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Repara por tus pecados

Aquí estoy, desfogando todo el amor que te tengo. Aquí estoy tomando
tu vida, y presentándola a mi Padre como ofrenda eterna de amor; me
he hecho prisionero de amor por ti.
Mi Sagrario es la dulce prisión en la que te espero: para abrazarte,
para llevarme tu dolor, tu angustia, tu soledad.
En el Sagrario me gozo: cuando llegas hacia Mí con un corazón
contrito y humillado, cuando vienes suplicando mi perdón, mi
misericordia.
Te he propiciado este momento, para que repares por tus pecados;
pecados que han herido y lacerado mi Cuerpo Santísimo; pecados que
han ahondado las espinas de mi corona de espinas con tus malos
pensamientos; pecados que han clavado espadas puntiagudas de
dolor con tus malos sentimientos.
Te he dado la oportunidad, en este día, para que reconozcas: tu
miseria, tu nada, para que te sientas necesitado de mi amor, de mi
comprensión, de mi ternura.
Te he propiciado este momento, para que te postres a los pies de mi
Corazón Eucarístico y llores por tus faltas; faltas que ya te las he
perdonado cuando acudiste a Mí y me pediste perdón en la presencia
de mi sacerdote.
Te he propiciado este momento, porque quiero devolverte el gozo, la
alegría a tu corazón; entiende que el amor terrenal es imperfecto, el
amor terrenal no te llena, no sobrepasa la medida de tu corazón;
entiende que los placeres del mundo no perduran, los placeres del
mundo te producen gozo transitorio.
¿Qué queda después? Remordimiento de conciencia, amargura en lo
profundo de tu ser.
Te he propiciado este momento: para que con tu recogimiento, recojas
mi Sangre Preciosa despilfarrada y desparramada; para que con tu
recogimiento y firme propósito de no volver a pecar, sanes las heridas
de mi Cuerpo Adorado; porque, aún, soy azotado por los pecados de
los hombres; aún, soy maltratado, relegado, excluido por muchas
almas; almas que, aún, no han encontrado la verdadera felicidad,
porque no me conocen; almas que se dejan abstraer por los engaños
del espíritu del mal.
Te he propiciado este momento, para que hablemos de tú a tú.
Cuéntame de aquello que te atormenta, de aquel recuerdo de tu
pasado que quisieras sanar en este mismo instante; cuéntame de
aquella mala experiencia, de aquella caída que te ha marcado con el
sello del desamor y de la desolación; cuéntame de aquellas cosas que
quisieras olvidar, de aquellos acontecimientos que quisieras borrar del
libro de tu vida. Nunca aparté mi mirada de ti, aún en aquellos
momentos de desamor; aun en aquellos momentos, en que te llamaba
y no me escuchabas; aun en aquellos momentos, en que caminabas
velozmente a la perdición.
Repara por tus pecados. Pídeme perdón y te lo daré en abundancia.
Pídeme perdón y te abrazaré, como abracé aquel día al hijo pródigo:
hijo que malgastó la herencia; hijo que creyó encontrar la felicidad, en
los halagos y seducciones del mundo. Pídeme perdón y te levantaré
del fango en que te encuentras. Yo mismo te bañaré con el Agua Viva
que brota de la fuente inagotable, inextinguible de mi Sagrado
Costado. Pídeme perdón, y ahora mismo con mi Sangre Preciosa,
sanaré las llagas purulentas de tu alma.
Repara por tus desvaríos de juventud; repara por los errores, por los
pecados que aún hacen eco en la profundidad de tu ser. Quiero
sanarte, quiero darte la libertad que necesitas, para que camines
siempre por caminos angostos y pedregosos. Ya no más dolor, ya no
más de mirar hacia atrás; aprende a vivir el hoy y el ahora. Recuerda
que ha cada día le basta su propio afán. Ya no abras puertas a la
tentación y por ende al pecado. Permíteme sellar tus sentidos;
permíteme guardarte en uno de los aposentos de mi Sagrado
Corazón, para que no vuelvas a caer. He tenido misericordia contigo,
he tenido compasión de ti. Por eso, te he permitido, en este día,
postrarte a mis pies, como lo hizo un día la mujer pecadora. Ella
reconoció su fragilidad y debilidad humana, ella se sintió: sucia,
pisoteada, subvalorada, menospreciada; y cuando se encontró
conmigo, se sintió amada por un amor puro, cándido, trasparente.

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