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Una mujer con rizos pelirrojos observaba sigilosamente las cuatro mesas del café

menos concurrido de la ciudad. Era el primer día soleado y ligeramente bochornoso que
colocaba su retrato y firma en cada uno de los vidrios que volteaba a ver. Los lentes
intentaban mitigar esa imagen que insistía grabar el recuerdo en la mente de la asidua
lectora que, de vez en cuando, hacía una pausa para identificar algún rostro familiar. Su
cara, con una población mediana de pecas opacaban los delicados labios rosas pintados de
un labial transparente, intentado desesperadamente de sobresalir en ese rostro apantallante.
El cigarro, hecho a mano, recorría una pronunciada curva hasta su boca, mientras el
humo serpenteaba a través del aparente vacío, el espacio que se acortaba entre el cuerpo y
el brazo. Tomaba uno… dos… tres bocanadas del tabaco liado mientras continuaba
leyendo. Ocasionalmente colocaba el pequeño cigarro en el cenicero del lugar y agarraba la
taza sorbiendo un poco del líquido con penetrante aroma. Lo saboreaba un poco y lo pasaba
lentamente, haciendo un ligero gesto por la alta temperatura.
Después de un tiempo, llego al lugar un muchacho vestido de una camisa a cuadros y
pantalón de mezclilla. Al entrar, sondeó el lugar y cuando vio a Virginia, le lanzó un gesto
con la mano, y se dirigió a sentarse con ella.
-Una vista muy bonita por aquí, ¿no crees?
Matías, solía empezar todas las conversaciones con cierta ironía. Por eso a V le llamó
la atención que hiciera un comentario con tan aparente naturalismo.
-Viniendo de ti, no sé qué contestarte.
-¡Vengo en son de paz! ¡Lo juro!
Levantó la mano viendo a la mesera más cercana para pedir un café.
-Matías, tú nunca vienes así. Solo preparas tu próximo ataque antes de matar a sangre
fría.
-¡Yo no mato a sangre fría! Eso solo me pasa con los árabes, y tiene que hacer mucho
calor. Con los demás sería pasional, como un artista matando a una cortesana.
Mientras prendía un cigarro, volteaba a verlo.
-Deberías preguntar por el de Yucatán.
-Ya lo he probado…
-Pero este es directo de la Riviera Maya.
-No sabía
-Por eso te comento.
-¿No tendrán…? Espérame, deja prendo otro cigarro.
Mientras V sacaba su cigarrera, se pensó por un instante en Edgar. Aunque a él no le
hubiese gustado ir a ese lugar. Era más… solitario.
- ¡Ja! Si el otro dejaste que se lo fumara el aire.
-¡Ups! – Confesó coquetamente -Pero ¿Qué se le hará? Como te decía…. ¿No tendrán
café árabe?
-Igual y lo mandan a pedir si no lo tienen.
-Batallo mucho para encontrarlo… ¡Yurima! Y es River flows in you.
-Pues no sé mucho de tu tipo de música, pero está padre. Y con lo del café, tú pídelo,
no pierdes nada.
-De rato. Ahorita disfrutaré del café y el cigarrito. Una lástima que no fumes.
Podríamos disfrutar un cigarrito nocturno.
-Yo paso. Nunca me gustó. Aunque respeto a los que lo hacen. Aunque deberías
dejarlo, esas cosas nunca son buenas.
V le dirigió una mirada molesta. Ella sabía lo que le podía pasar. Conocía
exactamente todo lo que conduce el tabaco, y por eso le molestaba esa clase de órdenes.
Aunque sabía que Matías solo lo decía para molestarla.
-Y ahora a Einaudi; música muy buena de piano aquí.
-Sabía que te gustaría este lugar.
Declaró Matías. Ellos se conocían desde hace un par de años, pero se habían visto
tantas veces, que no batallaban en reconocer que le gustaba al otro.
-Me conoces mejor que Ed.
-Ed es un traumado.
-¡Pero es muy lindo!
-¿Tú diciendo lindo? ¿Falta la plaga o la lluvia de fuego?
-¡Ash, cállate!
Cruzó los brazos y se desvió la cara, con un selo fruncido.
-En serio, esas palabras no son muy típicas de ti. En fin, le dedicamos mucho tiempo
a esa… pequeña personalidad.
-Mmm… creo que tienes razón. Con lo de dedicarle tiempo, no con lo otro.
Matías enfatizó con muchos ademanes y dijo -Además, es una persona que ha
rechazado muchas oportunidades por culpa de una mujer que debió dar por perdida. No
sabe cuándo retirarse, ni avanzar, y esos son dos problemas muy graves.
-Es muy listo.- Dijo V, defendiéndolo.
-Eso no lo dudo, pero no hace nada para cultivarlo. No es músico, trabaja de
capturista. No lee, no escribe, no despierta ninguna pasión, no explota ninguna cultura.
¿Hay algo que lo defina o que digas “Esto es su área”? Nada, ve cualquier película. Ve el
primer programa de televisión que aparece. Acabó la universidad solo para tener callado a
sus padres. Pero algo que lo identifique… nada.
V se dio cuenta de un tono de desprecio en su voz. Matías es muy selectivo en sus
amistades, y no duda en decirle a todos que son idiotas… lo sean o no. Pero en Edgar
siempre toma una actitud muy agresiva, como si estuviera celoso.
-¡Allevi!- Grito V.
-Tú, por otro lado, tienes muchos gustos que dejas ver, como ahorita y tus pianistas.
V se sonrojó, haciendo juego con su cabello.
- A ti te gusta el Jazz.
Matías asintió.
-Y son varias cosas. Pero lo que más me gusta es mi trabajo.
-No vayas a empezar a hablar de él que ya me cansaste.
A veces V no soportaba que hablaran tan mal de Ed. Él siempre trataba de no meterse
con nadie, permanecer al margen, pero muchas personas siempre le decían cosas, como si
fuera algo deporte nacional.
-Solo decía. Pero sigo diciendo que deberías buscarte otro amor platónico, más
centrado, y más interesante.
-¡No es mi amor platónico!- Grito, con berrinche.
-Hasta cuando te enojas, con ese carácter, tienes bonitos gestos!
- ¡Ay, ay!
V solo subió los ojos y se dispuso a ver al siguiente mesero con los brazos cruzados.
-¡Es un cumplido!
De nuevo V se ruborizó.
-¡Gracias! A veces llegas a ser muy amable.
-Tengo mis momentos. Pero no te acostumbres.
-Y tu proyectos, ¿cómo va?
-Avanzando, encontramos a unos publishers que nos ayudarán para las consultorías.
Todo va avanzando a paso lento pero seguro…
-Yanni.
-…Y tú, ¿cómo vas?
-Sigo de secretaria del abogado. Y ningún concierto hasta Junio, a partir de ahí, nada.
V empezó a beber su café. Le molestaba lo poco solicitado que estaban los pianistas.
No solo batallaba en conciertos, sino también, en estudio. Usaban más a tecladistas y,
aunque no manejaban la misma técnica, eran más baratos. Ella siempre se acostaba
preguntándose si se equivocó de instrumento, o incluso de carrera. Siempre trataba de
vender sus composiciones, tenía el cuarto lleno de partituras; algunos regados, algunos ya
acomodados, solo esperando la patente. En general, le daba coraje no conseguir nada
relacionado a su instrumento.
-Muy mal.
-Bastante, creo yo.
-No te apures, al rato te va mejor- Con un suspiró, remarcó la poca confianza que
tenía de ese comentario.
-Eso espero.
-Debes ser más positiva. Así llegan más rápido las oportunidades.
-Ojalá fuera tan fácil, este mundo es demasiado loco. Siempre veo caras gastadas.
Todos listos y despiertos para carreras diarias a ningún lugar. Con lágrimas inexpresivas, se
quejan de situaciones equivocadas, o que no comprendemos. Pero lo aceptan de cualquier
manera. Por eso el mundo está loco, o desquiciado, mejor dicho.
-Este mundo es para los valientes, y los dementes.
-Claro, todo mundo lo dice, pero nadie lo ve, nadie lo sabe, nadie lo entiende, nadie lo
comprende.
-Y si lo llegan a comprender, no lo aguantan.
-Yo sufro por eso, no consigo lo que quiero. No todo mundo lo consigue.
-Te aventuraste a caminar fuera del círculo.
-Vaya apoyo…
V no sabía si eso era bueno o no. Con expresión taciturna se recargó en la mesa,
mientras le daba uno últimos toques a lo que quedaba de su cigarro.
-Y aunque te digan que camines fuera de él- continuó- no tienen idea de lo que es
caminar en territorio virgen, o escabroso.
-Pro et contra.
-¿Eh?
V vio a Matías con incertidumbre.
-Si todo fuera fácil, ¿cuál sería el chiste?
-Pero ¿imposible?
-No imposible, pero muy difícil. Para que desistan los buenos para nada.
V tuvo que admitir que en eso, Matías tenía toda la razón.

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Dispuesto a pasar un viernes en solitario, Edgar sacó del pequeño refrigerador una
cerveza. Fría como un muerto, sudando como un maratonista, la colocó sobre la barra color
verde jade mientras buscó alguna botana para acompañarlo en esa noche lluviosa.
Finalmente se decidió por unos cacahuates Virginia, para darle más aspecto a una mal
idealizada fachada de bar de mala muerte. “Un duro día de trabajo se merece algo como
esto” se dijo Edgar. Preparó todo en la mesita color madera, sobre uno de los cuatro
cristales que tiene, de la pequeña sala del departamento.
Esa siempre le había servido para cenar, mientras veía alguna película. Ahora estaba
soltero, no tendría ningún problema en descansar. Se aventó en el sillón quedando acostado,
con la cabeza en la hombrera. Levantó su libro, y antes de que lo abriera, se oyó un toc, toc.
Fastidiado, pero sobre todo extrañado, solo volteó a ver la puerta de madera color
café oscuro mientras veía la sombra en el pasillo. Parecía inamovible. Su imaginación
comenzó a trabajar, tratando de adivinar quién podría ser. Vuelve a oírse la puerta. Edgar
se levanta del sillón y levemente camina hacia la puerta, bastante desconcertado. Llega a la
puerta y al agarrar el picaporte, decide observar a través de la mirilla.
Es una mujer empapada, de cabello negro, figura esbelta y facciones finos. La
conocía, de la preparatoria, y la auténtica razón por la que había llegado a caer en esa
ciudad. Cuando abrió la puerta, se oyó un rechinido que ahogaron los ligeros sollozos de la
bella mujer.
La mujer que había detrás de la puerta era un desastre. Sus zapatos de tacón abiertos
permanecían colgados entre dos dedos de una de sus delicadas manos. Un charco se
esparcía poco a poco debajo de sus pies desnudos. El exceso de agua recorría por su cuerpo,
como cientos de dedos acariciando tristemente su piel, color morena clara. Una piel que le
daba cierta elegancia comúnmente, pero no en este momento. Esta noche se veía destrozada
y desamparada.
Parecía que lo había tomado como última opción disponible. Su cara, con el cabello
grueso, lacio y totalmente empapado, se pegaba a su rostro, mientras ella temblaba, sin
saber exactamente si era por el frío o por el sentimiento detrás de una apariencia derrotada.
Su expresión denotaba que algo malo había pasado, aunque el maquillaje negro ayudaba un
poco. Edgar buscó inmediatamente una toalla en uno de los dos cuartos. Una toalla azul le
cubría ahora gran parte del cuerpo, hasta llegar a las rodillas. Le quitó suavemente los
zapatos y la llevó hasta el sillón de piel negro, donde se encontraba sentado hacia un
momento, mientras cerraba la puerta.
Permanecieron unos momentos en silencio, mientras pensaba como consolarla. Ella
continuaba llorando en silencio, y después de un rato, le vino el hipo.
-¿Te puedo ofrecer algo de tomar, Leonor?, ¿agua?, ¿cerveza?, ¿vino?-
Volteó poco a poco hacia Edgar y con una voz queda le dijo:
-Un poco de vino, por favor-
Edgar se levantó y, de una de las alacenas bajo la barra, sacó una botella de un vino
italiano. Buscó y sacó de un cajón el descorchador. Peló la botella, la destapó y sirvió una
copa. Se sentó nuevamente. Le dio la copa en las dos manos, y ella lentamente bebió un
trago.
-No creí que fuera a encontrarte, o que me fueras a abrir- dijo Eleonor un poco más
calmada.
Muy contrario a lo que piensan algunos hombres, Edgar siempre creyó que una mujer
llorando de esa manera se veía patética.
-¡Claro que eres bienvenida aquí, no importa la hora!- dijo Edgar con reprocho- Por
cierto, te ves terrible-
-Tienes razón- Leonor soltó una risita.
-Te recomiendo que te laves la cara. El maquillaje corrido ya pasó de moda.-
-Sí, ¿verdad?- Y rió nuevamente.
Leonor ya estaba mucho más calmada. Se levantó y fue al baño que se encontraba en
uno de los cuartos. Edgar abrió la cerveza y empezó a beber. Estaba muy nervioso. Durante
años se había enamorado tanto de Leonor, que nunca se puso a pensar que realmente no la
conocía tanto. Tenía la idea de una mujer por todo lo que escribía en Internet, pero solo
había platicado unas cuantas veces. Conocía mejor a sus amigas que a ella. Edgar se llevaba
la botella a la boca, saboreando el amargo sabor, mientras pensaba, o trataba de imaginar
que es lo que la había llevado a ella hasta su casa.
Quedaba media cerveza cuando Leonor regresó, un poco menos mojada, con la cara
limpia, sin ningún tipo de maquillaje. Pocas mujeres se ven guapas de esa manera. Ella si
era muy guapa, pero con el desastre de su cabello, no se notaba tanto. Leonor levantó la
copa del mueble de madera, y con las dos manos bebió otro pequeño trago.
-¿Qué es lo que hice mal?- dijo Leonor con una voz lastimosa
Edgar notó que hizo un gran esfuerzo para no llorar. Bebió otro trago de vino hasta
acabárselo.
-¿Quieres más?- Le preguntó Edgar, a lo que ella asintió-
Se levantó por la botella y la llevó a la mesa. En el camino sacó otra copa para él, ya
se había terminado su cerveza. Se sentó y sirvió ambas copas.
Palabras alentadoras, eso era lo que buscaba. Pero cada frase que cruzaba por su
mente, solo le parecía un intento torpe de un adolescente que habla con una chava guapa.
Empezó a levantar pesadamente la mano, buscando lentamente el hombro de la
desamparada. Buscó darle confianza, decirle que todo iba a estar bien, pero no encontró las
palabras correctas. Después de todo, ¿Qué hay más cliché que “todo va a estar bien”?
Su mano alcanzó el hombro de Leonor. Lo apretó con firmeza, no con la codicia de
un novio celoso, sino con la esperanza de haber encontrado un tesoro. De haberse topado
con algo sólido y entusiasmarse, aunque trató de avanzar más despacio para no
incomodarla.
Seguía temblando.
-Lo sabía- Empezó a decir, pero con dificultad.
Parecía que se derrumbaría en cualquier momento. Solo verla hacía que uno sintiera
la tristeza, incluso el creer que uno le hizo algo malo.
Una de las gotas de la copa se derramaba lentamente. Pasaba por el tallo de la copa.
Una lágrima, como si la copa supiera la pesadumbre del ambiente.
-Sabía que algo pasaba. Hace mucho que se siente lejano. Como si ya no le gustara…
como si ya no me amara. Se supone que en la siguiente semana nos casaríamos, pero
después de esto…-
Y rompió a llorar de nuevo. Las lágrimas colapsaban en sus ojos, derramándose por
sus mejillas. En algún punto, pasaban por las manos que ocultaban inútilmente la cara
depresiva de él. El sollozo en silencio ponía a Edgar más nervioso que si llorara
abiertamente. Ya se había imaginado qué es lo que había pasado, pero mejor no dijo nada.
-Nos pelamos desde…- entre temblor y temblor continuaba diciendo. Desde que
salimos del departamento… Yo le decía que ya no me hacía regalitos, ningún detalle…
nada…-
Después, agarró otro momento para gimotear.
-Nos empezamos a decir muchas cosas. Me enojé mucho con él. Le dije que solo
hablaba por hablar. “Omar, siempre salgo lastimada”, “¿Cómo puedes seguir haciéndolo si
te amo, Omar?”-
Edgar se imaginó, la pelea había sido fuerte. Y no sabía, sobre todo, que estaban
próximos a casarse. La volvió a agarrar fuerte, puso su mano sobre su cabeza, y la llevó
sobre su pecho, ella puso su mano a lado de su cabeza. Empezó a acariciar tiernamente su
pecho
-No te preocupes. Aquí no todo está bien- le susurraba -…nadie que te lastime.-
Su sonrisa poco a poco se levantaba. Sus pómulos y su pequeña nariz, muy fina,
ocultaban lo que quería demostrar desde hace un rato, un momento feliz. Sus ojos
pequeños, con las cejas siguiendo el contorno, veían al vació, no distraída, sino como
pensando que algo había en ese cuarto. Ese algo que había buscado durante mucho tiempo.
Ya no temblaba. Su esbelto cuerpo ya no se sentía frio. Poco a poco, Edgar sentía una
calidez emanar desde el cuerpo de Leonor, un sentimiento más entrañable, confortable.
Después de unos minutos, Edgar se paró y le dijo:
-Tengo una idea.-
Y, antes de que Leonor pudiese decir algo, la tomó de la mano y la jaló hacia la
puerta. Todavía descalza, apenas agarró sus zapatos. Se dirigió al carro, esquivando basura
que los otros inquilinos dejaban esparcida. Llegando al carro, abrió la puerta y la subió,
todavía anonadada, e inmediatamente llegó a su puerta, y se subió. Metió, rápidamente la
llave de ignición, prendió el carro, e inmediatamente arrancó dirigiéndose hacia un destino
solo conocido por él.
-¿A dónde vamos?-
-A un lugar- dijo Edgar, disimulando una sonrisa. – Esto te va a gustar-
Leonor se puso los zapatos…
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V tocaba suavemente las teclas, no podía dejar de hacerlo. Las melodías resonaban en
su piel, como masajeándola. Mientras la divina Euterpe la seducía, Poto penetraba su alma,
todo lo que ella representaba. La idea de la soledad le aterraba y, sin embargo, ahí estaba.
Cubriendo sus dolores, o más bien, expresándolos, mostrándolos en ese pequeño mundo en
el que se encontraba sin etiquetas, porque aún lo quería.
El suspiro del cansancio reinaba el cuarto mientras la veinticuatro volaba libremente
en el amiente exhibiendo su pesadez. La tristeza de la soledad en la que todos los hombres
y mujeres estamos expuestos.
V seguía mostrando su calvario en torno al piano frente suyo. Cada corchea, negra o
blanca que pronunciaba en el compás meditaba el desamparo de la persona cuyo
encandilamiento impide ver más allá de las tinieblas que le dan esa falsa tranquilidad.
Quiere mostrarse como debería ser, como nos han enseñado, pero el temor a la negativa
evita que continúe la lección que desde niños nos han inculcado… o más bien, intentado
inculcar.
Los dulces susurros de las metálicas cuerdas hacen eco en todo el cuarto. No es tarde,
pero oculta con un pie el sonido que la resignación le incita a traer. No hay cuva (?) más
que una que le aterra. Porque Chopin mostró lo que ella sentía un par de siglos.
Premeditado que lo tocaría hace menos de 200 años, ¿O es lo que le gustaría pensar? ¿no es
acaso el orgullo lo que nos hace sentir mejor? ¿El hecho de que la pieza haya sobrevivido
porque millones de personas también se identificaban con el mismo sentimiento no habrá
influenciado, porque, a fin de cuentas, todos pasamos por las mismas vueltas de la vida?
Chopin no se iba. Seguía.
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“Cuando la observaba en el capó, ella arriba, y yo debajo, permeaba la idea onírica de
un adolescente. Me sentía patético. Simplemente me parecía increíble que, de todas las
personas que conocía, me hubiese elegido a mí. O tal vez, no quería que nadie se enterase.
Alguien tan social como Eleonor crearía un escándalo por el simple hecho, cierto o no, de
una posible separación.
Pero, ¿y si sólo buscó entre sus contactos a la personas más inverosímil para no llamar la
atención de la gente tan mirona y metiche que ha sido siempre?”
Edgar seguía divagando, mientras Eleonor contemplaba las estrellas. El aire fresco y
húmedo soplaba de Oeste a Este, secando muy lentamente la ropa, marcando una cara
descarapelada por el maquillaje. No sabía si ver el firmamento o verla a ella. No sabía si la
incomodaba. La simple mirada o incluso, el más vago rastro de pensamiento hacia cierta
persona daba la ilusión de perversión. Pero Edgar era un hombre común. La paranoia y la
equivocada idea de las posibles supersticiones vaciaban su percepción de todo raciocinio,
teniendo entonces todo acercamiento emocional fuera del permitido en la sociedad. Jamás
se lo perdonaría a alguien llano si se lo contase, aunque este hubiese hecho cosas peores.
-Quiero regresar- Dijo súbitamente Eleonor.
-¿Tan pronto?
-No quiero sentirme tan pequeña
Esa respuesta desconcertó a Edgar.
-¿Cómo?
-Nada más vámonos.
Edgar se paró sacudiéndose el pantalón mientras pensaba en lo extraño del
comentario. Mientras le entregaba sus zapatos, ella se negó:
-No, seguiré descalza.
Sólo oía pequeños gemidos de un dolor ligero en lo que ella se dirigía al carro. Buscando
las llaves, dudo si se refería a su propia casa o a la de ella, pero, dado que ella nunca fue
clara, era difícil descifrar siquiera si ella sabía su deseo… o cualquier deseo. La sutileza de
las mujeres radica en la probabilidad, o eso creía Edgar. A fin de cuentas era parte de su
carrera, como predecir un modelo o campo. Y las mujeres piensan que el hombre debe
saber interpretar todas las señales, porque son obvias, o eso creen ellas. Un jugueteo del
cabello, una posición al sentarse, hasta la inclinación de la cabeza. Pero la verdad es más
simple. Nadie se percata de eso. Las personas somos distraídas por egolatría. No queremos
saber lo que piensan los demás, sólo cuando nos afecta y cómo lo hará. Cuando queremos
saber por el estado de los demás, lo hacemos por contrato social; no porque nos nazca, o
porque realmente nos interese

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