CASTIGAR A LOS POBRES
El gobierno neoliberal
de la inseguridad social
Loic Wacquant
Revision técnica de la traduccion:
Cecilia M. Pascual y Diego P. Roldan
gedisaLa inseguridad social
y la escalada punitiva
El andlisis comparativo de la evolucién de ta penalidad en los paises
avanzados en la ultima década revela un estrecho vinculo entre el ascenso
del neoliberalismo, como proyecto ideolégico y practica gubernamental
que propugna la sumisién al «libre mercado» y celebra la «responsabili-
dad individual» en todos los dmbitos,* por un lado, y la adopcidén de po-
liticas punitivas e impulsoras del mantenimiento del orden contra la de-
lincuencia callejera y las categorias que quedan en los margenes y las
grietas del nuevo orden econémico y moral caracterizado tanto por el
capital financializado como por la flexibilizacién laboral.
Mas alla de sus inflexiones nacionales y sus variaciones ones instituciona-
Jes, esas politicas tienen Sei8 caractertsticas ¢ comunes.’ En primer lugar,
‘prefenden poner término a la «era de fa indulgencia» y atacar de frente el
problema del crimen, asf como los disturbios urbanos y los desmanes
ptblicos que rodean los confines del derecho penal, bautizados como
* Seria necesario deconstruir estas dos nociones, que funcionan como conjuntos magicos
que se respaldan mutuamente. Ese ¢jercicio nos recordarfa que, asi como no puede existir
ningtin sistema de comercio duradero sin una infraestructura amplia de relaciones sociales y
un marco juridico reconocido, el individuo auténomo y su libre voluntad no son, como
Durkheim demostré hace mucho tiempo, categorias antropoldgicas universales dadas, sino
creaciones de la sociedad y el Estado modernos. Emile Durkheim, Legons de sociologie (Pa-
tis, Presses Universitaires de France, 1950). [Trad. al inglés: Professional Ethics and Civic Mo-
rals, Cornelia Brookfield, Londres, Routledge y Kegan Paul, 1957], esp. las paginas 93-99.30 / CASTIGAR A LOS POBRES
«incivilidades», pero dejando abiertamente de lado sus causas. Para ello
dicen basarse en la capacidad recobrada o renovada del Estado de some-
ter a las poblaciones y territorios supuestamente problematicos al impe-
rio de la norma conuin. De abi la segunda caracteristica: una proliferacién
de leyes y un deseo insaciable de innovaciones burocraticas y dispositivos
tecnoldgicos; por ejemplo grupos de vigilancia del crimen y «verificadores
de lugares»; asociaciones entre la policia y otros servicios publicos (escue-
las, hospitales, trabajadores sociales, organismos recaudadores de impues-
tos, etc.); procesos judiciales acelerados y ampliacién de las prerrogativas
de los agentes de la libertad condicional y la libertad a prueba; cdmaras de
vigilancia y mapa computarizado de los delitos; andlisis obligatorios para
la deteccién de estupefacientes; armas no letales (porras eléctricas y esco-
petas con balas de goma); perfil de delincuentes; monitoreo electrénico via
satélite; generalizacién de [a toma de huelias digitales; ampliacién y mo-
dernizacién tecnolégica de los establecimientos penitenciarios; multipli-
cacién de los centros de detencién especializados (para extranjeros antes
de ser expulsados, menores reincidentes, mujeres y enfermos, acusados
que cumplen sentencias haciendo trabajos comunitarios, etc.).
Esas politicas punitivas se transmiten en todas partes a través de un
discurso alarmista, incluso catastréfico, sobre la «inseguridad», acompa-
fiado de imagenes marciales y difundido hasta el hartazgo por los medios
de comunicacién comerciales, los principales partidos politicos y los pro-
fesionales del mantenimiento del orden (oficiales de policia, magistrados,
juristas, expertos y comerciantes de la «seguridad urbana» que brindan
servicios y asesoramiento), que rivalizan para proponer soluciones tan
drasticas como simplistas. Entramado de amalgamas, aproximaciones y
exageraciones, ese discurso es ampliado y ratificado por las producciones
prefabricadas de cierta sociologia de café que imptidicamente pone en el
mismo saco disputas en los patios de las escuelas, grafitis callejeros y dis-
turbios en barrios suburbanos abandonados a su propia suerte, de con-
formidad con las exigencias del nuevo sentido comin politico.*
* Dela casi inagotable avalancha de libros, cada uno mas cautivador que el otro, que ha
inundado las librerias francesas en estos Ultimos afios, los mas representativos (y, por ende,
los mas grotescos) son los del juez Georges Fenech, Tolérance zéro. En finir avec la crimi-
nalité et les violences urbaines (Paris, Grasset, 2001); el parlamentario socialista Julien Dray,
Etat de violence. Quelles solutions & Vinsécurité? (Paris, J’ai lu, 2001); los comerciantes de la
'asesoria en «seguridad urbana» Alain Bauer y Xavier Raufer, Violences et insécurité urbai-
LA INSEGURIDAD SOCIAL Y LA ESCALADA PUNITIVA / 31
En cuarto lugar, surgido de una proclamada preocupacién por la efi-
ciencia en la «guerra contra el crimen», asi como por la prueba de dili-
gencia hacia esa nueva figura del ciudadano victima del crimen que me-
rece protecci6n, este discurso revaloriza, como «de pasada», la represion
y estigmatiza a los jovenes de los barrios de la declinante clase trabaja-
dora, desempleados, sin techo, mendigos, drogadictos y prostitutas ca-
llejeras, asi como a inmigrantes de las ex colonias de Occidente y de las
ruinas del imperio soviético, designados como los vectores naturales de
una pandemia de delitos menores que envenenan la vida cotidiana y son
los progenitores de la «violencia urbana», que raya el caos colectivo?
Por ello, en ef plano carcelario, la filosofia terapéutica de la «rehabilita~
cién» ha sido mds o menos suplantada por un enfoque de gestién basa-
do en la regulacion, por medio de establecimientos de pago, de las entra-
das y salidas de las carceles, abriendo asi el camino a la privatizacién de
los servicios correccionales. Por tiltimo, la aplicacién de estas nuevas po-
liticas punitivas se ha traducido, invariablemente, en la ampliacion y el’
fortalecimiento de la red policial, un endurecimiento y aceleramiento de
los procesos judiciales y, al final de la cadena penal, un aumento absurdo
de la poblacién carcelaria, a pesar de que su efecto en la incidencia de los
delitos nunca se ha determinado més que a través de la mera proclama-
cidn y sin que nadie haya planteado la cuestién de 1a carga financiera, el
coste social y las consecuencias civicas que implican esas medidas.
Gracias a la asociacién tenaz entre el crimen, la pobreza y la inmigra-
cién en los medios de comunicacién, asf como a la constante confusién
de la inseguridad con la «sensacion de inseguridad», pensada para arre-
meter contra la piel oscura de la figura del delincuente callejero y que
conduce a la ansiedad causada por la precarizacién del trabajo, la crisis
de la familia patriarcal y la erosién de las relaciones tradicionales de
autoridad entre las categorias de sexo y edad, la descomposicién de los
territorios de la clase trabajadora y la generalizacion de la competencia
nes. Les chiffres qui font réfléchir (Paris, Presses Universitaires de France, 2002); y el ex di-
rector general de la policia nacional Olivier Foll, L’Insécurité en France. Un grand flic ac-
cuse (Paris, Flammarion, 2002), cuyo titulo («Inseguridad en Francia: un gtan policfa acu-
sa») revela la Logica de la denuncia indignada que es tipica del género y que se inicia con esta
encendida diatriba: «Lo digo, lo grito: el Estado es responsable de no estar prestando asis-
tencia a personas en peligro con respecto a miles de menores y ciudadanos> (segtin el cddi-
go penal francés, «no prestar asistencia a una persona en peligro» es un delito penal).