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Existen tres tipos de máscaras reales entre los Kuba: Mwaash Mobooy, relacionada con el rey y Woot, el primer
antepasado; Ngady Mwaash, la hermana-esposa de Woot, y Bwoom, el hombre común. Estos caracteres
aparecen en muchas ocasiones, incluyendo ceremonias públicas, ritos dedicados al rey, iniciaciones y funerales.
A pesar de que sus danzas son generalmente individuales, cuando se presentan juntas representan los mitos
fundadores Kuba. La máscara que se presenta es Ngady Mwaash, Ia hermana y al mismo tiempo esposa de
Woot, así como de todos los hombres. Kuba; Zaire. COLECCIÓN MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURAS.
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Existen tres tipos de máscaras reales entre los Kuba: Mwaash Mobooy, relacionada con el rey y Woot, el primer
antepasado; Ngady Mwaash, la hermana-esposa de Woot, y Bwoom, el hombre común. Estos caracteres
aparecen en muchas ocasiones, incluyendo ceremonias públicas, ritos dedicados al rey, iniciaciones y funerales.
A pesar de que sus danzas son generalmente individuales, cuando se presentan juntas representan los mitos
fundadores Kuba. La máscara que se presenta es Ngady Mwaash, Ia hermana y al mismo tiempo esposa de
Woot, así como de todos los hombres. Kuba; Zaire. COLECCIÓN MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURAS.
Presentación
Pendientes de tableros, presas en vitrinas, inmovilizadas en pedestales, las máscaras nos miran
tanto como nosotros a ellas. En su forzado reposo tal vez extrañen el camino de la selva, la
plaza de la aldea, el frenético retumbar de los tambores y los giros vertiginosos del danzante
cuyo rostro ocultan, así como un espeso manto de fibras vegetales encubre su cuerpo elástico
que repite los movimientos de las bestias y el recorrido de los astros.
Quizá añoren también al coro de hombres, mujeres y niños, participantes en esas danzas,
plenas de contenido social, de esencia cultural viva y actuante.
Tienen, en cambio, nuestra admiración, el hechizo que ejercen sobre nosotros —miembros de
otra cultura— que nos hace desearlas, atesorarlas, acudir a los museos y galerías para
enfrentarnos al sortilegio de su presencia, acaso sin comprenderlas plenamente, pues para ello
sería necesario adentramos en su mundo —tan diferente a nuestro desacralizado mundo
moderno—.
El universo de las máscaras es el mundo mítico, donde hombres y animales participan de una
misma naturaleza transmutable. Donde todas las cosas, montañas, ríos, rocas, árboles, hablan,
oyen, tienen hambre, tienen sexo. Donde el aire está densamente poblado con los espíritus de
los muertos.
En este mundo los relámpagos son la mirada colérica de un dios iracundo. La lluvia está llena de
espíritus masculinos que al penetrar Ia tierra la fecundan. Las hojas de los árboles murmuran al
ser movidas por el viento y los ancianos de la tribu son capaces de entender lo que dicen.
El Museo Nacional de las Culturas se honra en recibir a las máscaras, visitantes que vienen, por
un tiempo, a enriquecer nuestro acervo conformando juntas la exposición África sin límites. A
cambio de su mágico mundo perdido les ofrece al menos la solidez de sus muros. Damos
también la bienvenida a los ancestros, piedras de toque de las culturas africanas. No basta —se
nos dice— estar muerto para ser un ancestro; es necesario haber vivido una larga vida plena y
fecunda. Quieran estos ancestros, que ahora nos visitan, entablar un diálogo con los espíritus
tutelares de este noble edificio: sabios investigadores, insignes maestros, destacados artistas.
Así será más grata su estancia entre nosotros.
Introducción
La idea de esta exposición surge de una convergencia de intereses, nunca antes reunidos, que
vinculan a nuestro museo con coleccionistas mexicanos. A pesar de que el arte africano no es
un campo especialmente difundido en México, la respuesta fue muy alentadora, e inigualable el
interés y apoyo de los propios coleccionistas.
África sin límites tiene por objeto dar a conocer, a través de un conjunto de piezas que han
permanecido en ámbitos privados, ciertos aspectos de las culturas africanas que las mismas
piezas enfatizan. Con este fin, hemos optado por una exposición de “arte” africano, donde las
piezas puedan ser apreciadas más por sus cualidades estéticas que por su contexto
sociocultural.
Hablar de “arte primitivo”, en general, resulta siempre controvertido. Considerar que cada pieza
habla por sí sola, sin la interferencia de ningún bagaje cultural o intelectual, es una afirmación
hasta cierto punto dudosa, ya que la percepción de un objeto depende en gran medida del
escenario que lo enmarca. Un cuadro no provoca el mismo efecto montado en una galería de
arte que arrumbado en el sótano de una casa abandonada. En una galería, se sabe, lo que se
expone es forzosamente arte.
El otro extremo en este juego de posturas radica en plantear que los objetos que carecen de una
documentación exhaustiva sobre su contexto etnográfico no merecen consideración. No
obstante, sólo en el momento en que cristalizamos sus movimientos de danza y acallamos la
música que los acompaña, los podemos hacer accesibles a nuestra cultura visual; al mismo
tiempo, sin embargo, los volvemos irreconocibles y totalmente desprovistos de sentido para las
culturas de donde proceden.
África sin límites pretende situarse a medio camino entre estos dos extremos. El resultado es
una exposición museográficamente libre de ataduras, donde la referencia etnográfica no excluye
la percepción estética de cada objeto. A cierto nivel, creemos, las piezas son elocuentes en sí
mismas; a otro, exigen de una contextualización más amplia que intentamos ofrecer a través de
este catálogo.
En muchas partes de África occidental encontramos máscaras, y en menor medida figuras, que
reúnen en una misma escultura características de diferentes animales, nunca coexistentes en la
realidad. Animales fantásticos, de formas extraordinarias, que surgen de la selva para llevarse a
los niños lejos de las aldeas y de sus madres con el fin de que se conviertan en hombres. Los
mismos seres aparecen de repente en los funerales para tomar lo que les pertenece: las almas
de los difuntos.
La kponyugu es una de Ias máscaras africanas más impresionantes. Reúne en una sola talla elementos de
varios animales salvajes, como fauces de cocodrilo, cuernos de antílope, dientes de jabalí y piel moteada de
hiena. En la frente lleva siempre Ia representación de algún animal mítico, en este caso el pájaro calao,
símbolo de fertilidad, sostiene un camaleón, el primer ser que llegó a la tierra. La máscara sale de Ia selva y
del recinto sagrado dela sociedad secreta Poro —de hecho kponyugu quiere decir “la cabeza del Poro”—
solamente durante Ia temporada de iniciación, cuando integra los jóvenes a Ia sociedad y en caso de
funerales, con el fin de llevar consigo, de regreso a Ia selva, el alma del difunto. Senufo; Costa de Marfil.
COLECCIÓN MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURAS.
cuales sería inaccesible la fuerza vital que brinda la naturaleza. Aun cuando la tierra es en sí
misma fértil, sin la preparación del terreno, Ia siembra en el momento adecuado y los cuidados
constantes, aquélla no produciría los frutos necesarios para el hombre.
Durante la iniciación —narra un mito—, los niños son devorados por Kponyugo, una suerte de
monstruo que los vomita más tarde como hombres adultos. Las escarificaciones (pequeñas
cicatrices abultadas que fungen como tatuajes sobre Ia piel negra) son las marcas que dejan las
garras del monstruo y quedan como signo indeleble del paso de la infancia a Ia vida adulta.
Otras marcas físicas son, según los grupos, la circuncisión de los niños y Ia cliterodectomía de
Ias niñas. La dicotomía cultura-naturaleza se refleja en este proceso: los niños, antes de la
iniciación, son considerados como seres imperfectos, poco definidos, con características
andróginas heredadas del dios creador al nacer. Sin embargo, para lograr la procreación, es
necesaria una diferenciación clara y tajante entre hombres y mujeres. El niño pasa toda su
infancia en un mundo femenino, toma la leche de su madre y convive estrechamente con sus
hermanas. La separación y la reclusión en un lugar apartado de la aldea, así como la
circuncisión, eliminarán todos los elementos
La sociedad Mossi está dividida en dos grandes grupos: uno, de linaje noble, islamizado desde el siglo XVII, detenta el
poder político, mientras que el otro, compuesto por agricultores y herreros instalados desde mucho más tiempo en Ia
región, conserva el poder religioso. Cada máscara pertenece a un clan específico y puede ser utilizada sólo por sus
miembros, que conocen Ia historia particular de cada una de ellas. Esta pequeña rasanwango, “máscara de antílope”,
hace parte de las máscaras de los agricultores y aparece en los momentos más importantes del trabajo agrícola o
durante los funerales, para acompañar al difunto al mundo de los muertos. Mossi; Burkina Faso. COLECCIÓN
FEDERICOHUDSON.
“femeninos” Con que cada hombre nace. El mismo principio se reproduce en el caso de las
niñas. Al eliminar el clítoris, órgano masculino atrofiado, la niña deja de ser un ente indefinido, se
torna completa y absolutamente mujer. El periodo de iniciación, que varía en tiempo e intensidad
según los pueblos, constituye una etapa liminal, una
temporada de transición que se denomina también
“muerte social”. De hecho, estos jóvenes ya no son
niños, puesto que ya ingresaron al periodo de iniciación,
pero tampoco son hombres porque no han terminado tal
proceso. Al situarse entre dos etapas distintas, son
socialmente inclasificables. Es una fase de gestación en
el sentido más preciso del término: una temporada que
permite “moldear” al nuevo individuo. Bajo la
supervisión de los ancianos, los jóvenes aprenden todo
lo que tienen que saber para desarrollarse en su vida
futura, como las técnicas y los secretos de la labranza
de la tierra y de la caza, la estructura política y
genealógica de su grupo, las normas dictadas por el
sistema de parentesco, los mitos sobre el origen del
mundo y de los hombres, la ejecución de los ritos y de
las danzas. Una vez concluida esta educación y
después de haber alcanzado un cierto nivel de
aprendizaje, Kponyugo regresa al mundo a los
iniciados, los cuales vuelven a nacer como hombres
adultos con todos sus derechos y obligaciones. La
iniciación es una marca cultural, física e intelectual,
sobre la condición natural de cada hombre; sólo a
través de este proceso, el individuo entra a formar parte
de la sociedad.
Representaciones zoomorfas de los tiempos primordiales, las máscaras de los Guio constituyen una categoría
particular de seres, ni hombres ni animales. Originalmente pertenecían al mundo de los fieras selváticas, pero han sido
llevadas al pueblo, dominio de Ia cultura y de los hombres, ya no de la naturaleza. La máscara expuesta se conoce
como zombie y es la representación dela “belleza masculina joven y fuerte”. Estas cualidades están simbolizadas por
los elegantes cuernos de antílope junto con Ias terribles fauces abiertas del leopardo. Su aparición en el pueblo es
signo de buena suerte. Guro; Costa de Marfil. COLECCIÓN MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURAS.
La máscara ndemba acompaña a los jóvenes iniciados y los protege durante todos los ritos de iniciación Nkanda,
Estas máscaras son utilizadas sólo por los neófitos que, en Ias danzas de salida del periodo de reclusión, los
sostienen frente a su cara; después serán quemadas o vendidas. Su extraña forma expresa el estado ideal andrógino,
donde los principios femenino y masculino se encuentran unidos y en equilibrio: Ia nariz prominente y los picos en Ia
parte superior son atributos masculinos, mientras que las formas redondas y Ias fibras vegetales están relacionadas
con Ia mujer. Yaka; Zaire. COLECCIÓN MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURAS.
Las mismas máscaras que participan en la iniciación aparecen también durante los funerales. La
muerte, inevitable pero sorpresiva, ha sido una de las preocupaciones constantes de todas las
culturas. La muerte irrumpe dramáticamente en la cotidianidad y rompe el orden establecido; los
ritos funerarios nunca están dirigidos a conjurar la muerte, como a menudo se tiende a pensar,
sino más bien a restablecer este orden constituido dentro de la sociedad. Este es uno de los
momentos más importantes de las danzas con máscara. Los seres fantásticos, que representan
ideas y conceptos bien definidos, son los encargados de alejar de la aldea lo que ya no
pertenece a Ia sociedad de los vivos. El difunto debe abandonar Ia aldea y reincorporarse al flujo
vital de la naturaleza. Dado que los muertos son un elemento perturbador de la vida y el orden
social, que amenazan con confundir los límites entre dos mundos, Ia máscara se lleva su alma y
hace posible de esta manera que el mundo de los vivos quede separado del mundo de los
muertos.
Esta gran máscara horizontal es llamada bugendende, que quiere decir mariposa , y representa, como muchas otras
de esta región, el espíritu tutelar Do, hijo del creador encargado de velar sobre los hombres. El espíritu Do encarna
todo lo que pertenece a Ia selva y al ámbito dela naturaleza; aparece en el pueblo sólo después de una calamidad,
como puede ser Ia muerte, con el fin de restablecer el orden social. Bwa; Burkina Faso. COLECCIÓN ROBERTO
CORTÁZAR.
La decoración de las telas de algodón, tejidas por los hombres, está a cargo exclusivamente de las mujeres. Las telas
decoradas con motivos geométricos, utilizadas como vestimenta, se conocen como bogolan fini, que se traduce
literalmente con “pintar Ia tela con tierra”. De hecho, el dibujo en negro se obtiene gracias a varias aplicaciones de una
tierra muy fina color gris, hasta alcanzar Ia densidad deseada. Bamana; Mali, región de Farako. COLECCIÓN MUSEO
NACIONAL DE LAS CULTURAS.
Un mito Dogón ilustra muy bien la necesidad de esta separación. En un principio, los hombres no
morían sino se convertían en serpientes y entraban a un mundo donde se hablaba la lengua de
los espíritus. Lebe, el hombre más viejo entre los Dogón, se estaba transformando en serpiente
cuando fue molestado por unos jóvenes; enojado, les gritó en la lengua prohibida para los
hombres. Esta infracción fue la causa de su muerte; Lebe se convirtió en el primer antepasado
Dogón e introdujo así la muerte en el mundo. Para apaciguar su rabia, se hizo una máscara en
forma de serpiente que alojara su espíritu y se empezaron a instituir los ritos funerarios.
La muerte por sí sola, sin embargo, no garantiza el estatus de antepasado. La muerte ideal, a la
cual cada persona aspira, se alcanza sólo después de una vida larga y plena, es decir, como
anciano o anciana iniciados que han contribuido de una u otra manera a la vida de la comunidad
y que además tienen mucha descendencia. Los ritos funerarios para estas personas repiten en
cierto modo la iniciación; es el rito de paso final que simboliza su nacimiento como antepasados
espíritus benéficos para los que le sobreviven. Después de la muerte, el difunto servirá de
intermediario entre el mundo de los vivos y la esfera sobrenatural. Los vivos dependen de los
muertos para su bienestar, felicidad, fertilidad, buenas cosechas y suerte en la caza, por lo cual
se les rinde culto. Entre algunos grupos se cree que los antepasados más importantes se
manifiestan de cuando en cuando en un recién nacido de su familia, dotándolo de cualidades
particulares.
En muchas partes de África occidental y central, en los altares dedicados a los antepasados se
observan figuras en pareja, hombre y mujer, que se relacionan con la fertilidad y el poder de las
generaciones en el ciclo de vida. La insistencia sobre la fertilidad y la importancia de una
descendencia numerosa se debe a que los hijos no sólo garantizan el bienestar de sus padres
en vida, como sucede en la mayoría de los pueblos agricultores, sino también proveerán un
funeral conveniente y asegurarán la transición del difunto al estado de antepasado.
En otros casos, como entre los Senufo de Costa de Marfil y los Dogón de Mali, las esculturas en
pareja representan la pareja primordial de la que provienen todos los hombres. En casi todos los
pueblos africanos existe la creencia en un dios creador que dio origen al mundo y a todos los
seres vivientes, al cual sin embargo no se le rinde culto. Se le considera como un ser andrógino,
completo y perfecto en sí mismo. De él surge Ia pareja originaria, concebida como gemelos, los
cuales, a pesar de tener un principio común, nacen ya con una diferenciación sexual,
necesitando el uno del otro para su reproducción. A esta idea se debe, probablemente, la
importancia que se les otorga en muchos pueblos a los gemelos, considerándolos como seres
más próximos al ideal humano y a la creación.
En Ia selva tropical de la actual Nigeria, los Edo Figuras femeninas y masculinas como Ia
fundaron el reino de Benin alrededor del año representada son guardadas en pequeños templos
1200, mismo que alcanza su mayor apogeo sobre altares de tierra. Serán sacadas sólo en
entre los siglos xv y XIX. Expulsado del país caso de una muerte y colocadas a Ia cabeza del
por los ingleses en 1897, el Oba —rey de difunto con el fin de que absorban su fuerza
Benin—, regresa de nuevo a Nigeria en 1914, espiritual. De esta manera, estas esculturas se
donde trata de revivir las antiguas tradiciones. convierten en intermediarios con el mundo de los
Esta hermosa escultura de bronce, obtenida muertos, donde acompañarán al difunto antes de
con Ia técnica de la cera perdida, ser depositadas otra vez en el altar de los
probablemente formaba parte del altar de los antepasados. Dogón; Mali. COLECCIÓN
antepasados reales,donde se colocaban Ias MARCELA GUERRA.
cabezas de bronce de los Oba difuntos. Cultura
Benin; Nigeria. Probablemente siglos XVIII-XIX
COLECCIÓN RICHARD JOSEPH KEMPE.
En cambio, los hombres y Ias mujeres que nacen de la pareja originaria están irremediablemente
marcados desde un principio por una tajante separación entre ellos, contra la cual se enfrentarán
toda su vida. Muchas de las instituciones sociales no son más que intentos por salvar esa
condición de separación tan tajante entre hombres y mujeres para reforzar el principio de
complementariedad y lograr así la sobrevivencia.
Regresemos aquí por un momento a los ritos de iniciación, donde decíamos se eliminan los
elementos femeninos que hay en cada hombre y viceversa. Evidentemente, a la luz del mito
citado, esta “operación” se hace necesaria puesto que la más imperativa de Ias condiciones
humanas es que el hombre y la mujer deben ser seres completamente diferenciados, como lo
marca la misma creación, para poder vivir y, sobre todo, reproducirse.
Otras sociedades, menos conocidas, se dedican a supervisar los trabajos agrícolas. Estas
asociaciones no incluyen a todos los hombres de la comunidad, ya que los aspirantes deben
pasar por otro rito de iniciación, mucho más específico en este caso. Por dedicarse a los trabajos
agrícolas, que están relacionados directamente con las fuerzas naturales, estas sociedades
utilizan máscaras de animales mitológicos y con formas fantásticas. Como ejemplo, tenemos al
bien conocido tocado chi wara cuya forma estilizada de un antílope ha fascinado desde hace
mucho tiempo a los coleccionistas occidentales.
Los tocados chi wara son Ia representación de un ser mitológico medio hombre, medio animal, que introdujo Ia
agricultura entre los hombres; en efecto, chi significa “trabajar” o “cultivar”, mientras que wara quiere decir “animal
salvaje”’. El ejemplar fotografiado a Ia izquierda es la estilización de un antílope macho asociado con el sol, mientras
que la hembra —representada siempre con su cría en Ia espalda—, está relacionada con Ia tierra; Ia vestimenta de
largas fibras vegetales que recubre los danzantes simboliza el agua. Estas danzas siempre aparecen en pareja,
puesto que es necesaria Ia cooperación entre hombres y mujeres para garantizar Ia continuidad de Ia vida, así como
Ia unión del sol, Ia tierra y el agua es indispensable para una buena cosecha. El otro ejemplar, a Ia derecha,
completamente de otro tipo, es característico de Ia región de Ouassoulou. Bamana; Mali, región de Ségou.
COLECCIÓN MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURAS. Bamana; Mali, región de Ouassoulou. COLECCIÓN DAISY
ASCHER.
Sin embargo, la simbología del chi wara no resulta evidente a simple vista, como nos indica uno
de los ejemplares (foto derecha, página anterior), que del antílope conserva tan sólo los cuernos.
Su cuerpo representa a un cerdo hormiguero (Orycteropus afer) o a un pangolín (Manis
tricuspis), el primero relacionado con el desarrollo de las raíces del sorgo y el segundo con el
crecimiento de la parte aérea de la misma planta.
Los chi wara acompañan con sus danzas a los agricultores durante la preparación de los
campos y dictan el tiempo de siembra y cosecha. Incitan y alaban el trabajo de los mejores
agricultores y organizan competencias agrícolas entre los jóvenes de la aldea, cuyos vencedores
se cubren de prestigio y honor frente a las mujeres.
Las agrupaciones más poderosas y temidas son aquellas que se dedican a mantener el orden
social y jurídico de la comunidad. Una de las más conocidas es la sociedad Poro, que juega un
papel preponderante en la cohesión social de muchos grupos de la región de Costa de Guinea.
El Poro se encarga de la iniciación de los jóvenes y de los funerales de sus iniciados, pero
también de todas las cuestiones políticas y jurídicas que surgen en la comunidad. En caso de
crimen o delito, los miembros más ancianos del Poro dictan y ejecutan la sentencia. Su identidad
queda en el anonimato al utilizar ciertas máscaras que los convierten en meros instrumentos a
través de los cuales los antepasados hablan y asumen el poder de vida o de muerte del presunto
culpable. La sociedad Ogboni o Osugbo cumple un papel análogo entre los Yoruba de Nigeria.
Los adivinos y los curanderos, y en muchos casos también los herreros, forman generalmente
grupos sociales particulares y se organizan, según sus oficios, en castas separadas del resto de
Ia sociedad, compuesta por agricultores. Tienen sus propias asociaciones, más o menos
secretas, sus propios ritos de iniciación y funerales. En algunas de ellas se transmiten, de
generación en generación, Ias técnicas propias a cada oficio, que son generalmente hereditarios.
En caso de calamidades que afecten a toda la comunidad o a individuos, son los adivinos y los
curanderos quienes determinan las causas y establecen las posibles soluciones.
Como en muchas culturas, los títeres africanos tienen sus raíces en Ias máscaras y las numerosas tallas en madera
de carácter ritual. A pesar de que actualmente esta expresión artística y teatral esté sufriendo un proceso de
desacralización bastante rápido, Ia tradición de las marionetas en Ias aldeas rurales sigue cumpliendo su función. En
Ias noches, alrededor del fuego los viejos “cuentahistorias” entretienen a niños y adultos con leyendas y cuentos
fantásticos sobre cómo Ia araño venció al elefante o por qué el leopardo tiene sus manchas. Bamana; Mali.
COLECCIÓN MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURAS.
Esta pieza es un ejemplo de cómo los objetos de arte se convierten en una reafirmación visual constante de cierta
jerarquía social. Los Bamileke fueron una sociedad fuertemente estratificada, encabezada por un rey con atributos
divinos, una corte de funcionarios nobles y una serie de asociaciones que detentaban el poder administrativo y
jurídico. Este extraordinario banco en madera, con figuras zoomorfas en latón, es un símbolo de poder real por varias
razones: el uso del metal era exclusivo del rey y su corte; por otro lado, el leopardo, por sus características de
agresividad y agilidad, representa simbólicamente la persona del rey; las tortugas talladas en madera evocan Ia
longevidad, mientras que las ranas en latón son la representación de Ia fertilidad. Bamileke; Camerún. Principios siglo
XX. COLECCIÓN RICHARD JOSEPH KEMPE.