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Indulto Navideño: la impunidad del neoliberalismo

Goya Wilson y Rafael Salgado1

Es difícil pensar en términos de crisis del neoliberalismo después del "regalo navideño" otorgado por el
presidente Pedro Pablo Kuczynski al fujimorismo, el cual legitima las políticas neoliberales implementadas
en los años 90’. El indulto al dictador Alberto Fujimori, condenado a 25 años de prisión por crímenes de
lesa humanidad, había sido públicamente desestimado por el mismo Kuczynski y su entorno, e incluso se
había negado en reiteradas ocasiones que existiese un proceso en curso en el Ministerio de Justicia y el
Ministerio de Salud. Aún ahora se sigue negando, y no es posible acceder al expediente porque el MINJUS
se rehúsa a entregarlo a pesar de la solicitud de la Defensoría del Pueblo. La negativa a entregar los
expedientes ha sido una práctica sistemática de las fuerzas armadas frente a las investigaciones judiciales
por violaciones a los derechos humanos. ¿Qué se intenta ocultar?

No es que estemos en contra de la categoría del indulto humanitario, es que nos queda claro que el indulto
a Fujimori fue otorgado por razones políticas y no por razones. “Nadie debería morir en la cárcel”, dijo el
ex presidente Ollanta Humala y estamos totalmente de acuerdo. Sin embargo, en su gobierno y en todos los
otros, casos como el de Jaime Ramírez Pedraza, que murió en la carcel con ELA (esclerosis lateral
amiotrófica), son ejemplos de una realidad en la que un indulto político se reviste de humanitario, mientras
otros mueren en prisión esperando un poco de humanidad.

El indulto como pieza de negociación política

Desde que Alberto Fujimori fue condenado, la posibilidad de un indulto humanitario al reo fue una
constante en la política peruana. Cada crisis de los últimos gobiernos traía consigo un anuncio sobre un
posible indulto. Tanteaban el escenario, mientras públicamente generaban un debate sobre su salud, las
condiciones de su celda o sus visitas. En el gobierno de Humala se discutió esa posibilidad, intentándolo
asociar con la reconciliación, como si el indulto fuese un paso necesario para esta, y no una medición de
fuerzas entre grupos políticos buscando o reafirmando cuotas de poder. En esta ocasión, la crisis casi
terminal de PPK devino en negociación política a espaldas de la ciudadanía, sellando un pacto de
impunidad.

En diciembre último, el indulto a Fujimori estuvo ligado al proceso de vacancia impulsado contra
Kuczynski por delitos de corrupción, al hacerse público el nexo de sus empresas con el caso Odebrecht. La
libertad de Fujimori, apareció, así como un burdo intercambio: el indulto del patriarca Fujimori a cambio
de mantener la presidencia de Kuczynski. Cierto, pero es más profundo. El indulto mostró la vigencia de la
articulación entre sectores políticos - grupos económicos - sectores militares, consolidada durante el
gobierno fujimorista. Lo que se busca es legitimar esta articulación y el sistema que sostienen, dejando
impune todos los crímenes cometidos.

El mensaje más claro que nos deja el indulto es la impunidad. Por un lado, porque se libera a un criminal
de lesa humanidad que aún tiene juicios pendientes y por otro lado, porque se mantiene en el gobierno a

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Activistas por la memoria e integrantes de Hijxs de Perú

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corruptos con claros indicios de delitos y con investigaciones en curso. Pero también, es una forma de
decirnos que el sistema neoliberal implantado por la constitución de 1993, que vulnera diariamente nuestros
derechos, sigue vigente y puede profundizarse. Además, que continúa teniendo un alto respaldo de sectores
internacionales neoliberales, que apoyaron su implementación en esos años, y por consiguiente no les
molesta la impunidad ni las violaciones a los derechos humanos siempre y cuando se mantenga el régimen
político que articula en Perú la globalización financiera.

Las mismas declaraciones de Kuczynski han ido más allá de las "razones humanitarias" al calificar los
crímenes del régimen fujimorista como "excesos" y "errores". Este no es un discurso nuevo, ha sido
largamente repetido desde la derecha peruana, lo nuevo es el lugar de enunciación: la presidencia de la
república. Al sumarse Kuczynski, se demuestra y legitima un discurso homogéneo de la derecha peruana,
incluso de aquella que se presentaba como alternativa al fujimorismo. En ese discurso, las demandas de las
víctimas por verdad y justicia, son equiparadas con un discurso de odio. ¿Qué pretende el presidente al
decirnos "la justicia no es venganza"? Si nunca lo ha sido para las familias y quienes han luchado por estas
demandas. Se trata de deslegitimar las décadas de luchas de diversos grupos para obtener algo al menos
cercano a la justicia, pues lo que hasta hoy se ha obtenido es indiferencia e impunidad.

Impunidad y reconciliación en el Perú de hoy

Catorce años después de entregado el informe de la CVR miles de casos continúan impunes. Aún hoy miles
de familiares que llevan décadas buscando a sus desaparecidos no encuentran justicia. El discurso de
“voltear la página” legitimado con el pacto de impunidad, a través del indulto y la gracia presidencial
concedida a Fujimori, manda otro mensaje claro: no hay voluntad política para afrontar crímenes de lesa
humanidad, como el caso Pativilca (1992) hoy en el fuero penal. Esta situación es más compleja aún para
las y los familiares o ex militantes del MRTA o SL, quienes, habiendo sufrido tortura, violación,
desaparición, o asesinatos, no pueden ser consideradas víctimas según la legislación peruana.

Desde el mismo momento de su anuncio, el indulto ha suscitado un masivo rechazo. En las calles, diversas
convocatorias a nivel nacional han movilizado a miles de personas evidenciando no solo el alto rechazo al
indulto y todo lo que significa en términos de impunidad y continuidad neoliberal, sino también como
continuidad histórica con las luchas por la defensa de la democracia, la vida y los territorios. En esta
diversidad de luchas que van camino a articularse, es la juventud la que ha demostrado mayor dinamismo
y capacidad de superar el estigma de los grupos de poder que los califica de terrucos o cuestionan que no
tienen memoria porque no lo vivieron. Ahí están ellxs demostrando que rechazan las consecuencias que
dejó el fujimorismo, y que la memoria es más que la sola vivencia, que es más bien la forma de reinterpretar
el pasado, para cuestionar el presente y construir el futuro. Por ello tenemos delante el reto de lograr articular
todas estas expresiones de descontento con la realidad que vivimos. Debemos reconstruir ese tejido social
que destruyó la guerra y la dictadura para luchar por construir objetivos comunes donde ninguna lucha sea
más importante que la otra porque entendemos que al final todas hacen parte de la lucha contra este sistema.

El gobierno sabe que mantener esta situación de impunidad no será fácil. Por ello activan todo tipo de
mecanismos, un marketing social y político de lo que llaman reconciliación. En realidad, tras ese discurso
de reconciliación, lo que hay es una manera de imponer cierto uso de la memoria para crear y mantener
división entre diferentes sectores de la sociedad peruana, y sobre todo para eliminar toda oposición o

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construcción de propuestas alternativas a dicho sistema. Se busca finalmente, acabar con nuestra memoria
para seguir reforzando la idea que no hay cambio posible.

Si bien es cierto el conflicto armado interno terminó hace años, muchas de las medidas implementadas en
esos años continúan. No hablamos solamente de las políticas neoliberales y de los impactos que éstas han
tenido a nivel económico, social, cultural, ambiental y político. Hay un conjunto de mecanismos
implementados en estos años tanto para construir un sentido común favorable a estas políticas neoliberales
como para eliminar toda resistencia-disidencia. Así para la construcción de ese sentido común se activan
diversos mecanismos del marketing de la reconciliación y mecanismos legales expresados principalmente
en la legislación antiterrorista promulgada durante el Fujimorismo, la cual pese a ciertas modificaciones
sigue vigente y es usada en los procesos legales que se desarrollan contra todo aquel que cuestione el actual
modelo desde los que luchan por la defensa de sus territorios hasta las luchas LGTBI+.

En esta polarización de la opinión pública y de las organizaciones sociales, quedan de un lado quienes al
demandar verdad y justicia son tildados de “terroristas”, y de promover odio. Mientras que del otro lado
estarían quienes promueven la reconciliación, quieren dar vuelta a la página y vivir en paz. Ese discurso es
uno de los mecanismos utilizados, una vez más, para mantener viva la idea del terrorismo, y se agrava al
utilizar a las y los ex-militantes de Sendero o el MRTA para demostrar su vigencia, aún si han reconocido
sus responsabilidades, pedido perdón, cumplido sentencias, expresado su renuncia al uso de la violencia, y
reclaman su derecho a la reinserción social y política. Todo eso es también dirigido a sus familiares, quienes
ni siquiera fueron parte de los grupos armados, reproduciendo una peligrosa estigmatización.

Al implantar esa división entre los que quieren la “reconciliación” y los que no, se limita la posibilidad de
complejizar el entendimiento sobre lo ocurrido en esos años, así como de lograr construir una sociedad
diferente a aquella que produjo la guerra y todas sus consecuencias, entre ellas, la deshumanización de lxs
otrxs. Es además útil para simultáneamente legitimar los pactos resultantes de las luchas de poder entre las
élites políticas del país y deslegitimar la protesta social y política que se oponga. Estas élites utilizan
diversos tipos de violencia como forma de imponer sus decisiones. No por nada se le tilda de terrorista a
toda protesta social, como forma de justificar y legitimar la activación de los mecanismos de violencia
estatal: represión y acoso policial, detenciones ilegales, y los estados de emergencia. La violencia sigue
siendo la manera de afrontar las diferencias, aún cuando es diferente e incomparable a lo vivido durante el
conflicto armado interno, es definitivamente unas de sus herencias más visibles: violencia en la vida
cotidiana, violencia política, violencia estructural.

No hay forma de construir reconciliación sin verdad ni justicia. Las víctimas somos ejemplos vivientes de
un proceso que al fin y al cabo afectó a toda la sociedad, para quienes la justicia, no es ni odio ni venganza.
Es la forma en que como sociedad podemos aprender que las violaciones a los derechos humanos, la
corrupción, y todos los crímenes cometidos en esos años nunca debieron suceder. En ese sentido no
hablamos de imponer una verdad, sino de aceptar que hoy existen muchas formas de recordar y entender
qué y por qué se dio el conflicto armado interno. La reconciliación debería ser la vía para poner a dialogar
estas memorias, no imponerlas, encontrar caminos para construir un país en el que no vuelvan a haber
razones para sentir que la violencia es la forma de resolver nuestros problemas, y poder imaginar otras
maneras más justas de vivir colectivamente.

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