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La Iglesia, signo y presencia de Cristo en el mundo de hoy

Luis Enrique Ramírez Gutiérrez, C.Ss.R.

La Iglesia ha sido descrita como “sacramento universal de salvación” (LG 48) a partir de la
reflexión posconciliar. Estas palabras cargan un sentido bastante profundo dentro del mismo ser
y quehacer de todo el cuerpo eclesial, formada por hombres y mujeres bautizados y que confiesan
una misma fe, que está llamada a ser y hacer presencia del Dios revelada en la persona de Jesús
en el mundo, guiada por la fuerza del Espíritu Santo, en la realidad actual, en el mundo y hacia el
mundo, pues “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro
tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1). La Iglesia, en estos tiempos cambiantes y plurales,
marcados por la globalización, el manejo de información y el consumo exagerados, por ideologías,
políticas y prácticas humanas que van contorneando, en palabras del papa Benedicto XVI, “una
cultura de muerte”, y en palabras del papa Francisco “una cultura del descarte”, tiene que ser signo
y testimonio de salvación del Reino que nos ha anunciado Cristo con su vida, sus palabras, su
muerte y resurrección hace casi dos mil años, anunciando una palabra liberadora y un testimonio
lleno de experiencia salvadora a todos, mujeres y hombres, de todos los tiempos. Por eso, ha de
estar más presente y viva en el mundo, situarse y dialogar críticamente con él, para comunicar una
Buena Noticia: que en Cristo hay vida y hay salvación.
Por eso, en este pequeño texto nos permitimos caracterizar tres rasgos importantes que la
Iglesia tiene que evidenciar en la realidad, en su devenir e interactuar con el mundo, de tal manera
que sea patente el poder salvador y eltestimonio que ella ofrece y que ha recibido de su fundador,
puesto que ella misma “desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de
Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para
servir y no para ser servido.” (GS 3). Así, “la orden dada a los Doce: «Id y proclamad la Buena
Nueva», vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos […] Aquellos que ya
la han recibido y que están reunidos en la comunidad de salvación, pueden y deben comunicarla
y difundirla” (EN). Seremos, por tanto, conscientes de nuestro compromiso evangelizador hoy.
Iglesia en salida
San Lucas enfatiza la misión de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los
ciegos, para dar libertad a los oprimidos, y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,16-19).
A la vez, es esta también la misión de la Iglesia. El papa Francisco tiene a bien explicarlo en su
Exhortación primera Evangelii Gaudium al decir que, “fiel al Maestro, es vital que hoy la Iglesia
salga a anunciar la Buena Nueva a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras,
sin ascos y sin miedos” (EG 23). No prefiere una iglesia enferma por el encierro y la comodidad
de aferrarse a las propias seguridades, ni siquiera una Iglesia “de sacristía”. Es la comunidad de
discípulos y misioneros de Cristo que experimenta el gran llamado “prodigio de Pentecostés”
(pues, “de todos los milagros, prodigios y signos, este es el más desconcertante: personas que no
se conocen, se entienden y, poniendo en común sus bienes , hablan la misma lengua de caridad”1)
y que, impulsados por la alegría del Resucitado, que ha vencido la muerte y con ello el horror del
pecado, anuncia con fervor la redención abundante necesaria en este mundo herido por las
estructuras del pecado: la marginación, la pobreza, la drogadicción, el fracticidio, etc… Por lo
tanto, para ser Iglesia en salida, es necesario vencer nuestras propios miedos, ser sensibles a los
entornos y circunstancias actuales, y ahí donde abunde el pecado, sobreabunde el amor y la
misericordia del Dios de Jesús que en nuestro testimonio es visible y palpable.
Iglesia servidora
El testimonio de todo cristiano seguidor de Jesús va acompañado de palabra y obra. Cristo, ungido
por el Espíritu Santo y con poder, pasó haciendo el bien curando a todos los oprimidos por el
Diablo, porque Dios estaba con él (Cf. Hch 10,38), es ejemplo de amor y de servicio para toda su
Iglesia. La vocación al servicio de todo ser humano le es inherente y en ella encuentra la máxima
expresión de la caridad. Una Iglesia en salida es aquella que ha sido “primereada en el amor, y
que toma la iniciativa sin miedo, sabe buscar a los lejanos y llegar a las cruces de los caminos
para invitar a los excluidos” (EG 24). Esto significa que el servicio involucra a inclinarse a lavar
los pies de nuestro prójimo, “es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es
querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar”2.
Es un servicio que se hace sin esperar nada a cambio, solidario y con sobrada gratuidad, pues Él
“nos amó primero” y cuyo amor, desbordante en el corazón de cada uno, nos anima a concretizarlo
en la cercanía y compañía con el otro.
Iglesia de puertas abiertas
La Iglesia es una “madre de corazón abierto” (EG 46-49), que escucha, acoge y hace manifiesta
la misericordia de Dios ante las necesidades de todos, sin excepción. Es una comunidad en la cual
todos participan y forman parte, pequeños y grandes, ricos y pobres, fuertes y débiles. Y por lo
tanto, cada cristiano abre su corazón, siente, comprende y anima a quienes se sienten perdidos,
que han sido abandonados, descartados. Abrir el corazón exige, por lo tanto, abrirnos al amor de
Dios para transformar nuestro ser interior, abrirnos a la conversión de la propia vida y suscitar

1
CIVCSVA, Anunciad (Carta a los consagrados y consagradas “testigos del Evangelio entre las gentes”)
2
Papa Francisco, Homilía del día 02 de febrero de 2017.
conversión y vida a quienes están fuera, excluidos, marginados y empobrecidos en toda su
humanidad.
¿Cuál es el compromiso hoy?
El ser cristiano y lo que conlleva no es un abrigo o camiseta que sólo se usa en temporada o en
ocasiones especiales o que se guarda o se quita en otras circunstancias. Ni tampoco es un asunto
abstracto o fuera de la realidad. El ser cristiano es un “poder” que lleva implícita una
“responsabilidad”, es un compromiso concreto en el entorno y que es posible. La Iglesia no es
cómplice de la injusticia ni del sufrimiento. Somos presencia de resurrección, de nueva vida, de
fraternidad y solidaridad. Como cera que se funde en el ardor, somos continuadores de la presencia
redentora de Jesús, que nos invita a caminar en comunidad que hace horizontes de justicia, digna
paz, fraternidad, ¡sin miedo al fracaso y con valor fundado en el amor!

BIBLIOGRAFÍA:
PABLO VI, Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, 1975
FRANCISCO, Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, 2013
CIVCSVA, Anunciad, Carta a los consagrados y consagradas “testigos del Evangelio entre las
gentes”, 2016

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