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El formato práctico de las políticas sociales

“A un lado del fogón se encuentra Angelina, una indígena mixteca (…). Los sorbos
de agua hirviendo reducen el dolor de estómago que le provoca el hambre. Son su
medicina. Esta madre soltera de 47 años ha pasado hasta 48 horas sin probar
alimento (…) Angelina es, entonces, la habitante más pobre de la localidad más
pobre de Oaxaca” (Gallegos & Meza, 2016, pp. 32-34). La pobreza constituye,
quizás, el principal problema que hoy enfrentan los Gobiernos de América Latina.
¿Qué política social, en términos generales, podría ser capaz de borrar para
siempre imágenes de este tipo dentro del contexto latinoamericano?

En ese sentido, Titmuss (1958) identifica tres modelos de políticas sociales que se
generan en el mundo hasta la actualidad: el modelo residual, en el cual las
instituciones intervienen únicamente en el caso de que desaparezcan los dos
caminos que constituyen la plataforma para el desarrollo humano: el mercado
privado o la familia; el modelo basado en el logro personal-resultado laboral, a partir
del cual solo los trabajadores reúnen los méritos para ser apoyados por las
entidades de bienestar social; y por último, el modelo institucional redistributivo,
donde las instituciones facilitan los servicios generales fuera del mercado
basándose en el principio de necesidad (de la población).

Cuando se observa la cartera de políticas sociales que se implementan en la región


latinoamericana para combatir la pobreza, la gran mayoría de los programas se
dirigen a mitigar la mala calidad de vida de las personas. Pero, habría que
preguntarse cuáles de los proyectos resultan realmente eficientes. La consulta
sobre este tema ante la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(Cepal), corrobora que, en los últimos 10 años, uno de los países que más avanzaba
en ese sentido era Ecuador. Al resumir lo que había significado su gestión, Correa
(2017) afirmaba: "Son más de 2 millones de personas que han salido de la pobreza,
no con asistencialismo, sino que hemos atacado las causas estructurales".

Autores como Ubasart y Minteguiaga (2017) refieren que el Estado de bienestar no


empasta con la realidad latinoamericana, otros insisten en resaltar algunos intentos
de corta duración (Esping-Andersen, 1993). Cuando se valoran las políticas sociales
implementadas desde la época neoliberal, ciertamente no deja de existir aquella
intervención pública que incide en el bienestar de las personas, ya sea cambiando,
manteniendo o facilitando sus condiciones de vida (Montagut, 2004). Sin embargo,
hasta qué nivel han logrado una verdadera transformación de la vida de las
personas en aspectos como la educación, la salud, la vivienda, y la protección
social. En un ínfimo porcentaje. La región adolece de Estados que privilegian el
crecimiento económico - no tanto del país como de ciertos grupos empoderados-,
en lugar de asumir el papel activo para alcanzar el bienestar social. Prima un
enfoque asistencialista y paliativo, que mantiene el carácter cíclico de los problemas
sociales en cada territorio.

La ideología explica este fenómeno, según expresa Montagut (2004), y de los


intereses que se encuentran esbozados detrás de esta, pueden ser humanos,
económicos, políticos, culturales. Es este uno de los principales sesgos que
intervienen en la concreción de las políticas sociales, los gobiernos llegan con una
idea escasamente contextualizada de lo que pretenden cambiar en sus naciones,
poco se sustentan en las dificultades que le preceden, en los derechos que deberían
defender, en la cultura de sus pueblos.

Los intentos de la región latinoamericana de proveer de una mejor calidad de vida


a las personas se encuentran con una contradicción inesperada: el fracaso del
formato práctico de las políticas sociales como resultado del modelo de Estado de
bienestar.

Los estados de bienestar no han sido tan igualitarios como se esperaba, el fracaso
del gasto público puede ser explicado por la incapacidad para reducir la influencia
del desigual reparto de riquezas, pues ello requeriría de la provisión de los servicios
por igual a todas las partes, ciudadanos, áreas geográficas, intuiciones; ingresos
finales iguales, igualdad de oportunidades; igualdad de costes; igualdad de
resultados (Montagut, 2004, p. 73).

En torno a la implementación de políticas sociales resultan imposible establecer un


consenso. Al plantear varias preguntas, Montagut (2004) ilustra la complejidad del
asunto: ¿Son justos los mecanismos que pueden conducir a la igualdad, si se tiene
en cuenta que hay que ofrecer oportunidades a los de mayor desventaja para
posicionarlos en lugares iguales que los que nacieron con ventaja? ¿Se restringe la
libertad del hombre debido a la operación estatal?

Precisamente, el afán de financiar con el gasto público los programas sociales crea
una segunda crisis: la demanda social supera con creces la oferta estatal. En un
contexto donde cada vez se mercantilizan más procesos sociales en las esferas de
la vida económica, resulta imposible revocar esa crisis del Estado de bienestar, pues
se rompe con una de los acuerdos que le dieron el sustento inicial: lograr el
crecimiento económico, sin el cual resulta imposible establecer la mínima protección
social a toda la población. Uno de los ejemplos de esta realidad es Ecuador, donde
hace mella nuevamente el desempleo, el dualismo social, una política económica
enmarcada en los de ha venido denominando revolución conservadora, y una
creencia en la falta de alternativas (Montagut, 2004). Como elemento cíclico del
sistema capitalista, historias como la de Angelina se extienden por toda América del
Sur.

Las políticas sociales implican decisiones sobre la lógica ético-normativa: para


responder a dos objetivos: la igualdad y la libertad, pero las sociedades modernas
se caracterizan por un egoísmo y burocracia tal, que hacen ineficientes a las
intervenciones, de manera que la gobernanza pierde legitimidad dentro de la
población blanco de las políticas. Habría que coincidir con Esping-Andersen (1993)
cuando explica que el Estado de bienestar requiere no solo de valorar los derechos
que concede, sino cómo se interrelacionan las actividades del estado y del mercado
y cuál es el papel de las familias y la comunidad en la provisión de bienestar.

Referencias bibliográficas

Correa, R. (2017). Los 10 años de Rafael Correa en Ecuador: ¿El más exitoso de
los Gobiernos bolivarianos? (Emol.Mundo, Entrevistador)

Esping-Andersen, G. (1993). Los tres mundos del Estado del bienestar. Valencia:
Alfons el Magnanim.
Gallegos, Z., & Meza, S. (2016). Agua Hervida. Lourdes Angelina Méndez Ramírez.
Tejedora de Sombreros, 47 años. San Simón Zahuattlán, Oaxaca. En S.
Frausto, Los doce mexicanos más pobres. El lado B de la lista de millonarios.
México.

Montagut, T. (2004). Política Social. Una introducción. Madrid: Ariel Sociología.

Titmuss, R. (1958). Essay of the Welfare State. Londres: Allen and Unwin.

Ubasart, G., & Minteguiaga, A. (2017). Esping-Andersen en América Latina: El


estudio de los regímenes de bienestar. Política y gobierno, 24(1).

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