algo que apareeta en la primera pigina del peridico
local: Lucia se acereé a ellas con el corazén an-
ddado por un mal presentimiento. Adivin6, un se-
fgundo antes de verla, que era la fotografia del
hhombre encontrado la vispera, y no se sorprendis
ceuanda, al ponerse los fees, iey6 bajo la foto el
nombre de Robert Harsinson,
Marvel Mevenc
BL vIOLN
A Helena Araite
Alice enhebré en la aguja un hilo rosado y ean
dose los lentes empez5 a bordar. Su almuerz0 le
hhabia quedado excelente: Ia entrada de huevos con
selatina, la carne al curry acompanada de aeroz
el postre cuya preparacisn Te hata exigido mis de
dos horas en la cocina, Sentados en la terraza,
frente al jardin, bajo un rojo parasol, sus invitados
Debian ahora una taza de café mientras ella bordaba
Jos pétalos de las Mores indicadas en la earpeta que
pensaba colocar en su mesa de noche. Un radiante
Sol de primavera calentaba su cuerpo de ordinario
encogide por el fri, pero las rfagas de brisa que
de repente empujaba el mistral la hacian acordarse
Gel inviero pasado: negro, helado, y ella, acostada
fen su cama, con las cortinas corridas e incupaz de
comer, yaeia bajo las garras de la depresion. EnParis su hija haba conocido a un australiano, se
casarfa dentro de poco, se irfa; es0, saber que per-
deria a Nicole, le haba producido una pena tan
hiriente que ninguno de sus calmantes habia lo-
‘grado disipar: meses de dolor, meses de silencio,
4 nadie le habia comentado Su intolerable sufti-
miento al imaginar a Nicole lejos de ella, més alld
de ticrtas y mares, viviendo en el contin del mando
‘on un descendiente de forzados. Aunque lo mismo
hhabria sentido si fuera millonario americano o lord
inglés; desde cuando nacié y la tuvo entre sus bra-
20s habia temido aquel momento. Duro habia sido
cenviarla a un intemado en Paris apenas se volvig
adolescents porque su médico se lo habia aconse-
jado: Nicole no debfa verla postrada en una cama,
2 oscuras, atiborrandose de somniferos, Y ast pa
saron los anos mientras Nicole terminaba sus estu-
dios de bachillerato y, mas tarde, los de derecho.
Pero se iba el inviemo, cesaba la lluvia, el cielo
resplandecia y enel jardin se encendfan de amarillo
Jas mimosas. Con la luz su depresién se disolvia,
salia de las tinieblas a una bruma transparente en
Ja cual le era posible alimentarse, limpiar la casa,
poner flores en los jarrones. Cuando Nicole regre
saba a pasar vacaciones la encontraba dinamica y,
fen cierto maxlo, feliz. Era la época en que invitaba
‘asus pocos amigos y preparaba aquellos almuerzos
que la hacian acordarse de sf misma treinta afios
aris, joven y decidida a ser dichosa con Cyrille,
abandonando su vocacidn y las ariscas soledades
de la independencia, Instalada en el Midi se habia
convertido en el ama de casa que ninguna de tas
‘mujeres de su familia habia sido; fregaba los pisos
¥ lavaba la ropa, cosia y arrancaba las malas hierbas
el jardin. El nacimiento de Nicole haba eolmado
sus aspiraciones y terminado definitivamente su
frustrante vida sexual, pues desde ese instante, y
sin dar explicaciones, Cyrille se habia instalado en
‘tro cuarto y nunca més habia intentado buscar,
Sin embargo, las depresiones haban comenzado
ppocos meses despues de su matrimonio, envolvign-
dola en vientos de locura, precipitindola en abis-
‘mos de sepulcro, dejéndola maltratada y sola como
tun guijaro reventado por las olas sobte la playa,
Cyrille se comportaba muy bien con ella, debia
reconocerlo; le tata cada da las escasas compotas
‘que su anorexia toleraba, y é1 mismo le daba sus
raciones de somnfferos y calmantes para evitarle
la tentacién de un suicidio: que, en el fondo, todas,
hhasta su propio médico, sabfan inevitable
Sintis sobre ella la mirada inquieta de su madre
¥y tuvo la impresién de que una vez mis habia
‘aptado sus pensamientos. Su madre poseia antenas
con las cuales sondeaba su mente: tantas veces la
hhabfa escuchado hablar durante sus delirios depre-
sivos que un ligero rictus en su boca, vn frunci
miento de ceo o el incontrolable tic que ahora
brincaba bajo su parpado derecho le permitian se-
_uramente adivinar las congojas de su espiritu, Si
su madre sabia: desde el momento mismo en que
tomé aquella decision defintiva y seereta, viendo
aque! hombre, al novio de Nicole, musculoso y
eportivo, pero con un cerebro de legumbre, anun
ciarles que cada tres afios vendrfan i visitarios: Ie
‘oy6 decir cada tres anos, y su coraz6n se contrajo
‘como mordide por los colmillos de una fiera;enton-ces, penss, nada poxiré detenerme, ninguna razén
‘me queda para seguir aquf; pues su Vida se reducta
‘una lucha permanente contra las ideas Iigubres
y los recuerdos cristes, las preguntas cuyas respues-
tas le confirmaban que el mundo carecfa de sentido.
Habia pensado aquello y su madre comprendié en
cl acto que ya nada podria detenerla
Alice se quite los lentes para ofrecer a sus invi
tados otra taza de café. Le gustaba imaginarse asi:
vestida con un sasire de jersey tejido por ella mis
‘ma, con las ufias sin pintar y el rostro sin maquillaje
afin de demostrarle todo el mundo su indiferencia
tante los primeros asaltos de la vejez; le gustaba
dar la impresién de ser equilibrada, serena; y sen-
tirse admirada por sus almuerzos, su servicio de
café, el orden perfecto de su casa. Aunque alli,
entre sus invitados. habya alguien que no la admi-
raba en absoluto: Martine, su amiga de infancia,
su companera de estudios en el conservatorio, que
a observaba como si la creyese jugando una come-
dia; habia sentido su mirada perspicaz y ligera-
‘mente iréniea cuando, al sentarse bajo el parasol,
ella abrié su canastilla de costura; podia seguir las
‘tapas de su razonamiento: eso es, se habria dicho,
ayer sacudi6 tapices y enceré muebles, limpié a
fondo su cafetera de plata; esta mafana se levant6
temprano para preparar salsas y postres; y ahora,
convencida de habernos maravillado, se pone a
bordar una carpeta para dar el toque final a su
representacién de burguesa feliz. Martine no podia
comprender que aquellos actos, al parecer anodi-
nos, le ayudaban a ejercer un control sobre su men-
te, aoffecerle a Nicole una imagen de paz mientras
vila a
terminaban las vacaciones de verano; tejer la ador-
mecia, bordar le calmaba los nervios, y su hija
podia irse a estudiar a Parfs o casarse con un aus-
traliano sin sentirse culpable de abandonarla. No
obstante, admitia que habia algo de ridiculo en eso
de ponerse a coser después del almuerzo,
Miro a Martine: a pesar de tener su misma edad
parecia diez aos menor que ella. Martine era el
primer violin de una orquesta sinfnica americana
Y su carrera se habia desarrollado sin contratiem-
pos. En el conservatorio no parecia muy brillante,
pero a fuerza de paciencia y tenacidad obtuvo lo
que, desde su juventud, ya querfa: trabajar en los
Estados Unidos, ganarse su propia vida. A pesar
de su reserva, Martine debfa quererla un poco, 0
de lo contrario no se tomaria el trabajo de venir a
verla cada vez que viajaba a Francia. Volvié a
mirarla de reojo: levaba, cruzado sobre los hom-
bros, el chaleco violeta que ella misma le habia
Iejido ese aio en los breves momentos de tregua
que la depresiGn le dejaba; desde el principio se
hhabfa hecho cargo de la situacién aceptando con
humor al resto de sus invitados: la vieja alemana
Gertrud, viuda de un general de Ia Wehrmacht,
que adoraba secretamente el orden y la disciplina
del régimen nazi; Jean, antiguo profesor de filoso-
fia, fascinado atin por la gran fiesta de mayo del
sesenta y ocho; Philippe, cuyo titulo nobiliario re-
:montaba hasta los tiempos de las Cruzadas, volun-
tariamente silencioso porque s6lo podia hablar de
cacetias y aella, Alice, le mortificaba que se matara
por placer a los pobres animales; y su madre, cu-
bierta por un sombrero de paja y flores de seda ya