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JUEVES SANTO.

MISA DE LA CENA DEL SEÑOR

Esta no es la Misa del “lavatorio de los pies”. Este solo es un rito dentro de la Misa del
Señor, que quiere ser elocuente de todo lo ocurrido en la Última Cena. El rito del lavatorio
de los pies, incluso, puede ser suprimido por causa justa. Esto quiere decir que no es
necesario para la Misa, pero es aconsejable que se realice. En la forma tradicional, se trata
de una celebración distinta a la Misa, con la lectura del Evangelio del “Mandato”, es decir,
el mandato del Señor de ser serviciales, expresado en el lavado de los pies de los Apóstoles.

La Misa se desarrolla como de costumbre hasta el Gloria. Durante el canto del Gloria se
deben tocar las campanas del altar y de la iglesia. Terminando este himno, las campanas no
volverán a sonar hasta la Vigila Pascual. En la consagración puede omitirse el uso de
campanas.

Después del Gloria viene la Oración Colecta, las lecturas, el Evangelio y la homilía, como
se hace normalmente.

Tras la homilía se realiza el rito del lavado de los pies. Se deben elegir a doce personas para
este rito. Anteriormente se prescribía que fueran doce varones. Sin embargo, el papa
Francisco reformó la norma y ahora se señala solamente que se lavará a personas, con lo
cual se admite que participen las mujeres. Estas personas deben de colocarse en un lugar
fuera del presbiterio pero que permita que sean fácilmente vistos por la asamblea.

El celebrante puede retirarse la casulla a fin de que no se le moje. Siguiendo la antigua


tradición, el celebrante puede amarrarse una toalla, como si fuera el cíngulo.

Dos ministros deben ayudar al celebrante: uno con la jarra con agua y otro con el recipiente
en donde caerá el agua y una toalla para secar los pies. La costumbre indica que, tras
lavarles los pies, el celebrante besa el pie de las doce personas a las que se los ha lavado.

Mientras se lavan los pies se entona un canto adecuado. Al final del rito, el celebrante se
lava las manos y viste nuevamente la casulla.

Se omite el Credo, pero se reza la oración de los fieles. Después sigue el ofertorio. Debe
cuidarse que se consagren un suficiente número de hostias para la comunión de todos los
fieles durante esa Misa y durante la Celebración de la Pasión del Señor.

Es muy conveniente usar la Plegaria Eucarística I, que tiene un “Acepta, Señor en tu


bondad” propio para esta Misa y, además, narra más explícitamente que la Eucaristía se
instituyó ese día, y tiene un “reunidos en comunión” propio.

Después de la comunión de los fieles, y de la purificación del cáliz y la patena, se deja el


copón con la Eucaristía sobre el altar, cubierto con un velo (conopeo), en lo que se reza la
oración después de la comunión. Tras ésta, el celebrante pone incienso en el turíbulo, e
inciensa el Santísimo Sacramento con tres movimientos dobles. Después, recibe el velo
humeral, con el que toma y cubre el copón, y se inicia la procesión a la capilla de la reserva.
Precede la cruz procesional y las velas. Mientras se realiza esta procesión debe cantarse el
“Pange lingua”, compuesto por Santo Tomás de Aquino, salvo sus dos últimas estrofas, que
se cantan en la capilla de la reserva.

Si no fuera posible reservar todas las hostias en un mismo copón, detrás del celebrante irán
los demás copones cubiertos.

El traslado del Santísimo Sacramento no debe de realizarse en custodia, ni puede haber una
solemne exposición eucarística en la capilla de la reserva.

La capilla de la reserva es un lugar dentro o fuera de la iglesia, por ejemplo, una capilla,
que se prepara convenientemente ornamentada con velas y flores.

Al llegar a esta capilla, el celebrante deja el copón sobre el altar, coloca nuevamente
incienso en el turíbulo e inciensa el Santísimo Sacramento. En seguida, coloca el Santísimo
el tabernáculo, y lo adora silenciosamente durante unos instantes. Tras el momento de
oración, hace la genuflexión junto con los ministros y se retiran a la sacristía.

Tras la Misa, deben desvestirse los altares.


VIERNES SANTO.
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR.

El altar debe continuar sin cruz, velas ni manteles, reservando su uso solo para el Rito de la
Comunión.

Conviene que todos los ministros, ordenados y laicos, permanezcan fuera del presbiterio,
porque no se va a celebrar la Misa. Solamente se acercarán en el momento del rito de
adoración de la cruz.

La celebración debe de realizarse en la tarde del viernes, antes del anochecer.

Todos los ornamentos deben ser color rojo, propio de este oficio.

LA CELEBRACIÓN

En la procesión de entrada no hay ni cruz ni velas. Todos los ministros caminan en dos
filas. Al llegar al altar, todos hacen una reverencia, y se dirigen a sus lugares. Después,
deben de postrarse, mientras que los demás fieles se arrodillan.

Después, el sacerdote se levanta y va a la sede. Ahí, con las manos juntas dice una de las
dos oraciones previstas en el misal, pero sin decir “Oremos” al principio.

Sigue la Liturgia de la Palabra como se hace comúnmente.

La lectura de la Pasión se hace igual que el Domingo de Ramos: sin incienso ni velas, y
reservando al celebrante la parte de Cristo. Después, si se considera oportuno, puede haber
una breve homilía. Conviene mantener un tiempo de silencio después.

En la oración universal las intenciones pueden ser propuestas por el diácono u otro
presbítero desde el ambón, y el celebrante dice las oraciones desde la sede, con los brazos
extendidos. Entre la intención y la oración pueden realizarse unos momentos de oración
silenciosa.

Después sigue el rito de adoración de la cruz. No se adora el objeto, sino el Misterio de la


Pasión.

La cruz es llevada entre dos velas por el pasillo central hasta el altar. La primera forma de
llevarla es cubierta por un velo hasta el altar. Ahí solamente el celebrante la desvela
gradualmente: primero descubre la parte superior, después el brazo derecho y finalmente la
descubre totalmente. Cada vez que se desvela una parte, el sacerdote o el diácono canta
“Miren el árbol de la cruz…”.

La segunda forma es llevarla descubierta en la procesión, y el diácono la eleva al inicio del


pasillo, a la mitad y justo antes de llegar al presbiterio. Cada vez que la levanta, canta
“Miren el árbol de la cruz…”. En una u otra forma, después de que se canta el “Miren”,
todos deben de arrodillarse, salvo quien tiene la cruz.
Al llegar al presbiterio, o una vez desvelada la cruz se deja entre dos velas, y se acercan
todos a adorarla. El primero en adorarla es el celebrante sin casulla. Para adorarla puede
hacer una genuflexión o bien besar los pies del Crucificado. Después hacen eso el resto de
los presentes.

Debe haber una sola cruz en la celebración; si hay muchos fieles que quieren venerarla y se
considera que eso alargaría mucho la celebración, el sacerdote la eleva y todos la veneran
en silencio desde su lugar en vez de sacar más cruces.

Terminada la adoración, la cruz se pone en medio del altar, como para la misa, pero con la
imagen del Crucificado viendo hacia los fieles.

En ese momento se prepara el altar con un mantel, un corporal y el misal. Mientras tanto, el
celebrante, el diácono u otro ministro ordenado se dirige a la capilla de la reserva a buscar
el Santísimo. Cuando es llevado al altar, debe de ir entre dos velas que después son puestas
sobre el altar para el Rito de la Comunión. Una umbrela o un palio pueden ser usados para
cubrir al ministro que lleva el Santísimo. No se usa el incienso durante la procesión del
Santísimo Sacramento hacia el altar.

Las rúbricas son claras al decir que solamente el celebrante extiende las manos mientras se
reza el Padre Nuestro. Al terminarlo no se dice la oración por la paz. Simplemente, el
celebrante toma una hostia, la muestra a los fieles y dice la fórmula del misal. Después
comulga y da la comunión a los fieles. Terminada la comunión, el Santísimo se lleva a la
capilla de la reserva.

Al final, no se da la bendición. El celebrante simplemente reza la oración sobre el pueblo y


todos se retiran en silencio. Los ministros hacen una genuflexión a la cruz.

Una vez más, el altar es desvestido después de la celebración.

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