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Universidad Icesi

Facultad de Derecho y ciencias sociales


Maestría en Estudios sociales y políticos

Coloquio II

Nicolás Ulloa Caicedo

Biografías intelectuales subalternas: Biófilo Panclasta y los orígenes


del anarquismo en Colombia

Pregunta de investigación
¿Cómo ocurre la evolución intelectual de Biófilo Panclasta a partir de sus escritos
políticos y sus redes de sociabilidad?

Objetivo general
Analizar la evolución intelectual de Biófilo Panclasta a partir de sus escritos políticos
y sus redes de sociabilidad.

Estado del arte


1. La historia intelectual en Europa: de la segunda mitad del siglo XX al siglo
XXI

Grosso modo, se podría decir que la historia intelectual es un conglomerado


heterogéneo de posturas, escuelas y apuestas teóricas que: (1) nace a partir de la
inevitable crisis del paradigma de la historia tradicional de las ideas que tuvo lugar en
la década de los sesenta y que (2) ocurre gracias a la aparición de y, a su vez, a partir
del cuestionamiento del papel del intelectual en la historia y su relación con la
producción y reproducción de las ideas, así como de una crisis más grande de la
disciplina histórica a nivel epistemológico que gira en torno al modo en que la historia
maneja el documento(Chartier, 2007; Dosse, 2007). Para entender esto es necesario,
en primer lugar, explicar de manera breve qué es la historia tradicional de las ideas y
la ruptura que representa la historia intelectual.

Ahora bien, la historia tradicional de las ideas era una rama de la historia que se
entrecruzaba con la filosofía, puesto que se encargaba estrictamente del estudio de las
ideas emitidas por los grandes pensadores de la historia materializadas en sus grandes
obras y de su clasificación en doctrinas o sistemas de pensamiento predeterminados
(Di Pasquale, 2011; Dosse, 2007). En este sentido, la historia de las ideas deja
entrever ya dos de sus grandes debilidades. Primero, el problema sobre su
desconexión con el mundo social; es decir, la historia de las ideas consistía en generar
abstracciones de un corpus textual y, a partir de ello, clasificarlo de acuerdo a un
sistema que poco o nada se relacionaba con lo que los nuevos historiadores de las
ideas llaman el contexto social de la producción de los textos (Di Pasquale, 2011). El
segundo problema reside en la premisa teleológica que esconde la clasificación de los
autores a partir de sistemas de pensamiento constituidos con antelación al autor
mismo, casi como si las ideas tuviesen vida por sí solas; dicho de otro modo, las ideas
del autor son forzadas a moldearse a un edificio teórico que a ciencia cierta no se
puede asegurar o verificar que tal fuese su intención a la hora de enunciar tal o cual
conjunto de ideas (Skinner, 2000). De este segundo problema surge un tercero: el
mito sobre la unidad intelectual del autor, es decir, la negación de que el autor a lo
largo de su vida cambia sus ideas y que, por tanto, el análisis de sus obras pueden
hacerse como si fuesen un mismo sistema coherente libre de contradicción. Premisa
que en muchos casos conduce a ignorar o eliminar los puntos en tensión y la
contradicción entre ideas, así como los consiguientes cambios que pueden estar
anunciando estas mismas. De ahí las emergentes críticas a la historia de las ideas y la
inminente ruptura con tal tradición.

Así, surgen toda una serie de escuelas y de nuevas propuestas que giran en torno al
manejo que se le debe dar a las obras, su relación con el contexto –que a su vez toma
diferentes concepciones– y a la idea de unidad del autor. De manera general se
pueden identificar tres grandes escuelas que se posicionan de manera diferente frente
a estas tres problemáticas (Di Pasquale, 2011; Dosse, 2007). En primer lugar se
podría mencionar la escuela de Cambridge influenciada por el giro lingüístico; luego
la escuela de la Semántica histórica alemana, influenciada a su vez por la escuela de
Cambridge y por la teoría de los speech acts y, por último, la escuela francesa.

En cuanto a la escuela de Cambridge, esta surge con la teoría de los speech acts de
Austin y el giro lingüístico. La preocupación central de esta escuela es captar la
intención de los mensajes emitidos por el autor para así llegar a una aceptabilidad
racional de los términos (Skinner, 2007). En otras palabras, lo que busca la escuela de
Cambridge es analizar los conceptos más importantes utilizados por el autor a lo largo
de su obra con el fin de captar sus definiciones y, en ese sentido, dilucidar la intención
del autor en cuestión. El contexto aparece, entonces, como el universo intertextual y
la producción de escritos y obras tanto del mismo autor como de otros autores de la
época que puedan arrojar pistas sobre el significado de las palabras.

Dentro de las directrices de esta escuela se pueden ubicar los trabajos de John Pocock,
El momento maquiavélico, el pensamiento político florentino y la tradición
republicana atlántica (1975), los cuatro volúmenes de Religión y barbarie (1990-
2010) y Orígenes del radicalismo angloamericano (1994); de Quentin Skinner se
encuentran: Maquiavelo, (1980), El nacimiento del Estado (2012), Thomas Hobbes y
la república liberal (2008), From humanism to Hobbes (2018); de John Dunn están:
El pensamiento político de John Locke (1969), Democracia: el viaje inacabado (508
a.C – 1993) (1994). Todos estos trabajos mantienen la insignia de la escuela de
Cambridge que no ha podido escapar de dos grandes críticas: primero, la concepción
del contexto únicamente como el universo de los textos y de las palabras en el que los
enunciados tienen un valor de verdad en la medida en que poseen una coherencia con
el marco de racionalidad de la época; segundo, la falta de relación que mantiene este
tipo de análisis con la transformación de la obra a lo largo del tiempo y con su
actualización (Dosse, 2007). De ahí que el presente trabajo se aleje de esta nueva
concepción de hacer historia de las ideas, puesto que una de sus apuestas es encontrar
esa relación del contexto social y económico con el pensamiento del autor en
cuestión; factor que dicha escuela no es capaz de brindarle.

Por otro lado, dentro de la semántica histórica alemana se encuentran las obras de
Reinhart Koselleck: Esquemas europeos de la historia alemana (1999), Historia de
conceptos: Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social
(2003), Historia del concepto de historia (2004); de Werner Conze:
Karl Marx: Manuscritos sobre la cuestión polaca (1863-64) (1961), La formación de
la nación alemana: un análisis histórico (1979); de Otto Brunner: Vida noble y
cultura europea (1972).

De acuerdo con lo dicho líneas arriba acerca de la relación entre la escuela de


Cambridge y la semántica histórica alemana, de manera axiomática se descarta la
escuela de Semántica histórica alemana como referente para el presente escrito,
puesto que esta resulta ser una derivación de la teoría de los speech acts y altamente
influenciada por la escuela de Cambridge. Esta escuela se centra en los significados
de términos y conceptos concretos que parece asemejarse más a una suerte de historia
lingüística y de los usos del lenguaje que a una historia intelectual como tal (Dosse,
2007). En efecto, para determinar los significados más apropiados dentro de tal o cual
contexto –definiendo contexto como lo hace la escuela de Cambridge– esta escuela se
vale de métodos cuantitativos que miden la cantidad de veces que se utiliza tal o cual
término en la obra del autor estudiado y analiza los posibles significados que pudo
haber tenido en cada caso dicho concepto.

Por último, está la escuela francesa. Esta escuela posee una mayor heterogeneidad
dentro de sus apuestas y sus autores que las otras dos escuelas vistas hasta este punto,
por lo que podría ser dividida incluso en distintas ramas o subescuelas (la tercera y
cuarta generación de la escuela de Annales, la sociología bourdieuana y la historia del
pensamiento científico de Canguilhem). No obstante, esto podría ser igual o más
problemático debido a que sus apuestas teóricas y metodológicas suelen ser
apropiadas y utilizadas por los investigadores de manera mixta, si se quiere. Sea como
fuere, el mayor acierto de la nueva escuela francesa es pasar de estudiar y
aproximarse a las ideas en sí a estudiar y aproximarse a las representaciones que
comportan dichas ideas y a las prácticas en que son formadas y apropiadas estas
mismas por la gente de una época en un lugar determinado.

En este sentido, entre las obras más importantes a resaltar estarían, en primer lugar, la
obra pionera de Maurice Agulhon, El círculo burgués, la sociabilidad en Francia
(1977). Dicha obra es la primera en utilizar el concepto sociológico de sociabilidades
y aplicarlo a la historia (Vega Torres, 2015); este concepto es el que luego permite a
la nueva historia intelectual francesa hablar de la institución de prácticas dentro de
asociaciones de grupos humanos (como clase social, gremio, etc.) y, por tanto, de
cómo circulaban las ideas dentro de un grupo social concreto en un lugar particular.
Esta apuesta es la que abre las puertas para que autores como Michel de Certeau,
Roger Chartier, Jean François Sirinelli, entre otros, publiquen más tarde sus obras.
Entre las más importantes se deben mencionar: Una política de la lengua, la
Revolución Francesa y las lenguas locales (1978), La fábula mística, siglos XVI y
XVII (1980) de De Certeau; Los orígenes culturales de La Revolución Francesa
(1990), Libros, lectores y lecturas en la Edad Moderna (1987), El orden de los libros,
lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII (1992) de
Chartier; Los intelectuales en Francia, del caso Dreyfus a nuestros días (1986) de
Pascal Ory y de Jean-François Sirinelli; La guerra en Argelia y los intelectuales
franceses (1988), Sartre y Aron, dos intelectuales en el siglo (1995) de Sirinelli.

Ahora bien, como es posible apreciar, esta última escuela es la que brinda la más
amplia gama de posibilidades teóricas y metodológicas y que, en efecto, mejor se
acoplan a los objetivos del presente escrito en términos del tipo de aproximaciones
que permite hacer desde la historia intelectual al estudio de los intelectuales y la vida
social de las ideas. En otras palabras, esta nueva escuela francesa hace posible captar
las ideas de un momento histórico particular desde las prácticas mismas de las
personas de la época, desde el análisis a los medios de difusión y discusión de las
ideas, así como las ideas mismas. En últimas, arroja una concepción orgánica entre las
ideas y aquellos que las generan y las llevan acabo.

2. La historia intelectual en Colombia

La historia intelectual en Colombia es un campo poco explorado y relativamente


joven que inicia, en efecto, en la década de los sesenta con la publicación del clásico
libro de Jaime Jaramillo Uribe titulado: El pensamiento colombiano en el siglo XIX
(1964). Dicha obra, como bien lo dice en el prefacio su propio autor, tiene por objeto
aproximarse a una comprensión del pensamiento de los intelectuales de mayor
influencia en la sociedad colombiana del siglo XIX (Jaramillo Uribe, 1996). Para ello,
Jaramillo Uribe se centra en las obras de la familia Caro, Sergio Arboleda, Rafael
Núñez, y los hermanos José María y Miguel Samper. No obstante, no tiene en cuenta
figuras de igual importancia para el siglo XIX colombiano como Manuel Murillo
Toro o Salvador Camacho Roldán, entre otros (Cataño, 2016). Asimismo, por su corte
clásico de historia de las ideas, el trabajo de Jaramillo Uribe excluye la relación de las
ideas de dichos intelectuales con su medio social y, en consecuencia, deja de lado la
importancia de la recepción de las ideas, las sociabilidades que giran en torno a estas,
los modos de circulación y las prácticas de lectura; teniendo en cuenta el gran flujo de
periódicos que tuvo dicho siglo en tanto que principal vehículo de difusión y
discusión política y social.
Ahora bien, dentro de esta misma escuela se pueden situar las dos obras de Gerardo
Molina: Las ideas liberales en Colombia (1970-1977), dividido en tres tomos, y, más
tarde, Las ideas socialistas en Colombia (1987), publicadas en las décadas de los
setenta y de los ochenta. Los tres tomos del primer título abarcan la evolución y los
cambios en el pensamiento liberal desde las elecciones de 1849 hasta el Frente
Nacional. Molina (1970) hace toda una clasificación de las diferentes vertientes del
liberalismo que se van manifestando en los discursos políticos a lo largo de la historia
nacional. A pesar de que ambos libros siguen bastante apegados a la versión clásica
de la historia de las ideas se acercan más a los acontecimientos políticos y sociales del
momento, aunque su finalidad parezca ser, más bien, la organización y
conceptualización de las diferentes ramas del pensamiento liberal en Colombia;
replicando esta tendencia dentro de la historia de las ideas que tiene como objeto
clasificar en doctrinas o sistemas de pensamiento las ideas de tal o cual conjunto de
intelectuales de una época. Entre estos dos grandes referentes aparecen, asimismo,
obras como El proceso ideológico de la emancipación: las ideas de génesis,
independencia, futuro e integración en los orígenes de Colombia (1974), de Javier
Ocampo López y la de Rafael Gómez Hoyos titulada: La Revolución granadina de
1810, ideario de una generación y de una época 1781-1821. Como se puede observar,
todas estas obras se enfocan particularmente en la historia de las ideas del siglo XIX,
exceptuando parte de las obras de Molina.

Así, como ya se dijo, dichas obras marcan el inicio de la historia intelectual en


Colombia desde su escuela más clásica, esto es, la historia de las ideas. Ahora bien, es
hacia la década de los noventa y ya a inicios del siglo XXI que comienzan a surgir
obras más cercanas a lo que se concibe como la nueva historia intelectual en tanto que
poseen un enfoque teórico y metodológico que hace mella en las relaciones contexto
sociohistórico-condiciones de la producción intelectual-prácticas culturales y sociales-
recepción e incidencia social de la obra. En esta lista se encuentran obras como la de
Malcolm Deas, Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y
literatura colombiana (1993). Dicha obra, es la compilación que tiene como resultado
del trabajo desarrollado por el historiador inglés desde la década de los sesenta hasta
principios de los noventa. En cuanto a lo que a la historia intelectual concierne, Deas
(1993) le dedica el primer capítulo. En este, él se enfoca en analizar cómo el poder
político poseía una estrecha relación con el saber letrado durante la segunda mitad del
siglo XIX y principios del XX. Su ensayo se centra principalmente en la figura de
Miguel Antonio Caro.

Ahora bien, dentro de esta segunda corriente renovada de la historia intelectual, se


puede encontrar una especie de sub-corriente, si se quiere, que se enfoca en la historia
de la lectura y de las representaciones y prácticas –a nivel social, cultural y político–
que se engendran en torno a la misma (Rubio Hernández, 2016). Obras como Prensa
y revolución a finales del siglo XVIII: contribución a un análisis de la formación de
la ideología de independencia nacional (1998), Los ilustrados de Nueva Granada
1760-1808, genealogía de una comunidad de interpretación (2004) y República
liberal, intelectuales y cultura popular (2005) de Renán Silva; El obrero ilustrado,
prensa obrera y popular en Colombia (2006) de Luz Ángela Muñoz Espinel; Poder
letrado, ensayos de historia intelectual en Colombia, siglos XIX y XX (2014) de
Gilberto Loaiza Cano; La recepción de Goethe en Colombia entre dos centenarios
1932 – 1949 (1998) y Contribución a la historia política y social del libro de
izquierda en Medellín en los años setenta (2005) de Juan Guillermo Gómez García.
Vale la pena aclarar que a pesar de ser una de las áreas de la historia intelectual en la
que parece haber mayor producción, muy pocas adoptan buena parte de las más
renovadas apuestas teóricas y metodológicas como son las de Michael de Certeau,
Pierre Bourdieu, Roger Chartier y, en menor medida, Jean François Sirinelli. Incluso,
toda la tendencia de la historia intelectual basada en la teoría gramsciana que ha
gozado de una amplia recepción en otros países latinoamericanos, en Colombia ha
sido una línea inexplorada (Loaiza Cano, 2004). Vacío que el presente escrito espera
contribuir a llenar.

De cualquier modo, con relación a esta lista, es de suma importancia resaltar los
trabajos de Renán Silva. En Prensa y revolución a finales del siglo XVIII aborda el
papel de la prensa, del semanario Papel periódico de Santa Fe de Bogotá, a la luz de
su función ideológica a partir de tres puntos: (1) la reconstrucción de los diversos
planos dispersos de la formación de la misma; (2) la descripción de la síntesis misma
que conlleva la ideología tomando como punto de partida la heterogeneidad de sus
elementos; (3) poner en evidencia las relaciones concretas que estableció ese conjunto
de ideas con los distintos grupos sociales en tensión (Silva, 2004). Mientras que las
dos primeras apuestas obedecen al plano más cercano de las ideas en sí mismas, la
tercera apuesta comporta uno de los elementos centrales en la nueva historia
intelectual, esto es, la inserción de dichas ideas en la vida social de la época. Sea
como fuere, es de suma importancia resaltar cómo Silva describe y analiza el
periódico como acontecimiento cultural, es decir, como un artefacto de la cultura
material inmerso en medio de la vida social y de las prácticas de diversos grupos
sociales. De igual manera, su trabajo titulado República liberal, intelectuales y
cultura popular, evidencia con mayor claridad dichos rasgos de este tipo de nueva
investigación en el campo de la historia intelectual. Grosso modo, en este libro, Silva
(2005) rastrea la implementación de políticas culturales y educativas durante la
hegemonía liberal (1930-1946) y cómo estas constituyeron toda una serie de prácticas
culturales y de representaciones de la llamada cultura popular. En este sentido, analiza
las prácticas de lectura, la construcción de las bibliotecas regionales rurales y las
sociabilidades que estas suponían en la reproducción de dicha cultura popular. Por
último, en cuanto a lo que respecta decir acerca del trabajo de este historiador, la
presentación del libro Silva dice basarse especialmente en la teoría del campo cultural
bourdieuano; aunque su trabajo parece especialmente influenciado por la propuesta
teórica de Chartier, al igual que sus trabajos de historia intelectual en general. Bajo
esta misma influencia charteriana se puede ubicar el trabajo del filósofo Juan
Guillermo Gómez García sobre la historia política y social del libro de izquierda en
Medellín durante los años setenta. En este libro Gómez García indaga acerca de la
recepción de las obras de Marx y Engels en Medellín a partir de la consolidación de
editoriales, librerías y prácticas de lectura. Para ello parte de la pregunta que se hace
Chartier: “¿en qué medida y cómo la circulación de textos impresos cada vez más
numerosos modificó los pensamientos y las sensibilidades?” (Chartier citado por:
Gómez García, 2005, p.51). De ahí la importancia de concebir el libro como un
artefacto cultural inmerso en una urdimbre de prácticas constituidas en espacios
particulares –es decir, sociabilidades– en los que las ideas cobran vida a través de su
discusión y enunciación en boca de uno u otro grupo social.

Desde un enfoque próximo pero no idéntico, vale la pena resaltar el libro de Loaiza
Cano titulado Poder letrado, ensayos de historia intelectual en Colombia, siglos XIX
y XX. En esta obra Loaiza (2014) se aleja un poco de la labor biográfica que venía
haciendo para hacer, como él mismo dice, una especie de “[…] acumulación de
microbriografías como recurso documental en aras de tener una visión general del
elástico personal político y letrado del siglo XIX colombiano” (p.15). En este libro,
tanto como en los trabajos de Renán Silva antes mencionados, hay una preocupación
más fuerte por captar las capas sociales en su conjunto y no una en particular. Dicho
de otro modo, se trata de un esfuerzo por captar la historia en su conjunto o como dice
Loaiza (2014): “pasar de aquellas visiones fragmentarias para llegar a una visión de
conjunto hasta encontrar repeticiones y constantes que constituyen unidad histórica”
(p.16).

No obstante, como bien lo presentaba Silva en sus objetivos del libro Prensa y
Revolución, se trata también de dilucidar los grupos sociales en tensión y el modo en
que cada uno asimila uno u otro sistema de ideas y cómo esto tiene un efecto sobre la
vida social, económica y política del momento. Si bien, Loaiza parte de las ideas de
una élite intelectual, asimismo hace todo un trabajo por dibujar las redes de
sociabilidad y prácticas sociales en las que se encuentran envueltas. De ahí que se
pase de una visión fragmentaria a una visión integral, siguiendo muy de cerca la idea
gramsciana que dice que el pensamiento de una época no es el pensamiento de tal o
cual filósofo sino del conjunto de las clases populares y dirigentes. Grosso modo, la
presente investigación se sitúa tras un enfoque similar a los presentados hasta aquí de
autores como Juan Guillermo Gómez García, Gilberto Loaiza Cano y
Renán Silva. Sin embargo, al centrarse en la obra y pensamiento de un solo autor este
artículo termina por tener un alcance menor en términos de la noción de visión de
conjunto de Loaiza, como se expuso líneas arriba; en contraste, termina por tener un
alcance mayor en la medida en que se aproxima al pensamiento y la vida intelectual
de un autor poco investigado por la historia política e intelectual colombiana que
podría calificarse dentro de la noción de intelectual subalterno. En este sentido, esta
investigación arroja nuevas luces y amplía la visión de conjunto, contribuyendo a lo
que Gramsci llama historia integral.
Finalmente, saliendo de la subcategoría anterior, y de acuerdo a lo dicho hasta este
punto, es necesario pasar a aquellas obras que poseen un enfoque biográfico
intelectual o generacional que tienen como fin o característica principal entrelazar la
historia política y la cultura a través de la figura de uno o más personajes que
compartieron una generación. Desde esta percepción importa particularmente la
realización de las ideas más que su mera enunciación, el hecho de si existió algún tipo
de militancia y de cómo esta se vio reflejada en su accionar político y social (Loaiza
Cano, 2004). Las obras que caben dentro de esta categoría son: Técnica y utopía,
biografía intelectual de Alejandro López, de Alberto Mayor Mora (2001); las dos
biografías intelectuales realizadas por Loaiza Cano de Manuel Ancízar y Luis Tejada,
tituladas Manuel Ancízar: Formación de un intelectual civilizador (1996) y Luis
Tejada y la lucha por la nueva cultura (1995); El problema del anarquismo en
Manuel González Prada (2005) y La significación continental de Manuel González
Prada (2010) de Juan Guillermo Gómez García; Los intelectuales colombianos en los
años 20, el caso de José Eustasio Rivera, (1993) de Hilda Pachón Farías y la tesis
doctoral de María Teresa Álvarez Hoyos, publicada en el 2007, titulada Élites
intelectuales en el sur de Colombia, Pasto, 1904-1930. Vale la pena mencionar que,
por un lado, se hace evidente la ausencia de un gran volumen de obras dedicadas a
estudiar las grandes generaciones de intelectuales que hicieron mella en la vida
política del país. Mientras que, por otro lado, en el campo de las biografías
intelectuales se podrían ubicar un sinnúmero más de obras sobre dirigentes políticos,
su vida y obra, pero se mencionan aquí las resaltadas por Loaiza Cano (2004) y Rubio
Hernández (2016) como las más importantes en términos de renovación teórica y
metodológica.

El problema de la biografía intelectual, como bien lo expone Loaiza (2004), aparece


desde dos frentes: el primero, la crítica narrativa, esto es, el cuestionamiento de hasta
qué punto se trata de un relato heroico con tintes de épica literaria y, en consecuencia,
de carácter ficticio y hasta qué punto llega el relato veraz de la figura retratada. Por
otro lado, la crítica a la tendencia de concebir la historia como aquella de las grandes
personalidades, negando así la importancia que hayan tenido otros grupos sociales y
toda una amalgama de circunstancias y factores nacionales e internacionales ajenos al
mismo. Estas dos críticas se ven atravesadas por una tercera cuestión: el problema de
la unidad y la coherencia del autor o figura estudiada. Sin embargo, tanto el trabajo de
Loaiza como el de Alberto Mayor Mora y, en buena medida, el resto de obras
anteriormente mencionadas, logran superar dichas críticas. Esto se debe por el
carácter que se le otorga al individuo estudiado frente a la totalidad de su contexto
social y político.

3. Historia intelectual y anarquismo en Europa y América Latina

Cataño, G. (2016). Historia intelectual: El pensamiento colombiano en el siglo xix.


Anuario Colombiano de Historia Social y de La Cultura, 44(1), 71.
https://doi.org/10.15446/achsc.v44n1.61216
Chartier, R. (2007). La historia o la lectura del tiempo. Barcelona: Gedisa.
Deas, M. (1993). Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y
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Jaramillo Uribe, J. (1996). El pensamiento colombiano en el siglo XIX. Bogotá:
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Loaiza Cano, G. (2014). Poder letrado. Ensayos de historia intelectual en Colombia,
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Molina, G. (1970). Las ideas liberales en Colombia: 1935 a la iniciación del Frente
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