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Maximiliano Figueroa
Magister en Bioética
Doctor en Filosofía
1. Momento crítico
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en la práctica, casi como equivalentes. Si la educación se transforma en pura capacitación, lo
que entonces se patentiza es el influjo que la visión instrumental está ejerciendo sobre nosotros
y nuestras expectativas, y, por lo tanto, el drástico deterioro o empobrecimiento de sentido a que
ésta queda expuesta.
Es cierto que este influjo no es nuevo, ya Nietzsche se quejaba a fines del siglo XIX
señalando que “en esta inversión de los conceptos morales se pide una cultura “rápida”, para
poder ser pronto un buen ganador de dinero, y al mismo tiempo, una cultura fundamental, para
ser un ganador de “mucho dinero.”1 Entre nosotros, el filósofo Jorge Millas realizaba en la
década de los años sesenta el siguiente diagnóstico: “Los ideales de nuestra pedagogía han
tendido a exaltar el trabajo y la adaptación pragmáticamente, como bienes útiles, aislándolos del
contexto de la vida humana total que les convierte en funciones espirituales. Siendo, así, la
preocupación por el trabajo se convierte en mero cuidado individual por la subsistencia y la
adaptación social en puro conformismo. No es extraño, por eso, ver a nuestros educandos, desde
que toman conciencia de su futuro y lo hacen problema de decisiones personales, juzgarlo en
función directa de la seguridad y del lucro. La capacitación para el trabajo y para la vida en
sociedad ha venido a significar así capacitación para el bienestar económico y el poder personal.
Obviamente este resultado es en buena medida función de los hábitos valorativos de una
sociedad mercantil…para la cual la vida es contienda de ventajas y desventajas económicas, de
eficiencia y lucro”2.
Lo especial de la situación actual radica en que se multiplican las señales que indican
que esta marcada estimación utilitaria no ha hecho más que acentuarse en un sistema-mundo
que se articula en lógica economicista, que integra todo en clave precio-ganancia-utilidad, que
erosiona el bien intrínseco de las actividades humanas y que amenaza con convertirlo todo en
negocio, incluso la educación misma, algo que no puede consumarse sin atenuar en el proceso
educativo todo lo que en él apunta a promover un sujeto con capacidades de crítica e iniciativa
moral frente a un orden que en el privilegio de la mera funcionalidad no propicia,
verdaderamente, ni la una ni la otra. Jürgen Habermas, reconocido filósofo contemporáneo, ha
referido la vigencia en la sociedad actual de cierta “disposición socialmente producida a
sentirnos atraídos por el ethos de un modo de vida armonizado con el mercado mundial, que
espera que cada ciudadano consiga la educación necesaria para convertirse en un empresario
que gestiona su propio capital humano”3.
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integridades. Los dados de la estimación y el reconocimiento social están cargados: apuntan a la
privatización de la existencia, a la indiferencia frente a la suerte de los otros, a desembarazarse
del compromiso con la construcción y corrección de la sociedad, a la competencia y el éxito
económico como objetivo existencial individual. El modelo identificatorio general que se nos
propone es el del individuo que gana lo más posible y disfruta lo más posible, en una sociedad
en la que uno no gana por lo que vale, sino que uno vale por lo que gana.
El gran peligro de la sociedad de consumo es que la educación sea vista y estimada sólo
como un trámite, como un proceso con escaso valor en sí mismo y en el que simplemente se
adquieren las competencias para competir, en que se forman individuos cuya única expectativa
de protagonismo, no digamos ya en la historia, sino en sus propias vidas es la de ejercer con
eficacia su rol económico como productores y consumidores. La pensadora Hannah Arendt ya
había advertido que “el problema relativamente nuevo de la sociedad de masas es quizás más
serio, pero no por las masas mismas, sino porque, esencialmente, ésta es una sociedad de
consumidores donde el tiempo de ocio ya no se usa para el perfeccionamiento personal, sino
para más y más consumo y más y más entretenimiento… La cuestión es que una sociedad de
consumo posiblemente no puede saber cómo hacerse cargo de un mundo…porque la actitud
central hacia todos los objetos, la actitud del consumo, lleva la ruina a todo lo que toca” 4.
Tesis uno. El hombre es la única criatura que ha de ser educada. Sólo por la educación
el hombre puede llegar a ser hombre. Estas dos afirmaciones se hacen eco de una de las ideas
más antiguas que existen sobre la educación, aquella que ya la misma etimología de la palabra
(e-ducere) contiene: la educación sería el proceso a través del cual se propicia que el individuo
“saque afuera” o despliegue las posibilidades o perfecciones que su ser cobija y en las que se
juega no tal o cual característica accidental, sino su misma y cabal constitución como ser
humano. La autoconstrucción que el hombre necesariamente ha de hacer de sí mismo por su
originaria plasticidad vital, representa la común condición de los seres humanos a la que
responde la educación como propósito y proyecto de auxilio formativo.
Nadie se hace humano solo. La humanidad me la dan los otros. El que no necesita de los
otros, o es una bestia o es un Dios, decía Aristóteles. Los seres humanos necesitamos de los
otros seres humanos para habilitarnos como tales. La educación es la gran instancia que busca
propiciar precisamente que nos desarrollemos como humanos, que adquiramos humanidad. La
educación se instituye como respuesta a una experiencia básica: la humanidad es algo que nos
damos los unos a los otros. Por eso la educación puede ser reconocida básicamente como una
experiencia de comunicación y transmisión de humanidad. Por supuesto que se transmiten
saberes, destrezas, habilidades y hábitos, importantes para luego ser socialmente útiles y
permitirnos “ganarnos la vida”. Pero lo más decisivo, es que en ella se desarrolla humanidad.
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Arendt, H., Entre Pasado y futuro, Península, Barcelona, 1996, p. 223
3
Por esto cabe enfatizar en estos tiempos de internet, de computadores y medios de
comunicación a distancia, que la educación es una experiencia en que el contacto directo entre
personas es fundamental, es lo que no puede faltar ya que lo que se comunica es humanidad y
son nuestros semejantes los que comunican humanidad y los que la suscitan en mí. La
educación que los seres humanos hemos creado para contagiarnos de humanidad los unos a los
otros. Aquí está la raíz del sentido ético de la educación.
Tesis tres. Ligado estrechamente a lo anterior. Toda sociedad requiere conectar pasado y
futuro. Esto porque la continuidad, el vínculo entre pasado y futuro, es una creación humana, lo
hacen los seres humanos, no está dado. En las nuevas generaciones descansa la realización del
vínculo entre pasado y futuro. Pero esas generaciones no pueden hacerlo solas, requieren de la
ayuda de las generaciones mayores. La Educación es la institución creada especialmente para
permitir el vínculo entre pasado y futuro. Por eso la educación es un espacio o un proceso vital.
A través de la educación la sociedad acoge en la vida a la vida nueva, la habilita para su
incorporación a un mundo que ya empezó su marcha.
Explicitemos un poco más lo que significa decir que la educación es un proceso VITAL.
a. En ella somos especialmente conscientes de la vida como un flujo (como un río decía
Heráclito), de lo inevitable del cambio.
b. En ella hay sitio para la memoria y la expectativa, es una oportunidad para el recuerdo y la
esperanza. La educación es conservación, preservación pero también proyección y
fundación de expectativas. Quienes buscan independizarse de toda experiencia (anterior),
se convierten en personas que esperan sin experiencia, se convierten en simples soñadores
(ilusos).
c. Ella es vital porque es acogida de la vida nueva. Hay educación porque hay
NACIMIENTOS. La educación es la institución que la sociedad se da para responder al
hecho del nacimiento. A los nuevos hay que habilitarlos para su incorporación a un mundo
que empezó antes que ellos. Desafío: evitar que lo viejo pese anulando las posibilidades
que cada nueva generación trae al mundo (educación tradicionalista en exceso), evitar que
lo nuevo se desarrolle sin arraigo, ignorando el pasado y la riqueza de la experiencia
humana decantada en la cultura, evitar que la nueva generación crezca despreciando o
minusvalorando la tradición en su conjunto (educación rupturista en exceso). Lo propio de
la vida humana no es comenzar de cero, sino enlazar. La educación debe desarrollar y
cultivar la sensibilidad para las continuidades. Aquí está la raíz del sentido cultural de la
educación.
Tesis cuatro. En la educación tienen cita los tres tiempos que conforman la vida humana. Ella
está desafiada permanentemente a articular con sentido esos tres tiempos (pasado, presente y
futuro). Pero si bien la educación debe articular los tres tiempos, en ella hay un privilegio del
presente. La educación es dedicación a la vida presente, a esa vida que se conforma y desarrolla
en el presente. Su desafío es traer lo valioso del pasado de un modo que tenga sentido en el
presente, lo nutra y lo oriente. La educación sabe que las expectativas de futuro, las esperanzas,
comienzan su realización en el presente. Los educadores conocen una verdad fundamental: no
hay cosecha sin siembra y sin cultivo. Saben que el futuro que una sociedad desea para sí
misma, exige comenzar a propiciarlo desde hoy. Hay cosas que no se pueden dejar para
mañana. El futuro echa sus raíces en el presente.
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Conclusión. Por todas estas razones, la educación debe ser una educación reflexiva, la
educación debe pensarse a sí misma permanentemente para definir sus desafíos y fijar su
intención.
¿Qué es aquello que queremos transmitir? ¿Qué es aquello valioso que no se puede perder?
¿Hacia dónde se educa? ¿Qué es aquello que podemos esperar que los nuevos introduzcan en el
mundo? Son preguntas que el sistema educativo no puede dejar de hacer sin extraviarse y
empobrecerse. Preguntas que cabe siempre reformular porque la esencia de la educación se
juega en las condiciones de su existencia, preguntas especialmente relevantes para que
sociedades como las nuestras se integren y no se diluyan en el proceso de globalización. Para
poder existir como una sociedad con identidad propia y no como sociedad construida para la
simple imitación de otra sociedad.
Una sociedad que agota su tiempo útil sólo en hacer negocios: en exportar frutas o minerales,
en enseñar oficios, en abrir bancos o farmacias; una sociedad que marcha con los ojos cerrados
hacia donde lleva el mercado, si solo aspira a eso de sí, es la negación de una sociedad
histórica.”
La identidad de un país no está constituida sólo por el número de sus habitantes, por el espacio
geográfico que ocupa, por lo que compra y vende en sus relaciones comerciales, sino ante todo
por la idea que tiene de sí mismo, por su autoimagen moral como sociedad. Todo país requiere
definir ciertos marcos de sentido para guiar su construcción en el tiempo, para fundar los
vínculos de cohesión y colaboración en que pueden llegar a unirse sus distintas generaciones.
Plantear preguntas sobre nuestra identidad es parte de un proceso por el que decidimos qué
haremos en el futuro, en qué trataremos de convertirnos. Es en este contexto que proponemos
considerar las siguientes palabras de Giannini: “La escuela es la gran institución re-flexiva por
la que la sociedad se vuelve a sí misma, para reconocerse e ir, en el tiempo descubriendo,
formulando y confirmando sus propios valores. Así, la gran tarea de preservación cultural en
este siglo consistirá en ofrecer en la escuela y en la educación, en general, un bagaje de
contenidos y actividades que permitan al estudiante reconocer, respetar y cultivar un mundo
comunitario; sus modos tradicionales de sintonizar con la naturaleza y de pactar con ella, de
invocar a sus dioses; que le permitan asimilar espiritualmente (comprender) las experiencias
pasadas y tejer, a partir de sus propias posibilidades, sus proyectos y esperanzas.” 5
Tercera Parte
¿Qué podemos esperar de la educación? ¿Qué podemos pedirle? Respuesta que desarrolle el
mejor ser humano posible, que nos permita progresar en humanidad. Tres propuestas.
1. Educar a sujetos reflexivos.
2. Educar Sujetos autónomos
3. Educar Ciudadanos democráticos.
Pensar: permite hacerse cargo, funda la responsabilidad. Me lleva a reconocer lo que está en
mis manos, lo que depende de mí.
Meta: amistad consigo mismo.
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Giannini, H., Ética de la proximidad: http:/www.schwartzman.org.br/simon/delphi/pdf/giannini.pdf.
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Conócete a ti mismo / Llega a ser el que eres
Fidelidad a sí mismo. Respetarse. Valorarse. Amarse. No traicionarse a sí mismo.
Educar para la autonomía: sentido ético más profundo de la educación (habilitar para la
adultez, poner los cimientos de la persona adulta)
Autonomía : su desarrollo implica un proceso (desde que el niño arme por sí mismo su mochila
hasta el joven que diseña su proyecto de vida)
Educación: proceso de niño a joven
Autonomía: significa que las decisiones de mi vida las tomo yo. Pensar, decidir y actuar por sí
mismo.
Reclama poder decidir algo, pero importa también que sea algo de relevancia.
Urge recordar que la educación y la sociedad son extensivas, que ambas participan de la
sustancia política de la vida humana. Sólo existe una sociedad política allí donde existen seres
educados para hacerla posible. Si aceptamos, específicamente, que la democracia, en tanto
forma de convivencia, es también una realidad moral, reconoceremos que ella debe existir
primeramente en nosotros como un deseo, como un anhelo, que su posibilitación se sustenta en
una voluntad democrática, en un querer práctico que la hace posible, la anima y la impulsa.
Pero la voluntad democrática se educa, se desarrolla y cultiva, nadie nace con ella. La ausencia
de formación cívica debiera ser considerada uno de los más graves indicadores de la mala
educación en nuestro país. La sociedad no puede ser indiferente a la formación del ciudadano.
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Un país que forma sólo individuos auto-referidos se condena sí mismo. Se hace inviable. Se
expone a convertirse en un mero espacio para la lucha de intereses, un territorio de
desconfianzas, una convivencia defectuosa y tangencial, un simple y hobbesiano modus vivendi.
El sistema educativo no puede ser moralmente neutro en este aspecto, ha de comprometerse con
la transmisión de ciertos valores cívicos de cooperación mutua que inhiban las exclusiones, que
dificulten la indiferencia egoísta, que fomenten el vínculo social y el sentido de solidaridad.
Como ha hecho notar Cornelius Castoriadis, “para que los individuos sean capaces de hacer
funcionar los procedimientos democráticos de acuerdo a su “espíritu”, es necesario que una
parte importante del trabajo de la sociedad y de sus instituciones esté dirigido hacia la
reproducción de individuos que correspondan a esta definición, es decir mujeres y hombres
democráticos educados de manera crítica”6.
Una democracia ciudadana sólo puede funcionar si la mayoría de sus miembros están
convencidos de que su sociedad es una empresa común de considerable trascendencia, y que la
importancia de esta empresa es tan vital que están dispuestos a participar en todo lo posible para
que siga funcionando como una democracia.
Una última consideración. Postular la democracia como un proyecto que puede llegar a
movilizar y vincular a los ciudadanos en los esfuerzos de construcción de su sociedad,
reconocerla como una creación histórica, contingente y frágil, pero capaz de operar como
principio de cohesión y autoestima social, no significa postular la conformidad con las
experiencias empíricas a las que hemos llegado. Es cierto que la democracia es una realidad del
todo concreta, pero también lo es que ella consiste en la realidad de un esfuerzo, de un afán, de
un movimiento humano de aproximación a un ideal impulsado por una larga experiencia
histórica que permite explicarnos su génesis y justificar su valor. La democracia refiere a un
proyecto que aún está en desarrollo, abierto a la corrección y perfeccionamiento. Todavía
representa un desafío a la imaginación moral y política. Todavía ella es una oportunidad para
animar nuestra esperanza. Y es quizás en esto donde radica también un vínculo de la educación
con el sentido ético de la democracia.
No hay esperanza sin buena educación No hay buena educación sin esperanza. La educación es
un trabajo de la esperanza. Por eso no cualquiera puede dedicarse a ella. Los escépticos, los
descreídos, los desanimados, los que perdieron la esperanza, nunca serán buenos educadores. La
esperanza es lo que sostiene todo el proceso educativo.
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Castoriadis, C., El avance de la insignificancia, EUDEBA, Buenos Aires, 1997, p. 281