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de una escuela secundaria orientada por el Proceso Militar. Una tarea difícil
porque, además, la materia Semiología y Análisis del Discurso no había sido
dictada antes. Pero lo hice junto con todo un equipo que me acompañó con
gran entusiasmo. Fíjense que nosotros tendíamos a recuperar la memoria
histórica, a que los alumnos vieran que su propia vida se entrelazaba con la de
tantos otros, argentinos y latinoamericanos, y eso de alguna manera dejaba
sus huellas en los ejercicios, en los textos que dábamos para la ilustración de
los planteos teóricos, en nuestra actitud en el aula. También era un desafío
porque era llevar Semiología y Análisis del Discurso a un primer año, lo que
no resultaba fácil ya que, en general, cuando dictábamos esas materias, lo
hacíamos en el campo del posgrado; entonces había que hacer una adecuación
pedagógica fuerte. Y también formar a los docentes. Era una cátedra con
5000 alumnos, tres trimestres al comienzo, 120 docentes que venían de
instituciones y formaciones diversas. Para lograr cierta homogeneización,
tenía que hacer los famosos cuadernillos, traducir, seleccionar textos,
apoyar a los que iban a encarar la tarea áulica, hacer las reuniones de
cátedra. Los debates eran intensos tanto referidos a la política educativa
como a temas científicos, a políticas culturales o a política simplemente.
Yo siempre lo recuerdo como la experiencia pedagógica más interesante
que hice y la que realmente me llevó a tomar muchas decisiones también
en el campo de la investigación. Progresivamente, por ejemplo, nos dimos
cuenta de la problemática de la lectura y la escritura. Nosotros tendíamos
a la enseñanza de una lectura crítica, pero también había que enseñar a leer
textos científicos y a escribir textos razonados, extensos, que eran los propios
de la vida universitaria. Así, iniciamos una experiencia de investigación, fue
de las primeras investigaciones en la Universidad de Buenos Aires, que
se proponía hacer un diagnóstico de las habilidades de los estudiantes
y de algunas de las zonas que era necesario reforzar. Esa fue la base de
los primeros cursos, de los primeros talleres de lectura y escritura, que
diseñamos y pusimos en marcha. Iniciamos las actividades en 1989, en las
sedes en las que nos facilitaban las aulas, y paulatinamente fue llegando a las
otras sedes. Fue además una experiencia que, como la que dio inicio a los
cursos de Semiología, tuvo una incidencia grande en las universidades del
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cultura escrita. Esa era la idea que teníamos para ligar las reflexiones sobre
lectura y escritura a las posiciones políticas. Y ahí también me encontré
con Chávez, y me di cuenta de que Chávez era un defensor y promotor
de esa cultura escrita. Si antes había provocado cierto escándalo que yo
me dedicara a un cardenal, con Chávez pasó lo mismo, porque defenderlo
como promotor de la cultura escrita era oponerme a toda la construcción
que los medios habían hecho de su imagen, y mi primer trabajo fue sobre
eso, una exposición en la cátedra Unesco. Después abordé otros temas res-
pecto de sus discursos. Me interesó cómo se inscribía en la matriz de los
discursos latinoamericanistas propia de la tradición bolivariana, o cómo
construía el objeto discursivo “socialismo del siglo XXI”, cómo recono-
cía las filiaciones legítimas, qué estrategias utilizaba para hacerlo objeto de
debate en Venezuela y en Latinoamérica. También me dediqué a analizar
cómo construía identidades a través del estilo. Bergoglio y Chávez son dos
personajes que para mí han sido muy interesantes y que además me han
divertido mucho. Yo recuerdo que cuando trabajaba con Chávez era un
mal momento mío personal, pero mis hijos de pronto me escuchaban reír
y entonces decían: “Está leyendo a Chávez”. Ahora vos me preguntás si
el análisis del discurso puede anticipar. Yo me jactaba un poco con lo de
Bergoglio, eso debo reconocerlo. Pero creo que no, lo que puede hacer es
ayudar a comprender los procesos, siempre que el investigador no quiera
simplemente comprobar la eficacia de determinados marcos teóricos, sino
que se interese por comprender realmente esa discursividad y por asociar-
la con las prácticas sociales, con las prácticas políticas.
DB: Justamente a partir de esto último que planteabas, nos preguntá-
bamos también acerca de tu reflexión en torno a cuál es el lugar del experto
en temas relacionados con el lenguaje, del experto en temas glotopolíticos
en el debate público. ¿Cómo ves vos ese lugar en términos de intervención
política y de intervención pública?
EA: Creo que el experto puede hacer propuestas y algunas pueden
incidir en la marcha de los acontecimientos, pero en general dependen
de situaciones que él no controla. Yo les voy a dar ejemplos en el campo
glotopolítico, de algunas exitosas y otras no. Por ejemplo, cuando yo estaba
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nos lleve a una integración de tipo político. Muchos sectores han luchado
por eso. Alguno de los resultados son el PARLASUR, por lo menos la ne-
cesidad de elegir por voto directo a los representantes en el Parlamento.
El otro fue la creación de UNASUR. Para que el MERCOSUR se con-
vierta en un espacio político, necesitamos activar esa memoria del latinoa-
mericanismo. En estos momentos esa memoria no se está activando y lo
que parece estar triunfando, o al menos teniendo cada vez mayor peso,
es la idea de que el MERCOSUR es un espacio comercial simplemente.
El modelo que se propone ahora es el de la Alianza del Pacífico, con base
en Estados Unidos, a la que se han opuesto los presidentes Evo Morales,
Correa, Maduro. Pero creo que avanzará, salvo si ocurre un hecho ines-
perado. Y para esa política, la política lingüística va a ser la enseñanza del
inglés y no la propuesta del bilingüismo español / portugués. Pensemos
que nuestras elites están socializándose en inglés, en distintos lugares del
mundo.
MN: Otro aspecto muy importante de tu trabajo está relaciona-
do con cuestiones editoriales. Solo algunos de estos son el Proyecto
de la Colección de Estudios del Lenguaje de la Editorial Hachette o la
Enciclopedia Semiológica de Eudeba. También pusiste en circulación
muchísimos textos a través de tus traducciones o de la generación de tra-
ducciones a partir de lo que vos sugerías. ¿Cómo valorás desde hoy todo
ese recorrido ligado a la política editorial y de inserción de tus escritos en
el trabajo de todos estos años?
EA: Para mí es una experiencia muy importante. Viví también con
mucha pasión el trabajo editorial. Cuando pude abrir la Colección Lengua-
Lingüística-Comunicación en Hachette eran los últimos años del gobierno
militar, era una forma de intervenir en la política cultural, en la política
educativa, porque era llevar esos textos a la escuela, a los profesorados, a la
universidad. Ese era el deseo. En esa colección se publicaron muchos libros.
Los primeros eran traducciones, pero enseguida fui integrando a todos los
docentes e investigadores que habían reflexionado sobre el lenguaje en
el país. También con esa idea de poner de pie al país y mostrar lo que se
había producido. A lo largo de esa experiencia aprendí también lo que era
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el trabajo editorial. Fíjense que yo tenía que hacer adaptaciones, revisar las
traducciones, hacer las correcciones, muchas veces de estilo, y también otras
tareas que no me disgustaban, que eran, por ejemplo, visitar los imprenteros,
conocer los tipógrafos, ver los encuadernadores. Se necesitaba todo eso
para que los libros salieran. Para mí fue una actividad muy enriquecedora. Y
después ese conocimiento me sirvió en el Instituto de Lingüística. Cuando
pongo en marcha la revista Signo y Seña, para mí no era ajeno todo el trabajo
editorial. Entonces podía armar cada volumen, seguir los números, hacer
que fueran saliendo con cierta regularidad. Y también en Eudeba con las
colecciones Enciclopedia Semiológica e Historia de las Políticas e Ideas
sobre el Lenguaje en América Latina. Ahora me dedico más a preparar obras
colectivas, que es algo que también me gusta, porque implica un contacto
intelectual asiduo con los autores. Esa situación dialógica para mí es esencial.
Y estoy apoyando además un emprendimiento que hemos hecho desde la
cátedra Unesco, que es la revista Traslaciones. Así que sigo con mi vocación
en relación con el trabajo editorial.
DB: Queríamos que nos comentaras acerca de otro periodo impor-
tante desde el punto de vista de la actividad académica en relación con el
Instituto de Lingüística de la Universidad de Buenos Aires que dirigiste
durante mucho tiempo y donde la impronta glotopolítica fue determinan-
te. De ese período, ¿qué proyectos rescatás? ¿Qué momentos significati-
vos? ¿Qué recuerdos hay en función de esta construcción de un área don-
de los estudios discursivos y los estudios lingüísticos confluyen también
con una reflexión eminentemente política?
EA: Cuando el decano de la Facultad de Filosofía y Letras me con-
vocó para que me hiciera cargo del Instituto de Lingüística lo que me dijo
es que era un instituto que iba a ser cerrado. ¿Por qué? Porque la produc-
ción era muy limitada. De alguna manera me empujó a hacerme cargo
de ese instituto. Yo estaba con muchas tareas, las tareas en relación con
Semiología sobre todo, que me llevaban mucho tiempo. Pero se trató tam-
bién de una experiencia significativa para mí, en la que no faltaron los ges-
tos glotopolíticos. Por supuesto que en un primer momento debía resolver
aspectos referidos al funcionamiento del Instituto: abrir nuevos espacios
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