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Hayek

Camino de servidumbre

Introducción

En principio, el autor, postula que, mientras participamos en la historia, es decir,


mientras la Historia fluye, no es Historia para nosotros. Al ser contemporáneos, no
podemos preveer sus resultados, pero igualmente podemos aprender de ella.
Así, hace una crítica al pensamiento alemán y lo que fue su producto: el
socialismo. Las ideas relacionadas a este último, han llevado a las experiencias del
fascismo y el nazismo. La oposición entre nazismo y la izquierda, es una mera
contraposición entre facciones del socialismo. El elemento socialista ha llevado al
totalitarismo.

El camino abandonado

Debemos aceptar que la civilización occidental está en crisis, y que se debe a un


error nuestro; este, es resultante de nuestro intento por alcanzar uno de los ideales más
caros. Si en lugar de disfrutar de libertad y prosperidad, nos enfrentamos con
esclavitud y miseria, estamos siendo víctima de una potencia maligna.
Un cambio de ideas, y la fuerza de la voluntad humana, han hecho del mundo lo
que ahora es. El punto decisivo es el hecho de significar una alteración completa en el
rumbo de nuestras ideas y nuestro orden social. Un alejamiento progresivo de las ideas
sobre las que se fundó la civilización europea, nos han llevado al totalitarismo. Esta
evolución, no hace más que confirmar los avisos de los padres de la filosofía liberal que
todavía profesamos. Hemos abandonado progresivamente aquella libertad en materia
económica, sin la cual, jamás existió en el pasado libertad personal, ni política. Hemos
ignorado las advertencias de De Tocqueville acerca de que el socialismo significa
esclavitud.
La ruptura es con todo el desarrollo de la civilización occidental. Implica el
abandono creciente de las ideas de Adam Smith y John Locke, como las del
Cristianismo y la Antigüedad (Grecia y Roma). El socialismo y las demás formas de
colectivismo, son opuestas al individualismo que surge plenamente durante el
Renacimiento, el cual, ha recibido aportes del cristianismo, de la filosofía antigua, y
tiene como principales características: el reconocimiento de las propias opiniones de los
hombres, y la creencia en que es deseable que los hombres puedan desarrollar sus
propias dotes e inclinaciones individuales.
La transformación gradual de un sistema organizado rígidamente en jerarquías
en otro donde los hombres pudieron, al menos intentar la forja de su propia vida, donde
el hombre ganó la oportunidad de conocer y elegir entre diferentes formas de vida, está
asociada estrechamente con el desarrollo del comercio.
Así, el reconocimiento consciente de que los esfuerzos espontáneos y no
sometidos a control de los individuos fueran capaces de producir un orden complejo de
actividades económicas, sólo pudo surgir cuando aquel desarrollo hubo logrado cierto
progreso. La posterior elaboración de unos argumentos consecuentes a favor de la
libertad económica ha sido el resultado de un libre desarrollo de la actividad económica
que fue el subproducto espontáneo e imprevisto de la libertad política.
Sólo cuando la libertad industrial abrió la vía al libre uso del nuevo
conocimiento, sólo cuando todo pudo ser intentado, la ciencia hizo los progresos que
en los últimos ciento cincuenta años han cambiado la faz del mundo.
Entonces, para el autor, lo que el siglo XIX añadió al individualismo del periodo
precedente fue tan sólo la extensión de la conciencia de libertad a todas las clases. De
esta manera, el hombre se hizo rápidamente capaz de satisfacer nuevos órdenes de
deseos.
Como efecto directo aparece el nuevo sentimiento de poder sobre el propio
destino, la creencia ilimitada de las posibilidades de mejorar la propia suerte. Así creció
la ambición, y el hombre tiene derecho a ser ambicioso. Consecuentemente, el progreso
comenzó a considerarse lento, y los principios que habían hecho posible este progreso
comenzaron a considerarse como obstáculos, que urgía suprimir para un progreso más
rápido.

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Ahora bien, según Hayek, el liberalismo no es un credo estacionario, no hay


reglas absolutas que se deban seguir. El principio fundamental, según el cual en la
ordenación de nuestros asuntos debemos hacer todo el uso posible de las fuerzas de las
fuerzas espontáneas de la sociedad y recurrir lo menos que se pueda a la coerción,
permite una infinita variedad de aplicaciones. Lo que más daño ha hecho a la causa
liberal, fue la insistencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas rutinarias, sobre
todo en el principio de laissez-faire. Lo que, en algún sentido era necesario e
inevitable.
Así, el liberalismo, en su avance, vio debilitada su posición, por el progreso lento
de una política que pretendía una mejora gradual en la estructura institucional de una
sociedad libre.
Había mucho que aprender entonces, y quedaba inmensas posibilidades de
avance. Pero para tal cuestión, había que ganar el dominio intelectual de las fuerzas a
utilizar. Era muy razonable esperar así, que con un buen conocimiento de los
problemas, se utilizarían con mejor éxito los poderes de los Gobiernos para tal tarea.
Pero como el progreso era lento, hubo que luchar constantemente contra los
proyectos que amenazaban este progreso. Así, el liberalismo llegó a ser considerado
como un credo “negativo”, porque apenas podía ofrecer al individuo más que una
participación en el progreso común. Entonces, su éxito real, fue la causa de la
decadencia. Por el éxito ya logrado, el hombre empezó a no tolerar los males
subsistentes, que se le aparecían ahora, como insoportables e innecesarios.

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A causa de la creciente impaciencia ante el lento avance de las políticas


liberales, y la justa irritación contra los que usaban la fraseología liberal en defensa de
privilegios antisociales, y la ambición sin límites, aparentemente justificada en los
avances materiales, debilitó más y más los principios básicos del liberalismo. Así, se
aceptó cada vez más que no podía esperarse un nuevo avance sobre las viejas líneas
dentro de la estructura general que hizo posible el anterior progreso, sino mediante una
nueva y completa modelación de la sociedad.
De acuerdo entonces, con las fuerzas dominantes actuales, la cuestión ya no
consiste en averiguar cuál puede ser el mejor uso de las fuerzas espontáneas que se
encuentran en una sociedad libre. Hemos acometido, la eliminación de las fuerzas que
producen resultados imprevistos y la sustitución del mecanismo impersonal y anónimo
del mercado, por una dirección colectiva y “consciente” de todas las fuerzas sociales
hacia metas deliberadamente elegidas.

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El cambio de rumbo de las ideas, coincidió con una inversión del sentido. En
principio, la supremacía de la libertad lograda en Inglaterra, parecía destinada a
extenderse al mundo entero. Pero Inglaterra perdió la dirección intelectual y se
convirtió en importadora de ideas. Fue entonces que Alemania pasó a ser el centro
desde donde partieron las ideas hacia Oriente y Occidente; ya sea Socialismo, o bien,
algún tipo de planificación o centralización.
Los pueblos de Occidente continuaron importando ideas alemanas y hasta se
vieron llevados a creer que sus propias convicciones anteriores eran simples
racionalizaciones de sus intereses egoístas; que el librecambio era una doctrina
inventada para extender los intereses británicos.

Individualismo y colectivismo

Para el autor, el socialismo es un obstáculo a la solución del problema planteado.


En el concepto de socialismo radica una confusión que nos arrastra hacia un camino
que nadie desea.
Este, puede significar y describir sus fines últimos: ideales de justicia social,
igualdad y seguridad; pero también significa el método por el que los socialistas esperan
alcanzar estos fines. Así, significa la abolición de la empresa privada y de la propiedad
privada de los medios de producción, y se crea un sistema de economía planificada,
donde el empresario privado, es reemplazado por un organismo central de
planificación. Así, la discusión del socialismo es sobre los medios, no sobre los fines.
Según Hayek, una complicación mayor aparece, con el valer de la planificación
económica para otras muchas finalidades. Propugnan la “planificación” todos aquellos
que demandan que la producción “para el uso” sustituya a la producción para el
beneficio. Así, la planificación puede ser contraria a nuestra noción de “justo”.
Sumado a esto, sostiene que si se desea que las cosas buenas de este mundo vayan a
manos de una elite racial, el hombre nórdico, o los miembros de un partido, o
aristocracia, los métodos que habríamos de emplear son los mismos (la planificación).
Entonces, llega a la conclusión de que sería excesivo llamar socialismo a la
descripción de los métodos, cuando en realidad, para muchas personas representa un
ideal último, por tanto, propone el nombre “colectivismo” para englobar a los métodos
que pueden usarse para una gran variedad de fines, y entender al socialismo como una
especie de este género. Así, todo lo que es cierto del colectivismo debe aplicarse a su
especie más importante: el socialismo.

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El colectivismo puede ser definido como: aquella clase de planificación necesaria


para realizar cualquier ideal distributivo determinado.
La planificación parte del supuesto de tratar todos nuestros problemas comunes
tan racionalmente como sea posible y que obremos, en consecuencia, con toda la
previsibilidad posible. Entonces, todo acto político es (o debe ser) un acto de
planificación; así, sólo puede haber diferencia entre buena y mala planificación. Pero
para el autor, en realidad, lo que los planificadores demandan, hoy por hoy, es la
dirección centralizada de toda la actividad económica según un plan único, que
determine la dirección explicita de los recursos de la sociedad, para servir a fines
particulares por una vía determinada.
Para el autor, la disputa entre los planificadores es cual será la mejor manera de
hacerlo. Los socialistas, piensan en una utilización racional de nuestros recursos, que
requiere la dirección y organización centralizada de las actividades del individuo, de
acuerdo con un modelo construido expresamente; lo que al corriente se acepta en este
sentido. Lo que va contrapuesto a un portador del poder coercitivo, que se limite a
crear las condiciones para la libre actividad humana.

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No debe confundirse la oposición a una planificación de esta clase con una


dogmática actitud de laissez faire. La argumentación liberal consiste en que allí donde
pueda crearse una competencia efectiva, esta es la mejor guía para conducir los
esfuerzos individuales. No niega una estructura legal pensada, tampoco niega que
donde es imposible crear las condiciones necesarias para hacer eficaz la competencia
tenemos que acudir a otros métodos en la guía de la actividad económica. Así, el
liberalismo considera superior a la competencia porque es el único método que
permite a nuestras actividades ajustarse a las de cada uno de los demás sin intervención
coercitiva o arbitraria de la autoridad.
Así, el uso eficaz de la competencia como principio de organización social
excluye ciertos tipos de interferencia coercitiva en la vida económica, pero, admite
otras que a veces pueden ayudar muy considerablemente a su operación, e incluso,
requiere formas de intervención oficial. La coerción no debe usarse en intentos de
intervenir los precios o las cantidades, ya que priva a la competencia de su facultad
para realizar una efectiva coordinación de esfuerzos individuales. Y es esencial que el
acceso a las diferentes actividades este abierto a todos en los mismos términos, y que la
ley, no tolere, cualquier intento de individuos, o de grupos, para restringir este acceso.
No será incompatible con la competencia prohibir el uso de ciertas substancias
venenosas, limitar horas de trabajo, o imponer ciertas disposiciones sanitarias. La única
cuestión será saber que los costos sean menores que las ventajas logradas. Tampoco
son incompatibles los servicios sociales.
Ahora bien, la competencia depende de un sistema legal apropiado, de un sistema
legal dirigido a preservar la competencia y a lograr que esta opere de la manera más
beneficiosa posible.
Hay ámbitos, donde las disposiciones legales no pueden asegurar las condiciones
donde descansa la utilidad del sistema de la competencia. Debe tenerse en cuenta, que
allí dónde es imposible hacer que el disfrute de ciertos servicios dependa del pago de un
precio, la competencia no producirá estos servicios.
Entonces, el autor culmina por redondear las características del pensamiento
liberal. Que sería: complementar a la competencia allí donde esta no pudiere ser
eficaz. Así, el Estado aparecerá allí donde la competencia es imposible, es decir, donde
no haya beneficios.

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Según el autor, la tarea de crear una estructura adecuada para una operación
beneficiosa de la competencia no había avanzado todavía mucho cuando los Estados la
abandonaron a fin de suplantar la competencia por un principio diferente e
irreconciliable. Es decir, el moderno movimiento en favor de la planificación es un
movimiento contra la competencia como tal. Lo que une a socialistas de izquierda y de
derecha es su común hostilidad a la competencia y reemplazarla por una economía
dirigida.
Así concluye en que: si bien la competencia puede soportar cierta mezcla de
intervención, no puede combinarse con la planificación en cualquier grado que
deseemos si ha de operar de una manera eficaz. Competencia y dirección centralizada
resultan instrumentos pobres e ineficientes si son incompletos. Lo quiere decir, es que la
planificación y la competencia, sólo pueden combinarse para planificar la
competencia, pero no para planificar contra la competencia.
Así su crítica, apunta a la planificación que pretende sustituir la competencia.

La planificación y el Estado de Derecho

Un país libre, es distinguido por los principios de un Estado de Derecho.


Para Hayek, Estado de Derecho, significa que este está sometido en todas sus
acciones a normas fijas y conocidas de antemano. Estas últimas, permiten a cada uno
preveer con certidumbre como usará la autoridad en cada circunstancia sus poderes
coercitivos, y así disponer de sus asuntos individuales. Bajo la supremacía de la ley, le
está prohibido al Estado, por una acción ad hoc, los esfuerzos individuales. Así, dentro
de las reglas de juego, el individuo es libre para procurarse sus fines y deseos
personales.
Así, bajo el Estado de Derecho, el estado se limita a fijar normas determinantes
de las condiciones bajo las cuales pueden utilizarse los recursos disponibles, dejando a
los individuos la decisión sobre los fines para los que serán usados. En cambio, en un
gobierno autoritario, el Estado dirige hacia fines determinados el empleo de los
medios de producción. Entonces, Hayek, así, hace una distinción formal; es decir, en el
Estado de derecho, las normas son instrumentos que sirven a la consecución de los
diversos intereses individuales. Un instrumento de la producción que permite preveer,
la conducta de las personas con las que se va a colaborar.
La planificación de tipo colectivista envuelve todo lo opuesto. Ya que atienden a
las necesidades efectivas de la gente a medida que surgen, y constantemente tienen que
decidir sobre cuestiones que no pueden contentarse sólo con principios formales. A la
vez que establece diferencias de meritos entre las necesidades de los individuos. Para el
autor, hay una distinción de jerarquías que el Estado impone al pueblo.

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Las normas formales, entonces, indican de antemano a la gente cual será la


conducta del Estado. De esta manera, las normas son instrumentos, en el sentido de
proyectarse para que sean útiles a personas anónimas. Así, la cualidad principal de
estas normas formales radica en no conocer a que individuos en particular asistirán.
Esta es la razón de ser del principio liberal del Estado de Derecho.

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Así, para Hayek, argumento que surge es de carácter doble: por un lado,
económico, por otro, moral o político. Para el primero, el Estado tiene que limitarse a
establecer reglas aplicables a tipos generales de situaciones y ofrecerles libertad de
todo lo que respecta a tiempo y lugar, así, el individuo según su propia capacidad verá
si es de elaborar sus planes con eficacia. Y para saber como actuará el Estado, se tiene
que mover con normas fijas (así, el individuo tendrá previsibilidad). Sumado a esto, si
el Estado pretendiese planificar, el individuo debería hacer lo propio sobre las
circunstancias que se den en el momento, en un escenario totalmente impredecible.
Entonces, cuanto más planifique el Estado, más difícil planificar para el individuo.
El moral o político, implica una suerte de “inversión” de la planificación en tanto
dirección, es decir: el Estado, tiene que ofrecer normas generales que puedan
proyectarse para operar en circunstancias que no puedan preverse con detalle. Sólo de
este modo le es posible al legislador ser imparcial, caso contrario, sería el Estado el que
elije entre los diferentes fines. En el caso de conocer los resultados finales, el Estado
tendría una incidencia moral sobre los ciudadanos, ya que impone sus propias
opiniones. En este sentido, para Hayek, el Estado nazi u otro colectivista, es un Estado
moral, no así, el liberal.
Entonces, a medida que se extiende la planificación se hace normalmente
necesario adaptar con referencia a lo que es, justo o razonable, un número creciente de
disposiciones legales. Así, habría que discriminar que se le permite a un hombre y que
se le prohíbe al otro, lo que nos lleva a un retorno a la supremacía del status.
Por lo tanto, el Estado de Derecho, en el sentido de primacía de la ley formal, es
la ausencia de privilegios legales para unas personas designadas autoritariamente, lo
que salvaguarda la igualdad ante la ley.

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Siguiendo la línea de la igualdad formal, reconoce la incompatibilidad de la


igualdad material con esta, argumentando que provocar el mismo resultado a personas
diferentes significa tratarlas diferentemente. Entonces el Estado, ofrece las mismas
posibilidades objetivas, no así, las subjetivas. Cualquier intento de igualación material
implica, entonces, la destrucción del Estado de Derecho. El Estado produce
desigualdades económicas, pero esta producción de desigualdades es “anónima”, no
dirigida a un determinado individuo.
El problema entonces, no es la intervención del Estado propiamente dicha, sino,
como interviene. Es decir, que el individuo tenga la posibilidad de prever la acción del
Estado, y utilizar este dato al establecer sus propios planes; que sepa hasta donde estará
protegido contra la intervención de los demás, y si el mismo Estado, está en situación
de frustrar los esfuerzos individuales.

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Para Hayek, pensar que el Estado de Derecho estará salvaguardado si todos los
actos del mismo están debidamente autorizados por la legislación, es confundir
completamente lo que el Estado de Derecho significa. Es decir, la ley debe legalizar lo
que es una acción arbitraria. Lo que quiere decir con esto, es que los poderes
legislativos deben estar limitados, lo cual implica el reconocimiento de los derechos
inalienables del hombre. Ya que si afirma el bienestar común, limita al individuo.
Debiera pensarse como una limitación al Estado de limitar a los individuos.

La intervención económica y el totalitarismo


Según el autor, los defensores de la planificación pretenden un estado mayor de
técnicos, y que la responsabilidad y el poder tienen que estar en manos de un general
en jefe. Dirección autoritaria que sólo aplicarán a las cuestiones económicas. Así, en
una democracia política puede mantenerse en una sociedad planificada, si no afecta al
ámbito económico. Así, la planificación nos liberase de los aspectos menos
importantes, facilitara nuestra vida material y elevara nuestra vida espiritual
(prosecución de los valores supremos).
Así, rodea el asunto y dice que es imposible separar lo económico de los otros
valores, y que los factores económicos sólo condicionan nuestros afanes por otros
fines. Es decir, el dinero sólo nos ofrece las más amplias posibilidades de elección, y el
no tenerlo nos enfrenta con nuestra relativa pobreza. Consecuentemente pone al dinero
como la máxima expresión de libertad, en tanto, nos ofrece posibilidades de elección,
es decir, libertad de elección.

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Entonces, siguiendo con esta idea de libertad de elegir, justamente postula que los
valores económicos son menos importantes porque podemos elegir libremente entre
estos, cual es más o menos importante. Es decir, podemos establecer un orden de
preferencia por uno u otro valor.
Entonces, la cuestión de la planificación económica reside en que no nos
permitiría decidir acerca de lo que es más o menos importante en nuestras
preferencias, debido a que intervendría en la asignación de los medios limitados con
que contamos para todas nuestras finalidades, por lo tanto controla nuestros fines y
cuales serán satisfechos o no. La planificación central pone a resolver el problema
económico a la comunidad y no al individuo, entonces será la comunidad a través de
sus representantes quien decidirá acerca de la importancia relativa de las diferentes
necesidades. Así la planificación exigiría la dirección de casi todo en nuestra vida.

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En este sentido, la fuente de poder sobre todo el consumo, que en una sociedad
planificada poseería la autoridad, radicaría en su control sobre la producción.
Nuestra libertad de elección estaría coartada y estaríamos a merced de una
autoridad monopolista.
Siguiendo con esta libertad negativa, los precios dependen de las cantidades de
aquellas otras cosas de las que privamos a los demás por tomas nosotros uno. Precio que
no está determinado por la libertad consciente de nadie. Cuestión que sería inexistente
con la planificación, que se encargaría de dirigir e indicarnos que debemos consumir.

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La voluntad oficial no sólo guiaría nuestra voluntad como consumidores, sino, y


principalmente, como productores. Aspectos inseparables en nuestras vidas. Cierta
libertad en la elección de nuestro trabajo, seguramente sea más importante para nuestra
felicidad que la libertad para gastar nuestros ingresos durante las horas de ocio. Lo que
importa es contar con alguna opción de empleo.
Los planificadores, si quieren planificar, tienen que controlar. La libertad de
elección sería puramente ficticia. Los, al parecer, menos capaces o menos adecuados no
son necesariamente excluidos en una sociedad en régimen de competencia. Si ellos
desean un puesto, pueden con frecuencia obtenerlo mediante un sacrificio económico y
triunfar más tarde gracias a cualidades, al principio, no patentes. Pero cuando la
autoridad fija una remuneración para toda una categoría y la selección de candidatos
se realiza con arreglo a pruebas objetivas, la fuerza del deseo a la ocupación cuenta muy
poco. La persona que prefiera una jornada irregular, o más bohemio, ya no tendrá
elección. El individuo, aunque los planificadores digan lo contrario, sería degradado a
simple medio, en pos de un abstracto: “el bienestar social”.
Se reprocha además a las sociedades competitivas que todo pueda lograrse por un
precio, y cuando la gente plantea que se nos de hecha la elección, plantea cuestiones
contrarias a la dignidad del individuo.
Según el autor, no sorprende que la gente quiera sacarse de encima la penosa
elección que la dura realidad impone a menudo. Lo que la gente desea, es que no haya
elección alguna. Le irrita que exista un problema económico.
Por otro lado, dice que los defensores de la planificación, lo único que pueden
esgrimir en su favor es que les permitiría asegurar una distribución más justa y
equitativa de la riqueza. Pero que aun así, habría que ver si tal decisión no traería más
opresión y descontento que el calumniado libre juego de las fuerzas económicas.

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