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ENCUENTRO

Encontrarse a un amigo en la calle, pero a un amigo que


no se lo veía desde hacía bastantes años, resulta ser un
hecho que nos alegra el día, porque aquello es siempre
motivo de alegría.

No le vamos a preguntar por qué su distancia para con


nosotros, aquello podría reactivar su distanciamiento.
Ofrecerle la mano para que pueda calzar su saludo y
entonces, retomar el viejo ritmo fraternal que ninguno
recuerda.

Será signo de cortesía preguntarle respecto de su fami-


lia y el cómo están de salud. Claro, no es necesario in-
dagar en muchos detalles de la intimidad porque, sin-
ceramente, la situación se vería muy forzada.

Quedarse estancado en la calle aunque la prisa nos fue-


se pisando los talones, aquello denotará lo que varios
llaman interés. Aunque, a decir verdad, sólo es un gesto
mecánico que cada uno va puliendo conforme pasan
los años.

Entonces, encontrarse a un amigo en la calle, pero a


un amigo que no se veía hacía muchos años, enfatiza la
muerte de aquella amistad.
 FOTOGRAFÍA

Ir de visita a la casa de un familiar y en el transcurso


de la tarde comenzar a desempolvar recuerdos es algo
muy común. Se nos ofrecerá un álbum de opacas fo-
tografías donde, una de esas fotografías, sólo una nos
habrá dado un mazazo en la psique. Quedarse inmóvil
al ver aquella fotografía, sentir que se ha decidido un
breve cambio de estado y deslizarse hacia aquel soporte
de dimensiones reducidas.

Pero, ¿qué tenía de especial aquella fotografía que so-


bresalía de entre las demás? No es muy nítida, conven-
gamos. Comparándola con el resto de fotografías, ésta
presenta en lo llano de la superficie muchas más grietas
que el resto.

Sin embargo, aquella fotografía fue la única que, real-


mente, cumplió su propósito: siguió estricta entre los
márgenes de su formato, casi deshaciéndose en los de-
dos y aún así, consiguió que cerráramos los ojos para
poder existir en el instante retratado.
MENDIGAR

Un hombre que a la vista nos parece amigo del dinero,


vistiendo un traje de corte preciso hecho con telas im-
portadas de un país exótico; va caminando con pres-
tancia hacia su coche. Desde la mano le cuelga una mu-
jer preciosa de cabellos dorados, muslos fuertes, huesos
finos y sonrisa delicada.

El chofer lo saluda inclinando la cabeza y ocultando la


mirada. Toda ceremonia es poca cuando de un adinera-
do se trata. La mujer bella ingresa al automóvil ensegui-
da, el hombre se queda distraído por un mendigo que
estaba ubicado junto al coche. Se lo queda observando
un buen rato y al final le deja dinero en un recipiente
que el mendigo tenía sobre un viejo mantel en el suelo.

El adinerado sabe que también él es un mendigo que,


desde el extremo opuesto al del mendigo junto a su co-
che, recibe el desprecio del resto y lo convierte en una
falsa sensación de superioridad.


SIN VECINO

Despertar alarmado a causa de unos ruidos, mirar el


reloj que marca las 3:45 de la mañana y no conseguir
recobrar el sueño porque los ruidos no cesan; es motivo
más que suficiente como para ponerse de mal humor.

Levantarse de la cama y comenzar a edificar un pala-


cio de maldiciones dirigidas al vecino. Deslizarse como
una fiera en su celda dando golpes al aire, deseando que
lo peor del mundo le suceda a aquel vecino que ha inte-
rrumpido el necesario descanso.

Entonces llega un momento en el cual nuestra men-


te comienza a urdir planes macabros que consisten en
formas de arrebatarle la vida a esa persona que nos se-
cuestró desde el descanso y nos tornó en asesinos des-
piadados.

El rigor solemne de la ira desatada sólo llega a anularse


en el instante donde, con la premura de la vergüenza y
la audacia del raciocinio; recordamos vivir en medio de
un desierto.


EL AMIGO

Hay un momento ulterior a la satisfacción y que antece-


de a la decepción, donde la persona siente que lo único
importante consiste en estar suspensa por sobre lo que
se espera y lo que no se ha conseguido. Durante aquel
breve instante, la persona retiene el punto de vista y lo
invierte para desmarañar cada uno de los impulsos que
estructuraron sus decisiones. Y es que todos sabemos
que no hay mejor forma de componer que por descom-
posición de las partes.

Entonces, sucede lo de siempre: cuando te encuentras a


punto de hilar el último nudo de tu descomposición y
pellizcas el lado desde el que provienen los aciertos, un
amigo se despliega ante ti y comienza a distraer tu aten-
ción. Los hilos retornan a la maraña y tú debes rendirte
extendiendo el brazo para que, en el momento de calzar
tu mano en la de tu amigo, el pacto de la irreversible
mediocridad quede sellado.


PREJUICIOS

Un hombre sentado a la mesa de una vieja cantina que


casi se cae de vieja y no es el único que llega allí para
ahogar el pasado en vasos apenas translúcidos. Cada
uno en su mesa ha de buscar acercarse lo más posible a
algún muro ya que sólo así es posible sentirse cómodo
en la huída. Los rastros quedan marcados en cada nue-
vo cliente que pide una mesa.

Alunas veces, ciertos hombres ingresan a la cantina


cargando un planeta de prejuicios sobre sus hombros
e intentan persuadir a los clientes para que abandonen
aquel lugar. Van de mesa en mesa esputando reflexiones
que ni siquiera ellos son capaces de creer. Los clientes,
al ver allí a esos hombres, ocultan sus rostros hacia los
muros.

Entonces, el que ingresó con prejuicios a la cantina, se


dirige hacia la barra a reprocharle al cantinero lo que
allí sucede. Sin embargo, en el trayecto comprende todo
y se convierte en un nuevo cliente de la cantina y pide
una mesa.


NO MÁS

Ir caminando y ver que justo adelante un niño se nos


queda mirando, un niño que, abrazando el cuello de su
madre, nos sonríe. Seguirle el juego y prestarle un mo-
mento nuestra propia sonrisa sin ningún problema. In-
clusive se le puede ofrecer alguna mueca graciosa para
que el niño amplíe aún más su sonrisa.

Aunque todos son engaños, lo que buscamos en rea-


lidad, es que el niño nos preste por algún tiempo su
infancia. Queremos ir colgados del cuello de nuestra
madre. Porque no tenemos la culpa de haber crecido y
de haber hallado en la adultez motivos para decepcio-
narnos de las personas que ni siquiera conocemos. Nos
gustaría retornar a la protección de una madre, donde
fuimos capaces de sonreírle a lo desconocido en lugar
de temerle.

Entonces, la mujer gira en la esquina y el niño cierra los


ojos, mientras apoya su cabeza en el cuello de su ma-
dre. Nosotros seguiremos de largo, desprotegidos per-
siguiendo al día.


JUSTICIA

Ante las puertas de la justicia hay una enorme fila. La


fila tiene un orden bastante preciso, eso se puede ver
apenas se llega allí: en el extremo anterior de la fila se
hallan las personas ancianas; a medida que se avanza
hacia el extremo posterior de la fila, puede verse una
sucesión de edades hasta llegar a los niños en el extre-
mo opuesto al de los ancianos.

Sin embargo, la fila parece no avanzar, permanece fija


día y noche. Las personas han de seguir allí, pues, no
quieren perder su lugar. Así es cómo pueden verse siem-
pre las mismas caras esperando a que las puertas de la
justicia se vuelvan a abrir y, quizá entonces, la fila avan-
ce algunos metros.

Desafortunadamente, los del extremo anterior de la fila


van muriendo y quienes los siguen, van envejeciendo.
Así es cómo ninguno llega a darse cuenta que, en reali-
dad, estaban frente a la puerta de salida.


PLANES

Un día perfecto debería consistir en quedarse en cama


toda la jornada. Quedarse cubierto hasta justo por de-
bajo de los ojos y observar el cielo falso de la habita-
ción. Decidir qué hacer más tarde y verse a gusto in-
serto en aquella imagen mental. Imaginar, por ejemplo,
que se dará un paseo por las proximidades y se tendrá
la oportunidad de conocer a una hermosa mujer que
no tendrá más remedio que caer rendida ante nuestros
encantos. Concretar una cita para así, iniciar una rela-
ción que irrumpa en nuestra soledad de manera abso-
luta. Posteriormente, pensar que todo saldrá bien con
esa mujer. Lo más natural es que luego vinieran los hi-
jos, más tardes los nietos y estar feliz con aquello.

Un día perfecto debería consistir en quedarse sumer-


gido bajo las alas de la imaginación. Sin embargo, todo
termina cuando escuchamos el timbre de la puerta. En-
tonces, una visita que no estábamos esperando, nos pri-
va de un día perfecto y nos hace calzar en el suyo.


DESNUDO O LOCO

Durante una noche se escuchó el grito de un hombre


que pedía lo auxiliaran. Las calles estaban en penum-
bra, apenas iluminadas por los faroles. De pronto apa-
rece la figura de un hombre desnudo corriendo a toda
velocidad en dirección al puente. Cinco hombres ve-
nían justo atrás de él gritándole ‘loco’. Los perros del
vecindario comenzaron a ladrar. Mientras, el hombre
seguía corriendo desnudo y sostenía su petición de au-
xilio. Las luces de los cuartos en los edificios del entor-
no comenzaban, una a una, a encenderse. Algunas per-
sonas asomaban la mitad de su cuerpo por las ventanas
y les gritaban a los cinco hombres que atraparan al loco
de una vez por todas para que los dejara dormir en paz.

Cuando los gritos cesaron y los hombres se perdieron


en la penumbra de las calles, todos los vecinos volvie-
ron a apagar las luces de sus cuartos. Al otro día nadie
habló del hombre que pedía auxilio, sólo se habló de un
loco desnudo.

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