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La soledad intervenida

Junto a la indigencia y la enfermedad, la soledad es un


los grandes males de nuestro tiempo

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Ernesto Pérez Zúñiga


17 FEB 2018 - 00:00 CET

Fotograma de la película 'La soledad', dirigida por Jaime Rosales.


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Recientes teorías astrofíscas postulan la soledad de nuestro planeta como


fuente de vida. No basta la adecuada distancia respecto a la estrella
central. Es necesario estar en un lugar de la galaxia lo suficientemente
apartado de las aniquiladoras explosiones de rayos gamma, que se
multiplican en una gran parte del universo imposibilitando la aparición de
seres celulares. Solo aquí estamos a salvo de esa lluvia, solo aquí calienta
el sol sin hacer daño. Y toda esa orquesta de estampidos en el cosmos, en
equilibrio delicado pero implacable, parece propiciar que continuemos,
girando y girando, con nuestra propia melodía. El físico cuántico John
Wheleer sostuvo que el universo debía producir seres conscientes para
tornarse real. Somos un milagro y hacemos un milagro. Nuestra soledad
es un privilegio.

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El gobierno de Reino Unido acaba de crear un ministerio contra la soledad,


a la que considera uno de los grandes males de nuestro tiempo junto a la
indigencia y la enfermedad. Sostiene que la soledad mata tanto como el
tabaco —aunque el tabaco alivie nocivamente a muchos fumadores
solitarios—, y que el ejército de personas aisladas en la desgracia de la
incomunicación cuesta al Estado una suma inadmisible en sanidad y en
servicios sociales. Hay que ahorrarse la soledad. Y más si los médicos
confirman que una persona sola reduce sus años de vida en un porcentaje
considerable frente a las que viven en familia.

Depende de la familia, puede pensar uno, aunque el diagnóstico de la


soledad contemporánea se explica también por la desaparición paulatina
de lugares tradicionales de encuentro en estas ciudades nuestras
entregadas a las franquicias. Tabernas, iglesias, clubes nocturnos, fiestas
de guardar o de resguardarse, se están convirtiendo en espacios donde
cada uno va a lo suyo o con los suyos y, cada vez más asfixiante, con esa
maquinita en la mano que nos conecta con el mundo digital pero nos
desconcentra de lo que tenemos más cerca.

La soledad parecería imposible para el 'homo


tecno-mercator' en el que nos hemos ido
transformando

La soledad parecería imposible para el homo tecno-mercator en el que


nos hemos ido transformando, rehenes de nuestros teléfonos, a través de
los cuales conversamos, nos informamos, nos despertamos, hacemos el
amor a distancia y, sobre todo, la compra; con los cuales nos pueden
seguir el rastro en casa o allá donde vayamos, seamos delincuentes o
alpinistas, gregarios o eremitas. A través del móvil, podemos ser salvados,
perseguidos, estafados, calumniados, ensalzados y deseados. Allá donde
haya un repetidor de ondas, nuestra soledad podrá ser intervenida.

Día a día estamos delegando vertiginosamente nuestra intimidad a


cambio del control que recibimos y ejercemos; nuestra independencia a
cambio de la comodidad. Si la policía quiere, no hay rincones secretos con
un móvil en el bolsillo, ni conversación que no pueda ser lanzada a las
fieras. Hoy es casi imposible estar radicalmente solo. Sin embargo, así se
sienten muchos en nuestras sociedades, tanto que la soledad se está
convirtiendo en un asunto de Estado, como primero lo fue de la industria
del ocio.

Aunque es fundamental seguir consolidando la solidaridad (y no el control)


como principio prioritario de nuestra organización social, nuestra soledad
será siempre un asunto intransferible. Lo que hagamos con ella resulta
crucial para cada uno y para los demás. Crear, destruir, acaparar,
compartir, comprender, ignorar, conectarse, desconectarse, salir de ella,
permitir visitas; todo comienza en la soledad. Saber estar solos conlleva la
libertad de saber ser y la responsabilidad de saber hacer. Saber habitar la
soledad, la casa, y este planeta único y diferente en la inmensidad del
Universo y que, sin embargo, nos empeñamos en destruir, con sus otros
habitantes animales y vegetales. Entonces, una vez que consumamos la
Tierra, la soledad ya no será solo nuestra: afectará a todos los mundos.
Contra la soledad dijo Rimbaud: "Yo es otro". Y Rilke: "El amor consiste en
esto, que dos soledades se protejan, se acaricien y se acojan una a la
otra". Pero para ser otro, primero hay que saber ser uno mismo.

Ernesto Pérez Zúñiga, novelista y poeta, es autor de No cantaremos en tierra de


extraños (Galaxia Gutenberg, 2016).

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