de que fuera la última vez que lo viera así. Se dio cuenta de que no
había dicho ni una sola palabra cuando salió para atender sus necesidades, las del
caballo... y comprobar el clima. Para cuando regresó, la primera tanda de galletas
se estaba cocinando en la plancha, llenando la pequeña vivienda con el delicioso
aroma. Se vistió antes de decir una palabra.
–¿Qué ingredientes usaste? – preguntó, parándose detrás de ella mientras
retiraba la primera docena de galletas y dejaba caer nuevas cucharadas de masa
en la superficie caliente.
Sintió el calor de su cuerpo en su espalda mientras miraba por encima de su
hombro.
–Avena, sal, miel y agua – dijo, tratando de ignorar el anhelo de su corazón
para que se volviera y le pidiera que la perdonara por el engaño. En cambio, se
concentró en las palabras que iba a decir. –Hubiera añadido un poco de
mantequilla, pero en caso de necesidad se puede prescindir de ella.
–Creo que ésta se califica como un caso de necesidad, ¿no es así? – preguntó
mientras se alejaba y empezaba a recoger la ropa seca para meterla en sus bolsas.
Se dio cuenta de que él lanzaba una mirada de reojo de vez en cuando y
esperó a que dijera algo. Pero no lo hizo. Para cuando terminó de cocinar las
últimas galletas, ya había empacado todas sus pertenencias y suministros y los
había puesto junto a la puerta de la choza. En unos momentos, se irían y toda
evidencia de las cosas maravillosas que habían pasado entre ellos se borraría.
Pero no serían olvidadas. No por ella. No por mucho tiempo. Las recordaría
para siempre.
Dejó el plato en la mesa y sirvió un poco de té en las tazas. Tomó su lugar en
el otro taburete y se llevó una de las tortas de avena a la boca. Esperó. Su opinión
era importante después de las burlas sobre sus habilidades de cocina. Él mordió y
masticó. Luego tomó otra.
–Están deliciosas, Elizabeth – dijo y sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.
–Es evidente que puedes cocinar galletas de avena.
Otro engaño por parte de ella. Ni siquiera su madre sabía de sus verdaderas
habilidades para la cocina, aunque era una experta, lo odiaba. Así que,
deliberadamente arruinaba las comidas hasta que se le permitió hacer lo que más
le gustaba, el trabajo con su tía.
Pensó en el plan de su tía y se dio cuenta de que podría ser un regalo del cielo,
porque cuando volviera, esta vez arruinada por completo, Connor nunca la dejaría
quedarse. Pero por lo menos, podría considerar enviarla junto con su tía, lejos de
Lairig Dubh a otra ciudad.
–Jamie – comenzó antes de perder el valor ante lo que planeaba decirle.
¿Cómo podía explicárselo?
–No eras virgen – dijo en voz baja.
Ni su tono ni su expresión delataban sus sentimientos sobre el asunto. Sólo
era una afirmación de la realidad.
–No.
–¿Cuándo fue? – preguntó sin mirarla a los ojos.
Ella comprendió el significado de su pregunta, en realidad quería decir ¿Estás
embarazada de otro hombre?
–Hace más de un año – susurró. – Jamie, yo...
Una vez más, fue incapaz de defenderse, y dejó que las palabras murieran en
el silencio.
Alargó la mano para tocarle, pero él se movió poniéndose fuera de su alcance.
¿Pensaba que iba a negarlo? Esperó a que hablara, pero no dijo nada mientras
tomaba otra galleta de avena. Siguieron comiendo hasta saciarse sin hablar, en
completo silencio.
Elizabeth se levantó, envolvió las sobras y usó el agua para apagar el fuego.
Jamie comprobó el estado de la cabaña y comenzó a llevar las bolsas afuera. En el
momento en que ella había limpiado y guardado la plancha y la jarra de agua, ya
tenía el caballo ensillado y el resto de su equipaje asegurado.
Cerró la puerta de la choza y ató la cuerda para mantener a los animales
salvajes alejados. Luego montó y le tendió la mano para ayudarla a subir. Fue en
ese momento que notó la gruesa manta que había colocado detrás de su silla. Al
principio, no entendió, pero luego cayó en la cuenta de que lo había hecho
pensando que se sentiría incómoda montando esa mañana.
A decir verdad, estaba dolorida, aunque no tanto como en su primera vez. No
era virgen, sin embargo no estaba acostumbrada a hacer el amor, y menos tan
vigorosamente como lo habían hecho. Ahora, sintió el calor subir a sus mejillas
mientras recordaba cuán intenso había sido. Tosió para aclararse la garganta,
aceptó su mano y ajustó la falda del vestido y la longitud de su capa alrededor de
sus piernas. Los pantalones eran absolutamente más convenientes para montar a
caballo, pero su familia y la mayoría del pueblo estarían escandalizados si fueron
testigos de ello.
Jamie guio al caballo por el camino seco a un ritmo lento. Aunque las lluvias
habían cesado varias horas antes, el barro tomaría más tiempo en secarse por
completo, si es que lo hacía antes de la próxima tormenta. Bajaron la colina y
sorprendentemente enfiló en dirección sur.
–¿A dónde te diriges? – preguntó por encima de su hombro.
Seguramente después del descubrimiento de la noche anterior, las cosas
entre ellos habían terminado.
–Al pueblo. ¿A dónde más podríamos ir? – dijo, deteniendo el caballo. –Nada
ha cambiado, Elizabeth.
Y sin embargo, todo había cambiado, de manera tal que ni siquiera podía
comenzar a identificar o describir.
–¿Todavía quieres casarte conmigo? – preguntó.
Pero esa no era la pregunta que quería hacerle en realidad. ¿Todavía me
quieres? Pero no lo dijo.
–Yo te di mi palabra cuando hicimos nuestros planes de dejar Lairig Dubh. No
voy a retractarme, ni siquiera ahora.
¿Sangraba el corazón? El dolor que le causó la falta de entusiasmo y la apatía
en el tono de su voz la dejó sin aliento. Incapaz de hablar, casi incapaz de
mantenerse estable, su verdad la desgarró. Se casaría con ella porque había dado
su palabra. A pesar de su falta de virginidad y el engaño, continuaría a su lado
porque había dado su palabra. Después de abandonar a Ciara, le conocía lo
suficiente para saber que no iba a repetir esa acción. Pero, ¿dónde estaban las
palabras suaves de ayer? ¿Las promesas de amor, esperanza y una vida juntos?
Realmente no tenía derecho a estar en desacuerdo, así que se aferró al borde
de la silla de montar, casi sin tocarlo, mientras guiaba al caballo y continuaban su
viaje. Una vez más él estaba atrapado en un matrimonio porque tenía que hacer lo
correcto. Pero esta vez, ella era la causa de su dilema.
James oyó el dolor en su voz y sintió su cuerpo rígido como un poste. ¿Había
pensado que renegaría del matrimonio? ¿Había pensado que tendría una airada
confrontación sobre su falta de virginidad? Una parte de él quería eso, esa parte
primitiva enterrada profundamente en su interior, una parte que había controlado
cuando le había hecho la pregunta. La parte del guerrero de la montaña más que
la del noble escocés para la que fue criado.
Ella se había entregado a un hombre antes que a él. ¿Había querido a otro? Si
así era, ¿por qué no se había casado con él? ¿Cómo no había oído hablar de su
caída en desgracia? ¿Cómo había logrado mantenerlo en secreto? Esto, se dijo, era
lo que sucedía en la vida cuando se tomaban decisiones basadas en la lujuria y el
amor en lugar de discutir y razonar tranquilamente antes de tomarlas. Había roto
el código con el que siempre había vivido y ahora iba a pagar el precio de la
arrogancia y del mal juicio.
Se movió y volvió a mirarla para ver cómo estaba esa mañana. James no había
notado en su movimiento ningún dolor o molestia obvia y no había dado ninguna
señal de que le había hecho daño cuando la había tomado. Al recordar por un
momento el puro placer de su unión, trató de entender por qué había mentido.
¿Era su experiencia anterior el motivo del disfrute de placer físico entre ellos?
Ahora, la aceptación de sus caricias tan desenfadadamente cobró un nuevo
significado. ¿Lo habría comparado con quién había compartido su cama antes?
¿Estaría arrepentida de lo que habían hecho? Nunca se había detenido o mostrado
ninguna reticencia hacia el acto o cualquier cosa que habían hecho. ¿Estaría tan a
gusto en la cama si se hubiera visto obligada en el pasado? ¿Era así como había
perdido su virtud?
Eso explicaría parte de su confusión… ¿por qué Ciara era amiga de una mujer
que no tenía honor? ¿Por qué Connor la permitió permanecer en Lairig Dubh si
había traído la vergüenza a su familia? Habría sido repudiada de inmediato si eso
hubiera ocurrido en su clan. Así que… ¿por qué Connor permitió que se quedara?
Si le hubiera contado la verdad acerca de su falta de virtud, ¿la habría dado su
amor o prometido casarse con ella? ¿Habría arriesgado todo, familia, fortuna y
futuro por estar con ella? ¿Se habría enamorado de esa manera? En ese
momento, no supo que contestarse, además podría estar gestando su hijo, lo que
le dejaba pocas opciones.
Suspiró, un sonido suave del que ni siquiera fue consciente, pero lo oyó. Su
cuerpo lo escuchó y él luchó para contener el deseo que sentía por ella, incluso
ahora que sabía todo, pero lo mantuvo bajo control. Hasta que se aclararan las
cosas entre ellos, aunque no estaba seguro de que quisiera conocer los detalles de
su pasado, no iba a acostarse otra vez con ella. Puede que fuera demasiado tarde
para dar marcha atrás, pero no era demasiado tarde para tratar de ganar un poco
de honestidad entre ellos.
El sol apareció entre las nubes, prometiendo un viaje más tranquilo.
Desechando las dudas y las preguntas, decidió apresurar el paso del caballo.
–Aférrate a mí, Elizabeth – dijo por encima del hombro. –Tenemos que
cabalgar más rápido para recuperar algo de tiempo.
Elizabeth no dijo nada, pero sintió sus brazos rodeando su cintura y sus manos
apoderándose de su capa. Y la forma de sus pechos, esos maravillosos pechos,
sensibles y receptivos, apretados contra su espalda. Su miembro se levantó casi
hasta donde ella apoyaba las manos. Si las bajara sólo un poco podría tocarlo. Se
estremeció ante la idea, lo que no contribuyó a su control.
Era el cielo y el infierno al mismo tiempo.
Cabalgaron todo lo que pudieron, deteniéndose sólo en dos ocasiones para
refrescarse. Si se topaban con más tormentas, se verían obligados a retrasarse
otra noche. James no tenía ninguna duda de que serían perseguidos en algún
momento y no estarían a salvo hasta que encontraran al Conde de Douran y le
convencieran de responder por ellos. Por lo tanto, cada retraso podría frustrar sus
planes.
Debido a su falta de familiaridad con esas tierras había subestimado la
distancia y el tiempo necesario para llegar al pueblo y al sacerdote. Era media
tarde cuando avistaron el primer edificio de la aldea, una herrería.
Tenían tiempo suficiente para detenerse en la posada para una verdadera
comida y comprar algunos artículos de primera necesidad antes de buscar al padre
y terminar esta aventura. Entonces podrían comenzar el matrimonio basado en el
engaño y el deshonor.
* * *
Dougal y sus hombres llegaron a la cima de lo que debería ser la última colina
antes de llegar a la carretera que James debía haber tomado con su hermana. Era
el único camino a la aldea a través de Glasgow. Y un poco más allá del pueblo
estaría la pequeña capilla.
La suerte los había acompañado, ya que las tormentas que habían plagado la
zona todo el día anterior, habían cesado y, finalmente, la luz de la luna casi llena
les mostró el camino. Deteniéndose sólo para hacer sus necesidades, comían o
bebían mientras cabalgaban, con la intención de evitar que el heredero de los
Murray se aprovechara de su hermana y pudieran llevarlo a enfrentar la justicia
del laird. Ya descansarían una vez que fuera su prisionero.
Niall avistó la choza justo antes de llegar a ella porque estaba camuflada por
el techo de paja y la ladera de la colina, que la protegía de lo peor de los vientos.
Cuando se detuvieron, Shaw señaló el árbol que se había quemado,
probablemente golpeado por un rayo.
Miró imperturbable la cabaña y la esperanza de encontrarlos en su interior se
desvaneció mientras desataba la cuerda y abría la puerta. Estaba vacía.
Dougal entró y percibió todos los signos de uso reciente. Pero lo que delataba
la presencia humana era el inconfundible olor almizclado del sexo.
¡Cristo! El hombre ya había tomado a Elizabeth. Era demasiado tarde para
salvarla de la vergüenza. Pateó el taburete junto a sus pies, enviándolo contra la
pared. No fue tan satisfactorio como había esperado. Pero, conseguiría su
satisfacción cuando encontrara a la pareja. El joven James Murray pagaría por ello.
Salió y montó en su caballo. Estaban en el camino correcto y sólo esperaba
encontrarlos antes de que llegaran hasta el sacerdote y el crimen de Murray fuera
algo demasiado difícil de corregir.
Dougal hizo señas a Niall y Shaw y cabalgó por el camino de tierra... hacia el
pueblo y su hermana.
CAPÍTULO 8
Elizabeth sacó otra presa de codorniz asada y la puso sobre su sanjadora de
madera. No se dio cuenta de lo hambrienta que estaba hasta que la esposa del
posadero empezó a poner los platos en la mesa. El ave, un guiso espeso de
cordero y verduras, queso y pan. Todo olía delicioso y no se pudo resistir después
de las galletas de avena de esa mañana.
Una mujer joven, la hija del posadero, rondaba a Jamie, llenando su copa con
cerveza tan pronto como bebía u ofreciéndole sus servicios. No pasó mucho
tiempo para que entendiera lo que le estaba ofreciendo, y sólo después de varias
miradas agrias la chica desapareció y empezó a atender a los demás.
Jamie no parecía darse cuenta de sus atenciones no deseadas. Su mirada se
limitaba a su copa, a los platos de comida y a su propia sanjadora. Apenas le dirigió
una mirada, perdido en sus pensamientos. Por lo tanto, decidió que prefería
enfrentarse a su ira antes que a esta actitud cortés.
–Me pregunto qué pasó con Ciara.
–¿Ciara? – dijo bebiendo su cerveza.
–El hecho de que nos hayamos fugado, no garantiza que se haya casado o que
se vaya a casar con Tavis. – Tomó un sorbo de su taza y luego agregó: – O que el
laird permitirá ese matrimonio.
James la miró entonces, antes de contestar.
–No había pensado en eso. Tavis no es una buena opción para una mujer de
su riqueza y conexiones.
–Tampoco lo soy yo para un hombre como tú.
Dejó escapar un suspiro y luego la miró directamente a los ojos, por primera
vez desde que habían yacido juntos y él descubriera su secreto.
–No, mis padres no te hubieran considerado adecuada.
Le tomó la mano y luego entrelazó sus dedos, enviando pequeñas explosiones
de placer y tristeza a través de ella.
–Pero eres la mujer que yo elegí. Vamos a hacer lo mejor de este mal
comienzo.
¡De ninguna manera! Ella no quería hacer lo mejor de nada. Eso era lo que
habría sucedido si James se casaba con Ciara. Elizabeth se habría quedado en su
casa, lamentando la pérdida del hombre que amaba y la pérdida forzada de su
amiga. Porque James y Ciara no hubieran vuelto a saber de Elizabeth. No habría
podido soportar verlos.
En aquel momento pensaba que esa situación habría sido lo peor que podría
pasarle en la vida, pero al escuchar ahora a James, Elizabeth sabía que esto era lo
peor, casarse con el hombre que amaba porque se sentía atrapado. Con el tiempo
el amor que sentían se transformaría en complacencia y tolerancia, del uno hacia
el otro. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Qué otra opción tenía? ¿Devolverla a
Lairig Dubh sin estar casados? ¿Volver y casarse con Ciara? Le dolía la cabeza por
la incertidumbre de todo.
Su apetito se esfumó, así que se limpió las manos en el paño y esperó que
James terminara de comer. Le preguntó a la mujer del posadero si podía
envolverles los alimentos que no habían comido para el viaje de vuelta. Elizabeth
se puso de pie y esperó mientras James averiguaba la dirección del sacerdote. Una
vez que la obtuvo, pagaron por la comida, y partieron.
–¿Queda muy lejos? – preguntó.
–No muy lejos. Una milla más adelante por ese camino – dijo, señalando una
senda más pequeña que llevaba fuera de la aldea, pero en otra dirección.
–¿Podríamos caminar parte del camino? No creo que pueda volver a sentarme
sobre el caballo en este momento.
Echó un vistazo para medir la posición del sol y la cantidad de luz antes de que
cayera el anochecer. Había un montón de tiempo, así que asintió con la cabeza y le
tendió la mano. A pesar de la certeza de sus sentimientos, aceptó su mano y
empezaron a caminar con el caballo detrás de ellos.
Habían dejado el pueblo, que fue desapareciendo de la vista detrás, pero no
había ninguna señal de la morada del sacerdote o de la pequeña iglesia que había
mencionado la esposa de Connor. No podría ser mucho más lejos.
Antes de que vieran nada excepto el espeso bosque que les rodeaba, el
sonido de caballos al galope se hizo más fuerte. Una o varias personas se
acercaban rápidamente. James soltó la mano de Elizabeth y sacó la espada que
había colocado al lado de la silla de montar. Llevaba una daga en su bota, si era
necesario, pero esperaba que se tratara de alguien ansioso por encontrar al cura,
tal vez por la necesidad de pedir la extremaunción.
O no, porque ahora podía ver a dos jinetes que venían hacia ellos. Con la
esperanza de que no la hubieran visto, la empujó hacia los árboles.
–Ocúltate Elizabeth – dijo, alejándose de ella sin mirar en su dirección. –
Rápido muchacha. Ocúltate.
Dudó por un momento antes de correr hacia una gruesa base de arbustos, a
unos pasos de la camino. Una vez que estuvo fuera de la vista, James montó y se
volvió hacia los hombres. Dado el color de sus ropas, estaban vestidos como los
hombres de la montaña y llevaban el tartán a cuadros del clan MacLerie.
El destino... y el conde, al parecer, se habían aliado contra ellos. James
sostenía la espada baja y lista cuando los dos hombres se detuvieron junto a él.
–¿Dónde está? – gritó el pelirrojo. –¿Qué has hecho con Elizabeth?
Aunque su comprensión del gaélico no era la mejor, entendió las preguntas.
Sólo cuando el hombre le miró reconoció una expresión similar a la que Elizabeth
usaba a menudo cuando estaba enojada.
–¿Dougal?
–Sí, Murray. Soy Dougal MacLerie. Y te pregunto de nuevo, ¿qué le has hecho
a mi hermana?
Antes de que pudiera responder, otro hombre se acercó desde la otra
dirección y se colocó para bloquear cualquier intento de escape. Incluso si quería
defenderse, el hombre tenía un arco con una flecha lista y dirigida a él. Estaba
rodeado, no tenía adónde ir. La oyó moverse a través de los arbustos justo antes
de que apareciera en el borde del camino.
–¡Dougal! ¿Qué estás haciendo? – dijo a su hermano, y luego gritó. –¡Niall!
¡Deja ese arco!
Elizabeth se puso de pie con las manos en las caderas y una expresión rebelde
similar a la de su hermano. James se dio cuenta de que ni le contestó ni quitó sus
ojos de él. Bajó la espada levemente y esperó.
No pasó mucho tiempo antes de que Dougal le hiciera señas al hombre más
cercano. Pero James no era el objetivo, era Elizabeth y estaba demasiado lejos de
ella para detenerlo. El guerrero se inclinó y la levantó, lanzándola encima de sus
piernas, a pesar de la lucha que presentó. Con un brazo en su espalda para
sostenerla allí, el hombre hizo girar a su caballo y se alejó. Ella seguía gritando
maldiciones mientras desaparecían de la vista entre la polvareda del camino.
Ella no estaba en peligro, pero James sí. Dougal y Niall se ubicaron a ambos
lados de él, para que no pudiera defenderse o pelear sin que alguno lo atacara, así
que esperó para ver lo que habían planeado.
Niall se mantuvo a cierta distancia cuando Dougal lanzó su ataque. Cargando
directamente, James se vio obligado a girar y desmontar a Niall. Mientras lo hacía,
Niall apuntó el arco y James supo que estaba dirigido a su pierna. Detuvo su
caballo y saltó de él, usándolo como escudo mientras Dougal se acercaba.
Respirando pesadamente, James se puso de pie en medio del camino a la
espera de su destino. ¿Lo mataría ahora? La mirada asesina en los ojos de Dougal
le decía que sí. Niall parecía estar esperando la orden de Dougal para actuar,
porque no se movía de su lugar ni le tomaba como objetivo. James respiró hondo
cuando Dougal lo enfrentó, porque no había ninguna esperanza de aventajar a un
hombre a caballo. En el último momento, se agachó y dio media vuelta, pero
Dougal liberó el pie del estribo y le dio una patada enviándole al suelo.
James aterrizó boca abajo en la tierra y antes de que pudiera ponerse de pie,
Dougal estaba allí, con el arma en la mano y una mirada asesina en los ojos, listo
para derribarlo con la espada letal que llevaba.
–Dougal – dijo Niall.
James no había visto el movimiento del otro hombre, pero estaba sentado en
su caballo a pocos metros de distancia.
–Recuerda las órdenes.
–Sí, Niall. Recuerdo las órdenes del laird.
Dougal escupió en el suelo entonces.
–Fueron que debía llevarlo con vida de vuelta a Lairig Dubh.
Dougal se volvió hacia Niall y le tiró la enorme espada. Niall la atrapó con
facilidad y asintió con la cabeza.
–No necesito mi espada para mostrarle a este cerdo que no debería haber
involucrado a mi hermana en sus planes.
Dougal se bajó de su caballo y le entregó las riendas a Niall.
–Ahora, infame forastero, deja que te enseñe cómo responde a un insulto un
highlander.
No se dijeron más palabras. Una vez que Dougal se lanzó hacia él, James
apenas tuvo tiempo de pensar. Sentía como si el hombre tuviera ocho brazos y
ocho piernas. Los golpes venían de todas direcciones y James reconocía la furia
enloquecida en el ataque. Se había preocupado por tener que enfrentar a Tavis
alguna vez, pero Tavis no tenía la ira en el alma como Dougal.
Después de los primeros puñetazos y patadas, Dougal frenó el ataque. No
había necesidad de apresurar el castigo a ese perro que tenía en sus manos. Una
vez que la visión de Murray fue bloqueada por la sangre que brotaba de una
herida en la cabeza y la hinchazón de su cara, Dougal se burló de él. Empujándolo
por detrás, le aplastó la cara contra el suelo y le dio un puñetazo en la espalda.
Tendría contusiones en abundancia a la mañana siguiente. Oh, no estaría ileso
pero cuando hubiera terminado con él, se aseguraría de que respirase. Sólo
cuando Niall gritó su nombre, se detuvo. Confiaba en que su amigo lo detuviera
antes de que el hombre muriera. Después de un golpe más, muy satisfactorio en la
cara, Dougal se alejó.
Sacó un odre con agua del caballo y después de tomar un sorbo para enjuagar
su boca, se arrojó un poco en la cabeza y la cara. Después se lavó la sangre de
Murray de los nudillos y las manos. Niall trajo el caballo de Murray, o más bien del
conde, y juntos arrojaron al hombre inconsciente sobre la silla, atando sus manos
y piernas bajo el vientre del corcel para mantenerlo en su lugar.
Mientras cabalgaban para encontrarse con Shaw y Elizabeth, que estarían
esperando al norte de la aldea, Dougal se preguntó qué haría el laird con ese
hombre... y con su hermana. Estaba casi oscuro cuando llegaron al lugar de
encuentro, pero Shaw tenía el fuego encendido y estaba esperándolos. Se apearon
y cuando se acercaron pudieron ver los cortes y rasguños en el rostro y el cuello de
Shaw.
–¿Qué pasó? – preguntó Dougal, mirando a su alrededor.
–Tu hermana no quería irse – dijo Shaw, tocándose una herida fea en el
cuello.
–¿Dónde está?
Podía oír ruidos, pero no podía ver a Elizabeth.
–Por ahí – dijo Shaw. –Parecía la mejor manera de mantenerme a salvo… y a
ella.
Dougal lo siguió a través del claro.
Elizabeth estaba sentaba en la base de un árbol, con las manos y los pies
atados y la cuerda uniéndola al árbol. Un trozo de tela estaba atado alrededor de
su boca, aunque no le impedía que tratara de gritar. Dougal se arrodilló frente a
ella y le quitó el trapo.
–¿Estás herida, Elizabeth? ¿Te ha hecho daño? – Buscó su rostro para detectar
cualquier signo de lesión que Murray le hubiera hecho.
–Shaw no me hizo daño, Dougal. Estoy calmada, me puedes desatar.
Levantó los brazos tanto como las cuerdas le permitieron, esperando que la
liberara. Él no hizo nada.
–Me refería a Murray. Su nota decía que te secuestró de Lairig Dubh.
¿Acaso...? – Dougal hizo una pausa, pensando en el olor de la choza. –¿Te obligó
bajo amenaza de muerte?
–Eres un tonto si piensas que me obligó, Dougal. Nunca hubiera pensado que
eras tan imbécil – dijo estrechando sus ojos. –Desátame. Apúrate.
–Tengo órdenes del laird. Tenemos que llevaros de vuelta a Lairig Dubh.
Ella le miró entonces y no dijo nada.
–Dime, Elizabeth – insistió. –El conde va a querer saber lo que pasó.
Cuando ella levantó la barbilla un poco y el labio inferior se puso recto, supo
que había perdido la batalla. Testaruda hasta la médula, hacía lo que le venía en
gana y no respondía a nadie cuando ponía esa expresión. Su ira lo encegueció y
apartándose el pelo enmarañado de los ojos, le preguntó a su hermana lo que
necesitaba saber.
–¿Estás bien, muchacha? Sólo dímelo a mí – dijo en voz baja para que ninguno
de los otros lo escuchara.
Las lágrimas que brotaban de sus ojos le preocupaban, pero ella parpadeó
rápidamente y asintió. Dándose la vuelta, no dijo nada más. Hasta que notó el
cuerpo de Murray colgado sobre el caballo.
–Dougal, ¿qué has hecho ahora? – dijo en un tono que era casi un grito. ––
Desátame.
Comenzó a luchar contra las cuerdas y, por la manera como Shaw ataba los
nudos, sólo los apretó más. –Te lo ruego, Dougal. Niall. Shaw–. Los miró a los tres.
–Déjenme verlo. Por favor.
Dougal se limitó a sacudir la cabeza y se alejó de ella. Su reacción al ver cómo
había dejado a Murray le decían más de lo que deseaba saber. Elizabeth no había
sido secuestrada. Ella no había sido forzada. Había sido una compañera dispuesta
en esa locura y tendría que pagar un alto precio por haber contribuido a su
pérdida de honor una vez más. El conde lo determinaría una vez que llegaran a
casa.
Y se equivocaba si pensaba que podía darle órdenes. Con un gesto de la
cabeza, indicó a los demás que lo siguieran. En pocos minutos, habían desatado a
Murray, lo habían puesto en el suelo al otro lado del claro con las manos y los pies
atados para que no pudiera moverse cuando despertara. Cuando miró en su
dirección, la encontró luchando contra las cuerdas para ver lo que estaban
haciendo.
Se quedarían allí a pasar la noche. Ahora que tenían a Murray, no tenía prisa
por volver a Lairig Dubh.
Sólo después de que arrojó una manta sobre Elizabeth, tomó una para sí
mismo y asignó a cada uno de sus hombres la guardia de la noche, se permitió a sí
mismo sentir el cansancio y el dolor que corría por su cuerpo. Con unas pocas
horas de descanso estaría bien. Con la cabeza más clara, se ocuparía de Elizabeth y
su amante en la mañana.
CAPÍTULO 9
Aunque estaba atada a un árbol y le preocupaba que Jamie estuviera muerto,
Elizabeth cayó dormida varias veces durante esa larga noche. Se dio cuenta
cuando Niall cambió lugar con Shaw y luego, cuando tomó la guardia Dougal. Vio
que el cielo empezaba a clarear y cuando el sol comenzó a subir, observó cómo las
nubes pasaban amenazadoramente por encima de ellos.
Durante toda la noche trató de recordar el secreto de los nudos de Shaw.
Había tenido éxito aflojándolos cuando era más joven y a su hermano y sus amigos
les gustaba jugarle bromas a ella y otras chicas. Luchar contra ellos los ajustaba,
así que trató de dejar sus dedos flojos, meneando sus manos de un lado a otro
dentro de los lazos intrincados. Una daga. ¡Lo que no daría por una buena daga
afilada que pudiera cortar la cuerda y algunos trozos colgantes del cuerpo de su
hermano también!
Debería sentirse avergonzada y humillada, pero en lugar de ello se sentía
asesina. Dougal había ordenado deliberadamente que Shaw se la llevara para que
no pudiera interferir con sus planes de doblegar a Jamie casi hasta la muerte. El
laird no hubiera dado tal orden y Elizabeth estaba segura de que esa había sido la
decisión de Dougal.
Miró a través del claro y trató de comprobar si Jamie todavía dormía. Su
rostro estaba ensangrentado e hinchado. No se había movido desde que lo
abandonaron allí. Tenía que ver sus heridas antes de que Dougal emprendiera el
regreso a Lairig Dubh.
Elizabeth estaba tan concentrada en liberarse y ver cómo estaba Jamie que no
escuchó los pasos de Dougal detrás de ella.
–Toma – dijo tendiéndole un odre con agua. –Bebe.
Nada más. Ninguna disculpa por atarla a un árbol toda la noche. Estaba
bastante sedienta e intentó beber, hasta que vio las manchas de sangre en sus
manos y brazos.
La sangre de Jamie.
Con el aumento de la luz del sol, se dio cuenta que Jamie se había defendido,
porque Dougal tenía un poco magullada la cara e hizo una mueca mientras se
inclinaba hacia ella.
Bueno. Esperaba que sufriera por lo que había hecho.
–¿Connor te ordenó que lo golpearas? – preguntó.
–Connor me ordenó que lo llevara de vuelta con vida. Pero yo lo traté con la
ira de un hermano que respondía por el maltrato de su hermana.
Le tendió la piel de nuevo.
–No debiste hacerlo, Dougal. Yo no necesito que vengues mi honor.
Si hubiera estado presente durante el incidente anterior, Dougal habría hecho
lo mismo. Trató de no estar demasiado enfadada con él porque se dio cuenta que
estaba obligándole a enfrentar la vergüenza una vez más antes de que el conde
terminara con su desgracia y exiliara a su familia.
Peor aún, sus padres también deberían soportar esa vergüenza. El laird podría
ser un hombre inteligente y dispuesto a perdonar un paso en falso de una joven,
estúpida e ingenua… una vez. Pero su reincidencia lo llevaría a tomar medidas más
duras contra ella. El único problema era que no podía explicárselo a Dougal sin
exponer su error de juicio.
No podría soportar que su hermano la mirara con tanta decepción. Por eso no
lo haría.
–Bebe y te llevaré para que puedas atender tus necesidades. Debes tener
ganas de...– Hizo un gesto hacia donde él y los otros hombres no podrían verla.
–Me gustaría ver a Jamie, Dougal. Por favor.
Habían llegado a un punto crucial para ambos. Su naturaleza obstinada se
había convertido en una especie de broma entre ellos. ¿Quién iba a ceder en ese
momento? Si lo hacía, tendría que suavizar su negativa y permitir que ayudara a
Jamie. Por su bien debía darle la oportunidad.
Ella extendió las manos y tomó el odre, lo levantó y bebió lentamente.
Después de unos tragos, se lo devolvió. Él lo tapó y se lo echó al hombro. Cuando
le tendió las manos aflojó los nudos y las cuerdas cayeron.
Sólo tomó un momento liberar sus pies, pero ella se tambaleó mientras
trataba de ponerse de pie. Dougal la agarró por el brazo y esperó a que se
estabilizara. La empujó en dirección contraria de donde quería ir y la llevó hacia
los árboles, en busca de un lugar solitario. Cuando estaban detrás de suficientes
árboles para que no pudieran verla, la soltó.
–Voy a esperar aquí. Atiende tus necesidades.
Le tomó bastante tiempo hasta que sus piernas dejaron de quemar por la falta
de movimiento, terminó su tarea y volvió junto a su hermano. Caminaron juntos
de vuelta al claro, cuando llegaron dónde estaban los otros, se detuvo y esperó
que la dejara ir hacia Jamie. La tomó del brazo y pensó que iba a atarla de nuevo,
pero siguió caminando más allá del árbol en el claro donde la habían amarrado.
Elizabeth trató de no llorar delante de ellos, pero las lágrimas corrían por sus
mejillas cuando vio el daño que su hermano le había hecho a Jamie.
Tenía un corte profundo que comenzaba en la frente y se perdía en su pelo,
que aún sangraba. Su ojo izquierdo estaba cerrado por la hinchazón y su
mandíbula estaba salpicada de moretones. Su labio estaba partido en el centro y
la sangre seca le cubría el rostro y el cuello. Por la extraña forma en que estaban
doblados sus dedos, pensó que podría tener rotos dos o tres en la mano izquierda.
Elizabeth respiró hondo y le dijo a Dougal lo que necesitaba. Era todo lo que
podía hacer para no caer de rodillas y llorar a gritos.
A pesar de que se quedó mirándola en silencio, asintió con la cabeza y se
marchó, regresando a los pocos minutos con agua, una camisa limpia para que la
utilizara como vendas y un poco de whisky para limpiar las heridas y ayudar con su
dolor. Ella procedió a limpiar las heridas que pudo encontrar, desgarrando la
camisa ensangrentada para encontrar más contusiones y cortes en su pecho. Su
cabeza y su cara habían recibido la peor parte y pensó que la herida era lo
suficientemente profunda como para necesitar puntadas con hilo y aguja que no
tenía.
Tardó bastante y todo el tiempo los tres hombres estuvieron de pie mirándola
sin decir nada. ¿Habrían oído sus oraciones mientras le rogaba al Todopoderoso?
Elizabeth había ayudado a su madre a atender a los enfermos, pero esto iba más
allá de eso. Le preocupaba más que nada, que a pesar de todo el movimiento y el
ardor del whisky sobre las heridas abiertas, Jamie no se movió ni emitió ningún
sonido.
Llamó a Niall cuando necesitó ayuda para envolver las tiras largas de lino
alrededor de su pecho para inmovilizar lo que pensaba que podrían ser costillas
rotas o magulladas. Finalmente terminó, recogió las ropas que había usado y le
entregó el odre de nuevo a Dougal.
–La lluvia comenzará de nuevo y necesitará un refugio, Dougal. Por lo menos
hasta que se despierte. – Trató de suavizar su voz para que no sonara como una
orden, pero no pudo y no le importó. –Si se despierta.
Los tres hombres palidecieron ante sus palabras. Dougal se los llevó aparte
para hablar y ella se arrodilló al lado de Jamie, sosteniendo su mano maltrecha.
Niall salió al galope y Dougal regresó a su lado.
–Niall va a la aldea. Había una casa vacía allí y hará los arreglos necesarios.
Dado que estas personas pagan sus rentas a MacLerie, no habrá ningún problema.
–Te lo agradezco, Dougal – dijo.
Luego observó que fruncía el ceño y la miraba como si estuviera tratando de
descifrar un enigma.
No trató de moverla para impedirle estar junto a Jamie, por lo que
permaneció allí observándole para detectar cualquier movimiento. Cada hora que
pasaba inconsciente empeoraba su situación. Podía morir debido a la necesidad
de venganza de su hermano. Debido a sus indiscreciones pasadas.
Pasó algún tiempo y el estómago de Elizabeth gruñó, recordándola que había
pasado mucho tiempo desde su última comida. Aunque no quería alejarse de su
lado, se puso de pie y caminó hacia donde habían amontonado las bolsas de los
caballos. Encontró las galletas sobrantes, codorniz, queso y pan. Se quedó con una
torta de avena y dio el resto a Dougal y Shaw.
Dio un salto al oír el retorno de Niall. Cuando se levantó y vio que el caballo
traía un carro de madera enganchado detrás de él, pensó que había esperanza
para Jamie. Niall condujo el caballo al claro y aferró las riendas mientras Dougal y
Shaw levantaban a Jamie y lo colocaban en la parte posterior. Cuando lanzaron las
bolsas, ella puso un par bajo la cabeza de Jamie para absorber la mayor parte de
las sacudidas de la carretera en mal estado durante el camino de vuelta a la aldea.
La pequeña casa de campo se erigía lejos del pueblo, adentrada en el bosque,
por lo que no se veía desde la carretera. Niall condujo el caballo por un pequeño
sendero, casi escondido y apareció después de unos minutos, la ayudó a bajar del
banco del carro y fue a ver como estaba la casa en el interior. El viento azotó su
pelo suelto y tuvo que apartarlo con sus manos para mantenerlo fuera de la cara.
Se inclinó para entrar por la baja puerta.
No era tan diminuta como la choza, pero tampoco muy grande. Tenía tres
habitaciones y un salón principal con un hogar integrado en una de las paredes y
una pequeña ventana alta en la pared del fondo. Sería imposible escapar de esa
casa.
Lo bueno es que estaba limpia, sin roedores ni otras criaturas escondidas en
ella como solía ocurrir con las viviendas abandonadas. Y, cuando la lluvia arreciara,
no habría filtraciones. Se las había arreglado para hacer una cama con mantas en
el suelo de la sala para Jamie; Niall y Shaw le llevaron adentro justo cuando
comenzó la tormenta.
Los hombres también trajeron suministros y alimentos, un pequeño barril de
whisky y otro de cerveza. Por las lesiones que Dougal le había hecho a Jamie,
entendía que podrían pasar días antes de que pudiera viajar.
–Tomé prestado lo que pude y compré el resto. El posadero me proporcionó
una sartén, algunas ollas y platos. Me reconocieron como hombre del conde y me
consiguieron lo que necesitábamos – explicó Niall mientras colocaba los
suministros con los que había vuelto. – Podremos devolver todo cuando nos
vayamos y pagaremos por lo que usemos.
Entraron en la habitación más pequeña y observaron a Jamie antes de
comenzar a organizar la comida y los utensilios en la cocina. Se quedó inmóvil
pensando en el accidentado viaje. Su hermano y los demás esperarían que ella
cocinara mientras se quedaban allí. Elizabeth se preguntó si Dougal todavía
recordaría lo mal que cocinaba.
Las lluvias continuaron durante el resto del día. El posadero había enviado
otra codorniz, así que la hirvió para hacerle caldo al enfermo mientras los demás
comían el resto de ella. Estuvo tentada a cocinar como lo había hecho en su casa,
ocultando sus habilidades, pero decidió no hacerlo. En cambió preparó alimentos
simples.
El día pasó lentamente. Estuvo la mayor parte del tiempo sentada junto a
Jamie, con la esperanza de que despertara para poder explicarle todo. El laird
conocía la verdad acerca de su pasado y sin duda no forzaría a Jamie a un
matrimonio. Había decidido declararse culpable ante él cuando regresaran y
esperaba que Connor la desterrara de Lairig Dubh y ayudara a Jamie a enfrentar la
ira de sus padres.
Esa noche ella y Dougal compartieron el dormitorio, su hermano tendido
frente a la puerta para impedirle escapar. Niall y Shaw dormían en la habitación
principal. Elizabeth oró por muchas cosas, pero sobre todo para que Jamie se
despertara.
* * *
La oscuridad y la agonía se arremolinaban a su alrededor, por lo que le era
imposible ver nada. Luchó contra la oscuridad y el sufrimiento mientras nuevas
oleadas de dolor le dominaban. Le dolía el cuerpo, le dolía la cabeza, pero lo peor
era la angustia que le atravesaba el corazón al recordar cómo había tratado a
Elizabeth.
Recordó sus ojos, ocultando esa vergüenza secreta en sus profundidades,
suplicándole comprensión. Y él le falló. Le profesó su amor e ignoró su orgullo.
Tenía que decírselo.
¡Elizabeth! Trató de llamarla, pero se desvaneció. Él nunca la dejaría ir. Nunca
dejaría que su familia, el conde ni nadie la hicieran objeto de censura de ningún
tipo. Ella era suya.
Una voz hizo eco en su cabeza y se abrió paso para llegar a ella. Pero no
importaba lo que hiciera, no era capaz de hablar. Una y otra vez, hora tras hora,
hizo esfuerzos desesperados para llamarla. Su caricia en la mano, el brazo o la
cabeza le tranquilizaba, pero cuando trataba de comunicarse, su cuerpo no le
respondía. Ni siquiera podía abrir los ojos para verla.
¿Dougal la habría lastimado? ¿La habría castigado por sus pecados? Luchó con
todas sus fuerzas contra el terrible muro de dolor, hasta que agotado, cayó de
nuevo en las negras profundidades de la inconsciencia.
Su último pensamiento fue para ella, rogando que le perdonara por todo el
mal que la había hecho.
CAPÍTULO 10
Al principio, pensó que estaba soñando o alucinando. Elizabeth movió la vela
acercándola y observó con atención, pero no percibió ningún movimiento. Dos
días y dos noches había pasado profundamente inconsciente. Dougal incluso había
enviado a una anciana de la aldea que tenía habilidades curativas, pero la
curandera había dicho que no podía hacer nada más por él.
–Es por las lesiones en la cabeza…– le susurró a Dougal creyendo que
Elizabeth no podía oírla, porque eran las menos predecibles de todas las heridas.
Pero, le advirtió que ese profundo sueño duraba demasiado tiempo y no era una
buena señal. Con la promesa de volver en unos días y después de dejarle un par de
pociones y brebajes por si tenían necesidad de ellos, la anciana regresó a la aldea,
rechazando las monedas que Dougal quiso darle.
Como se había vuelto rutinario esos últimos días, Elizabeth se sentó a su lado
hablándole en voz baja. La mayoría de las veces simplemente repetía oraciones
para que pudiera oírla. Otras veces, le hablaba de su infancia y le contaba historias
felices sobre Dougal para que supiera que su hermano no era una persona
malvada. Y a veces, cuando los hombres estaban fuera de la casa, le hablaba de su
amor y sus fracasos.
Pero sobre todo, rogaba para tener la oportunidad de arreglar las cosas entre
ellos.
La vieja curandera había aprobado darle de comer el caldo que Elizabeth
había hecho, por lo que un par de veces al día, se sentaba detrás de él, con la
cabeza apoyada en su pecho, y le echaba cucharadas del líquido en la boca. Ahora
le masajeaba la garganta para que tragara, con mucho más éxito que las primeras
veces que lo había intentado.
La puerta de la habitación se abrió y ella esperó oír lo que los hombres habían
discutido. Cuando nadie se aproximó, se acercó a la puerta y la abrió aún más. Los
tres se quedaron en silencio ahora que ella había abierto la puerta. Dougal le
indicó que saliera, así que ella salió y cerró la puerta detrás de sí.
–Si no se despierta en otros dos días, enviaré a Niall de regreso a Lairig Dubh
con el informe de su estado – dijo.
Elizabeth asintió ante su sombrío anuncio. Enviar esa noticia al conde
significaba declarar que había perdido los estribos y que era el causante del estado
de gravedad de Jamie, y eso era algo muy peligroso. Estaría en problemas por
haber desobedecido las órdenes del laird, además del castigo que tendría que
sufrir, sería vería humillado entre su clan.
¿Cómo habían ido tan mal las cosas?
Ella volvió a entrar en el aposento para vigilar a Jamie, pero se deshizo en
lágrimas cuando se arrodilló a su lado. Todo había salido mal y ahora, el simple
deseo de estar juntos había arruinado más vidas de las que podía contar, e incluso
podía costarle la suya a Jamie.
¿Todo por amor? Ella pensaba que el amor podría ser la respuesta a sus
problemas, pero en cambio, su búsqueda era lo que parecía causar todos sus
problemas. De pie a su lado mientras Ciara se casaba con él no podría ser peor que
el caos y el daño que, siguiendo sus propios deseos, se habían forjado. ¿Tal vez
estar contento en el matrimonio era suficiente y arriesgar el corazón sólo
provocaba dolor?
Inclinó la cabeza hacia abajo y dejó que su dolor y la preocupación la ganaran
por primera vez. Rezando para que salvara su vida, esperando la gracia del
Todopoderoso, ofreciendo todo tipo de posibles sacrificios si sólo... si tan sólo...
–¿No me vas a saludar, muchacha?
Baja y ronca, que casi no reconoció su voz, pero cuando le tocó la cabeza,
enredando sus dedos en su cabello suelto, supo que estaba realmente despierto.
Elizabeth levantó la cara y le miró a los ojos por primera vez en días.
–Nada puede ser tan malo como eso – susurró.
No tenía ni idea de lo mal que estaba en ese momento. Feliz de que estuviera
despierto, le sonrió a través de sus lágrimas.
–No, nada es tan malo ahora que estás despierto – dijo ella.
Sin pensar en nada más, se inclinó y le dio un beso. Con cuidado de no
presionar demasiado fuerte contra el labio partido, sólo le tocó la boca con la suya
por un momento. Al darse cuenta de que debía estar sediento, se sentó y cogió la
copa que tenía allí, siempre lista para él.
–Ahora, bebe esto– dijo, levantándole la cabeza para que pudiera tomar un
poco.
Lo hizo a pequeños sorbos, hasta que vació la copa. Cuando dejó que su
cabeza descansara sobre la almohada, extendió la mano y le tomó la suya,
apretándola por un momento.
–Elizabeth, tenemos que hablar – dijo. Sus ojos comenzaron a cerrarse y ella
supo que se estaba quedando dormido de nuevo, esta vez en un sueño normal, de
modo que no se sobresaltó. –Tengo que decirte...
Nunca terminó sus palabras. No le importaba porque ya habría tiempo para
ordenar todo. Después de observarle durante varios minutos más, salió de la
cámara para contarle a Dougal la novedad.
Con la noticia de que había despertado, el estado de ánimo de todo el mundo
se iluminó y la comida incluyó un poco de conversación que nadie había sentido
ganas de tener en las comidas anteriores.
Después de comer y limpiar, Elizabeth cogió el picaporte de la puerta, pero
Dougal se interpuso entre ella y la puerta, impidiéndole el paso.
–Ve ahora, Elizabeth, y descansa un poco.
–Quiero estar con él, Dougal. Si se despierta...
–Cuando se despierte, te llamaré. Pero, si no duermes un poco, enfermarás y
no será bueno para él ni para nadie.
Cuando cruzó los brazos sobre su pecho, ella supo que había perdido la
batalla. Asintió con la cabeza, entró en su dormitorio y se acostó en la pila de
mantas que había allí. Sólo pensando en dormir poco tiempo, Elizabeth se
sorprendió cuando la luz de la mañana la saludó cuando se despertó.
* * *
Viendo la férrea determinación de su hermana, Dougal comprendió qué o
quién lo había causado todo. Murray no la había obligado en modo alguno…
Elizabeth estaba profundamente enamorada de él. Cuando observó su
comportamiento en los últimos días, fue un hecho que no podía dejar de
reconocer. Ni siquiera aunque su ira silenciosa aún tuviera influencia sobre él. Ni
siquiera cuando la muerte del hombre parecía inminente. Y ni siquiera ahora,
cuando la noticia de que había despertado levantó su ánimo.
Se sentó con la espalda contra la pared en el interior del pequeño aposento,
bebiendo un poco de uisge beata, y pensando en cómo podría ir todo y no le
gustaba nada lo que le venía a la mente. Su primera vez al mando y había sido un
desastre. Había perdido los estribos en cuestión de segundos al encontrarse con
ellos y había golpeado casi hasta la muerte a Murray. Él no era de rechazar una
buena pelea, o incluso matar cuando era necesario, pero los resultados de su falta
de control le enfermaban.
Connor esperaba la obediencia de todos los que le servían. Duncan y Rurik
habían tratado de advertírselo, pero él estaba demasiado empeñado en vengarse,
de lo que pensaba que era la deshonra de Murray hacia su hermana, como para
mantener su temperamento bajo control.
Tomando otro sorbo de uisge beatha consideró sus opciones en la forma de
llevar a cabo sus órdenes y en cómo afectarían a su hermana y al hombre que
tenía delante. Aparte de su anterior indiscreción, ella era su hermana menor, la
única en sobrevivir a la infancia, y aunque él y sus amigos la atormentaban sin
cesar, su vínculo era irrompible. Probablemente, ahora le quisiera justo en el
infierno; lo sabía por las miradas que ella le dirigía de vez en cuando.
La vez anterior que Elizabeth cayó en desgracia fue porque era demasiado
dulce y demasiado joven para conocer el juego de un hombre... y porque él no
estaba allí para velar por ella. Hubiera tardado un segundo en darse cuenta del
plan del cobarde bastardo y ponerle fin… si hubiera estado allí. Pero estaba
entrenando y viviendo en otro lugar, y Elizabeth había sido seducida por las
bonitas palabras y las promesas del hombre. Ella creía que él no lo sabía, pero lo
sabía.
No le podía fallar esta vez.
Así que, cuando se corrió la voz de que había sido raptada por Murray y que la
había obligado a irse con él, supo que su oportunidad había llegado. El olor a sexo
reciente en la choza demostraba la culpabilidad de Murray y le había atacado
equivocadamente, fracasando una vez más.
Por los comentarios de Connor a su mujer, esperaba que Murray se casara con
su hermana. En realidad, había parecido como si el conde y su esposa esperaran
que ya estuvieran casados en el momento en que fueran encontrados. Había
permitido que su amigo Tavis se casara con Ciara, aunque en muchos aspectos, no
fuera una opción aceptable. Ciara Robertson era de alto rango, conectada con las
familias más poderosas de Escocia y más rica que cualquier mujer en la que Dougal
pudiera pensar. Y era su riqueza, no la de su marido.
Ahora que tenía tiempo para pensar, ¿quién sabe si Connor no había
retrasado la búsqueda para darle a Murray tiempo para casarse con Elizabeth? El
laird sabía a dónde se dirigían porque su esposa les había hablado del sacerdote.
Al darles un día entero antes de enviar a alguien tras ellos, Connor sabía que
tendrían el certificado de matrimonio antes de ser encontrados. ¿Por qué Connor
colaboraría para que estuvieran casados antes de que fueran devueltos? Un
matrimonio válido, aunque se hubiera celebrado en una vieja Iglesia era legítimo y
difícil de romper.
Pero las tormentas llegaron y los retrasó para llegar ante el cura. Y eso le
había dado a él la oportunidad de encontrarlos antes de que el matrimonio fuera
un hecho.
Bebió el último sorbo de whisky y meditó en todo eso. Quedaría sin
respuestas hasta que Murray estuviera en condiciones de viajar, así que tendría
tiempo de sobra para tomar decisiones.
Dougal estaba a punto de cerrar los ojos y dormir un poco cuando Murray se
movió, gimiendo el nombre de su hermana mientras lo hacía.
El hombre, a pesar de ser un noble de las Tierras Bajas, y sin el entrenamiento
que tenían los guerreros de las Tierras Altas, podía infligir dolor con sus golpes.
Dougal había quedado impresionado, al igual que Niall, por la resistencia que
había mostrado ante sus puños y patadas. Sus propias costillas le dolían incluso
ahora. Sirvió más whisky del barril a su lado, se acercó y se agachó.
–Toma Murray – dijo, levantando la cabeza del hombre. –Esto va a ayudarte
con el dolor.
A pesar de que no se resistió, Murray le miró con recelo mientras bebía.
–No estoy tratando de envenenarte. Si piensas casarte con mi hermana, su
comida puede hacerlo mejor que yo.
Dougal dejó descansar la cabeza de Murray sobre la almohada.
–Ella me dijo que como mucho – dijo Murray, mientras deslizaba su mano por
encima de sus costillas fuertemente vendadas.
Aunque ahora que lo pensaba, Dougal se dio cuenta de que ninguna de las
comidas que Elizabeth había hecho para ellos había enfermado a ninguno de ellos,
y por otro lado eran bastante sabrosas. Hmmm, eso era muy raro.
–¿Qué vas a hacer, Dougal?
¿Cuántas veces podía defraudar a su hermana antes de hacer lo que era mejor
para ella? Esa era la verdadera cuestión de todo ¿no? Y lo único que sabía es que
todavía no tenía la respuesta. Se sirvió otra copa y la bebió de un trago,
encogiéndose de hombros.
–Descansa un poco, Murray. Hablaremos en la mañana.
Sabiendo que el hombre estaba lo suficientemente bien, Dougal se levantó y
caminó hacia la habitación principal. Se dejó caer delante de la puerta de la
cámara y se durmió preguntándose qué demonios iba a hacer.
* * *
James escuchó mientras Dougal salía de la habitación.
Le dolía cada centímetro de su cuerpo pero estaba vivo. Hasta que despertó
con el sonido del llanto de Elizabeth no sabía si volvería a despertar de nuevo. En
realidad, en un principio había pensado que ella sollozaba porque él había muerto.
Hasta que el dolor se filtró en su mente, y supo que sólo estar vivo podría doler
tanto.
¡Qué tonto había sido! No hablar de las cosas que importaban con la mujer
que amaba era probablemente la cosa más estúpida que había hecho en su vida.
Durante un tiempo, mientras vagaba en esa oscuridad que pensó que le llevaría a
la muerte, oró por tener una segunda oportunidad con ella. Para hacer las cosas
bien.
No sabía cómo, sólo sentía en el fondo de su alma que debía mantenerla a su
lado y evitarla más humillaciones.
Mientras volvía a dormirse, pensó en cómo podía hacerlo y se dio cuenta de
que la única manera era secuestrarla de su hermano y llegar al cura antes de que
pudieran ser detenidos. Entonces se echó a reír y el movimiento le provocó un
espasmo de dolor en las costillas. El dolor le recordó todas las razones por las que
sus planes serían imposibles.
Pero, iba a encontrar una manera de hacerlo, para demostrarle su amor y
para mantenerla a su lado durante el resto de sus vidas. Si moría intentándolo,
que así fuera, sin embargo, nada lo detendría.
Por Elizabeth.
CAPÍTULO 11
–¡Dougal! – gritó.
Ella había abierto la puerta de la habitación y encontró a Jamie apoyado sobre
sus manos y rodillas, jadeante.
–Estoy mareado – susurró. – Me siento muy mareado.
–Apártate Elizabeth – ordenó su hermano.
Salió de su camino, y observó mientras él con la ayuda de Shaw levantaban a
Jamie por los brazos y le sentaban con la espalda apoyada en la pared.
–Abre los ojos y mira algo – ordenó Dougal – Y no respires demasiado
profundamente. El mareo debería disminuir de esa manera.
Elizabeth se encontró con la mirada de Jamie y la sostuvo mientras tomaba
algunas respiraciones lentas y poco profundas como su hermano le había dicho
que hiciera. Cuando esbozó una sonrisa, torcida a causa de las lesiones en la boca
y la mandíbula, comprendió aliviada que se sentía mejor.
–¿Cómo te sientes? – preguntó Dougal.
–Cómo si mis sentidos hubieran estado un poco ‘golpeados’– respondió James
mientras Shaw lanzaba una carcajada.
Elizabeth sospechaba que el exceso de uisge beatha tenía mucho que ver con
ese comportamiento.
Algunos mensajes tácitos circularon entre los hombres y Dougal se volvió
hacia ella para decir: – Elizabeth, ¿podrías llenar ese cubo?
–Hay suficiente agua – dijo frunciendo el ceño mientras miraba a Dougal,
Shaw y Jamie, quienes a su vez la miraron con aire expectante.
–Entonces, ve a cambiarla, muchacha – dijo Shaw.
Ellos querían que se fuera por alguna razón. Tratar de entender lo absurdo de
esa irracional conducta masculina era perder el tiempo, así que cogió el cubo y
salió de la habitación cerrando la puerta tras ella. El arroyo pasaba por detrás de la
vivienda y le tomó bastante tiempo llegar a él.
Cuando hundió el cubo en el agua fría, el miedo la golpeó. ¿Por qué Dougal
querría que se fuera? ¿Qué estaban haciendo con Jamie? Dejó caer el cubo y
corrió de vuelta a la cabaña.
Estaba vacía. Todos se habían ido. Se acercó a la puerta y escuchó, con la
esperanza de oír algo, cualquier cosa, que le indicara a dónde le habían llevado.
Unos tonos quejumbrosos bajos resonaron desde el lateral, donde los árboles de
gruesos troncos bloqueaban su vista. Elizabeth siguió los sonidos, lo más
silenciosamente posible. Se deslizó de árbol en árbol, buscando con antelación
una señal de que estaban cerca. La risa de Niall la llevó a ellos.
Estaban de pie uno al lado de otro formando una fila de espaldas a ella. Al
principio, no estaba claro lo que estaban haciendo, pero se sintió muy feliz al ver a
Jamie de pie, sobre sus piernas, hasta que el inconfundible sonido de salpicaduras
de líquido en el suelo le dijo lo que estaban haciendo.
–Es rojo – dijo Jamie.
–Se irá en unos cuantos días – contestó Dougal.
Niall y Shaw añadieron un gruñido con el que parecieron mostrar su acuerdo.
–¿Están muy seguros? – preguntó ella, incapaz de guardar silencio por más
tiempo.
Por consideración hacia ella, ninguno de ellos se volvió. Ninguno se movió de
su lugar en absoluto, ni hecho un vistazo, excepto para mirar para arriba de los
árboles, pero se dio cuenta de que las salpicaduras se habían detenido.
–Ella no es buena para obedecer órdenes, ¿verdad Dougal?– dijo Jamie
arrastrando las palabras.
–Ella se está yendo ahora – dijo Elizabeth, contenta de oír que hablaban de
cosas frívolas en lugar de amenazar con matarlo.
Al llegar al arroyo buscó el cubo y percibió que los hombres, especialmente
Dougal y Jamie, parecían haber puesto una tregua entre ellos. Dougal no había
amenazado a Jamie desde ese primer día y le había hecho algunas preguntas bien
intencionadas acerca de lo que les había pasado, evitando el tema de la choza en
la ladera de la montaña, que sabía que había visitado.
Caminando lentamente para que los hombres tuvieran tiempo de terminar
sus necesidades, se sorprendió al encontrar a Jamie fuera de la casa y solo.
Aunque se tambaleaba un poco, podía mantenerse de pie. Elizabeth se dio cuenta
de que podía abrir los dos ojos ya que la mayor parte de la hinchazón había
desaparecido. Echándole un vistazo sintió que lo amaba más que nunca.
Y sabía que tendría que dejar que se fuera. Pero era la única manera en que el
conde podría dejar pasar su insulto, Jamie se iría y ella sería exiliada. Trató de
sonreír, pero las lágrimas fluyeron en su lugar.
Jamie tendió una mano hacia ella y contuvo la respiración mientras le
abrazaba. Su pecho y espalda gritaron y esperó a que el dolor disminuyera lo
suficiente como para tomar un respiro. No importaba lo doloroso que fuera, no la
soltaría. Ni ahora, ni nunca.
–Dougal dijo que podía hablar contigo a solas.
Levantó la cabeza y le miró. Jamie secó las lágrimas de sus mejillas y le pasó
los dedos por el pelo. No estaba trenzado como solía llevarlo, sino que caía sobre
su espalda como una cortina. Cuando el recuerdo de ella montada sobre él,
desnuda con el pelo suelto haciendo el amor, le hizo estremecerse y todo su
cuerpo reaccionó a la imagen, se dio cuenta de dos cosas: primero, que no estaba
muerto y segundo, que ni siquiera el dolor era suficiente para que dejara de
desearla.
Y la amaba mucho más que eso.
Dougal apareció en ese momento, llevando uno de los taburetes del interior, y
luego de colocarlo frente a él dijo: –Siéntate.
Era una buena idea, pero su cuerpo maltratado no pudo obedecer. Entonces
Dougal le agarró por debajo de un brazo y le ayudó a sentarse. Sin decir nada más,
se alejó.
Tratando de hilvanar sus pensamientos se dispuso a explicar su estupidez y a
pedirla perdón.
–Elizabeth – comenzó.
Pero ella se alejó y comenzó a pasearse de un lado a otro.
–Jamie – dijo. –Tienes que dejarme hablar primero.
Estaba tan alterada que temblaba y le rompió el corazón verla tan
sobreexcitada. Asintió con la cabeza.
–Cuando regresemos a Lairig Dubh, voy a hablar con Connor para que te deje
marchar. Sé que eres un hombre de honor, pero no espero que te cases conmigo
ahora simplemente porque me lo pediste. Esa promesa se basó en el engaño y la
mentira. Mi engaño y mis mentiras. Connor sabe la verdad y no te forzará a ello, te
lo aseguro.
Sus palabras se derramaron en torrentes, sin freno, sin pausa. Y debajo de
ellas, podía sentir el dolor y la vergüenza que encerraban. Que Connor supiera lo
que había sucedido no le sorprendió. Connor mantenía una estrecha vigilancia
sobre cualquier cosa o persona que afectara al clan o a los intereses MacLerie.
Tenía informantes y espías en toda Escocia y reunía información como las ardillas
reunían bellotas para cuando fuera necesario.
Pero Jamie no entendía cómo había sucedido. Oh, comprendía que cualquier
hombre podría codiciarla y quererla, pero ¿por qué se lo habían permitido?
–¿Le amabas?
Las palabras salieron antes de que terminara de pensarlas. Eso era lo que
quería saber, eso explicaría muchas cosas.
Se detuvo entonces y le miró fijamente, para que no malinterpretara lo que
quería saber. Sus manos, ahora unidas y retorciéndose por la tensión, revelaron
cuán doloroso era esto para ella.
–Me gustaría decir que sí, pero fue algo completamente distinto – admitió. –Él
era mundano, guapo y estaba interesado en mí. No en Ciara, como la mayoría de
los hombres. Sino en mí.
Podía verla junto a Ciara, la belleza, la gran heredera, la mujer con fluidez en
varios idiomas y con acceso a la corte del rey. Elizabeth estaba siempre a su lado, a
su disposición, el complemento ideal para su amiga, leal, modesta, apoyándola
desde las sombras. Había estado ciego de la misma manera, viendo sólo a Ciara en
un primer momento. Hasta que había mirado detrás, hasta descubrir a Elizabeth y
luego nunca más volvió a mirar a Ciara de la misma manera.
–¿Quién era él?
Si alguna vez le encontraba, la paliza que había recibido a manos de Dougal
sería un pálido reflejo.
Sacudió la cabeza, negándose a compartir ese nombre con él.
–No importa – susurró. – Los resultados fueron terribles. Uno de los hombres
de Connor le escuchó jactarse de la conquista y nos llevó ante el laird para
responder por nuestras acciones.
Cerró los ojos y él supo que estaba reviviendo su vergüenza.
–¿Qué hizo Connor?
Jamie estaba fascinado por cómo el poderoso conde abordaba los problemas
y los resolvía. Implacable, pero no injusto. Inteligente, pero práctico. Un buen
terrateniente y un mejor hombre.
–Cuando quedó claro que el matrimonio no era posible, ya que era casado,
Connor ocultó lo que había sucedido. El hombre fue expulsado de las tierras
MacLerie así como de las tierras de los aliados de Connor, incluso de las de alguno
de sus enemigos por temor a las represalias también. Las únicas personas que
supieron del asunto fueron mis padres, el hombre que lo había escuchado jactarse
y yo; todos fuimos advertidos de no mencionar jamás este asunto.
Ella encontró su mirada entonces y él supo que lo peor estaba aún por llegar.
Desde el taburete le tendió la mano y ella se sentó a su lado en el suelo, sin
mirarle. Él enredó sus dedos, los que no estaban rotos, en el pelo acariciándole la
cara mientras hablaba.
–La espera fue lo peor. Para saber si habría un hijo. Yo no podría quedarme
con él, por lo que Connor hizo planes por si se daba esa situación. Nunca he
rezado tanto como lo hice esas semanas hasta que mi ciclo finalmente llegó. –
Sonrió suavemente entonces. – Bueno, no hasta estos últimos días para que no te
murieras.
–Por lo tanto, sólo fue un error de juventud.
–Así es como Connor lo llamó. Después que pasó algún tiempo y estuvo
seguro de que no habría chismes al respecto, comenzó a permitirme viajar con
Ciara. Para que la cuidara, esa era mi obligación.
–Es un hombre sabio.
–Sí, lo es. Pero cuando le enfrentas, es aterrador. Y ahora, deberé hacerlo. He
arruinado sus planes de matrimonio entre Ciara y tú.
–Elizabeth, nos enamoramos.
–Y tratamos de huir.
–Para casarnos, muchacha. Un estado honorable que…
–Qué sólo demuestra mi debilidad y mi mal juicio. Si se lo suplico, creo que va
a dejarte ir.
Él se puso de pie, forzando sus músculos para no caer al suelo una vez más.
–Voy a casarme contigo, Elizabeth – juró atrayéndola hacia él. –Vas a ser mi
esposa.
Ella se apartó y, maldita fuera su debilidad, no pudo detenerla.
–No voy a casarme porque pienses que es honorable hacerlo, Jamie. No voy a
permitir que te sacrifiques porque se supone que es lo que debes hacer. No quiero
sacrificios entre nosotros – dijo con vehemencia. – Pensé que podría hacerlo.
Pensé que Ciara tenía razón en eso, que un matrimonio razonable, y respetuoso
podría funcionar, pero ahora sé que no podría aceptarlo, ni para mí ni para ti.
–Yo fui muy tonto, Elizabeth. No quiero un matrimonio basado en el sacrificio
tampoco. Quiero amor, gritos, peleas, alegría, paz, un matrimonio lleno de pasión.
Y lo quiero contigo, no con otra. – Dio un paso hacia ella, extendiéndole la mano. –
Cuando pensé que iba a morir, lo único que me preocupaba era que nunca me
perdonarías por la forma en que te traté. Por dudar de ti. Por dudar de nuestro
amor.
Trató de comprender sus palabras. ¿Por qué necesitaba ser perdonado? ¿Y
cómo podía aceptar que no hubiera sido virgen? Elizabeth se secó las lágrimas de
sus ojos y miró su rostro. La primera vez había sido una tonta creyendo las falsas
promesas y las palabras bonitas del bastardo que la engañó.
Pero éste era Jamie. Él estaba dispuesto a perderlo todo por ella. Sufrió a
manos de su hermano y no la reprendió por ello. La amaba. Ella lo amaba. Debería
ser simple.
Pero era tan complicado.
Amar a alguien tanto como ella le amaba era complicado.
Pero, al final, todo lo que hizo fue aceptar la mano que le tendía y dar el
primer paso hacia él. Entonces estuvo en sus brazos, le besó mientras él la besaba,
con poca consideración para sus contusiones y cortes.
–¿Qué vamos a hacer? – preguntó cuándo pudo recobrarse de sus besos.
–Creo que voy a tener que secuestrarte de tu hermano – dijo en voz baja. –Y
esta vez estaremos casados antes de que nos encuentre.
–¿Cuándo? – preguntó, feliz de ser secuestrada por él.
–Tan pronto como pueda montar y antes de que Dougal nos lleve de regreso a
Lairig Dubh.
De repente, James comenzó a tambalearse y trató de sostenerlo. Sus piernas
cedieron y terminaron en el suelo sin ninguna esperanza de que pudiera ponerlo
de pie una vez más. Se dio cuenta de que no sería capaz de secuestrarla, ni de
andar por sus propios medios durante algunos días.
–Sólo una cosa más – susurró mientras Dougal y Shaw se acercaban. – Creo
que voy a necesitar tu ayuda cuando llegue el momento. – Ella frunció el ceño y
sacudió la cabeza, sin comprender. – No creo que pueda ocuparme de ellos tres y
robar el caballo al mismo tiempo. Voy a necesitar tu colaboración– bromeó.
–Yo estaré encantada de ayudarte – dijo ella, riendo.
Dougal y Shaw llegaron y ayudaron a Jamie a ponerse de pie. Había estado
demasiado tiempo activo para ser su primera vez fuera de la cama y necesitaba
descansar. Ya tenía un tinte verdoso en sus mejillas y tropezó varias veces
mientras regresaba al interior de la casa.
Elizabeth le obligó a descansar durante unas horas, sabiendo que se opondría.
En cambio, se quedó dormido en cuanto su cabeza tocó la almohada con un
pensamiento:
¡La secuestraría otra vez!
* * *
Durante la cena Jamie se unió a ellos, con una pregunta en sus ojos cada vez
que probaba algo que ella había cocinado.
Luego Dougal anunció sus planes.
–Volveremos a Lairig Dubh en dos días – explicó. – Vamos a tomar el camino
más largo, que es el menos ajetreado, pero ya es hora de volver.
Nadie dijo una palabra durante el resto de la comida. El límite de las fuerzas
de Jamie llegó justo después de comer, así que se fue a su lecho. Aunque Dougal le
hacía mantener la puerta abierta cuando ella estaba en la habitación con él, su
hermano, por el contrario, no restringía sus movimientos. Justo cuando iba a
comprobar su cama, él le tocó la pierna, enviando escalofríos por todo su cuerpo.
Si estuvieran casados...
Con una risa suave, se sacudió ese pensamiento. Sus lesiones le impedirían
muchas cosas durante varios días.
–Mañana. Tiene que ser mañana – susurró.
¿Cómo iban a escapar cuando él apenas podía moverse? Pero, por su
expresión supo que iba a hacer lo que fuera necesario para escapar.
¿Cómo podía ayudarlo?
Asintió con la cabeza y comenzó a irse, pero no antes de mirar hacia las dos
botellas con brebajes que la anciana curandera había dejado. No dijo nada a Jamie
porque no estaba segura de lo que podía hacer.
Elizabeth pasó la mayor parte de la noche tratando de idear un plan y por la
mañana se dio cuenta de que su reputación de mala cocinera sería muy útil.
CAPÍTULO 12
La primera señal de que algo andaba mal fueron los ruidos de fuertes eructos
que resonaban en la sala principal. Nadie les hizo caso al principio, pero pronto los
tres hombres que habían comido el guiso que Elizabeth había hecho al mediodía
se vieron afectados de la misma manera.
James había comido sólo una papilla espesa hecha de avena, ya que Elizabeth
se lo había recomendado para que recuperara las fuerzas. Casi había ignorado su
consejo hasta que ella le miró desde detrás de la espalda de Dougal. Ahora,
cuando los claros signos de sufrimiento inminente se hicieron más fuertes, se
alegraba de haber obedecido.
Elizabeth, que había estado limpiando el dormitorio y recogiendo la ropa
mientras que su hermano y los demás comían, entró entonces en la habitación.
Asintió con la cabeza hacia su aposento y él siguió ese consejo también. Cuando
ella se reunió con él con el pretexto de ayudarle a empacar para el viaje previsto a
la mañana siguiente, ella tenía una expresión malvada en su rostro.
–¿Qué les hiciste? ¿Les serviste carne en mal estado? – preguntó en un
susurro.
–¿Carne podrida? No – dijo, recogiendo las bolsas que ya había empacado
llevándolas hasta la puerta. – Les di la poción para dormir de la vieja curandera.
Señaló la botella que estaba todavía sobre la mesa. Sus ojos se agrandaron y
ella negó con la cabeza, mientras la miraba horrorizada.
–¿Una poción para dormir? Esa fue una gran idea – admitió.
Sería más fácil escabullirse que tratar de luchar contra los tres guerreros. Si
dormían o al menos estaban atontados, tendrían oportunidad de escapar.
–¿Y esos ruidos? ¿Qué les pasa a sus estómagos?
Ella le miró y supo que algo había salido mal.
–Les di purgante por error, Jamie.
A juzgar por los sonidos en la otra habitación, se percató de que les había
dado una gran dosis de un poderoso purgante. Dougal comenzó a gemir. Pronto,
los tres hombres estaban revolcándose por los efectos de la medicina. James hizo
una mueca ante los sonidos hasta que oyó el estruendo de la puerta al abrirse y
los tres guerreros saliendo en estampida.
–Bueno, no podemos remediarlo hora. ¿Por cuánto tiempo no podrán
seguirnos? – la preguntó.
–Durante horas y horas – dijo. –Yo nunca quise...
–Han estado de copas antes. No va a ser muy diferente a eso. Nos dará
tiempo para escapar.
Se inclinó para coger las bolsas del suelo, pero sólo pudo levantar una.
–Y vamos a necesitar más tiempo del previsto, según parece.
–Esto va a ser más que eso, Jamie. Ese medicamento funciona de muchas
maneras.
Su estómago se encogió entonces cuando notó la seriedad en su voz.
–¿Van a vivir?
Ella asintió con la cabeza, y luego continuó recogiendo las cosas importantes
que él no podía levantar y siguió su paso lento hasta la sala principal, aún desierta,
atravesándola para llegar afuera. Los caballos habían sido alojados en una
pequeña zona detrás de la casa, pero tuvieron que pasar por delante de Dougal,
Niall y Shaw, que ahora se retorcían en el suelo, para llegar a ellos.
–Lo has hecho a propósito, ¿no es cierto, Elizabeth?– preguntó Dougal entre
arcadas.
–Dougal, he usado la poción equivocada. Lo siento – dijo mientras se alejaban.
–Se les pasara. – Pudo sentir el dolor y la culpa en su voz. – Eso sí, no beban nada
más que agua hasta que se recuperen.
–Yo no pensaba llevarlos de regreso ante Connor, Elizabeth – se quejó su
hermano. – Íbamos sólo a regresar…
El resto de sus palabras se perdió cuando otra oleada de calambres lo golpeó.
James se dirigió a los caballos y se las arregló para conseguir ensillar a dos de
ellos, pero cuando terminó estaba sudando de debilidad. Para empeorar las cosas,
los gemidos de los tres hombres eran difíciles de ignorar y pronto pensó que
perdería su escasa comida, también. Elizabeth no se quedó hablando con su
hermano, le siguió y le ayudó a preparar los caballos.
Pasó casi una hora antes de que fuera capaz de montar el caballo. Primero
pensaron en montar juntos para que pudiera apoyarse en ella. Luego decidieron
tomar dos para viajar más rápido una vez que se alejaran del lugar. Al final, se
llevaron dos y comenzaron con un paseo muy lento. Cada paso del caballo
repercutía en sus costillas y sentía como si se estuvieran rompiendo de nuevo.
Sólo los vendajes ajustados que Elizabeth le había colocado esa mañana lo
mantenían en posición vertical.
Cuando sentía que estaba por caerse en el camino, pensaba en ella.
Concentrándose en pasar la aldea ignoró todo y a todos los que pasaban. Al poco
tiempo, llegaron al lugar del camino donde Dougal y los demás les habían
capturado.
Escuchó a cada momento, alerta ante el sonido de caballos detrás de ellos y
sólo cuando la vivienda del sacerdote y la pequeña capilla del bosque aparecieron
a la vista se permitió pensar que esto podría funcionar. Oyó a Elizabeth a su lado y
continuaron hasta que llegaron a la parte delantera de la casa. James quería
ayudar a Elizabeth a bajar del caballo, pero fue el último pensamiento que
recordaba hasta que se despertó, y se encontró a ella y a un anciano mirando para
abajo hacia él.
–Ah, ya estás aquí – dijo el anciano. – Se está despertando.
Elizabeth le tocó la cara y asintió.
–Éste es el Padre Ceallach – dijo ella. – Lo encontramos, Jamie.
Su visión se desvaneció durante varios minutos. El sacerdote puso un
pequeño odre en su boca y James tomó un sorbo, tosiendo cuando el uisge beatha
más fuerte que jamás hubiera probado le golpeó la garganta. Pero entonces, la
calidez llegó a su estómago y se sintió mejor.
–¿Listo, muchacho? – preguntó el padre.
Pero antes de que pudiera contestar sí o no, el hombre le tomó del brazo y le
puso de pie con un movimiento suave. Aturdido por la fuerza del hombre, James
se apartó el pelo de los ojos y se encontró con una sonrisa alegre.
–Venid pues, a la capilla.
Con el sacerdote de un lado y Elizabeth del otro, James se encontró en una
pequeña iglesia. La más pequeña que jamás había visto antes. Sólo un altar de
piedra y un crucifijo decoraban el espacio vacío. Y una pequeña lámpara de velas
estaba encendida sobre el altar.
–Elizabeth dijo que desean casarse – dijo el sacerdote. –¿Es esa tu intención?
James asintió con la cabeza y en respuesta el Padre frunció el ceño.
–Debes decir las palabras, James Murray – aconsejó.
–Sí, Padre, quiero casarme con Elizabeth MacLerie – dijo mirándola a los ojos
y viendo el amor en ellos.
–Elizabeth, ¿es tu intención aceptar a James Murray como marido?
–Sí Padre – dijo ella en voz baja, tomando su mano sana en la suya. –Me
gustaría casarme con James Murray.
–Entonces, ¿hay objeciones a este matrimonio? ¿Alguien se opone? –
preguntó el sacerdote.
A pesar de que él no quería revelar mucho, no iba a mentirle a ese sacerdote.
Así que, cuando Elizabeth asintió con la cabeza, trató de explicarse con sencillez.
–Connor MacLerie probablemente se oponga, pero no le hemos preguntado
en los últimos cinco días. El hermano de Elizabeth también se opone, creo.
¿Les negaría el sacramento? ¿Todo habría sido en vano?
–¿Y a pesar de esas objeciones, desean tomar los votos del matrimonio? – El
Padre miró a cada uno de ellos.
Entonces ellos dijeron al mismo tiempo.
–Sí.
Puso su mano nudosa sobre ellos y les hizo algunas preguntas, esperando que
cada uno respondiera antes de hacer la siguiente.
–¿Van a estar juntos hasta la muerte? ¿Van a ser fieles el uno al otro?
¿Prometes honrar y obedecer a tu marido, Elizabeth?
Hubo una pausa cuando Elizabeth pareció vacilar antes de prometer eso, pero
ella sonrió y aceptó.
–¿Prometes apreciar y honrar a tu esposa, James?
Él no lo dudó.
–Sí, Padre. Voy a hacer eso y más.
El sacerdote sonrió entonces y puso su mano sobre las cabezas en una
bendición.
–Habéis expresado la intención de casaros y habéis dicho vuestros votos el
uno al otro. En el nombre de Dios, entonces, os declaro marido y mujer delante de
sus ojos. Que Dios esté con vosotros.
James guardó silencio durante un largo momento. Después de meses de creer
que se casaría con otra mujer, finalmente estaba unido a la mujer que amaba.
Después de elegir desafiar a su familia y a un poderoso señor, se habían casado y
nada podría separarlos. Después de vivir una vida de acuerdo con las reglas y
hacer lo correcto, la pasión y el amor le habían llevado a ella.
–Esposa – dijo, llevándose su mano a la boca y presionando sus labios contra
ella.
–Marido – respondió ella, volviendo la mano y besando su palma.
Él habría reaccionado con un beso si la Iglesia no hubiera comenzado a girar y
girar a su alrededor. Lo único que vio fue su cara cuando aterrizó a sus pies.
Pero estaban casados, y ya nada más importaba.
* * *
Era su noche de bodas.
Elizabeth se sentó junto a la cama y esperó que se durmiese. Teniendo en
cuenta que podría estar muerto, estaba contenta de estar a su lado. Habían
pasado por más cosas esa última semana de lo que podía haber imaginado.
Debía de ser una persona pecadora, después de todo, ya que estaba sentada
allí pensando en todas las cosas que podían hacer... todas las cosas que quería
hacer con él. Cuando su cuerpo empezó a responder y a sentir dolor en los lugares
donde la había tocado esa noche, trató de pensar en otra cosa.
Mirando alrededor, buscando algo para desviar su atención, no encontró nada
en la cabaña del viejo cura para detener sus pensamientos descarriados. Él vivía en
esa simple habitación, aunque la cómoda cama fue algo inesperado. Era más
grande que la mayoría de las camas para dar cabida a la enorme figura del
sacerdote. Ella sonrió pensando en su nombre, Ceallach, que significaba guerrero.
A juzgar por su tamaño y fuerza, debía haber servido a algún señor de la tierra
antes de convertirse en hombre de Dios.
Había cargado a Jamie como si no fuera nada más que un niño y le acostó en
la cama. Luego, diciendo que tenía que visitar a un aldeano enfermo, les dio
permiso para quedarse hasta que él volviera en dos días. Su despensa estaba
abarrotada de alimentos y suministros, que también les dijo que podían utilizar. Su
última instrucción fue que cerraran la puerta y las ventanas y no abrieran a nadie…
Eso la obligó a recordar que su hermano iba a venir. Y se pondría furioso después
de lo que había hecho.
Especialmente recordando lo que le había dicho antes de partir, que no tenía
intención de forzar su regreso a Lairig Dubh. Bueno, si hubiera compartido antes
esa información, podría haberles evitado a todos ellos mucho dolor y sufrimiento.
Dudaba que Dougal, Shaw y Niall pensaran en ello de esa manera, sobre todo
porque pasarían horas antes de que sus cuerpos se calmaran y las arcadas y los
otros efectos se detuvieran.
¿Vendrían aquí buscándolos o volverían directamente con el conde? No
importaba ahora, estaban casados y se enfrentarían a cualquier reto que se
presentara.
Cuando cayó la noche y mientras él dormía, se quitó el vestido y se metió en
la cama a su lado. Debería haberse sentido extraña al hacerlo. Pero no lo hizo. Le
había desnudado y cuidadosamente se acostó más cerca de él, poniendo su
cabeza en su hombro. En algún momento de la noche, se despertó y le encontró
mirándola.
–¿Estás aquí? – preguntó, levantando la mano para acariciar su mejilla. –
Pensé que podría haber sido un sueño.
–Ocurrió. Dijiste las palabras correctas ante el sacerdote y estamos casados.
Tocó su cara, después le acarició la barbilla y la boca.
–¿Dónde estamos exactamente?
Ella sonrió. Había estado inconsciente cuando el Padre le llevó allí.
–En la casa del Padre Ceallach. Él ha ido a visitar a unos aldeanos enfermos y
nos ha permitido quedarnos durante dos días.
–¿Dos días? Es un hombre generoso – dijo Jamie.
Elizabeth pudo ver que aún estaba agotado y dolorido. El deseo se mezclaba
con la necesidad de cuidarlo. El amor ganó, se inclinó y le dio un beso a la ligera.
–Ahora descansa. Ya tendemos tiempo de disfrutar lo que he planeado para ti,
marido.
Ella sintió el ascenso de su carne presionando contra su cadera. Y se echó a
reír.
–Yo no estoy muerto – dijo de una manera sumamente masculina.
Si él no cuidaba de sí mismo, ella lo haría.
–Duerme ahora, Jamie. Descansa. Y si te sientes así por la mañana, no voy a
detenerte.
Hubo una aceptación sincera en sus ojos para que ella supiera que una parte
de él estaba lista, aunque el resto no se lo permitía. Le tomó la mano y la sostuvo
sobre su pecho. En pocos minutos se durmió, diciéndole lo bien que se sentía.
Tenían el resto de sus vidas para estar juntos y seguramente el retraso de una
noche no significaba nada.
Por la mañana, le demostró a ella que ni él, ni el resto de su cuerpo, estaban
muertos.
CAPÍTULO 13
Tres meses más tarde
Elizabeth estaba teniendo el más maravilloso de los sueños.
Jamie besaba su cuerpo y la excitaba con la boca y las manos. No había lugar
en ella que no hubiera tocado y la amaba desde que se casaron. Ahora, su vientre
le dolía y latía. Estaba perdida en el fuego de sus caricias. Yacía de espaldas y abría
sus piernas para él.
Para lo que quisiera hacer…
Sin querer despertar de un sueño tan maravilloso y excitante, mantuvo los
ojos cerrados con fuerza mientras ese dolor profundo crecía, sin querer que se
aliviara... todavía. Quería su boca allí, de esa manera escandalosa que nunca había
soñado posible, lamiendo profundamente entre sus piernas, chupando ese lugar
que la haría gritar.
Y esa sensación hizo que su cuerpo se tensara más y más, para liberarse
explotando en mil pedazos. Incluso aunque gritó de placer su éxtasis, él comenzó a
desplazar sus dedos de nuevo allí mientras su boca pasaba sobre su cuerpo,
besando y lamiendo sus pechos en su camino hacia sus labios. El sabor almizclado
de su propia esencia en su boca la obligó a abrir los ojos.
No era un sueño.
–Buenos días, esposa – susurró, mientras mordía su cuello suavemente.
La sensación la hizo arquearse contra él como si una conexión tirara de ella
con cada caricia.
–Me preguntaba si deseabas seguir durmiendo.
–Creo que me gusta despertar de esta manera, esposo – dijo ella con voz
ronca.
Sus dedos no se detuvieron, ni la dieron un momento para que su cuerpo se
enfriara.
–Lo sé. Me pediste que lo hiciera.
Ella se echó a reír, no muy segura de sí se lo había pedido o no.
Le dio la vuelta para poder besarla en el cuello y pasar sus dientes por ese
punto sensible que le gustaba morder. Elizabeth siguió sus instrucciones
susurradas hasta que lo sintió detrás de ella, con los dedos todavía allí,
acariciándola y haciéndola desear más. Pronto, no pudo reír ni hablar. Le contó sus
propios deseos, diciéndole lo que quería hacerle a ella, con ella, sobre ella, dentro
de ella, hasta que la dejó jadeando y sudando sobre las sábanas.
Levantó su pierna sobre la suya y la penetró por la espalda, haciéndola jadear
profundamente. Con la mano por delante, seguía atormentando su carne mientras
su miembro se sumergía una y otra vez por detrás; se relajó en sus brazos
mientras él la empujaba a otro orgasmo. Justo cuando comenzaba a caer al vacío,
deslizó su brazo alrededor de su cintura y la levantó sobre sus rodillas.
Aún más dentro de ella frotó su brote y la hizo gritar de nuevo, apoyando su
pecho contra su espalda, con una mano envuelta en su pelo tirando de su cabeza
hacia atrás para dejar al descubierto su cuello. Su boca estaba caliente y sus
dientes mordisqueaban su piel, buscando ese punto sensible de nuevo, sabiendo
lo que provocaba.
Nunca dejó de moverse o de tocarla o embestirla. Le dolía respirar, cada lugar
se sentía tan mojado y listo que ella también quería hacerlo gruñir de placer.
Empujó hacia atrás y hacia abajo contra su miembro y le oyó reír.
–No tan rápido, esposa – se burló. –No estoy listo para terminar contigo
todavía.
Elizabeth gritó otra vez, pero en lugar de vaciarse en ella, se retiró justo
cuando las oleadas de placer y liberación se aproximaban.
–Jamie – gritó. – ¡Ahora!
Él se acostó en la cama junto a ella.
–Cabálgame muchacha.
Le gustaba cuando ella lo montaba y tenía el control del tiempo y la velocidad.
Le gustaba porque podía ver su cara cuando alcanzaba el orgasmo. Le gustaba
porque podía tocar y succionar sus pechos mientras se movía sobre él.
Le gustaba especialmente cuando ella se estremecía y se sacudía en éxtasis
después que él frotaba los dedos entre sus cuerpos en ese lugar que le gustaba.
Estaba hinchado ahora de tanto succionarlo con la boca, y con sólo una o dos
caricias más, la llevarían a la locura. Se subió encima de su ingle mientras cogía su
miembro y lo introducía en su pasaje mojado.
Estaba tan apretada, que sabía que le llevaría poco explotar dentro de ella. Se
puso de rodillas cerca de sus caderas y comenzó la tortura que tanto amaba. El
pelo le caía como una cortina de seda alrededor de su cuerpo. Cuando se
arqueaba y se movía, sus pezones se tensaban como diamantes, invitándole a
degustarlos. Inclinándose tomó uno y luego el otro en la boca y chupó, rozando los
dientes sobre la punta hasta que oyó su jadeo.
Sus músculos internos comenzaron a apretarlo y supo que su semilla la
llenaría en cualquier momento. Su carne se hinchó aún más, apretó sus caderas y
empujó profundamente una vez y otra vez y una tercera vez, hasta que explotó.
Pasaron algunos momentos antes de que ninguno de los dos pudiera hablar o
respirar. Elizabeth se desplomó sobre su pecho y James envolvió sus brazos
alrededor de ella. Cuando sus corazones se calmaron, la acostó a su lado y colocó
la colcha por encima de ellos.
Las mañanas eran más frías y las heladas cubrían los suelos casi todos los días.
El invierno pronto llegaría a esas tierras. Este año no le importaba, porque les
traería más cerca el nacimiento de su primer hijo.
James se había dado cuenta de los cambios en su cuerpo casi antes que ella lo
hiciera, comenzando por sus pechos. Ahora, su cintura era más ancha y pronto
estaría madura y llena con la carga de su hijo.
Quería que el niño naciera en su casa. Tenía que tratar de hacer las paces con
su padre... y con Connor primero.
Aunque no estaba seguro de su bienvenida, ella entendía su necesidad de
regresar a casa y hacer las cosas bien con sus padres. En estos últimos meses, se
habían ocultado a su vista, permaneciendo en el pueblo y trabajando como
cualquier otra pareja casada haría. James aprendió las habilidades del herrero y
Elizabeth limpiaba la casa y cocinaba. La bruja le había mentido sobre eso, ella era
una experta cocinera, aunque estaba segura de que su hermano no estaría de
acuerdo.
Había visto a Dougal un par de veces cuando cabalgaba por la aldea
atendiendo los asuntos del laird, pero nunca había atraído su atención. A través de
algunos de los habitantes del pueblo, había sabido que Tavis había reclamado a
Ciara como su esposa, incluso antes de conocer las intenciones de James. Si
Connor lo había permitido, había esperanzas de que no se opusiera demasiado al
matrimonio de Elizabeth y él.
Y hoy era el día en que comenzarían su viaje de regreso para conocer su
situación.
–Beth, mi amor – le susurró. – Debemos prepararnos para nuestro viaje.
Ella murmuró algo y rodó hacia el otro lado.
–Todo está empacado y listo. Sólo faltamos nosotros.
Ella levantó la cabeza y le miró.
–Y tú, ¿estás listo para volver? – preguntó, dejando el calor de la cama y
empezando a vestirse. –¿Qué crees que va a decir Connor?
–No nos puede separar – dijo agarrando su mano y tirando de ella hacia sí. Esa
era su mayor preocupación. –Permitió que Ciara se casara con Tavis, eso es una
buena señal.
–¿Qué hay de tus padres?
–Llegarán a amarte como yo. Si quieren que su nieto nazca en su casa, y creo
que lo harán, aceptarán nuestro matrimonio.
La besó mientras permanecía de pie junto a ella.
–Oh, habrá algunos días difíciles, pero contigo a mi lado, vamos a conseguir
superarlos.
En cuestión de horas estaban en el camino hacia el norte, hacia el centro de
las tierras de los MacLerie y su principal bastión. Más que eso, cabalgaban juntos
por la vida que habían sido lo suficientemente valientes de reclamar para sí
mismos.
El amor, pensó, lo hacía todo sencillo.
* * *
Connor estaba de pie en su sitio favorito, viendo a la pareja entrar por las
puertas de Lairig Dubh. Sabía quiénes eran y sabía que llegarían esta mañana.
Mientras los observaba, tomó nota de la forma en que Jamie se acercaba a
menudo y le tocaba la mano mientras cabalgaban hacia la torre del homenaje. Vio
cómo algunos en el patio se percataban de su presencia y se detenían para verlos
pasar.
Duncan y Rurik le llamaron mientras cruzaban las almenas para llegar a él.
Connor esperó antes de entrar en la sala para saludar a James Murray y a su
esposa.
–Lo sabías, ¿no? – preguntó Duncan.
–Soy dueño de la aldea. Por supuesto que lo sabía – respondió.
–El sacerdote se gana la vida por mi generosidad. Supe cuándo llegaron allí,
los problemas que tuvieron y el día que se casaron.
–¿Y no hiciste nada para detenerlos? – preguntó Rurik, cruzando los brazos
sobre el pecho.
–Había arreglado los acuerdos con su padre desde el momento en que decidió
plantar a Ciara en el altar. Estuve de acuerdo en pagar la dote de Elizabeth dado
que ella es mi pariente. Si el muchacho se atrevió a reclamarla al audaz estilo
antiguo, ¿quién soy yo para detenerlo?
Connor se echó a reír entonces, porque ninguno de sus amigos más cercanos
sabía si bromeaba con ellos o decía la verdad. O simplemente, si su esposa le
había ablandado el corazón por la difícil situación de los jóvenes amantes. No
importaba, porque todo se había resuelto a su favor y los resultados le
complacían.
Elizabeth, que había fallado antes una vez, había sobrevivido y había
encontrado un buen marido en James Murray. La boda entre James y Ciara
hubiera sido un desastre, por lo que su precipitada fuga había, en cierto modo,
salvado el culo de Connor. Aunque él nunca lo admitiría ante nadie.
Connor estaba a punto de dirigirse al interior de la torre, cuando un grito
resonó en el patio y le hizo detenerse. Ciara corría por el patio interior hacia James
y Elizabeth, gritando el nombre de la chica. Había conseguido adelantarse a Tavis,
que la seguía. Sin darse cuenta al principio, Connor contuvo la respiración,
esperando a ver cómo resultaba el encuentro. El grito no era una buena señal.
Y, como había sucedido antes, se había equivocado una vez más.
Ciara llegó primero y le echó los brazos al cuello de Elizabeth, abrazándola y
balanceándose de lado a lado. Ella se echó hacia atrás, dijo algo más a la
muchacha y luego ambas estaban gritando y llorando juntas. Tavis se detuvo a un
par de pasos de distancia y Connor podría decir el momento exacto en que los dos
hombres implicados se vieron.
Uno habló al otro, y el otro habló también, y Connor podía sentir la tensión,
incluso desde su lugar en la torre.
¿Se habría equivocado?
James le tendió la mano a Tavis, que la tomó sin dudarlo. Luego Ciara abrazó a
James, mientras Elizabeth abrazaba a Tavis.
–Bueno, como ya he dicho, todo salió perfecto.
Se dio la vuelta y se alejó, sabiendo que, de hecho, todo había salido bien. Su
esposa diría que todo se debía al amor, pero ella era de corazón blando, como la
mayoría de las mujeres. Él sabía que era debido a que cada uno había hecho la
elección correcta.
Pero, aunque la Bestia de las Highlands sabía que podía equivocarse de vez en
cuando… nunca lo admitiría ante su esposa.
Él había tomado la decisión correcta.
FIN