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La Serena, septiembre 2009

Una educación con sentido

Maximiliano Figueroa
Magister en Bioética
Doctor en Filosofía

Agradezco la invitación a participar en este encuentro. Se me ha pedido una reflexión


sobre el sentido de la educación desde el punto de vista de la filosofía. Como ustedes saben, la
filosofía se caracteriza por tres funciones: una función crítica, una función teórica y una función
propositiva o utópica. Por la primera, la filosofía somete a revisión las ideas y opiniones
dominantes en un momento dado, las pondera según su coherencia y según su capacidad para
aportar a la mayor libertad y felicidad de los seres humanos. A través de la segunda función, la
teórica, la filosofía intenta alcanzar una visión (que eso significa la palabra griega theoría) lo
más clara posible de lo que algo es, de su naturaleza o esencia. La tercera función consiste en la
reinvindicación del sentido de lo posible, la filosofía busca esbozar o describir ideales o sentidos
que pueden iluminar nuestras decisiones y acciones en el mundo, nutrir nuestro ánimo e
impulsarnos a construir un futuro mejor que nuestro presente.

En mi exposición intentaré precisamente ajustarme a estas tres funciones. Lo haré con


los límites de tiempo impuestos, por lo que desde el comienzo les advierto que no intento agotar
el tema, no puedo hacerlo, sino solo aportar a una reflexión común. En consecuencia, intentaré
decir algo que me parece relevante en lo crítico, en lo teórico y en lo posible. Es decir, quiero
compartir con ustedes 1) el combate contra ciertas ideas dominantes que no nos dejan vivir bien,
2) ciertos rasgos que constituyen el ser o la esencia de la educación y 3) algunos sueños o
esperanzas que podríamos depositar en la educación. Una invitación a la crítica, a la reflexión y
a la esperanza.

1. Momento crítico

En el aspecto crítico ¿Qué idea dominante merece ser sometida a cuestionamiento en la


sociedad contemporánea respecto a la educación? ¿Qué creencia amenaza con desvirtuar la
educación hasta empobrecerla y atenuar su sentido y vitalidad como experiencia humana?

La creciente complejidad de las relaciones económicas a nivel mundial intensifica el


carácter competitivo de nuestras sociedades y el énfasis en expectativas de utilidad económica
que los sujetos y los gobiernos dirigen a la educación. Se hace cada vez más manifiesta la
urgencia de distintos sectores gravitantes de la sociedad por introducir cambios en el sistema
educativo que permitan a los jóvenes ingresar con éxito y eficiencia en la dinámica de la
economía presente y, por sobre todo, futura; cambios, en definitiva, que le aseguren al país un
puesto favorable en lo que se denomina el mercado global. La vinculación entre educación y
desarrollo económico se ha convertido en algo de obvia y fundamental importancia a esta altura
de la historia, simplemente algo impostergable a la vista de un país como el nuestro con serias
carencias en las condiciones materiales de vida de una parte significativa de su población. Pero
es precisamente la necesidad de esta alianza y la intensidad con que se presenta y reclama
nuestra atención, lo que acentúa la posibilidad de una estimación de la educación en la que
todos los sentidos no reducibles a cánones utilitarios queden descuidados, desatendidos,
sometidos a una etapa de eclipse y postergación.

Un fenómeno preocupante, por ejemplo, es la actual tendencia en el discurso educativo


ha concentrarse en el objetivo de que los alumnos adquieran, principalmente, competencias y
habilidades, pues esto se traduce en que educar y capacitar pasan a ser procesos que se toman,

1
en la práctica, casi como equivalentes. Si la educación se transforma en pura capacitación, lo
que entonces se patentiza es el influjo que la visión instrumental está ejerciendo sobre nosotros
y nuestras expectativas, y, por lo tanto, el drástico deterioro o empobrecimiento de sentido a que
ésta queda expuesta.

Es cierto que este influjo no es nuevo, ya Nietzsche se quejaba a fines del siglo XIX
señalando que “en esta inversión de los conceptos morales se pide una cultura “rápida”, para
poder ser pronto un buen ganador de dinero, y al mismo tiempo, una cultura fundamental, para
ser un ganador de “mucho dinero.”1 Entre nosotros, el filósofo Jorge Millas realizaba en la
década de los años sesenta el siguiente diagnóstico: “Los ideales de nuestra pedagogía han
tendido a exaltar el trabajo y la adaptación pragmáticamente, como bienes útiles, aislándolos del
contexto de la vida humana total que les convierte en funciones espirituales. Siendo, así, la
preocupación por el trabajo se convierte en mero cuidado individual por la subsistencia y la
adaptación social en puro conformismo. No es extraño, por eso, ver a nuestros educandos, desde
que toman conciencia de su futuro y lo hacen problema de decisiones personales, juzgarlo en
función directa de la seguridad y del lucro. La capacitación para el trabajo y para la vida en
sociedad ha venido a significar así capacitación para el bienestar económico y el poder personal.
Obviamente este resultado es en buena medida función de los hábitos valorativos de una
sociedad mercantil…para la cual la vida es contienda de ventajas y desventajas económicas, de
eficiencia y lucro”2.

Lo especial de la situación actual radica en que se multiplican las señales que indican
que esta marcada estimación utilitaria no ha hecho más que acentuarse en un sistema-mundo
que se articula en lógica economicista, que integra todo en clave precio-ganancia-utilidad, que
erosiona el bien intrínseco de las actividades humanas y que amenaza con convertirlo todo en
negocio, incluso la educación misma, algo que no puede consumarse sin atenuar en el proceso
educativo todo lo que en él apunta a promover un sujeto con capacidades de crítica e iniciativa
moral frente a un orden que en el privilegio de la mera funcionalidad no propicia,
verdaderamente, ni la una ni la otra. Jürgen Habermas, reconocido filósofo contemporáneo, ha
referido la vigencia en la sociedad actual de cierta “disposición socialmente producida a
sentirnos atraídos por el ethos de un modo de vida armonizado con el mercado mundial, que
espera que cada ciudadano consiga la educación necesaria para convertirse en un empresario
que gestiona su propio capital humano”3.

Paradójicamente, la vigencia de los cánones económico-utilitarios aparece, en los


hechos, fortaleciendo la desigualdad en el acceso y en la calidad de la educación que reciben los
individuos, al menos en países como el nuestro. De esta manera, se hace inevitable que esta
retórica que vincula educación y desarrollo resulte sospechosa al no reflejar, al mismo tiempo,
impulsos efectivos hacia la inclusión y equidad en el sistema educativo. Quizás no hay
accidente en esto, sino la evidencia de un proceso que no logra inscribirse en un proyecto de
desarrollo con auténtica irrigación ética, que simplemente no tiene la justicia social como meta
que decide y anima su impulso.

En este contexto, no resulta extraño que el Chile contemporáneo viva contradicciones y


descuidos que pueden generar su propio debilitamiento moral y político, que en sus acentos y
privilegios arriesgue su propia deriva como sociedad, su vaciamiento de sentido, el
empobrecimiento de los imaginarios que podrían dotarle de mayor cohesión, vitalidad y
proyección moral. Se espera que un juez sea íntegro, que un médico ejerza con abnegación, que
un maestro se entregue dedicadamente a la promoción pedagógica de sus alumnos, que éstos
amen el estudio y se entusiasmen con la aventura de aprender, que el funcionario público sea
responsable y probo, que la escuela forme al ciudadano de la democracia por venir, etc. Sin
embargo, hay muy poco en el sistema que promueva decididamente estos valores y estas
1
Nietzsche, F., El porvenir de nuestros establecimientos de enseñanza, 1959, p 240
2
Millas, J., El desafío espiritual de la sociedad de masas, Universitaria, Santiago, 1962, p. 200
3
Habermas, J. “El valle de lágrimas de la globalización”, Claves de razón Práctica, nº 108, 2000. p. 8

2
integridades. Los dados de la estimación y el reconocimiento social están cargados: apuntan a la
privatización de la existencia, a la indiferencia frente a la suerte de los otros, a desembarazarse
del compromiso con la construcción y corrección de la sociedad, a la competencia y el éxito
económico como objetivo existencial individual. El modelo identificatorio general que se nos
propone es el del individuo que gana lo más posible y disfruta lo más posible, en una sociedad
en la que uno no gana por lo que vale, sino que uno vale por lo que gana.

Un país que emprende la tarea de repensar su sistema educativo, ha de evitar la


superficialidad de olvidar que los jóvenes, los educandos, concurren a ese proceso con su
humana búsqueda de identidad y sentido. Debiera tener presente que identidad y sentido
también constituyen una necesidad para un pueblo que pretende ser algo más que un agregado
de individuos que se asocian y afanan en la empresa funcional que demanda el paradigma
absorbente de la producción y el consumo. Vivir, no sólo sobrevivir, es quizás el anhelo más
profundo de los seres humanos.

No parece, entonces, descaminado postular que las dimensiones no utilitarias de la


educación necesitan ser reanimadas en el despliegue de la sociedad contemporánea, y que esto
exige cesar en la insistencia de hacer comparecer todas las cosas y ámbitos de la experiencia
desde una óptica que sólo ve medios, instrumentos y mercancías.

El gran peligro de la sociedad de consumo es que la educación sea vista y estimada sólo
como un trámite, como un proceso con escaso valor en sí mismo y en el que simplemente se
adquieren las competencias para competir, en que se forman individuos cuya única expectativa
de protagonismo, no digamos ya en la historia, sino en sus propias vidas es la de ejercer con
eficacia su rol económico como productores y consumidores. La pensadora Hannah Arendt ya
había advertido que “el problema relativamente nuevo de la sociedad de masas es quizás más
serio, pero no por las masas mismas, sino porque, esencialmente, ésta es una sociedad de
consumidores donde el tiempo de ocio ya no se usa para el perfeccionamiento personal, sino
para más y más consumo y más y más entretenimiento… La cuestión es que una sociedad de
consumo posiblemente no puede saber cómo hacerse cargo de un mundo…porque la actitud
central hacia todos los objetos, la actitud del consumo, lleva la ruina a todo lo que toca” 4.

Segunda Parte. Cuatro aspectos esenciales de la educación

Tesis uno. El hombre es la única criatura que ha de ser educada. Sólo por la educación
el hombre puede llegar a ser hombre. Estas dos afirmaciones se hacen eco de una de las ideas
más antiguas que existen sobre la educación, aquella que ya la misma etimología de la palabra
(e-ducere) contiene: la educación sería el proceso a través del cual se propicia que el individuo
“saque afuera” o despliegue las posibilidades o perfecciones que su ser cobija y en las que se
juega no tal o cual característica accidental, sino su misma y cabal constitución como ser
humano. La autoconstrucción que el hombre necesariamente ha de hacer de sí mismo por su
originaria plasticidad vital, representa la común condición de los seres humanos a la que
responde la educación como propósito y proyecto de auxilio formativo.

Nadie se hace humano solo. La humanidad me la dan los otros. El que no necesita de los
otros, o es una bestia o es un Dios, decía Aristóteles. Los seres humanos necesitamos de los
otros seres humanos para habilitarnos como tales. La educación es la gran instancia que busca
propiciar precisamente que nos desarrollemos como humanos, que adquiramos humanidad. La
educación se instituye como respuesta a una experiencia básica: la humanidad es algo que nos
damos los unos a los otros. Por eso la educación puede ser reconocida básicamente como una
experiencia de comunicación y transmisión de humanidad. Por supuesto que se transmiten
saberes, destrezas, habilidades y hábitos, importantes para luego ser socialmente útiles y
permitirnos “ganarnos la vida”. Pero lo más decisivo, es que en ella se desarrolla humanidad.

4
Arendt, H., Entre Pasado y futuro, Península, Barcelona, 1996, p. 223

3
Por esto cabe enfatizar en estos tiempos de internet, de computadores y medios de
comunicación a distancia, que la educación es una experiencia en que el contacto directo entre
personas es fundamental, es lo que no puede faltar ya que lo que se comunica es humanidad y
son nuestros semejantes los que comunican humanidad y los que la suscitan en mí. La
educación que los seres humanos hemos creado para contagiarnos de humanidad los unos a los
otros. Aquí está la raíz del sentido ético de la educación.

Tesis dos. Existe un vínculo estructural entre Sociedad y Educación. La educación es la


institución que la sociedad ha creado para permitir su auto-generación. A través de la educación,
una sociedad busca su reproducción, desarrollo y proyección en el tiempo. Esto significa que
existe una íntima conexión entre la definición del ideal educativo y la definición del tipo de
sociedad que desarrollamos. Existe una enorme dependencia entre el sistema educativo que se
impulsa y la construcción que una sociedad hace de sí misma. Aquí descansa el sentido social o
político de la educación.

Tesis tres. Ligado estrechamente a lo anterior. Toda sociedad requiere conectar pasado y
futuro. Esto porque la continuidad, el vínculo entre pasado y futuro, es una creación humana, lo
hacen los seres humanos, no está dado. En las nuevas generaciones descansa la realización del
vínculo entre pasado y futuro. Pero esas generaciones no pueden hacerlo solas, requieren de la
ayuda de las generaciones mayores. La Educación es la institución creada especialmente para
permitir el vínculo entre pasado y futuro. Por eso la educación es un espacio o un proceso vital.
A través de la educación la sociedad acoge en la vida a la vida nueva, la habilita para su
incorporación a un mundo que ya empezó su marcha.

Explicitemos un poco más lo que significa decir que la educación es un proceso VITAL.

a. En ella somos especialmente conscientes de la vida como un flujo (como un río decía
Heráclito), de lo inevitable del cambio.
b. En ella hay sitio para la memoria y la expectativa, es una oportunidad para el recuerdo y la
esperanza. La educación es conservación, preservación pero también proyección y
fundación de expectativas. Quienes buscan independizarse de toda experiencia (anterior),
se convierten en personas que esperan sin experiencia, se convierten en simples soñadores
(ilusos).
c. Ella es vital porque es acogida de la vida nueva. Hay educación porque hay
NACIMIENTOS. La educación es la institución que la sociedad se da para responder al
hecho del nacimiento. A los nuevos hay que habilitarlos para su incorporación a un mundo
que empezó antes que ellos. Desafío: evitar que lo viejo pese anulando las posibilidades
que cada nueva generación trae al mundo (educación tradicionalista en exceso), evitar que
lo nuevo se desarrolle sin arraigo, ignorando el pasado y la riqueza de la experiencia
humana decantada en la cultura, evitar que la nueva generación crezca despreciando o
minusvalorando la tradición en su conjunto (educación rupturista en exceso). Lo propio de
la vida humana no es comenzar de cero, sino enlazar. La educación debe desarrollar y
cultivar la sensibilidad para las continuidades. Aquí está la raíz del sentido cultural de la
educación.

Tesis cuatro. En la educación tienen cita los tres tiempos que conforman la vida humana. Ella
está desafiada permanentemente a articular con sentido esos tres tiempos (pasado, presente y
futuro). Pero si bien la educación debe articular los tres tiempos, en ella hay un privilegio del
presente. La educación es dedicación a la vida presente, a esa vida que se conforma y desarrolla
en el presente. Su desafío es traer lo valioso del pasado de un modo que tenga sentido en el
presente, lo nutra y lo oriente. La educación sabe que las expectativas de futuro, las esperanzas,
comienzan su realización en el presente. Los educadores conocen una verdad fundamental: no
hay cosecha sin siembra y sin cultivo. Saben que el futuro que una sociedad desea para sí
misma, exige comenzar a propiciarlo desde hoy. Hay cosas que no se pueden dejar para
mañana. El futuro echa sus raíces en el presente.

4
Conclusión. Por todas estas razones, la educación debe ser una educación reflexiva, la
educación debe pensarse a sí misma permanentemente para definir sus desafíos y fijar su
intención.

¿Qué es aquello que queremos transmitir? ¿Qué es aquello valioso que no se puede perder?
¿Hacia dónde se educa? ¿Qué es aquello que podemos esperar que los nuevos introduzcan en el
mundo? Son preguntas que el sistema educativo no puede dejar de hacer sin extraviarse y
empobrecerse. Preguntas que cabe siempre reformular porque la esencia de la educación se
juega en las condiciones de su existencia, preguntas especialmente relevantes para que
sociedades como las nuestras se integren y no se diluyan en el proceso de globalización. Para
poder existir como una sociedad con identidad propia y no como sociedad construida para la
simple imitación de otra sociedad.

Una sociedad que agota su tiempo útil sólo en hacer negocios: en exportar frutas o minerales,
en enseñar oficios, en abrir bancos o farmacias; una sociedad que marcha con los ojos cerrados
hacia donde lleva el mercado, si solo aspira a eso de sí, es la negación de una sociedad
histórica.”

La identidad de un país no está constituida sólo por el número de sus habitantes, por el espacio
geográfico que ocupa, por lo que compra y vende en sus relaciones comerciales, sino ante todo
por la idea que tiene de sí mismo, por su autoimagen moral como sociedad. Todo país requiere
definir ciertos marcos de sentido para guiar su construcción en el tiempo, para fundar los
vínculos de cohesión y colaboración en que pueden llegar a unirse sus distintas generaciones.
Plantear preguntas sobre nuestra identidad es parte de un proceso por el que decidimos qué
haremos en el futuro, en qué trataremos de convertirnos. Es en este contexto que proponemos
considerar las siguientes palabras de Giannini: “La escuela es la gran institución re-flexiva por
la que la sociedad se vuelve a sí misma, para reconocerse e ir, en el tiempo descubriendo,
formulando y confirmando sus propios valores. Así, la gran tarea de preservación cultural en
este siglo consistirá en ofrecer en la escuela y en la educación, en general, un bagaje de
contenidos y actividades que permitan al estudiante reconocer, respetar y cultivar un mundo
comunitario; sus modos tradicionales de sintonizar con la naturaleza y de pactar con ella, de
invocar a sus dioses; que le permitan asimilar espiritualmente (comprender) las experiencias
pasadas y tejer, a partir de sus propias posibilidades, sus proyectos y esperanzas.” 5

Tercera Parte

¿Qué podemos esperar de la educación? ¿Qué podemos pedirle? Respuesta que desarrolle el
mejor ser humano posible, que nos permita progresar en humanidad. Tres propuestas.
1. Educar a sujetos reflexivos.
2. Educar Sujetos autónomos
3. Educar Ciudadanos democráticos.

1. Desarrollar el pensar reflexivo. El pensar es una capacidad que se desarrolla. Re-flexión:


relación consigo mismo: con lo que vivo, hago y siento. Diálogo interior.
Crítica. Examino lo recibido, las creencias vigentes, las costumbres e ideas dominantes.
Posibilidad de diferenciar Facticidad de Validez.
Evaluación de lo que tiene sentido y valor, pondero. ¿En función de qué? En gran medida del
SER QUE PREFIERO SER

Pensar: permite hacerse cargo, funda la responsabilidad. Me lleva a reconocer lo que está en
mis manos, lo que depende de mí.
Meta: amistad consigo mismo.
5
Giannini, H., Ética de la proximidad: http:/www.schwartzman.org.br/simon/delphi/pdf/giannini.pdf.

5
Conócete a ti mismo / Llega a ser el que eres
Fidelidad a sí mismo. Respetarse. Valorarse. Amarse. No traicionarse a sí mismo.

Necesidad de CONEXIÖN de asociación, de evitar la disociación con uno mismo.

Educar para la AUTONOMÍA

Educar para la autonomía: sentido ético más profundo de la educación (habilitar para la
adultez, poner los cimientos de la persona adulta)

Autonomía : su desarrollo implica un proceso (desde que el niño arme por sí mismo su mochila
hasta el joven que diseña su proyecto de vida)
Educación: proceso de niño a joven

Formación para la autonomía: formación de la libertad, formación para la libertad.


Libre: el que sabe quien es. La educación ha de propiciar que el estudiante SE CONOZCA, SE
RESPETE, SE AME…en lo que verdaderamente es y quiere.

La educación debiera fomentar el sentido de la singularidad, el valor de la individualidad: ¡Que


tú existas hace una diferencia! Así la educación honra el milagro del nacimiento, la llegada de lo
nuevo al mundo. Celebración de la vida nueva. Todo nacimiento representa en el mundo la
posibilidad de un nuevo comienzo.

Autonomía no significa arbitrariedad. Aprender a poner límites.


Dificultad de los jóvenes: reconocer los límites, tendencia a desvalorizar los límites, a tener una
idea negativa de los límites.
Dificultad para poner límites a los pares (la tiranía de los pares) por la necesidad de ser
aceptados y reconocidos. No puedo integrarme desintegrándome. No puedo asociarme si eso
implique disociarme. Nunca hay un tirano si no hay un sumiso.

Autonomía: significa que las decisiones de mi vida las tomo yo. Pensar, decidir y actuar por sí
mismo.
Reclama poder decidir algo, pero importa también que sea algo de relevancia.

¿Qué promueve la autonomía?


EDUCAR EN LA CONFIANZA
EDUCAR EN RESPONSABILIDAD
DESARROLLAR EL SENTIDO DE LOS LÍMITES (lo importante no es solo lo que impiden,
niegan o prohíben, sino principalmente lo que permiten, lo que posibilitan. Impiden que nos
desbordemos, que nos dispersemos, que nos debilitemos.
Límite permite un orden que potencia nuestro desarrollo.

Educar para construir democracia.

Urge recordar que la educación y la sociedad son extensivas, que ambas participan de la
sustancia política de la vida humana. Sólo existe una sociedad política allí donde existen seres
educados para hacerla posible. Si aceptamos, específicamente, que la democracia, en tanto
forma de convivencia, es también una realidad moral, reconoceremos que ella debe existir
primeramente en nosotros como un deseo, como un anhelo, que su posibilitación se sustenta en
una voluntad democrática, en un querer práctico que la hace posible, la anima y la impulsa.

Pero la voluntad democrática se educa, se desarrolla y cultiva, nadie nace con ella. La ausencia
de formación cívica debiera ser considerada uno de los más graves indicadores de la mala
educación en nuestro país. La sociedad no puede ser indiferente a la formación del ciudadano.

6
Un país que forma sólo individuos auto-referidos se condena sí mismo. Se hace inviable. Se
expone a convertirse en un mero espacio para la lucha de intereses, un territorio de
desconfianzas, una convivencia defectuosa y tangencial, un simple y hobbesiano modus vivendi.
El sistema educativo no puede ser moralmente neutro en este aspecto, ha de comprometerse con
la transmisión de ciertos valores cívicos de cooperación mutua que inhiban las exclusiones, que
dificulten la indiferencia egoísta, que fomenten el vínculo social y el sentido de solidaridad.
Como ha hecho notar Cornelius Castoriadis, “para que los individuos sean capaces de hacer
funcionar los procedimientos democráticos de acuerdo a su “espíritu”, es necesario que una
parte importante del trabajo de la sociedad y de sus instituciones esté dirigido hacia la
reproducción de individuos que correspondan a esta definición, es decir mujeres y hombres
democráticos educados de manera crítica”6.

Ni la pérdida de la democracia, ni la fractura de la convivencia, ni el drama y el horror que les


sucedió, parecen haber sido experiencias suficientes, hasta ahora, para reconocer e impulsar
entre nosotros el sentido ético-político de la educación. Quizás el aplazamiento en sacar las
lecciones necesarias de lo vivido, no es más que el reflejo de una sociedad que se evita a sí
misma los tiempos y los espacios para la reflexión y la sinceridad. Pero ¿Cuánto tiempo se
puede estar en la evitación de lo fundamental sin exponerse a graves peligros y deterioros?

Una democracia ciudadana sólo puede funcionar si la mayoría de sus miembros están
convencidos de que su sociedad es una empresa común de considerable trascendencia, y que la
importancia de esta empresa es tan vital que están dispuestos a participar en todo lo posible para
que siga funcionando como una democracia.

Una última consideración. Postular la democracia como un proyecto que puede llegar a
movilizar y vincular a los ciudadanos en los esfuerzos de construcción de su sociedad,
reconocerla como una creación histórica, contingente y frágil, pero capaz de operar como
principio de cohesión y autoestima social, no significa postular la conformidad con las
experiencias empíricas a las que hemos llegado. Es cierto que la democracia es una realidad del
todo concreta, pero también lo es que ella consiste en la realidad de un esfuerzo, de un afán, de
un movimiento humano de aproximación a un ideal impulsado por una larga experiencia
histórica que permite explicarnos su génesis y justificar su valor. La democracia refiere a un
proyecto que aún está en desarrollo, abierto a la corrección y perfeccionamiento. Todavía
representa un desafío a la imaginación moral y política. Todavía ella es una oportunidad para
animar nuestra esperanza. Y es quizás en esto donde radica también un vínculo de la educación
con el sentido ético de la democracia.

Educar es disponer para lo inédito, para la expansión de lo posible. No para la simple


prolongación de lo que es. La educación posee un sentido ético-político en la medida que
desarrolla en los individuos la disposición a visualizar futuros posibles de mayor moralidad.
¿Podemos hacer las cosas de un modo distinto? ¿Qué cambios deberíamos introducir para que el
futuro sea mejor que el presente? ¿Qué alternativas de acción podríamos impulsar para que
disminuya la injusticia que se verifica en el orden actual? Preguntas de este tipo son las que
debieran reflejar la disposición ética que los individuos adoptan frente a su circunstancia.

No hay esperanza sin buena educación No hay buena educación sin esperanza. La educación es
un trabajo de la esperanza. Por eso no cualquiera puede dedicarse a ella. Los escépticos, los
descreídos, los desanimados, los que perdieron la esperanza, nunca serán buenos educadores. La
esperanza es lo que sostiene todo el proceso educativo.

6
Castoriadis, C., El avance de la insignificancia, EUDEBA, Buenos Aires, 1997, p. 281

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