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D. F. Sarmiento
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Ficha Bibliográfica
Capítulo I
La infancia como construcción social
(Carli, S.)
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devenga un sujeto social que permanezca vivo, que pueda imaginarse en el futuro, que
llegue a tener historia. Esto remite a un debate social acerca de lo que Arendt denomina
“actitud hacia la natalidad” entendiendo por ello el hecho de que “todos hemos venido
al mundo al nacer y de que este mundo se renueva sin cesar a través de los
nacimientos”. Actitud frente a lo nuevo que nace al mundo y que compromete a los
adultos a una transmisión del sentido propio de ese mundo.
Afirmar la continuidad de la vida no implica, sostener una visión naturalista que
ate la noción de niño a su status biológico, sino seguir valorando simbólicamente la
dimensión vital del crecimiento del niño, y de su proyección hacia el futuro.
Los acelerados cambios científicos-tecnológicos que incluyen las nuevas
condiciones para la procreación y el nacimiento, los reposicionamientos de los adultos
frente a horizontes de desempeño y exclusión, con el consecuente impacto sobre las
prácticas de crianza y de educación, de transmisión, y la ruptura cultural de los lazos
intergeneracionales y sociales, inciden en el sentido de la vida que la sociedad modula.
La posibilidad de este tiempo de infancia requiere pensar en un tiempo de vínculo
entre adultos y niños en el que la erosión de las diferencias y de .las distancias, no
devenga obstáculo epistemológico o material para la configuración de una nueva
mirada pedagógica que permita la construcción de otra posición del adulto educador.
Desafío para una voluntad educativa que respete el “derecho al crecimiento”
entendiéndolo como “la posibilidad de experimentar los límites-sean esos de naturaleza
social, intelectual o personal, no como prisiones o estereotipos, sino como puntos de
tensión que condensan el pasado y que se abren hacia futuros posibles”. Derecho que es
condición de lo que denomina “la confianza”, a la que se suman el derecho a la
inclusión y el derecho a la participación.
Tal como señala Freud, la brecha entre nuestra memoria de infancia, siempre
atravesada por la represión y por la amnesia, y el presente de los niños debería dejar de
ser motivo de repetición y de una nostalgia conservadora para convertirse en argumento
para restituir a niños y educadores una nueva condición de sujetos.
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La escolarización de la infancia
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II. Otros períodos se han caracterizado por un borramiento del niño, por una
sujeción de la población infantil a la Nación, a la raza o al Estado, mediante
políticas represivas.
a) Desde esta lectura, es posible pensar el período correspondiente a la década del
´30, cuando se produce en Europa el surgimiento del nazismo. Existía una”teoría
del niño” que daba sentido a muchas de las medidas relacionadas con la selección
racial de los elementos de la población infantil del país nacional socialista. El
desprecio del débil y la obediencia al poderoso son el núcleo de toda ideología
fascista, y desde esta perspectiva la autoridad del poder se concibe como la
determinante de la identidad del niño. En la Argentina la política educativa de los
gobiernos conservadores de la década del ´30 estuvo permeada por este
imaginario.
b) También es posible situar el período de los años ´70, caracterizado por la
presencia de dictaduras militares en América Latina. Como respuesta regresiva,
los niños fueron convertidos en botín de guerra (hijos de desaparecidos), se opero
la sustracción de sus identidades y se instalaron diversas formas de control
privado-familiar de la vida infantil desde el poder del Estado. En la ruptura de la
cadena generacional que ligaba a los niños con sus padres, y en la ubicación de
éstos en otras cadenas (las de los apropiadores), los niños fueron anulados como
sujetos. En la actualidad encontramos esta tensión entre represión y permisión,
que es síntoma, de cómo la crianza y educación de un niño resultan hoy un prisma
para observar las dificultades de la generación adulta para construirle un
horizonte. Horizonte extensible a la sociedad en su conjunto.
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Nueva y otras corrientes recuperaron la idea roussoniana sobre la bondad infantil para
cuestionar la excesiva autoridad del maestro y para reclamar una urgente renovación de
la educación.
La tesis acerca de la maldad del niño nos remite a la criminología del siglo XIX,
que encontró Lombroso un anatema de la tendencia del niño al delito, y a las posiciones
de los pedagogos positivistas, que definían su naturaleza como la del salvaje de las
sociedad primitivas.
Tema permanente de la historia de la infancia, la bondad o maldad del niño,
moduló vínculos educativos de confianza o de control, fue argumento para distintas
lógicas de enseñanza y permea aún los perjuicios sobre el niño-alumno.
En algunas interpretaciones actuales del delito infantil y juvenil persiste esta
visión sobre la naturaleza maligna del niño, que se acentúa en el caso de los pobres y los
marginales, y se convierte en fundamento para la defensa del descenso de la edad de
imputabilidad del menor. Está presente también en el debate sobre los castigos
corporales, reeditado en esta última década, en el que se proclama el retorno a prácticas
medievales.
Como reverso, la presunción de la inocencia infantil ha sido argumento jurídico
para justificar la institucionalización del niño en las políticas de minoridad; la idea de
“protegerlo” implicaba su encierro de por vida, según la Ley de Patronato de Menores
(1919), hoy en proceso de derogación.
La tesis de Rousseau, sobre la inocencia infantil permitió ubicar históricamente al
niño en un lugar diferencial respecto del adulto, cuestionando el castigo y reclamando
un mayor respeto, en una época en la cual las prácticas vigentes impedían la expresión y
espontaneidad de los niños.
La tesis de Freud acerca de la existencia de la sexualidad infantil, más que apelar a
un mito diferenciador permitió ubicar al niño en un lugar de mayor paridad respecto del
adulto y afirmar la presencia de lo infantil en este último.
La construcción teórica y social de la infancia denuncia más que nunca en este fin
de siglo los pensamientos, deseos y temores de una sociedad.
Otra de las tesis acerca del niño que han atravesado la historia de la educación se
refiere a su autonomía o heteronomía, tesis que se articula con el problema de la
autoridad, con los lazos entre las generaciones y con el papel de la educación frente a un
sujeto en constitución.
Castoriadis señala que la imposibilidad de la educación radica en “apoyarse en una
autonomía aún inexistente a fin de ayudar a crear la autonomía del sujeto”, en promover
las decisiones del sujeto partiendo de su inscripción en la cultura instituida. Esta
oposición entre la libertad y autoridad, entre “necesidades” del niño y “mandatos” del
adulto, sigue permeando los debates del siglo XX.
Más que aferrarse a tesis ideológicas, una renovación de la educación infantil debe
atender tanto al debilitamiento de las tareas de transmisión cultural de los educadores
como a las nuevas identidades de los niños. Desde allí, será importante construir una
posición más compleja del educador frente a las situaciones cotidianas que se presentan
en las aulas entre los deseos del niño y las normas instituidas hay decisiones autónomas
del adulto que deben poder equilibrar consenso y coerción y que no deben obviar la
posición diferencial que ocupa, en el proceso de transmisión, su lugar de educador.
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Capítulo II
Las miradas sociológicas sobre los procesos de socialización
(Lezcano, A.)
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Esquema 1
Proceso de socializaron estático- funcionalista
Agente socializador
(Padres, hermanos, otros familiares, instituciones, etc.)
La unión casi simbiótica con la madre en primer lugar, la aparición del padre en
un rol complementario y más tarde, la de otros agentes socializadores son las que en la
relación “cara a cara” y cotidiana con el niño le atribuirán una ubicación social primero
dentro del grupo y luego en el mundo social.
Este proceso es mucho más complejo, ya que el niño irá aprendiendo e
internalizando situaciones particulares para construirlas progresivamente como
generales. Para esta teoría este proceso es unidireccional –donde el adulto referente
enseña qué está bien y qué no., qué es lo apropiado y qué, lo inapropiado – el niño
aprende a identificarse y, casi simultáneamente, a diferenciarse por sexo y edad de los
adultos y de sus pares. Esto es, aprende de sus padres los roles de lo femenino y lo
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masculino, identificándose con uno y diferenciándose del otro, por la interacción con
ellos y a partir de roles complementarios de estos agentes socializadores.
Para esta teoría es el padre el que impone una fuerte presión, para que el niño
renuncie al infantilismo y se desprenda del fuerte vínculo que lo une a la madre y
crezca. Es el momento de la definición social del rol sexual. Para este enfoque, lo que
predomina dentro del proceso de socialización es la posibilidad de que el niño asuma la
identificación del rol (sexual) adulto, a partir de lo que es cultural y socialmente
aceptado.
Para este enfoque, en este momento de la primera socialización la identificación
social del rol sexual no es una cuestión menor, ya que la familia y la distribución social
y sexual del trabajo son uno de los aspectos más relevantes para que esa sociedad tenga
continuidad, para que no emerjan conflictos en el interior de la familia.
En síntesis, el sujeto es portador de roles determinados por las estructuras sociales,
y tanto la socialización como el aprendizaje se conciben como aquello que permite la
integración del organismo en el sistema de roles existentes. El niño aprende a ser niño,
hijo, alumno, etc., y lo es en tanto tiene frente a sí otro que es adulto, es madre o padre,
es maestro, etc. Cuando el niño aprende o internaliza al otro generalizado, ha terminado
su etapa de socialización primaria.
La segunda etapa de socialización, o socialización secundaria, es aquella en la que
se produce la internalización de la sociedad compleja y sus instituciones. Es la
adquisición del conocimiento específico de roles que están vinculados con la división
social y sexual del trabajo y con “cierta” distribución del conocimiento. Es, por otro
lado, la identificación subjetiva del “rol” y sus normas, el mundo material y sus
mecanismos legitimadores.
En esta etapa, los agentes socializadores son “funcionarios institucionales”, como
maestros, profesores, compañeros de trabajo, el jefe en la oficina, el presidente del club
de fútbol o los miembros de un club de fans, etc. Mientras que en la socialización
primaria, para que se produzca la identificación debe prevalecer una fuerte relación
afectiva, en la socialización secundaria se puede prescindir de esta carga emotiva. El
pasaje de una etapa a otra va acompañando las primeras salidas del hogar hacia el
sistema educativo.
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Estos son aspectos del debate actual en las ciencias sociales, sobre todo frente al
desarrollo del capitalismo; se trata de lo que algunos han denominado la posmodernidad
y otros, la modernidad tardía.
Las décadas del ´60 y del ´70 han sido simultáneamente momentos de creatividad
y convulsión. En estas épocas la crisis del Estado de bienestar y la economía en los
países centrales, las relaciones de dependencia externa y la marginalidad social
producida por una segunda etapa de migración campo – ciudad en torno al proceso de
sustitución de importaciones, primero, y al agotamiento del impulso de la inversión
local del capitalismo latinoamericano, después, hacen que se cambien las condiciones y
los estilos de vida.
Durante la década del ´70, aparecía la necesidad de ordenamiento e intervención
pública a partir de dos tipos de sistemas de control socio penal: con el sistema tutelar, en
casos de abandono, de asistencia por pobreza, trabajo infantil, drogodependencia, etc., o
con la fuerza represora del Estado, que con el justificativo de “romper con los núcleos
de la subversión” destruía familias enteras o se apropiaban de niños, a los que arrancaba
del seno materno para someterlos a procesos de “re-socialización”.
En tanto se llevaba a cabo el disciplinamiento social, la economía se orientaba
hacia el sector externo tradicional y el Estado se convertía en subsidiario, subordinando
su participación en la economía, y así se facilitaba el endeudamiento externo que traería
consecuencias sociales importantes en las décadas siguientes.
En la década del ´80, a nivel macroeconómico y social, los efectos de las políticas
de ajuste ampliaron los márgenes de la pobreza, la desocupación y la falta de generación
de empleo genuino. Uno de los efectos más importantes fue la incorporación
compulsiva de mujeres y niños al mercado de trabajo. A nivel político, la
desarticulación de las dictaduras militares y los incipientes procesos de democratización
en América latina significaron una redefinición en los estilos de vida de la sociedad.
Así las prácticas sociales comenzaron a constituirse en modos de acción social, y
estilos de vida que los propios miembros de la sociedad fueron definiendo a partir de
estas nuevas realidades.
Entre las perspectivas sociológicas de estas últimas décadas puede advertirse que
no existe una sola dirección y, que tampoco existe una teoría de la socialización, a
diferencia de lo que se planteaba en las épocas del funcionalismo. La riqueza de los
nuevos aportes es la de retomar una concepción diferente del hombre y de la sociedad.
A la sociedad se la concibe en una contínua retroalimentación de acciones e
interacciones entre miembros competentes y las formas de identidad individual. En este
caso se trata de sociedades que son construidas y reconstruidas por sujetos participantes
y lo social, como lo cultural, no es algo impuesto desde fuera por un sistema
institucionalizado; sino que está en la esencia de las prácticas de la vida cotidiana, en la
doble hermenéutica de la construcción y reconstrucción de una sociedad dada en un
tiempo y un espacio acotados. Aunque no se propone una ruptura con la tradición
cultural, con la tradición el individuo puede tener acciones que son productos de deseos
y de un control reflexivo – acorde con ciertas reglas, costumbres, hábitos, que no
forman parte de conductas intencionales –. Puede que éstas se conviertan en conductas
no esperadas, pero esto no provoca una situación de desviación o de acción lesiva contra
el resto de lo social, sino que pueden dar origen a nuevas tradiciones e incluso
manifestarse en forma de conflictos. Se trata de una continuidad histórica a partir de
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fluir constante entre individuos y estructuras, aunque debido a esta misma acción
aparezca el conflicto.
“Niños sujetos” Socialización, una transformación y resignificación simultánea
entre niños y adultos. Mientras el positivismo y el funcionalismo consideran a la
socialización como el ámbito disciplinador de acciones, actitudes, emociones y
decisiones, a la familia como la herramienta coercitiva para prevenir
“disfuncionalidades o desviaciones” y al niño como un objeto depositario de
descripciones orientadoras., los nuevos aportes teóricos recuperan la posibilidad de un
“hombre” y con ello a un niño sujeto que, tiene la capacidad autónoma de elegir desde
formas de “ser” hasta modos de “hacer” , de emanciparse y, de ejercer una
transformación en el otro social, se trate de un adulto – agente socializado – o de otro
niño.
Esquema 2
Proceso de socializaron dinámico y de retroalimentación permanente
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Reflexiones finales
Capítulo IV
Escolaridad y rituales
(Amuchástegui, M.)
Introducción
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Así como el niño se incorpora a la mesa como parte del proceso de integración
social, y participa de este ritual después de algunos aprendizajes y destrezas, y en ese
espacio aprende las modalidades y normas de ese grupo, de manera similar podemos
decir que ese niño se incorpora a la escuela, y en ese espacio y tiempo de su vida
aprenderá diversas prácticas en las cuales se transmite, mediante rituales, normas de
comportamiento social.
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Cuando se afirma que los actos escolares tradicionales, como el saludo diario a la
bandera, fueron durante décadas rituales cívicos o patrióticos; significa que esas
prácticas representaban diversos símbolos con los cuales el alumno y el ciudadano
actuaban la norma exigida como conducta patriótica. El cumplimiento de esas formas
simbólicas (guardar silencio, pararse en posición de firme, ponerse de pie), representaba
el acatamiento de normas de obediencia, respeto y buena conducta. Esos símbolos y
esas significaciones fueron transmitidos como parte de la enseñanza escolar, ya que uno
de los mandatos de la escuela era formar y enseñar las normas de comportamiento del
ciudadano, del ciudadano como súbdito de la Patria.
La formación cívica se transmitió en las escuelas mediante normas de
comportamiento que articulaban sentidos referentes a la sociedad, la cultura y los
vínculos políticos, y esas prácticas en las que se ponían en escena los símbolos
nacionales, el ordenamiento jerárquico y el cumplimiento de la norma constituyeron
durante décadas rituales en los que se actuaban comportamientos vinculados al orden
social del que se formaba parte.
Hoy en día, aunque en muchos casos se realizan ceremonias similares, en las que
participan del escenario, los mismos emblemas y se trata de reproducir un
comportamiento semejante a las tradicionales, estas prácticas y representaciones no
logran constituirse en rituales.
Los actos escolares repetían –como lo hacen a veces en la actualidad- los ejes
temáticos del discurso de la historia nacional incluido en los programas de historia de
principios de siglo. En cada una de estas fechas se representaban aspectos de la versión
que se enseñaba en clase y que se reproducía en láminas y en textos. Esas imágenes no
sólo fijaron aquella versión de la historia sino que impusieron una estética escolar; que
se mantiene hasta la actualidad. El relato histórico convertido en leyenda, se
representó y transmitió como ritual.
Asimismo esas representaciones estaban reglamentadas desde el gobierno escolar,
y periódicamente, mediante disposiciones que llegaban a las escuelas, se exaltaba la
importancia de la enseñanza de la historia, así como su fuerza disciplinadota. Estas
representaciones establecen una vinculación de los actos escolares con la formación del
espíritu patriótico, y de este con la disciplina social.
Las normas enseñadas para manifestar el comportamiento disciplinado y patriótico
corresponden a símbolos ligados con la obediencia y la subordinación al orden
jerárquico. En la escuela, ese orden en el que el niño obedece a la maestra, a la
directora, a las autoridades… y, por encima de todo, a la patria representada por sus
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El silencio como señal de obediencia fue durante décadas una norma indiscutida
de la vida escolar. La obediencia se refiere al vínculo entre los miembros del grupo, y de
cada alumno con el maestro y superior. El ordenamiento jerárquico se asienta en la
subordinación al maestro, condición que alude a la diferencia de derechos de los
sujetos. Estos sentidos definen la constitución del escenario del aula, donde la norma
está respaldada por el castigo, y ambas, por el reconocimiento del orden establecido por
parte del sujeto.
El silencio como acatamiento de las instrucciones de la maestra, aparece como
condición necesaria para la enseñanza, y para lograrlo, aquélla sólo necesitaba decir dos
palabras imperativas, que actualizaban la norma: Niños, silencio. Es la voz de la norma
la que habla, marca a los niños sus obligaciones y recuerda, a su vez, el castigo a la
trasgresión y el lugar de la escuela.
Las significaciones que articulan la escena indican el lugar de los sujetos y de la
escuela, el valor del cumplimiento de la norma, cuya trasgresión, será castigada: los
chicos obedecen un mandato familiar que acepta el juego.
Por su parte, los métodos de enseñanza también articulan con los sentidos de la
obediencia, en la escuela se aprende a obedecer y se aprende obedeciendo normas de
aprendizaje. Sentados en sus bancos, quietos y atentos a las indicaciones del maestro,
los niños debían incorporar los conocimientos que se les impartían y debían aprender a
reconocer y aplicar esas normas de enseñanza.
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El acto del primer día de clases es el inicio de una nueva etapa, con promesas y
obligaciones que se traducen en emociones diversas. En ese encuentro alumnos,
docentes y familias recrean la importancia de la escuela en la vida social, el hecho de
pertenecer al mundo escolar.
Ese ritual tradicional que permanece permite enunciar y representar los sentidos de esa
etapa que se renueva cada año.
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A modo de síntesis
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como parte de sus derechos, es afirmar el lugar del adulto como responsable para
garantizar un respeto recíproco.
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