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A principios de los años 1840 Charles Babbage adquirió un retrato que gustaba exhibir en

las recepciones que celebraba en su casa. Preguntados, sus invitados contestaban casi sin
dudar que se trataba de un grabado; casi tenían que tocarlo para percatarse de que en
realidad estaba tejido. Este retrato de Joseph Marie Jacquard ayudaba a Babbage a explicar
la naturaleza de sus máquinas de cálculo.

El barrio de Croix Rousse, en Lyon, situado entre los ríos Saona y Ródano, era entonces un
hervidero de actividad. Era el centro de la industria de tejido de seda. Comerciantes,
empresarios y trabajadores bullían por sus calles, y en sus talleres se oía el traqueteo
incesante de los telares.
Los telares son herramientas para confeccionar tejidos. En ellos se sitúan varios hilos
paralelos unos a otros (los hilos que corren de derecha a izquierda en la imagen). Estos
hilos, llamados urdimbre, pueden levantarse (o no) mediante un mecanismo. Una vez hecho
ésto se hace pasar perpendicularmente a ellos otro hilo, llamado trama, con ayuda de una
lanzadera. Levantando y bajando hilos de la urdimbre por cada paso de la lanzadera pueden
hacerse diferentes dibujos. Era éste un trabajo algo tedioso. Al operario del telar le
acompañaba un niño que se encargaba de sujetar el mecanismo que movía los hilos de la
urdimbre. Si eran habilidosos, conseguían hacer un par de pasadas de la lanzadera en cada
minuto, lo que se traducía en menos de diez centímetros de tejido al día.

Jean Charles Jacquard era uno de estos empresarios, conocidos como canuts, que poseía
seis o siete telares. Desde muy pequeño su hijo Joseph Marie trabajó con él, y heredó todas
sus posesiones cuando, teniendo él sólo 20 años, su padre Jean Charles murió.

Joseph Marie no debió darse mucha maña como empresario. En poco tiempo vivía
prácticamente de las rentas, y éstas iban mermando poco a poco. Casado y con un hijo,
acabó quedándose sin patrimonio, y tanto él como su mujer debieron trabajar en diversos
oficios.

En 1793, en plena Revolución Francesa, ayudó a defender Lyon. Tanto él como el pequeño
Jean Marie, que ya tenía 15 años, huyeron rápidamente cuando la ciudad cayó en manos de
los revolucionarios, lo que les salvó de una segura guillotina. Parece ser que se cambiaron
de nombre, y también de chaqueta, enrolándose en el ejército revolucionario. En una batalla
murió su hijo, y Jacquard regresó a Lyon apesadumbrado, junto con su esposa,
abandonando el ejército, en 1798. De nuevo trabajó en lo que pudo. Pero parece ser que por
las noches se dedicaba a investigar posibles mejoras en el telar. También parece que se
corrió la voz, y que encontró algunos empresarios dispuestos a financiarle.

En el año 1800 patentó un telar en el que los hilos de la urdimbre se levantaban accionando
pedales. Este invento tuvo un cierto éxito, e hizo de él un personaje conocido. Pero lo que
le hizo realmente famoso fue su telar automatizado de 1804. Una serie de tarjetas
perforadas manejaban las subidas y bajadas de los hilos de la urdimbre. Las cuerdas que
tiran de éstos hilos iban unidas a unas varillas metálicas, que a su vez estaban en contacto
con las tarjetas perforadas. Si la varilla encontraba un agujero en la tarjeta, subía, haciendo
subir a su vez a un hilo de la urdimbre. Si no había agujero, el hilo quedaba abajo. De ésta
manera podía controlarse cada hilo de la urdimbre de forma individual y sin mucho trabajo.
Los dibujos de los tejidos podían “grabarse” en una sucesión de tarjetas perforadas, que
iban pasando una tras otra, avanzando automáticamente por el telar. Esto permitía aumentar
notablemente la velocidad de tejido, llegando casi a los 50 pasos de la lanzadera por
minuto.

En la actualidad una estatua de Jacquard se alza en el barrio lionés de Croix Rousse. En la


inscripción se le llama “benefactor de los trabajadores de la seda”. Sin embargo, una
leyenda cuenta que los niños que ayudaban en los telares, y que se quedaron sin trabajo
gracias a su invento, llegaron a tirarle al agua en un canal. El telar de Jacquard sirvió de
inspiración a Babbage en el diseño de los mecanismos de programación y entrada de datos
en su máquina analítica, que también se realizarían mediante tarjetas perforadas, corriendo
una tras otra. No debe extrañarnos que Babbage llamara a la unidad de procesamiento de su
máquina analítica the mill (la fábrica), en referencia a un taller textil.
Frachet / CC-BY-SA 3.p

Sin embargo, el telar de Jacquard no fue el primero en emplear tarjetas perforadas (aunque
sí fue el primero automático). Ya en 1725 Basile Bouchon construyó un telar en el que los
hilos de la urdimbre se manejaban gracias a una cinta perforada.

Dogcow / CC-BY-SA 3.0

Su asistente, Jean Philippe Falcon, perfeccionó el sistema, cambiando la cinta perforada


por una serie de tarjetas. Sin embargo, ninguno de estos telares era automático. Aún debía
haber un niño manejando las tarjetas y presionándolas contra las barras que hacían bajar y
subir los hilos de la urdimbre.
Rama / CC-BY-SA 2.0

En 1749 Jacques de Vaucanson, autor de varios autómatas, sustituyó las tarjetas por un
cilindro metálico perforado, similar al de los organillos. Pero éste sistema sólo permitía
hacer dibujos que se repitieran cíclicamente. Lo contrario obligaría a cambiar con cierta
frecuencia el cilindro. Ninguno de estos telares llegó a tener éxito.

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